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¿Creías que por enseñarme el culo te ibas a librar del entrenamiento?

Llego al vestuario más pronto de lo habitual, así que aprovecho para disfrutar del agua fría aliviando el dolor de mis músculos, y calmando el calor que me invade al recordar lo ocurrido con Damián.

Sigo sin salir de mi estado de vergüenza, pero me alivia haberme dado cuenta de que Damián, con todos los rumores que había oído de él, ha sido quién a echado el freno cuando yo me he venido arriba, y después, ha actuado de una manera tan natural como siempre de regreso al internado.

Podría cabrearme pensar que puede que él no haya sentido el mismo subidón que yo, pero sería engañarme a mi misma. Si bien su actitud de después ha sido natural, como si no hubiese pasado nada entre nosotros, su cuerpo ha mostrado otros detalles que no ha podido disimular.

El ansia de sus labios, el hambre de sus manos en mi cuerpo, la dureza de...

«¡Para! ¡Pero qué me pasa!»

No puedo pensar así de Damián; no es mi novio. Solo es una relación de mentira ante los demás y, aunque no me lo ha confirmado, entiendo que lo hizo para tener la excusa perfecta y poder estar cerca de mi y protegerme. Así que no, no puedo seguir pensando en Damián. No de esa manera. Él es un ángel caído, me protege y me entrena. No hay nada mas. No es mi novio de verdad, solo es una farsa.

Para cuando las chicas entran al vestuario, Dafne entre ellas, a mí ya solo me queda terminar de secarme el pelo. Espero sentada en uno de los bancos a que Dafne termine de prepararse. Después vamos al comedor, donde nos encontramos con mi hermano.

Me lanzo a sus brazos en cuanto lo veo. Lo he echado de menos durante el fin de semana, claro, pero no me he dado cuenta de cuánto, hasta que lo veo sentado en la mesa del comedor.

Durante el desayuno Mik no para de hablar. Habla con verdadera fascinación sobre la universidad que ha visitado, y de lo bien que le han tratado allí durante su corta estancia.

Durante el resto de la semana Damián y yo procuramos mantener una actitud como la de hasta ese momento, antes del intenso beso el día del primer entrenamiento.

He de admitir que siento una punzada de decepción cada vez que entrenamos, y nada más terminar, nos largamos de vuelta a la rutina sin más. Sin permitir que pueda volver a ocurrir algo otra vez. Aunque, para bien o para mal, me alivia que él parezca pensar que no estrechar más lazos entre nosotros, salvo los necesarios para acabar con Kenia, es la mejor opción.

Y, si, digo "creo" porque no hemos hablado del tema.

Cada madrugada, Damián se encarga de sacarme de la cama con alguna de sus burlas que me ponen de mal humor. Así que durante los entrenamientos, aprovecho mi rabia para sacar fuerzas y superar mis límites. Creo que él también se ha dado cuenta de que mi fuerza motora es esa, y no duda en aprovecharla al máximo sacándome de quicio.

Solo han pasado cinco días, y aunque levantarme tan temprano y fingir normalidad frente a la gente resulta verdaderamente agotador, me siento bastante bien conmigo misma. Tanto así, que incluso me siento orgullosa por los pocos progresos que he hecho. Mi resistencia ha aumentado, mi energía diaria es la leche, y, aunque contradictoriamente mi cuerpo está agotado, me siento muy activa.

Cada día me siento más fuerte, más ágil, incluso más viva.

Ahora bien, si hay algo que me ahoga y de lo que no me siento para nada orgullosa, es de mentir a la gente que quiero.

Me es duro mentirles y verles la cara todos los días. Pero esa culpabilidad desparece y da paso a la fuerza que necesito para seguir con esta farsa cuando recuerdo que tengo que estar preparada para cuando Kenia vuelva del hospital.

Según Axel, la mantiene en una especie de coma inducido. No entiendo una mierda de medicina ni nada de eso, pero espero que, sea lo que sea que utilizan los médicos para inducir a la gente ha ese estado, se prolongue para hacerla caer en un coma eterno.

Por fin es viernes, y estoy agotada. Creo que mi cuerpo sabe que ya no va a tener que disimular durante las clases, al menos por dos días, y el muy puñetero ha decidido liberar todo el cansancio de golpe sobre mis hombros.

Llego a mi habitación, y con la barriga llena por la cena, me deshago de toda la ropa y me lanzo en plancha a la cama. No tengo fuerzas ni para ponerme el pijama.

Siento un suave zarandeo.

- Vamos, flor.- la voz de Damián llega a mis oídos como un susurro divertido.

- Ejamhee.- balbuceo sin sentido.

- Venga, flor.- insiste.

Sin siquiera abrir los ojos, giro sobre mí y le doy la espalda para seguir durmiendo. Damián ríe en voz baja. Acerca sus labios a mi oído y ronronea:

- Tienes un cuerpo precioso, flor. Pero no creo que aún debamos llegar a ese punto.

Y con sus palabras, el recuerdo de no haberme puesto el pijama llega a mi mente sintiéndose igual que un cubo agua fría.

-¡Joder!- exclamo. Me siento en la cama de un brinco, abrazándome las rodillas e intentando taparme la mayor parte del cuerpo con mis piernas desnudas.

Damián me observa divertido. Esta callado e intenta reprimir una risita. Intenta, claro, porque no lo consigue ni de coña.

- ¡No tiene gracia!- chillo.

- Claro que la tiene.- estalla a carcajadas. Durante unos minutos, se agarra la tripa y su cuerpo se convulsiona por la risa.- ¿Creías que por enseñarme el culo te ibas a librar del entrenamiento?

Su insinuación consigue despertarme por completo. O mejor dicho, lo que me despierta fue la rabia que el provoca con sus palabras.

- Te voy a matar.- advierto.

Damián ríe con suficiencia, se acerca a la cama, y, con todo su aire seductor, acerca su cara a la mía y susurra:

- Créeme, casi me da un ataque cuando te he visto.

Abro la boca para decir algo, pero la cierro porque la verdad es que no sé ni qué decir. ¡Qué puta vergüenza!

Se aleja de mí y va directamente hacia mi escritorio. Agarra el chándal que, desde el segundo día, me he encargado de dejar preparado sobre el pupitre para que él no tenga opción de hurgar en mi armario otra vez, y me lo lanza a la cara.

Gruño como una bestia.

- Esa es la actitud que necesitas para el entrenamiento de hoy. Póntelo. Te espero abajo.

- Damián.- lo llamo mientras bostezo. Estiro los brazos para desentumecer mi cuerpo, y pego un par de salto sobre la hierba para despejar el dolor de mis piernas.- Podrías acostumbrarte a traerme un café en lugar de tus burlas. Sería todo un detalle, vaya.- bromeo.

- Podría, sí, pero eso no te ayudaría en nada.- Su tono parece serio, pero como no puedo verle la cara porque camina de delante de mí, y solo me falta espalda incluso para hablar, no puedo asegurarlo.

Lo miro un poco confusa. ¿Está de mal humor? ¿Los Ángeles caídos también tiene mal despertar?

- Solo es una broma, Damián.- aclaro. Si por norma general me ma hacia ellos entrenamientos cuando está contento, no quiero saber cómo será si está cabreado.

Damián se detiene en seco, y yo casi pego mi cara a su espalda. Gira sobre sus talones, y cuando me mira y veo su expresión seria, sé algo no marcha bien.

- No es momento para bromas, flor. Tenemos que darnos prisa en enseñarte a pelear.

No sé si es su mirada, la tensión que emana de su cuerpo, o, simplemente, un presentimiento, pero algo me hace estremecer de pies a cabeza.

- ¿Qué ocurre?

