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Es cuestión de perspectiva

La lluvia repiqueteaba contra el asfalto gris.

El cemento mojado se veía mucho más oscuro de su tono habitual. Y aquella acera en particular poseía pequeñas grietas que, a simple vista, escapaban de la atención de cualquiera. Pocos transeúntes se fijan en detalles tan mínimos, mucho menos se darían cuenta de los pequeños brotes de césped creciendo con terquedad en semejantes condiciones tan desfavorables.

Así de abandonada como luce la calle durante esa tarde lluviosa, su ánimo no es mejor.

En esos momentos de su vida, Peregrin Flynn se cuestionaba qué demonios hacía precisamente en aquella acera. Las frías gotas de lluvia impactaban contra su ropa y la poca piel que solía exponer debido a su vestimenta. Su cabello para esos momentos yacía ceñido a su rostro, escurriendo agua.

Y justo cuando alzó el rostro, se vio obligado a entrecerrar los ojos con tal de que el agua no entrara en estos.

¿Cuánto llevaba parado ahí? Puede que apenas unos pocos instantes, quizá ya tuviera varios minutos plantado en ese sitio. El problema real no yace en el hecho de que esté fuera, mojándose a mitad de la lluvia interminable. Su dilema, está en encontrarse justo frente al edificio de Heinz Doofenshmirtz.

Perry no debería estar ahí, para empezar. Debería encontrarse en casa, viendo algún programa de TV, o visitando a sus sobrinos. Seguro que Phineas y Ferb estarían encantados de jugar algún divertido juego de mesa. Candace podría necesitar ayuda con sus tareas, aunque Perry sabía bien que la adolescente buscaría alguna excusa para posponerlo.

Pero no, está justamente a los pies de la entrada de ese edificio. Pasa muy poco rato, antes de que Perry divise a una apresurada mujer dirigirse hacia la puerta de cristal. Cuando esta ingresa al edificio, Perry no lo duda ni un momento antes de colarse tras ella.

Pudo haber llamado al apartamento de Doofenshmirtz por medio del citófono y permanecer menos tiempo bajo la lluvia, pero la indecisión simplemente no le dejó.

Él permaneció en silencio, mirando sus zapatos negros brillar por el agua. La mujer junto a él escurrió descuidadamente su paraguas con una premura que indicaba un inminente atraso, pero en el momento en que fue consciente de tener compañía dejó de salpicar el agua por ahí y por allá.

— Oh. Disculpa, no te había notado. Espero no haberte... Bueno, tú me entiendes.

La verdad es que no podría estar más empapado. Se alzó de hombros y con un gesto de mano le restó importancia a todo eso. Aquella mujer se fue, y él procedió a continuar su camino. Por supuesto, esto demoró unos instantes más. Comúnmente habría optado por usar el elevador, pero por aquella ocasión decidió subir las escaleras.

A cada paso, sus zapatos negros salpicaban parte del agua que los mantenían empapados. Además de apreciar con mayor detalle la incómoda sensación de sus calcetas mojadas comenzar a calentarse. La tentación de quedarse descalzo fue demasiada como para ignorarla y no sacarse los zapatos en el quinto piso.

Así, con el calzado escurriendo en una mano y con el sombrero descompuesto en la otra, terminó de subir los pisos restantes. Pudo haber usado el elevador, pero prefirió utilizar las escaleras. Lo sabía. Sin embargo, por primera vez en su vida estaba indeciso de presentarse en la guarida de Heinz Doofenshmirtz.

Por eso demoró en llegar hasta el piso donde se ubica la casa de su némesis. Y también, por ello se quedó un momento quieto, estático frente a la puerta de Heinz. Perry dio un suspiro resignado antes de sostener sus zapatos y el sombrero con la misma mano, y tocar la puerta.

Tuvo el puño alzado cuando las comisuras de sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa ladeada. Había recordado la vez que rompió la puerta de Doofenshmirtz en una de sus dramáticas entradas, y acabó por pagarle a Heinz el dinero respectivo para reemplazar la puerta rota. Desde ese día, siempre usaba la puerta como cualquier persona, se colaba por una ventana abierta o simplemente aterrizaba en la terraza.

Perry nunca se lo cuestionó, sin embargo, a diferencia de muchas otras agencias de agentes encubiertos que había en el mundo, los agentes de la OSBA eran los únicos en resarcir ese tipo de daños materiales. Al menos eso sabía, de la vez que el agente Piero habló con él.

Como fuera, se obligó a dejar de divagar y tocó una sola vez. Después de todo, apenas sus nudillos hicieron contacto con la madera, la puerta se abrió por sí sola. Peregrin tuvo una mirada de hartazgo al darse cuenta que esta se hallaba mal cerrada desde el inicio. Ese día Doofenshmirtz estaría muy distraído, o se trataba de una trampa sumamente obvia.

Su mano libre se dirigió a su cabello, con la única intención de peinarlo hacia atrás con los dedos, con tal de que los mechones húmedos dejaran de estar ceñidos a su rostro. Tras unos instantes de duda, entró al apartamento de Doofenshmirtz y cerró bien la puerta.

Sus ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la poca iluminación de la sala. Las luces del salón estaban apagadas, y los bombillos encendidos de la cocina advirtieron a Peregrin sobre la presencia de Heinz en dicho lugar de la casa.

Por lo regular, no habría dudado en dejar sus zapatos apoyados a un lado de la puerta, dejándolos secar, e ir directamente a encarar al científico. Quizá averiguar primero qué Inador tenía aquel día, antes de escucharle hablar sobre una anécdota de su infancia infeliz y posteriormente destruir la máquina de esa ocasión.

Siempre solía ser así, y era una rutina a la que no le costó mucho acostumbrarse. La realidad es que Peregrin jamás se detuvo a pensar en que eso podría cambiar de un día a otro. Tal vez porque lo consideraba imposible. O quizá, fue porque se dio el pequeño capricho de no tener que reparar en ello.

Se removió inseguro, sintiendo la alfombra seca bajo sus pies fríos. Su ropa aún escurría agua, por lo que dejó su gabardina secándose en el perchero. El chaleco marrón y la corbata color mostaza siguieron el mismo destino, quedando posteriormente olvidadas en la percha. Retiró un poco del exceso de agua de la parte inferior de sus pantalones oscuros y, finalmente, se encaminó hacia la cocina.

Sus pasos fueron silenciosos, incluso cuando atravesó la puerta y su mirada se encontró con la figura larguirucha y encorvada de Heinz. No emitió ningún sonido, mientras observaba al hombre canturrear mientras removía una olla con un líquido espeso.

Podría ser sopa, por el olor.

Con un mutismo tan bien practicado, Peregrin tomó asiento en una de las sillas del comedor, y se mantuvo unos minutos vigilando pacientemente a Heinz, quien ensimismado continuó pendiente de la cocción de su cena.

Ver a Doofenshmirtz indeciso fue suficiente para que el agente abandonara su cómodo asiento y se colocara sigilosamente tras el científico. No es que quisiera evitar del todo que Heinz se percatara de su presencia, Peregrin estaba acostumbrado a pasar desapercibido debido a su entrenamiento como agente encubierto.

— Mh... Creo que aún le falta un poco de sal.

— Y yo creo que deberías dejarlo así — su voz salió suave después de un corto suspiro — La última vez Vanessa mencionó que hiciste una sopa salada e incomible.

Hay dos cosas claras. Peregrin no planeaba que eso fuera lo primero que le dijera a Heinz aquella tarde. Ni tampoco Doofenshmirtz se esperaba escuchar la voz masculina del agente, justo a sus espaldas y tan cerca de él.

— ¡Agente Perry! Esta es una sorpresa inesperada — Heinz dio un respingo y pronto, Peregrin pudo escuchar aquel acento tan característico en el hombre — Y por inesperada, me refiero a... Bueno, esta vez sí es totalmente inesperada. No pensé que vendrías el día de hoy.

Peregrin no culpaba al castaño. Es muy probable que ningún villano se esperase ver a su némesis aquel día de intensa lluvia. Mucho menos, de topárselo justo en la cocina de su casa, en lugar de encontrarse en su laboratorio, en la terraza. Incluso la sala.

Mientras Peregrin tenía sus pensamientos dispersos, Heinz apagó el fogón debajo de la olla de sopa y dejó la cuchara a un lado. De pronto, el rostro tranquilo del científico se vio adornado con un ceño fruncido y la boca torcida en una mueca de disgusto.

— ¡Oye! ¡Estás mojando todo el piso y acabo de trapear! — espetó de pronto.

