20 Mentiras
» 02 de mayo, 2XX8
Camila
—¿Alguna vez estuviste en Chicago? —le pregunta Lee a Damon cuando salimos de la casa en la que nos quedamos ayer.
Entre el cansancio y evadir a Howard hemos tardado más que cualquier persona en llegar a las desiertas calles de Chicago. Damon toma mi mano cuando bajamos las escaleras hacia la calle.
—Varias veces por los conciertos; tienen buenos estadios—dice.
Le gusta salir a caminar temprano, más aún en verano, A mi me gusta acompañarle y es lo que he hecho estos días mientras recuperamos algo de energía. Mat por ejemplo, no pudo levantarse a caminar pero suele unirse en las tardes a jugar fútbol en el parque. Es bastante malo.
—Nunca fui a uno, —admite Lee, los brazos estirados para balancearse al borde de la vereda—. Sí quise.
—Yo sí. A uno alguna vez con unas amigas, justo cuando empezaba a trabajar con los Metagoggles, hace unos tres años en otoño —empiezo. Busco la expresión de Damon, esa sonrisa que tiene cuando algo le incomoda—. Claro que ese fue en Nueva York. Me convenció Lucy; a ella le fascinaba tu música desde el minuto uno.
—Ese fue mi primer concierto. —dice con esa sonrisa rara.
Sigue a Lee cuando ella corre calle abajo para ver a través de las ventanas del primer piso de una casa.
—Y eso no es bueno —intuyo. Apoyo la cabeza en su brazo, su mano está metida en el bolsillo de su chaqueta. Sacude la cabeza—. ¿Por qué?
Damon se detiene a unos metros de Lee. Acomoda mi cabello y se inclina para susurrar.
—Porque nunca he estado tan cerca de... Nunca he estado más bajo. —Se aparta con los labios apretados y sigue caminando.
Un secreto a voces que se ocultan de Lee, esas cosas que se susurran solo en metáforas porque todos tienen miedo de decirlo como un tabú y un hechizo que llama a la tragedia.
Odio que diga esas cosas, y más si son ciertas. Odio imaginarlo así, solo pensarlo me cierra la garganta. Me aferro a su brazo para detenerlo otro segundo.
—¿Qué quieres decir? —Busco sus ojos que, por una vez, me evitan.
—No me hagas decírtelo Fresita. No me hagas lastimarte. —Suspira—. Te dije que no me importaba vivir o morir. Ese día solo quería morir . Mi primer concierto y lo único que podía pensar era que sería menos doloroso lanzarme y que daba igual porque no había...— sonríe con la amargura de las batallas más ignoradas en la historia. — absolutamente nadie.
Sus manos sostienen las mías y sus ojos se pierden en un desierto y esa tormenta sin neblina, sin escondites. Siempre he sabido que es buen actor, pero ahora no actúa y no me gusta lo que veo tras la máscara y, a la vez, no quiero que se la vuelva a poner.
—¿Y ahora? —insisto.
—Hace mucho tiempo que no he estado más lejos de saltar.
Que lo diga así hace que se me pare el corazón. Es una pesadilla, como una memoria que aún no sucede. Sus pies en el borde de la terraza.
Tiro de su camisa hacia abajo para besarlo. Las palabras que quiero decir es demasiado pronto para decirlas. No tienen sentido ahora, pero esto sí.
—Gente —protesta Lee con los brazos cruzados frente a nosotros cuando nos separamos—. Me invitaron a caminar, no a tocar el violín.
Damon ríe y así es fácil entender porque nunca aparta la mirada cuando me río. Me encanta así, feliz. Me hace pensar en la sonrisa que tiene cuando habla de Mat, Lee y Tirso, el chico que le salvó la vida, no sé de qué, qué le enseñó a tocar el piano y del que habla como de un héroe. ¿Qué pasó con Tirso? ¿Qué tiene el final de la historia que lleva tanta culpa a su sonrisa? Tirso, Gina y Nathan. Hace días que discutió con Mat, él dijo algo sobre guardar secretos, como los de Éter, algo que no sé sobre la noche de la última visita de Howard cuando sus palabras eran más acertijos que respuestas.
