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Me cago en mi conciencia


Tras buena parte de la noche mirando el tatuaje de mi tobillo como si por mirarlo fuese a desaparecer, he debido de quedarme dormida. No recuerdo cuándo ni cómo, pero seguro que de alguna postura rara e incómoda. Me duele todo el cuerpo, como si hubiese dormido sobre una cama de piedras. Aunque lo bueno de dormir poco y mal, es que estaba tan incómoda que me he levantado antes de que suene el despertador.

Disfruto de una relajada ducha en la que procuro no mirarme el tatuaje, salvo cuando tengo que volver a ocultarlo bajo la gasa. Me aseguro de que el esparadrapo quede bien adherido a mi piel para que la gasa no se desprenda, y me subo la media justo en el mismo instante en el que las primeras madrugadoras del día entran al vestuario.

Dafne llega poco después, y no disimula que verme ya lista para empezar el día, le sorprende hasta el punto de sospechar que pasa algo raro. Claro que pasa algo raro; malo, extraño, indescriptible. Pero le dedico mi sonrisa inocente de dientes relucientes, y así evito que siga sospechando nada.

Durante el desayuno las voces vuelven a rondar por mi mente. La táctica que desarrollé ayer me sirve de mucha ayuda, pero cuando terminamos el desayuno y salimos al pasillo donde se concentran las taquillas, todo se magnifica. Entre los molestos susurros que merodean por mi mente igual que moscas molestas, y el revuelo de alumnos demasiado despiertos para ser tan temprano, el pasillo se me antoja como una sala de torturas.

Mi hermano ya ha tomado camino a su primera clase, y Dafne, Chloe e Ivana, caminan demasiado despacio mientras hablan sobre algo que no llego a escuchar.

Me arrastro hasta mi taquilla y empiezo a sacar toda la porquería que guardo en su interior. Necesito tener la mente ocupada para acallar las voces de una vez.

«Dios mío... Parece más un álbum de fotos que una taquilla escolar.» Admito. Las fotografías recortadas que decoran su interior la hacen ver infantil.

Me tomo unos minutos en arreglar todo el desorden. Cuando termino de colocarlos, uno por uno y por tamaño, me percato de que he estado tan entretenida que ni siquiera he sido consciente de cuándo han cesado las voces. Me siento orgullosa de mi misma.

Miro hacia la derecha y veo que Dafne y las gemelas se han parado en el mismo sitio donde las he visto por última vez. En serio, no se han movido ni un paso. No sé de qué narices hablan, pero desde luego que tiene que ser muy entretenido.

Me fijo en el horario escolar que tengo pegado en la puerta desde principios de curso y cojo los libros que necesito para la mañana.

- ¡Qué coño te traes con Damián! ¡Te dije que era mío!- el grito de Kenia me sobresalta. Doy un respingo, sacando la cabeza de la taquilla al mismo tiempo que me doy la vuelta y la veo frente a mí.

- ¿Q... qué?- balbuceo. Mi mente se colapsa. No esperaba encontrarme con Kenia tan rápido después de todo lo que he hecho por esquivarla. Además, su acusación me ha pillado por sorpresa.

- No te hagas la ingenua, zorra. Las dos sabemos que eres poca cosa para él.- Sus palabras no son ni la sombra del desprecio que irradian sus ojos. Me escruta de pies a cabeza.- Ni para él ni para nadie.

Sonríe maliciosa y alza la cara hacia a mí, invitándome a decir algo al respecto. Pensé que Kenia se había vuelto mala por celos o algo así, pero no, la cosa ya no va solo sobre Christian. Ni por Damián, por mucho que quiera hacer creer eso. Lo que estoy viendo, es que eso solo son excusas para joderme con su maldad. Le da igual, si no es Christian, es Damián, y si no, pues ya se inventará otra excusa para insultarme.

Recuerdo el agónico momento del lago, y la sospecha de que ella es la culpable hace que me tiemblen las piernas por el miedo. Miro hacia ambos lados, nerviosa, y me doy cuenta de que ya se ha formado un corrillo de alumnos cotillas a nuestro alrededor. No se atrevería intentar matarme otra vez, hay demasiados testigos.

- No... no sé de qué hablas, Kenia. - intento calmarla.

-¡Puta!- chilla, dándome un tortazo que resuena en todo el pasillo. No lo he visto venir, pero el impacto de su mano es tan brutal que me gira la cara al instante.