Aquel reclamo generó que Peregrin bajara la mirada hacia sus pies, para ver el pequeño charco de agua que se había formado bajo él. Doofenshmirtz tenía razón, Peregrin dejó un rastro de agua en su camino de la entrada hasta la cocina. Y la silla, como es de esperarse, acabó con el asiento humedecido.

— Lo siento. Iré por el trapeador.

Bajo otras circunstancias, Peregrin no habría sido tan descuidado. Heinz, pese a su actitud despistada, se dio cuenta de que Peregrin parecía algo turbado. Distinto de lo usual.

— Oh. Deja eso, agente Perry. Mejor cámbiate la ropa antes de que te enfermes — mencionó Doofenshmirtz, y agregó de inmediato — Y de que sigas mojando todo el piso de mi casa.

Fue un comentario hecho a posta. Doofenshmirtz se consoló con la idea de que no se preocupaba por su némesis, sólo demostraba que es un ser humano. Y pese a lo malvado que fuera, eso no iría a cambiar por ofrecerle al agente una muda de ropa y la posibilidad de usar su secadora.

Era malvado, no una bestia sin sentimientos.

Mientras Peregrin se encargaba de cambiarse la ropa mojada y secarse el cabello empapado, Heinz no tuvo más remedio que trapear una vez más los rastros de agua. Hacía muy poco había dejado limpio el piso, después de cometer el pequeño descuido de no cerrar bien el techo plegable.

Ni bien dejó el trapeador en paz y regresó a la sala, su vista recayó en el perchero con prendas húmedas y olvidadas. ¡Acababa de llevar el trapeador al armario! Las cejas de Heinz se fruncieron un poco, pero le restó importancia y pasó de ello. Ya Peregrin podría encargarse de limpiar el desastre que dejó a un lado de su puerta.

Doofenshmirtz tomó asiento en uno de los sofás, y poco después Peregrin salió del baño. Esa vez, con ropa seca y que no escurre agua, por suerte. El científico observó al agente sentarse justo frente a él, y ambos se miraron en un corto silencio. Al menos, hasta que Heinz se alzó de hombros.

— Mira, en serio no esperaba que vinieras hoy — empezó, un poco avergonzado — Es decir, ¿Has visto cómo está la lluvia? No creí que Francis te mandara en medio de un diluvio. Debería preguntarse si realmente no es malvado.

Doofenshmirtz era honesto. No se preocupó por terminar algún Inador para ese día, por el hecho de que la torrencial lluvia que inició desde la mañana parecía no dar tregua hasta el día siguiente. Y él no poseía planes ni ganas de empaparse, contrario a lo que ocurría con Peregrin.

A su vez, el agente podía contar con los dedos de las manos cuántas veces Doofenshmirtz había planteado aquella pregunta. Dado el continuo silencio de Peregrin, Heinz no se cortó en continuar hablando. Era él quien rompía los silencios incómodos. Siempre lo hacía, con tanta naturalidad que un par de veces Peregrin ha envidiado un poco la capacidad del científico para hablar en compañía.

Porque hablar en público ya era un tema aparte.

Intentando no pensar en esa clase de cosas, Peregrin dirigió su mirada hacia el sillón en el que está sentado, con tal de examinarlo y buscar una forma de distraerse un poco y postergar la inevitable pregunta que está por llegarle.

No hay nada de interesante en aquel sillón tapizado con tela verde, más allá de unas cuantas rasgaduras y pequeños remiendos que tiene de las reparaciones que han tenido que hacerle. No necesita contarlas, pero aun así lo hace. Conoce la historia de cada una de las costuras de reparación.

Heinz se levantó del sofá tras unos minutos, y se encaminó a un pequeño armario ante la mirada atenta del agente.

El barniz del mueble de madera rojiza relucía su brillo, Peregrin supo que ese mueble era nuevo. Nunca antes lo había visto en el departamento de Doofenshmirtz. Además, todavía tenía las protecciones del embalaje.

Desde su asiento, también pudo notar el poco orden que predominaba dentro de aquel armario. Quizá ganaría si apostaba que el científico habría metido las cosas sin tener mucha preocupación en saber qué dejaba en los estantes. Posiblemente sólo compró el mueble para tener algún sitio donde guardar alguno de los tantos objetos que iba adquiriendo con el paso del tiempo.

Peregrin pensó con seriedad que el hombre de cabello rebelde y castaño era propenso a tener una alta posibilidad de convertirse en un acumulador. ¿Sería demasiado descortés sugerirle que limpiara un poco? El agente es consciente que si Doofenshmirtz se volvía un acumulador eso impediría que avanzara mucho con sus planes malvados, en ese caso podría sólo detenerle dos veces por semana, pero Peregrin no tenía la intención de frustrar sus planes teniendo que estar atento de no pisar nada y sufrir un accidente ridículo.

— Pensé que por el mal clima nadie iría a realizar sus planes malvados y ningún agente estaría laborando. Quiero decir, sé que he dicho que el mal nunca descansa, pero debería haber sus excepciones.

Heinz rebuscó un poco entre las cosas de los estantes superiores, hasta que finalmente dio con una caja ligeramente maltratada. La mayoría del empaque se veía en buen estado, exceptuando las esquinas raspadas. Dio un pequeño soplido a la superficie y la tos no demoró nada en presentarse cuando las estelas de polvo se alzaron de la superficie de cartón laminado. Peregrin se resistió a dar un suspiro exasperado.

— Y realmente no creo que hayan mandado a nadie más a trabajar el día de hoy. ¿Sabes qué les hace falta? Un sindicato de agentes. Sí, sí, un sindicato — Heinz no esperaba mucho antes de darse la respuesta a sí mismo, porque ya era costumbre que Peregrin se alzara de hombros cada vez que no sabía qué contestar. Es complicado predecir con qué ocurrencia saldrá Doofenshmirtz —. Se me hace extraño que no tengan uno. Quiero decir, se supone que estás en el lado de los buenos y todo eso.

— No se supone, lo estoy.

En el fondo, se cuestionaba si realmente lo decía por creerlo o sólo por ser algo que se había aprendido de memoria desde que era un niño criado en las instalaciones de la OSBA. Antes de llegar con los Flynn, Peregrin pasó años en un orfelinato especial.

— Bueno, dado que hoy no tengo un Inador que puedas destruir y la lluvia aún no ha parado, ¿Qué tal si jugamos algo en lo que llega la hora de la cena? No creo que a Vanessa le moleste que cenes con nosotros.

Hasta ahora no había prestado mucha atención a ello, pero Peregrin finalmente reparó en que debería parecerle un poco extraño llevarse tan bien con la hija de su némesis. Además de que no sería la primera vez que comía algo junto a ellos.

Recordaba bien la ocasión en la que llegó justo a la hora del almuerzo y tuvo que volver a comer algo para no ser descortés. Por supuesto, a los pocos bocados acabó sujeto a la silla al ser una trampa.

Heinz tomó asiento justo en el sillón frente al agente, y dejó la caja delgada y amplia sobre la mesita que formaba parte del inmobiliario de la sala. Era un juego de mesa.

— ¿Monopoly?

— ¿Qué? Jugar Monopoly es malvado. Estoy seguro de que un genio buscando promover el mal estuvo detrás de la invención de esta cosa — y antes de que Peregrin pudiese decir algo, añadió: — Difícilmente se le habría ocurrido a una buena persona el crear, comercializar y ganar dinero con un juego que consiste precisamente en mandar a los otros jugadores a la bancarrota.

Aun si hubiese querido decir algo al respecto, Peregrin se quedó callado. No importaba lo que dijera, Heinz buscaría cómo refutar cada comentario suyo. Peregrin era un buen agente, uno de los más eficientes y mejores entrenados de la OSBA, pero no aplicaba lo mismo en cuestión de meterse en un debate. En parte, era porque no quería tener demasiada atención sobre él, prefería conservar un bajo perfil.

Doofenshmirtz abrió la caja del juego, y sacó el tablero, las cartas y los dados. El resto de objetos restantes fueron depositados poco a poco a un lado del tablero, y la caja quedó abandonada sobre el otro extremo del sofá que Heinz ocupaba.

Peregrin se encargó de acomodar todo a los costados, con tal de tener un orden y evitar que los objetos de juego quedasen desparramados a lo largo de la mesa. En ese momento, fue que Doofenshmirtz pudo notar un ligero temblor en las manos del agente. Percibir el viento frío que cala hasta los huesos colarse por debajo de la puerta y a través de las ranuras de las ventanas causó que Heinz se estremeciera.

— Había preparado un poco de café antes de que llegaras. Voy a ir por una taza, ¿Quieres que te traiga una también?

Si hace un mes atrás alguien le hubiese dicho a Peregrin Flynn que estaría conviviendo con un villano de Danville durante un día lluvioso, posiblemente no se lo habría creído. Ni por un segundo.

— Sino es molestia.

— Sólo es un poco de café, agente Perry. ¿Quieres algo de comer?

— Con el café está bien.

Por su parte, Doofenshmirtz podría decir que tampoco se hubiese esperado acabar ofreciéndole resguardo a su enemigo. Y sus acciones no implicaban que se estuviese volviendo bueno, por supuesto que no. Él era malvado hasta la médula. Pero también tenía sentimientos y era un ser humano. En su mente, Heinz justificaba su amabilidad con el hecho de que necesitaba que el agente estuviese en condiciones para pelear con él como ya se establecía en la rutina diaria de ambos.

Si Peregrin se enfermaba, ¿Cómo iría a frustrar sus planes?

No quería ser nuevamente el único villano en Danville que no tuviese un enemigo. Heinz recibió suficientes burlas por parte de Aloyse Roddenstein, Rodney, como para querer que nuevamente tenga razones para desviar las conversaciones de las videollamadas hacia su falta de un enemigo. No estaba dispuesto a dejarle en bandeja de plata a su rival cosas con las de qué reírse de él.

Con apenas llegar a la cocina, sirvió dos tazas de humeante café negro y regresó nuevamente a la sala. En silencio, fue que le dio cuidadosamente a Peregrin una de ellas.

— ¿Y bien?

— ¿Qué cosa?

Peregrin se enfocó en mirar con más atención de la necesaria la tarjeta que había escogido, pero era perfectamente capaz de sentir la mirada de Heinz sobre él.

¿Era su imaginación, o esos ojos castaños le miraban más de lo habitual?

— ¿Admitirás que Francis Monograma se está volviendo malvado?

El hombre dejó escapar un suspiro y le dedicó a Heinz una mirada contemplativa. En ningún momento Peregrin se ha olvidado de su razón de estar ahí.

— El Mayor Monograma no fue quien me mandó el día de hoy.

— ¿Entonces quién? ¿Un suplente?

Tal vez la OSBA no fuese la organización más secreta, tampoco la más estricta y rigurosa en sus protocolos. Vale, tenía bastantes cosas que arreglar respecto a su gestión. Pero hasta donde Heinz Doofenshmirtz sabía, solían tratar bastante bien a sus agentes. Que Peregrin se presentara en mitad de aquel diluvio le era sumamente inusual.

— Podemos decir que sí — mencionó Peregrin al cabo de unos minutos.

Dudó en hablar, después de todo, no se suponía que hablara con su némesis de asuntos confidenciales y delicados como esos. Sin embargo, no tenía muchas más opciones. Aún si Peregrin conocía a varios de los agentes y se llevaba bien con ellos, nunca podía saberse si tendrían algún micrófono encendido por el cual estuvieran espiando sus conversaciones. El sombrero de cada agente venía integrado con unos, al igual de poseer una cámara oculta.

Heinz, tras esa respuesta, alzó la mirada del tablero de juego y dejó a un lado la carta que había tomado. Se permitió observar con más detalle a Peregrin. Era extraño para él observar al agente sin su traje y aquel sombrero que solía formar ya parte de él. Mirar a Peregrin con una camiseta blanca y unos pantalones verdes de tartán era un cuadro que no esperó ver nunca.

En su defensa, ¿Quién imaginaría convivir de una forma inesperada con su enemigo, estando este último en pijama? Heinz no hubiese tenido problemas en prestarle otro tipo de muda de ropa, pero estaba casi seguro de que esa era la única que le quedaría bien al agente. Él era más delgado que Peregrin, y el pijama era lo que tenía disponible en una talla cercana a la suya.

El agente se removió un poco ante el escrutinio, y casi pudo jurar que su boca se movió sola.

— Algo así — habló una vez más.

Era un intento por desviar la atención de Doofenshmirtz a otra cosa que no fuese mirarle tan directamente. Aunque cierta parte de él, seguía sin estar convencido de que hablar con Heinz sobre todo eso fuese la mejor de las ideas.

Además, en situaciones premeditadas, es difícil saber cuándo habrá un soplón. La gente con tal de sobrevivir es capaz de muchas cosas. En especial, cuando son agentes encubiertos y llevan una doble vida como en la OSBA.

— Bueno, entonces deberías poner una queja.

Así que, si se hallaba conversando de ese tipo de cosas con Heinz Doofenshmirtz sin tantas preocupaciones, era simple y sencillamente porque su sombrero se había estropeado por la mañana y no había tenido tiempo de arreglarlo antes de ser mandado a su misión en un día tan lluvioso como ese.

— Dudo que se tome en cuenta algo como eso. Si fuera así, no estaría aquí en primer lugar...

— ¿No se supone que siendo de los buenos los pueden despedir o algo por hacer eso?

Peregrin meditó que en situaciones normales así sería. Sin embargo, con todo el cambio de personal que hubo en la OSBA, esa ya no era una opción. El Mayor Monograma había sido retirado de sus funciones desde el día de ayer, y Peregrin temía que lo mismo sucediera con los agentes que han estado vigentes en la OSBA, incluido él.

O peor aún, que se viera en la necesidad de ser reasignado. Inicialmente sí que se le había designado ir a frustrar cualquier plan que Doofenshmirtz tuviese para ese día, pero antes de ello se le asignó una misión extra. Una que no salió muy bien, por la poca información que se le había dado al respecto e ir acompañado por integrantes nuevos de la OSBA con los que no se pudo coordinar.

Recordar que acabó enredado en una trampa de cables que le había hecho doler las costillas hacía que la tentación de arrugar la nariz y gruñir en desagrado fuese enorme. Peregrin nunca cometía ese tipo de errores, aún si evitar errar había estado fuera de su control aquella ocasión. Por lo general eso no solía suceder cuando Francis Monograma estaba al mando de esa sección de la agencia.

El hombre de cabello turquesa simplemente negó antes de dar una respuesta verbal.

— Es la nueva política de la agencia.

— ¿Eso es en serio? Espera un minuto, se supone que el malvado aquí soy yo.

Heinz enjarró los brazos en su cintura con un ceño fruncido, mismo que se acentuó cuando pudo ver que Peregrin se llevaba el puño a la boca y ladeaba ligeramente la cabeza.

— ¿Qué? ¿Qué es tan gracioso, Agente Perry?

Él simplemente negó. ¿Qué tan malo era casi reírse por algo como eso? Peregrin pensó que, si la agencia se enteraba que estaba empatizando de esa forma con su enemigo, seguro que lo mandarían directo a un manicomio. Prefería pensar que no era algo realmente sacrílego, tomando en cuenta que estaba en un día libre.

Forzosamente libre, cabe aclarar.

— La verdad es que no estoy aquí en calidad de agente.

Peregrin movió suavemente su taza, viendo fijamente el líquido oscuro que le devolvía su reflejo entre manchas brillantes por la luz de la bombilla. Heinz fue quien se alzó de hombros esa vez.

— Bueno, eso explica porque no entraste rompiendo mi puerta.

— Heinz, ya me disculpé por eso. E incluso te pagué mis destrozos.

— Sí, puede ser. Pero no fuiste tú quién tuvo que volver a instalar una puerta de roble sólido.

— ¿Cuántas veces voy a tener que disculparme?

— No lo sé, quizá algún día lo olvide. No has vuelto a romperme una puerta desde entonces, pero te juro que si lo haces otra vez te vas a quedar a instalarla tú.

Heinz consideraba que alguien malvado como él no podría desaprovechar el utilizar los errores de su enemigo a su favor. Además, cierta parte de su ser encontraba una tierna gracia en ver cómo el rostro de Peregrin se teñía de rojo ante aquel recuerdo.

Doofenshmirtz sabía cuán avergonzado podría estar él, no todos los días el villano es quien termina sermoneando al que está de parte de los buenos. Pero al menos, desde ese entonces el agente no había vuelto a entrar rompiéndole la puerta y aprendió a tocar, así como Heinz adquirió la costumbre de dejar sin seguro la misma.

Peregrin aplastó aquel sentimiento de vergüenza que le retorcía las tripas, y tras aclararse la garganta, fue él quien frunció el ceño en esa ocasión.

Así como Heinz no iría a olvidarse fácilmente de sus destrozos hacia la puerta, Peregrin tampoco pasaría en alto el haberse encontrado con la puerta sin cerrar.

— Cuando llegué la puerta estaba abierta.

— Sí, precisamente para que no la rompas.

La discusión sobre la puerta rota podría llevarles horas, así que Peregrin no comentó nada al respecto y prosiguió.

— No, me refiero a que realmente estaba abierta. Cualquier otra persona pudo haber entrado y atacarte por la espalda con facilidad.

— Ya me las he visto peores. Puedo solucionarlo sin problema.

— No lo habrías notado hasta que fuera tarde.

Las palabras de Peregrin provocan que Doofenshmirtz le dé una mirada con ligera indignación. Una parte de él comprende que en ocasiones es demasiado imprudente y descuidado, Charlene se lo dijo en más de una ocasión, como cuando olvidó las llaves dentro del coche. Pero otra parte de él se retuerce al caer en cuenta que está siendo sermoneado por alguien a quien le saca varios años de edad.

— Oye, creo que soy lo suficientemente mayor como para cuidarme solo. No lo parezco, pero soy un adulto responsable.

— Quizás tú sí. ¿Pero Vanessa?

Doofenshmirtz se quedó callado, antes de recostarse en el reposabrazos del sillón y suspirar en derrota.

— Te odio, agente Perry.

Eso era suficiente para que Heinz no debatiera más. Por más malvado que el científico asegurase ser, Peregrin es perfectamente consciente que todo lo que implicase a Vanessa hacía que el hombre viera todo desde una perspectiva diferente.

Eso le hacía ser menos terco en ocasiones.

Peregrin simplemente sonrió ante esa victoria. Era algo un poco estúpido, pero por una vez se sentía bien tener en cuenta que era algo a lo que muy posiblemente Heinz pondría más atención desde ese momento.

— ¿Sabes? A veces me caías mejor cuando no hablabas tanto. ¿Cuándo empezaste a ser tan contestón, agente Perry?

— Puedes decir solamente Perry. Hoy no estoy en servicio.

Por primera vez desde que se sentaron en la sala y comenzaron aquella partida de Monopoly, Heinz puso atención a ese comentario. Era la segunda vez en la tarde que Peregrin mencionaba algo como eso. El castaño tomó una nueva tarjeta de la baraja antes de buscar los dados.

— Si no estás en servicio, ¿Entonces por qué estás aquí?

— Digamos que se me avisó bastante tarde que la misión de hoy quedaba pospuesta.

En el fondo, era una pequeña mentira. A mitad del camino Peregrin ya sabía que no era necesario presentarse en el edificio de Doofenshmirtz, podría haberse desviado a la perfección hacia su hogar o dirigirse rumbo a la casa de sus sobrinos. Pero, aun así, acabó acudiendo al departamento de Heinz. No estaba seguro del porqué, no lo razonó mucho, ni siquiera mientras subía las escaleras de cada piso.

— Eso suena lo suficientemente malvado para mí. ¿Estás seguro de que trabajas para el bien? ¿O acaso la agencia está pensando en pasarse al lado del mal?

Peregrin evitó rodar los ojos.

Cualquier otro agente, probablemente no aguantaría mucho pasando el rato con su némesis antes de retirarse. Perry se cuestionó sí él tenía demasiada paciencia, o si Heinz resultaba ser más agradable de lo que pudiese pensarse después de la primera impresión, pero estar en esa sala escuchando al hombre hablar con aquel acento extranjero tan marcado no resultaba molesto.

Era curioso y relajante. Por lo regular, debería sentirse mejor por ser él quien hablara, escuchar a Doofenshmirtz y tener esa sensación se tornaba ligeramente desconcertante. No lo suficiente como para considerarlo un verdadero problema o un asunto con mucha relevancia.

— Fue un pequeño retraso en notificarme, sólo eso.

— Por un retraso como ese podrías acabar enfermo y no venir en varios días, Perry el tontitorrinco.

No sería muy inteligente de su parte si Peregrin le remarcaba que su ausencia debería alegrar a Heinz, así que decidió enfocarse en aquella extraña forma de llamarlo. La OSBA los entrenaba de manera que su adiestramiento se relacionaba con la forma de moverse de un animal en específico. Que Heinz hiciera una referencia al que le había tocado causó que enarcara una ceja.

Ante su reacción, el castaño le dirigió una mirada de circunstancias antes de encogerse de hombros.

— ¿Qué? Lo eres.

Podría preguntar más al respecto, pero prefirió pasar de tema y preocuparse de ello otro día. Quizás mañana. Peregrin parecía olvidarse que solía llevar mancuernillas con forma de ornitorrinco.

Dentro de sí, una vocecita le susurraba lo negligente que sería posponer averiguar un detalle como ese, mismo que podría indicar una filtración de información. Esa vocecita pronto se veía opacada por la voz enérgica de Heinz cuando el juego le dio la ventaja tras tirar los dados.

— Parece que tengo una racha de suerte. Lo cual es extraño, normalmente en esta clase de juegos me va mal.

— Creo recordar que alguna vez mencionaste ser más diestro con los juegos que involucran las manos en lugar de los pies.

Heinz movió su pieza en el tablero, y le pasó los dados a Peregrin.

— ¿Lo hice? Oh, sí. Lo hice. Por eso nunca pude ser bueno en Kickball y eso fue bastante desastroso. Verás, cuando era pequeño en Gimmelshtump...

Escuchar esa pequeña frase bastó para que el agente abandonara la idea de tirar los dados, y en su lugar, sus ojos se posaron sobre el otro hombre y se acomodó en el sillón. Tomó nuevamente la taza de café que dejó abandonada sobre la mesa. Siempre, después de aquella frase, era consciente de lo que venía. Seguiría una anécdota de la infancia de Heinz.

En esa ocasión, en lugar de continuar hablando, Heinz apretó los labios y se rascó la parte posterior del cuello. Era la primera vez que Peregrin le veía inseguro de comenzar una anécdota, como si no quisiera hablar.

— ¿Qué sucede?

Por lo general, Peregrin no debería sentir la obligación de alentarlo a hablar. Es más, cuanto menos supiera de la vida personal de Heinz Doofenshmirtz sería mejor. Empatizar con el enemigo no es algo que la agencia consintiera, preferían evitar cualquier problema. En especial, los que tuvieran relación a un posible agente doble. Demasiada empatía podría provocar la aparición de un topo en la OSBA.

No obstante, aun siendo consciente de ello, Peregrin no fue capaz de controlar ese impulso por preguntar. ¿Cuántas veces podría ver a Heinz dudar de algo que iba a contar? Definitivamente no le pagaban por escuchar los monólogos de su enemigo designado, pero en esa ocasión era lo menos que podía hacer.

Heinz le había recibido en su casa, aunque no fuese su obligación hacerlo, porque Peregrin no debió de ir por esa vez.

— Es extraño verte dudar de algo.

— Bueno, usualmente te cuento ese tipo de cosas cuando estoy en medio de un monólogo malvado para decirte mis planes del día. Pero justo hoy no estás en servicio ni yo tengo algo preparado.

Peregrin observó al hombre, antes de alzarse un poco de hombros.

— ¿Realmente importa si estoy de servicio o no? — le cuestionó, después de pensarlo un poco —. Puede que no esté en servicio, y tal vez tú no tengas un plan para hoy, pero puedo escucharte si lo necesitas.

— ¿En serio?

— No tengo ningún problema en hacerlo.

¿Debería tomar la oferta del agente? Heinz dejó de lado el juego de mesa que estaban jugando, y las cartas junto a los dados quedaron olvidadas sobre el tablero.

— Verás, hace mucho tiempo, cuando aún era niño se realizaba cada año una competencia para el día de las madres. Tenía distintos juegos y actividades, pero la más importante era el partido de Kickball. Normalmente solía irme mal en ello, y empeoró cuando Roger empezó a participar. Mi madre siempre se enorgulleció más de él que de mí, sobre todo después que perdí en una competencia importante de laberinto, pero esa es otra historia distinta y...

Doofenshmirtz echó un vistazo hacia Peregrin, quien simplemente asintió en silencio, invitándole a proseguir. Heinz no supo exactamente por qué, pero sintió la vergüenza recorrer cada fibra de su cuerpo. Peregrin pudo verle colorarse un poco antes de carraspear.

— El punto es que ella siempre le tuvo un gran favoritismo. Digo, en caso de Roger sí asistieron a su nacimiento.

Peregrin lo intentó, pero fue imposible que una mueca de desconcierto no se asomase por su rostro. Al menos, durante unos cortos instantes. Heinz había mencionado eso unas cuantas veces, y Peregrin todavía no digería del todo esa anécdota. No preguntó al respecto con tal de no interrumpirle.

— Roger siempre lograba darle a la pelota y marcar carreras. Aún más cuando mi familia organizaba las reuniones anuales de los Doofenshmirtz. Y todavía lo hacen y él aún continúa siendo su favorito. Pero eso ya te lo conté la otra vez. El punto es que me fastidia que sea tan bueno en Kickball mientras yo siempre quedaba en ridículo.

Heinz sujetó su taza de café y dio un sorbo antes de continuar hablando, haciendo un par de gestos con la mano libre.

— Es por ello que planeaba construir un Inador para arruinarle el juego de Kickball que se suponía que se haría hoy en el estadio de Danville. Pero debido a la lluvia, no pude acabar el Inador, ni siquiera pensé en un nombre. Y también, por ello el partido se reprogramó para mañana.

Peregrin imitó la acción de Doofenshmirtz y dio un trago del café que le quedaba.

— ¿Qué se supone que hace ese Inador?

— ¡Oh! Pues en teoría debe... Un momento, si te lo digo ahora, perdería todo el chiste para mañana. Solamente llegarías para destruir mi Inador.

Peregrin lo pensó un poco antes de responder.

— Puedo escuchar todo tu monólogo otra vez.

— Pero perdería toda la gracia.

— Nunca pierde la gracia el escucharte hablar. Podrías hablar por horas y no me cansaría de escuchar.

Fue después de ese comentario, que ambos hombres se quedaron en silencio. Peregrin no supo qué más decir, y Heinz tampoco tuvo idea de cómo responder. Se dio cuenta bastante tarde que sus palabras eran cuando menos extrañas. Peregrin se avergonzó al reparar en ello.

— Veo que no pierden el tiempo y ya empezaron a coquetear. Hola, por cierto, Peregrin.

— ¡Vanessa!

El chillido avergonzado de Heinz se llevó toda la atención de la adolescente, cosa que el agente agradeció. Porque no quería que viesen que su rostro se había colorado ante lo dicho por la hija de Doofenshmirtz.

— ¿Qué? No se le puede llamar de otra forma.

— Para tu información, no estábamos haciendo nada de eso. Simplemente estábamos hablando. ¡De némesis a némesis!

— Si así le dicen ahora por los de tu edad... Diré que te creo, ¿Qué vamos a cenar?

— ¡Estoy diciendo la verdad! — el científico enjarró los brazos y frunció el ceño, para relajar su postura cuando escuchó la pregunta —. Hice sopa para cenar. Invité al agente Perry a cenar con nosotros, espero que no te moleste.

— Sin problemas, sólo no coqueteen frente a mí.

— ¡Qué no estábamos haciendo eso!

Aunque quizá no debió hacerlo, Peregrin no pudo evitar esbozar una sonrisa. Y Heinz logró darse cuenta de la misma.

— ¿Y tú de qué te ríes, agente Perry? Bueno, no importa. Solamente vayamos a cenar.

.

.

.

Ese día sí, había logrado construir a tiempo el Inador. Heinz ajustó la última tuerca faltante y procedió a cerciorarse que el cableado estuviese bien puesto. De vez en cuando demoraba en acabar sus inventos, porque cableaba algo mal tras el botón de autodestrucción.

Era en esos momentos cuando Heinz se cuestionaba para qué colocaba un botón de autodestrucción, pero rápidamente se olvidaba de ello tras mirar la hora.

Con todo ya listo, procedió a esperar pacientemente a que el agente llegase a su departamento para comenzar su rutina de siempre.

A través de un telescopio, pudo ver que en el estadio de Danville ya se preparaban para dar inicio al juego de Kickball. Heinz decidió que le dispararía a Roger justo cuando le tocase anotar una carrera importante, así sentiría la humillación.

Se dirigió hacia el sillón y esperó. Tenía calculado esperar unos 5 minutos, Peregrin siempre era puntual para llegar. Sin embargo, cuando pasaron 15 minutos sin que el agente apareciera, Heinz comenzó a dar vueltas por su sala de estar.

— ¿Dónde rayos te metiste, agente Perry?

Nadie podría responder su pregunta, estaba solo aquel día. Vanessa se había llevado a Norm con ella al salir de compras junto a Charlene, necesitaba de alguien que le ayudase con sus bolsas.

Ciertamente se sintió un poco decepcionado, por su mente cruzó la idea de que Peregrin se hubiese retrasado sin preocuparse por llegar a la hora de siempre, debido a que Heinz le había contado su monólogo de ese día. Por supuesto, pronto la decepción se mezcló con irritación cuando se encontraba empujando el Inador hacia la terraza.

Así que, cuando escuchó su puerta ser derribada de inmediato se dirigió hacia la sala.

— ¡Al fin llegas! ¡Debías llegar hace...! ¿Quién eres tú? Tú no eres el agente Perry.

Quien derribó su puerta era un hombre de cabello negro y lentes oscuros. Por supuesto, una expresión nada amigable decoraba su rostro.

Ver a un completo extraño en la puerta de su casa despertó en Heinz un sentimiento agrio. Por sus pintas, deducía que podría ser un agente de la OSBA. Pero no entendía por qué otro agente se presentaba para detenerle.

— ¿Dónde está el agente Perry?

— No tengo por qué responder eso.

— ¿Quién eres?

— No tengo la obligación de responderte.

Heinz frunció el ceño ante la respuesta altiva y grosera.

— Muy bien, señor "no respondo preguntas". ¿Cómo se supone que me dirija a ti?

El agente desconocido hizo caso omiso, e inspeccionó el lugar hasta que sus ojos se posaron sobre el Inador de Heinz. El científico siguió su mirada, y al toparse con la máquina decidió contar su monólogo del día. Aunque la verdad, es que tenía cierto desánimo.

— Bueno, eso no importa. Pasemos a lo que sí. Como sabrás, hoy se lleva a cabo el juego de Kickball en el estadio de Danville, y mi hermano Roger, alias el tonto alcalde, estará... ¡Oye! ¿Qué estás haciendo? ¡Aún no te he dicho mis razones!

El agente que suplía a Peregrin no se esperó a escuchar más, antes de aproximarse al Inador y dispararle con una pequeña pistola que provocó un corto circuito en la máquina. Heinz vio alarmado como esta echaba humo.

— ¡La destruiste antes de que te diga siquiera lo que hacía!

Se le negó la oportunidad de dar cualquier reclamo, cuando aquel agente desconocido se aventó de la terraza y se alejó de su edificio al planear con un parapente.

— Que grosero.

En seguida desconectó la máquina de la toma de corriente. Heinz mantuvo el ceño fruncido mientras desmontaba partes de su Inador descompuesto, con tal de que el humo saliese de forma más rápida.

Con apenas retirar una parte de la carcasa blanca, el humo se elevó al cielo de inmediato. El científico recurrió a un abanico para dispersar en menos tiempo el humo negro, y echó un vistazo al interior. Los circuitos estaban fritos. Y una que otra cosa se había derretido debido al corto. Muy posiblemente no habría nada salvable de ahí dentro.

Podría decir muchas cosas malas respecto a Peregrin. Podría quejarse a menudo de él. Pero Heinz sabía una cosa, y esa era que el agente Perry jamás le haría algo como eso. Fue entonces que paró su labor y miró hacia la puerta rota que le dejó aquel agente que tanta bilis le produjo.

¿Dónde estaba el agente Perry?

.

.

Durante todo el día no recibió ningún llamado. Incluso si acudió a su base secreta, todo lo que Peregrin pudo ver ese día fue una pantalla apagada. Le preocupó de sobremanera, pero se vio forzado a retirarse de ahí y esperar. Nada malo ocurrió aquel día y el partido de Kickball, según las noticias, procedió sin percances.

— ¿Pasa algo, tío Peregrin?

— ¿Qué? No, nada. No es nada, Phineas.

— Te ves bastante preocupado desde que llegaste por la mañana.

— Ferb tiene razón. ¿Hay algo en lo que podamos ayudar?

— En serio, no es nada. No se preocupen, niños. Sólo vayan a jugar al patio.

Phineas y Ferb observaron al adulto, antes de mirarse entre ellos y salir al patio tras alzarse de hombros. Peregrin los miró por unos momentos, antes de suspirar y probar suerte ese día. Sin ninguna llamada previa, entró a su guarida por uno de los accesos en la casa.

