Capítulo 6. Cinco jefes
Gambit le dio un sorbo a su infusión de hibisco mientras esperaba pacientemente a que llegasen sus compañeros, iluminado tan solo por una brillante tira de luz que rodeaba el perímetro de la mesa hexagonal en la que se encontraba, iluminando así a quienes se sentasen a su alrededor, y nada más. Era algo siniestro estar solo en aquella habitación, pero saber que el único peligro en todo Cryptica eran él y sus compañeros le hacía poder pasearse por las instalaciones con seguridad.
La puerta se abrió y una joven de un largo pelo rizado negro con mechas rojas entró en la sala, sobresaltada al ver la silueta de Gambit mirándola fijamente.
—Joder, me has asustado... —farfulló— ¿Qué haces aquí desde tan temprano?
—Me apetecía un té pero no sabía si me daría tiempo a acabármelo en mi suite antes de que llegaseis vosotros.
—¿Tomártelo después no era opción? —la chica tomó asiento frente a él.
—No, no realmente.
Army suspiró, tratando de evitar el contacto visual con Gambit.
—¿Todo bien? —le preguntó su compañero al percatarse de ello.
Army era algo evasiva, lo había sido desde que la conoció. Prefería estar a solas, como mucho con Ouroboros, quien garantizaba que había sido así siempre. A pesar de que había aceptado voluntariamente el puesto como administradora de aquel proyecto y que Enigma le dio más de una oportunidad para retirarse dada su incomodidad, nunca lo hizo. Gambit no sabía con exactitud qué pasaba por su cabeza: no sabía si estaba encantada de ayudar, o realmente sentía que estaba obligada a hacerlo en contra de su voluntad. Ouroboros tampoco soltó jamás ni media prenda acerca de sus pensamientos, o su pasado.
—Es solo que todo esto es un poco difícil de procesar. No te preocupes.
—Lo sé —admitió Gambit—. No es algo que se vive todos los días.
—Pues tú pareces bastante tranquilo.
—Porque no es mi primera vez.
Army tragó saliva, evitando responder por unos instantes que se le hicieron eternos.
—Pero tampoco es la nuestra, Gambit.
La puerta se abrió una vez más, interrumpiendo la conversación de los dos administradores y sobresaltando a Army una vez más.
—¡Buenas tardes, mis vidas! —un joven portador de una máscara plateada entró ruidosamente en la habitación, sentándose junto a Gambit con una lata de coca-cola en mano— ¿Qué tal ha ido el día?
—Seguramente peor que el tuyo, Riddle —dijo Army con veneno en sus palabras.
—Eso no es muy difícil, yo me lo he pasado super bien.
—Las ventajas de ser el hermano del jefe, supongo —murmuró Gambit.
—Las ventajas de que su trabajo acabase antes de que llegaran los jugadores, creo yo —replicó Army—. No por nada a nosotros nos toca comernos las tareas complicadas mientras el crío juega por ahí.
—Haber sido tú la programadora de este sitio. Y no soy un crío, eres tú la vieja —farfulló mientras se quitaba la máscara.
—Vieja será tu madre.
—Bueno, ya está bien —las puertas se abrieron una vez más para dejar paso a Ouroboros—, que se os escucha desde el pasillo.
—Hombre, menos mal —dijo Army, aliviada de ver al fin a su compañero—. Ya estamos todos, podemos hablar con Enigma, ¿no?
—Así es —Riddle dio dos palmadas y las luces se apagaron—. ¡Aquí llega Enigma!
Cuando las luces de la mesa volvieron a encenderse, una figura encapuchada y con máscara dorada apareció sentado entre Riddle y Ouroboros.
—Por Dios, nunca voy a a acostumbrarme a esto —dijo Ouroboros, tratando no mirar demasiado a su superior.
—Buenas noches —dijo con su característica apagada voz, incluso algo distorsionada por culpa de su máscara—. Solo quería... felicitaros por el trabajo que habéis hecho.
—Uy, un halago de Enigma —vaciló su hermano con una sonrisa tontorrona.
—Que te den.
—Tampoco hemos hecho la gran cosa hoy —dijo Army, esquivando el peloteo de su jefe, a pesar de estar tan sorprendida como Riddle de sus palabras.
Enigma era un caso. Si Army era cerrada, él lo era más. Era todo lo contrario que podría esperarse del jefe de una organización como aquella: generalmente su presencia era casi inmutable, siempre oculto bajo aquella gran capa con capucha que le hacía parecer un fantasma cuando se movía de un lado a otro. Riddle y Gambit eran los únicos con los que era capaz de mediar más de dos frases seguidas sin una pantalla de por medio, y con este último aún tenía sus momentos de tensión.
—No lo habréis hecho de cara al público, pero todo ha salido como esperaba —prosiguió el enmascarado—. Cryptica es un lugar muy inestable y lo sabéis. Si aún no ha colapsado, es porque estáis haciendo que funcione como debería.
—Y así va a seguir, despreocúpate —dijo Gambit para a continuación tomar su vaso y encontrárselo vacío—. Vaya, se me acabó.
—Bueno —volvió a intervenir Ouroboros—. Entonces, ¿los muertos están...?
—Sí, están fuera, justo como os indiqué.
—Nosotros no podemos salir, ¿no? —preguntó Army, aunque ya sabía la respuesta.
—No vais a salir de aquí hasta que acabe el concurso —indicó Enigma con firmeza—. Lo siento.
—Sigo sin entender el por qué.
—Por si acaso. Mientras yo esté aquí, vosotros vais a estarlo también.
—Controlador —murmuró Riddle, jugueteando con la lata de refresco.
Enigma no respondió. Estaba tan acostumbrado a que su hermano le chinchase que se había vuelto prácticamente inmune a sus comentarios.
—Bueno, ¿y por quién apostáis? —preguntó Gambit— ¿Quién creéis que compartirá mesa con nosotros en unos días?
Todos miraron al lado del hexágono en el que no había nadie sentado.
—Nadie —respondió Army—. No creo que nadie acepte a unirse a nosotros.
—Tú lo hiciste —volvió a intervenir el joven de pelo bicolor—. Y yo, vaya.
—Por culpa de Apeiro. Estos chicos no tienen nada que ver con nosotros, mucho menos con ellos. Siento que estamos condenándoles.
—En cierto modo, les estamos salvando —argumentó Ouroboros—. Bueno... a todos menos al ganador. Irónico.
—Es a lo que voy. Dudo que haya un ganador, si os soy sincera. ¿Qué piensas hacer si eso sucede, Enigma?
El jefe respondió tras unos segundos de silencio.
—No lo impediré.
—Uy, raro en ti —intervino Riddle— ¿No matarás al ganador? ¿No lo chantajearás, si quiera?
—No. Quiero que uno de los 81 que quedan en pie gane el concurso, y necesitamos conseguir que se una a nosotros, pero no le mataré si eso no pasa —aclaró con una voz que no daba pie a confusión—. No podemos hacer nada contra Apeiro mientras seamos solo cinco.
—Creo que no hay nada que hacer contra ellos. Seamos cinco o seamos mil, y desde luego que uno más no hará la diferencia —dijo Ouroboros con un rostro de pena.
Enigma suspiró.
—Ninguno de nosotros volvió a saber nada de Apeiro una vez nos fuimos, pero sé que sigue en la crisis que nosotros creamos. Tanto vosotros dos, como Riddle y yo. Solo necesitamos un poco más de ayuda para comenzar el verdadero plan.
—¿Cómo estás tan seguro de que siguen mal? —preguntó Army con una ceja arqueada.
—Tengo... una corazonada.
Enigma no parecía muy convencido de sus palabras.
—Oye —interrumpió Gambit— ¿Tan peligroso es Apeiro? ¿En serio?
—¿Ves la matanza que se ha montado Enigma prácticamente él solito? —cuestionó su compañera— Pues Apeiro lo hace con mil veces más frecuencia y más dinamismo.
—Son una granja de humanos, Gambit —añadió Ouroboros—. Saben muy bien lo que hacen, son mentes maestras que juegan con sus inferiores hasta que no queda nada de ellos, o se vuelven de su bando.
—Pero a veces tienen sus fallas porque no son perfectos —recordó Riddle—. Si lo fuesen, ¿por qué fundaron Apeiro en primera instancia? ¿No era la búsqueda de la perfección su principal objetivo?
Ouroboros y Army cruzaron miradas.
—Puede que tengas tu punto —el joven rubio asintió.
—Pues no hay más que hablar —Riddle se levantó con rapidez—. Que todo siga como lo planeamos en su momento, disfrutemos de la angustia de los jugadores y apostemos como si fuésemos multimillonarios viendo una carrera de caballos. Cuando todo acabe, veremos qué hacer.
—Das asco —soltó Army sin rodeos.
—No lo niego —respondió con la misma sinceridad que su compañera—. En fin, me piro.
Riddle desapareció por la puerta y dejó al grupo observándola en silencio. Aquel chico siempre había sido muy desagradable con sus palabras... además de un vago de manual. Si su trabajo no le divertía, no ponía esfuerzo en ello. Lo que destacaba de él era el prodigio en el que se convertía cuando algo realmente le interesaba: fue por eso que Enigma le dio un trabajo muy concreto. Tampoco podían quejarse del todo, pues el proyecto solo salió a flote gracias a sus conocimientos en ingeniería de software.
—Si no hay más que hablar, yo me voy también —dijo Army—. ¿Vienes, Ouroboros?
El joven asintió y se levantó para seguir a su compañera. Antes de salir de la sala, Army frenó.
—Gracias por los ánimos, Enigma.
Su jefe no contestó, y los dos trabajadores salieron de la sala. Tan solo Enigma y Gambit quedaban en la sala, en silencio, mientras Gambit pasaba el dedo lentamente por el borde de su vacía taza de té.
—No respondiste a mi pregunta, Eni.
El jefe levantó la cabeza apara mirar a Gambit.
—¿Cuál?
—¿Quién crees que va a ganar?
—Ah —Enigma lo pensó por unos segundos—. Es algo que no puedo saber.
—Pero seguro que tienes a alguien en mente, ¿no? —Gambit sonrió— Sé que siempre tienes una apuesta de la que enorgullecerte en caso de ganar.
—No voy a hablar de ello. Todo esto dará igual en seis días.
—Solo era curiosidad. Hay algunos detalles del plan que... No sé, parecen girar en torno a alguien concreto. Pero bueno, no tienes por qué confirmarme de quién se trata.
Enigma lo valoró en silencio por unos segundos.
—Lo sabrás todo muy pronto, Gambit.
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