—Estás muy distraída Cami, ese suele ser Day —comenta Lee unas calles más allá.
No estoy segura si estaban conversando o de qué. Damon le indica que empiece a caminar de regreso y ella discute con la mirada, pero termina por hacer lo que le dice.
—Estoy pensando en las gafas. Tengo algunas ideas, pero no sé cómo simular los resultados —miento. Me encojo de hombros y evado la mirada de Damon.
—¿Tendrías que conectarte a la red? —intuye Lee.
Últimamente avanza muy rápido con sus tutorías. Ella merece el futuro que mis gafas le quitaron, por eso tengo que solucionarlo, por ella, por todas las personas que Howard destruyó.
—Sí y dar nuestra posición. No es seguro.
Damon mira la casa, de ladrillos rojos con sus rejas negras. La puerta está entreabierta como si esperara nuestro regreso.
—Lee, ¿por qué no vas a decirle a Valentina que deberíamos buscar un laboratorio en la ciudad? Tal vez sea más seguro. —sugiere y esa es otra mentira.
Cualquier conexión a la red sería nuestra. No tiene sentido. Quiere alejar a Lee. O de verdad quiere ver los archivos físicos. En este momento, nada sobre él me queda claro.
Lee se lo piensa, pero si Damon lo dice ella no lo duda. Corre a través del patio frontal al interior. Damon espera a que estemos solos, se sienta en la acera bajo la sombra de un árbol y yo me siento junto a él. El calor empieza a subir con las horas del día, pero aquí todavía está fresco.
—¿Por qué le mentiste a Lee?
Hemos estado tantas veces en este lugar.
—Porque esto no tiene nada que ver con ella. —Tomo con suavidad su mano —. Day, hay algo que no entiendo. Algo que no me dices.
Sigo sus manos que buscan su propio pulso en su cuello. Está nervioso. Intento tomar su otra mano, apartarla de su cuello. Quiero que lo niegue, prefiero que me diga paranoica.
Pero sus ojos ven al frente, a los autos estacionados.
—Es mejor así.
Aparto mis manos de las suyas.
—¿Es mejor así? Damon, ¿qué no me has dicho? Es sobre Nathan, ¿verdad? —No quiero que sea verdad, pero tampoco soy tan tonta.
Las veces que desaparece solo. La asquerosa casa del campo de trigo, las gafas en sus manos, la mirada en sus ojos. Lo único que quiero es la verdad antes de que yo la diga. Tirso. Gina. Nathan. ¿Cuantos más?
Sonríe.
—Eres guapísima. —Se inclina para besarme.
Pongo las manos en su pecho y sacudo la cabeza.
—No puedes salir así de esto. —Me levanto de la acera y sacudo la camisa de franela que uso a modo de chaqueta. Subo mis lentes , trato de darle un segundo más, para que elija la verdad —. Pensé que no había mentiras entre nosotros.
—No es una mentira —discute.
—¿No es lo mismo? No es mentira, pero tampoco es la verdad. —Es exactamente lo mismo, el mismo juego y engaño.
— Camila —llama.
Escucho que se levanta, pero no volteo. Cierro la puerta cuando entro a la casa y me distraigo en la cocina con Mat y Valentina,
—¿Dónde se fue Day? — pregunta Mat con media sonrisa.
—No sé, si quieres búscalo. A ver si a ti te dice la verdad. —El tazón de metal hace un estruendo cuando lo asiento en el mesón de mármol.
—¿De qué hablas? —Mat tiene su expresión de caricatura confundía. Toma el tazón con cuidado como si fuera a morderlo—. ¿Todo bien?
—Nada.
Salgo de la cocina a las habitaciones del segundo piso. Por la ventana veo a Damon, aún sentado en la acera.