La pantalla permaneció un largo rato apagada, Peregrin incluso pensó que tendría que irse, hasta que finalmente mostró algo de estática tras encenderse. Unos instantes fueron suficientes para que pudiese ver la silueta de un hombre desconocido. A diferencia de Monograma, no podía verle bien el rostro.

Apenas en ese momento el reloj de muñeca de Peregrin se iluminó con un aviso de reunión.

— Buenos tardes, agente P. Llegas puntual, eso es excelente.

— Ayer no se me llamó para ninguna misión.

— En efecto, no se te convocó.

— Sé de buena fuente que Doofenshmirtz planeaba algo ayer.

— Sí, así fue. Pero fue un problema solventado por uno de nuestros agentes.

Peregrin se vio tentado a morderse el labio inferior debido a la ansiedad. Le preocupaba que otro agente hubiese lidiado con Heinz ayer. No conocía bien a sus colegas, mucho menos a los hombres a cargo del actual jefe de su división, pero era poco probable que alguien escuchase pacientemente los monólogos y las anécdotas de Heinz tal como hacía él.

El pensamiento de que no dejasen que Heinz hablara en absoluto le sentó mal.

— El día de hoy irás acompañado con unos agentes de respaldo hacia una antigua base de un villano que capturamos hace unos días. Tienen como misión desmantelar todo eso, y posteriormente impedir que un cargamento de materiales llegue a manos del Dr. Norfolk.

El reloj de muñeca de Peregrin emitió un pequeño sonido, y pudo apreciar las coordenadas de la ubicación que le habían mandado. Tras unos momentos, frunció las cejas y miró a su superior.

— Está lejos de Danville.

— Lo sé. Y debido a que tendrán otras misiones pendientes ahí, es que se procederá a reasignarte en el área.

Peregrin miró incrédulo al hombre en la pantalla.

— ¿Van a transferirme? ¡No pueden hacer eso! Llevo desempeñándome bien en mi trabajo con tal de quedarme en Danville.

— Precisamente, por tu buen desempeño, es que eres requerido en esas misiones.

Para Peregrin fue ridículo aquel argumento. ¡Llevaba años esforzándose para que le salieran con eso! Pero tenía en cuenta que no podría exigir las cosas de mala forma, debía pensar en una manera de zafarse. De ser convincente. Fue en ello que sintió el desánimo. Eso funcionaría con Monograma, pero posiblemente no con aquel hombre.

— Si me voy, ¿Quién va a frustrar los planes de Doofenshmirtz? Los demás agentes están ocupados con otros villanos.

— De eso puede encargarse uno de mis hombres. Doofenshmirtz es un villano de poca monta, no es será problema neutralizar sus fechorías. El Dr. Norfolk y el grupo de villanos que está formándose en el condado vecino son más prioritarios.

Le supo mal escuchar eso. A Peregrin le importó muy poco si iba contra la ética de un agente, estaba en completo desacuerdo con todo. ¿Cómo se atrevía a referirse de esa manera a Heinz? Puede que no fuese el mejor villano en el Área Limítrofe, pero sí que se esforzaba por serlo.

— Vete ya, agente P.

Peregrin quería decirle muchas cosas a su superior. Sin embargo, tuvo que tragarse el coraje que tenía dentro. Todo eso estaba absolutamente mal. De inicio a fin.

.

.

Cuando tuvo todo acomodado, no quedó otra cosa que hacer, más que mirar su reloj. Doofenshmirtz se cuestionó si aquel día sería visitado por aquellos odiosos agentes de reemplazo que estaba mandándole la OSBA. Hizo una mueca con pensar en ello y estuvo resignado cuando escuchó la ventana abrirse.

Sin embargo, los ojos de Heinz parecieron brillar cuando distinguió ante él la figura de Peregrin.

— ¡Oh! ¡Agente Perry! Esta es una sorpresa inesperada, ¡Y con inesperada me refiero a totalmente esperada! — la voz de Heinz mostró más alegría de la que pensó.

No demoró ni un solo segundo en activar la trampa que capturaría a Peregrin, dejándole apresado cuando la alfombra se cerró cual planta carnívora. El agente cayó al piso, y Heinz acomodó al hombre con tal de que pudiese mirarle bien desde donde estaba.

Incluso, tras pensarlo un poco, decidió acomodarlo sobre el sofá.

Esa vez, más que ninguna otra, ansiaba que Perry pudiese observarle y escuchar todo lo que dijera sin que tuviese un impedimento de por medio.

— Verás, cuando era pequeño en Gimmelshtump, se llevaba a cabo una competencia anual de recorrer un laberinto. Los Doofenshmirtz siempre fueron una familia orgullosa que lamentablemente era conocida por perder siempre en ese tipo de eventos.

Heinz todavía no comprendía el por qué, pero contarle ese tipo de cosas al agente llegaba a ser relajante para él. De cierta forma, se le hacía un tanto raro poder confiarle a su némesis anécdotas así. Pero sin duda que se sentía mejor después de sacar lo que había guardado dentro por tanto tiempo.

— Un día, durante una competencia, yo asombrosamente pude tener la delantera. Ya sabes, no soy tan bueno con los pies. ¡Estuve a punto de ganar! Incluso mi padre empezó a realizar algunos tratos con algunos conocidos. Pero un niño que no participaba, llamado Hans, tiró unas cajas que estaban en mi camino y me cerró el paso. ¡Hizo que perdiera justo a un paso de la meta! Fue una vergüenza para mis padres todo ese año.

Peregrin tenía que admitirlo, algunas de las historias de infancia de Doofenshmirtz sí eran bastante lamentables.

— El día de hoy se lleva a cabo en Danville una competencia de recorrer el laberinto, lo cual es genial para mis planes. Porque justo Hans está participando y parece ser el favorito. Todos cuentan con que él gane. Así que justo cuando esté por cruzar la línea de meta, encenderé esta maravilla: ¡Admira el obstruinador!

Se dio la vuelta, y finalmente retiró la manta blanca de su Inador. Observó el pequeño tablero de la máquina, posando la mirada de inmediato sobre el botón rojo.

— Y ahora... ¡Le toca a él pasar esa vergüenza!

La emoción se distinguía con gran detalle en el rostro de Heinz. Cada vez estaba más cerca de poder disparar su Inador. Y estaba casi completamente seguro de que podría lograrlo. Sin embargo, el agente pudo liberarse de la trampa y se dirigió hacia él.

Antes de que Heinz fuese capaz de presionar el botón rojo, Peregrin lo tacleó.

— ¡Oye! ¿En qué momento te soltaste? Bueno, ¡Eso no importa ahora!

Ambos hombres rodaron por el suelo y forcejearon. Peregrin notó que Heinz se veía mucho más animado de lo usual, así que él tampoco quiso ceder en aquel forcejeo. Llegó un momento en el que Heinz pudo patearle el abdomen y quitárselo de encima para correr directamente hacia el Inador.

— ¡Esta vez yo gano!

Peregrin con ver al hombre tan próximo a la máquina, sujetó el cable negro a un lado suyo y tiró de él con tal de zafar el enchufe. La máquina se apagó justo cuando dejó de estar conectada a la toma de corriente.

— ¡Oye, eso no es justo!

El agente sujetó el cable y, como si fuera un lazo, atrapó hábilmente a Doofenshmirtz. Mientras el científico intentaba soltarse de su atadura, Peregrin corrió hacia el Inador y, tras arrancar el cable de la máquina, no dudó en aventarlo por la terraza.

Heinz cayó al piso cuando finalmente estuvo cerca de soltarse, solamente para ver como el agente se deshacía de su Inador.

— Te odio, agente Perry.

Peregrin supo que aquella frase recurrente que Doofenshmirtz le dedicaba después de destruir sus inadores sería algo que echaría de menos. Decidió recostarse un rato junto a él, mientras Heinz luchaba en el suelo con tal de liberarse.

Pasó un rato antes de que pudiese hacerlo, quedándose quieto.

— No pensé decir esto, pero me alegra que vinieras hoy.

Peregrin de inmediato miró a Heinz. La impresión no le dejó hablar, hasta que transcurrieron unos cuantos segundos.

— ¿Te alegras?

— Sí. Los agentes que mandaron los últimos días son demasiado groseros.

¿Cómo se supone que Peregrin debía reaccionar a eso? Debería sentirse terrible de sentir como su pecho se calentaba gratamente por aquel comentario, mismo que provenía de su némesis. Eso no impidió que se le cruzara por la cabeza que iría a extrañar las excentricidades de Heinz Doofenshmirtz.

