Capítulo 20
PARTE 3: Confianzas cruzadas
20. CUANDO TODO EXPLOTA
AZUCENA
Me duele la cabeza y no sé si es por el poco sueño que pude conciliar anoche, por los pequeños pero feos lapsos de llanto, por el sol sobre mi cabeza o por la confesión que debo hacer en unos minutos.
Siento las piernas pesadas y cada vez que intento buscar una frase para iniciar la conversación, siento la garganta llena de arena. Intento pensar en las cosas que me trajeron a este momento y no me queda claro en qué instante las cosas se torcieron tanto.
Hay muchos momentos opcionados.
Hoy es lunes festivo y nunca antes me había sentido tan mal por no tener que ir a Winston; me gusta pensar que de tener que ir estudiar, podría retrasar un poco más lo que tengo que hacer.
Atravieso el pequeño jardín y toco el timbre de la casa de mi mejor amigo. Espero que me abra su padre, como siempre, pero es Zack quien lo hace, y me sorprendo de verlo algo apurado.
—Hola, Azu. —Se pierde de mi vista, así que entro para verlo trotar de acá a allá—. Qué temprano.
—¿No salías a correr como a esta hora los festivos?
—¿Con mi suerte actual? No. Dejé de ir cuando la perdí, me da miedo que me atropelle un bus o caerme en una alcantarilla.
Eso lo explica.
—¿Qué te pasa?
—¡No encuentro mi teléfono! —dice a medio grito, sin dejar de sacudir los cojines del mueble, la alfombra del piso y después los estantes de ollas en su cocina. Resopla—. Ayer llegue en la tarde de la casa de Aurora y no sé dónde lo dejé. Luego me conecté a jugar en el computador, me quedé dormido y amanecí sin mi teléfono.
La mención de Aurora me sienta como una patada en el estómago, pues me recuerda por qué estoy acá... y todo en general. Ayer fue su cumpleaños y no tuve el valor de asistir después de como terminaron las cosas entre nosotras el sábado, no después de que vi en su mirada la confusión, miedo y traición cuando dedujo que yo era el informante.
No me dijo nada, pero eso fue peor, porque solo me dejó esa expresión en su rostro para atormentarme. Ella es otra de las consecuencias que debo afrontar, pero hoy no, hoy tengo otra consecuencia horrible para darle cara.
—¿Cómo te fue en su casa?
Zack detiene su ir y venir y entonces pule un gesto de tristeza, que me hace preguntarme si Aurora le contó todo. Y si lo hizo, mis planes de alejarla de la culpa se quedan en nada.
—Solo yo asistí a su reunión —confiesa, dejando traslucir en su tono la lástima que eso le produce—. Azu, ninguno de nuestros compañeros fue y ella invitó a muchos. Estaba tan desanimada, yo no sabía qué decirle o cómo consolarla. Te juro que ni siquiera a alguien que no me agrade, yo le desearía un día como ayer, fue tan triste. Ojalá hubieras podido ir, habría sido menos incómodo para ella.
Yo lo dudo.
Me lastima el corazón que Zack me cuente eso y de paso me corrobora que el relicario de hecho sí se perdió —ya no lo dudo, pero esto es más que una prueba—. Aurora no merece pasarla tan mal y saber que en parte tengo la culpa, me quema por dentro. Hubiera querido estar con ella ayer, incluso si no quería verme. Yo quería verla.
—Pobrecita... —No puedo evitar que mi visión se nuble por pensar en ella—. No le cuentes a nadie que eso pasó.
—Claro que no. A ti porque eres mi mejor amiga, pero jamás le diré a nadie. Creo que ni debo sacar el tema jamás. Aurora merece todo lo bueno, no entiendo cómo los demás en Winston no se dan cuenta.
Así que Aurora no le dijo nada del relicario.
Pensar en lo complejo que fue para ella, no solo quedar plantada por muchas personas, sino estar solo con Zack sabiendo que ha perdido el relicario, me hace sentir terrible. Si estaba preocupadísima cuando la vi en El trébol dulce, no imagino cómo fue con el mismo Zack a su lado, siendo el único que la quiso lo suficiente para asistir a su reunión.
—La gente es estúpida.
Yo incluida.
—Le gustó mi regalo —añade, más animado—. No tanto como la cadena que le diste, pero creo que le dará buen uso al mío... —Se calla unos segundos con la mirada perdida en el suelo, luego da un respingo—. ¿Y si lo dejé en casa de Aurora? Mi teléfono. ¿Tienes su número? Para que la llames y le preguntes. Si no está allá, lo perdí o me lo robaron... —Suspira—. No sería raro ninguna de las opciones.
No puedo llamar a Aurora. No puedo dejar que Zack la busque sin antes contarle lo que he hecho. Mi corazón se acelera. El momento llegó sin darme más tiempo de prepararme.
