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Capítulo especial. En otra vida... quizás se nos permita ser felices...

Era una tarde tranquila dentro de la ciudad de Orario. Se respiraba un aire de paz y calma que hace muchos años no se sentía en la capital y dentro del mundo.

El dragón negro de un solo ojo ya había sido derrotado hace varios años atrás, tantos que a la nueva generación de jóvenes que vinieron posterior a su muerte lo consideraban una mera leyenda, un cuento heroico y de fantasía. Pero quienes vivieron de primera mano el arribo y la batalla de aquel valeroso héroe de cabello blanco contra esa temible calamidades jamás olvidarán la alegría y emoción que les trajo la victoria del susodicho, agradeciéndole infinitamente.

Por fin se alcanzó el ansiado periodo de paz que permitía a los niños correr libremente con una enorme sonrisa en sus rostros sin miedo. Una existencia feliz en la que puedan cumplir sus sueños.

Además de los adultos, también había varios infantes que creían en la veracidad de dicho relato, jóvenes los cuales... creían en la palabra de su padre cada que les exponía su gran logro. Su padre llamado "Bell Cranel".

En un punto en la ciudad, dentro de la conocida calle dédalo, un lugar próspero y repleto de habitantes al igual que de pasadizos complicados de rememorar, dos niñas corrían alegremente hacia el enorme parque llamado "El Origen del Héroe" en honor al albino que mucho tiempo vivió ahí en sus inicios como aventurero.

Las chicas, gemelas por el increíble parecido que tenían, eran realmente hermosas. No rebasaban los doce años de edad. Un largo y brillante cabello plateado llamaba la atención de los transeúntes. Sus enormes sonrisas los llenaban de dicha y... los ojos violeta y rojo de ambas resaltaba en demasía, más que cualquier otro rasgo físico.

"Esas niñas, son igual de activas que su padre. ¿Qué clase de educación les da Dea Saint?" Se cuestionó uno de los habitantes, casi siendo empujado por el par.

-¡Espera, Meteria! ¡Vas demasiado rápido! ¡Mamá nos regañará si te caes!-Reclamó una de ellas, falta de aliento mientras su hermana aumentaba la distancia que las separaba.

-¡Mentira! ¡Solo pretendes engañarme para tomar ventaja y ganarme el lugar en los columpios! ¡Hoy no caeré en tus engaños, Alfia!-La enérgica, y repleta de salud, Meteria saltaba de lado a lado como un tierno conejo. Era como si... disfrutara de su libertad y gran condición por primera vez.

-¡Tch! ¿Cuándo te hiciste tan inteligente?-Alfia chasqueó la lengua, frustrada por el resultado desfavorable al emplear su mentira.

-Fufufu ¡Tu hermana mayor es la persona más inteligente del mundo!-Vociferó la joven, mirándola de espaldas con una risa burlona y levantando sus brazos para engrandecer su persona.

-¡Solo eres mayor por dos minutos!-Reclamó la hermana, visiblemente molesta.

-Eso dicen los niños de ahora. Cuando yo tenia tu edad...-.

-¡TENEMOS LA MISMA EDAD!-.

El intercambio entre el par aumentaba de tono. Las ganas de ganar de la menor aumentaron y aceleró el paso, ignorando lo irregular de la calle, lo que tarde o temprano podría resultar en su contra al tropezar.

Meteria vio esto y se asustó.

"¡No permitiré que me gane de nuevo!" Pensó, acelerando el paso pero no tanto como ella por la ventaja que todavía sostenía.

Cruzaban por los callejones a una enorme velocidad.

Ya no se trataba de un mero juego de niños. La cosa se puso seria.

"¡Puedo alcanzarla! ¡Lo haré!" Gritó internamente Alfia, estirando su brazo para alcanzar a Meteria. Sin embargo, mientras más se acercaba, no notaba que una figura de su misma estatura salía del callejón por el cual estaba a punto de cruzar.

La hermana mayor consiguió cruzar sin contratiempos, pero la otra...

*¡PUM!*

-¡Kya!-Alfia había chocado con aquel sujeto extraño que se metió en su camino.

Ante ese quejido, Meteria instintivamente volteó hacia atrás y vio a su hermana cayendo hacia adelante con un joven debajo suyo.

-¡Alfia!-Gritó su nombre, deteniéndose.

La susodicha cerró los ojos, presionando fuertemente sus párpados en contra de estos, preparándose para recibir el golpe.

Todo sucedía en una breve fracción de segundo. Tanto que ni siquiera hubo tiempo para arrepentirse.

-¡Cuidado!-Una voz declaró debajo suyo.

Un par de brazos la rodearon y presionaron contra el cálido pecho del muchacho. Era él quien lo hizo...

El extraño la rodeó con su cuerpo para evitar que se golpease. Su cabeza fue protegida.

*¡PUM!*

Un potente impacto seco hizo eco en las calles de dédalo, provocando que el suelo temblase por la colisión de los cuerpos contra el mismo.

"¿Qué sucede? N-No siento dolor, solo aturdimiento" Alfia abrió lentamente sus ojos, cuestionándose aquello, confundida por la ausencia de dolor. Cuando sus finas pestañas se despegaron, solamente notó un leve mareo que iba desapareciendo paulatinamente.

Una sensación cálida se extendía en su cuerpo. El sonido de latidos resonaban en sus oídos. No se trataba de los suyos, si no de... quien la salvó.

Ella levantó lentamente la mirada para observar el rostro de quien la abrasaba con tanta cercanía.

Cuando su visión pudo enfocarse en aquel objetivo, percibió los rasgos del muchacho.

Era un chico casi de su misma edad. Tenía un cabello castaño cenizo y fruncía ligeramente el ceño, señal de incomodidad.

Rápidamente se deshizo de ese gesto y miró a su protegida, sonriéndole como si no tuviese nada.

-¿Se encuentra bien?-Cuestionó, claramente preocupado por la fémina antes de atender su propio malestar.

Las mejillas de la susodicha se tiñeron ligeramente de rojo, dejándola pasmada por un breve instante.

-S-Sí. No me sucedió nada-Respondió al reaccionar.

El castaño asintió, soltándola. La apartó con delicadeza de encima y se puso de pie para, seguido de ello, extenderle la mano.

-Me alegra saberlo, de no ser así, hubiese sido en vano recibir el golpe. Perdón por haberme metido en su camino, señorita-Como si de una persona refinada y de altos valores se tratase, le habló con formalidad, disculpándose por la interferencia en la carrera y le ayudó a pararse.

La joven, dubitativa, acercó su mano, pero sin saber si aceptar la amabilidad de su salvador.

Le dio otro vistazo rápido, viéndolo sonreír a la espera de su confirmación, y automáticamente lo hizo.

Un leve jalón fue sentido. Él empleó su fuerza para elevarla cuidadosamente y que se pusiese de pie.

Mientras esto sucedía, ella lo vía detenidamente. Una vez logrado su cometido, él la soltó.

-¡Alfia, Alfia! ¡¿Estás bien?! ¡¿No te lastimaste?! ¡¿Deberíamos llamar a mamá para que te cure?!-La mayor de las hermanas apareció en la escena, arruinando el momento y observando las extremidades de la chica para comprobar que no hubiese golpe, raspón o herida en las mismas.

La susodicha puso cara de póker mientras esto sucedía, negando con la cabeza con desdén.

-Eres demasiado sobreprotectora conmigo, Meteria-Se quejó, pidiéndole que se detenga en el excesivo toqueteo.

La menor de las gemelas, ignorando a su hermana, se sacudió el polvo de sus ropas que, si bien no resultó herida, su vestimenta se ensució, dando un par de pasos adelante para encarar al chico.

-Muchas gracias por haberme protegido. Ha sido culpa mía que esto sucediera al no fijarme en el camino. Eres mi salvador... eto...-Ella sostuvo su falda de lado a lado y la levantó con ligereza, inclinándose a manera de disculpa y responsabilizándose del incidente del mismo modo que él lo hizo. No obstante, al querer nombrarlo, se detuvo, al no conocer cómo se llama.

-Zald, mi nombre es Zald. Y no te preocupes, cosas como estas suceden de vez en cuando. Me alegra que te encuentres bien-Reveló el antes mencionado, sonriéndole amablemente y proponiendo estrechar las manos amistosamente, demostrando la ausencia de rencores por el percance.

La chica aceptó el gesto, estrechándola.

-Muchas gracias, Zald. Mi nombre es Alfia-Se presentó, correspondiendo a la amabilidad y regalándole una sonrisa semejante a la suya.

Fue entonces que... dos almas se volvieron a encontrar.

Flashback.

Hace varios años atrás. Cuando el mundo aún se hallaba en conflicto. En la época en la que el héroe que salvó el mundo todavía era un infante sin conocimiento de su enorme potencial, travesía y destino, existió una familia que vivía en un pueblo remoto, alejada de la enorme capital del mundo, Orario.

Una cabaña muy bien cuidada, hecha de madera de roble que se mantenía inalterada por el paso de los años, era observada en el centro de un enorme terreno repleto de trigo, jitomates y otros cultivos que se extendía a kilómetros de dicho hogar. Se trataba del sembradío de cuatro personas en particular, quienes habitaban la casa.

Era una tarde tranquila. El sol poco a poco comenzaba a ocultarse y el viento soplaba con la suficiente fuerza como para sacudir las plantas de trigo y desprender las hojas de los árboles, permitiéndoles volar libremente, planeando en la brisa.

Las fracciones de trigo que se desprendían, se esparcían por la tierra, provocando que creciera más de esta legumbre y continuara con el ciclo de vida.

Pero, regresando a la case antes mencionada. Al interior de la cálida cabaña se hallaban dos personas en una de las habitaciones con la que se contaba.

El primero era un hombre adulto que por lo visto se encontraba cercano a los cincuenta años de cabellera castaña rojiza y un cuerpo ancho que reflejaba la buena forma que poseía, la musculatura que consiguió en sus años gloriosos. En su rostro resaltaban enormes cicatrices que rodeaban sus ojos y se extendían de frente a pómulos.

Se mantenía sentado en una vieja silla de madera que posicionó a un costado de la blanca cama individual en la que... la segunda integrante de esa familia descansaba.

Era una mujer hermosa, cercana a los treinta años si no es que ya superaba esa edad. Su cabellera plateada y los rasgos finos de su rostro la catalogaban como una belleza sin igual, a pesar de que no abriese los ojos. Estaba cubierta por sábanas del mismo color de la cama, las cuales cubrían la mayoría de su cuerpo a excepción de su cara. En su frente, un paño humedecido la refrescaba.

El hombre de antes, remojaba una toalla en un balde de madera que contenía agua helada. Por un instante lo soltó, dejándolo al interior de ese contenedor y se inclinó hacia la mujer mencionada con anterioridad.

Sus manos tomaron por los bordes el paño en su frente y lo retiraron. Juraría que al ponérselo este estaba a una baja temperatura, pero ahora hervía.

"La fiebre no disminuye" Pensó el susodicho, preocupado mientras sumergía esa tela en la cubeta y sacaba la nueva, exprimiéndola un poco para que el agua no se fuese y perdiera el frío.

La puso en el mismo sitio, calmado la temperatura anormal de la peliplateada.

Ella respiraba con irregularidad. Frunciendo el ceño cuando tragaba.

Han pasado horas desde que este proceso inició y se ha estado repitiendo sin detenimiento.

-Los síntomas de mi enfermedad no hacen otra cosa que empeorar, Alfia-Expresó con preocupación y frustración el castaño.

Una temblorosa sonrisa se dibujó en los labios de la nombrada, inflando y desinflando su pecho a un ritmo alarmante producto de su respiración irregular, entrando en desesperación y miedo.

-Sí, lo sé. No... me queda mucho tiempo... Zald-Musitó. Las palabras salían con dificultad y varias pausas, así se tratara de una respuesta simple y poco elaborada.

Mordía su labio inferior con la poca fuerza que poseía en un intento desesperado de apaciguar su tristeza y contener las enormes ganas de llorar que la azotaban.

Nunca... nunca se había sentido tan vulnerable y débil.

Su delgada y pálida mano se estiró. Los delicados dedos de esta se levantaron, queriendo retirar la sábana, pero...

-No te esfuerces ¿Sí? Permite que me encargue de tus necesidades. Si requieres algo, házmelo saber-Zald la detuvo, posando la suya encima de la de ella para regresarla a la cama, acariciándola suavemente con la intención de relajarla. No pasó mucho para decidir soltarla.

-¿Y qué hay de ti...? Tu tos y quejidos de dolor han aumentado los últimos días... también deberías descansar...-Dijo Alfia débilmente, señalando la comprometida salud que el hombre que se quedaba cuidándola poseía.

Él negó con la cabeza.

-Por ahora estaré bien. Eres tú quien merece el cuidado. Somos un par de almas condenadas-Expresó, soltando una pequeña risa para ocultar su dolor. Alfia también se rió.

Zald agachó la cabeza.

-Todavía debo cuidarte, cuidarlos. Ya llegará el día en que sea yo el que obtenga paz. Por lo pronto he de establecerlos como mi prioridad-Declaró, leal como se acostumbraba de aquel hombre.

-Entiendo...-El ánimo decayó.

-Aunque... así quisiera descansar, no podría hacerlo. ¿Quién te atendería de ser así? ¿Zeus?-Zald intentó aligerar el ambiente al realizar una pequeña broma, cosa que no era su especialidad dicho sea de paso.

No obstante, consiguió su objetivo.

-Fufufu ¿Acaso pretendes echarme la culpa? Si ese anciano fuese una persona competente lo permitirá, pero ambos sabemos que no lo es-Se reía la peliplateada, cubriendo su boca con la mano e insinuando que le molestaba que se le echara en cara la atención que recibía, arrugando las cejas como si estuviese enojada.

Para Alfia, quien desde que fue postrada en cama se riera sin la presencia de su amado hijo, le resultaba placentero ese momento que compartían.

El par siguió riéndose en la soledad de su hogar. Nadie escuchaba esa conversación causal. No había nadie que oyera el intercambio. Lo que sucedía ahí solo quedaría en la mente de los dos.

-En verdad es diferente la actitud que adoptas cuando finges molestia a cuando en verdad estás furiosa-Comentó el castaño, limpiando las lágrimas de sus ojos, producto de la carcajada.

-¿Are? ¿Cómo es eso?-Interrogó la peliplateada.

-Cuando finges, emanas un aura de inocencia y ternura. En el caso contrario sin dudas eres aterradora, tanto que incluso la capitana de tu familia se asustaba de ti-Respondió, recordando los viejos tiempos de la familia Zeus y Hera mientras rememoraba las ocasiones en que la primera situación se ha presentado desde que viven juntos y ha tenido el placer de presenciarlo.

Las pálidas mejillas de la mujer se ruborizaron cuando la palabra "Tierna" provino de su cuidador.

-¿E-Es así?-Titubeó, fingiendo mirar a otro lado aunque sus párpados siguiesen sin separarse.

-Sí. Sinceramente no le vendría mal a Bell que adoptaras esa actitud cuando estén entrenando. Has sido demasiado severa con él en los últimos meses-Zald reafirmó su comentario, sugiriéndole que se comportara de ese modo con su hijo en las instancias dichas.

-¿Severa? Pero si no hemos hecho nada fuera de lo normal-Musitó la mujer, ladeando la cabeza, confundida y sin comprender a qué se refería.

Zald blanqueo los ojos, cruzándose de brazos.

-¿Es en serio? Lo tiraste a la fosa de goblins. También hiciste que protegiera el pueblo de los Kobolds salvajes y eso sin contar que lo obligaste a quitar el trigo del sembradío él solo-Señaló parte de la rutina que el joven ha hecho.

-¿Y qué tiene? Si desea hacerse fuerte es lo mínimo que debe de hacer-Reprochó Alfia, inflando su mejilla.

-Sí, pero... ¡No todo el mismo día!-El hombre perdió los estribos momentáneamente, revelando que las actividades que describió fueron hechas en un periodo de veinticuatro horas.

La madre se volteó hacia él, encarándolo.

-¡Cuando entrena contigo no se esfuerza lo suficiente! Eres demasiado dócil y permisivo. Si no haces que supere sus límites y con lo mínimo cumpla tus expectativas, entonces será como un juego de niños ¡Yo soy la que lo obliga a superarse!-Vociferó con orgullo, echándole en cara que también era culpa suya que las cosas fueran así.

