24 Silencio
» 17 de junio, 2XX8
Camila
Tal vez la peor parte es el silencio. Cuando mis padres se perdieron en el Linkverse no tuve que sentarme con él, pero ahora no tengo a donde ir, excepto al parque con Day y Lee. A cualquier parte en realidad. No me gusta que se queden en el apartamento, ni sus miradas pedidas tras una puerta cerrada.
—Otra vez. Ya no cantas —protesta Lee sentada en un columpio junto a mí y con la mirada en Damon, que se apoya en los postes del columpio.
—No tengo ganas. —Alza la mirada a las copas de los árboles, sus brazos cruzados sobre su camiseta, que se ve un poco extraña con la bufanda—. No sabría ni qué cantar.
Es como haber retrocedido todos los pasos. Pero no es así todo el tiempo, solo es demasiado pedirle que llore frente a Lee.
—¿Cuándo vas al laboratorio? —sigue Lee, que estos dos días casi no aguanta el silencio.
—Mañana. Estaba esperando... —Detengo el ligero vaivén del columpio—. No sé qué estaba esperando.
Una buena noticia. Tina y Tirso estaban buscando a Fran en las bases de datos, tal vez tenía la esperanza de escuchar algo. Ya ni siquiera espero que no tenga las gafas, con saber algo me basta.
He perdido ya a demasiadas personas.
—¿Y tú te vas también? —dice Lee y le da un puntapié a Damon para que le responda.
—¿Quieres que me quede? —pregunta él en vez.
—No, quiero que vayas y que no le dejes sola. Yo me quedo con Tirso. —Lee patea los guijarros del suelo.
De vez en cuando lágrimas de cristal y mejillas rojas aparecen como un espejismo sobre su rostro, como un reflejo del caos que lleva por dentro. Damon la mira tratando de ayudar, pero los adolescentes no son fáciles de entender. Trata de llegar a ella y se encuentra con un océano inmenso o peor, un muro.
Ahora es uno de esos momentos en que su rostro entero se enciende como las ascuas del fuego.
—Pero no me dejes —le advierte con la amenaza de nubes de tormenta.
Damon se ardilla frente a ella en el columpio. Cuando creé las gafas este era el dolor que quería evitar, pero ahora creo que mi humanidad se esconde en lo resquebrajado de mi corazón y el de aquellos que amo.
Damon ha dicho siempre que amar es sufrir, y tal vez tiene razón, pero hay algo en ese dolor que es delicado, dulce y tan ridículamente humano; es lo que nos conecta. No cables, ni siquiera la risa: Es el deseo innato de compartir, los puentes que se hacen solo cuando podemos ver el dolor, la inmensa oscuridad del otro, y extendemos una mano sabiendo que podemos acabar en pedazos. Amamos solo cuando nos dejamos romper y cuando nos encontraos hechos poco más que polvo y ceniza, descubrimos que no hemos dejado de amar, ni de sonreír, ni de llorar, todas a la vez.
—No pienso romper la misma promesa dos veces. —Damon abraza a la niña que ya no es tan niña.
Lee me mira sobre el hombro de Damon y me saca la lengua. No sé a qué viene el cambio de humor, pero me hace reír, esa risa que casi es una sonrisa y aire. Me pongo en pie y le extiendo una mano a cada uno.
Lee camina frente a nosotros de regreso por los caminos del parque. El calor del verano hace que sea imposible estar con chaqueta, pero Damon aún usa su bufanda. Su mano encuentra la mía. Con las mil veces que hemos venido nos aprendimos los caminos sin muñecos, o con los menos posibles.
—Solo estamos nosotros, no tienes que usar la bufanda —sugiero, mi mano aferrada a su brazo.
—Me gusta usarla—Pero hasta él sabe que esa respuesta está muy a medias para que yo me la crea—. Fue un regalo de mi mamá y la cicatriz no es agradable.
—Yo no la vi hasta que tenía diez. No me daba permiso. —Lee vuelve la mirada atrás, sus ojos se detienen en la bufanda y vuelven a los ojos de Damon.
Imagino el día en que eso fue una herida y no una cicatriz. Pero no conozco la historia y esa es una pregunta que no me he atrevido a hacer de nuevo. Damon, con una sonrisa de lado, se inclina para besarme.
—¿En qué piensas? Me asustas cuando te callas —dice medio en broma.
