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14#: Elisabeth L'amore

 

E l i s a b e t h

Me levanto de mi sueño eterno y me quedo mirando el techo de mi cama, echa de seda y de madera de arce. Nada más genuino y bello que el glamour. 

—¡Cristalda!— Toco la campanilla que yace a mi lado, llamándo a mi sirvienta, la mencionada.

Ella entra por la puerta de bronce.

—¿Sí señora? —la miro con una mirada en la cual se nota que eso me molestó—. Perdón, señorita—lo corrige con una sonrisa.

—Mucho mejor. Por favor, traigame mi merienda, por favor.— Ella se inclina para asentir y a los diez minutos trae una bandeja con medialunas de mantequilla, y mi té preferido: de menta, adornado con manzanilla de los Alpes.

—Perfecto, puedes retirarte Cristalda.— Ella se inclina nuevamente y sale por la misma puerta.

Termino mi desayuno y me levanto. Abro las cortinas y contemplo con la bellísima vista que contengo en mis manos. Sonrío al saberlo. Por lo menos me dormir la siesta...

Alguien toca la puerta.

—Pase—Doy el permiso.

—Señorita, tenemos que prepararla para...

—Sí, ya lo sé.

Unas tres sirvientas entran y me preparan la ropa, y un baño de burbujas. Tengo que estar preparada para ir a una cena, allí veré a mi amour y él me pedirá mi mano en matrimonio, según como dicta el padre.

En este momento yo tengo unos diecinueve años. Tengo cabellos castaños, ojos café y piel lúcida y fina, como toda una buena niña que depende de su familia, y sí lo hago.

Mis padres son duques de Francia. Ellos me obligaron a estudiar casi todas las cosas necesarias para una duquesa o infanta. Idiomas, modales, cubiertos y todo tipo de danzas elegantes, dónde tengo que bailar si o si con la espalda erguida.  Horrible.

Salgo de la bañera y me encamino a la sala de telas, dónde mi estilista tiene preparada mi ropa. Desde luego, la cena será a la noche. Pero mi madre, la duquesa Isabel Dan'quer, quiere que practique todos mis movimientos. El asombro, la sonrisa, todo. Todo está planeado. ¿Desde cuando? Bueno, desde que nací.

Mi madre siempre se empeña en arruinar mis ideas. Yo quiero tener una vida normal, en New York, o en algunas ciudades que veo en la televisión —cosa que veo apenas tres veces por mes—, o en las revistas que espío por mis sirvientas mientras toman el té.

Tengo prohibido la mayoría de cosas que hacen la gente de mi edad. Ver televisión, leer una revista, tocar algún artículo tecnológico como los celulares ¡Apenas me dejan tocar el teléfono! ¡Tampoco puedo ir a un parque sola, sin que uno de los estúpidos guardaespaldas me vigilen! ¡¿Acaso ellos no conocen la privacidad?! Esto es horrible, lo sé. Pero es la consecuencia de ser una hija de personas de clase mayor.

Suspiro.

—Señorita, ¿se encuentra bien? —Estaba tan aturdida con mis pensamientos de mis estú... digo, de mis queridos padres que olvidé que estaba parada con los brazos extendidos, mientras me tomaban las medidas.

—Oh, sí, no te preocupes —Sonrío como una bella dama, y mi estilista asiente.

—Bien, señorita. Está todo en perfecto estado, su vestido puede ser puesto ahora mismo.— Asentí en modo de respuesta. No tengo ganas de hablar. Se me hace muy ridículo el tan sólo decir una palabra.

Mis acompañantes me colocan el corset, y apretan lo más fuerte posible. Apreto mi mandíbula para aguantar un poco el dolor y poder respirar firmemente, como me enseñaron desde los nueve años.

Me colocan el vestido color beige, con tiras de moños apilados y con tiras en el todo el resto. Y atrás un moño. Como accesorio, contiene un sombrerito del tamaño de mi palma, tambien con tiras.

