¡Lo he tirado por la ventana!
Siento una ligera brisa acariciándome la cara. Destemplada, subo la colcha hasta cubrirme los labios, entreabro los ojos y miro hacia la ventana, descubriendo que está abierta. Esta de par en par, y la cortina cae peligrosamente tirante hacia un lateral, atrapada entre el cristal y la pared. Aún es de noche, así que no puedo ver más allá de lo que la luz de la luna me permite.
¿Qué hora es?
Adormilada, estiro la mano y palmeo la mesita de noche y enciendo la lámpara. En cuanto se hace la luz, pehobtal grito que casi se me sale el corazón del pecho.
— ¡Joder!
Damián está aquí, sentado en la silla de mi escritorio. Con una sonrisa burlona en la cara y vestido con un chándal negro. ¿Qué narices hace en mi habitación? ¿Cómo sabe cuál es mi habitación?
— Buenos días.— anuncia con voz cantarina. Si cara refleja la inocencia de no haber sido el causante de mi susto.
Aún sin poder hablar y siendo presa de mi desconcierto, veo que se levantar de la silla y va directamente hacia mi armario. Se detiene frente a él, me dedica una mirada rápida, y, sin pedirme permiso alguno, abre la puerta. Un largo silbido sustituye lo que sea que tenga que decir acerca de mi desorden.
— ¿Qué cojones haces aquí y quién te crees que eres para invadir mi intimidad?— bufo. Me levanto de la cama y me acerco rápidamente a cerrar el armario.
Damián se ríe, pero no dice. Vuelve tras sus pasos y se sienta en mi cama.
— En serio, ¿no te resulta difícil encontrar las cosas entre todo ese desorden?— señala mi armario con la cabeza.
— Mi desorden está perfectamente ordenado.— ladro.— ¿Y bien? Ahora que has invadido mi intimidad y hasta te has atrevido a hacer un comentario al respecto, ¿Me vas a decir qué coño haces aquí?
Damián sonríe de medio lado, se acerca hacia mi escritorio y coge mi chándal del internado. El cual, por cierto, yo no dejé ahí ayer.
— Te dije que te enseñaría a luchar, ¿cierto?— sacude el chándal frente a mi cara.— Pues venga, a correr sea dicho.
— ¿Qué? ¡Estás loco! Ni siquiera es de día.— mi mirada vuela hacia el despertar de la mesilla de noche.—¡Son las tres de la madrugada!
¿Es que este tío no duerme?
Lo miro esperando encontrar aunque sea una pizca de cansancio en su preciosa cara cincelada, algo que me indique que puedo tirar de ese hilo y convencerlo de que es demasiado pronto hasta respirar, y que él también está agotado. Pero el puñetero está perfecto, fresco y más despierto que a la hora de comer. ¡Está como una puta rosa!
Sin embargo, yo... Estoy hecha un asco.
Gracias a todo lo que me contó ayer, me pasé toda la noche comiéndome la cabeza, dando vueltas en la cama y sin poder pegar ojo. Ni siquiera sé cuándo me he quedado dormida.
— Ni lo sueñes.
Damián frunce el ceño, se yerge en su totalidad, y, aun con mi chándal en la mano, cruza sus fuertes brazos sobre su pecho. Me obligo mantener la vista en su cara y su ceño de cabreo, evitando distraerme con el volumen de sus tentadores brazos. Pero... Joder ... Si es que todo él es una distracción.
— Está bien... Tú lo has querido; te abandonaré a tu suerte. Dejaré que Lucy haga que Kenia te reclute.— su tono es de total indiferencia, y encima lo refuerza con un encogimiento de hombros. Deja mi chándal sobre el escritorio y se dirige hacia la ventana.
Lo miré un tanto inquieta. Ya no solo por lo que acaba de decirme, sino porque se está subiendo a la repisa de la ventana, y parece totalmente dispuesto a saltar. Vale que mi habitación esté en un primer piso, pero aun así es una altura mas que suficiente como para partirte una pierna.
Un momento... ¿Ha entrado por la ventana?
Antes de que pueda preguntar nada, Damián me mira por encima del hombro.
— Aunque... creo que te convendría saber que ya sé la razón por la que te hizo fuerte. Ya sabes, la razón por la que despertó tu lado inmortal. Joder...— suspira.— No sé cómo no recordé lo mucho que le gusta jugar.