—En cómo se veía antes —admito.
Lee, que se dio media vuelta para no vernos, interrumpe con la respuesta que Damon no me daría.
—Puedes preguntarle a Tirso; él la vio.
—No es tan cierto, Lee; cuando Tirso la vio ya tenía dos días —dice y toma todo en mi morderme la lengua para no soltar una cascada de teorías y preguntas— y se veía bastante peor que la original.
La imagen fantasmagórica de un niño como el que he visto en las fotografías del apartamento se hace presente frente a mí en la versión adulta de Damon. Sus rizos desordenados, sus ojos como si fueran mágicos, el pulso de su corazón en su muñeca. Haga lo que haga no puedo soltar el hábito, evitar que mis dedos encuentren ese tictac y contar. Me tranquiliza en medio del caos que se ha quedado estancado como el agua en los huecos de las calles de Quito cuando era niña. Veo a ese niño con un corte, tal vez infectado, tal vez aun sangrando. Amarillento, rojo ¿Blanco? Como las escenas de la clase de videojuegos que los padres no permitían a sus hijos jugar, como los libros de medicina, un corte de bordes desgastados y llanuras de sangre y pus.
—No entiendo: ¿quién te hizo algo así? —digo sin pensar, otra vez—. Obvio no significa que tienes que decirme, yo sé quién, pero quiero decir, ¿cómo? O más bien ¿por qué? Pero eso tampoco tienes que responder porque ajá, eso puedes decidirlo tú y creo que a Lee tampoco le has dicho.
Lee me mira con la cabeza inclinada hacia un lado y una risa reprimida que comparte con Damon. Él pasa un brazo por detrás de mi cintura. No sonríe.
—Algún día voy a contarte esa historia. —Su vista se pierde en el atardecer anaranjado. Aparta los ojos y sacude la cabeza—. Pero no hoy.
Siempre he creído que Damon es valiente. Él parece estar convencido de lo contrario. También es una torre que ladrillo a ladrillo ha caído, pero hay cosas que las acciones de Mat reconstruyeron y hay paredes que ya no sé saltar para llegar a él cuando se pierde en el atardecer.
Suele mirar los atardeceres, era una ocurrencia de siempre que alzara la vista al cielo unos segundos por lo menos. Antes sonreía casi sin quererlo y en esa tontería veía tras los muros algo del vacío, algo de la luz. Ahora todo parece inundado y los atardeceres ya no traen sonrisas sino suspiros alejados y gritos que nunca pensé oír. Esas son las historias de alguien más, rumores en los pasillos del amigo de alguien más. No mi amigo, ni el hermano de mi novio.
Supongo que puede ser cualquiera, supongo que finalmente, vivimos en un mundo de sueños rotos y paredes de cristal que, al caer, dejan pedazos afilados, puntas que se clavan como microscópicas agujas. No más dolor, pero ¿De verdad existe eso si no estás muerto? La cara desgarrada de aquel distante muñeco, los brazos atrofiados en el viento y el frio del parque, las personas que nunca despertarán porque el hambre y la suciedad los mató, me responden como martillazos en mi corazón.
—¿Les ponen nombre a todos los edificios? — Lee me obliga a salir de mi cabeza.
Entre Lee y yo llenamos el silencio hasta el apartamento. Prefiero hablar del pasado, contarle a Lee sobre mi país y las cosas que dejé allá, de mis padres y de cosas que parecen pertenecer a otra realidad.
Tirso y Valentina están hablando en las escaleras de emergencias cuando llegamos. Saludan desde la estructura metálica en el lateral del edificio.
—¿Noticias? —Alzo la voz para que me escuchen arriba.
Desde aquí me cuesta ver la expresión de Valentina. Mi hermana es una excelente actriz; se esconde tras su rostro de metal y es entonces cuando sabes que algo va mal.
—Nada —dice. Su cabello se mueve con el viento y su mano sube para apartarlo, pero estoy casi segura de que limpia una lágrima.
La chaqueta de cuero de Tirso cuelga del barandal, su camiseta blanca contrasta con los guantes de cuero. Tiene la vista en el final del callejón y medio cuerpo salido de la terraza. Por medio instante sus ojos buscan los de Damon a mi lado.
—No me gusta que me mientan —murmuro.