—¿Y tu papá? —pregunto, buscando una última oportunidad para retrasarlo todo.
—Fue a comprar unas cosas en el mercado. No creo que demore. ¿Qué haces acá, a propósito? Que no es queja, pero es lunes festivo y son las ocho, ¿no deberías estar durmiendo luego de trasnochar viendo doramas? Tienes ojeras. Pero te lucen.
Zack me sonríe de lado y luego toma una fruta del tazón del comedor. Se nota que se ha levantado hace poco, tiene su ropa de dormir —una camiseta vieja y una sudadera que ha visto mejores épocas—, su cabello aplastado en la parte de atrás y el rostro pálido de no haber comido en diez horas.
—No dormí mucho anoche —admito, armándome de valor—. Escucha, tengo que decirte algo.
Zack se echa en su sofá sin cuidado alguno y me mira divertido.
—¿Es sobre Aurora? —Me tenso. ¿Sí le contó algo? No quiero involucrarla. Zack mira mi postura nerviosa y sonríe—. ¿Me dirás que te gusta?
Entre el suspiro de alivio, el sonrojo y el peso de mis hombros, no logro sino balbucear sonidos.
—¿Qué?
—Te gusta, ¿no? Se te nota cuando la miras, Azu.
—Eso no es...
—Oye, está bien. Vale, me gustó Aurora hace unos días, lo admito, pero cuando me di cuenta de cómo la miras, desistí. —Se encoge de hombros—. Y acá entre nos, creo que te corresponde más a ti que a mí, pero no soy quien para juzgar. —No logro sentirme encantada por esas palabras, no cuando sé a lo que vine—. Yo no tengo el famoso radar gay, así que no sé, pero digo que no te cuesta intentarlo y además...
—No, Zack, no, detente. No iba a hablarte de eso. —Zack me observa y supongo que esta vez ya no ve nervios, sino miedo, así que se incorpora para quedar derecho—. Es otra cosa.
—¿Pasó algo?
Las manos me tiemblan, la cabeza la siento caliente, la garganta anudada.
—Zack, yo... no sé cómo decirte esto. Yo te amo mucho y lo sabes. He cometido un gran error y no sé cómo arreglarlo. Eres muy importante para mí, lo siento mucho. Eres como un hermano...
—Dios mío, ¿qué pasó?
Zack se acerca en dos zancadas y busca mis ojos, ya húmedos. Toma mis manos, dejando su fruta a un lado. Es ahora o nunca... Y lo estoy asustando más de la cuenta.
—Zack, yo tomé tu suerte hace unas semanas.
La voz me sale en un susurro y él queda helado, como si pensara que no ha escuchado bien. Me suelta las manos lentamente, pero no se mueve.
—¿Qué? —Suelta una risita—. Escuché... escuché... ¿que tomaste mi suerte? —Cuando ve que no rio, se enseria de nuevo—. Azucena, no es gracioso, no juegues con eso.
Mi voz sale en un hilito quebrado:
—No es una broma. Lo siento mucho.
Zack se aleja dos pasos y recorre la extensión de su sala, luego regresa, inquieto, como si no supiera qué hacer con él mismo. Empieza a respirar con dificultad, no deja de moverse. Me congelo en mi lugar, arrepentida y temerosa de lo que esto signifique a la larga.
—Tiene que ser una broma —dice tras un rato—. Tiene que serlo. Eres mi mejor amiga, no me harías eso. No fuiste tú la del relicario, no soy tan idiota como para no reconocerte, no...
—Le pedí a alguien que hiciera esa parte.
Detiene su caminata y desde su lugar, a unos metros, busca mis ojos. Los suyos están furiosos.
—Eres mi mejor amiga. No puedes hablar en serio...
—Lo siento mucho.
—¡No! Ningún lo siento. Los amigos no hacen eso. ¿Cómo...? —Pierde la calma y regresa a su caminata por la sala, pero esta vez a paso rápido y explosivo—. ¡No puedes decirme que fuiste tú! ¡Me has visto atravesando mierda estas semanas, Azucena, no puedes decirme que tenías mi suerte y elegiste verme así! ¡No puedes haberme visto la cara de idiota todo el tiempo! ¡No puedes! Tú no harías eso...
—¡Lo siento! Ha sido un error, yo...
—¡Un error! —Suelta una risa incrédula—. ¡¿Un error que ha durado más de un mes?! ¡Has estado conmigo todos los días por un mes, viéndome sufrir y sin decirme nada! ¡Un error y una mierda, Azucena! ¿Qué te pasa? ¿Por qué lo hiciste?
—Porque te estabas volviendo muy dependiente de la suerte, Zack...
—¡¿Y?! ¡Es mi suerte, mi vida! ¡Te metiste sin tener el derecho!
Sus gritos, la energía pesada que lanza, el ambiente, todo hace que yo me altere también. Frunzo mi ceño y no mantengo más el tono bajo.