Damián cierra los ojos y respira profundamente. Parece incómodo, o preocupado, no estoy segura. Cuando los abre, distingo la inconfundible mezcla entre la ira y la preocupación oscureciendo el celeste de sus iris.

- Axel se ha estado informando. Al parecer Kenia está mejorando muy rápido de las heridas que le provoqué, y pronto la despertaran del coma. Le darán el alta antes de lo que esperábamos.

- ¡Qué! No... No puede ser. Esto es... Es...

No puedo creerlo. De solo pensarlo es... me niego a creerlo. Me lo niego en voz alta, repitiéndolo una y mil veces, como si por el mero hecho de hacerlo, fuese a poder evitarlo. Mi respiración se acelera hasta el punto de no saber si inhalo o exhalo, y un sin fin de emociones enfrentadas se me arremolinan en la boca del estómago, siendo por desgracia, la impotencia la más predominante.

Pienso en Dafne, en Mikael, y en todo lo que les podría ocurrir cuando Kenia vuelva y yo no esté preparada. Me llevo las manos a la cabeza, desesperada, y me tiro de las raíces del pelo con rabia.

- Flor...- Damián me agarra los brazos y me hace soltarme el pelo de entre los dedos. Ladra la cabeza hasta que sus ojos encuentran los míos.

Y aunque le miro, yo no estoy ahí. Mi mente vuela. Esta lejos. Sumida en un mundo paralelo en el que Kenia a vuelto y yo observo impotente cómo destruye mi vida a pedazos.

- Escúchame flor, no voy a permitir que ocurra nada. Nunca dejaré que se acerque a ti.- jura. Su mano se desliza hasta mi mejilla y me acaricia con el pulgar. Su tacto me devuelve a él, al presente.- Estoy aquí, para ti.

La sinceridad de su voz es palpable, y la de sus ojos... Dios, parece querer prometerme el cielo. Y yo... ¿Yo qué hago? ¿Temer?

- Nunca voy a dejarte flor. Nunca.

Sus palabras golpean mi mente como un martillo, revolviendo todo como si acabara de quitarme la alfombra de debajo de los pies.

Estoy segura de que sólo es cosa mía, de que Damián no está queriendo decir lo que creo y quiero que esté queriendo decir. Él solo se está refiriendo a que me va a proteger como ángel caído, que no me abandonará a mi suerte con Kenia, no que que no me vaya a abandonar como novio. Porque no es mi novio, no quiere serlo, ¿verdad?

Joder, sea como sea, tengo que dejar de pensar en esto. Tengo que dejar de fantasear y seguir despertando sentimientos que no reconozco en mi. No puedo depender de eso.

- Enséñame Damián. Enséñame todo.

Damián expresa cierto asombro, pero lo disimula rápidamente. Asiente con la cabeza y nos encaminamos hacia la explanada sin decir ni una palabra más.

Sé que los entrenamientos van a ser mucho más duros que los anteriores. Sobre todo, cuando veo a Damián colocarse en medio de la explanada con toda la intención de participar en el entrenamiento.

Me coloco frente a él. Me mira con una expresión que rápidamente identifico como lástima, y, después, adopta una posición digna de un coronel bien instrumentado.
Habla con frialdad, como si yo fuese el soldado al que instruir.

- Durante esta semana te enseñaré a pelear, a defenderte, qué puntos atacar, como esquivar golpes... Todo lo necesario. No quiero quejas, ni lloros. No quiero escucharte decir que no puedes y, sobre todas las cosas, el entrenamiento no termina hasta que yo lo diga.

Asiento con la cabeza.

Damián respira profundamente, por un momento, la fachada de coronel que acaba de construir se tambalea.
Se agacha y abre la mochila de deporte que tiene a sus pies. Mete la mano en la mochila y, como quien no quiere la cosa, saca una espada enorme de ella. Trago saliva con nerviosismo. En ningún momento ha dicho nada de que fuésemos a entrenar con armas.

- Esto es para ti.

Dudo. Lo miro con la esperanza de descubrir que esta bromeando, pero cuando me lanza una mirada de impaciencia, me apresuro a cogerla no estando muy segura de que mis manos temblorosas puedan ser capaces de sostenerla.

Pesa más de lo que imaginaba que podría pesar una espada, y mis brazos, incapaces de mantenerla en alto, caen inútiles hasta que la punta de la espada penetra en la tierra.

- Tienes razón; no traigo cafés. Pero supongo que ser detallista no es uno de mis fuertes. Supongo que hasta ahora no me había interesado serlo.- parece dolido, pero no aprecio reproche en su tono. Se pasa la mano por el pelo, nervioso.- En fin... - suspira.- Esta es tu arma. Mírala, conócela, a partir de ahora, formará parte de ti. No pienses que es una espada, y asume que es una extensión de tu brazo.

Acaba de decir que... Joder. ¿Acaba de insinuar que estimes un regalo? ¿Que ha querido ser detallista conmigo? Ay. Mi. Madre.

- Flor.- me llama la atención.- Esto es lo único que podrá salvarte si yo no llego a tiempo.- asegura.- Analiza, conoce, admira... Absorbe cada detalle de ella hasta que la conozcas como si llevase toda una vida contigo.

Aparto de mi mente las palabras de Damián, y me decido por completo ha hacer lo que me acaba de mandar. La miro. La miro sintiéndome incapaz de saber manejarla. Es enorme. Y pesada.

Me siento enana en comparación a la espada. Pequeña, diminuta. Deslizo la mirada por todo el largo su larga hoja metálica. Desde la afilada punta ligeramente incrustada en la hierba, hacia mis pequeños puños alrededor de la empuñadura. Su filo es peligrosamente afilado; toda su hoja es recta, fuerte y deslumbrante; y su empuñadura de cuero negro, que se me antoja demasiado grande para mis manos, le da un toque más imponente si cabe. Esta espada demasiado perfecta, y yo... yo me siento demasiado insignificante para poseerla.

- Hazte a ella.- insiste. Supongo que haciéndose eco de mis pensamientos.- Si no puedes con ella, ¿cómo pretendes pelear contra Kenia y salvar a tu hermano y a Dafne?- me provoca.

Cabrón... Desde luego que sabe meter el dedo en la llaga.

Visualizo la habitación imaginaria de mi mente. Si, esa que supuestamente me impide escuchar los pensamientos de la gente y que Damián y Axel violen la mía. Efectivamente, tal y como sospechaba, en el momento en el que he flaquado al coger la espada y he dudado, he perdido el control de la fuerza que debería ejercer sobre la habitación. La puerta está ligeramente abierta, exponiendo todo mi cerebro a Damián. La cierro de un portazo y fulmino a Damián con la mirada. ¿Cómo se atreve a aprovechar mi momento de debilidad para hurgar en mi cabeza?

- Echaba de menos escucharte, flor.- se burla. Suelta una leve risita, de esas que lo hacen entrañable y que sólo le he visto dedicarme a mi. Y después, recupera su semblante serio y autoritario como si acabase de darse cuenta del error.- Venga, espabila, que es gratis.

Y otra vez lo vuelve a hacer. Otra vez una de cal y otra de arena. Otra vez soltándome una burla dejando entrever un poco de afecto, despertando mi ilusión, para luego arrebatarme todo con una orden seca y fría.

Un gruñido involuntario brota de mi garganta. Otra vez, Damián me ha atacado donde más me duele.

Agarro la empuñadura con dedos férreos. Apretándola fuerte. Sintiéndome un poco más segura de mi misma, más capaz, más fuerte. Y repitiéndome a mí misma que, si la única manera de salir de toda esta mierda es haciendo que esta espada y yo seamos una... Así tendrá que ser.

Mi vida depende del poder de su filo. Mi destino y el de mis seres queridos dependen de lo que yo sea capaz de hacer con ella. Puedo con ella, si. Porque yo soy la mente pensante, y ella es la fuerza. Ella soy yo, y yo soy ella. Somos una.

- ¡Ah!- me quejo en un grito. Suelto la empuñadura en cuanto siento la abrasión que emana sobre mi piel.

Me miro las palmas y descubro que no tengo nada, ni un rasguño. Acto seguido, reparo en la empuñadura. Me quedo petrificada en el acto.

Un hilillo de color cobrizo aparece inexplicablemente sobre el cuero negro de la empuñadura. Estirándose, encogiéndose, retorciéndose sobre sí, garabateando, adoptando forma de...

"PETROVA"

¿Acaba de...?

Estoy impactada. Miro a Damián, y cuando lo descubro mirándome con orgullo, se agacha para admirar la empuñadora.

- Qué rapidez.- murmura con fascinación.

- ¿Qué coño ha sido eso?

- Eso, - señala con el dedo el apellido recientemente grabado en la empuñadura.- significa que ya es oficialmente tuya.- Lo miro sin comprender. Estoy muy, pero que muy perdida. ¿Por qué tengo una espada? ¿¿Por qué la espada se auto graba mi apellido? - Hasta que tu inmortalidad no se desarrolle del todo y tengas tus propias armas, esto es lo único que podrá salvarte frente a Kenia. Ahora mismo no durarías ni medio asalto en un cuerpo a cuerpo.

Aún sin poder creerlo y mientras mi mente absorbe todo lo que Damián me acaba de decir, la vuelvo a mirar. Leo y leo, y releo una y otra vez mi apellido grabado en el cuero. El hilillo se ha esbozado con una caligrafía cursiva, preciosa y perfecta. Sin poder evitarlo, casi como si algo en mi interior me hubiese impulsado a hacerlo, me aferro a la empuñadura con todas mis fuerzas y me atrevo a alzarla.

No sé por qué, quizá sea por la inexplicable necesidad que me ha instado a cogerla. Pero de pronto, me descubro sintiéndola más ligera, menos pesada, más mía.

- Bien.- Damián parece algo incómodo. Nervioso quizá. Lo cual, viniendo de él, me parece raro.- Sabiendo lo que ya sabes no deberías asustarte. Tu cerebro ya ha soportado más anomalías de las que sería capaz de soportar un cerebro común, así que esto no creo que te asuste en absoluto.

Dicho esto, Damián retrocede un paso y extiende los brazos hacia adelante. Dejando unos pocos centímetros entre mi cuerpo y sus manos. Mis ojos se clavan en sus manos abiertas, mirándolas con impaciencia. Sus palabras me han dejado intrigada, pero espectante.

- Mira atentamente.

De pronto, las uñas de sus dedos empiezan a oscurecerse y crecer hasta alcanzar al menos unos diez centímetros de largo.

Me quedo impactada, atónita. Sus uñas ya no son uñas, son garras. Unas garras negras, fuertes, poderosas y espeluznantes, de ese tipo de garras que aparecen proyectadas en las paredes en alguna película de terror. Unas garras que...

Entonces el recuerdo de la primera noche que estuve en la discoteca acude a mi mente: las sombras, las garras, las garras de la segunda sombra incrustándose en la otra sombra que intentó rebanarme... Alzó la cara y lo miro fijamente.

- Fuiste tu.- mi tono suena a acusación, si querer. En relaidad, estoy asombrada por descubrir que fue él quien no solo me sacó de la discoteca, sino quien atacó a Kenia desde el principio.

Fue él. Siempre ha sido él. Eso quiere decir que... Joder. Se saltó la regla de "no atacar" a Kenia desde el principio. Cuando aún ni nos hablábamos.

- En aquella ocasión estas garras te salvaron. Ahora tendrás que enfrentarte a ellas.

Será una broma, ¿no?

Su mirada divertida y pícara me indica que no. Que no es una broma no de lejos.

Me fijo de nuevo en sus garras, después mi espada y repito ese estúpido gesto como si algo fuese a cambiar por hacerlo.

- Yo... Yo sólo tengo esto.- alzo la espada con la empuñadura quedando a la altura de mi cara y la punta de su hoja cerca de mi rodillas.- Y ni siquiera sé usarla. Tú... - señalo sus garras con el dedo índice.- Tienes diez similares a esta.

Damián frunce el ceño, molesto.

- Tengo las mismas armas que Kenia. Y créeme, estas serán las condiciones en las que pelearás contra ella si no puedo estar a tu lado.

Trago saliva con nerviosismo. No me había planteado qué clase de lucha debería lidiar con Kenia, pero desde luego que en ningún momento conté con pelear en una muy evidente desventaja. Aunque... Pensándolo bien, es algo muy obvio que debí haber tenido en cuenta, vaya.

Si es que soy tonta hasta decir basta.

Sacudo la cabeza para deshacerme de las inquietudes que empiezan a despertar en mi interior, y respiro hondo.

- Genial.- suelto con verdadero sarcasmo.- Estoy lista.- ni de coña.

Giro la espada patosamente hasta enfocar el filo hacia Damián. Él, sin embargo, lejos de sentirse amenazado por tener el filo a escasos centímetros de su pecho, abre los ojos como platos, y después los cierra y niega con la cabeza.

- Madre mía...- se queja en un suspiro derrotado. Chasquea la lengua con pesar, esconde sus garras hasta dejar unas uñas perfectamente humanas en su lugar, y se frota la cara. - Vamos a empezar de cero.

Dicho esto, se coloca tras de mí y me coge ambos brazos. Me dirige hasta dejarlos ligeramente flexionados, con los codos a la altura de mi cintura. Y no sé si es por su cercanía después de tantos días, o porque es lo más parecido que Damián me ha dado a un abrazo, pero mi cuerpo falla y me estremezco de pies a cabeza.

Sienti un escalofrío recorriéndome la espina dorsal. Su piel contra mi piel, su cálido aliento enredándose en mis rizos, su mejilla al acariciarme la nuca, mi vientre contrayéndose de manera automática... Reconozco esta sensación. Es la misma que tuve cuando lo vi en la discoteca, la misma que he sentido en cada beso que nos hemos dado... La misma que me supera tanto que me da miedo.

Me dio miedo, si, porque pensar que Damián tiene ese poder sobre mí, que con solo tocarme me desestabiliza, me indica que mi corazón está tomando su propio camino. Nunca había experimentado algo similar, pero he leído suficientes libros como para saber que la palabra "amor" circula por mi sistema.

¿Eso es lo que me pasa? ¿Me estoy enamorando de Damián?

Ay madre... Solo espero que él no sé de cuenta.

Trago saliva y me obligo a mí misma a reprimir el inexplicable deseo de querer tenerlo mas cerca. Me fuerzo a centrarme en la tarea que tengo que hacer, y agradezco que Damián no se haya dado cuenta del temblor de mi cuerpo. Y si lo ha hecho, al menos, no ha dicho nada.

Una de sus manos me libera un segundo el brazo para enfocar la hoja de la espada hacia el frente. Y cuando lo hace, me agarra de nuevo y me los sostiene con más fuerza. Siento cómo pega su cintura a la mía, su entrepierna contra mi culo, pero no digo nada ni me aparto, porque descubro que lo que está haciendo es empujarme con sus rodillas para que flexione mis piernas.

Ha sido un flexión leve, casi imperceptible. Desliza un pie entre mis piernas y me golpea suavemente los pies para que los separe un poco.

Y así, sin más, espero que ajeno a todo el revuelo de hormonas que acaba de despertar en mi interior, se aleja de mi cuerpo. Se planta frente a mi y me observa como si fuese una puñetera obra de arte.

