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Lo que tengo que hacer por mi amiga

 No he dormido una mierda. Llevo toda la noche pensando en lo que pasó ayer y aún me duele la cara por las bofetadas. Reconozco que, al menos, el dolor de mi cara es peor que los rumores que corriente ayer por los pasillos, y los que corren hoy mientras me deslizo por el internado. Puede que no sea de gran ayuda, pero a mí me consuela; si he sobrevivido al dolor de mis mejillas, puedo sobrevivir a los rumores.

Me arrastro hasta mi pupitre con la cabeza gacha y la vista clavada en el suelo; no me apetece ver a nadie. Tampoco quiero que nadie me vea a mi y ver sus caras de lástima.

Cuando el profesor Ramírez llega al aula, no tarda ni medio segundo en recordamos canturreando que tenemos examen. Todos mis compañeros se quejan por ello, yo, sin embargo, ni siquiera me molesto en dar mi opinión. Bastante tengo ya con mis problemas como para preocuparme por un examen. Voy a suspender, eso está claro.

Ramírez desliza la hoja del examen sobre mi pupitre y me pongo a la tarea. No se me pasa por alto que el chico que tengo sentado en frente aprovecha la oportunidad y se vuelve para mirarme descaradamente. No sé qué es peor, que me miren fijamente, o que disimulen y sentir sus ojos sobre mi espalda como sacos de arena.

Intento no darles importancia. Pero me cuesta todo un triunfo. Sobre todo cuando las voces de mi cabeza empiezan a especular acerca de una posible relación entre Damián y yo. Eso me crispa, me enerva, y espero que no llegue a oídos de mi hermano.

Me centro por completo en el examen.   Traducir cuarenta frases de inglés a español... No será difícil, creo. Aunque ando un poco verde en lo que se refiere a la ortografía española, creo podré aprobar aunque sea con una nota justita.

¿Utilizan la "M" cuando le seguía la "P"? ¿O es la "N"?

«Tampoco. Tanpoco Pronuncio en mi mente, pero ambas me suenan fatal. No lo tengo claro, así que me decanto por la "M" simplemente porque tengo que escoger una.

En cuanto termino de traducir las primeras cuatro frases, me centro de lleno en las tildes. Eso ya es un mundo aparte, raro y complicado. Empiezo poniendo las tildes en las palabras que estoy segura que la tienen, por ejemplo, en las acabas en "ÓN"; camión, avión, corazón, portón....

«Espera, ¿qué?»

No sé qué cojones me pasa, pero creo que me estoy mareando. Veo la tinta moverse sobre el papel, las palabras se desplazan hacia el centro, y se revuelven sobre sí formando una espiral. Cierro los ojos, me estoy mareando. Levanto la cabeza y respiro hondo un par de veces. Cuando los abro, esperando encontrarme la clase dando más vueltas que una peonza, descubro que no, que la clase no se mueve, que lo veo todo claro, que mi mareo se ido tan repentinamente como a venido.

— Menos mal.— Suspiro en silencio. Pero cuando vuelvo la vista al examen, lista para retomar mi tarea...— ¡Joder! — chillo. La tinta sigue dando vueltas sobre el el folio.

— Silencio Petrova.— la voz del profesor suena contundente. Y me callo. Aunque alucino con lo que veo, me callo como una cabrona.

¿Cómo narices voy a explicar esto?

Me quedo mirando el papel como idiota, ojiplática, observando cómo las palabras se remueven en esa espiral de tinta, y, después, se separan lentamente entre sí. Cada cual parece seguir un rumbo diferente, y no paran, hasta que vuelven a agruparse de nuevo en diferentes zonas del folio. Solo que esta vez, no forman una espiral, sino frases.

«¿Qué cojones?»

Parpadeo innumerables veces durante los segundos que me parecen ver esta locura. Pero parpadeo aún más, y me froto los ojos con saña, en cuanto me doy cuenta de que las frases compuestas ya no son las que he leído en un principio.

— Es imposible.— murmuro incrédula.

— Silencio.— ordenas Ramírez desde su escritorio.

Sacudo la cabeza, como si ese estúpido movimiento me pudiera ayudar en algo. Cierro los ojos, cuento hasta diez, y después, los ojos abro con la esperanza de que esto solo haya sido una mala jugada de mi imaginación.

«Pues no, no lo es.»

Las frases han cambiado. Todo el examen lo ha hecho. Todo, excepto mis respuestas, que, milagrosamente, han vuelto a su posición original.

«No me jodas.»

Esto implica que todo mi examen esté mal. ¡Todo!

Mis ojos vuelan hacia el reloj de pared, y en el mismo instante en el que mi mente procesa la hora marcada, la estruendosa melodía que anuncia el final de la clase retumba en mis oídos.

— Se acabó el tiempo. Dejad los exámenes sobre mi mesa antes de abandonar el aula.— anuncia el profesor.

— Mierda. — farfullo por lo bajo.

Durante el resto del día reboto de aula en aula igual que una pelota de tenis. Mis pies me van guiando por el internado sin que sea consciente de hacia dónde me llevan. Asisto a todas las clases, asiento cada vez que los profesores terminan una frase, sonrío amablemente cuando alguien me habla. Hago todo lo que haría cualquier día normal, solo que no es normal. No es normal lo que me ha pasado con el examen de español.

Cuando llego al comedor veo a Dafne acercarse a mí con una bandeja de comida en cada mano. Me sonríe y me entrega una de ellas.

— Toma, esta es la tuya. Me he adelantado.

— Gracias. — musito. Le dedico una sonrisa para que no sospeche que me encuentro fatal.

Nos arrastramos hasta nuestra mesa de siempre, y me sorprendo al ver que no están ni las gemelas ni mi hermano.

—¿Dónde están?

— El profesor de álgebra tiene castigadas a las gemelas. Chloe me ha enviado pasado una notita en el cambio de clase para que le guardemos unas galletas.— ríe Dafne.

— Auch. Eso escuece.— opino. Todos sabemos lo cruel y severo que puede ser el profesor Miller.

Dafne se sienta a mi lado, y aunque sé que está aquí, a centímetros de mi, la siento súper ausente durante la comida. La escucho reír de vez en cuando por lo bajo, y sospecho que es lo que ocurre.

Me sorprendie verla colorada como un tomate, tiene las mejillas encendidas y una sonrisita tímida en los labios. Axel. Está coqueteando con Axel de lado a lado del comedor.

— Joder Dafne. Haz el favor de ir a su mesa de una vez.— la animo.— Come con él, venga.

—¿Qué? Ni hablar. No voy a dejarte sola.— sentencia.

Frunzo el ceño, desvío la mirada hacia Axel, y veo que él tiene la misma cara de tonto enamorado que ella.

«Ay madre... Ni yo misma me creo lo que voy a hacer.»

Cojo mi bandeja, me levanto y, haciendo caso omiso a los improperios que me suelta Dafne a la espalda, enfilo el comedor hacia la mesa de Axel y... Damián. Joder, lo que tengo que hacer por mi amiga.

A medida que me acerco a la mesa, y el repiqueteo de los zapatos de Dafne me alerta de que se acerca, mi mirada oscila entre Axel y Damián. Axel sonríe, feliz como un crío porque ve que su chica se acerca a su mesa, y le golpetea el brazo a Damián para que nos mire. Y Damián.... Madre mía. Parece escandalizado. Sus ojos se abren como platos, más y más a cada paso que avanzo hacia él.

Siento la mirada de todos los presentes en el comedor sobre mi pequeño cuerpo, y creo que Damián también, porque mira hacia todos lados como si no diese crédito de lo que ve.