Me coloco los tacones y voy rumbo a la sala de estar. Dónde se encuentra actualmente, mi madre.

Madre. No se si puedo llamarla así, nunca tuve amor de ella, sólo regaños y enseñanzas. Pero... está bien, yo sé que ella lo hace por mi bienestar, al igual que mi padre. No me quejo mucho en voz alta. "Una dama no hace eso".

—Buenas tardes. — La saludo apenas me faltan dos escalones para tocar el limpio suelo en el que está. Ella me observa de arriba para abajo, como siempre, y asiente. Las dos caminamos hacia la sala.

—¿Buenos tardes...? —Repito lo mismo para que por lo menos me salude, como una buena madre.

—Bonjour mademoiselle Elisabeth. — Responde secamente. No se de qué se queja... si ella me enseñó que hay que decir buenas tardes, buenos días y buenas noches. ¿Qué hago mal?

—Gracias. —Le dije.

—Te estoy corrigiendo —ella se detiene y se da vuelta, ya estamos en la sala de estar—. Se dice bonjour, estamos en París, no en América. —asentí. Como lo dije, es una desgraciada, no una madre.

—Lo siento —le digo para no tener su mirada afilada postrada en mi.

Nos sentamos en sillas, puestas en una mesa pequeña de altura hasta mi cadera. Las sillas están puestas de frente en frente, como si ella quisiera verme, cosa que da un poco de miedo.

En frente mio, se encuentran todos los cubiertos que me enseñaron, desde tres cucharas, hasta cuatro tenedores, todos para distintos alimentos. Suspiro.

—Bien. Estamos en un restaurante. ¿Qué es lo primero que se hace?.

—Entrar erguida y mirar al frente con una sonrisa perfecta —contesto con aburrimiento.

—Perfecto. ¿Cuando llegues a la mesa?

—Debo esperar que mi acompañante masculino corra la silla detrás de mi, para que yo me siente. —Ella asiente y sonríe.

Estuvimos unas dos horas practicando todo, y como me lo sé de memoria, dejó que me vaya. Deben ser las seis, por lo cual, voy a mi habitación, mis sirvientas me sacan el vestido y me pongo ropa normal. Una remera y un pantalón jean. Sí, mi madre todavía usa esos vestidos grandes con campanas pero yo, no. Yo voy a comprar mi propia ropa, ropa normal, de chica.

Me acuesto en mi cama y empiezo a leer unos de mis libros favoritos, ¿saben por qué lo es?, porque me lo regaló él y lo conocí... Sí, lo conocí a Jules Stawson. La persona a la que amo. Nuestro supuesto matrimonio, es lo único que quiero. 

Todo sucedió el día en que me escapé...

*FLASHBACK* Narrador omnisciente.

La niña de once años de edad, hija de duques, con cabellos castaños y hermosos ojos cafés estaba en su clase de piano mientras que su insignificante maestro, le pegaba con una regla para arreglar sus notas.

—¡FAIRE! —Su profesor le gritaba que lo haga bien, golpeando aquel instrumento de plástico en la mano de la menor.

Ella tocaba de nuevo lo que debía, con miedo en sus ojos.

«¿Por qué me hacen esto?, ¿por qué?, ¿por qué?» se preguntaba una y otra vez en su propia mente, el único lugar donde nadie la molestaba y regañaba. 

—¡FAIRE LES CHOSES! —Él le pegó de nuevo en las manos, dejándo una marca en aquella muñeca de porcelana. Lágrimas empezaron a salir de los ojos de la niña.

—¡Assez! —Ella gritó.

«Basta, por favor basta». Ella no lo soportaba, no soportaba todo esto. Aún cuando se quejaba, su madre le decía que era por su bien. Todos los adultos le decían lo mismo, pero ella no queria, no queria esto.