—¿Qué hacías? Por diversión —me preguntó hace unos días en otra ciudad.
—Hace muchos meses que no hacía nada por diversión. Mi vida era el subsuelo del laboratorio. —Decirlo sonaba tan deprimente que retrocedí algunos meses—. Me gustaba pintar, acuarela, sobre todo. Aprendí en la universidad y ayudaba a aparar mi mente del mundo.
Al día siguiente él había conseguido una caja de acuarelas y cartulinas que ahora están sobre un escritorio. No he podido pintar nada, mi cabeza ya no tiene ideas.
Regreso a ver a la figura que observa las hojas en la acera. No sé qué hace cuando se mete en su cabeza.
Tomo el pincel y una pintura al azar. Aplastarla hasta que reviente el tubo suena más tentador que pintar alguna mierda que ni siquiera se va a ver bien. La música en el dispositivo tiene demasiadas canciones de Damon. Pensar en sus mentiras es como encender pólvora. Pensar en lo que fue ese primer concierto es como saltar al mar ártico.
Apago la música y pinto esa tormenta, la que consume mi mente hasta apagarla en los trazos de la pintura que se derrite en el agua. Es horrible, es un caos y es todo lo que es cierto en este momento.
Ya no sé qué es cierto.
«Yo nunca te he mentido. »
Pero lo hizo.
• • •
No cominos juntos. Yo bajé cuando ya habían terminado de comer; Damon había desaparecido para entonces. Le gusta desaparecer.
—¿Dónde está? — pregunto a Mat, que me mira de reojo mientras lavo los platos.
—Buscando instalaciones científicas —dice. Se acerca con cautela y me pone la mano en el hombro—. Por amor a los platos, creo que mejor me dejas eso a mi.
La esponja está hecha bolita en mis manos, apretada hasta que casi estoy lavando con mis nudillos. Suelto los cubiertos en el lavabo y la esponja sobre ellos.
—¿Buscando instalaciones científicas? ¿Eso es lo que te dijo? — pregunto, tomo mi camisa del mesón, me la pongo sobre la camiseta a modo de chaqueta y salgo de la casa.
Sé lo que hace, pero una hipótesis es falsa hasta comprobarla.
No dudo que vaya hacia los laboratorios Kidlinks de Chicago. Dudo de sus intenciones.
—¿Cami? — Lee me llama desde la puerta, su cabello en un afro que le queda hermoso y su camisa de un color tan vivo como su sonrisa, que ahora no aparece—. ¿Puedo ir contigo?
—No. — Lo digo más cortante de lo que quería. Lee retrocede y me fuera a suavizar mi tono—. Está vez no.
Corro calle abajo, sigo los letreros y lo que recuerdo de alguna visita. Trabajamos mucho con Chicago, al menos yo lo hacía. Tommy, Thomas era el líder del proyecto aquí y quien mejor conocía los códigos aparte de mí.
Llego sin aire a las puertas de vidrio del laboratorio. Paso entre los vidrios rotos y piso los cristales pulverizados. El zumbido de la electricidad me acompaña por pasillos oscuros, blancos y de puertas metálicas. Una sombra se remueve en la esquina. Dos.
Un cuerpo golpea el suelo y otro cae sobre él. Damon retiene al otro hombre contra el suelo, unas gafas brillan en sus manos,
Corro los últimos metros. Son demasiados metros.
—¡Damon! —grito cuando sus manos van a encender las gafas.
Levanta la mirada. La confusión se transforma en emociones que nunca he visto en su rostro. Sobre todas ellas, el miedo.
—Camila —dice.
El nombre consigue que la persona del suelo vire la cabeza. Thomas, con el mismo cabello oscuro de siempre, con su sonrisa de feliz cumpleaños y el azul tan perfecto de sus ojos, me mira desde el suelo. Su risa son todas las pesadillas del apocalipsis.
—Que lindo que vengas a verme ahora —dice a través de dientes apretados por como lo tiene Damon, como una cucaracha acorralada.