— Ilústrame.— intento enmascarar mi miedo a través del sarcasmo. Damián gira por completo hacia a mi.
— Oh, ¿En serio?— se burla. Ladea la cabeza y me mira con un aire desafiante. Yo, acentúo mi cara de pocos amigos y reprimo las ganas de gritarle que se deje de juegos.
Me molesta que se haya atrevido a entrar en mi habitación, que haya hurgado entre mis cosas (porque mi chándal no ha salido solo del armario, claro está), que me despierte tan temprano, y encima tenga la poca vergüenza de burlarse de mí cuando no me he quitado ni las legañas de la cara.
Será todo lo ángel que él quiera, pero sigue siendo un capullo.
— Damián.— advierto en un siseo. Avanzo hacia él, tomándome unos segundos de espera entre paso y paso, y con las manos cerradas en puños cayendo a ambos lados de mis caderas.
El condenado sonríe divertido y se sienta en la repisa, dejando toda la espalda expuesta al exterior.
«Peligrosa posición...»
Si sigue jugando con mi paciencia, no respondo de mi. Me quedo frente a él, cerca, pero no pegada. Lo justo para sentir el calor de su cuerpo emanar de la tela de su pantalón de chándal, y acariciar mi piel a través del horroroso pijama de felpa que llevo.
Joder... Es verdad, es horroroso; azul cielo con unicornios blancos y arcoiris de colores... No sé en que pensó mi madre cuando me regaló esto, pero es el último regalo que tengo de ella.
Mientras su sonrisa de estúpido sigue ahí, intacta, me cruzo de brazos y avanzo un paso más. Un paso que me lleva a estar entre sus piernas despreocupadamente abiertas.
El muy guarro me mira de pies a cabeza, con un aire lascivo mientras contiene una carcajada mordiéndose el labio inferior.
En cuanto termina de escanear mi cuerpo, sus ojos encuentran los míos y, con todo su encanto seductor, acerca su cara a la mía, rozando nuestras narices.
Me estrezco al sentir su tacto. Se me acelera el pulso, se me tensa el bajo vientre, y un hormigueo extraño me cosquillea los dedos dedos de los pies. Sin embargo, no sé ni cómo, me mantengo firme y achaco todos estos síntomas a la evidente invasión de mi espacio personal.
— Pudo matarte en el lago y no lo hizo... ¿Por qué?— por cada palabra, si cálido aliento golpea mi cara y sud labios acarician los mios. No sé si lo hace aposta, evidentemente, sí, pero por cada vez que sus labios rozan los míos, se me eriza la piel de todo el puñetero cuerpo. Anticipándose al beso que, en lo mas profundo de mi ser, allá donde el orgullo no puede acceder, me muero de ganas tener.— Muy sencillo: está jugando. Está permitiendo que seas testigo de tu dolor y que experimentes la impotencia. La muy cabrona quiere que sufras y que tu alma se llene de rencor. Y cuando eso ocurra, flor, cuando no tengas nada por quien luchar y mantener ni un ápice de humanidad, estarás tan podrida por dentro que te unirás a ella por voluntad propia.
Siento miedo ante sus palabras, pero consigo reprimir el grito y la expresión de horror que amenaza con delatar mi miedo, y alzo más la cabeza, creyéndome valiente.
— Pues aquí estoy... — desafio.—Con un tatuaje extraño y miles de voces rondándome la cabeza. No me he vuelto loca, y muchos menos lloro por las esquinas para que alguien me salve.
Damián ríe a carcajadas, y su risa, colándose a través de labios entreabiertos, retumba en mi pecho. Es una sensación maravillosa. Una sensación que consigue casi alargar el miedo atroz que ha instalado en mí tras lo que ha dicho hace un segundo.
— No, no lo entiendes...— articula calmando su risa.— A estas alturas, hasta yo sé que la forma de joderte no es ir directamente a por ti. Kenia ya sabe que te importa una mierda tu integridad física. Así que, con total seguridad, sé que te atacará por otro lado...— danza las cejas como si me estuviese retando a adivinarlo. Ante mi silencio, añade una especie de pista. —Te confesaré mi lema...— se acerca un poco más a mi, pasando de rozarme los labios y, casi pegar los suyos a los míos. Por suerte, no.es un beso, sino una cercanía entre.a y muy incómoda.— No querer, para no perder...
