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Su fuego combate mi fuego

Reconozco el insoportable calor agolpándose en mi pecho, provocando que mi corazón acelere sus latidos hasta el punto de doler, y abriéndose paso a través de todo mi ser inyectando su maléfico veneno. Esa Raysa oscura, temible, mi demonio interno que, sin darme tiempo a reaccionar, me insta a defender a Damián como nunca lo había hecho ni conmigo misma.

«Y una mierda.» Ronronea con suficiencia.

Sin poder negarme, me descubro frunciendo el ceño y acatando sus órdenes.

— Se llama Damián. Y por si no te has enterado, fue él quien me salvó en el lago.— le recuerdo con cierto proche, sabiendo que no soy dueña de mi propia voz.

— No me digas.— me desafía.— También sabrás que se oyen rumores de que es problemático y un mujeriego, ¿cierto?

Mi rostro se contrae y arde, igual que arde el dolor de mis uñas rasgandome las palmas. Si sigo apretando los puños así, voy a terminar haciéndome sangre. No sé que es lo que más me duele, ni lo que realmente me ha llevado a encenderme así. Que Mikael crea esos chismes me toca la moral, pero que sus palabras, solo por el mero hecho de decirlas él, me sientan como una verdad aplastante.

Y ese instante, es el momento exacto en el que la veracidad de sus palabras hace que mi rabia cobre más y más fuerza en mis entrañas. La amenaza de hacerme estallar contra mi propio hermano, es inminente. Y si no fuera porque Dafne me espachurra el muslo bajo la mesa, sé que ya le hubiera arrancado la cabeza a Mikael a mordiscos.

Agradezco su contacto, es como el ancla que me obliga a mantener un pie en la cordura. Y por ella, es por lo que intento tranquilizarme. Respiro hondo, recurriendo a la poca sensatez que guardo en algún recóndito lugar de mi subconsciente. Y no paro hasta que encuentro a esa Raysa endeble que me recuerda quién soy, y que la bestia que habita en mí, no es mi verdadera yo. No. Yo nunca haría daño a mi hermano, y no pienso permitir que éste veneno me corrompa hasta ese punto.

Me aferro a la vulnerabilidad que me otorgan los lazos familiares, con todas mis fuerzas. Recordándome que amo a mi hermano y que soy incapaz de hacerle daño.

Respiro hondo una y otra vez, intentado encontrar más de esa paz interior que siempre me ayuda a controlarme. Pienso en Dafne y en lo que le puede pasar si el control se me escapa de las manos. Esa excusa siempre me ha funcionado, y ahora tiene que funcionar. Por mi bien. Por el suyo. Por el de mi hermano.

Pero Mikael no ayuda en nada, y menos, cuando se reclina sobre la mesa, acerca su cara todo lo que puede hacia la mía, y noto que su mirada no solo pretende intimidarme, sino someterme. Me veo reflejada en sus pupilas como una chiquilla enfurruñada y débil. Una chiquilla que debe cumplir ordenes sin tener voz ni voto. Y no. No pienso seguir viéndome de ese modo.

— No es la clase de chico que te conviene, Ray. No voy a permitir que te acerques a él.— su advertencia suena a pura amenaza.

Y aunque parte de mí quiere entender que Mikael solo se preocupa por mí, otra parte mucho más poderosa de mi ser, esa yo endemoniada y perversa, me grita que no puedo dejarle seguir con esto. No soy una niña, no puede dominarme.

La bestia endemoniada no duda en echar sal a mis heridas, dejando la huella de su maldad con un comentario que me hiere en lo más hondo. El dolor escuece, pero es el escozor de la verdad.

«Es un egoísta. Su protección te impide vivir.»

Me duele admitirlo, pero es la verdad. Su protección me asfixia, me sobrecarga, y me corta las alas. Ya no soy una niña pequeña, y Mikael tiene que entender que no puede protegerme de todo. Ya es hora de que le deje claro que no voy a permitir que imponga su ley sobre mí. Él no sabe ni la mitad de las cosas extrañas por las que he pasado estos días. Él solo sabe lo del accidente de educación física. No tiene ni idea de lo que he conseguido superar yo sola, sin su ayuda. Así que no, Mikael no puede seguir tratándome como una niña pequeña frágil y delicada.

Siento ganas de estallar, de gritar a los cuatro vientos que quien me salvó en la discoteca fue un ángel; que la pluma que con tanto amor guardo bajo mi almohada, es suya; y por último, que no me caí al lago, si no que intentaron asesinarme, y que sé de sobra quién ha sido. Sí. Eso será suficiente para demostrar a mi hermano que soy más fuerte y valiente de lo que él cree. Que sigo en pie a pesar de todo.

Una corriente eléctrica me atraviesa la espina dorsal. Es una sensación conocida, casi familiar, y algo me invita a mirar a quien sé que me transmite esa sensación. Mi mirada se desvía hacia el fondo del comedor. Y, ahí, tras la espalda de Mikael, lo veo. Veo a un Damián tenso, agarrotado de pies cabeza, mientras sus ojos celestes transmiten una ferocidad que jamás había antes en él. Mi pulso se acelera cuando me percato de que me mira a mí. Alerta y preparado.