—¡Lo hice por tu bien, Zack! ¡No te das cuenta de lo mal que estabas actuando! Y te lo dije muchas veces por las buenas y nunca me pusiste atención.
—¡No es tu vida, Azucena! ¡¿Con qué derecho...?!
—¡Claro que sí es mi vida! —replico en un grito tan fuerte, que Zack se calla; es la primera vez que lo grito desde que nos conocemos—. ¡Es la de todos! ¡No te das cuenta de nada porque la suerte te ciega! ¡Esa vez que tu suerte hizo que el bus te esperara, hiciste que veinte personas llegaran tarde a su trabajo! ¡Cuando le vendiste a Azael la suerte para que lo tomaran como capitán del equipo pese a haber faltado a varios entrenamientos, le quitaste la oportunidad a Joel que sí se esforzó toda la temporada! ¡Hace unas semanas fuiste tú quien rompió sin querer uno de los frascos de química, tu suerte hizo que culparan y castigaran a tu compañero, y que él no discutiera su inocencia y te valió una mierda, no dijiste nada!
—Yo no controlo cómo funciona la suerte.
—¡Claro que sí controlas! ¡Cada acción tiene una reacción pero a ti solo te importa ver por ti mismo! ¡Te volviste egoísta, avaricioso, mezquino!
—¡Eso no es cierto!
—¡Hace un mes te dije que Danna me parecía linda, solo eso, y me dijiste que me darías suerte para que se volviera lesbiana y estuviera conmigo! —Las lágrimas me mojan las mejillas, pero no me callo—. ¡¿Sí te das cuenta de lo mal que está eso o aún crees que "no controlas lo que sucede"?!
»No es tu suerte, Zack, es tu pensamiento superficial de que si las cosas te salen bien a ti, qué importa lo que le pase a los demás; es más, puedes valerte de tu suerte, adrede o no, para controlar a otros ¡y no te importa!
»¡Te he quitado la suerte porque estaba harta de tu razonamiento, pero te amo lo suficiente como para querer que seas mejor persona, no como para dejarte solo. Lo hice porque necesitabas abrir los ojos, Zack. No puedes conseguir todo lo que quieras por azar, pasando por encima de otros y estar tranquilo con eso.
—Los amigos no intentan cambiarte.
—No, es cierto. Intentan hacerte ver tus errores y no dejar que caigas. Yo lo hice, Zack, y no te importó. No podía ver cómo te seguías convirtiendo en ese ser despreciable y arrogante que estabas adoptando. Te sentías invencible, poderoso, perfecto, te llevabas a los que fuera necesario por delante con tal de que te pagaran las dosis y de que todo te saliera bien.
Entre más palabras digo, más me convenzo de que Zack no me perdonará. Quiero convencerlo —y convencerme— de que todo lo que he hecho está perfectamente justificado, pero cuando lo pienso como un tercero, o cuando lo imagino a la inversa, no estoy segura de si esa es la verdad o de si mis actos son razonables.
Me he equivocado tomando el relicario y desde entonces todo ha sido una sucesión de mentiras y errores.
Zack calla unos segundos. Ha dejado de estar furioso, ahora está decepcionado, dolido, herido y una vez más su lenguaje corporal —tenso, distante, tembloroso— indica que no sabe qué hacer ahora con su mera presencia... o con la mía.
—Me mentiste durante semanas, Azucena. Cada día, cada segundo. Me seguiste la corriente mientras buscaba al culpable, me ayudaste a planear encontrarlo, te preocupaste por mí como si no supieras nada... ¡Yo confiaba en ti! ¡¿Cómo pudiste?! —grita de nuevo—. ¡¿Cómo te atreviste a...?!
Se calla cuando escucha unas llaves que caen con estruendo sobre el plato de llaves junto a la entrada. Entre gritos no notamos que la puerta principal se abrió, que su padre entró y que lleva quien sabe cuánto escuchándonos sin hacer ruido. Nos separaba una pared —que lo ocultó a él—, pero de seguro se oye todo a esta escasa distancia.
—Deja de gritar, Zack —le pide su padre, con calma. Me observa luego con seriedad—. Tú también, Azucena.
—¡Azucena fue quien me robó mi suerte! —grita, desobedeciendo a su padre.
Cierro los párpados, queriendo encogerme en mi lugar. Si Zack me odiaba hace cinco minutos, ahora me odiará más. Esto ha salido peor de lo que esperaba.
—Lo sé —dice su padre. Zack lo mira, interrogante, y mentalmente me preparo para lo más terrible de la situación. El señor Leiner toma aire y concluye—: Yo le di el relicario.
Silencio.
Nada más que silencio.
⭐⭐⭐
Chan, chan, chaaaaaan
Ok, no. ¡Hola, amores! Y muchas gracias por leer, los amo ♥
Cuéntenme qué les pareció este capítulo ♡
♡Nos leemos pronto♡
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