¿Joderme por otro lado? ¿No querer, para no perder?
No me hacr falta meditarlo más de dos segundos. Yo no tengo nada que me duela perder, nada, salvo dos personas verdaderamente importantes. Mis pilares, mi familia... Dafne y Mikael.
Frunzo el ceño mientras siento la rabia y el miedo entremezclados en mi garganta.
— Eso no pasará.— aseguro en un siseo.
— Claro que no.— afirma. Está tan serio, y su voz contiene tanta decisión, que casi parece estar comprometido con ello.— ¿Sabes por qué? Porque tú lo vas a impedir. Así que ponte el chándal, y baja para empezar tus entrenamientos de una vez.— concluye.
No me gustó la manera en la que su voz cambia de parecer comprenderme y apoyarme respecto a mi hermano y a Dafne, a literalmente ordenarme ponerme el chándal. Pero si tengo que ser sincera conmigo misma, entonces debo de admitir que obedecerle es mi única opción de salvar a mi hermano y a mi mejor amiga. Y si eso implica joderme, madrugar, sufrir haciendo deporte y después fingir ante ellos que no ocurre nada... Pues que así sea, ¡Joder!
— Estoy preparada.
— Si... Ya lo he oído. Ha sido una meditación bastante interesante.
— ¡Qué!— gruño. Y antes de que pueda pensar lo que hago, la rabia de saber que acaba de invadir mi mente, me hierve en la sangre de t manera, que terminó haciendo una locura: lo empujo.
Lo empujo con todas mis ganas, y cuando me doy cuenta de lo que acabo de hacer, ya estoy viendo a Damián cayendo de espaldas por la ventana. ¡Ay, madre!
Me asomo rápidamente, con el corazón en un puño y un grito de horror atascado en mi garganta.
Damián cae hacia atrás como un saco de arena, y cuando está a poco más de un metro del suelo y pienso que el golpe será bestial, da un ágil giro en el aire y cae sobre sus pies con la misma perfección que un gato; sin esfuerzo, elegante y firme. Mira hacia arriba, encontrándose con mi cara de espanto, y suelta un resoplido de claro cabreo.
— Lo... Lo siento.— balbuceo.
— No te preocupes... flor.— dice muy tranquilo. Demasiaaado tranquilo. Tensa un poco los labios, dibujando una sonrisa socarrona que me hiela la sangre.— Baja para empecemos a entrenar.
Soy lo bastante tiran como para haberlo tirado por la ventana, si, pero, irónicamente, soy lo suficientemente inteligente como para saber que, con ese "baja para que empecemos a entrenar" acaba de amenazarme.
Si es que en el fondo me lo merezco... ¡Lo he tirado por la ventana! ¡Por la ventana!
En cuanto mis pies tocan el césped y mis manos se despegan de la tubería por la que me he deslizado, me vuelvo hacia Damián sin poder mirarlo a la cara. Mis deportivas de correr son super chulas, vaya.
— Oye... Respecto a lo de la ventana...— intento excusar mi actitud, pero Damián me interrumpe.
— ¿Te refieres a lo de empujarme a traición por la ventana?— su tono mezcla el rencor y la diversión. Es una mezcla extraña y, sin duda, bastante inquietante.— No te gusta que te lea la mente. Tranquila, lo he captado.
Me sorprende que hable de ello como si no tuviese importancia. De hecho, no termino de creer que no esté cabreado. Pero, ahora mismo, creo que lo más lógico es cambiar el tema de conversación y revolver la mierda que supone mi hazaña.
Camino tras él en silencio, mirando a cualquier sitio que no sea su espalda. Para cuando quiero darme cuenta, me sorprendo habiendo salido del recinto del internado, y adentrándonos en el bosque.
— ¿Dónde vamos?— me esfuerzo en parecer tranquila.
— No muy lejos de aquí hay una pequeña explanada que he estado preparando durante la noche.— explica.
— ¿Has hecho una explanada?— exclamo incrédula. No me imagino a Damián con una camisa de cuadros en plan leñador, trabajando como un loco.
— Claro, flor... ¡Viva la tala de árboles!— exclama sarcástico.— La explanada ya estaba ahí, bestia. Solo la he preparado para que puedas entrenar en ella.