— ¡Que dejes de mirarle, hostia!— bufa Mikael, ladeando la cabeza hasta ocultarme la imagen de Damián.

Y eso me irrita. Me irrita tanto, que la voz interna que ruega en mi fuero interno que me calme, se hace cada vez más y más pequeña. Más y más, hasta que desaparece de mi sistema, deteriorándose como una nube de vapor.

Aprieto los dientes con fuerza, sintiendo el chirriar y el dolor en mis encías, mientras los azulados ojos de mi hermano me analizan con dureza. Preguntándose quizá, el por qué de mi reacción.

Y la respuesta es muy sencilla: Damián me gusta. Mucho. Tanto, que hasta yo misma estoy descubriendo sobre la marcha el nivel al que estoy dispuesta a llegar solo por poder mirarlo, o hablarle.

Entorna los ojos, analizando mis gestos detenidamente un segundo. Hasta que los abre de par en par, y no como sorpresa, no, si no como si le acabase de clavar un puñal por la espalda.

Sí... Mikael me conoce tan bien como yo a él, y puedo asegurar que acaba de darse cuenta de cuánto puedo pelear solo por tener a Damián cerca. Aunque solo sea para discutir con él.

Y ahora sé que no solo me encanta su indiscutible atractivo físico. También es el hecho de que me resulte casi prohibido, inalcanzable, y esa forma tan insinuante y descarada con la que me da ha probar de mi propia medicina. Es su actitud. La manera tan poco convencional e inusual de flirtear conmigo, y a la vez tan acertada para despertar mi interés. Es una extraña relación sin definir... Y digo sin definir, sí, porque no sé si catalogarla como una mera amistad entre dos personas con personalidades similares; como un flirteo divertido; o como un juego peligroso que me llevará a acabar mal parada. No tengo ni idea, la verdad. Pero me encanta el sano "tira y afloja" que tenemos. Su fuego combate mi fuego, y eso, por perturbador que suene, me fascina. 

«Y Mikael no va a joderme eso

El estruendoso ruido que anuncia el final de la hora de descanso, me sobresalta momentáneamente.

— Ten cuidado.— advierte Mikael, suavizando el gesto.

Siento la mano de Dafne relajarse en cuanto mi hermano abandona la mesa. No sé si agradeciendo que mi hermanito se haya ido o, seguramente, alegrándose porque no haya explotado.

Me arrastro hasta mi taquilla mientras Dafne despotrica acerca de mi mal comportamiento con Mikael. Admito que tiene mucha razón en ciertas cosas, pero tampoco en todo. Para empezar, ella no tiene hermanos mayores, ni menores, que la sobre protejan hasta asfixarla. Es hija única, su padre desapareció en cuanto ella nació, y su madre es una pija adinerada que paga un internado por tener a su hija lejos. Así que no, no puede creer que me entiende ni lo mas mínimo.

— No me mal intérpretes Ray. Solo digo que deberías entender que él se sienta protector. Eres lo único que le queda.— sigue disculpando el comportamiento de Mik.

Abro la puerta de mi taquilla y meto la cabeza en el interior; necesito desparecer de alguna forma.

Agarro el libro de matemáticas y cierro la puerta de un golpe. Esperando quizá, liberar un poco de la tensión acumulada hasta el momento. Me vuelvo y apoyo la espalda en la puerta esperando a que Dafne termine de recoger los suyos. Me mira como si me acabasen de salir tres cabezas.

«Si tú supieras...»

Entonces, mientras mi mente maquina las más de mil maneras en las que me gustaría exigirle a mi hermano que me deje vivir mi propia vida cometiendo mis propios errores, e intentando encontrar la manera adecuada para aplacar la rabia que aún vibra en mi interior, veo a Damián.

Mis ojos barren el pasillo en busca de Axel, pero no lo veo, Damián va solo. Arrastrando los pies, cabizbajo, y con la mirada perdida como si estuviese sumergido en otro mundo. Lo sigo hasta que llega a su taquilla, y cuando abre la puerta y ladea la cabeza ligeramente hacia a mí, me descubro dedicándole un meneo de cabeza a modo de saludo. Me ve. Y no solo me ve, también me dedica una media sonrisa despreocupada, sincera, que me resulta arrebatadora.

Mi mente se debate entre dos mares. Ahora que me he dado cuenta de hasta qué punto me afecta la atracción que siento, la sensatez me susurra que me olvide, que deje correr el aire. Que finja no haber visto su sonrisa sexi, y que me tomé un tiempo para aclararme. Pero mi lado salvaje y rebelde, ese que por norma general siempre me domina, me grita que le devuelva el gesto, que sepa que le correspondo de algún modo. Aunque... ¿Que le correspondo a qué? ¿Qué ve él en mi? ¿Acaso ve algo?

Sin quererlo, gana mi sentido común. No porque haya escogido seguir su consejo, sino porque no me ha dado tiempo a decidirme antes de que Damián se largue.

— Hey. ¿Vamos a clase o te vas a quedar aquí toda la mañana?— Dafne me devuelve a la realidad con un ligero codazo en las costillas.

—Si.— suspiro.

— Deberías de haberle sonreído, cabezona.— suelta de pronto.

« ¡Qué

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