«— ¿Ves? Te dije que estaban juntos. Me debes cincuenta pavos.»  Oigo un murmullo en mi cabeza, una voz lejana que resuena solo en mi mente. No sabía que hubiera apuestas sobre la relación de Dafne y Axel, está claro que están juntos, todo el mundo lo sabe.

«Que Petrova y Foster se sienten juntos no quiere decir que estén saliendo.» Mi cabeza imita el ruido de un disco rallado. ¿Damián y yo? ¿Apuestas por una relación? ¡No!

Me quedo estática, clavada en el suelo, y si no fuera porque Dafne llega hasta a mi y me empuja por detrás para atravesar los últimos dos pasos que me quedan para llegar a la mesa, creo que me hubiese quedado ahí plantada todo el puñetero día.

Damián abre la boca como si quisiera decir algo, pero la cierra. Entorna los ojos y mira alrededor con gesto acusador. Si no fuera porque es imposible, juraría que él ha escuchado lo mismo que yo. Pero no, eso es imposible.

— Hola princesa.— Axel se levanta y abraza a Dafne. Le quita la bandeja de las manos, la coloca sobre la mesa y se funde en sus labios.

«Buag.» Contengo una arcada. No por ellos, claro, sino por lo incómodo del momento.

No sé ni dónde mirar, así que mi limito a centra la vista en la mesa. Me siento, planto mi bandeja frente a la de Damián, y me quedo callada hasta que Dafne y Axel se sientan el uno gente al otro.

Yo como en silencio, salvo por algún que otro gruñido que me veo obligada a soltar para que parezca que me entero de lo que habla la feliz pareja. Damián alza la cabeza cada vez que gruño, me mira, pero no dice nada. Parece más incómodo que yo, y eso ya es decir bastante.

Cuando terminamos de comer, Axel acompaña a Dafne a llevarles las galletas que ha guardado a las gemelas. Me propongo a acompañarlos, y creo que Damián pretende irse a dónde sea que quiera irse. Sin embargo, cuando el profesor Ramírez aparece frente a mis narices, Dafne y Axel se despiden, y Damián... Damián se queda conmigo. Alucinante, si. Pero aquí está, plantado a mi lado como si lo que Ramírez tiene que decirme fuese con él.

— Profesor.— saludo incómoda.

— Quería decirte que.... Bueno, no sé qué te ha pasado en el examen, pero es desastroso.— asegura. Cierro los ojos y respiro con dureza. Lo sabía.— Sin embargo, dado los problemas que has tenido últimamente y lo difícil que ha sido todo para ti, te propongo recuperar el examen.

— ¿De verdad?— pregunto incrédula.

— Por supuesto. Entiendo que has tenido unos días difíciles, ya sabes; el accidente, la pelea en el pasillo...— explica.— Pero relájate, no lo harás esta semana. Será el próximo miércoles y, hasta entonces, acudirás todas las tardes a la biblioteca para estudiar. Es una condición.—concluye.— Quiero ver un sobresaliente señorita Petrova. Sé que puedes. Además, tendrás ayuda para resolver tus dudas.

— Va... Vaya. Gracias. ¡Muchísimas gracias!— me retuerzo los dedos por la emoción. Sino fuera porque Ramírez es un profesor y tengo a Damián aquí pegadito, creo que saltaría al cuello de Ramírez y lo espachurraría de un abrazo.

Al finalizar las clases acudo a la biblioteca para estudiar. Ramírez me ha dicho que tendría ayuda, pero con la emoción se me ha olvidado preguntarle que a qué se refería. Supongo que lo que quiere es que vaya en su busca en caso de duda.

Me consuela saber que los alumnos que estan aquí, encerrados en esta inmensa sala plagada de grandes historias y libros informativos, seré como una chica invisible más. Aquí solo entran los empollones, la gente formal que intenta pasar desapercibida. Justo los que evitan los chismes, sean cuales sean. Aquí estaré a salvo, lo sé.