Apenas salía de su ensimismamiento, cuando Heinz frunció el ceño.

— Un momento. No debería estarme alegrando. ¡Tú! Siento que me debes una explicación, agente Perry. ¿Dónde estuviste metido los últimos 3 días? — de pronto, el enojo se convirtió en desolación —. ¿Acaso me estás engañando con otro villano?

A Peregrin nunca dejaba de sorprenderle cómo el hombre era capaz de pasar de una emoción a otra en cuestión de instantes. Negó suavemente con la cabeza, antes de regresar su mirada al cielo que podía admirarse en la amplia terraza.

— Entonces, ¿Por qué no habías venido?

— Tuve que atender unos trámites en la agencia.

Se supone que no debería decirle, que no tenía por qué darle explicaciones. Sin embargo, Peregrin sentía la necesidad de hacerlo. No podía admitirlo abiertamente ante otros, pero de alguna manera que todavía no comprendía, Heinz y él habían llegado a un punto similar de ser amigos. Un "algo" que no podía etiquetar.

Peregrin siendo consciente de que los otros agentes no responderán sus preguntas, razonó que tenía que decirle. Permitirle saber que ese era el último día que frustraría sus planes.

— Oh. ¿Y qué trámites se supone que te llevan 3 días? ¿Qué no la agencia se encargaba de todo eso?

— Hay cosas que la agencia no puede cubrir cuando se trata de una reasignación.

Peregrin se incorporó del suelo, tomando en el proceso su sombrero. Miró el mismo por unos largos segundos, antes de dirigir su mirada hacia el científico. Esbozó una sonrisa triste.

— Me alegra haberte detenido una última vez.

Heinz fue el siguiente en incorporarse del suelo, como si hubiera estado recostado sobre metal caliente. No le dio importancia a quitarse el polvo de encima. Era lo que menos le importaba en ese momento.

— ¿Y eso qué significa? ¿Vas a dejar que hagan lo que quieran cuando vengan a detenerme?

Peregrin no fue capaz de sostenerle la mirada a Doofenshmirtz por mucho tiempo, antes de tener que desviarla.

— No puedo hacer nada, Heinz. Difícilmente dejarán que la familia que he tenido durante los últimos años me recuerde. Si te soy sincero, yo tampoco me quiero ir.

El científico sintió la amargura escalar desde su estómago hasta su garganta. ¿Por qué sentía que hablar era tan complicado? Se sentía atrapado. Peor que la vez que su padre lo presionó a saltar desde la plataforma de la piscina en Gimmelshtump.

— Fue un gusto ser tu némesis, Heinz.

Peregrin sintió que ya no tenía nada más que hacer ahí, dio media vuelta y salió en total silencio del departamento. Doofenshmirtz dejó la mirada clavada en la puerta, aun minutos después de que Peregrin se marchó.

— Fue un gusto odiarte, agente Perry.

Las palabras quedaron en aquella sala vacía.

El resto de su día, Vanessa le catalogó como algo muy parecido a ser un zombi. Estuvo ido durante toda la tarde, Vanessa incluso le propuso ir al médico si es que se sentía tan mal. Porque era inusual no verle trabajando en los planos de un nuevo Inador con el cual intentar conquistar Danville.

Sí, Heinz mejor que nadie sabía que él era capaz de pasarse toda la noche trabajando en sus inadores y planificando la trampa que usaría para atrapar al agente. Pero ahora, se veía en silencio y con la mente en blanco frente al papel azul. Su mente era un terreno yermo desde la tarde.

Guardó todo, y decidió que por esa noche sería suficiente. Que mañana intentaría armar algún Inador que se le ocurriese. Solamente quería poder descansar en paz aquella noche.

Sin embargo, el descanso es lo que menos obtuvo. Giró una vez en la cama para acomodarse, y tardó muy poco dar un par de vueltas, acomodando su almohada y cambiando de posición en la cama.

Giró una vez más sobre el colchón, todavía podía escuchar las palabras de aquel tonto agente dándole vueltas por la cabeza. Sacó la almohada debajo de su cabeza y la colocó encima de la misma, en un intento de extinguir el recuerdo de la voz indecisa y triste de Perry.

Le irritaba no poder dormir por eso. ¡Ni siquiera contando ovejas era capaz de conciliar el sueño!

Intentó pensar en todas las cosas molestas que contraía el tener a un agente de la OSBA frustrando sus planes. En primera, siempre le rompía las puertas. Aunque después aprendió a tocar. Pero ese no era el punto, ¡También le dejaba en situaciones ridículas! Como la vez que fue él quien quedó atado a su propio cohete.

Sin embargo, al mismo tiempo también recordó como Vanessa quedó encantada con la decoración lúgubre de sus dulces 16, que en lo personal consideró un poco tétrico para una adolescente. Hizo un último intento, pensando en cada una de esas ocasiones en las que acabó magullado e incluso tuvo que acudir al hospital cuando sus planes terminaban mal. No obstante, eso causó que a su mente acudieran cada una de las veces que el agente había escuchado pacientemente sus anécdotas. E incluso la vez que le llevó flores al hospital.

Bien, eso no estaba funcionando y ahora se sentía todavía más frustrado. Especialmente porque estaba seguro que ningún otro villano de Danville compartía cosas tan personales con sus némesis. Y también, porque sabía que aquellos nuevos agentes no les importaba ni un poco saber sus razones.

Finalmente soltó un suspiro y concluyó que extrañaría al agente Perry.

Heinz se removió un poco incómodo por ese pensamiento tan revelador que se le cruzó por la cabeza. ¿Realmente extrañaría al agente? Sería grato decir con toda la seguridad del mundo que se regocijaba con la noticia de su partida. No obstante, nadie más que él sabía a la perfección cuán grande sería esa mentira.

Cuando perdió a Globito fue un golpe duro. Y divorciarse de Charlene no fue un proceso fácil. Heinz tenía mil y una anécdotas de eventos crudos y miserables en su vida: Razones por las cual quedó resentido o ansiaba usar de base para conquistar el área limítrofe. Pensar en que la partida del agente Perry sería una que le causara un vacío considerable era tan raro como confuso.

Así que, harto de sentirse así, decidió salir de la cama e ir directamente a la sala de su departamento. No demoró casi nada en poner manos a la obra. Estaba decidido a deshacerse de ese sentimiento tan nuevo e incómodo que le hacía imposible conciliar el sueño.

Con el teléfono en mano y papeles regados por la mesa de la sala, fue que rebuscó en su agenda y finalmente marcó. Sus dedos tamborileaban sobre la madera mientras escuchaba los tonos de espera. El primer intento lo mandó a buzón, pero el segundo finalmente logró que descolgaran el teléfono.

— Habla Monograma. ¿Quién es?

— ¡Francis! Soy yo.

— Oh, no. ¿Qué es lo que quieres, Doofenshmirtz?

Por supuesto, que él le marcara a esas horas de la noche no sería nada grato para Monograma. Pero Heinz no le puso importancia al tono cansado y exasperado del hombre. Tenía otros asuntos que llamaban más su importancia.

— Tú tampoco puedes dormir, ¿eh?

— En este momento no tengo tiempo para juegos. Si no tienes nada importante que decir, me temo que tendré que colgar.

— ¡No, oye! Espera. ¡Si tengo algo! Oh, ¡Me colgó!

Los chillidos de Doofenshmirtz fueron suficientes para llamar la atención de Norm. El robot no demoró en dirigirse hacia la sala ante la pequeña diatriba del científico.

— ¿Qué es lo que sucede, padre?

— ¡Norm! ¡Me colgó!

— No estoy entiendo.

— Oh, tú nunca entiendes nada. Pero esto no se va a quedar así.

Con agilidad, sus dedos marcaron nuevamente el número de Monograma y escuchó por tercera vez los tonos de espera. ¡Cómo le desesperaba! ¿Por qué no simplemente tomaba el teléfono de una vez apenas lo escuchaba? ¿Por qué lo dejaba sonar tanto?

Ya tenía otra cosa de la cuál quejarse con Peregrin cuando este volviese a frustrar sus planes.

— ¡Me colgaste!

— Te avisé que lo haría si no tenías nada importante que decirme. Son las 4 de la mañana, bien sabía que el mal nunca descansa. Pero esto incluso para mi es un poco ridículo. ¿No podías esperar a que saliera el sol?

Heinz resistió remedar en ese momento a Monograma. No tenía tiempo para desperdiciar.