Se acaricia la barbilla, pensativo, mientras esos ojos celestes que me vuelven loca me estudian de pies a cabeza. Yo, ni corta ni perezosa, le pegó el mismo repaso.

Madre de Dios... ¿Acabo de estar entre esos brazos? Me derrito de solo pensarlo.

- Flor, recuerda que estás sosteniendo una espada, un arma, no un palo o un bate de béisbol.- critica en cuando mis pensamientos lujuriosos se manifiestan en forma de temblor.

Trago saliva, nerviosa, y echando mano de ese arma que siempre me ha salvado el culo, suelto con todo mi sarcasmo.

- Un buen profesor debería de saber que no puedo sostener la espada así. Pesa mucho.

- Lo sé. Y ni cogiéndola con ambas manos eres capaz de tener completo equilibrio sobre ti.- apunta. Frunzo el ceño, molesta.- ¿Pesa mucho? Porque, a decir verdad, deberías sujetarla solo con una mano.

- ¡Estás loco!

Casi no soy capaz de sostenerla con ambas manos sin balancearme. ¿Cómo narices voy a hacerlo con una mano?

Además, es la primera vez que cojo una espada entre mis manos, no puede pretender que me sienta tan normal como aquel que sostiene un lapiz. Contento tendría que estar de que al menos la coja con más firmeza que cuando me la ha dado hace unos minutos.

- La lucha con espadas no es como la muestran en la televisión o en el cine. Lamentablemente, no consisten en hacer una coreografía de baile ni florituras. Estas batallas son sucias, bestiales, donde tu único objetivo es matar a tu contrincante antes de que te maten a ti.- explica.- Además, eres delgada y bajita, eso son dos oportunidades que puedes aprovechar.

-¿Oportunidades?- suelto incrédula. Ahora ya sí que me he perdido del todo.

Hasta donde yo sé, ser delgada y bajita no me da oportunidad de nada. Ambas cualidades son sinónimo de debilidad y, por lo tanto, de derrota.

- Si aprendes a manejarla con una sola mano, serás más rápida, ágil y escurridiza. Podrás hacer giros más rápidos e impredecibles y disponer de una mano libre para utilizarla con cualquier otra arma que tengas oculta para atacar por la espalda.

Cuando Damián menciona "atacar por la espalda" me siento como una estafadora, como si no estuviese jugando limpio. Pero, oye, seamos realistas, ¿acaso podría hacerlo de de frente? Ni en broma.

Además, yo solo tengo una espada. Kenia tiene diez cuchillas como las de Damián en los dedos.

- Vale... Cómo lo hago.

Damián sonríe satisfecho, casi como si ya acabase de escuchar mis pensamientos. Visualizo mi habitación mental de nuevo y compruebo que la puerta está cerrada.

Vale, no ha podio meterse en mi cabeza y escucharme. Pero... ¿ Por qué tiene cara de pícaro, como si hubiese sido partícipe de mis pensamientos?

«Te conoce demasiado bien». Susurra mi sentido común.

Mierda. ¿Tan predecible soy? Espera... ¿Qué más sabe?

Damián se agacha y saca algo de la mochila de deporte. Después, cuando se levanta, planta frente a mis narices una muñequera azulada que, sin lugar a duda, seguro que pesa lo mismo que las tobilleras que me obliga a llevar durante los entrenamientos.

- No te muevas ningún centímetro.- advierte.

Me quita la espada de las manos y la deja caer al suelo. Me sube la manga derecha de la sudadera y me coloca la muñequer que, evidentemente, pesa tanto o más que las tobilleras.

- Llevarás esto toda la semana. Te ayudará a hacerte al peso de la espada. ¿Entendido?- asiento. No tiene seyido quejarse.- Bien, pues ahora vamos a pelear.

- ¿Qué?- flipo. - Tu estás loco.- Ni loca pienso pelear contra él estando desarmada.