Casi quiero que le ponga las malditas gafas. Pero nadie se merece eso.
—Thomas —saludo con la cortesía que me enseñaron mis padres.
Damon baja la mirada al hombre que tiene acorralado con su pulcra bata. No veo nada más que el abismo en sus ojos cuando cierra una mano sobre su cuello y vuelve a intentar ponerle las gafas. Las luces titilan al final de pasillo, se prenden y se apagan sin detenerse dos segundos en un estado.
Grito su nombre otra vez. La risa de Thomas rebota en todo el pasillo.
—Cada vez consigues alguien más patético. —No se molesta en aparentar la dulzura que alguna vez me enamoró, que enamoraba a todos—. Adelante, idiota, ponme las gafas a ver si ella te lo perdona.
Damon toma las gafas, listo para ponérselas, sin ninguna duda y con todas ellas.
—Damon. ¡No! —Lo empujo para que se quite de encima de Thomas.
Damon retrocede contra la pared del laboratorio. Tiene la respiración acelerada.
Thomas se apoya en sus brazos, sonríe de lado y se acomoda el cabello, lacio, esponjado, ordenado siempre. Me mira como se mira a un anillo de oro, a un pastel. Me mira de arriba a abajo, se detiene en cada parte.
Ya no puede hacerme pequeña.
Me acerco a él con los brazos cruzados sobre mi pecho.
—¿Qué haces aquí?
—¿No es obvio? Mi trabajo y el tuyo —dice, sentado en la tranquilidad de este desastre. Desastre es una buena palabra para Thomas. Ácido también funciona—, ya que ni eso sabes hacer: terminar lo que empiezas.
—Termine contigo —apunto.
Soy vagamente consciente de que Damon sigue ahí.
—Huiste. ¿También vas a huir de esto? —Se para frente a mi—. Y para acabar con él además. Es especial, ¿cierto? Siempre fuiste amable con los niños tarados, pero esto, Camila, ya es demasiado. Yo sé que te cuesta, pero creo que tienes que ser razonable. Howard aun tiene tu lugar esperando si decides abrir los ojos a lo que te combiene.
Es más alto. Más fuerte. No quiero encogerme en una cajita. No voy a encogerme.
—¿Cómo se apagan las gafas, Thomas?
—Hubo un tiempo en que no te habrías atrevido a hablarme así.—Intenta ponerme una mano en la cintura.
Lo empujo hacia atrás y contra una puerta de metal. El estruendo hace eco en el pasillo.
—¿Cómo se apagan las putas gafas Thomas? — alzó la voz. Recojo los Metagoggles del suelo y los enciendo. Me acerco a él.
Su risa hace eco en el pasillo.
—Yo no las diseñé, Camila. Si lo hubiese hecho, habría sido lo suficientemente inteligente para plantearme un mecanismo de emergencia. —Su cabello, desordenado, cae sobre su frente. Su camisa oscura tiene un botón deshecho. Me da asco, solo puede darme asco—. Asumo que hay forma de hacerlo si desconectas el sistema, pero seamos honestos; ¿crees que puedes?
Miro las gafas en mis manos, las que yo cree, circuito por circuito, cada línea se código.
—Buenas noches, Thomas. —Rompo las gafas en dos en la juntura de los lentes. Presiono los pedazos contra su torso.
La descarga eléctrica lo deja en el suelo con un chasquido como los fusibles cuando saltan. Es como si también recorriera mi cuerpo cuando me giro para ver a Damon. Su respiración se regula, me observa en un silencio que me recuerda el inicio de todo esto. Me mira como nunca lo había hecho.
En mi habitación hay una pintura de una tormenta que se desata cuando tomo el cuello de su camisa y lo acorralo contra la pared. Solo quiero una respuesta, solo quiero la maldita verdad. Estoy harta. La adrenalina me recorre como la peor de las drogas.