Avergonzada por mi disparatada conclusión, asiento y sigo caminando tras él en silencio. Caminamos cerca de veinte minutos, hasta que de pronto, se para y se vuelve hacia a mí.
— Ven.— dice y aparta las ramas de un pequeño arbusto que a su lado.
Me acerco y me coloco a su lado. Solo cuando lo veo, escuch el murmullo del agua. No sabía que hubiera un río ahí, pero claro..., ¿Cómo iba a saberlo si merodear por el bosque jamás ha entrado en mis planes?
Es estrecho y poco profundo, puedo cruzarlo sin problema, pero seguro que me mojo hasta las rodillas.
— La explanada está al otro lado.— informa.
Suspiro. Me dispongo a dar el primer paso, pero, antes de que pueda darlo, Damián suelta una risita, enreda las manos en mis muslos y me cuelga de su hombro como si fuese un saco.
— ¡Joder!— chillo sobresaltada. No me.lo esperaba en absoluto, pero dadas la veces en la que ha hecho este mismo gesto, la idiota soy yo por mi haberlo visto venir.
— Agárrate bien.
¿Qué me agarre... dónde? ¿Por qué? ¿Qué piensa hacer?
En cuanto siento la fuerza con la su brazo me sostiene por los muslos, creo que me hago una ligera idea de sus intenciones. Cuando él flexiona las piernas, y mi cara se queda a escasos centímetros del suelo, la ligera idea pasa a ser una clara idea de lo que va a hacer. Enredo mis brazos alrededor de su cintura, entrelazando mis manos en su vientre con toda fuerza que puedo. Y... Salta.
En cuando veo que el suelo de aleja de mi a toda mecha, pego la cara a su lumbares y cierro los ojos con fuerza.
-— Flor.— murmura.— Ya puedes soltarte.
Dudo. Dudo porque no he sentido cómo hemos caído al suelo de nuevo. Ni siquiera un mínimo rebote al encontrar tierra de nuevo. Sin embargo, sé que estamos en tierra firme porque ya no siento el cosquilleo en el estómago y el brazo de Damián a pasado de ser un agarre fuerte, a una suave sujeción de seguridad.
Cuando me siento preparada, libero a Damián de la prisión de mis brazos y él me baja al suelo con cuidado.
— Eso... a... ¿Has saltado?
— Aja.— Damián lo afirma como si no hubiese pasado nada del otro mundo. Claro, nada fuera de lugar en su mundo.
Ver a Damián sentirse tan natural, me lleva a pensar que sé muy poco acerca de su mundo. Sé que tiene alas, que es un ángel caído y... nada más. Eso, nada más. Y estoy plenamente segura de que me conviene saber más sobre él, su mundo, y, más que nada, sobre esa tal Lucy y Kenia.
— ¿Cómo se supone que puedo ganar?— pregunto atropelladamente.
Damián frunce el ceño un segundo, supongo que preguntándose de dónde me vienen ahora las prisas.
— En realidad es muy difícil matarlas. Los demonios, los celestiales y los ángeles caídos, solo pueden matarse entre sí. Los humanos no tienen ese poder espiritual.
— ¿Pero qué mierda de solución es esa, Damián?— gruño. Esta no es, ni por asomo, una solución que pueda ayudarme en nada.— Quiero que deje de reclutar humanos, quiero que desaparezca, quiero que... — y entonces algo de lo que Damián ha dicho, me desconcierta por completo. ¿Cómo coño se supone que voy a matarla? No soy ninguno de los seres que has mencionado. ¡Soy una simple mundana!
— Despertó tu lado inmortal, te dio poder y poco a poco estás dejando de ser humana, ¿recuerdas? Cree que no podrás ganarle y eso te hará sentir impotente.— Damián me dedica una mirada que no sé descifrar, pero que se me antoja como una promesa oculta.— Lo que ellas no saben es que te voy a entrenar.— me guiña el ojo.— Solo creen que te defiendo porque se supone que creo que eres una humana aun. Que jamás me atrevería a contrarte todo lo que ya te he contado.
— ¿Y por qué piensan eso?
Damián resopla. No sé si cansado o incómodo.
— Se supone que no puedes saber nada, que no puedo protegerte cuando ya no eres humana, y que mi única opción es intentar llevarte por el lado menos oscuro desde mi posición de ángel caído.