-¿Qué tanto se le puedo enseñar cuando no posee falna? Aun no tiene control de su poder y no podemos exigirle demasiado porque no sabemos qué se activará o si será perjudicial para Bell. Hemos manejado lo básico tanto en peleas cuerpo a cuerpo, con armas y en magia, limitándonos a la concentración y los cánticos. No podemos ir más allá cuando no sabemos cuánto realmente le servirá-Zald se frotó los párpados, agotado, hablando calmo y con detenimiento, siendo propio de él.

-Al final del día, así sepamos lo que alberga en su interior y lo único que es, sigue siendo un niño, Alfia. Al no tratarlo como tal y obligarlo a ser fuerte arruinaremos su infancia. No pongamos en sus hombros más peso del que podrá manejar. Pronto nos iremos y eso por si mismo representará una carga-Añadió a su pensamiento, tratando de hacerla entrar en razón.

La habitación permaneció en silencio después de esto.

El ceño de la preocupada madre se arrugó. De sus ojos aún sellados se derramaron un par de lágrimas.

-Yo ya lo sé...-Respondió, apretando las sábanas.

Su tono de voz era inocuo y débil, como el resto de su ser.

-Eres exigente con él porque tienes miedo ¿Verdad?-Zald agachó la cabeza, nuevamente sosteniéndole la mano para relajarla.

Ella empezó a esnifar. Las lágrimas empapaban la almohada.

La toalla de su frente se retiró y exprimió, posando la fresca mientras decía y hacía eso, cabizbajo.

-Sí... temo no ser capaz de enseñarle lo suficiente y necesario para que se mantenga a salvo antes de mi partida. Me aterra irme de este mundo y dejarlo desprotegido...-Su respiración y ritmo cardiaco se alteraron por segunda ocasión durante el intercambio, indicando su inseguridad.

Un nudo en la garganta se manifestó. Seguir hablando le resultaba complicado.

-Aunque la vida ha de seguir su curso natural, todavía cuentas con Zeus para cuidarlo-Añadió, en un intento de que eso la reconfortara.

-Gracias por aumentar mis preocupaciones, idiota. Dejarlo solo con Zeus solo causa que esté aún más en contra de irme al otro mundo-Ella lo miró seriamente, levantando la ceja.

-También cuentas conmigo. Si te vas antes que yo, me haré responsable de Bell hasta que mi cuerpo mi aguante y mi partida sea inevitable. Puedes cederme su cuidado sin temores-Declaró con sinceridad y comprensión, dispuesto a pasar sus últimos días junto al hijo de la mujer descansando en cama.

Los labios de Alfia se separaron un poco. Su rostro mostró sorpresa al oír esas palabras que... la reconfortaban y llenaban de calma.

Si bien no lo veía directamente por no revelar sus hermosos ojos heterocromáticos, sabía que su cara estaba fija en él.

Sus labios temblaron. Recaudaba valor para realizar una pregunta que desde hace años ha querido comunicar y no había tenido la oportunidad de hacerle.

Suspiró y se propuso, de una vez por todas, expresarla.

-Dime, Zald ¿Por qué decidiste...?-Antes de que finalizara el cuestionamiento...

-Es un hermoso atardecer...-Zald se puso de pie, abriendo la ventana encima de la cama y expresando su opinión sobre el espectáculo en el cielo, interrumpiéndola y disipando el valor de la peliplateada que tanto le costó reunir, guardando la pregunta para sí misma.

-Deberías verlo. No hay un mejor espectáculo que este-Añadió de forma suave, casi como un susurro. Mientras hablaba, los tenues rayos del sol descendente se colaron por la ventana, bañando con su luz dorada la piel de la enferma mujer.

Ella sentía la cálida caricia del sol sobre su rostro, un consuelo efímero en medio de su dolor. El cielo se teñía de anaranjados y púrpuras, y por un momento, el tiempo pareció detenerse, regalando un instante de paz y belleza que ambos compartieron en silencio.

-No me obligues a abrir los ojos. Si lo hago, no podré leerle un cuento a Bell esta noche por el cansancio-Murmuró Alfia, con una sonrisa débil pero llena de ternura.

-No te preocupes, no es la gran cosa. Permíteme decirte cómo es-El castaño le respondió de forma calma, Inclinandose ante ella para ser escuchado.

-El cielo está pintado de un naranja profundo, como el color de las hojas en otoño. Justo en el horizonte, el sol se ha partido en dos, dejando una franja de luz dorada que se refleja en las nubes, transformándolas algodón rosado. Hacia el este, el cielo ya empieza a teñirse de un púrpura suave, anunciando la llegada de la noche. Es como si el cielo entero se hubiera convertido en una obra de arte, un cuadro que cambia cada segundo-Comenzó a describirle los hermosos colores que pintaban el cielo, el sol partido a la mitad que se alejaba por el horizonte, transformando el mundo en un lienzo de anaranjados y púrpuras.

Alfia lo escuchaba atentamente. Él siempre se había caracterizado por ser de pocas palabras, pero cuando se daba rienda suelta, nadie podía detener el flujo de su habla ni la elocuencia con la que se expresaba. Cada palabra suya era un bálsamo para su alma, un recordatorio de los pequeños milagros que aún existían a su alrededor.

Después de un rato, Zald se detuvo y, con un tono de voz más bajo, casi apenado, continuó.

-Lo siento, me dejé llevar de nuevo-Se disculpó por acaparar el control de la conversación.

Su muñeca fue tomada, deteniéndolo.

-No hay nada que disculpar, Zald. Tus palabras me llevan a lugares que ya no puedo visitar debido a mi condición. Es más, te agradezco por tus esfuerzos a la hora de querer animarme y presentarme estos pequeños placeres de la vida-Alfia, sin abrir los ojos, le sonrió y susurró.

Se tomó una pausa y prosiguió.

-Me encanta la paz que me trae escucharte. Oír la elocuencia y el deleite que denotan tus palabras cuando hablas de algo que te apasiona. Eres idéntico a Bell en ese aspecto-Confesó, aún curveando la comisura de sus delgados y secos labios.

El hombre volvió a su asiento, con alegría y dicha por recibir aquel halago por su parte.

-Gracias. A parte de la comida, los paisajes son mi otra pasión-Contestó, sacando del balde otra toalla húmeda y aproximándose para retirar la otra.

Justo cuando la yema de sus dedos rozó la acolchada tela, su mano fue desviada por la de Alfia.

-Ya no es necesario. Puedo hacerlo yo misma, además, creo que la fiebre ya se apaciguó, compruébalo-Dijo, quitándose el paño y acercando su cara a él, quien retrocedió ligeramente por lo rápido que la distancia se redujo.

Ella aguardaba a que la prueba se realizase, sonriendo de forma maliciosa. Como ha aclarado en veces pasadas, no podía observar nada. Pero sus otros sentidos estaban tan afilados que el acelerar del corazón de su acompañante era fácilmente audible, quien sacudió la cabeza para enfriar la mente.

-Hace unos segundos estabas hirviendo. No puede ser posible que mejoraras-Puso la palma en su frente. La yema de sus dedos podía sentir la reducción en la temperatura corporal de la fémina, causando impresión.

-¿Ves? Estoy perfecta-Presumió, elevando su espalda del colchón y girándose para sentarse en el borde del mismo en un rápido y preciso movimiento no esperado por su cuidador.

-¡Oye, oye! No deberías moverte de la cama ¿Qué pretendes?-Cuestionó el castaño, parándose y poniéndose delante suyo, impidiéndole el paso mientras la regañaba.

Alfia se cruzó de brazos, viéndolo desde abajo e hizo un puchero. Un gesto que no le mostraría a nadie en el mundo más que a él.

-¡Ya me siento mejor! ¡No quiero estar todo el día aquí! ¡Me aburro mucho!-Replicó como una niña berrinchuda a la que no le permites irse de fiesta con sus amigos.

-¿Y entonces a dónde planeas ir para quitarte el aburrimiento? Recién mejoró tu fiebre y volviste a ser imprudente. No comprometas tu salud-Interrogó y reprendió quien a este punto parecía el padre de la mujer más que un leal compañero.

-Yo... quiero ver ese atardecer del que hablas-Confesó.