—¿Eres un cazador? ¿Es eso? —interrogo—. ¿Y estabas bien con eso? Ponerle las gafas a todas esas personas ¿Y Mat? ¿Le habrías puesto las gafas a Mat? ¿A Lee? Son personas, Damon.
La luz del pasillo se refleja en el silencio de sus ojos, en sus labios entreabiertos. Los números del reloj brillan por medio segundo en la oscuridad y la luz rebota en su piel, se sumerge en los tonos canela y se pierde en sus ojos. Pero no es la luz del pasillo la que desaparece en ellos.
—¿Vas a explicarme esto? Porque creo que merezco una explicación. ¿Me estas escuchando? —Intento suavizar la voz, borrar el miedo de sus ojos.
Es demasiado tarde.
Se queda inmóvil, como congelado en una fotografía. Sus manos están sobre las mías, como si quisieran quitarlas.
—Te prometo que te voy a explicar todo. Te lo prometo. —Pocas veces he escuchado su voz sobre tantas grietas. Sus ojos están fijos en el techo, su cuerpo bien podría estar hecho de metal—. Déjame solo. Por favor, Camila, déjame solo.
Suelto su camisa. Se detiene un segundo con la vista en el cuerpo inmóvil de Thomas. Se acomoda la bufanda y sale corriendo, me atraviesa como si fuera un fantasma.
No puedo entenderlo. Trato y no lo entiendo.
Por favor, no hagas nada estúpido.
Del laboratorio tomo archivos, carpetas que llenan un cajón entero, y pedazos de tecnología que lo convierten en una montaña.
Damon no tolera nada que toque su cuello. Me apartó en el hospital psiquiátrico y mil veces ha movido mis manos hacia sus hombros. Se pone tan tenso que cuesta no verlo, no atar una cosa, una cicatriz espantosa, con todo esto, con el miedo en sus ojos.
Nunca me han tenido miedo. Siempre ha sido al revés.
—¿Cami? —Tina me quita la caja de las manos y se la entrega a Mat—. ¿Qué pasó?
Balbuceo mil incoherencias entre inglés y español. Una de ellas es el nombre de Thomas, la otra Damon. Mis palabras van casi tan rápidas como mis pensamientos, pero las dejo atrás, muy atrás.
Lee asoma su cabecita a la sala. No sé cuando entró o hace cuánto. Mi cabeza es un huracán sin lluvia. Valentina intenta repetirme lo que estoy diciendo, pero solo son garabatos , garabatos hablados.
—Necesito salir —decido en un susurro.
Corro escaleras arriba, tomo la libreta, mis pinturas. No puedo intentar resolver el apocalipsis ahora. No soy capaz de sostener una relación mucho menos salvar a la humanidad que yo lancé en picada.
Todos tenemos una tormenta dentro, como la que está pintada, estéril en mi escritorio. En algún momento, para peor o mejor, escapa de nuestras manos y se estrella contra el mundo. A veces, un rayo cae en el lugar equivocado e incendia todo a su paso. Desearía tener la voluntad de retenerla, pero el viento termina en huracanes y las cosas bajo presión estallan. Nunca quise estallar con él. Sabía lo que habría causado, los cables que estaba quemando hasta despegar el cobre del camino. Temo no poder construir un puente sobre las cenizas.
Paso por la puerta abierta de la habitación de Damon y Mat. Que caos, con sus dibujos y partituras sobre la cama deshecha. Son como cómics, llenos de escenas, de todo lo que ha pasado. Me detengo en uno, en el día que nos conocimos.
Un muñeco tirado contra un basurero, la calle desierta y el mundo en un revoltijo tachado en gris. Ningún muñeco tiene rostro, solo yo. Cada detalle tiene forma, incluso las lágrimas que caían ese día.
Hay una sola palabra escrita en una eternidad de dibujos, escrita junto a mi figura: vida.
Seco una lágrima y todas las que caen junto a ella. De su cama solo me llevo su sudadera. Los veranos al norte son ventosos y él solo llevaba una camisa.
