25 Realidad
Damon
Estoy tan seguro de que la gente usa este sitio para fantasías horribles como lo estoy de mi nombre. Es una suerte que Camila no haya pensado aún en eso. Pero la ciudad donde mi avatar se materializa parece el Nueva York de siempre, con menos personas, calles limpias y buen olor. Ni frío ni calor, ni ruidos molestos ni el dolor punzante cada vez que mi corazón se acelera.
No diría que es perfecto, solo una realidad mejorada a la fuerza hasta ser completamente estéril.
En mi memoria todavía está el beso de Camila y el sabor de sus lágrimas. Creo que ambos sabemos que no hay más que dos soluciones a esto. El día que encontré a Thomas en el laboratorio hablaba consigo mismo sobre carga excesiva y sistemas biológicos duales, se jactaban de su genio, de su velocidad y lo fácil que había sido conectar dos aparatos en un sistema neuronal. En ese momento, nada tenía sentido; hoy es la esperanza que no guisé darle a Camila.
—¿Day? —una voz familiar me llama a mi izquierda.
Mat aquí tiene el cabello igual de azul que siempre y una sonrisa que aparenta ser verdadera y, para mí, es igual de plástica.
—Eres un hijo de puta —le reclamo sin pensármelo.
Su sonrisa se deforma en una mueca y luego una risa.
—¿Y eso? ¿Por qué estas molesto ahora? —pregunta. Empieza a caminar a mi lado cuando yo avanzo—. ¿A dónde vamos?
En la calle hay pequeños marcadores naranja que trazan el camino que programó Camila. Solo tengo que seguirlos.
—No tengo tiempo de responderte, Mat, pero no voy a evitar que me sigas.
De alguna forma es peor que este vivo aquí. Es un fantasma que me persigue con el eco de sus últimas palabras .Esta versión de Mat no conoce el dolor porque lo han borrado de su mente. Pero todo él es dolor a través del brillo artificial de las gafas.
—¿Qué te pasa, Day? Me miras raro —se queja con un puchero que se quiebra en su sonrisa.
—Nada, Mat —suspiro. Doblo una esquina hacia el parque y lo que parece una estación de trenes inexistente—. ¿Has visto a mi mamá?
Mat, con las manos en los bolsillos de la chaqueta de jean y cierto rebotar en sus pasos, me sigue. Aquí llevo la chaqueta de cuero que solía llevar y de la que me deshice hace meses; mi bufanda no existe porque la cicatriz tampoco está, al menos eso es lo que dicen mis dedos cuando pasan sobre la suave piel en mi cuello.
El camino de árboles se abre a una edificación de vidrio y mármol blanco. Los avatares, algunos más exóticos que otros, entran y salen por las puertas y se dispersan en caminos rodeados de agua.
—Claro. Le encanta la playa y yo voy a veces con Andy —dice y no puedo evitar preguntarme si sabe siquiera quienes son Tirso y Lee—. ¿Por qué? ¿Quieres ir?
Cruzamos juntos las puertas. Las guías naranjas subrayan en las pantallas un tren que acaba de llegar. Subimos juntos a un tren que parece un metro y es demasiado limpio para serlo.
—No, tengo algo que hacer; pero llámala, quiero verla antes de irme —le pido porque no tengo idea de cómo se contacta a otros usuarios desde aquí.
—¿Ir a dónde? —Mat manipula una pantalla holográfica que parece salir de su reloj y desliza entre los miles de nombres—. Siempre vas con tanta prisa, Day. Deberíamos ir a tomar helado o a jugar fútbol o...
Dejo de escuchar todas las cosas que suenan mejor que despertar a Mat de su sueño a la cruel realidad. Desearía quedarme y fingir que esta es la realidad, que podemos jugar todo el día... pero esto es una mentira.
Me pregunto cuanto tiempo tardas en aburrirte de jugar, en volverte adicto a las aventuras falsas por buscar sentirte real cuando nada lo es. Nadie aquí parece pensar ya; todos van sumidos en sus tonterías y sus conversaciones, se suben a este tren y a otro con luces con demasiados colores y movimientos demasiado rápidos.
Un avatar no para de cambiar el color de su piel, su ropa, ¿sus cuernos? Mierda, quiero volver ya, esto es un mundo de locos, desquiciados y escapistas que no paran dos segundos. Tal vez no es tan distinto de lo que era el mundo, pero aquí pueden hacer diez mil tonterías más.
—Ya en serio, Day, ¿qué te pasa? —Mat se cuelga de mí. Su cabello cambia a un rosa algodón de azúcar—. ¿Estás enamorado?
No estoy para bromas. Tampoco puedo gritarle que deje de joder porque no lo entendería. Es como un niño.
Una ráfaga de viento ingresa al tren cuando se detiene. Las marcas en el suelo como un mapa salen hacia la estación. Tomo a Mat por el brazo y lo arrastro conmigo.
¿Camila programó todo esto? Es impresionante. Pero eso ya lo sabía. En un gesto a medias inconsciente me llevo una mano a los labios. Casi he olvidado como se siente. No quiero olvidar. Tengo que ir más rápido.
¿Cómo pasa el tiempo en este lugar?
—Te voy a decir qué me pasa: estoy completando una especie de misión y tiene límite de tiempo. —Si este es un lugar de juegos, adrenalina y diversión, eso podrá entenderlo, tal vez, eso espero—. No es nada complicado, solo tengo que encontrar algo y ya sé dónde está.
Mat ladea la cabeza. El sol artificial hace brillar el color de sus ojos como las lágrimas ese día. Aparto la mirada. Las personas, los muñecos, pasan junto a nosotros. Algunos flotan, pasan a velocidades ridículas en patines que no tocan el suelo y desafían lo posible viajando de cabeza.
