Estas preciosa flor
La decepción me azota de nuevo, como ya lleva pasando unos días, Damián no ha venido a despertarme para ir a entrenar.
Desganada, llego al comedor con Dafne, Ivana y Chloe, recogemos las bandejas y, al sentarnos en nuestra mesa, instintivamente, miro hacia su mesa, esperando volver a encontrarla vacía. Pero, para mi sorpresa, no está vacía, Damián está aquí. Tirado en la silla como si estuviese viendo la televisión en el sofá de su casa, con los pies cruzados a la altura de los tobillos, y la mirada perdida en algún lugar de su tazón de leche mientras juguetea con los cereales.
Miro a ambos lados del comedor, en busca de Axel. Al ver que no esta, me levanto de la mesa y, haciendo caso omiso a las llamadas de mis amigas me acerco a Damián.
Él ni siquiera me mira, sigue abstraído. Me siento a su lado y se aparta un poco para dejarme espacio. Este gesto me dejs saber que no está del todo sumergido en otro mundo, y aunque ni siquiera me mire ni diga nada, no puedo culparle porque sé que me lo tengo merecido. Yo fui quién lo alejó de mi con mis palabras dañinas.
— Oye...— murmuro.
— No te preocupes por el entrenamiento. Mañana empezaremos de nuevo.— dice con voz seca.
Ay madre, está bastante distante. Esto va a ser difícil. Lo mejor será que vaya directa al grano.
— No, no es eso. Solo quería disculparme por...— lanza un sonoro suspiro que me hace callar.
— No tienes que disculparte.— Se yergue en la silla y cruza los brazos los brazos sobre la mesa. Me mira, forzando una sonrisa. — Tenías razón, no tengo ningún derecho a imponerme sobre ti ni escoger por ti. No somos nada.— la última frase suena a puro dolor.
Le duele.
Me duele.
— Ya, bueno... Según tu hermano y Dafne, si.— intento parecer relajada, intentar romper hielo y acortar la distancia que se ha instalado entre nosotros a pesar de estar sentados el uno junto al otro.
— Mi hermano sabe la verdad, solo le sigue el juego a Dafne.
No sé que responder a eso, y el silencio se hace tan incómodo entre nosotros, que en un intento por distraerme, miro a mí alrededor. Grave error. Me percato de ello en cuanto veo a Dafne, y las gemelas mirándonos sonrientes. A mí hermano, que aunque él cree que mi relación con Damián es cierta, no le gusta mucho la idea de vernos juntos en un misma mesa. Al resto de alumnos, que curiosos como siempre, nos quitan ojo. Y Christian, junto con sus amigos... bueno, mientras sus amigos miran a Damián con rabia, Christian me mira a mí, con asco.
— Pues creo que si antes lo sabía la mayor parte del internado, ahora ya se han enterado todos.— comento, refiriéndome a la cantidad de espectadores que tenemos.
Damián ríe por lo bajo.
— Eso no depende de mí.— murmura.— No soy yo quien decide.
Trago saliva con nerviosismo. ¿Acaso acaba de insinuar lo que creo que acaba de insinuar? Ante la duda, y sabiendo que seguramente pareceré idiota, pregunto:
—¿Qué quieres decir?
A Diferencia de le escapa una pequeña risotada. Sacude la cabeza y me mira de nuevo.
— Vamos flor, no necesitas un mapa.— bromea. Ante mi silencio y más que evidente bochorno, Damián se compadece.— Te molestó que diese por hecho algo que ni siquiera hablamos. Y créeme, te entiendo. Así que... Te lo pregunto ahora, flor.— gira el trasero en el asiento para encararme por completo. Me agarra una mano y entrelaza nuestros dedos.— ¿Quieres salir conmigo?
Mi corazón se salta un latido. ¿Acaba de... de...? ¡Ay! ¡Lo ha dicho!
A pesar de la emoción que atiza por dentro, soy consciente de que estoy aquí, paralizada frente a Damián mientras el espera una respuesta. Creo que se está poniendo nervioso por momentos. Lo sé por la manera en la que sus manos aprietan y liberan la mía de un modo intermitente.
No sé qué decir. Bueno, si, la respuesta está clara: ¡Si! Pero, joder, no sé cómo decírselo. No me salen las palabras y... A la mierda. Se lo diré de la única forma en la que sé que se nos da bien a ambos.
Respiro hondo, me armo de valor y, sin más dilación, enrosco los brazos en su cuello y tiro de él hacía a mi.
Damián de deja hacer, creo que le he pillado por sorpresa. Pero, en cuanto mis labios tocan los suyos, despierta de su estado y me debora la boca.