—Déjalo, Cam, Tirso no miente porque sí —Day susurra a mi lado con la vista en mi hermana. —Hay veces que te conviene no saber, al menos por ahora.
Lee subió corriendo las escaleras, quizá con la esperanza de descubrir algo. Sus pasos son más ligeros que los de cualquiera. Su cabeza sale por la ventana y cuando saluda hace saltar a Valentina, que da un chillido, y a Tirso, que ríe y persigue a Lee adentro para cobrar su venganza. El eco de los gritos espantados de mi hermana me recuerda a otro tiempo, pero con él se va toda esperanza de hallar la verdad.
Damon baja la mirada y cierra los ojos. Quisiera saber todo lo que piensa. Creo saberlo, creo ver todo lo que extraña.
Cuando nos conocimos le pregunté que había perdido y su respuesta me sonó demasiado falsa. Ahora entiendo que ya todo estaba perdido cuando empezó esto, que estaba al borde de una cornisa. La respuesta ahora tal vez sería otra. Que cruel es recuperarlo todo para volver a perderlo.
En teoría sé que no es culpa mía, en realidad siento que si lo es.
—Salimos mañana temprano. Quiero acabar con esto de una vez.
Las luces se encienden automáticamente en la calle. Damon tiene una sonrisa curiosa. Lo conocí con una sonrisa parecida, pero esculpida en piedra, para nada como esta que irradia un fuego, que irradia la vida que quiero devolverle a esta ciudad.
—Me encantas cuando dices esas cosas —dice con el descaro de siempre, que me hace sonrojar hasta parecerme más a un semáforo que a una fresa.
Lo abrazo para no tener que verlo, siento su risa en su pecho y su cabeza apoyarse en la mía. Tamborileo sin querer en su pecho el ritmo de sus latidos. Hay palabras que por mucho que hable no digo, hay cosas que aún me asusta decir.
• • •
El laboratorio de Nueva York está fuera de la ciudad. Entre el caos de cinco personas en un apartamento ya son las diez. Son instalaciones de alguna de las universidades transformadas para la industria. Damon deja la motocicleta en medio de un parqueadero vacío, entre los árboles y el sol de mayo. Un edificio de varias plantas con fachada de piedra y concreto blanco es el contraste con mi laboratorio, hundido en los subsuelos.
Manipulo el lector de huella de las puertas dobles de vidrio y doy el primer paso dentro del vestíbulo. No me atrevo a buscar tras el mostrador ni a seguir otro pasillo sin ventanas a otro desastre. Todos los laboratorios son blancos y todos han sido un problema.
—¿Fresita? ¿Qué pasó? —Damon, que se ha adelantado algunos pasos me llama desde la abertura de un pasillo.
—No. No sé ni siquiera qué estoy haciendo. ¿Y si hago las cosas peor de lo que ya están? ¿Y si mató a todos de verdad?—Retraigo las manos hacia mí y retrocedo un paso—. Yo no sé si puedo. Son demasiadas cosas. No quiero perderme a mí misma otra vez.
Day alza una ceja y me extiende una mano.
—Mi mamá solía contarme una historia —empieza. Acepto su mano y él emprende el camino por un pasillo que para mí es la garganta de un monstruo—. Contaba muchas, pero estoy pensando en la frase de una que por alguna razón nunca olvidé. Si hacemos las cosas paso a paso, un paso a la vez, tal vez sean más fáciles, tal vez hasta las más imposibles sean posibles.
Nos detenemos frente al laboratorio que en un letrero grande marca el área electrónica del edificio.
—¿Un paso a la vez? —Aprieto su mano con tanta fuerza que ojalá no lo esté lastimando.
—Tienes miedo de perderte, Cam, pero nadie se pierde en un camino que ya ha recorrido. Menos si no vas sola, y estás conmigo —me recuerda con una suavidad que hace meses no habría creído posible.
Cierro los ojos a los espejismos de la primera prueba, de Howard y el primer prototipo, de la casa en medio de la nada, de Gina, del incendio, de mis padres y tantos niños perdidos, de Mat y su sonrisa el día que lo conocí, su risa como campanillas. Es hora de arreglar lo que yo causé.
Tras la puerta las mesas se enfilan con computadores, analizadores de espectros, instrumentos de medición y equipos de soldadura. Un sillón junto a una ventana circular da al jardín detrás del edificio, al vasto campo entre Nueva York y la siguiente ciudad. Las superficies negras de las mesas y el blanco del piso me traen recuerdos de años en la universidad y noches enteras trabajando en proyectos.
Damon coloca algunos pares de Metagoggles apagados sobre la mesa, los de la caja que hace siglos Howard dejó con nosotros. Tomo aire que huele a errores y al pasado. Levanto las gafas que tantos meses me costaron, las conecto a la computadora y abro el programa desde la red.
—Sí te aburres puedes salir, ¿Sí? Si cambiaron el sistema, esto va a ser largo y no quiero tenerte como sapo en un tarro —le advierto mientras espero que la pantalla cargue los programas.
—No pensaba quedarme sentado. —Damon se encoge de hombros y juega con algún circuito a medio acabar.
La pantalla se pone en negro por un instante antes de que las letras colorifas llenen el espacio. Acceder al servidor es la parte sencilla.
• • •
—Te traje algo de comer —es lo primero que escucho realmente.
Alzó la vista de los códigos y simulaciones frente a mí para encontrarme con el sol de la tarde y Damon parado a mi lado. Se ha puesto un suéter fucsia y sostiene uno negro, el que yo traje para mí.
Estiro los brazos al techo y me quito los lentes para restregar mis ojos. Un Damon borroso sostiene un plato de comida caliente.
—Eres increíble —digo con esa extrañeza de lo que no tenía antes y ahora tengo. Podía pasarme doce horas sin comer nada y nadie se habría inmutado—. ¿Qué hora es?
Damon limpia mis lentes antes de devolverlos y quita el teclado para ponerme el plato en frente.
—Hora de que descanses. —Toma la silla junto a mí. —Como las siete y media, casi ocho.
El primer bocado de fideo sabe a agua de la fuente de la juventud o algo parecido. Es como despertar de una siesta que se fue de las manos o dormir una. Solo ahora escucho la música que seguramente Day puso y noto los cuadernos en las mesas con lápices de colores.
—Come más despacio —se ríe Damon en lo que me sirve un vaso de agua.
Río y me limpio los labios con la servilleta que trajo. Antes, en Boston, solía comer mientras trabajaba; pero, apenas trato de tocar el teclado, Damon tira de la silla y me mira con la expresión severa que reserva para Lee cuando el drama se le va de las manos.
—Bien, ya entendí. —Dejo los cubiertos sobre el plato, respiro profundo y me levanto de la silla—. ¿Caminamos?
Por días no hemos podido estar así, solo los dos sin palabras en el medio. Los jardines han sido víctimas del caos del poco cuidado y el césped crece desesperado, pero, el aire frío se siente tan bien sobre mi piel; estirar las piernas es como volver a mí misma . Levanto los brazos al cielo y los dejo caer con un suspiro que huele a tierra y los últimos rayos de sol cuando se deslizan sobre la piel.
—¿Qué crees que no quieren decirnos Tirso y Tina? —pregunto cuando de regreso Damon se detiene distraído por las flores.
—Encontraron algo y sea lo que sea no es bueno, pero no quieren distraerte. —Damon pone una de las flores en mis manos y sigue caminando, sus pétalos lila en tonos varios se estiran en forma de campana. A la naturaleza no le interesa la humanidad, sigue inmutable con nuestros dramas, nuestras tragedias y nuestros errores —. O es algo demasiado difícil de decir. Sea como sea, dales tiempo.
A veces quiero respuestas tan inmediatas que mi tren avanza y me olvido de esperar a mi estación, al momento que se sienta correcto. A veces me asusta tanto saber que prefiero anclarme a mi silla.
— ¿Y tú?; ¿Necesitas tiempo o quieres hablar?
—Tal vez. Tú sabes mucho más que yo.
Lo detengo con una mano en el aire.
—No, señor, sé más de algunas cosas, pero tú sabes un montón de otras. Por ejemplo, sabes obligarme a descansar.
Damon me mira con el rostro molesto de un niño. Beso su mejilla y eso basta para borrar su expresión de gato.
—Sobre psicología, Cam —explica. Abre la puerta y se deja caer sobre uno de los sillones del vestíbulo donde las luces son un tenue naranja y no blanco asesino—. Dijiste que Mat lo hizo porque pensó que íbamos a estar bien pero no creo eso, yo no... —. Suspira —.Lo entiendo y a la vez es como si nunca lo hubiese conocido del todo.
Me siento a su lado y paso las manos entre su cabello. Damon apoya su cabeza en mi hombro.
—Te dije lo que podías oír en ese momento —digo con un susurro que se escucha como un grito en el silencio del vacío en que hemos caído—. La pura verdad es que Mat llevaba sufriendo en silencio por mucho tiempo y tal vez pensaba parecido a ti, pero no pudo decirlo.
—Yo ya no pienso así —dice cortante.
A veces cuando habla de Mat, y si es que habla de ello, la ira consume toda memoria positiva y alimenta un fuego que esconde algo que solo el brillo en sus ojos revela.
—Te enoja que no te haya dicho, pero no te enoja: te duele. —Lo abrazo, aunque sé que no es el abrazo que quiere—. No lo vimos Day. No siempre se ve hasta que es tarde, pero él tomó una decisión .
Dejé de comparar a Damon con Thomas hace poco; concluí del todo que no tenían punto en común cuando Damon cayó de rodillas frente a su mejor amigo, cuando me pidió perdón entre lágrimas y cuando me di cuenta de que perderlo me haría pedazos.
Nadie durmió esa noche, Damon se quedó con Lee hasta el amanecer. Podría haber sido una estatua, seca y totalmente de piedra, sosteniendo a su hermana menor, aferrado a ella. Tirso se quedó en las escaleras de emergencia con un cigarrillo que nunca encendió, la vista fija en los dos hermanos en la sala y la mandíbula tensa.
No fue hasta hace unos días que algo en la fachada se abrió para mí. Su cabeza se apoyó en mí como hoy y sentí lágrimas correr contra la piel de mi cuello y sus manos aferradas a las mías. Las luces apagadas de la sala ocultaban del resto lo que Damon no quería que vean mientras las conversaciones pasaban apagadas y, aun así, más vivas que todos los días anteriores.
Hoy como entonces beso su cabeza.
—Es que no puedo entenderlo. Siempre le conté lo que me pasaba y asumí que él también me lo diría. —Se incorpora, pasa sus manos entre su cabello y su mirada se aparta de mí hacía las grietas del techo.
—No podemos controlar lo que hacen los otros, tampoco podemos volver atrás para cambiar lo que ya está hecho. —No le fuerzo a mirarme, ni siquiera me importa si ya dejó de escucharme.
Damon baja la vista y se recuesta sobre el sillón. Me acomodo sobre él y cierro los ojos. Podría quedarme aquí y dormir, esperar despertar de la pesadilla y el sueño. Las manos de Damon recorren mi espalda en un vaivén que me adormece, como una melodía disociada sobre el piano. Cuento los latidos como se cuentan ovejas.
—¿Y?, ¿se puede apagar el sistema? —susurra cuando estoy por quedarme dormida.
—No desde fuera. Necesito alguien dentro —murmuro con un bostezo—. Si corro el programa tengo una hora para desactivarlo también desde adentro.
—Entonces méteme a mí.
Me incorporo de golpe y toda la sangre que llega a mi cabeza hace que por un segundo el mundo se vuelva negro.
—No. No solo no. Tú sabes que no puedo hacer eso —Me cruzo de brazos, todo mi cansancio drenado por el miedo.
Damon se sienta. Él está tranquilo; yo estoy entre el abismo del pánico y un volcán de ira. ¿Cómo se le ocurre pedirme eso?
—¿Quién entonces? No Lee. Valentina y Tirso ya estuvieron ahí y no vamos a obligarlos a volver.
No me importa mucho la lógica en este preciso momento.
—Todavía me acuerdo y muy bien lo que me dijiste sobre ti y sobre los Metagoggles . No. Voy. A. Perderte. — Ya no puedo ocultar la desesperación en mi voz en mis manos cuando las pongo a cada lado de su cabeza. Necesito que me escuche—. No me pidas eso.
Toma mis manos con delicadeza y las baja hacia su pecho. Respira despacio hasta que nuestras respiraciones quedan en sincronía como dos ondas en fase, moviéndose una junto a la otra. Suelta mis manos y pasa las suyas bajo mis ojos para detener las lágrimas que han caído en su terquedad.