—¡FERMER! —Su maestro le gritó que se calle. La niña se levantó del asiento aún con  la mirada en el piano y los gritos de su profesor. Salió corriendo fuera de la casa. No sabía dónde iba, ni lo querría saber. Mientras todo esté lejos, no pasará nada... estará a salvo de las garras de aquellos monstruos.

Ella corría y corría sin parar. Hasta que se adentró en los bosques, dónde los árboles no cesaban y era todo una mezcla de color verde y aroma a pino.

Se detuvo de golpe y se sentó en unas de las raíces de los pinos. Lloró de nuevo, más fuerte, sin importar lo que pase. Luego cuando se calmó, se sentó y escuchó los ruidos de su alrededor. Ardillas, búhos y qué más cosas habría... Se sentó y olió todos los aromas que se adueñaban de ella, ya que era la primera vez que tendía a hacer todo esto. Para ella, fue sorprendente.

Abrazó sus rodillas y escondió su rostro con cuidado. Su respiración se volvió lenta, estaba por dormirse.

¡CRACK!

Unas pisadas la alertaron. Su miedo aumentó.

«No quería ser encontrada». Escaló el mismo árbol —aún con su actuendo— en el que había descansado y esperó que el peligro que la acechaba se vaya. Pero al parecer no era alguien de su familia el que se hallaba allí, era un joven. Tenía unos quince años, cabellos dorados y ojos celestes. Él miró a su alrededor.

—Creo que está bien aquí... —él le habló al viento.

Aquel se sentó a dos árboles de distancia en donde se encontraba ella escondida y sacó un pequeño libro de mano. Desde allí, podía leer el título de aquel: "Cómo ser feliz en las ramas de la tristeza". 

Ella se bajó suavemente sin hacer ningun ruido y caminó detrás de los árboles, detrás del chico hasta llegar a él.

Se inclinó para ver las páginas del libro, mientras el muchacho lo leía sin interrupciones. La niña, que buscaba la felicidad más que nadie,  alcanzó a leer algunas frases muy bonitas; "Si quieres felicidad hijo mío, sólo sígue tu corazón y no las palabras".

—¿Cómo te llamas? —El chico le preguntó, sin despegar los ojos del libro. Ella se sobresaltó al ser descubierta y se cayó, rompiendo muchas ramas.

—Auch—se quejó del dolor. Él se río por debajo, se levantó y la ayudó.

—¿Estás bien? —Ella aceptó la mano, se incorporó y asintió.

—¿Cómo te llamas? —Preguntó nuevamente él.

—Me llamo...—La primera regla que le habían enseñado a ella era no hablar con extraños, menos con extranjeros mayores. Pero la niña vió en aquellos ojos celestes algo que no era mala intención, sino tristeza, algo que ella también tenía—... Elisabeth.

—¿Elisabeth?, que bonito nombre, bueno, supongo que una chica bonita también debería tener un nombre bonito —ella sonrío—. Mi nombre es Jules. ¿Estás extravíada?— Preguntó observándola  de pies a cabeza.

—Sólo vine a dar un paseo —negó con la cabeza—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Sí, ¿cómo no?

—¿Por qué lees eso? —Señaló el pequeño libro abierto.

—Bueno... lo leo porque creo que el verdadero propósito de la vida es buscar la felicidad, y no el estar triste...—respondió él.

—¿Estás triste también? —el chico sonrío hacia aquella pregunta. Casi nadie le había preguntado aquello, sólo su madre. Y sí, él también estaba triste. Había dejado hacia mucho tiempo su hogar y aún no olvidaba su primer amor, aún con tener sexo con mujeres francesas mayores de su edad, o tener amoríos, nada le sacaba de la cabeza aquella travesura de niño.

—Yo no lo estoy, mi alma lo está. Porque perdió su amor.

—¿Amor? —Preguntó ella con pertuberancia, nunca había conocido algo así, ni nada por el estilo...

—Sí, amor. ¿No sabes que es eso? —La miró con rareza, ¿una niña de unos once años que no sabe que es el amor hacia la madre, el padre, o hacia otra persona? Ella negó con la cabeza.