Yo no me quedó atrás, es más, mi cuerpo reacciona como un experto en la materia; enroscando mis dedos en su pelo mientras mi lengua acaricia la suya, saboreando cada delicioso recoveco accesible.
Sus manos desciende por mi espalda hasta aferrarse en mi cintura, apretándome contra él, así que en cuanto siento ese suave empujón, no dudo en sentarme en su regazo. Le tiro del pelo y me trago sus gemidos, mientras sus labios, fogosos y hambrientos, me deshacen la boca.
— ¡Raysa! — la voz de mi hermano me golpea con fuerza, devolviéndome a la realidad.
Me aparto de Damián suavemente, y él apoya su frente contra la mía. Sonríe.
— Te has venido arriba, flor.— susurra contra mis labios. Deslizo la lengua por mi labio inferior, saboreando los resquicios de su sabor.— Vamos ha ahorrarle un infarto a tu hermano, ¿vale?— asiento, totalmente de acuerdo con nos seguir con esta muestra de amor tan pública.— Tenemos todo el tiempo del mundo, flor.— deja un beso casto en mis labios. Uno que, aunque no sea tan apasionado como el anterior, de siente mejor. Más lleno, más completo.
— ¡Joder, Ray! Pareces un garbanzo duro en la boca de un viejo. ¿Puedes parar? Me estás poniendo nerviosa.— protesta Dafne, viéndome moverme de un lado para otro.
Me detengo porque me doy cuenta de que tiene razón. Estoy inquieta, nerviosa, y ya llevo más de diez minutos andando de un lado otro de mi habitación mientras ella se maquilla frente al espejo de mi armario.
Me siento en la cama y, aunque intento no hacerlo, mi pie izquierdo danza inquieto de arriba a abajo.
— Ray... — me advierte.— Que te estoy viendo por el espejo. ¿Se puede saber qué te pasa? ¡Ni que fuera la primera fiesta a la que vas!
Vale, si, tengo que admitir que estoy demasiado nerviosa y que no es la primera fiesta a la que voy. Pero... Joder, si que es la primera fiesta a la que voy con Damián como novio. Porque... Ay, madre. Aún estoy que no me lo creo.
Respiro hondo e intento tranquilizarme.
— Bueno, ya estoy lista.— anuncia Dafne, mirándose de pies a cabeza en el espejo. Después se gira y esboza una sonrisa triunfal mientras me observa.— Mírate. ¡Estás preciosa!
Instintivamente, mi mirada recae en la chica reflejada en el espejo. Dafne tiene razón, estoy preciosa. Ella siempre consigue potenciar mi lado más sexy.
Me observo y recuerdo la noche en la que descubrí quién era Damián. Iba más menos como ahora; con el gris de mis ojos realizado por el lápiz de ojos negro, y mis rizos cayendo en una controlada rebeldía hacia mi hombro derecho, enredado en una trenza lateral.
Me veo y me siento guapa, no puedo negarlo. Sobre todo, porque además del maquillaje natural, llevo un vestido que no podía ser mejor.
Si... El vestido que, de un modo u otro, me regaló Damián. Porque si, porque aunque lo hubiese pagado solo para salir de aquella tienda a toda prisa, no deja de ser un regalo. Igual que la espada, igual que la vaina para la misma igual que... tantas cosas. Tantos detalles que él ha tenido conmigo, y yo no he tenido nunca ninguno.
He sido una egoísta y una completa imbécil. Y sé que tengo que hacer algo para arreglarlo. Mi comportamiento tiene que cambiar con Damián. Él, a su manera, siempre ha sido bueno conmigo.
Llegamos al gimnasio cerca de una hora antes de que aparecieran el resto de alumnos. Mientras que los que trabajan en el primer turno organizan todo lo necesario para dar inicio a la fiesta y Arthur ajusta el sonido de la música, Dafne y yo nos dedicamos a comprobar que no haya ningún fallo de última hora.
Vemos a Axel y Damián entrar al gimnasio. Cuando ambos se acercan a nosotros y antes de que Axel y Dafne se fundan en uno de sus efusivos besos, Damián me estrecha entre sus brazos y me besa. Es un beso corto, pero impregnado de amor.
— Estás preciosa, flor.— me sonrojo como un tomate.
Escaneo su cuerpo, admirando lo bien que le queda esa camisa blanca con los ceñidos vaqueros negros. Vaya...
— Lo mismo diga.— canturreo, y, esta vez, soy yo la que acorto esos centímetros y le doy beso en los labios.
