No le des tantas vueltas, flor.
Mi mente va a mil por hora. No sé qué hacer Damián, pero desconfío de su presencia en la biblioteca. No tiene pinta de ser uno de esos chicos que pasan aquí las tardes, y lago me dice que, como ha escuchado a Ramírez decir que estaré todas las tardes estudiando, ha venido para molestarme.
La idea no me gusta un pelo, pero creo que en el fondo me lo merezco. Desde que vino al a baño a buscarme después de defenderme de Kenia, no le he dicho nada. No he hablado con él ni siquiera para darle las gracias. Y para colmo, me he sentado en su mesa a la hora de comer, y tampoco he intentado hablar con él de nada.
Soy consciente de que aún no he separado la vista del libro que acabo de dejar de nuevo en la balda, y de que Damián espera a que le diga algo.
Sé que mirarlo me va a llevar a quedarme hipnotizada, como siempre, pero no puedo evitar hacerlo. Me cuadro de hombros, respiro hondo y giro la cara hacia Damián.
— No estaba leyendo nada. Además, no son tonterías.— defiendo. Me obligo a apartar la mirada en cuanto siento el magnetismo de sus ojos atrayendo los míos.
Mierda... Error. Gravísimo error. Si hay algo peor que evitar una mirada hipnótica, es apartar la vista para fijarla en una sonrisa perfecta y pícara. El cabronazo sonríe, si, y no de una forma cualquiera, sino como a mí me encanta; con solo una comisura extendida ligeramente hacia arriba, torcida a la vez que perfecta, traviesa y sexi.
Siento ganas de acercarme a él, lenta, pausada, y cuando esté a su lado, aprovechar su sorpresa de verme tan sumamente cerca, y darle un sube mordisco en ese carnoso labio inferior. Joder. Estoy segura de que sabe a gloria y mi vientre se tensa en respuesta, manifestando las ganas que tiene de descubrir todas las sensaciones que Damián pueda mostrarme.
«¡Raysa para!» Chilla mi sentido común. Menos mal que ha hecho acto de presencia. Mis pensamientos estaban subiendo de temperatura de una forma vertiginosa.
¡Me cago en la leche! No sé qué narices me pasa, pero siempre que tengo a Damián cerca mis hormonas se revolucionan. Desde que le vi aquella noche en la discoteca, no paran de pasarme cosas extrañas. En serio, desde lo que siento cada vez que lo veo, hasta las anomalías que me rodean últimamente. Todo empezó esa dichosa noche del viernes. No tiene nada que ver, pero asusta.
Tengo que salir de aquí. Se acabó. Lo único que me faltaba es terminar relacionando a Damián con todo lo que me está pasando. Me estoy volviendo loca, loca de remate.
Aparto la vista de Damián y mira hacia el otro lado, a la izquierda. Tal y como recordaba, compruebo que este pasillo no tiene más salidas. Es el último y, a no ser que ahora me sorprenda traspasando paredes, solo puedo salir de aquí pasando junto a Damián.
«Mierda. Si me pongo nerviosa de solo mirarlo, ¿Cómo me voy a poner si tengo que rozarlo para pasar?»
Mi cabeza se regocija mientras abre el baúl de los recuerdos y me muestra el momento en el que Damián me agarró en el bosque. Si... Ese momento en el que creí que iba a caer, y él me sujetó contra su pecho, con su cálido aliento acariciando mis piel, sus labios tan cerca de los míos...
«¡Para!» Me ordeno.
— Tengo que irme.— me apresuro a decir. Agacho la cabeza lo máximo posible para no despistarme admirando nada, absolutamente, nada de él, y avanzo para intentar pasar por su lado.
Intento que nuestros brazos ni siquiera rocen, pero mis intentos se van al garete cuando Damián me agarra por la muñeca, con fuerza. Levanto la cara y lo miro, perpleja. Y antes de que pueda descifrar la intensidad que emana de sus celestes ojos, su otra mano me abraza la mejilla y me acerca a su cara. Solo nos separan unos centímetros. Centímetros, que yo misma me sorprendo acortando antes de que mi cerebro entienda lo que estoy haciendo.
Mis labios encuentran los suyos, y la calidez que me embarga es arrolladora. Abro la boca sin haberlo pensado, invitándole a probarme, mientras mi legua encuentra sus labios, ligeramente entre abiertos por la sorpresa. A medida que los acaricio con la punta, se abren un poco más, facilitándome el camino. Y de repente, como si Damián hubiese recuperado el control sobre sí, desliza la mano desde mi mejilla hasta mi pelo, y lo agarra con fuerza.
Sin separarse ni un milímetro, me empuja hacia atrás, haciéndome chocar contra la estantería de libros. Ésta cruje contra mi espalda, pero no me quejo, no me importa. Lo único que me importa es la vorágine de sentimientos en la que me estoy sumiendo en cada caricia que su lengua le regala a la mía, en cada pequeño mordisco que le dedico a sus labios, en cada roce en el que mi intimidad roza su muslo sin pretenderlo.
Se me tensa el vientre hasta el punto de doler, y me sorprende la gracia con la que le sigo el ritmo, hambriento, cuando la mano que sujeta mi pelo se tensa, me aprieta más contra sus labios, y estos se tornan agresivos, fieros, mientras nuestras lenguas se miman, se sienten, se devoran. Noto el frío de la libertad en la piel de mi muñeca cuando Damián me la suelta, pero lo compensa cuando recorre mi cadera, la desliza por mi cintura y, a su paso, me levanta un poco la camiseta y su piel prende la mía.