— Vaya... Pues te has saltado todas las normas.— escupo sin pensar. Y es que es verdad, se ha saltado todo lo que se supone que no deberia de haber hecho.
Pero... ¿Por qué?
Damián de encoge de hombros, gira sobre sus talones y empieza a caminar a campo a través.
— Soy un caído, flor, hace siglos que no soy celestial. Tampoco pretendo creer que me ganaré su perdón por cumplir absurdas normas de antaño.
Su perdón me es indiferente, y la ira de Lucy me trae sin cuidado. Supongo que me va la marcha.— en esta última frase, me mira por encima del hombro y danza las cejas con picardía.
Esbozo una sonrisa tonta.
— Entonces tu...— me cuesta digerir lo que acaba de decirme. Básicamente, me está confesando que me ayuda porque le da la gana, no porque deba hacerlo, y que para colmo, protegerme puede meterle en problemas.
Me siento aún más culpable por haberlo empujado por la ventana.
— Si te hubieras mantenido al margen... si el día que te salvé de Kenia en la tienda de ropa, me hubieses dicho la verdad, o el día que no fui a tu habitación para explicártelo todo, te hubieras quedado quieta en lugar de ir a la discoteca, me hubiera saltado otra de las normas que indica que no podemos hacernos daño el uno al otro para interferir en nuestro objetivo, y me la hubiese cargado allí mismo.
Me doy cuenta de que él no tiene la culpa del lío en el que me he metido. De que él ha intentado mantenerme al margen y que he sido yo solita quien ha terminado por arruinarse la vida a sí misma. Suspiro verdaderamente frustrada. Ahora estoy en serios problemas por mi culpa, y Mikael y Dafne también.
— Axel se encarga de ellos, no te preocupes.— Nuestras miradas se encuentran, y una sonrisa sincera que ne derrite el corazón como mantequilla. Ay, madre... Nunca había visto una sonrisita tan sincera, bonita y tierna en esa perfecta cara cincelada de chico malo.— Vamos, no queda mucho.
Me alegro de que Damián no me haya engañado; en menso de dos minutos, estamos frente a una explanada inmensa.
No estoy segura de lo que interpreta Damián por "pequeña explanada" pero estoy segura de que no tiene el mismo concepto que yo.
Avanzamos hacia el centro de la explanada, y, a medida que nos acercamos al centro, vislumbro varios objetos que, haciendo las veces de obstáculos y simulando una pista militar de entrenamiento, reconozco al instante. Si no me equivoco, pertenecen al internado. Y... Dudo mucho que e internado nos haya decido nada para montar esto.
— Solo los he cogido prestados, flor.— Damián suelta una vaga excusa ante mi mirada acusadora. Se encoge de hombros.— Los devolveré cuanto termines todos tus entrenos.
En fin... No puedo enfadarme aunque nos pillen y me acusen de cómplice de robo. Él me está ayudando, saltándose las normas de su... ¿Religión? No sé ni cómo llamarlo. Pero lo único que sé, es que lo mínimo que puedo hacer es estarle agradecida.
Sacudo la cabeza y me centro en la super pista de entreno que ha preparado Damián para mí. Miro hacia los lados, siendo incapaz de vislumbrar dónde empieza o dónde termina. Atisbo una serie obstáculos y, separaciones mediante conos de colores, que me indican cuales serán las zonas de correr, reptar, escalar... Y un sin fin de actividades físicas que, sin duda, me van a dejar destrozada.
Arrugo la nariz ante la idea de tener que hacer esto las mañanas.
— Tendré que hacer esto bastantes veces, ¿cierto?— Damián ríe bajito a mi lado, se cruza de brazos y me mira unos segundos.
— No corras tanto, flor. De momento no. Lo primero que tenemos que saber es cuánta resistencia tienes.
— ¿Resistencia?
— Resistencia, aguante, fondo... Como quieras llamarlo.
— Genial...— ni siquiera finjo entusiasmo.— Lo que me estás pidiendo es que corra hasta que ya no pueda más y supere mis límites cada día.
— Vaya. — ríe con asombro.— Dicho así, parezco un cabrón. Pero sí, es justo lo que harás. Vamos.
Damián camina hacia la derecha, hasta uno de los extremos de la explanada. Veo como se acerca a una silla y se agacha para coger una bolsa de deporte tirada al lado.