— Bueno ya vale.— se queja Dafne, fingiendo disgusto.— Tenéis todo el baile para queréis mutuamente así que, ala, será mejor que dejéis algo para el postre.
Los cuatro nos echamos a reír.
La hora que todos esperaban se marca en el reloj digital del gimnasio, y, con ella, una masa enorme de alumnos se aglomeran en la puerta del gimnasio. Al principio todo parece marchar sobre ruedas. Dafne se encarga de dar paso a cada uno de los invitados y su respectivo saludo, y yo, no paro de recoger chamarras y pertenencias en el ropero.
No parece que nos esté lleno tan mal. Para estar recibiendo a otros dos instituciones en nuestro gimnasio... No. No está nada mal. O eso creo, claro, porque en cuanto veo la cara de agobio y estrés de Dafne mientras intenta poner un poco de orden en la entrada, me doy cuenta de que todo va a ser una auténtica locura.
El arco de globos amenaza con caerse varias veces gracias a la poca delicadeza que tienen algunas personas al pasar por él. Las gemelas, en lugar de dedicarse a hacer las fotos que realmente tienen que hacer, optan por posar como un par de famosas junto con cada chico atractivo que entra por la puerta.
Obviamente, no a todo el mundo le gusta su actitud, y hasta me veo obligada a intervenir en un pequeño enfrentamiento entre Ivana y la novia de uno de los chicos con los que se sac la última foto. Por suerte todo queda en unos cuantos insultos y un par de amenazas que espero que no lleven a cabo esta misma noche.
— No sabía que tuviera novia. La culpa es suya que no me lo ha dicho.— se excusa Ivanna.
— Me da igual, Ivana. Compórtate, ¿vale?— bufo, adquiriendo una posición autoritaria que me sorprende incluso a mí.
Ivana pone los ojos en blanco, suspira y se cruza de brazos antes de asentir con la cabeza.
— Como quieras. Pero esto va a ser un aburrimiento si no me dais rienda suelta.
Dicho eso, se marcha hacia la zona habilitada para hacer las fotografías y se dispone a desempeñar su trabajo junto con su hermana Chloe, otra vez.
¡Joder, que estrés!
Al cabo de no más de media hora, Dafne aparece en el ropero. Suspira agotada, y cuando nuestras miradas se cruzan, rompemos a reír. Sabemos perfectamente lo que estámos pensando cada una: todo es una locura. Parece haber mucha más gente de la que hay, y si alguien se pasa con el alcohol que Nathan se ha encargado de traer a escondidas, todo se va a descontrolar demasiado.
— ¿Has visto a Axel?— pregunta. Buscándolo con la mirada entre la gente.
— La verdad es que no. Hace un buen rato que no lo veo.
— Quizá esté con Damián.
— Puede.— me encojo de hombros y atiendo al grupo de chicas que, después de media hora de haber entrado, se acaban de dar cuenta de que hay un ropero en la entrada.
— Vale, pues voy a ver si lo veo.
No hace ni cinco minutos que Dafne se ha ido, cuando ya estoy cansada de estar de pie mirando a la gente divertirse al otro lado de mi pequeño mostrador. Agarro el taburete que me he agenciado de la sala de mantenimiento, y me siento.
— La preciosidad del guardarropa.— una voz masculina y claramente seductora reclama mi atención. En cuanto vuelvo la vista para poner rostro a esa voz desconocida, un chico rubio de ojos azulados y bastante imponente, dijo:— No puedo creer que tengan a semejante preciosidad aquí encerrada. Eres cenicienta, ¿verdad?— se recuesta sobre el pequeño mostrador.
Si, ese pequeño mostrador que justo ahora se me antoja demasiado pequeña como para ser lo único que se interponga entre su mirada lasciva y mi cuerpo. Qué asco de tío, leñe.
Trago saliva con nerviosismo, y fingiendo que su asquerosa mirada de pervertido no me afecta en absoluto, escupo:
— Cenicienta era rubia, no morena. Ya eres mayorcito para ver esas películas, ¿no crees?— me descubro con los brazos en jarras y sintiéndome más enfadada de lo normal.
Claro que estoy enfadada. El tío es un cerdo y no deja de mirarme como si fuese un trozo de carne listo para hincarle el diente. De hecho, estoy tan cabreada que si no borra esa estúpida media sonrisa de su cara, se la voy a borrar yo de un bofetón.
— ¿Algún problema, flor?— Damián nos sorprende a ambos apareciendo justo detrás del chico. Pone una mano sobre su hombro, haciéndole notar su presencia.
¡Ja! Ese es mi chico. Ahora vas, y le llamas cenicienta a mi novio. Listillo.
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