«¡Joder!»

Me llevo la mano a la mejilla, sorprendiéndome a mí misma por no sentir dolor alguno. Aunque sí calor. Mucho calor.

-¡Zorra!- vuelve a gritar, y con su grito, me sacude otro tortazo que me gira la cara hacia el otro lado. Esta vez, la inercia del golpe hace que mis propios rizos me azoten la cara.

Y entonces... La siento. Siento el ya conocido calor que anuncia el despertar de la bestia. La maldad brotando en mis entrañas con demasiada fuerza, y mi corazón errático bombeando fluido abrasivo con desesperación.

El calor de la mejilla abofeteada arde en mi mano, y eso es motivo suficiente como para que mi perversa yo quiera tomarse la justicia por su mano. Se revuelve en mi interior, maléfica, propagando su ácido mal por mis venas.

« Mátala.» Ordena en un siseo.

- ¡Ray!- los gritos de Dafne se hacen oír en la lejanía. Seguramente, intentado abrirse paso a toda costa para llegar hasta mí.

Giro la cabeza hacia el frente, mirando a Kenia a través de los rizos revueltos que me caen por la cara. Intento verla con los ojos que la vi alguna vez, con esos que la adoraban por ser la gran amiga que era. Pero el cariño que sentía por ella ya no está. El recuerdo no es suficiente para calmar a mi demonio interno. No esta vez.

-¡Calienta braguetas!

Me regala otro bofetón y, sorprendentemente, mi cara se queda estática. No me muevo, por más impetuoso que haya sido el golpe, he conseguido mantener la cabeza erguida, al frente.

« ¿Ves lo que puedo hacer» se regodea mi yo malvada, haciéndome saber que ha sido ella quien me ha hecho fuerte para absorber este último golpe. « Permíteme, y no volverás a sufrir.»

Por un momento, hasta me parece buena idea. Tanto así, que la opción de darle rienda suelta a mi fiera, no me parece tan descabellada.

«Mátala... Déjame matarla.» me incita.

Y aunque no quiera, estoy segura de que si la mano de Kenia vuelve a hacer contacto con mi cara, mi yo perversa no esperará a que le de permiso. No, para nada. Siento que explotará sin más, que arrollará a todo aquel que se le ponga por delante.

-¡Hija de ...!- grita, al mismo tiempo que su mano se acerca a mi cara a un ritmo vertiginoso.

Cierro los ojos con fuerza. Ni siquiera estoy preparada para verme a mí misma pegando a la persona que en algún momento fue mi amiga, y no saber parar. ¿Y si la mato?

Escucho el golpe seco de la palma de Kenia, pero no siento el golpe. En su lugar, mi oscura yo retrocede cual rata asustada hacia su guarida. Ocultándose de nuevo en la fría penumbra de los sádicos pensamientos que ella misma provoca.

Abro los ojos de golpe, sorprendía, y lo primero que veo frente a mí me deja tan atontada que no sé ni cómo reaccionar ante esta situación.
Alguien se ha interpuesto y ha recibido el golpe de Kenia. Alguien, que ahora tensa todo su cuerpo como si estuviese controlando las ganas de matarla. Ese alguien es Damián.

Lo reconozco al instante. Lo sé. Sé que es él porque sería capaz de reconocer ese perfecto cuerpo en cualquier lugar, en cualquier circunstancia, aunque mi único ángulo de visión sea su espalda a centímetros de mi cara.

-Ray - la voz ahora ya cercana de Dafne me devuelve a la realidad. Según giro la cara en su dirección, veo cómo se lanza a mí para abrazarme.- ¿Estás bien?- se separa un poco, aparta los rizos que mi cara y sus ojos me hacen un escaneo rápido.

Asiento con la cabeza, incapaz de articular palabra. Ahora que Damián ha parado a Kenia y que tengo a Dafne cerca, me siento tan, pero tan débil, que lo único que quiero es desparecer.

-¡Ray!-la voz de Dafne suena lejana. Y no porque ella se haya ido, sino porque, no sé cuándo, he visto oportuno salir corriendo de allí.

No miro atrás; corro y corro enfilando el pasillo como alma que lleva el diablo. Girando esquinas y esquivando profesores mientras escucho sus protestas a mi espalda. Pero me da igual. Lo único que quiero es huir, esconderme, llorar y gritar.