Soy el único que no sonríe. No puedo.
—Vale. —Mat asiente y sigue caminando junto a mi—. ¿Y qué es?
—Sé dónde está, no que es.
Alguna vez Mat transformó la vida en un juego para mí, para que no tuviera que enfrentar las cosas. Tal vez también lo hizo por él, y ahora me toca a mí hacerlo por él cuando me gustaría gritarle lo imbécil que es y lo mucho que quiero odiarlo por dejarme, pero no puedo porque lo amo demasiado.
—¿Estás seguro de que estás bien? —Mat parece confundido como si en este mundo nadie hubiese definido las lágrimas.
—Estoy bien —le aseguro en una completa mentira.
¿No se supone que aquí no debería sentir dolor? Casi parece que me estoy ahogando, como si no hubiese suficiente aire en mis pulmones. Hay demasiadas cosas del Linkverse que me tensan como una cuerda que intenta inútilmente sostener un barco.
No hay tiempo.
Sigo las marcas a través de los caminos. Una puerta se abre a un acuario que no cabría en ningún edificio. ¿Eso es una sirena? ¿Eso es una niña convirtiéndose en sirena? No estoy seguro si todo viene de la creatividad de Camila o los usuarios, diría que una mezcla de ambas.
—Parece que nunca has visto una sirena —se burla Mat. Bajo la luz azulada casi puedo ver al chico real bajo el muñeco—. ¿Quieres probar? Soy más partidario de los dragones marinos, pero podemos hacer lo de las sirenas igual.
Mi padre habría odiado cada segundo de esto. ¿Está aquí? ¿Es el padre que recuerdo de cuando era pequeño? No era feliz en Nueva York y a veces quiero creer que, si lo hubiese sido, las cosas no habrían cambiado como lo hicieron.
—Mat, ¿qué pasa con los que no les gusta esto? —decido preguntar ignorando su propuesta sobre sirenas y dragones.
Un grupo de jóvenes pasa junto a nosotros hablando sobre los abrazos de pulpo y la pastelería del acuario. Esto es demasiado.
—Supongo que no pasan por estos mundos. —Se encoge de hombros—. Hay algo para todos.
Es como si él mismo programa guiará a los usuarios a ver sólo lo que quieren ver y a quienes quieren ver. Mat estaba en Nueva York, una más simple y más bonita.
—¿Cuánto crees que tardemos? Podemos comer con Andy —sigue parloteando Mat detrás de mí.
—No mucho más, tu dile que nos espere y ya le diremos dónde vamos —digo.
No sé si pueda cumplir eso, supongo que depende del tiempo de desconexión. De todas formas, nada me evita cumplirlo cuando salgamos de aquí.
Sigo las marcas hasta una puerta y unas escaleras. La simulación se quiebra en un laboratorio como el de Fresita en Boston. La expresión de Mat se vuelve una de incomodidad, su avatar cambia de tamaño un par de veces y finalmente se distorsiona al inicio de la escalera.
—Espérame aquí o en el acuario —le pido con una palmada en la espalda.
En la blanca luz de la escalera Mat deja entrever al chico real, el que eligió ponerse las gafas. Huye de él escaleras arriba. Yo bajo hasta las puertas de vidrio y el sillón que aquí es morado en vez de verde.
Hay ventanas en el pasillo, la puerta está abierta. Siento el pulso en mis manos cuando no debería sentirlo. Un límite entre lo real y lo virtual, una línea trémula y difuminada.
Un temblor sacude las paredes cuando abro la puerta. Tras el computador un holograma de Camila trabaja. No reacciona cuando doy la vuelta al monitor. En letras naranja sobre negro leo las instrucciones.
Hola Day,
Al final de la carta hay un botón que tienes que oprimir. Así de simple, aunque suene raro. Yo ya hice lo demás.
Nos vemos aquí
Cam :)
O Fresita, no sé cuál usarías ahora.
La risa se escapa de entre mis labios. Aquí puedo recordar el sabor a fresa y menta, la suavidad de su piel, el calor de sus brazos y la melodía de su voz.
El vacío en mi pecho no ha desaparecido como debería hacerlo. Aquí el vacío se convierte en un dolor punzante que recorre mi brazo izquierdo y arde en mi estómago. Me aferro a la mesa para no caer como si el agujero en mi pecho se abriera bajo mis pies a un océano de lava. El mundo se tambalea y está vez no es la simulación.
Oprimo el botón con la certeza de que la promesa al final de la carta no se va a cumplir, como tantas otras promesas que abren grietas en un corazón a punto de fallar. Lo oprimo con los ojos cerrados.
Escribo a toda prisa en la pantalla las únicas dos putas palabras en las que puedo pensar.
Te amo
Y espero que las lea.
No mentí. No sabía que esto iba a pasar, no podía saberlo y no podía mandar a nadie más.
Conozco este dolor de cuando era niño. En ese entonces tenía la convicción de que iba a parar y volvería a casa. Hoy ya no existe. Arde demasiado, quema un agujero en mi pecho y recorre un lento camino hacia arriba, un suave veneno sabor a plástico quemado.
No quiero morir. Tengo cosas por las que vivir. Todavía no he reparado todo lo que he hecho, todavía no soy quien quiero ser. No estoy listo. Pero tengo que estarlo.
Corro escaleras arriba hasta Mat. Me abrazo a él, y aprieto con más fuerza cuando el agujero en mi pecho punza contra los laterales. Respiro una y otra vez hasta que se disipan los pinchazos.
—Quiero ir al teatro. Quiero que mi mamá esté allí y quiero que tú estés.
Si no puedo estar en el mundo real cuando me vaya, si puedo elegir mis últimos momentos, eso es lo que elijo ¿Cómo sabes que el tiempo se acaba?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro