Menuda vinkinga de mis narices
Cuando salimos de la biblioteca, me voy con la sensación de haber aprendido mucho más junto a Damián que con el propio profesor. Su manera de explicar las cosas resulta tremendamente sencilla. Tan sencilla, que hasta un niño de cuatro años lograría entenderle. Además, la limpieza en sus apuntes es fantástica y encontrar cualquier duda en ellos es de lo más sencillo. Nunca hubiera imaginado que Damián fuera tan aplicado en los estudios, pero oye, estaba equivocada.
He de reconocer que al principio me ha dado un poco de vergüenza. En fin... El tema del beso y todo lo que he sentido ha seguido latente en mi cabeza toda la tarde, pero bueno, como ha dicho él, no tenemos por qué darle vueltas. La gente se besa a diario, ¿no?
«¿Esa es tu nueva forma de engañarte?» Critica mi conciencia.
«Calla leñe.»
Sé que tiene razón. Lo único que estoy haciendo es engañarme a mi misma. Cada vez que me repito que solo ha sido un beso sin importancia, me duele pensar que eso es justo lo que piensa él. Me duele porque para mí no solo ha sido un simple beso, no como los que me he dado con Christian, con Damián a sido el despertar de varios sentimientos nuevos. De sensaciones indescriptibles.
« ¿Será que yo le estoy dando más importancia de la que debería?»
Puede ser que si. Desde luego, le estoy dando más importancia que la que le ha dado él. Damián ni siquiera ha hecho mención a lo ocurrido, ni para burlarse. Y eso, aunque puedo agradecerlo hasta cierto punto, también me decepciona.
Abro la puerta de mi habitación y suspiro. Hasta ahora no lo había notado, pero estoy agotadísima. Con los los talones, me quito los horrendos zapatos de charol que me obligaba llevar el internado, y los lanzo de un puntapié a la otra punta de la habitación. Me deslizo entre la ropa desperdigada por el suelo, trastrabillando hasta mi cama. Una vez que mis rodillas tocan la cama, abrazo aún más los apuntes que sostengo contra mi pecho, y me lanzo a la cama sobre ellos. Estoy reventada, y el solo hecho de saber que Damián me ha dejado sus apuntes para ayudarme ha hacer los ejercicios que él mismo me ha impuesto, me desanima aún más.
Ruedo como una croqueta hacia un lateral, saco los apuntes y mis nuevos deberes de debajo de mis estómago, y les hecho un ojo. No es mucho, quizá pueda terminarlos antes de ir ha cenar.
Cuando me siento en la mesa de siempre, me alegra ver que aún está solo Dafne. Tengo ganas de contarle muchas cosas, así que antes de empezar, echo un vistazo a mi alrededor para ver dónde andan mi hermano y las gemelas; aún están en la fila esperando, así que tengo tiempo.
Empiezo confesando que Damián es quien me ayuda a estudiar en la biblioteca, pero, como no quiero que se acelere y empiece a montarse su propia película, omito el detalle de que Damián se ha ofrecido voluntario, y, evidentemente, ni menciono lo del beso. Aunque lo que si que le cuento, con tono de chisme morboso, es el momento en el que Christian ha ido a la biblioteca, se ha puesto celoso por ver quién era mi "profesor" y ha sido el propio Damián quién ha tenido que plantarle cara para que se largase.
— ¡Cómo!— exclama incrédula.— ¿Cómo coño tiene la jeta de ponerse celoso después de lo que te hizo?— Dafne alucina, abre tanto los ojos, que parece que se le van a salir de las cuencas. Yo solo me limito a encogerme de hombros.
— Es idiota.— no tiene otra explicación.— Creo que se ha imaginado lo que no es, y eso ha derivado en paranoia porque él ya no tiene lo que sea que tuviera con Kenia.— Aunque lo he soltado sin haberlo premeditado antes, creo que, con esta explicación, voy a conseguir cubrirme las espaldas si al imbécil de Christian se le ocurre decir algo sobre el beso con Damián.
— Ja, una mierda.— Dafne gira levemente sobre el taburete, y me mira directamente a la cara. Está sentada a mi lado, lo cual me incomoda si tengo mentirle; me pillaría al instante. Sus ojitos negros me analizan, audaces, y su sonrisa de sabionda me alerta de que Dafne sabe, o sospecha, mucho más de lo que creo.— Lo que pasa es que Christian pensaba que estarías ahí para él.— asegura. — Lo que no contaba era con que te gustase Damián, y que ese sentimiento fuese correspondido.
— ¡¿Qué?!— escupo, atragantándome con mi propia saliva. Quiero protestar, aclararle que se está equivocando, y desviarla del rumbo que está tomando su imaginación. Pero no me deja, me planta una mano en la boca y sigue hablando.
— Que no soy tonta, leñe. He visto cómo os miráis. Además, un pajarito, muy buenorro por cierto, me ha contado que Damián se ofreció voluntario para ayudarte.— guiña el ojo con coquetería, y su mirada le falla al desviarse hacia Axel.
«La madre que me...»
Voy responder, no sé el qué, pero pienso decir algo al respecto. Algo que haga parecer que yo no sabía nada, que esta es la primera noticia que tengo sobre el tema. Pero Dafne justo se gira para quedar frente a la mesa, sonríe a ampliamente y murmura:
— Cállate que viene tu hermano.— me advierte. Mierda... Me muerdo la lengua y me trago mis palabras.
Los días pasan y parece que la suerte me sonríe. El fin de semana ha pasado volando, y he evitado a todo el mundo con la excusa de estudiar en mi cuarto. Ayer lunes, y hoy martes, he tenido la suerte de que Kenia y Christian fuesen junto con otro grupo de alumnos de nuestro curso, a una excursión organizada por la propia Lawrence, para visitar Shenandoah Nacional Park. A los demás nos toca ir el mes que viene, y la verdad es que estoy pensando en auto lesionarme para no tener que andar kilómetros de monte.
Mi hermano está encantado con la idea de que esté estudiando como nunca, así que aunque eso implique no verme ni tenerme controlada a todas horas, sé que está tranquilo. Aunque si supiera con estudio...
En fin, todo transcurre medianamente bien, salvo por pequeños detalles que yo, y solo yo, sé que me recuerdan que soy diferente, rara. Los murmullos a mis espaldas cada vez son menos molestos, y los de mi cabeza... Bueno, los tolero mejor. El tatuaje parece haber cicatrizado, ya no me duele ni escuece, y la inflamación ha desaparecido completamente. Si no fuera porque tengo que seguir escondiéndolo para evitar tener que dar explicaciones, iría luciendo lo bonito y original que es.
La verdad es que, ahora que lo pienso, no sé cómo no me he vuelto loca. No sé cómo puedo seguir estando cuerda, o creer que lo estoy, cuando sigo creyendo haber sido salvada por un ángel, durmiendo cada noche con la mano bajo la almohada aferrada a la que creo que es su pluma, teniendo un tatuaje salido del nada, viviendo bajo el mismo techo de quién estoy segura que intentó ahogarme en el lago, y pasando las tardes con un tío que me acelera el pulso con solo mirarme.
Pues... No. No tengo ni puñetera idea de cómo cojones sigo estando cuerda. O no tan loca como debería, vaya.
«Creo que debo atribuirme algún mérito. Estoy segura de que si fuese a algún psicólogo, éste acabaría solicitando una baja psicológica permanente.»
Me deslizo por la biblioteca mientras me sonrío por mi propia broma sin gracia. Me siento junto al puntual de Damián, y planto sobre la mesa sus apuntes y todos los deberes que me mandó ayer.
— Todo listo.— apunto a modo de saludo. Pero Damián ni me mira, creo que no se ha dado cuenta ni de que he llegado. Me fijo en el libro abierto que tiene entre sus brazos recostados sobre la mesa, y distingo las imágenes de algunas runas. ¿Runas?— ¿Qué es eso?— asomo la cabeza por encima de su brazo, curiosa. Pero me freno en cuanto Damián gira la cara hacia a mi, y yo, como me he acercado tanto, casi estampo mi cara contra la suya.
Nuestras narices se rozan, sus ojos me perforan, y su cálido aliento mezclándose con el mio, provoca que el cuerpo se me estremezca, recordando todo lo que sentí el día que nos besamos.
«¿Volverá a besarme?» Me pregunto, obviando el detalle de que fui yo quien lo besó a él. Espero que no, no ahora al menos. He visto que había bastante gente en al biblioteca, así que sería un puñetero caso intentar que mi hermano no de enterase de nada si tengo tantos testigos a los que acallar.
Pero Damián sonríe, divertido, y agradezco que lo haga justo cuando mi mente marrana empieza a recordar el sabor de sus labios.
— Solo curioseo sobre tus raíces nórdicas, flor.— vuelve a mirar hacia el libro y sacude la cabeza mientras sigue sonriendo. — ¿Has visto esta?— quita el brazo, centra el libro entre los dos, y señala...
«¡La hostia!» Contengo el grito, aunque por dentro, estoy... Estoy ... Joder, no sé ni cómo estoy.
— Vaya, parece que has visto un fantasma.— se ríe Damián.
Mi cara debe de ser un poema, eso, o la viva imagen del caos que se origina en mi cabeza por cada nanosegundo que sigo viendo esa runa bajo el índice de Damián. ¡Es mi tatuaje! ¡Es mi puñetero tatuaje!
Parpadeo frenética, respiro hondo y, echando mano del poco control que tengo sobre mis nervios, finjo relajarme y miento.
— No tengo ni idea.— sello los labios y me los muerdo desde adentro para dar más énfasis a mi cara de tonta.
Damián ríe bajito, echando el aire por la nariz.
— Pues menuda vikinga de las narices.— se burla.
«No soy vikinga, memo.» Quiero gritarle, pero no lo hago porque mis dientes siguen aferrados a mis labios, conteniendo la sarta de preguntas, curiosidades y, por ende, las ganas que tengo de quitarle el libro de las manos y llevármelo a mi habitación para leerlo de cabo a rabo. Pero no, no puedo. Mostrar tanto interés podría destapar despertar el propio interés de Damián.
Ante mi aparece silencio (porque mi cabeza no calla) Damián hace las veces de profesor y recita:
— Runa Algiz: Esta palabra posee el significado de protección, y por ende, su propio símbolo simboliza la protección de quién lo porta.
«La forma de la runa es la imagen de un árbol, cuyas ramas tocan el cielo, y sus raíces el infierno. Simboliza la unión de dos mundos. La unión de los dioses con la humanidad.
Me quedo muerta. No termino de entender una mierda, lo único que me ha quedado claro, que me ha marcado la mente, es el hecho de que es un símbolo de protección. Lo cual no solo corrobora la existencia del ángel que estoy segura que me salvó, sino que ahora, la idea de que ese ángel sea el responsable de haberlo grabado en mi piel, es más fuerte que nunca. Él, él me está protegiendo. Él es la respuesta a todo. Pero... Joder. Tengo mil preguntas más.
Quiero saber por qué yo, por qué ha decidido protegerme, quién es, quién era la sombra que me amenazó en la discoteca, quién...
«La discoteca... Tengo que volver allí. Allí encontraré todo lo que busco.»
— Flooooor.— canturrea Damián, aleteando una mano frente a mi cara.— ¿Sigues aquí?— asiento por inercia.— Genial. Ahora vamos a ver tus deberes.
Damián cierra el libro de las dichosas runas y planta sus apuntes y mis deberes sobre él. Maldigo en mi fuero interno por haber sido tan rápida para haberme fijado en el título y poder buscarlo luego.
Echa un vistazo a mi deberes, y no tarda ni cinco minutos en decir:
— Bueno, creo que ya estás lista para aprobar.— sonríe orgulloso.
— Genial.— finjo alegrarme, aunque de verdad me alegra, ahora mismo me alegraría más hacerme con ese libro que oculta bajo sus brazos y mis deberes.
Me mira con extrañeza, pero no dice al respecto. Se encoje de hombros y sacude la cabeza a la ve que me tiende todos los papeles que yo he traído. Agarra el libro de la runas y, antes de que pueda leer el título, se lo pega al cuerpo mientras los sostiene con el brazo.
«Mierda. ¡Que se lo lleva!»
— ¿Te vas a llevar eso?— curioseo con disimulo.
— Por supuesto. Me intriga bastante.— sus ojos celeste me escrutan con suspicacia.— ¿A ti no? — pregunta con audacia.
Joder, me va ha pillar. Niego con la cabeza, me río falsa, muy, muy pero que muy falsamente y añado:
— Para nada. Todo para ti.— agarro los apuntes, me los pego al pecho y cruzo los brazos sobre ellos, evitando el temblor que muestran mis manos por los nervios de que me pille mintiendo. Damián no me quita el ojo de encima, y sospecho de que me tiene más calada de lo que creía. Me piro, me largo, ¡pero ya! Giro sobre mis talones, mirándole por encima del hombro mientras sonrío y suelto—: Desearme suerte para mañana.
— No la necesitas, florecilla.— sonríe triunfal. Me guiña un ojo y de señala a sí mismo.— Has tenido al mejor profesor que podrías haber tenido.
«Joder que tío. No tiene abuela ¿o qué?» me río.
El día esperado llega. Tras toda una semana estudiando para ello, y todo el día con los nervios a flor de piel mientras he estado comiéndome la cabeza por el significado que he descubierto sobre mi tatuaje, ahora es justo el momento de vaciar mi mente de problemas, dudas y demás idioteces raras, y centrarme en lo mío, el examen de marras.
— Estoy segura de que después de todo lo que has estudiado estos días, vas a aprobar.— dice Dafne, abrazándome para animarme. Me suelta y, mientras una sonrisa traviesa juguetea en sus labios, anuncia.— Además, la bruja Lawrence me ha encargado organizar la fiesta de los fundadores y... Si apruebas... Puedo convencerla para que te permita salir del internado conmigo y ser mi ayudante.
— ¿Qué?— escupo alucinada.— ¿Es en serio? ¡Oh dios mío! No me lo puedo creer. ¡Voy a salir fuera de este recinto de mierda!— brinco extasiada.
La felicidad me invade por completo. Voy a salir del internado, lejos de los macizos muros de cemento y de las normas del internado. Aunque solo sean unas horas, es algo que realmente necesito con urgencia. Quiero respirar aire fresco, alejarme de todo lo extraño que me ha estado pasando, y volver a sentirme como una persona normal.
— ¡Claro que sí! Tú aprueba, y yo me encargo del resto.
No puedo dejar de sonreír mientras camino hasta el aula de español. Estoy tan contenta y emocionada, que no soy consciente de los lejos que me queda esa escapada con Dafne, hasta que llego al aula y anuncio mi llegada con un ligero golpe de nudillos. Es como si la realidad hubiera evaporado mi pequeña e inocente fantasía. ¿De verdad estoy preparada para el examen? ¿Y si me pasa lo mismo que la otra vez?
«No seas idiota. No te ha pasado nada estos días.» Grita mi sabio sentido común.
Tiene razón. Estos días he estado estudiando como una bestia, y no me ha pasado nada raro. Eso me aporta seguridad, pero he de admitir que mucha de esa seguridad, era infligida por la mera presencia de Damián. Mierda. Él ahora no está, y yo estoy aquí, sola frente al problema de mis nervios ante el dichoso examen de español.
Joder. Si no nos hubiesen pillado en aquella fiesta, aún tendríamos permiso para salir al pueblo de Lonely Lake durante el fin de semana, simplemente con la condición de no beber y volver antes del toque de queda impuesto por la directora.
La puerta se abre de golpe y su chirriante sonido me devuelve a la realidad.
— Petrova, justo a tiempo.— me saluda Ramírez. Me recibe con una sonrisa cálida que casi logra convencerme de que puedo hacerlo. Aunque ese "casi" es lo que realmente me preocupa.
Todo depende de mí, ya no tengo a Damián para resolver mis dudas.
Ramírez se hace a un lado para dejarme pasar. Cuando llego a mi pupitre, alarga el brazo y me tiende el examen.
— Suerte, Petrova.— me regala una sonrisa tranquilizadora que en absoluto consigue su cometido. Estoy nerviosa, muy nerviosa.
Clavo la vista en el examen mientras siento como se aleja Ramírez a su escritorio. Respiro hondo un par de veces, y me pongo a la tarea.
Me lleva mucho menos tiempo del que esperaba, y cuando termino, me siento tan orgullosa como liberada. Este examen era una espinita. Una espinita que, aunque aún no sé si resultado, tengo la esperanza de haber aprobado.
Me arrastro hasta el profesor y le entrego mi examen. Amago con irme para darle tiempo a corregirlo, pero me detiene con un simple "espera".
Se coloca las gafas en la punta de la nariz y, con una rapidez pasmosa, lee a la vez que garabatea mi examen aquí y allá con un bolígrafo rojo. Miedo me da que lo que sea que está señalando en esa tinta sentenciosa sean errores.
— Genial.— sonríe. Me tiende el examen y veo un montón de ticks (✓) desiguales aprobando mis respuestas.— Enhorabuena.
Grito, chillo, pataleo, todo al mismo tiempo. Parezco una cría de cinco años el día de Navidad desempaquetando un unicornio púrpura. ¡No me lo puedo creer!
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