—Nada nos dice que eso no fue otra mentira de Howard. Seguramente lo es porque si no ya habría inventado algo para controlarme a mí también —dice—. Además, tú necesitas estar aquí para apagarlo. Cometí demasiados errores, Camila; déjame enmendarlos junto a los tuyos para que la culpa deje de matarme por dentro.
—Eso es un poco egoísta —digo. De verdad debería pensar antes de hablar.
—Tal vez. Siempre he sido egoísta. —Me cuesta creer eso, pero no puedo negar que es capaz de ponerse a sí mismo y las personas que quiere antes que la humanidad—. No pienses mal de mí. De verdad no podría mandar a alguien más.
A la mierda con lo que pienso de él. Yo también soy egoísta porque no pienso dejarlo ir. No quiero que nadie entre allí.
—¿Y piensas que yo sí? —Me pongo en pie y sacudo la cabeza.
—Camila —Damon suspira, pero no se levanta. En vez extiende sus manos hacia mí—, alguien tiene que hacerlo. No va a ser Lee. Y no podemos arriesgarnos a que Tiros y Valentina no puedan volver a entrar o que se pierdan otra vez.
—Eso no tendría sentido —discuto.
Pero lo tiene. Mis códigos estaban modificados. No sé ya qué pasaría si hay un reingreso. No sé si personas como Damon o Howard podrían acceder de forma segura al servidor interno. Sus soldados usaban una especie de Metagoggles, parecían sumidos en una realidad alterada. No hay promesas de despertar, por eso no puedo pedírselo a Lee y pedírselo a los otros sería aún más egoísta que dejar a Damon ir.
—Fresita, ven —me llama; abre los brazos, yo descruzo los míos y lo abrazo.
Esta vez soy yo la que oculta el rostro en su cuello. Respiro el aroma de la vainilla y la canela como las tostadas francesas que Valentina hacía para mi cuando estaba en el colegio.
—Tengo tanto miedo —susurro.
Como una película de terror veo frente a mí todas las veces que su corazón ha fallado. Escucho el golpe en las escaleras y siento bajo mis manos el calor de los circuitos quemados y de su piel hirviendo, veo su cuerpo inmóvil y sus ojos cerrados.
Me trago un sollozo que no tiene raíz. Lloro por una tragedia que aún no pasa, que puede que no pase. Los brazos de Damon me rodean como si me escuadra de mis propias fantasías de mi mente aterrada.
—No ha pasado ni va a pasar nada. Pero no podemos quedarnos quietos.
Un paso a la vez . ¿Pero qué pasa si este nos lanza al precipicio?
• • •
Se siente como preparar un funeral. Damon movió el sillón que nos sirvió de cama ayer y lo colocó frente a la ventana del laboratorio. Está sentado tamborileando como de costumbre, como si compusiera una canción en su mente.
—¿Estás listo?
Desconecto las gafas del computador, las sostengo entre mis manos como si fuera un panal de avispas y mi paracaídas en un avión que cae en picada.
El reloj en su muñeca comienza a subir los números que marcan su pulso, pero Day me sonríe porque siempre ha sido un experto mentiroso.
—¿Tú lo estás?
—Nunca podría estarlo —admito y sé que esa también es su respuesta—. Están configuradas para que no te pierdas en los placeres del universo artificial. Lo apagas desde dentro y eso debería ser suficiente para sacar a todos. Es muy simple, ya verás.
—Hazlo. —Asiente. Sus manos se aferran al borde del sillón negro por un segundo.
Su respiración es un tambor acelerado en su pecho, en el mío. Mis manos tiemblan con el peso de mi conciencia. Doy un paso y luego otro. Me inclino para besarlo, para grabar en mi mente esa sensación y la promesa de que todo va a estar bien. Sus labios y los míos, en la misma fase, en el mismo compás. Coloco una mano en su pecho, intensifico el beso y le pongo las gafas. Con un chasquido Se activan y el color de sus ojos desaparece tras el brillo blanco.
Me aparto con todo mi cuerpo temblando y mi corazón en una bolita tan apretada como la singularidad del Big Bang.
Una y otra vez he pensado que estábamos perdidos. Ahora que he encontrado el camino, no se siente muy distinto. Sigo tanteando en la oscuridad.
Con un clic el programa empieza a correr y tengo que olvidarme de muñecos, de amor, de futuros o pasados para sortear el mismo laberinto que yo creé. Para cuando Day llegue todo debe estar listo; el mismo programa debe decirle qué hacer.
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