Prólogo
A menudo criaturas infames, de miradas hostiles y rostros congestionados , rondaban por la habitación de Tweek. Era habitual, una rutina asentada en su día a día como una de esas pequeñas cosas que todo el mundo tiene que arrastrar tras de sí, como el sueño por la mañana o el tráfico en hora punta. Desde que tenía memoria había sido víctima de esas desagradables visitas, que variaban desde gnomos usurpadores hasta manchas negruzcas adheridas a una esquina de la pared que le susurraban cosas horribles. No era nada que no pudiese curarse con una taza de café humeante o, en su defecto, una dosis de sus fieles pastillas de colores que el psiquiatra le recomendó. Incluso a veces bastaba con arroparse en la cama hasta la nariz y contener la respiración unos segundos para que desaparecieran; un método fácil y rápido.
Desgraciadamente, que fuesen viejos acompañantes no significaba nada. Les temía y, más allá de eso, los odiaba. No por habitar su habitación, que al fin y al cabo era lo de menos, sino por rondar su propia mente.
«Ignóralas» —se repetía una y otra vez, sin poder evitar lanzarles miradas pavorosas.
«No pueden hacerte daño» —pero Tweek sabía que eso era mentira.
Normalmente prefería las apariciones silenciosas. El resto nunca tenía nada interesante que decir, estupideces variadas colmadas de un odio irracional que cualquier energúmeno con cierto grado de alcohol en sangre clamaría por las desiertas calles del domingo por la noche. Jamás habría creído que eso cambiaría de la noche a la mañana.
El chico de mirada impasible permanecía de pie en el centro de la habitación, con el rostro congelado en una expresión de impasibilidad absoluta. Llevaba puesto un chullo azul que escondía parcialmente su pelo, salvo por unos mechones negros que cubrían su frente sin orden ni concierto. Tweek sólo gozó de treinta segundos de lucidez durante aquella noche, posteriormente odiaría haberlos malgastado en admirar el armónico contraste que hacía un cabello tan negro con una tez lívida, aún más que la luz crepuscular.
—¡¿Qué quieres de mí?! ¡Vete! ¡No me mates! ¡¿Qué eres?! —cuestionó atropelladamente, sintiendo cómo con cada pregunta el temblor de su cuerpo se acrecentaba gradualmente y se extendía hasta su ojo izquierdo, provocándole un tic nervioso.
Sin embargo, el chico no hizo más que agitar la cabeza un par de veces, como queriendo hacer constar que le había entendido.
Tweek miró una última vez al bote de pastillas que descansaba en su mesilla, junto a la lucecita de noche que usaba desde los 3 años, cerciorándose de que seguía vacío. Vacío, lo que significaba que esa "cosa" se negaba en rotundo a salir de su mente. Envidiando la tierna infancia en la que aún podía huir de su infierno imaginario y buscar refugio en la cama de sus padres —donde siempre lo hallaba, junto a un par de besos y el aroma a café recién hecho—, se hundió en su cama y cerró los ojos.
En la oscuridad de la noche se preguntó quién ganaría la batalla, si la perseverancia de su alucinación o el cansancio acumulado. Lamentablemente, el ganador ya estaba anunciado antes de que comenzase la pugna.
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¡Ey! ¡Hola!
Estoy ahogándome en nostalgia, hacía años que no escribía fanfics de South Park. Hace poco le eché un vistacillo a la serie y no he podido resistirme a escribir algo.
Esto es sólo el prólogo, un primer acercamiento cortito para darle forma a lo que irá más adelante.
Bueh, ¡hasta luego gnomos!
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