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"El amor esta al final,
así que no pretendamos..."
-Love is the end, Keane.

El líder de Bangtan era una persona peligrosamente sensible y con tendencia a deprimirse hasta por cosas que estaban fuera de su control o que, en el orden de cosas, resultaban de suma insignificancia ante las responsabilidades concretas que su rol le exigía. Eran pocos y muy cercanos en su círculo íntimo quienes se percataban de ello, y aun así, Kim Namjoon se las ingeniaba para guardarse las ponzoñosas preocupaciones para sí. No quería incordiar, explicaba. Y a veces se odiaba por desempeñar un papel actoral de primera para pretender que todo estaba bien, porque quería que alguien lo consuele en su agobio. No obstante, otra parte suya con malsano alivio agradecía esto mismo, el que lo dejen en paz, que no lo atosiguen, porque podía por sí mismo, eventualmente, armar sus defensas y emprender marcha tras una caída. De ahí que las alabanzas a su impecable desempeño fuesen honestas; mucho tenía que ver el hecho de que se mantuviera imperturbable y que tomara decisiones con una firmeza admirable.

Kim NamJoon había nacido para ser líder, y aprendió a cultivar tal rasgo de liderazgo con esfuerzo y apoyo de los que creían en él. Y una famélica cuota de autoconfianza que se ocupó de alimentar con trabajo estricto. Agradece, aun así, especialmente a Jung Hoseok por su acompañamiento ya que el solecito del grupo también tenía un porte que demandaba -sin ser brusco- una respetuosa obediencia. Y el equilibrio entre los dos simplemente era invencible ante fórmulas que vio decaer en sus años siendo del medio.

El resto de los miembros de BTS también aportó lo suyo, por supuesto, no desmerece a ninguno. Para nada, puesto que se han consolidado sus lazos a tal grado que no ve fin en lo que prometió copar sus vidas hasta que la llama de la pasión y el sueño se exitinguiese. Y el fuego arde, quema, calienta su sangre y los mantiene en el juego simplemente disfrutando lo que han construído con dedicación y amor.

Solo que ciertos días, como hoy, simplemente no soporta toda esta carga de responsabilidad, la presión en la que se hunde cuando se despista un segundo del motivo insondable que lo sostiene frente a esta empresa, y cuando esto sucede hace lo que un joven asustado puede hacer: huye.

Porque Kim Namjoon tiene en sus hombros el pesado costal de fama que Bangtan ha estado llenando con trofeos, giras, con el número impresionante de seguidores que se suman a disfrutar su esplendorosa música, que le conmueven al decir que ellos les han cambiado la vida; cosa que sabe que es recíproco y logran que asuma un compromiso inquebrantable para con el fandom. Una promesa de robar la eternidad incluso cuando ya el fuego de su música crepite en recuerdos.

Y, a su vez, debe estar atento a todo el contenido que los siete dejan a disposición, ser respetuoso y estratégico, no olvidarse que el sueño es también aliado del mercado, y que el mercado es un monstruo que vencer cuando se esmeran en que no interrumpa la constante retroalimentación del artista y su fandom. Ese es justamente uno de los puntos claves de su éxito, y del por qué siguen haciendo todo, saberse tan cercano con los fans compartiendo fotos, videos, haciendo esos divertidos sketch RUN por la Vapp, Weverse y demás.

Todo esto es, nada más y nada menos, fruto de sus sueños; la persecución de esas ilusiones que siendo siete adolescentes tuvieron en mente un día y cuando se reunieron pudieron al fin encaminar y alcanzar. Una suerte fabricada, la casualidad construida para que todos estos sueños pudieran combinarse y crear lo que es hoy la banda más atrapante del momento.

¿No estaba, entonces, en su derecho sentirse un tanto agobiado?

Por si fuera poco, también, en medio de esa efervescencia mediática en la que caen a veces, tuvo que ceder y mostrar su otro lado, más humano y frágil. Ese donde era mediador de peleas, donde tenía que comprobar que a último momento todo marchara como debía, planear sobre la marcha, decir y desdecirse, ordenar y obedecer, y ver a sus compañeros sufrir, consolarlos, y ser él mismo víctima de algún accidente, y aprender a recibir consuelo. ¡Y estaba harto! Llegado a ese punto, Namjoon no podía ya respirar, se asfixiaba mientras una miríada de pensamientos burbujeaban en su cabeza sin darle tregua. Y, como hacía siempre que lo superaban los acontecimientos, decidió salir a caminar.

Había tomado su abrigo largo, su cubrebocas y una boina azul que consiguió en una feria de segunda mano. Le recordaba a las películas de los años 50 que a veces veía junto a Kim Taehyung. No cenó, pero no pudo probar bocado con el estómago revuelto. Tomando sus llaves, dejó el departamento en plena madrugada, cuando sus pensamientos corrían veloces y con tanto bullicio que era ensordecedor. Su sueño, de todos modos, fue espantado sin gentileza para darle paso al insomnio.

Caminó solitario en la calle de aquel barrio acartonado que nada tenía que ver con el sitio acogedor donde él había crecido; extrañaba su casa, los aromas y sonidos, a sus padres y hermana, su mascota, sus amigos. Todo. Le fue imposible no dejarse invadir por la nostalgia del que está lejos del nido. Pero estaba contento de esa independencia filial que experimentaba desde que decidió ser Runch randa y acabó siendo RM.

Llegó hasta la plaza más cercana, la misma a la que a veces venía a leer o a escribir y se sentó en la banca sin importarle que el abrigo se manchase de la escarcha invernal, que empezaba a ser más persistente a medida que se adentraban a esa estación. Le agradaba el invierno, mas no lo reflexivo que lo volvía. Como si fuese el frío el disparador de ideas y preguntas que en climas templados solo deja reposar. La primavera, en cambio, lo distraía, le aligeraba el humor, se contagiaba de ese ambiente para volverse incluso algo poeta. Y darle paso al amor.

Ante esta última palabra, y lo mucho que evocó, sonrió oculto bajo su cubreboca, aunque sus ojitos delataban tal gesto entrañable. ¿Cómo podía ser tan descarado de escribir de amor cuando era tan cobarde para hacerle frente? La respuesta era bastante obvia. Él burlaba las palabras, como todo amante de la escritura, y las moldeaba para que pareciera que ese enigmático sentimiento era reinantes en su canción. Y, en realidad, eran espejismos. Hacía trampas, porque le gustaba que sus letras fueran un poco polémicas, opacas, que exigieran una respuesta interpretativa y, sino, que de igual modo pudieran identificar a sus oyentes. No erraba ni negaba el concepto de amor propio. Ése era su premisa más valorada. No era hipócrita. Pero los sujetos tácitos, o los pronombres vagos, traían oculto un sentido que algunos perspicaces y curiosos se atrevían a develar.

—¿No sabes que es peligroso para un idol estar aquí solo? —Una voz, grave y carente de emoción, lo sorprendió, pero no se alteró demasiado como para ponerse alerta.

—Lo sé, pero yo no veo aquí a ninguno por aquí —respondió risueño y destapó su rostro.

Se hizo a un lado para que el recién llegado ocupara el banco junto a él y el calor del menudo cuerpo le llegó incluso a través de las capas de ropa. Si fuese más débil, o quizá si poseyera una dosis de valentía, se habría acurrucado con el otro.

—Debes dejar de ser tan noctámbulo, los maquillistas se quejan luego de las ojeras que te cargas —Lo reprendió su acompañante de escapada, sin ánimo real de corregir su conducta—. Aunque entiendo, también necesito mis salidas para no explotar.

—¿Me sigues otra vez para que no estalle o me usas por lo mismo? —consultó burlón, encantado de cómo el contrario se hundía en su enorme bufanda y refunfuñaba—. Qué detalle de tu parte, seremos dos los que tendrán una capa extra de base correctora.

Namjoon se alegró de que la banca fuera tenuemente iluminada por la luz artificial. Esto era suficiente para ver cómo el otro emergía de su bufanda para mirarle ceñudo. La respiración le tropezó en el pecho, y empujó en caída a su corazón que se aceleró por el repentino vaivén de su pecho.

¿Qué era eso que sentía? Ese cosquillar en las mejillas que le hizo morder los labios para no parecer un tonto. Se vería patético. Lo ahuyentaría aunque no tuviera derecho a retenerlo junto a él. El sabía que el pasado debía quedarse atrás, como líneas muertas de una canción que compartían sin esperanza de ser oída por nadie más. Recuerdos de ilusiones y promesas que no prosperaron.

—No muerdas tu boca, Joon, que deseo hacerlo también —Espetó de pronto el otro, alterando aún más la marejada de sensaciones que inundaban al líder—. ¿Por qué esa cara? ¿Te olvidas que era un hábito mío cuando estábamos juntos?

—¿Por qué puedes hablar de lo nuestro tan tranquilamente? —preguntó, y si el dolor se reflejó en sus palabras, pues al carajo. Disfrutó el placer de la mueca en el rostro contrario, antes de que desviara la mirada al farol que los iluminaba.

Tal movimiento dejó vislumbrarlo con detalle y no pecó de iluso cuando pensó que parecía de ensueño. Ciertamente, una visión producto de sus anhelantes deseos. Se obligó a empujar cualquier tentativa a enroscarlo entre sus brazos.



Un suspiro se hizo paso entre los labios finos de Min Yoongi que vio condensarse sus sentimientos en un vaporcito frío similar al humo de cigarrillo. Veía escapar con eso el principio de una metáfora que encajaría de maravilla en una canción, pero hablar de su historia con Kim Namjoon le sabía como a venderse. Y él atesoraba esos recuerdos como algo de valor incalculable. Temeroso de que si plasmaba su amor tan siquiera en papel, este podría estropearse y dejarlos más heridos. Porque el papel volvería sus sentimientos algo concreto, incluso si fuese imposible captar significados y pasiones, y tardes de amantes enredados, siendo uno, en apenas carácteres. ¿Y qué haría con su amor contenido en frases que nadie leería? Se marchitaría, se volverían discurso y sin voz. Y cualquier atisbo ingenuo de que reviva se agotaría.

—¿De qué serviría que me aflija y lloriquee por lo que no puede ser? —dijo Yoongi, sin molestarse en suavizar su tono que resultó tajante hasta para él mismo. Regresó sus rasgados ojos al otro rostro, que estaba entre penumbras por la boina—. Quítate eso de la cabeza, pareces un personaje de filme en blanco y negro.

Namjoon obedeció, apretando sus puños como si quisiera estrangular el accesorio de su cabeza. Más que nada porque precisaba algo con lo que no ceder a tocar a su hyung. Un fugaz vistazo a las manos elegantes de Yoongi disparó en su mente imágenes de ambos en la cama compartiendo suspiros y maldiciones, caricias descaradas y otras tantas más suaves, tiernas, y cargadas de cariño.

—Ya ha pasado un año, me alegra que puedas superarlo sin dificultad y perdón por no tener la misma capacidad de recuperarme, Yoongi hyung.

Le habló con tal honorífico para dejar en claro que la distancia entre los dos seguía intacta. Desde que habían terminado, Namjoon había vuelto a usar ese condicionante para no tentar a que su lengua engañara a su cerebro y este se creyera que todo marchaba bien. Implantó como regla nombrarlo así, para que fuera el límite evidente entre los dos, la constancia de su separación.

—¿Hablas en serio? Te creía más inteligente. ¿Con qué clase de impostor he estado viviendo este tiempo? ¿Dónde quedó el intuitivo y astuto Kim Namjoon que me hizo caer rendido?

Yoongi era tal vez el único capaz de elogiarlo y herirlo en una frase. Pero Namjoon no le pediría que cambie aquello, pues era una de las principales razones que los unió; esa franqueza de la que él sentía envidia pues la culpa le atacaba cuando estaba en plan de decir alguna verdad hiriente. Si fuese menos compasivo, habría respondido diferente, pero no estaba de ánimo para combatir.

—Este es mi nuevo yo, ¿qué crees? Dame la bienvenida y sigamos adelante ¿Te parece?—Namjoon se hizo hacia adelante, sintiendo una presión en el pecho y en sus ojos la molestia de las impertinentes lágrimas.

Quería llorar y así lo hizo.

Kim Namjoon, el impresionante líder de Bangtan, estaba mostrando su vulnerabilidad frente a una de las causas de su llanto. Estaba estresado por todo el trabajo, las fechas de gira, sus shows, entrevistas y la producción de canciones junto al ensayo de las coreografías que, pese a que practicara hasta caer, todavía le suponían un desafío agotador. Lo único que quería era un reconfortante abrazo de alguien que lo amara y le asegurara, con una piadosa mentira, que podría con lo que sea que se le cruce. Aún así, sabía que no obtendría eso de su ex, pues Yoongi era dulce en apariencia, pero bastante reacio al contacto físico si también se veía acorralado por el temor.

Y Min Yoongi estaba aterrado, su interior era un caos oscuro que lo petrificaba junto a quien sabía era el amor de su vida —de esta vida al menos— que lloraba desconsolado y tan lastimado como solo podían estarlo los adultos. Suga era entonces quien se hacía cargo, ese alter ego que lo hacía parecer, en ocasiones, un desalmado tipo lanzando frases furiosas ante un público agitado, que lo mostraba incluso con carácter huraño. Y para ser justo, esa fachada no era más que un escudo del debilucho chico de Daegu.

—¿Puedes dejarme solo? —La voz quebrada de Namjoon fue un poco ruda, y eso molestó al otro rapero que, en vez de obedecer, se acercó hasta cubrirlo con sus brazos en el más torpe de los abrazos—. ¿Qué haces? ¡Quítate, hyung!

Namjoon forcejeó, pero los delgados brazos de Yoongi no daban chance de zafarse y acabó cediendo a ese contacto pasando él mismo sus brazos para corresponder. Estaban otra vez uno en brazos del otro y aún así el sentimiento de que era correcto se burlaba de ellos porque, claramente, era un mero gesto de cortesía. Nada iba a cambiar, se repetía Namjoon mientras hundía su rostro en la bufanda del hyung, aspirando su perfume y absorbiendo de ese abrazo lo necesario para continuar luego sin él.

—Te rindes fácilmente —picó cerca de su oído Yoongi, quien afianzó sus manos en la espalda del líder, dejando una que otra palmada amistosa—, pero has rechazado mis avances veces anteriores con una maestría que me dejó perplejo, ¿por qué ahora no me pateas lejos?

Eran dos adultos, Namjoon no entendía entonces por qué parecían chiquillos frágiles ahí los dos. La plaza nocturna siendo el escenario de una obra de teatro que ni Aristófanes habría hallado graciosa, los tenía a los dos como personajes.

—Porque sigo enamorado —Fue honesto, una sensación de ligereza invadiendo su corazón porque los sentimientos que se externan dejan de pesar en los latidos—. Y si no puedo estar contigo, al menos sacaré provecho de esta noche.

—Yo también te amo—fue el turno de Yoongi de hablar, haciendo su cuerpo hacia atrás, pero sin soltarse, queriendo tener a pulgadas el rostro del líder para no perderse detalle alguno. Dijo a continuación—: y creo que esto es un error.

Un relámpago de dolor fue anticipación a la atormentada mueca que Namjoon compuso en su rostro. Le había afectado severamente escuchar que esto que les nacía de modo tan puro en el corazón fuera para Min Yoongi una mera equivocación, un fallo, un condenado error.

—¿Tan cobarde eres? —No se gastó en ser respetuoso, una fibra sensible había sido dañada y al diablo cualquier prudencia—, ¿Min Yoongi, el miedoso chico de Daegu, asomó su cara?

—No entiendes... —quiso hablar el hyung y tomar su mano, pero Namjoon se alejó como si el contacto fuera ahora venenoso—, yo me refiero a...

—No expliques nada, tu elección de palabras es certera: esto es un puto error. La equivocación más grande que haya cometido, creer que estar enamorado de un tipo como tú me haría feliz y no me has traído más que desgracias.

Mentira. Mentira. Mentira.

¿Qué te vuelve el desamor? ¡Un mentiroso!

—No es cierto, te conozco, tu mentón hace eso que te delata —señaló Yoongi y el líder se cubrió el rostro—, y te ocultas, pero ya he visto todo, eres muy transparente Kim.

Por supuesto que esa capacidad de verlo tras la máscara que se colocaba era cosa suya nada más, Yoongi uno de los privilegiados. Algo mutuo, sin ventaja los dos.

—Y si eso es así, ¿por qué te empeñas en herirme? Ves a traves de mí lo que causas. No. Correción: lo que te permito causarme con tus acciones, ¿y para qué? ¿Te hace fuerte saberte más entero tras la ruptura? ¡Al diablo contigo, Min Yoongi!

Poniéndose de pie, quiso regresar a la casa. Por el frío de la noche o lo lamentable de la conversación, cada paso que dio costó esfuerzos titánicos. Supo que era absurdo echarse a correr, ya que residían bajo el mismo techo, pero no pensó en ello cuando se adelantó lo más que le permitieron las entumecidas piernas. Yoongi lo siguió pidiendo que se detenga, insistiendo en charlar. Namjoon cedió, pues no tenía caso llegar alterados a la casa. Solo que le dio la espalda antes de recomponer su semblante, neutro y distante. Con esta expresión cerrada, quedaron claras las cosas: Namjoon no estaba dispuesto a tolerar otro comentario desafortunado.

YoonGi entendió lo que había hecho y quiso golpearse por ello. ¿Cómo es que no calculó el impacto de sus palabras? ¿Dónde quedó el don de estructurar frases? Era un error, sí, un desgraciado error el que quisieran estar lejos para cuidarse del qué dirán. Nunca renegaría de lo vivido con Kim Namjoon. A Yoongi le vino a la mente la conversación con el mánager y el productor cuando lo llamaron a su oficina. La charla más difícil que tuvo en su corta vida, donde se le pidió que decidiera entre continuar su relación y hacerse cargo del escándalo que caería sobre ellos, lo cual no era una opción a considerar si pensaba en sus compañeros o, la alternativa, que implicaba terminar cualquier romance. Y era claro qué opción convenía. Porque el amor entre Namjoon y él era de esos que no permanece en las sombras por mucho; reclamando una libertad que en la sociedad que los rodea simplemente es imposible. Y dijo adiós al noviazgo con su líder; y Namjoon, pese a no ser partícipe de la charla con los superiores, no necesitó explicación alguna, pues era lo suficientemente inteligente para comprender que los contras superaban los pro.

Un año pasó. Ellos salieron casi por el mismo tiempo, aunque hubo antes tonteos y encuentros íntimos bajo el precario título de "amigos con derecho". Ahora, quizá, el verlo en perspectiva los hizo caer en la cuenta de que era demasiado lo que los unía y costaría hacerse cenizas.

—Ya es tiempo de volver —Soltó Namjoon para cambiar de tema, confundiendo a Yoongi que dio un paso más cerca de él—. Me refiero a ir a casa no a...

—¡Yah! —Se quejó Yoongi y tiró de las solapas del abrigo del otro rapero para atraerlo—. Quiero un beso antes de que todo siga su curso, quiero mi regalo de aniversario, Joonie, por favor. Luego... luego todo seguirá su curso, como corresponde.

No.

No.

ABSOLUTAMENTE NO.

Pero la mente de Kim Namjoon no era rival para su boca, que ansiaba volver a probar aquellos delgados labios.

Y, por ese instante, congelado en la helada madrugada, en una plaza solitaria, fingir que la realidad no era tan cruel fue un bonito final.













Nota:

Revisando borradores vi este Namgi tristón, y como me siento un toque bajón, lo reviví.

Sorry, es viejito, e intenté retocarlo, así que seguro se me pasaron errores.

Si llegaste hasta acá: ¡Gracias!

:)


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