Los ojos del humano se abrieron en demasía, acentuando sus cicatrices y ojeras. Por un momento, la sorpresa se reflejó en su mirada cansada, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

-Dijiste que era muy hermoso, por lo que es tu culpa que tenga ganas de verlo. Pero para no cansarme mucho solo lo haré unos cuantos segundos, así que necesito ir a un lugar donde la vista sea increíble. Si tan solo alguien fuese un experto en el tema y me pudiese guiar al mejor sitio para admirarlo-Explicó y señaló Alfia, casi culpándolo de sus ganas de abandonar la cabaña, con una voz calma e insinuativa, dándole la iniciativa a Zald de cumplirle ese deseo.

Él sonrió, comprendiendo lo que quería dar a entender. Una calidez se apoderó de sus facciones mientras una chispa de alegría iluminaba sus ojos. Posó su mano detrás de su espalda y la libre la usó para agarrarla de la mano, levantándola con una delicadeza que reflejaba tanto su amor como su temor a dañarla.

-¿A-Are?-A pesar de que lo incitó a actuar, Alfia no esperó que fuese así de directo y desvergonzado a la hora de sujetarla, ruborizándole por segunda ocasión sus pálidas mejillas y haciéndola titubear.

-Sí es lo que te gustaría realizar esta tarde, permíteme ser tu guía-Zald la miró con confianza y seguridad. El tono en la voz alteraba el agotado corazón de la dama como si de una doncella enamorada se tratase.

Se agachó y le agarró el tobillo derecho.

-No puedes ir descalza. Te lastimarás-Añadió, ofreciéndose a ponerle los zapatos.

Sus piernas, temblorosas por la pérdida de equilibrio producto de su falta de actividad, se relajaron cuando fueron tomadas, reponiéndose.

Una vez terminado, Zald se permitió el paso.

-Prometo que esos pocos segundos de visión serán los mejores. Veamos el hermoso atardecer juntos-Finalizó, posándose detrás suyo para cuidarla y custodiarla. No sabía en qué momento su enfermedad se volvería a manifestar y su cuerpo fallaría, por lo que mantenerse a su lado para evitar que caiga o se hiera era vital.

Caminaron con cuidado abandonando la cabaña. Cada paso era hecho con suma gentileza y detenimiento, evitando terrenos inclinados o irregulares que pudiesen comprometer el andar de la mujer.

A pesar de su apariencia frágil y quebradiza, era una mujer increíblemente fuerte que no necesitaría ninguna clase de ayuda de no ser por su enfermedad. La fortaleza que antes se manifestaba en su vigor físico ahora residía en su espíritu indomable.

Cuando su enfermedad se agravó, su propia explosividad fue disminuyendo, volviéndose más calma y analítica y menos impulsiva. La mujer que una vez enfrentaba los desafíos con una energía inagotable ahora contemplaba cada paso con una serenidad y una sabiduría que solo el tiempo y el sufrimiento podían otorgar.

Zald, consciente de esta transformación, la guiaba con una mezcla de respeto y cariño, sabiendo que aunque su cuerpo se había debilitado, su esencia permanecía tan fuerte como siempre. Con cada paso, se acercaban más al lugar donde el atardecer los aguardaba.

Cruzaban el campo de trigo. El camino de tierra conectaba con diferentes secciones.

-Por cierto, se me olvidó preguntar ¿A dónde fue que ese anciano llevó a mi hijo?-Cuestionó la peliplateada, recordando que al despertar ninguno d ello dos se hallaba en la cabaña.

-Faltaban víveres, por lo que se fueron al pueblo para comprarlos. Aunque ya tardaron-Aclaró el castaño, sosteniendo su barbilla ante esto último.

La ceja de la fémina se levantó, sospechando lo peor.

-¿Por qué siento que usó eso como excusa para inculcarle lo de conseguir un Harem?-Interrogó. Una vena se le marcaba en la frente producto de lo disgustada que le ponía imaginarse el escenario.

-Ni siquiera lo dudes-Respondió su contraparte, intercambiando opiniones y alcanzando la misma conclusión.

Huesos crujieron. La mirada de Zald apuntó hacia abajo, donde el puño de Alfia se cerraba con fuerza.

-Fufufu. Maldito idiota, me siento con la suficiente energía como para darle un "Gospel". Ya verá cuando regrese-Infló su bíceps, tensó los músculos y emanó una energía amenazante y pesada que incluso afectó a su acompañante.

Una gota de sudor bajó de este último.

-No importa lo mal que te sientas, siempre tendrás energía para golpearlo ¿No?-Comentó, rascando el costado de su cabeza.

Ella se dio la vuelta y lo encaró.

-¡Por supuesto que si! ¡Es mi deber como madre impedir que contamine la mente de mi Bell con su estúpida mentalidad! ¡Debo proteger su integridad y convertirlo en un hombre de bien!-Expresó Alfia con vehemencia, algo raro en su yo actual, mostrando rencor contra Zeus y los constantes intentos se que su hijo se volviese como él.

La peliplateada dio un fuerte paso hacia adelante producto de la euforia, sin percatarse de que lo hizo en una zona inclinada, haciendo que por su calzado resbalara.

-¡¿Aree?!-Sintió que perdió el suelo y caía de espaldas. Pero en una rápida reacción, su custodio, su protector, la sostuvo desde atrás antes de que el impacto se produjera.

Zald la sujetó firmemente mientras el corazón de la misma se aceleraba debido al susto, mientras la ayudaban a recuperar el equilibrio.

-Ten cuidado, estamos escalando la pequeña montaña donde el árbol que sembramos junto a Bell se halla. Permíteme guiarte-Se limitó a decirle, aún con su cuerpo en brazos.

-H-Hai...-Respondió Alfia, ligeramente avergonzada por su torpeza y aún más por ser abrazada por aquel hombre... aquel hombre que había formado parte de su familia en los últimos años.

Sentía las cálidas manos de Zald sosteniéndola mientras daba paso a paso. No había lujuria como en Zeus ni segundas intenciones como en los otros hombres del pueblo que rozaban su mano al devolverle su cambio del dinero al realizar una compra cuando acompañaba a su hijo.

Ella era consciente de su belleza, en Orario, además de su gran fuerza, al consideraban una mujer hermosa, propio de las hijas de Hera. Sin embargo nunca fue algo que le importara. Le causaba completo desinterés la percepción que la gente tuviese sobre su persona.

No obstante, aquí y ahora, era tratada con gentileza por un caballero a toda regla.

Si pudiese verlo a la cara... se ruborizaría.

-Prosigamos-Estoico y sereno como siempre, el castaño la soltó, pero si alejar sus manos de su espalda en caso de que un percance similar se presentara.

La falta de reacción produjo una sensación de frustración en la mujer, pero hizo caso y continuó con su andar.

El hermoso atardecer se mantenía latente. El sol todavía no alcanzaba su ocaso. Todavía se veía claramente en el horizonte, iluminando el cielo con las tonalidades de colores antes descritas por el aficionado de los atardeceres.

Estaban cerca del sitio que fungiría como mirador para apreciarlo en todo su esplendor.

-¿No nos lo perderemos? Soy lenta caminando y dependo en demasía de ti, por lo que este recorrido se ha vuelto muy pausado-Se preocupó la dama con heterocromía, manifestando esa emoción en su rostro.

A quien se le dirigió tal cuestionamiento negó con la cabeza.

-La mejor parte no ha llegado. Hay tiempo de sobra, así que tranquila-Expresó, dándole calma.

No se perderían ese espectáculo por nada en el mundo. Quizás era un deseo simple, pero para ella que rara vez le pedía algo directamente, significaba mucho.

La guió para tomar asiento y recostar la espalda encima del tronco del árbol, no sin antes retirar su sombrero de paja y posarlo ahí para que su piel no chocara directamente con la madera.

Ambos se sentaron uno junto al otro, en silencio. El viento suave acariciaba sus rostros, y la calidez del atardecer envolvía el ambiente. Zald miraba de reojo a Alfia, notando la paz en su semblante mientras cerraba los ojos y respiraba profundamente.

El mundo parecía detenerse a su alrededor, y en ese momento, compartieron un entendimiento silencioso y profundo, apreciando la simple belleza de estar juntos bajo el cielo cambiante.

-Te avisaré cuando sea el momento. No quiero que te lo pierdas ni un segundo, así que no se te ocurra abrir tus ojos antes de que te lo indique-Dijo el castaño, emocionado.

La peliplateada asintió sin emitir ruido o palabra.

-¿Sabes?-Zald rompió el hielo con una voz suave, haciendo que volteara.

-El mejor momento de un atardecer es cuando solo una pequeña porción del sol permanece visible. Es entonces cuando los colores son más intensos y el cielo se llena de magia-Añadió, perdido en la belleza del cielo.

Alfia, desconociendo el procedimiento, asintió sin replicar, confiando plenamente en sus palabras.

-Hai...-Murmuró mientras una suave sonrisa adornaba sus enrojecidos labios.

Sus manos se posaban encima de su regazo, cruzadas. Movía de lado a lado sus pies, como un infante a la espera de algo, producto de su desesperación y nula paciencia, aunado a la inquietud que le generaba estar así de cerca de su guía.

-Se sorprende que hayas decididos salir. Desde que tu enfermedad te obliga a postrarte en cama empleas la poca energía que recolectas en acompañar a Bell en las noches o entrenarlo en las mañanas-Mencionó el susodicho, impresionado de la decisión que tomó.

Alfia posó su dedo índice encima de su barbilla y levantó la ceja.

-Ahora que lo dices, tienes razón. Podría enseñarle cómo usar Satanas Verion-Comentó, fingiendo considerarlo.

-¿Por enseñarle te refieres a golpearlo varias veces con esa magia?-Cuestionó el castaño, recibiendo la "mirada" de la peliplateada. Aunque esta no emitía ni una intención maliciosa.

-¿Por quién me tomas? No lo golpearía con Satanas Verion sin una razón de peso-Se justificó, encontrándose ofendida por la insinuación.

Una gota de sudor bajó de la frente de Zald.

"¿Razón de peso? Lo golpeaste con tu magia cuando encontró por error los libros ilustrados de Zeus" Pensó, tachándola de mentirosa al menos en su subconsciente.

-Además, ahora no estaba Bell pero sí tú. Eso sin contar que ahora me siento mucho mejor. Toma la responsabilidad y deja de quejarte-Un manotazo fue dado en la espalda del musculoso hombre, provocando dolor y ardor en la zona donde se recibió.

Un ligero rubor cubierto por las cicatrices ennegrecidas se notaba a duras penas. Sin embargo, a consecuencia de la condición de la responsable de tal síntoma, no fue percibido, aliviándolo.

Volvieron al incómodo silencio, ninguno rompía el hielo.

El sonido del viento y el crujir de las ramas, acompañado del canto de los grillos que uno a uno empezaban a salir, relajaba sus mentes y cuerpos. El sonido de la naturaleza era disfrutable. Miraban el horizonte, inundados por nostalgia.

Se dejaban envolver por la serenidad del momento. SuS respiraciones eran profundas y pausadas, intentando absorber cada detalle del entorno. A pesar de su cansancio, una suave sonrisa se dibujaba en la mujer, apreciando la simple presencia de Zald a su lado.

Fue entonces que... mordió el labio inferior. Estos empezaron a temblar y empezó a esnifar, como si lo que contenía se filtrara.

-Zald...-Lo nombró, rompiendo la quietud y preocupando al antes mencionado por el tono quebradizo y cercano al llanto con el que el nombre fue emitido.

-¿Qué pasa, Alfia? ¿Te sientes bien?-La desesperación fue palpable en él, quien se alteró al momento.

La cabeza de la fémina se agachó en suma tristeza.

Él... nunca la había visto así... tan débil emocionalmente. No desde la muerte de su hermana varios años atrás.

-¿P-Por qué...?-Su voz se apagaba. Se le dificultaba concluir.

Los dedos de Zald se posaron debajo de su mentón con suma delicadeza, como cada movimiento realizado al cuerpo débil de Alfia, levantándolo y permitiéndole que estuviesen de frente.

Ahí la vio... llorando...

-¿Por qué decidiste acompañarnos? ¿Qué hizo que eligieras una vida con nosotros en vez de huir? En vez de caer como el guerrero leal que eres y demuestras a diario...-Cuestionaba, temblando.

Los ojos rojo cobrizo se abrieron de par en par, sintiendo un escalofrío recorrerle por la espalda mientras se acrecentaba su impresión.

-¿Por qué haz escogido pasar tus últimos días con nosotros?-Añadió, ya finalizadas sus preguntas que por mucho tiempo estuvieron sepultadas en su interior. Esas dudas que no la dejaban dormir de noche cada que Zald se dedicaba a cuidarlos y protegerlos a pesar del nulo parentesco que poseía con el infante y ella.

El denominado "Tio" de la familia se mantuvo callado por un breve instante, aumentando la inseguridad de la remitente de aquel mensaje.

-Me disculpo si estoy siendo demasiado directa y están en el derecho de no responder. Pero...-Su go se fue apagando paulatinamente. No obstante...

-Responderė, no te preocupes-Interrumpió Zald, confirmando su intención de aclararle la duda.

La peliplateada se cruzó de piernas, expectante por la resolución.

Su contraparte en cambio sostuvo su barbilla un par de segundos antes de contestar, como si no fuese necesario analizarlo a fondo.

Tenía sus motivos claros.

-En sencillo. Cuando vi en brazos de Zeus a Bell y supe que entregó su inmortalidad en cambio de que él viviera no tuve que pensarlo más. Creo que... desde el primer segundo, al estar débil e indefenso... no quise abandonarlo, similar a lo que te sucedió-Expresó, rememorando al albino durmiendo plácidamente y con una pequeña sonrisa que le traía paz, al igual que esperanza, al agotado guerrero.

-Con el pasar de los años, al presenciar su crecimiento... me encariñé con él. Se volvió mi familia, aun si la sangre no nos respaldaba. Lo adopté como mi sobrino, quizás... mi hijo, el que nunca pude ni podré tener. Pero estoy bien con eso ¡Ha sido maravilloso pasar los años al lado de él y de ustedes, Alfia!-Añadió, inflando su pecho, orgulloso de como se desenvolvieron las cosas.

Las mejillas de la pálida mujer se volvieron a teñir de rojo. No era capaz de contener su alegría.

-Si regresara al día en que nació, tomaría la misma decisión sin pensarlo dos veces-Finalizó, con el viento soplando y revoloteando su cabello. Él... no tenía ninguna clase de arrepentimiento. Amaba la historia que se contaba y la ruta que tomó aquella tarde.

-Fufufu. Quizá no hubiese sido malo abandonar a Zeus. Seguramente seríamos mejores padres para Bell sin él en su vida ¿Te lo imaginas? Sería menos estrés sobre mí-Se mofó la peliplateada, aligerando el ambiente aunque su corazón continuaba latiendo frenéticamente.

El castaño empezó a reírse también.

-En verdad lo odias. No te culpo, casi toda mujer en Orario lo odiaba. Excepto las del distrito del placer, esas lo amaban-Prosiguió con la broma, provocando que otra vez estallen en carcajadas.

Pasaban un placentero rato. Intercambiaban memorias. Se cintaban relatos privados de lo que sucedía al interior de sus familias.

Un instante de paz ante la espera del hermoso atardecer.

Se perdían en su propio mundo debido al entendimiento mutuo.

Estaban conectados gracias a la tutela del joven. También por compartir el mismo destino... morir pronto. Solo deseaban irse sin arrepentimientos y lo comprendían. Compartir tu frustración, alegría y tristeza con quien está en la misma condición que tú... es relajante.

Las risas se detuvieron paulatinamente. La felicidad se mantenía latente. Aunque Alfia tenía un comentario que agregar sobre el dios del trueno que insultaba y golpeaba a diario.

-Te resultará sorprendente, sin embargo, yo no odio a ese anciano-Confesó.

-Tienes razón, me resulta sorprendente, casi increíble-Replicó con rapidez el hijo de aquella ex deidad.

Ella cubrió su risita con su mano y prosiguió.

-Es la verdad, no lo odio. Motivos para hacerlo no me faltan. Detesto lo pervertido que es, sus intentos de espiarme durmiendo o bañándome y sobretodo sus intenciones de corromper a mi niño-Relataba.

-Ve al grano y definitivamente no me tragaré eso de que no lo odias-Volvió a interrumpir el castaño.

-A lo que quiero llegar es que no soy capaz de guardarle rencor. Muy a mí pesar, es el responsable de que el último recuerdo de mi hermana siga existiendo. He invertido los años que me quedan para cuidarlo y, al igual que tú, estoy feliz de eso-Expresó. Su puño se cerró y se le formó un nudo en la garganta.

Agachó la cabeza y volvió a llorar.

-Jamás podré saldar esa deuda...-Murmuró.