Me siento arder con cada uno de los pequeños gemidos que emite. Gemidos, que yo misma le provoco. Mis manos reptan por sus brazos, su cuello, y se aferran a su pelo como si él fuese el único equilibrio que necesito para no estallar aquí mismo.
Tengo calor, mucho calor, y mi vientre duele, se tensa y aprieta haciéndome vibrar. No sé adónde quiero llegar, pero si sigo voy a...
— ¡Pero qué hostias!— la voz de Christian es como un sopapo que arrastra la realidad consigo.
— ¡Joder!— me sobresalto. Me aparto de Damián girando la cara hacia la pared del pasillo. Él no se vuelve, es más, ni me suelta. Creo que le da exactamente igual que Christian esté aquí, que nos haya visto, y que pueda decir algo al respecto.
Para la buena verdad, a mi también me da igual. Si no fuera porque sé que seguro que le va con el cuarto a mi hermano, le mandaría a la porra.
No me atrevo a mirarle, ni a él, ni a Damián. Pero sé que tengo que salir de aquí cuanto antes. Esta situación es más incómoda que llevar una piedra en el zapato. Me aclaro la garganta, respiro hondo y empujo suavemente a Damián. Este cede a mi petición silenciosa, pero tampoco se aleja mucho, puesto que aunque ya ni me roza, el calor que emana su cuerpo llega hasta el mío.
A Christian ni lo miro, sé la cara que tiene. Seguro que está cabreado hasta la médula, con las mejillas encendidas y el ceño tan fruncido que sus ceja de han convertido en una sola.
— Me voy. Me están esperando.— digo y me dispongo a salir de ahí a toda mecha.
— Pues yo creo que ya te han encontrado. Bien encontrada además.— espeta Christian, señalando a Damián con gesto acusador.
Y ahora si... lo miro, perpleja. En el vidrioso color avellana de sus ojos distingo las pinceladas de la rabia, la impotencia, y, quizá, hasta la mismísima tristeza. Justo como lo sentí yo, todo, el día que me confesó que me había sido infiel con Kenia.
« Aaanda, escuece ¿eh?» Me regodeo en mi fuero interno.
Me enderezo, pongo mi mejor cara de "me la suda lo que sientas", y me planto frente él.
— Me voy a estudiar, Christian. Piensa lo que quieras.— escupo. Oigo la risita de Damián tras de mí, pero no lo miro.
Y cuando paso junto a Christian, el muy cabrón me agarra del brazo, y suelta:
— Vas a estudiar conmigo.— sentencia.— Me ofrecí voluntario para ayudarte.
— ¡Qué!
Damián rompe a reír a carcajadas. Y aunque soy plenamente consciente de que se está riendo de esta situación tan rara, no lo culpo. Yo también me reiría si estuviera viendo a alguien en mi lugar.
— Pe... Pero... ¡No! Y una mierda.— bufo. Sacudo el brazo para soltarme del agarre de Christian.
— Pues te jodes.— suelta.— Haber estudiado en lugar de andar...— se muerde la lengua para no seguir hablando. Pero ya es tarde; ya me a tocado la moral y mi mano va directa a su cara.
— Te ha dicho que no quiere.— la voz de Damián llega a mis oídos justo en el mismo instante en el que su mano sujeta la mía, deteniendo el golpe. Con la otra mano, agarra la de Christian y lo obliga a soltarme el brazo.
Agradezco que lo haya hecho, aunque me hubiera gustado dejarle un recordatorio de mi mano en la cara a Christian, no hubiera querido que me echasen de la biblioteca por montar un escándalo. Damián me agarra suavemente de la cintura, echándome un poco hacia atrás para interponerse entre Christian y yo.
— Yo me ofrecí voluntario primero. Tú solo lo hiciste porque me escuchaste hablar con Ramírez.— confiesa Damián. Y sus palabras me dejan tan estupefacta, que ni siquiera soy consciente consciente de que cuándo ni cómo se marcha Christian de nuestro lado. Estoy alucinando, flipando en estéreo.
¿Que Damián se ha ofrecido voluntario? ¿Por qué?
— Está muy feo pegar a un ex en una biblioteca, flor.— susurra divertido en mi oído. Una suave carcajada se escapa de mis labios.— Vamos a estudiar, anda.
— ¿De verdad te ofreciste voluntario?— pregunto, curiosa de verdad.— él asiente y empieza a andar por el pasillo.— ¿Por qué?— acelero el paso para ponerme a su lado.
— Por que me caes bien.— se encoje de hombros.— Además, de haberlo hecho, no me hubiera ganado un beso.
Me planto. Siento que la tierra se abre bajo mis pies y me siento caer al vacío de la vergüenza. La sangre se apelmaza en mis mejillas, y el temblor de mis piernas amenaza con hacerme caer.
— Vamos flor. No le des más importancia.— sigue caminando, no se detiene.— Si quieres te doy otro para el camino.— bromea, creo. Por si acaso, echo a andar hasta alcanzarlo.
Ha dicho que no le dé vueltas, con lo cual, si no quiero, no tengo por qué hablar del tema del beso, ¿no? Joder, claro que quiero hablarlo, pero no sé cómo hacerlo. De momento, supongo que limitarme a estudiar es lo mejor que puedo hacer. Si tiene que pasar algo, o salir el tema... Ya saldrá. Sin presiones.
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