La joven bibliotecaria me saluda con una sonrisa cálida al entrar. Creo que la llaman Smith, no me acuerdo bien. Hace tanto que no vengo aquí, que la verdad es que ya ni me acuerdo de dónde está cada sección.

Merodeo por la biblioteca en silencio, sorprendiéndome por ver la mayor parte de la multitud en la sección de ordenadores. Ojeo las pantallas a mi paso, y me disgusta lo que veo. Es irónico que vengan a la biblioteca para enredar en un ordenador, debería de caerseles la cara de vergüenza. ¡Ni siquiera están estudiando o buscando información! Están en redes sociales, viendo películas o jugando al solitario.

— Petrova.— susurra una voz femenina a mi lado. Giro sobre mis talones y me encuentro con Smith.— Esto ha cambiado un poco, pero tú sección preferida sigue donde estaba.— sonríe con dulzura y se va de nuevo a la recepción.

Hace un año que no entro aquí. Para ser exactos, desde que mis padres murieron. Y la verdad, ahora que siento la calidez del lugar abrazado mi cuerpo; ahora que puedo palpar la magia de todas las historias ocultas bajo capas de polvo, no sé por qué no he vuelto a entrar aquí. La biblioteca siempre ha sido uno de mis refugios. Siempre he recurrido a ella, a sus increíbles historias. Pero, quizá, la razón es que hace tiempo que finjo ser tan fuerte, que ni yo misma me he concedido el privilegio de volver a pensar en refugiarme en ella.

Me arrastro hasta la zona donde tanto me gustaba estar años atrás: la sección de literatura fantástica. Sus estanterías polvorientas dan la sensación de abandono, como si nadie visitase esta sección. Incluso la moqueta rojiza parece estar cubierta de un fino manto ligeramente grisáceo.

Supongo que yo era una de las pocas personas que visitaban aquella sección. Y cuando dejé de hacerlo, nadie cubrió mi puesto. A pocos de mis compañeros de clase les gusta leer, y a los que sí que les gusta, optan normalmente por leer historias basadas en hechos reales. Incluso a mis padres, quienes me acompañaron la última vez que estuve aquí.

Me acerco hasta la última fila de estanterías, y en la tercera empezando por la derecha, mis dedos recorren con nostalgia el lomo polvoriento de una de las últimas novelas que leí. Este pasillo, este libro... simbolizan un mar de recuerdos.

Ya ha pasado un año, sí, pero se siente como si solo hubiesen pasado unos días desde que papá me vio coger este mismo libro, y me dijo que la fantasía solo me llenaría la cabeza de tonterías. A mi lado, mama defendió mis gustos por este tipo género diciendo que "para historia real, ya está la propia vida. La fantasía siempre te permitirá escapar a otro mundo."

Es triste, muy triste, pero ese es el último recuerdo que tengo de ellos. Tras aquella tarde de visita en el internado, no los volví a ver. Jamás llegaron a casa. Si no hubiesen querido sorprendernos a Mik y a mi con una visita, no habrían viajado en un avión averiado, condenado por la dejadez de sus incompetentes mecánicos. Ellos seguirían vivos; Mikael seguiría siendo un chico normal y corriente, en lugar de un hermano protector; y yo, seguiría siendo la chica ejemplar y aplicada en los estudios que se he sido, en lugar de lo que loca petarda que soy ahora.

Me doy cuenta de que estoy llorando, cuando el sabor salado de una lágrima extraviada muere en mis labios. Cierro los ojos con fuerza. No quiero llorar otra vez. No puedo volver a hundirme en el lodo de la tristeza y la desesperación. Dejo el libro en la balda en la que estaba y me limpio las lágrimas con el dorso de la mano.

— No deberías perder el tiempo leyendo tonterías.— me sobresalto al escuchar la voz de Damián a mi espalda.

«¿Qué coño hace él aquí?»

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