Zald puso su mano encima de su cabello y lo revolvió con delicadeza.

-¡Oye! ¡No me trates como una niña!-Reclamó la peliplateada con vehemencia.

-Deja de quejarte. No lo hago porque seas una niña, sino porque supongo que si esto funciona con Bell, ha de ser el mismo caso contigo al ser familia-Comentó el castaño, burlándose de su actitud avergonzada.

- ¡Eso no tiene ninguna lógica! Es más ¡Es parecido a lo que dije! ¡Usas tácticas para calmar a niños para calmarme!-Continuaron las réplicas sin aparente fin.

Su conforte seguía riéndose sin cesar. Limpió las lágrimas producto de esto con su dedo índice y se detuvo.

-Tal vez se trate de una técnica para niños, pero si te hace sonreír y aliviar tu carga, entonces vale la pena, ¿no crees?-Declaró, ahora dándole palmadas por un segundo.

-¡Eres imposible, Zald!-Ella bufó, tratando de mantener su indignación, pero no pudo evitar sonreír ligeramente.

-Y tú eres realmente adorable cuando te finges estar enojada-Él la miró con afecto y sinceridad pura. Claramente era consciente de que no estaba enojada.

Los años que han vivido juntos le han ayudado a conocerla como la palma de su mano. Si alguien se proclamara como el hombre que más conoce de esa hermosa dama, sin dudas sería Zald.

-¡N-No digas ese tipo de cosas de repente! ¡¿Acaso quieres que te golpee con Satanas Verion?! ¡¿Vas a obligarme a usar magia contra ti?!-Alfia entró en desesperación producto de su pena y vergüenza, levantando el puño y amenazando a su acompañante.

La espalda del hombre sufrió un escalofrío. Algo le decía que, aunque fuese mentira, no dudaría en hacerlo.

-P-Por favor baja el brazo. Me disculpo por pasarme de la raya-Inclinó la cabeza como reverencia, para hacer más significativa su disculpa.

-Hombres, se sienten intimidados cuando una mujer es más fuerte que ellos-Se burló la fémina, dejando de amenazarlo y retomando su posición sentada con la espalda apoyada en el tronco del árbol.

-No es algo que me importe demasiado, ¿sabes? La fuerza no conoce de géneros. Obviando a la emperatriz, eres la mujer más fuerte que he conocido. En carácter, tal espíritu y como aventurera. Realmente te admiro-Ake respondieron ahora que la cabeza de su víctima dejó de ser el objetivo de Satanás Verion.

Si los ojos de la peliplateada estuviesen abiertos, mostrarían su profunda impresión.

-Sí... sabía que esa sería una respuesta que darías-Opinó, sintiéndose halagada por la alta estima que le tenían.

Su guía quiso hacer lo mismo, pero una tos lo azotó, interrumpiendo el momento de alegría. Ella lo miró con preocupación, apretando su mano para darle apoyo mientras él se recuperaba.

-¡Zald! ¡Zald! ¡¿Té sientes bien?!-Con rapidez le interrogó, posando su mano libre en su espalda y dándole palmadas para que deje salir la tos en vez de contenerla.

Una mancha de sangre pigmentó la palma del hombre, quien se cubrió la boca para evitar que partículas de saliva volaran.

Esto lo inquietó, pero... no quería arruinar ese momento.

-Sí, lo estoy. No te preocupes-Limpió la sangre en su pantalón, fingiendo que todo estaba bien a pesar del fuerte ardor en la garganta y los pulmones.

Regresó la mirada al paisaje.

-Ya casi es hora. Yo te avisaré-Indicó, cambiando de tema para disminuir la preocupación de la peliplateada referente a la pobre salud que demostró tras la tos.

Fue soltado, una vez logró convencerla de que fue cosa de nada.

El atardecer alcanzaba su punto cumbre. Contaba mentalmente los segundos para pedirle a su compañera que abriese los ojos.

No obstante, esa cuenta regresiva se interrumpió.

-Gracias...-Susurró Alfia, posando la mano encima de la de él.

Esto aceleró el corazón del guerrero, quien giró la cabeza hacia ella.

El repentino agradecimiento alteraba su concentración. La tonalidad en la que fue expresado iba cargado de un sentimiento sincero.

-Gracias...-Su llanto regresó más fuerte que antes. Arrugaba el ceño para llorar libremente. Su mano fría y delgada envolvía la suya.

Las lágrimas se deslizaban y caían desde los pómulos al mentón, precipitándose al suelo.

No volteó ni un segundo hacia el hombre con quien estaba agradecida. Mantuvo firme su cabeza mirando adelante.

No era necesario preguntar por qué se le agradecía. No hacía falta explicar el motivo por el cual la mujer sentía la necesidad de expresar su gratitud. La comprensión era mutua, un entendimiento tácito entre ellos.

-Cuidaste de mi niño. Cuidaste de mí... has estado protegiéndonos mientras tú mismo libras tu propia batalla. Gracias... en serio, gracias...-Su voz se agrietaba, y las lágrimas se acumulaban en sus párpados.

Al escucharla, un nudo se formó en la garganta de Zald. La emoción lo abrumó, y, con la cabeza inclinada, también dejó que las lágrimas fluyeran libremente.

En ese instante, el mundo se redujo a su dolor compartido, el resplandor del atardecer envolviendo sus lágrimas y susurrando una promesa de paz en medio de su sufrimiento. Ambos lloraban, unidos en una profunda conexión que trascendía palabras, actos, uniendo sus corazones en una conmovedora despedida.

Pasó el tiempo. El sol empezaba a ocultarse, cerca de perderse el atardecer por estar sumergidos en esa miseria. No obstante... Alfia todavía tenía una cosa más por decir, por sacar de su pecho.

-¿Sabes, Zald...?-Musitó, siendo escuchada.

Posó las manos en sus rodillas e intentó ponerse de pie ella sola.

-¿Qué crees que haces?-Le cuestionó el hombre, levantándose al mismo tiempo.

La peliplateada, con sus piernas temblorosas y casi perdiendo el equilibro, pudo mantenerse parada.

Dio un par de pasos adelante mientras posaba las manos atrás, dejando a Zald detrás suyo.

-Hay muchas cosas en este mundo que no entiendo-Declaró.

Él se calló, escuchándola. Algo le decía que no debía interrumpirla.

-Y la primera es... ¿Por qué mi hermana decidió que ese idiota de tu familia fuese de quien se enamorara?-Se percibía cierto rencor al padre de Bell, quien, bajo su severo punto de vista, no era digno de Meteria.

-Ella siendo amable, buena y un alma que se dedicaba a traer felicidad a quienes la rodeaban aún cuando no era capaz de andar libremente, siendo rezagada a una silla de ruedas y a la cama, se enamoró que ese idiota mujeriego extremadamente parecido a tu dios. El solo acordarme me provoca repulsión-Añadió, reflejando su asco en el rostro.

Tomó una pausa. Tragó saliva y...

-Pero... nunca había visto a Meteria tan feliz que cuando estaba con él. Su sonrisa sincera y lo mucho que nos presumía los regalos que Silver le daba aligeraba mi carga y culpa por robarme todo el talento al nacer...-Agachó la cabeza, sonriendo con nostalgia al rememorar esa imagen del amado miembro de su familia.

Sus mechones plateados cayeron, colgando de lado a lado como un péndulo.

-Culpa a mi sobreprotección. Dale la responsabilidad a mi nula comprensión de ese sentimiento, pero... esos escenarios en que un hombre y una mujer pueden ser felices sólo con hablar, comer juntos y pasar tiempo cerca del otro me parecía ridícula-Prosiguió. En su subconsciente... los momentos en los que Zald la ha acompañado brotaron como el rocio.

El punto cumbre del atardecer apareció, iluminando el cielo con un suave y hermoso color naranja. Los últimos rayos del sol proyectaban una luz dorada que bañaba todo a su alrededor, creando un paisaje de ensueño.

Alfia volteó, su silueta destacando en el crepúsculo, un contraste hermoso contra el resplandor del cielo. Era una escena cautivadora, pero no se comparaba a la bella sonrisa que le dirigía a su guardián. Su sonrisa, llena de gratitud y amor, era la luz más brillante en ese momento, una chispa de belleza que superaba incluso la magnificencia del sol escondiéndose.