• • •
No sé dónde está. Tampoco puedo invadir el espacio que me pidió.
Hay un parque cerca de la casa, rodeado de árboles, con un estanque tan pequeño que quizá no habría vida, pero la hay. Hoy la hay. Una ardilla mordisquea algo en la orilla frente a la que estoy sentada. Podría decir que estoy pintando, pero no sería verdad. Empecé haciéndolo, intenté corregir la tormenta, mi borrón de colores, pero no había mucho que hacer por ella, entonces empecé otro y mi ardilla se quedó a medias. No era una muy buena ardilla.
Cierro los ojos al viento. Paso las manos entre el césped. A veces, solo a veces, me agrada que el mundo esté detenido.
Los pasos en el camino me traen de vuelta.
—Camila. —Damon me llama desde el borde del camino.
Me levanto con todo el césped pegado a la ropa. Sonrío solo con verlo vivo, pero no puedo seguir sonriendo cuando sus ojos se ven tan rojos, tan cansados. Hay palabras en sus labios y, sin embargo, ninguna rompe la distancia. Su mirada encuentra su chaqueta que dejé en el césped junto a mí.
—¿Tienes frío? Yo sé que prácticamente es verano, pero hay muchísimo viento sobremodo en Chicago y cuando los edificios hacen un túnel.—Detengo mi cascada de palabras sin sentido cuando Damon cubre sus ojos con su mano.
Presiona sus ojos, aprieta los dientes y baja el rostro, que se ha teñido totalmente de rojo. La primera lágrima se pierde en su bufanda.
Corro para abrazarlo, para cortar esa estúpida distancia. Su cabeza se hunde en mi cuello. Paso las manos entre sus rizos. El silencio es una punta que me atraviesa como una espada que pasa a través de ambos. Lo aprieto más contra mí.
—Perdóname —repite tantas veces que una palabra se difumina con la otra.
Cuando se aparta tiene las mejillas completamente empapadas. Uso la manga de mi camisa para limpiar el rastro de las lágrimas.
—Yo sé que no te gusta llorar, pero si vieras lo que yo veo. —Vuelvo a abrazarlo. Su pecho sube y baja tan rápido que temo que se desmaye—. Yo también te debo una disculpa, Day. No tenía por qué tratarte así.
Menos cuando sé lo fácil que sería romper su confianza, lo que hizo su padre.
—Me lo merecía en parte.
—No, nunca. Reaccioné horrible. —Me aparto lo suficiente para mirarlo y paso mis manos bajo sus ojos—. Pero sí me gustaría escuchar una explicación.
—Me contrataron para cazar cazadores y a todo el que se acerque —susurra—. A cambio protegían a mi mamá y yo no acaba en uno de sus experimentos.
—Le pusieron las gafas a tu mamá; ¿Por qué seguiste? —pregunto; mis manos recorren caminos entre sus rizos.
—¿Inercia? Quería protegerlos. — sacude la cabeza, mira al cielo como sí pudiese detener las lágrimas. — Quería protegerme a mí mismo. Así no nos perseguían. Fui un idiota egoísta, lo siento tanto. —Sus ojos son el océano y la tierra después de la lluvia—. Maté a Tirso... a tantas personas y no es todo lo que hice.—Su voz se quiebra y se aparta de mí. —Howard me propuso un trato, tenía dos semanas para convencerte de ir con él. No pude. No intenté, pero no dije anda por si algún día necesitaba usarlo. No soy una buena persona Camila.
Lo retengo por su mano y consigo que se siente junto a mí.
—¿Te arrepientes de lo que hiciste? —Esa es la única respuesta que me importa.
—Más de lo que te imaginas. —Pasa sus manos bajo sus ojos con fuerza.