—¿Me puedes explicar? —Preguntó ella con curiosidad.

—Bien... veamos... Es una difícil pregunta de responder, hasta hoy creo que nadie ha podido dar un preciso significado de tan enigmática palabra. Amor, supongo que es un sentimiento, un deseo, un anhelo, una vida, una realidad, en fin, son tantas palabras que no alcanza ni un diccionario para escribirlas. Si preguntas qué es el amor para mi... Yo diría que es algo así como una etapa... una etapa de la felicidad—él sonríe—Es el primer paso para ser feliz. Es sentir esperanzas con alguien que querés estar al lado de él por siempre, evitando cualquier obstáculo posible.

Ella pensativa, se queda unos minutos preguntándose como podría ser su amor. ¿Amargo quizás?, normal, romántico, lleno de hermosas palabras...

—Seegún tu descripción, ¿puede que sea un tiempo con que estés con una persona que te haga sentir feliz?—Ella da su respectiva. Y él asiente sonriente.

—¿Cómo puedes hallar a la presona que te haga sentir feliz?—Pregunto nuevamente nuestra pequeña amiga.

—Es obvio, esa persona es todo lo que buscas. Puede ser desde alguien igual que tú, hasta alguien totalmente diferente, de él aprendes todo, desde las palabras de tu corazón, hasta ser feliz.

—Oh.—Ella se sienta y abraza sus rodillas.—¿Alguien como tú puede ser mi amor?—Pregunta. Él rubio niega.

—Soy demasiado mayor—Sonríe—Y no me conoces.

—¿Pero lo podrías ser, verdad?—Él piensa unos momentos y sonríe nuevamente. Le despeina los cabellos.

—Pues, supongo que sí—Se ríe él mismo de su propia respuesta.

Pasaron los minutos y ellos hablaron filosóficamente de sus cosas. Hasta de la vida, ella contó hasta por qué escapó, pero no le importó que él se burlara ni nada, sólo sabía que él lo tenía que saber, para que fuera su amor... y le enseñara a ser feliz.

Se acercaba la noche, para cuando el chico llevó a la niña en su espalda, hasta la mansion de los duques.

—Pero te voy a extrañar...—Ella bostezó con sueño.

El rubio sacó su libro del bolsillo y se lo entregó.

—Toma, ahí aprenderás todo de la felicidad. —Ella lo aceptó y se fue corriendo hacia la puerta de su casa.

—¡Acuerdate; no dejes que las lágrimas nublen las estrellas que te guían!—Le gritó él, y se fue...

Ella durmió aún con los regaños que tuvo, disculpas y todas esas cosas. Con el libro debajo de la almohada.

Y quien supo, que ese chico, lo encontrara un año después. A su primer amor, su primer paso de la felicidad...

*FIN DE FLASHBACK* Narra Elisabeth.

 Toca la campana de mi reloj a las 7:30 pm. Me levanto y mis sirvientas entran con el vestido anteriormente puesto.

Como no me gusta que me peinen así que lo llevo totalmente suelto. Me visten y estoy preparada.

Me encamino hacia la entrada y veo a la limosina esperándome. ¿Enserio me pedirá mi mano en martimonio?, ¿seré feliz finalmente?... No lo sé. Pero ojalá que sea así...

Pasan unos diez minutos mientras mi mamá me repasa todo. Yo no la escucho, así que sólo asiento una y otra vez, ahogada en mis pensamientos.

—Llegamos madmoiselle L'amore.—Mi guardaespaldas sale del coche y me abre la puerta. Voy paso por paso, ansiosamente, por ver a mi único amoure, el que me llevará al primer paso de la vida feliz.

Entro en el restaurante del cual su padre es dueño. Aquí fue nuestro segundo encuentro, nada nuevo pero una fecha importante, en ese momento su madre estaba viva, pero... no veo la diferencia.

Veo el restaurante y no hay nadie, apenas hay meseros y un chef, lo demás son todos guardaespaldas y personas matonas que de seguro son amigos de Jack.

Apenas entro, un mesero me lleva a una sede de pasillos, hasta llegar a una sala iluminada por tres faros de color anaranjado, las paredes son celestes y las baldosas blancas. El único sonido son mis tacones golpeando el suelo y mi respiración casi controlada...

El mesero se inclina en forma de respeto y me deja sola a mi y a la persona que me enseñó la mitad de mi vida.

—Jules—Sonrío. Quiero correr y abrazarlo, tenerlo en mis brazos y besarlo y nunca, pero nunca dejarlo. Pero las palabras de mi mamá resuenan una y otra vez... "No dejes que tu estupidez te controle, sé una señorita".

—Mademoiselle Elisabeth, ¿cómo está usted?—Jules pregunta, oh vamos. JAJAJA, ¿él hablando así?, de seguro tiene que tener un arma apuntando en la cabeza para que hable así idiotamente, pero, yo también tengo que hacerlo... Nuestros padres son muy estrictos, malditos desgraciados.

—Muy bien.—Sonrío y dejo que él empuje mi silla para que yo pueda sentarme. Espero hasta que mi acompañante se siente y comenzamos a hablar.

Hablamos de varias cosas, de su vida, estudios, étc. Él no ha hablado mucho, por lo que me preocupa. Sus ojos siempre están viendo el plato y muy pocas veces sonríe. Parece más obligado que feliz, bueno casi feliz. Sus ojos siguen iguales que antes... no. Peor, tienen una mezcla de angustia, dolor y sufrimiento.

¿Qué habrá pasado? No lo sé, y no lo creo poder saber, él siempre ha tenido una aura muy especial, llena de secretos.

Llegamos a la última comida, y estamos cerca del "¿Quiéres ser mi esposa?", y estoy demasiado nerviosa, sin poder hablar y siempre tartamudeando. Me imagino una mansión, con tres hijos, todos con ojos celestes, cabello castaño y la réplica de la sonrisa de él... Bello.

—Mademoiselle Elisabeth, necesito preguntarle algo.—Llegó el momento... Él se levanta y se pone de rodillas enfrente mío, saca una caja con un anillo de diamante del tamaño de mi pulgar.

—¿Usted querría estar conmigo, juntos para toda la vida?—Manten el control, respiro lento y... ¡Pero a la torre!. Salto encima suyo y lo abrazo.

—¡OUI!, ¡SÍ!, ¡YES!, ¡HI!—Digo sí en casi todos los idiomas, sonriente. Él se aparta y me da un beso en mis labios, pero... algo extraño. Un beso seco, raro, como esos besos que dan los hombres a sus amantes. O las mujeres a los hombres que odian... Un beso seco.

Él sonríe y me da igual todo lo que pensé. ¡Estaré con él! ¡Seré feliz!. 

—Te amo—Susurré dejándole un beso en sus labios finos. Él agacha la cabeza y comienza a temblar, ¿qué rayos?. Su padre en ese momento entra.

—Vamos Jules, contéstale, ¿no quiéres dejarla con intriga verdad?—Él sonríe misteriosamente con un aura simbólicamente oscura.

—Yo tambien te amo, Elisabeth—Jules levantó la mirada y sonrío. Eso no me sastiface nada... nada... Algo ocurre y lo sabré.

Me levanto y me camino hacia la puerta del restaurante a mi limosina.

—Lo siento, debo irme, o mejor dicho ¡hacer los preparativos de la boda!—Me despido con una excuza, buena.

Lo único que logro oír fue un "Las mujeres se emocionan mucho" de Jack...

Y me fui.

Antes de olvidarme e.e Saludos para anifenix \(☻u☻)/ sadsads, y gracias por leer. Espero que le den MG y comenteen♥ los amo c:

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