-O así fue hasta que... comprendí que en realidad esos fugaces instantes, sencillos y aparentemente carentes de importancia son los que una persona puede añorar y disfrutar. Dejan un ansía de repetirlos, revivirlos. Pero las cosas no siempre son hermosas porque duren mucho. Y eso es gracias a que... lo que le da ese significado no es el acto como tal, si no... el enlace profundo y sinérgico que quienes los viven comparten. Eso que los llenaba de seguridad y calma, una emoción inherente en nosotros como mortales-Giró para encararlo y estiró sus brazos, tratando de alcanzar la mano de Zald.

Él le facilitó la tarea, extendiéndola.

Las anteriormente frías manos y delgados dedos de Alfia... ya no poseían esos rasgos. Eran cálidas y... llenas de vida.

Cuando las alcanzó, ella sonrió...

-Y lo comprendí... gracias a ti, Zald-Declaró, provocando una ola de emociones en el castaño, dejándolo boquiabierto.

Su impresión era mayúscula. Pero la confesión aún no terminaba. Todavía quedaban emociones por liberar. Pesares que mostrar.

-Sé lo que es estar enamorada, eso de lo que Meteria me hablaba día y noche cada que Silver la visitaba, porque... estoy sintiendo lo mismo por ti-Reveló.

Todo se detuvo. Las hojas de los árboles fueron arrastradas por la suave brisa que apartaba los largos mechones de la peliplateada, permitiendo que su rostro sea visible en su máximo esplendor, sonrojando al humano, quien no podía responder. Por primera vez en mucho tiempo... se quedó sin palabras.

-Un hombre que ha cuidado de mí. Que ha arriesgado su vida para mantenerme a salvo, tratándome como a una persona de la realeza, como a una princesa. Alguien sincero, recto y amable. Un hombre caballeroso que, a pesar de la influencia de su dios pervertido, me ha respetado desde el primer minuto, tratándome como una reina, cosa que nunca había experimentado. Eso eres tú, Zald, eso representas para mí-Declaró Alfia mientras agachaba la cabeza ligeramente, con cierta pena y tristeza en su mirada, como si... lamentara sentirlo y comunicárselo. Presintiendo que le añadía carga en la espalda.

¿Y cómo no hacerlo? Tarde o temprano... se separarían.

Pero... ¡No se arrepentiría! ¡No se detendría!

Recuperó la compostura. Volvió a levantar la cabeza para lo que diría a continuación.

-Si estuviésemos en otras condiciones. Si nuestras vidas no fuesen tan cortas. Si el destino no fuese tan cruel y nuestro fin no estuviese cercano a llegar, yo...-Musitó.

De repente... sus finas pestañas plateadas del mismo color de su cabello y delicadas como la seda se separaron.

Sus párpados se abrieron por primera vez en ese día.

Sus hermosos ojos heterocromáticos fueron revelados. Uno de color gris, otro de tonalidad verde.

Era... simplemente bello. No tenía comparación.

El corazón de Zald pegó un salto nuevamente. Su pecho apretaba y labios temblaban, formando una sonrisa irregular por la felicidad que le traía ser partícipe de esto.

-Si tuviéramos más tiempo... hubiese deseado convertirme en tu esposa, Zald-Confesó.

No esperaba por una respuesta. Tampoco añoraba una confirmación. Solo sacaba de lo profundo de su corazón los más puros sentimientos que albergaba. Esos que no entendía hasta que los años pasaron y el castaño permaneció a su lado, acompañándola y cuidándola.

Sin embargo, para un caballero como Zald, que sentía lo mismo, no la podía dejar así. No se perdonaría si la resolución de Alfia era respondida con silencio.

Sonrió.

-De haberte conocido antes... si se me otorgara el deseo de volver atrás para conocerte nuevamente, sin dudas hubiese decidido convertirte en mi esposa... ser tu esposo, Alfia-Le correspondió, envolviéndole las manos con la suya.

Intercambiaron sonrisas. Sus reacciones eran similares. El alcanzar un amor y que este sea mutuo... llenaba el vacío en sus corazones.

Alfia se ruborizaba pero reía nerviosamente.

-Ya lo sé. Soy grandiosa-Dijo con un tono arrogante para ocultar su vergüenza.

-Aunque, pensándolo bien, de no haber vivido lo que vivimos juntos, es posible que te hubiese golpeado por esa propuesta. Así que, si reencarnamos, en otra vida... procura encontrarme y no ser tan directo conmigo, ¿de acuerdo? Tenme paciencia-Pidió, colocando su dedo índice en su labio con una mezcla de humor y ternura mientras le guiñaba el ojo.

-Lo tendré en cuenta-Respondió Zald. Su mirada rebosaba de cariño y admiración hacia ella.

"En otra vida... quizás se nos permita ser felices..." Pensaron ambos, sin soltarse las manos, en silencio, mientras el cielo se transformaba en un lienzo de tonos oscuros, reflejando el amor y la esperanza que compartían.

Eran conscientes de que en esa vida... no podrían disfrutar de su amor, aceptándolo.

Los párpados de la peliplateada pesaban, su vista se cansaba e inevitablemente... volvió a cerrar los ojos, ocultando esas hermosas joyas.

Algo captó su curiosidad.

-¿Uh? ¿Por qué ya no siento el sol cubriéndome? Hace un poco de frío-Interrogó, ladeando la cabeza con varios signos de interrogación flotando encima suyo.

-Parece ser que nos lo perdimos. Ha anochecido. Nos metimos en nuestro mundo e ignoramos lo que sucedía alrededor-Respondió Zald, observando el cielo estrellado y la enorme luna que brillaba en los cielos.

-¡¿Eh?! ¡¿Por qué no me detuviste entonces?! ¡Gasté energía en vano! ¡Mis sentimientos pude decírtelos en la cabaña, idiota!-Se quejó la fémina, dado de golpes suaves en el pecho que no causaban dolor alguno en él.

Los golpes se detuvieron cuando...

-¿Eh?-Cuando la mejilla de Alfia fue acariciada con delicadeza por su... amado.

-Así sea cargándote en brazos, te traeré mañana. No te preocupes-Propuso.

La peliplateada frotó su rostro con las callosa pero reconfortante palma que le transmitía calor.

-¿Es una promesa?-Preguntó de forma tierna.

"¿Cómo mentirle a esta maravillosa mujer?" Se cuestionó el castaño en su subconsciente.

-Sí, es una promesa-Respondió.

Sin embargo, la promesa no pudo ser cumplida.

El día siguiente, por la tarde, el momento en que habían jurado ver juntos el atardecer, Alfia había fallecido. La energía que exhibió un día antes era lo que se conoce como lucidez terminal. La enfermedad finalmente la alcanzó y la muerte la tocó.

La mujer que amaba...

A quien recién ayer le confesó su amor... yacía acostada en una cama, sin respirar, sin vida... ni arrepentimientos.

Bell salió corriendo de la casa, buscando en su desesperación un lugar para afrontar su duelo. El aire estaba cargado de tristeza y la luz del atardecer parecía aún más distante.

Pero Zald se quedó al lado de ella, incluso después de su fallecimiento. En silencio, con el corazón roto, observaba el rostro sereno de Alfia.

"Fue un gusto haberte conocido... formar esta familia a tu lado. En verdad eras una maravillosa mujer" Pensó, cubriéndola con la manta blanca.

Sus lágrimas caían suavemente sobre la tela, mientras él murmuraba palabras de despedida que solo el viento podía escuchar. Cada minuto que pasaba junto a ella era un tributo a su amor y a la promesa no cumplida. El atardecer, que debía ser compartido, se desvanecía en el horizonte, llevándose consigo el último vestigio de esperanza.

Alzó la mirada y vio a la ventana.

-Al final... no pudimos verlo juntos...-Concluyó, apretando el puño.

Tras minutos de debilidad, Zald se recuperó y se puso manos a la obra, cargando el cuerpo inerte de la mujer que amaba. La llevaría al lugar que tanto le encantaba, ese sitio donde el día anterior se habían confesado su amor.

Cada paso que daba era una oleada de recuerdos dolorosos que estrujaban su corazón, pero se mantuvo fuerte por Bell, ocultando su propio sufrimiento para no mostrarle su dolor.

Una vez allí, acompañado del albino y Zeus, comenzó a cavar un gran agujero bajo la luz de la luna. El trabajo se realizó en silencio, marcado por el sufrimiento que se reflejaba en cada movimiento que realizaba.

Finalmente, con el corazón en pedazos, la acostó en el agujero con delicadeza, la misma delicadeza con la que siempre la trató.

El pequeño Bell, que había dejado de llorar y había encontrado un momento de calma, observó en silencio. Cuando el último montículo de tierra fue colocado, fue el primero en dar su pésame.

-Mamá... prometo que seré el último héroe-Dijo el niño, limpiando las lágrimas con las mangas de su camisa. Sus palabras estaban llenas de inocencia y determinación, resonando en el aire mientras la luna y las estrellas contemplaban la despedida.

Zald, con el alma desgarrada, se arrodilló junto al sepulcro, el dolor de la pérdida ahogado solo por el consuelo de saber que la última promesa de amor y compromiso estaba sellada bajo el cielo nocturno.

Ese día, uno perdió a su madre.

El otro, a la única mujer que amó.

-Regresen a casa... quiero estar solo-Pidió el castaño, aún arrodillado, señalando la cabaña y pidiendo a los presentes que se fueran.

Zeus se llevó a Bell, quien, antes de partir, le dio un abrazo a su tío.

-Tío... prometo que crearé ese mundo pacífico que mamá tanto deseó-Declaró el albino, sonriéndole a pesar de que deseaba seguir llorando.

Las palabras de Bell, llenas de promesas y esperanza, ofrecieron un pequeño consuelo en medio del dolor abrumador.

"Quisiera ser así de fuerte, Bell... desearía afrontar esto igual que tú..." Pensó, correspondiendo al abrazo de su sobrino, su hijo.

La fortaleza que él poseía a tan corta edad era gigantesca. Ese juramento previo a la partida de su madre le daba un objetivo, una meta... un deseo el cual alcanzar.

Las horas transcurrieron en completa soledad para Zald. Siguió de rodillas, llorando sin aparente fin.

Con lentitud vio una luna borrosa por culpa de las lágrimas que se acumulaban en sus ojos.

Se puso de pie y estiró la mano hacia el cielo.

-¿Hera te habrá reclamado? ¿Podremos vernos en Tenkai? ¿Cumpliremos al menos la promesa de reencontrarnos cuando reencarnemos?-Preguntó a la nada, añorando una respuesta. Con la esperanza de que sus palabras llegaran hasta ella.

Su puño se cerró con fuerza, y de repente, un fuerte estruendo hizo temblar el pueblo. Su puño estaba clavado en la tierra, formando un enorme cráter.

Gotas caían en la tierra, una a una, sin cesar.

-Alfia, perdón... perdón-Murmuró, con la voz quebrada por el dolor.

Zald se rompió, herido y abatido, con lágrimas que fluían incesantes.

La noche lo envolvía, y en su desconsuelo, solo el eco de su amor y su pena llenaba el vacío dejado por su partida.

En donde sea que ella se encontrara ahora, él trataría de alcanzarla.

Y... no pasó mucho tiempo para que Zald sufriera el mismo destino.

Meses después, se unió a Evilus para proteger a su familia y, con su débil y moribundo cuerpo, ayudar a la nueva generación de héroes que asistirían a su sobrino en su travesía una vez emprendiera su camino para cumplir su juramento.

En una batalla final, su cuerpo fue impactado por una enorme ola de energía. La expresión de la gente de Orario lo hacía ver como un monstruo, pero él se iba de ese mundo realizado y satisfecho.

"Si reencarno... quiero vivir en ese mundo que prometiste crear" Dirigió esas palabras a Bell, quien empezaba a despertarse en la lejana cabaña que compartieron.

En sus últimos momentos, mientras la vida se le escapaba, Zald cerró los ojos y sonrió. Sabía que había cumplido su promesa de proteger a los que amaba. Ahora, con la paz en su corazón, podía reunirse con Alfia en el lugar donde las almas encuentran su descanso.

"Y... tal vez... si no es mucho pedir... que Alfia, Meteria, Silver, Zeus y tú me acompañen" Finalizó, pensando en su amada en sus últimos momentos de existencia.

Dio su último aliento.

Su vida, repleta de arrepentimientos y pérdidas, había llegado a su final. Su existencia había terminado...

Pero no se arrepentía de ninguna decisión que lo llevó a ese final.

Fin del Flashback.

-Es un gusto conocerte, Alfia-El joven contestó, regalándole un gesto amable. No sabía cómo ni por qué... pero algo en su interior le decía que, sin estar al tanto, esperó toda su corta vida a conocerla.

Las mejillas de la peliplateada se ruborizaron y también sonrió.

-¡O-Oye! Mi hermana y yo planeábamos ir al parque ¿T-Te gustaría acompañarme...? ¡D-Digo! ¡Acompañarnos! ¡N-No creas que busco estar contigo!-Ya no pensaba en lo que decía. Algo en su corazón le decía que... quería estar con él un poco más. Que este encuentro producto de la coincidencia no desapareciera tan rápido.

Meteria la miraba con malicia.

"Jeje... ¿A esto te referías, mamá Lefiya? A que hay personas que no son sinceras con lo que sienten?" Si bien era hija de Airmid Teasanare, también llamaba "Mamá" o "Madre" a las demás esposas de su padre. Una vez aclarado esto, ella rememoró una explicación que la elfo pelinaranja le dio sobre por qué a veces fingía no querer a su padre.

-¿E-Eh? B-Bueno no sé si yo...-Zald rascó su nuca, apenado y sin saber qué responder a la propuesta.

Los ojos violeta y rojo lo miraban atentamente, ansiosos de obtener la respuesta que querían. Una confirmación.

-Ve y diviértete, Zald. Tu madre y yo tendremos lista la cena cuando vuelvas-Un hombre de no más de dieciocho años apareció en escena, abrazado del brazo por una mujer envidiablemente hermosa y mayor que él aunque no lo suficiente para decirle anciana.

-¡¿Sī puedo ir, mamá, papá?!-Los ojos del castaño brillaron, ilusionado.

Ambos padres asintieron, dándole permiso.

-¡Genial! ¡Vamos! ¡Dice Meteria que arriba de la resbaladilla el atardecer se ve hermoso! ¡Comprobémoslos!-Alfia, emocionada, no midió su distancia y envolvió su mano con la del chico que recién conocía, sin vergüenza alguna, llevándoselo.

-¡¿De verdad?! ¡Me encantan los atardeceres!-Confesó Zald, yendo detrás de ella.

-¡Primero deben llegar antes que yo! ¡Si no les ganaré el lugar!-Meteria, con su espíritu competitivo, los rebasó.

-¡No es justo!-Se quejó la pareja de infantes.

La peliplateada volteó hacia el castaño y... se sonrieron.

Se alejaron de los padres de este último.

-Nuestro Zald ha crecido mucho. Todavía recuerdo el día en que lo conocimos en el orfanato de María y decidimos adoptarlo-Dijo el joven padre.

La mujer veía a los tres infantes a la distancia, sin responder.

"Fufufu. Sabía que era buena idea resguardar el alma de los tres y permitirles reencarnar hasta que mi nieto cumpliera su promesa y de ese modo tuviesen una edad similar, encontrándose y viviendo la historia que no pudieron" Pensó la fémina, riendo maliciosamente. Por lo que parece... conocía a esos niños.

Y ¿Cómo no hacerlo? Ella fue partícipe en la reencarnación de sus almas.

-¿En qué piensas, Juno?-Interrogó su esposo.

Ella negó, dándose la vuelta junto con ėl para dirigirse a su casa.

-No es nada, querido-Respondió.

"Y... para mí sorpresa, tú también reencarnaste, mi amado Zeus. Aunque como un mortal" Se dijo a sí misma, mirando a su esposo con amor. Obtuvo la oportunidad de nuevamente unir su existencia con su pareja predestinada.

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Este capítulo deseaba escribirlo, mostrando un breve vistazo al futuro del fanfic. Estuvo en mi mente por semanas y por fin me decidí a realizarlo.

¿Ahora ya saben por qué ninguno de los hijos de Bell se llamó Zald en el segundo especial de san Valentín? Por esto mismo. Una hermosa historia de amor debía cumplirse. Dos almas debían alcanzar su felicidad.

Bueno, hasta aquí el capítulo de hoy, espero que sea de su agrado y dejen su apoyo como ya es costumbre.

En fin, déjenme sus opiniones.

¿Cómo estuvo el capítulo? ¿Sí les gustó?

Buzón de sugerencias/opiniones/comentarios.

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