— Precisamente si llamé justo ahora es porque no puede esperar.

— ¿Y qué es tan importante como para llamarme de madrugada? Monty casi se despierta debido a tus llamadas.

Heinz se acomodó en el sofá, mientras por fin prestaba atención al tono de voz bajo de Monograma. Hizo una mueca al recordar al hijo de Francis. No le agradaba que por su mente cruzara el recuerdo de cómo Vanessa pareció considerablemente interesada por él cuando lo conoció.

— Es respecto a lo que ocurre con la OSBA.

Monograma permaneció unos segundos en un incómodo silencio, antes de hablar.

— Cualquiera que sea tu queja, te recuerdo que yo ya no tengo nada que ver con la gestión actual de la OSBA. No tengo ningún control sobre lo que haga o deje de hacer la división de agentes que solía tener a mi cargo.

— Eso ya lo sé. Y es precisamente por lo que llamo. Odio admitirlo, pero desde que fuiste despedido las cosas se volvieron horribles. ¡Van a transferir al agente Perry a otro estado! Y los agentes que me han mandado como su reemplazo son realmente groseros.

El silencio reinó por largos momentos. Los suficientes, como para que Heinz creyese que la llamada pudo haberse cortado.

— ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

La voz al otro lado de la línea sonó pensativa. Francis Monograma parecía tan indeciso, como estuvo alguna vez él cuando se presentó por primera vez en M.E.R.M.E.L.A.D.A.

— Así que realmente planean transferir a varios agentes.

Doofenshmirtz frunció el ceño mientras se levantaba del sofá y comenzaba a dar vueltas por la sala.

— ¿A qué te refieres con eso? ¿Ya sabías que harían eso?

— Padre...

— Ahora no, Norm.

Monograma no planeaba contestar a eso, sin embargo, no pudo evitarlo cuando Doofenshmirtz insistió en saber. Bueno, ¿Qué más perdía si le decía? Dudaba que a esas alturas pudiese pasar algo peor.

— Suele suceder cuando hay un reemplazo en los altos mandos. En lugar de adaptarse al trabajo que se estableció, prefieren empezar de nueva cuenta todo con tal de tener un registro nuevo y actualizado. Que transfieran al Agente P por desgracia es bastante normal, considerando que es uno de los mejores agentes de la OSBA. Tiene los mejores índices de éxito en sus misiones, siempre frustra tus planes.

— Precisamente por eso es que no puede irse. ¡No pueden reubicarlo antes de que logre conquistar el Área Limítrofe y se lo restriegue en la cara!

Norm tuvo que aguantar ver cómo Doofenshmirtz ya no sólo daba vueltas por la sala, sino que también recorría el resto del departamento mientras hablaba al teléfono.

— No hay nada que yo pueda hacer al respecto, Doofenshmirtz.

— ¡Claro que hay algo que puedes hacer! Y eso es regresar a tu puesto.

— Aunque lo intentara, no me dejarían.

— Oh, vamos, Francis. ¿Realmente vas a dejar que ese grupo de payasos haga lo que quiera? ¡Incluso los mandan cuando llueve como si el cielo se fuera a caer! Ni siquiera yo he llegado a esos extremos.

Silencio fue todo lo que obtuvo por respuesta. Las cejas de Heinz se fruncieron mientras detenía abruptamente su andar.

— ¿No piensas hacer nada? ¡Bien, yo mismo lo haré!

No dejó pasar más tiempo antes de colgar el teléfono y dirigirse con pasos pesados hacia la habitación en la cual guardaba sus inadores. No pudo quedarle más claro que no tendría ayuda de Francis Monograma, por lo cual sus planes se reducían a llevar a cabo todo por su cuenta.

Así que Heinz reunió cada uno de los inadores que pudiesen serle de utilidad. Consideró que usando el Inador para encoger objetos, podría llevarse varios en el bolsillo. Y usarlos en el momento que le fuese necesario. Planeaba conseguir que ese tipo le asignara de vuelta a su odioso agente, ¡No podían reasignar a Perry! ¡Tendrían que escucharlo! No obstante, tuvo que parar cuando recibió una videollamada de Rodney.

— ¿Qué quieres ahora? Estoy ocupado.

— Veo que no has recibido la noticia.

— ¿Qué noticia?

— Parece que un grupo de villanos está por apoderarse de Danville.

— ¿¡Qué están a punto de qué!?

Suspendió sus labores con tal de mirar a Rodney, este resopló al ver a Doofenshmirtz en la pantalla.

— Sí, he hablado con la profesora Poofenplotz y según una serie de eventos en la rutina de algunos villanos en Danville, todo parece indicar que hay un infiltrado en la agencia que ha causado la reasignación de varios agentes de la OSBA hacia otro lado.

En otras circunstancias, apreciar el rostro de incredulidad de Heinz habría sido divertido.

— No estamos seguros, pero posiblemente lo hacen con el fin de que la seguridad se quede en otro estado y puedan monopolizar todo. A ambos nos da rabia, pero me temo que no tenemos nada qué hacer al respecto.

Vio como la videollamada se cortaba y Heinz pensó que nunca en su vida se sintió tan indignado. Podrían ser malvados, pero si algo predominaba en la extraña "no ética" de los villanos de Danville, era no meterse en los planes de otro villano. Pero eso no iba a frenarlo, tenía otra idea en mente.

En las siguientes horas, Norm observó al furibundo científico trabajar y cuando este se dispuso a salir, no pudo evitar sentir curiosidad.

— ¿Hacia dónde vas?

— Eso no importa, Norm. Recuérdalo, si quieres que algo se haga tienes que hacerlo tú mismo.

Antes de que la figura de Heinz se alejara de Norm, el robot no pudo evitar ponerse en su camino, bloqueando parcialmente su paso.

— ¿Ahora qué?

— ¿Qué le diré a Vanessa cuando venga? Ella debe llegar a las 2 en punto. Faltan 45 minutos para que ella llegue.

Eso fue suficiente para frenar su paso. Norm tenía razón, y a él se le había olvidado casi por completo que ese día Vanessa iría para quedarse el fin de semana con él. Dudó entre quedarse a recibirla, o seguir su camino. Por una parte, quería instruirla en los pasos del mal. ¿Qué más malvado que generar inestabilidad en una organización dedicada en hacer el bien?

Y al mismo tiempo, no quería que Vanessa fuera con él a un sitio tan peligroso como podría tornarse la base de la OSBA. O donde fuese la reunión que tenían designada para aquella tarde.

— Dile que tuve que salir por unos asuntos. Voy a dejarle dinero para que pueda pedir comida a domicilio. Y más te vale cuidarla bien, Norm.

— Voy a cuidarla de forma excelente.

Heinz salió de su departamento y entró en el ascensor. Picó el botón del piso más bajo, del estacionamiento. Estuvo impaciente mientras pasaban los minutos, sobre todo cada vez que se veía con compañía cuando alguien abordaba el ascensor.

Y una vez que las puertas se abrieron, mostrándole su lugar de destino, Heinz se dirigió de inmediato hacia su motocicleta y se acomodó el casco. No perdió más tiempo antes de salir del estacionamiento subterráneo y comenzar su búsqueda. Planeaba ir a la sede de la OSBA, donde habría una reunión importante oficiada por la persona que reemplazaba a Monograma.

Durante las horas que invirtió trabajando esa mañana, había llegado a la conclusión que lo único que podría hacer y le funcionaría, sería desacreditar a ese hombre. Y tenía justo lo necesario para ello.

Sin embargo, necesitaba un ayudante para eso. Norm quedaba descartado, todo podría salir mal con él ayudándole. Francis Monograma parecía que no intervendría. Y aunque Vanessa era muy inteligente y hábil, no pensaría nunca en exponer así a su hija. Si los nuevos agentes de Danville eran tan groseros, nada le aseguraban que trataran bien a Vanessa.

Solamente tenía a una persona en mente. Así que pidiendo que la suerte estuviera de su lado, se dirigió a la calle hasta la cual una vez persiguió al agente con la intención de descubrir su residencia. Las posibilidades de topárselo no eran demasiadas, nada le garantizaba que, por ir en ese momento, previo a la hora en la que Perry acudía en busca de Doofenshmirtz, realmente le permitiera encontrarse con el agente.

Pero aún así lanzó aquella moneda al aire y esperó que la suerte le favoreciera por esa ocasión. El agente Perry era la única persona que podía ayudarle.

Heinz no concebía a otro agente como su némesis.

.

.

¡Llegaste al final!

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