Damián la abre, y cuando llego a su lado, veo que saca dos pequeñas tobilleras azules que se cierran con velcro. Sin decir ni una palabra, se arrodilla frente a mí, las abre y las cierra alrededor de mis tobillos.
Me quedo desconcertada en cuanto me siento algo más pesada de lo normal, como si me hubiesen añadido un peso extra en los pies. Entonces sé que no son simples tobilleras, sino pesas.
— No puedo.— me apresuro a decir.
Damián se levanta,enarca una ceja incrédula y salta:
— Pero si no te has movido aún.— tiene razón, mierda.— Tienes que poder. Acostúmbrate a ellas porque las llevarás durante todo el entrenamiento, hagas el ejercicio que hagas.— explica con simpleza, así, como quien no quiere la cosa.
— Pero...
— Son las menos pesadas del mercado, flor.— se queja con voz cansada.— No sea blanda y echa a correr.
Frunzo el ceño en respuesta, no me gusta que me hable así. Y justo cuando me dispongo a dejárselo claro, Damián se cruza de brazos y adopta una expresión muy seria.
— Creo que necesitas un incentivo.— ahora soy yo quien arquea una ceja, interrogante.— Por cada vez que lo hagas bien...— ronronea y se acerca peligrosamente a mi. Trago saliva, nerviosa a más no poder.— Te daré un besito.— Danza las cejas con verdadera gracia.
Me atraganto con mi propia saliva. ¿Acaba de ofrecerme besos como premio? ¡Ay madre! ¡Pero será egocéntrico!
Si, soy consciente de aue me muero de ganas de que me bese, pero ni de coña pienso dejar que lo sepa. Es más, espero haber disimulado el rubor de mis mejillas.
— Creo no tienes ni idea del significado de "incentivo". Debería de ser un premio, no un castigo.— señalo con toda la firmeza que puedo.
El muy puñetero sonríe socarrón. Acerca aún más su cara a la mía, roza su nariz con la mía en un claro saludo esquimal y, con un destello pícaro en la intensidad del vivo celeste de sus ojos, me pincha:
— Tu misma: si quieres retorcer el juego, lo haremos así.— me guiña el ojo, se aleja de mí un miserable paso y anuncia.— Por cada vez que lo hagas mal, te castigaré con un beso. Así que... Corre, flor, corre.
Será cabrón.
Estoy segura de que se piensa que no podré correr mucho, y que por eso me impone ese castigo. Lo cual, por cierto, no es ningún castigo. De hecho, si o fuera porque sé que hay demasiadas vidas en juego, haría el vago solo para conseguir mi tentador "castigo".
— Como no empieces a correr, voy a pensar que eres un poco masoquista.— sujeta con retintín.
Y corro. Corro como nunca antes lo había hecho. Doy vueltas a la dichosa explanada, (gigante, por cierto) sin dejar de pensar en todo lo malo que podría ocurrir si no me entreno lo suficiente como para aprender a proteger a Dafne y mi hermano. Corro siendo ese el único pensamiento que me otorga fuerzas. Corro utilizando la rabia como combustible para mi cuerpo. Corro hasta que, igual que un coche averiado con el depósito lleno, caigo rendida en la húmeda hierba de la explanada.
— ¡Mierda!
Un grito que me desgarra los pulmones y duele en la garganta, sale sin previo aviso de entre mis labios. Reconozco la sensación, por desgracia, no es la primera vez que la siento. Esa mezcla asquerosa de odio, miedo, querer y no poder... Puta impotencia.
Sí, eso es. Impotencia por ser consciente de que, por mucho que quiera seguir, aquí está mi límite.
Veo a Damián al otro lado de la explanada, sentado en la silla. Se levanta y avanza hacia a mí, sonriendo con una nota de orgullo. La rabia aún late con fuerza en mis entrañas, así que no entiendo a qué viene esa sonrisa que trae en la cara. Ah... Si: el beso de castigo.
Mi vientre se tensa y mi corazón se detiene. Sé que parte de mi muere por ese beso, por sentir sus labios y olvidar que es un pelín capullo. Pero la decepción de saber que mi rendimiento es una mierda, me apaga por completo.
Cuando Damián llega a mi lado, yo aún no he recuperado el aliento.
— Vaya...— suelta un silbido de admiración.— Tienes más resistencia de la que creía.
— No tengo una mierda.— bufo. Con la mirada clavada en el suelo, me yergo y respiro hondo. Me arden los pulmones, las piernas, el pecho... Todo.
— Flor.— desliza la mano bajo mi barbilla y me obliga a mirarlo.— ¿Cuánto crees que llevas corriendo?
— Pues una mierda.— ladro.
De pronto, Damián alza aún mas mi cara, obligándome a mirar al cielo, y haciendo que los primeros rayos de sol me den de lleno en los ojos. Los cierro al instante.
— Llevas horas corriendo, flor.
Está amaneciendo. ¡Llevo cerca de tres horas corriendo! No sé qué cara tengo ahora mismo, pero Damián se ríe como si tuviese cara de chiste.
— Venga, todavía hay tengo tiempo de enseñarte la primera lección.— me suelta la barbilla y mi piel siente el frío de la ausente su tacto.
Abro los ojos de golpe y me pongo la mano a modo de visera.
—¿Esto no era la primera lección?
— No.— se inclina frente a mi y me quita las tobilleras.— Esto solo era una prueba para saber por dónde empezar.
Se levanta y se aleja un par de pasos de mí. Se sienta en la húmeda hierba y da una palmadita a su lado, invitándome a hacer lo mismo.
— La primera lección será aprender a ocultar tus pensamientos. Créeme, intento no escucharte, pero piensas demasiado alto.— se burla.
— Si, claro. Ahora la culpa es mía.— finjo molestia. Lo que provoca que él sonría.
Ains... Otra vez esa sonrisa sincera y tierna.
— La mente humana es desordenada, libre, todos sus pensamientos corretean libremente dentro su mente mientras creen que nada ni nadie podrá saber lo que ocultan dentro de su cabecita.— no se me pasa por alto la burla en su tono.— Pobres ingenuos.
No se lo discuto, vaya. He sido testigo de lo que muchos piensan en estos últimos días.
— Bien, cómo habrás podido comprobar, eso no es cierto. Tanto tú, como Axel y yo, podemos escuchar absolutamente todo lo que piensan. Y Kenia también, por supuesto.
Se me pone la piel de gallina. Había supuesto que ellos también tenían ese poder, pero oírlo de la boca de Damián en una clara afirmación... Me da repelús.
— Pero yo no escucho voces continuamente.
— Porque aún estás desarrollando tus poderes. Créeme, si no aprendes a mantener alejadas esas voces... Te volverás loca. Lo de pensar en cosas positivas solo es una distracción, nada más.
Qué ironía... Lo raro es no haberme vuelto completamente loca después de la charla de ayer.
— Bueno, empecemos. Imagina una habitación muy simple y básica: cuatro paredes y una única puerta.
— ¿Sin ventanas?— bromeo. Pero Damián no parece estar de humor, frunce el ceño.
— Esa puerta estará cerrada para aislar tu mente. Solo la abrirás cuando quieras acceder a la mente de alguien, exponiéndote a que alguno de nosotros pueda aprovechar y meterse en la tuya. Si tienes ventanas, tendrás que hacer un esfuerzo extra para aislarte.— explica.
Vale, si no lo entiendo mal, cuantas menos salidas tenga mi habitación mental, menos entradas tiene; lógico.
— Vale, ahora imagina una habitación; sus cimientos, sus paredes, la puerta... Todo. Imagínala hasta que la sientas real, y sostén esa imagen en tu mente.
Cierro los ojos con fuerza, centrándome por completo en crear una habitación de paredes blancas y una puerta de madera.
— No. Blindada.— dice Damián. Abro los ojos y veo que él los tiene cerrados, parece concentrado en algo. En algo como... leerme la mente.
Por primera vez desde que me enteré de que el condenado me leía la mente, no me enfado, no me sienta mal. Al menos en esta ocasión lo está haciendo para ayudarme. Cierro los ojos y me concentro de nuevo. Imagino una habitación simple y cuadrada. De paredes blancas, y una única puerta, blindada, por supuesto. Imagino cada pared como si fuese real: lisa, dura, fuerte e imponente, alzándose hasta llegar a un techo imaginario igual de blanco y resistente.
— Ahora la puerta.— me dirige Damián.
Obedezco sin dudarlo. Orgullosa de mi misma por no perder la concentración y ver mis paredes reducidas a escombros. Me centro en la puerta: gruesa, irrompible, con la única opción de ser abierta por dentro.
— Bien visto.— escucho la suave risa de Damián.
Abro un ojo para mirarlo. No puedo perderme esa sonrisa ni de broma.
De pronto, Damián también abre los ojos y una mirada impregnada de orgullo encuentra la mía.
— Eres asombrosamente rápida, flor. He de reconocer que a mí me costó todo un día sostener esa imagen en mi cabeza.
Lo miro desconcertada. Abro el otro ojo y su precioso celestes... Arde. Quizá sea cosa de mi imaginación, no lo sé, pero me parece ver un chispa de deseo en ellos.
Y nos quedamos así. Por unos segundos que se me hacen eternos, nos quedamos así, en silencio, mirándonos el uno atroz como dos idiotas que no saben qué más hacer.
Mi mirada se deleita recorriendo la perfección de su cara, sus ojos penetrantes, su cincelada mandíbula, sus...
Y me lanzo.
Sin pensarlo, sin siquiera sopesar la idea de un rechazo, me lanzo a su boca.
Aprovecho la postura de estar sentados en la hierba, y reuniendo un valor que nunca hubiera imaginado tener, me descubro pegada a su cuerpo, de rodillas, mientras mis brazos se enroscan involuntariamente en su cuello, apretándolo contra mi.
Mi boca está ansiosa, desesperada, y mi lengua, como si ya fuese una experta en el arte del beso, se cuela entre sus labios hasta encontrar la suya.
Damián parece pasmado, y no me lleva más de medio segundo darme cuenta de que la vergüenza del rechazo de está instalado en mi pecho. Sin embargo, cuando estoy apunto de apartarme, la lengua de Damián me ataca.
Sus labios se vuelven fieros, salvajes, y su beso es una mezcla de hambre y deseo que me hace vibrar por dentro. Enreda los brazos alrededor de mi cintura, y para cuando quiero darme cuenta, me sorprendo a mi misma sentada sobre su regazo, con las piernas alrededor de su cintura.
Con una mano recorre mi espalda. En una caricia fiera que se encarga de presionarme más hacia su cuerpo. La otra, se clava con dedos férreos en mi nunca y me mantiene ahí, bien pegada a sus labios.
Un gemido exquisito se escapa de entre sus labios, muere en mi garganta, y me atraviesa el vientre en un cosquilleo que me hace explotar. Que despierta en mi a algo que nunca había experimentado antes: poder.
Poder porque saber que ese gemido ha sido culpa mía. Poder de ser yo quien provoca esa reacción. Poder, por sentir la dureza de su entrepierna rozando la mía y... Joder... ¡Qué delicia!
Mis caderas cobran vida. Me contoneo suave, tímida e inexperta. Pero cuando Damián de percata de mi patético intento en busca de fricción, sus manos caen hasta mi cintura, se deslizan en una caricia hasta mis caderas y, con una rapidez y decisión firme, sus manos envuelven mi trasero. Me lo espachurra, pegándome más hacia él. Sin embargo, al mismo tiempo que nuestros cuerpos se juntan hasta casi fusionarse, Damián suelta un gemido estrangulado y detiene el ritmo.
Nuestros labios de separan, peha su frente a la mía, y yo cierro los ojos en cuanto la realidad me golpea. Mi mente vuelve al presente, y me doy cuenta de lo que acaba de pasar.
¡Qué vergüenza!
Su respiración es agitada, cortante, y no es hasta que su nariz acaricia la mía, que me doy cuenta de que me veo patética así, paralizada y con los ojos cerrados, como si así la vergüenza no pudiese atacarme.
Suelta una risita que me envuelve. Si nariz abandona la mía y siento sus labios en mi lóbulo izquierdo.
— Será mejor que nos marchemos, flor.— susurra. El tono cariñoso que emplea me tranquiliza, y cuando sus labios, cálidos y suaves me regalan un beso tierno en la mejilla, casi me derrito.— Vamos.
Holaaa
He aquí un capítulo largo... ¡Larguísimo!
No he querido cortarlo porque creo que son un conjunto de escenas que requerían estar juntas. Creo que este capítulo necesitada la intensidad de todas ellas, y solo espero haberlo conseguido.
También quiero agradecer el apoyo y el cariño a todos mis lectorrs.😍
A los antiguos por seguir aquí, y a los nuevos por darme una oportunidad.
Sois lo mejor😍
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