Damián ríe como si de nuevo se hubiese hecho eco de mis pensamientos. Lo cual hace que me hierva la sangre. Sin pensármelo ni un segundo ni ser dueña de mis actos, arremeto contra él. Le golpeo el pecho, los brazos. Reparto patadas a diestro y siniestro. Incluso golpeo el viento con rabia. El puñetero de Damián se parte de risa mientras esquiva y bloques todos mis golpes sin hacer esfuerzo.

De pronto, me veo tendida casi en el suelo, derrotada, colgando de sus brazos. Me cuesta medio segundo adivinar qué es lo que ha pasado. Damián me ha cogido de la muñeca, y con una sola mano, me la ha retorcido hasta colocar mi brazo tras mi espalda, y hacerme caer.

Por suerte me ha sostenido entre sus brazos y no me he caído de espaldas al suelo. Aunque... Ha decir verdad, no sé si lo prefiero. Su cuerpo está peligrosamente cerca del mío, sus ojos sostienen los míos, y, su cara, su boca, sus labios...

Me besa.

Sus labios presionan los míos con una fuerza hambrienta, apasionada. Pero cuando estoy apunto de abrir la boca y dejarme llevar por la explosión que anhelo liberar, Damián aparta sus labios.

- Has fallado, flor.- me recuerda.-
Equilibrio. Mantén el equilibrio.- Con cuidado, me pone en pie y me libera de sus brazos. Se aleja un poco, pero no lo suficiente como para mí cuerpo recupere la cordura y piense en lo que acaba de pasar. ¡Me ha besado! ¡Otra vez!

- Tienes carácter, flor. Pero un carácter descontrolado. Necesitas canalizarlo.- Me tiende una mano, pero yo no soy capaz de moverme. Estoy un poco paralizada porque aún se acuerde de que mis castigo por hacer los ejercicios mal, se darme un beso. Ni siquiera yo me acordaba de eso. Creo que Damián se toma mi estado como un descarado "ni me toques", porque aparta la mano que me ha ofrecido, y su tono se vuelve un poco tenso.- Vamos. Se nos hace tarde.

Llevar la dichosa muñequera durante todo el día es una auténtica tortura. Es un mal que no le desearía ni al peor de mis enemigos.

En serio, hasta mi caligrafía se ve afectada. Parece que escribo como un niño pequeño aprendiendo a escribir sus primeras palabras. Agradezco que los profesores no reparen en ese pequeño detalle, ya que estan demasiado ocupados intentado acallar a los alumnos revolucionados.

Si... La fiesta de los fundadores. Ya casi la había olvidado. Pero tanto revuelo de alumnos (en su mayoría chicas), gritando de emoción cada vez que encuentran como acompañante a la persona que les gusta, me recuerda que éste fin de semana será la fiesta. Joder, todavía estamos a lunes y ya están como locos.

Me froto la cara varias veces, asqueada. No deja de preocuparme el hecho de tener que ir sola a la dichosa fiesta. Quiero decir, ante la gente se supone que Damián es mi novio, pero en realidad no lo es. ¿Cómo coño voy a decirle que venga conmigo a la fiesta, si él ni siquiera ha hecho mención a ello?

Dafne irá con Axel, y mi hermano y los de su curso tienen organizada otra fiesta fuera del internado (ventajas de ser del último curso), y las gemelas pasaán buena parte de la noche con el imbécil de Christian y sus amigos. Así que ¿Con quién voy yo? Con nadie.

Aunque, en cierto modo, la idea de quedarme en mi habitación y acostarme pronto, no me parece tan descabellada.

Tendré que inventar una buena excusa para evitar que Dafne vaya a sacarme de la cama cogiéndome de los pelos, sí, pero al menos podré estar descansada y preparada para los entrenamientos con Damián. Porque si ya de por si me parecen duros y acaban dejándome hecha trizas habiendo dormido unas pocas horas, no quiero ni imaginar cómo me sentiré después de trasnochar.

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