En cuanto llego al baño, me meto en el primer cubículo libre que veo y me encierro a cal y canto. Sé que es un escondite de mierda, pero me sirve. No creo ser capaz de llegar a ningún sitio más lejano sin antes derrumbarme en el camino.

Lloro, lloro y lloro hasta que el sabor de mis lágrimas forma parte de mi propia saliva. Mi respiración es entrecortada, irregular, y el hipo hace de las suyas haciéndome parecer más ridícula de lo que ya soy; ahí, sentada sobre un retrete, con las piernas pegadas al pecho para que nadie pueda verme los pies al entrar, y con la cara enterrada entre las rodillas para llorar bajito sin ser oída.

Y es que todo es tan complicado... Kenia no parará de insultarme y provocarme jamás, y yo no quiero acabar siendo dominada por quién sabe qué cosa que tengo dentro. Soy consciente de que solo tengo dos opciones, y ninguna me gusta. Intentar apaciguar las aguas con Kenia, es una misión imposible. Pero dejarme llevar y aclarar con violencia que la peligrosa de aquí soy yo, me parece terrible.

El chirriar de la puerta del baño me devuelve a la realidad. Encojo aun más las piernas, rezando para que la chica que haya entrado no se percate de mi presencia en el único cubículo que está cerrado. Mis rezos se van a la mierda cuando alguien golpea los nudillos contra la puerta. Trago saliva, nerviosa.

- Sé que estás ahí, flor.-Me quedo tan patidifusa, que termino tosiendo por atragantarme con mi propia saliva.

«¿Qué coño hace Damián aquí? ¿Cómo me ha encontrado?»

Me quedo callada, como si mi silencio fuese capaz de negar mi existencia. Oigo que Damián resopla.

- Vale, no abras la puerta si no quieres- parece molesto.-Te dije que me avisaras si tenías problemas- me recuerda en un reproche.

No sé qué decir, la verdad. Mi mente aún tiene demasiado que digerir, y que Damián esté aquí, al otro lado de la puerta, no me ayuda en lo más mínimo.

- ¿No vas a preguntarme nada?- insiste.

-¿Por qué?- suelto sin pensar, y antes de que él pregunte lo propio, termino de formular la única pregunta que se me viene a la cabeza ahora mismo- ¿Por qué me has defendido?

Se ríe bajito, pero lo oigo, y suena tan nervioso que me dan ganas de abrir la puerta solo por verle la cara. Nunca le he visto nervioso, pero debe de estar igual de guapo que siempre.

- Ains... Flor. Un trato es un trato. Solo tienes que llamarme si tienes problemas.

- Ya. - suelto una carcajada que me sorprende incluso a mí.- ¿Y tú qué coño ganas?

Se queda e silencio unos segundos. Lo justo como para que empiece a pensar que no va a responder.

- Mantenerte a salvo- suelta de pronto. La preocupación que denota su voz me supera. Despierta en mí tantas emociones, que creo que mi cuerpo se queda pequeño para abarcar tanto.

Pero no quiero hacerme ilusiones. No. Mi vida es un puto caos, y Damián no sería algo fácil de encajar en medio de esta negrura. Aún así, me gusta lo que siento cuando hablo con él, sea de la forma que sea.

- Entonces... Si no quiero tener que volver a soportar que te entrometas en mis asuntos, tendré que evitar los problemas- respondo con una burla sana.

Creo que este es el punto medio en el que ambos podemos entendernos. La burla y el sarcasmo son mi campo, donde me escondo y combato las emociones y conversaciones con las que no sé lidiar. Solo espero que Damián no me mintiera cuando me dijo que nos parecíamos más de lo que yo pensaba, y que él perciba mi burla como una salida rápida para hablar del asunto sin dejar que me afecte mucho. Este es mi modo de quitarle peso a los problemas, sazonarlos con burlas tontas, con sarcasmos, así resultan más fáciles de digerir.

Escucho una carcajada que alimenta mi ego: lo ha pillado.

- Vaya, eso tendría que verlo. La verdad es que eres un puto imán para los problemas- su burla es tan sana e inofensiva como lo ha sido la mía, y eso me hace tan feliz...

«Te estás enamorando.» Advierte mi conciencia.

«Eso no es verdad.» Rebato.

«¿Y por qué sonríes como una imbécil?» Contraataca.

Me cago en mi conciencia.

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