Tomo sus manos para detenerlas. Tirso era mayor que él, mayor que Mat incluso y, según escuché, también fue como el papá de Damon. Me imagino perfectamente que se siente, tener el peso de la muerte bajo amenaza de muerte. Y empiezo a entender que guardar secretos es lo que siempre ha hecho. Me importaría si hubiese tenido la intención de manipularme, que lo haya considerado en algún punto habla más de lo que estamos dispuestos a hacer en un apocalipsis, las cosas y los valores que estamos dispuestos a entregar por la vida.
Que le duela al punto de llorar es lo que me convence.
—No más mentiras —le pido.
Sacude la cabeza, sonríe, una sonrisa que tiembla tanto como el resto de su cuerpo y se desvanece al instante.
—No más —promete.
Mat alguna vez me dijo que Damon era otro. No conocí al niño que jugaba todo el tiempo a las escondidas, pero me parece que al frente tengo a lo que sobrevive de él. Intenta esconderse en sí mismo, aparta la vista y lucha por voltear hacia los árboles, negarme estar cerca, aunque quiere quedarse.
—Y no te puedes creer lo que dijo Thomas sobre ti.
Ya viví los insultos de Thomas. Ya viví la forma en que te carcomen el cerebro hasta que eres un muñeco más. Tal vez por eso creé las gafas, ya era una muñeca de porcelana de todas formas, una con la que la gente podía jugar.
—Te defendiste hoy —dice, evitando completamente el tema—. ¿Cómo estás?
—Orgullosa. —Mi respuesta es inmediata y también lo es su tímida sonrisa—. Hablo en serio. No le creas, tú no me dejarías creerme todo lo que me dijo.
—A veces soy hipócrita —dice. Se acerca a mí y se acuesta con su cabeza en mis piernas—. Fresita, de verdad , perdóname.
—De verdad, te perdono. —Me inclino para besar su nariz, sus mejillas y sus labios—. ¿Tú a mí?
Asiente. Cierra los ojos. Respira hasta que todo parece caer en la calma del invierno en medio verano. Debe haber pasado ya la hora de la cena, pero apenas empieza a anochecer.
—A veces me gustaría que las cosas no vuelvan a la normalidad —confiesa.
—Si regresan, ya no estarías solo. Y yo tampoco.
Estaba sola y rodeada de personas que no sabían nada de lo que estaba pasando.
Tres personas llaman nuestros nombres a la entrada del parque. Damon se sienta y sumerge las manos en el estanque para lavarse la cara. Beso su mejilla y le paso su chaqueta. Vuelvo a aferrarme a su brazo como en la mañana para encontrarnos con los demás.
Mat alza una mano en la distancia para saludarnos.
—¿Ustedes dos no tienen hambre? —grita, aunque estamos como a dos metros.
Observa a Damon, una pregunta muere en sus labios donde se forma una sonrisa. A veces me pregunto cuántas de las sonrisas de Mat son reales, porque está definitivamente no lo es.
—Nos distrajimos conversando —digo y me encojo de hombros.
Valentina me dirige una mirada que me advierte que no me voy a escapar de esa conversación.
—Genial. Apúrense entonces porque yo quiero pizza —dice Lee, que intercala miradas entre Damon y yo—. ¿Están bien los dos?
Ella no tiene reparos en indagar cuando es obvio que algo pasó y algo grave.
—No te preocupes, Lee, estamos bien. Teníamos cosas importantes que hablar —le asegura Damon; tiene un brazo alrededor de mi cintura—. No me digas que Mat hizo la pizza.
—Obvio no. —Lee sonríe y lidera el regreso a la casa.
Damon me detiene en la puerta y deja que el resto se adelanten.
—Lo que Thomas dijo, desconectar el sistema, ¿funcionaria? —pregunta con el ceño fruncido.
Que haga esa expresión me roba toda la concentración. No puede esperar que tenga toda mi atención en sus palabras cuando está tan cerca.
—Debería. Pero el sistema no puede apagarse solamente desde afuera y, aún si se pudiera, ¿qué pasa con todos los que están adentro? —susurro. Le robo un beso—. Todavía tengo que pensarlo. Los archivos deberían ayudar.
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