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08 Secretos

Camila

Cierro la puerta de mi habitación y me apoyo en la puerta. Mis dedos se deslizan ausentes sobre mis labios. Vuelvo a sentir calor en las mejillas y en todo el cuerpo. Al final no me va tan mal el apodo.

En mucho tiempo, el mayor contacto humano que he tenido ha sido Damon, solo es eso.

— Sabes que voy a tener que volver a besarte ¿Estás bien con eso? — me preguntó cuando regresamos por el pasillo.

— Sí. No te preocupes, Damon. Al final, no significa nada ¿Verdad? — Le sonreí y me despedí con la mano.

Pero heme aquí, más atontada que el día que salí corriendo del laboratorio.

He intentado no pensar en el laboratorio ni en nada de los días que le siguieron a ese. Ese, el día en que me di cuenta de lo que pasaba.

Pero no puedo correr para siempre y menos en la oscuridad que se cierra como enredaderas que cubren la piedra.

Algo raro estaba pensado y yo no sabía nada. Nadie me decía nada. Entonces me metí al sistema de cámaras. Entonces vi lo que hice. Hui. Desconecté todo y salí sin nada en mis manos. A la casa de mis padres. Pero ellos ya tenían las gafas.

Descubrí que pasa si intentas quitárselas. Fue la primera vez que vi a la muerte a los ojos y no quiero volver a verla. Pero veo su sombra en cada muñeco. Quitarles las gafas es quitarles la vida.

Se los pusieron porque confiaba en mí.

No quiero pensar más. No puedo estar sola.

Salgo de la habitación a la de la única otra persona que conozco. Bueno, en quien más o menos confío, por estúpido que sea.

¿Voy a ir ahora? ¿Este segundo? Después de besarlo.

Pero no significó nada y tampoco tengo más opciones.

Nunca me ha mentido.

— Damon — llamo desde la puerta con un susurro.

Empujó la puerta cuando no obtengo respuesta y me adentro en la habitación.

—Fresita — dice desde la ventana No duerme, al menos no aún. — ¿Estás llorando? Camila, si quieres acabar con el acto lo acabamos. No voy a besarte si tú no quieres.

Sacudo la cabeza y cierro la puerta. El cuarto está, otra vez, a oscuras. Veo el contorno de su rostro y de los muebles en la luz de los postes en el jardín. Amarillo, cálido y no neón.

— No. No, no es eso — balbuceo. Tiro de las mangas de la chaqueta sin saber que hacer o por qué vine aquí. — Solo, es que... Ya sabes.

Damon me mira confundido. Un segundo después lo veo asentir con la cabeza. Deja de lado una libreta y se sienta sobre la cama.

— ¿Te gusta la música?

Esta es otra persona de la que suelo encontrarme. Hay algo en la oscuridad, en buscarlo en medio de la oscuridad sólo porque no aguanto estar a solas con mi cabeza.

Parece entender. Suele decir que no sabe hacer nada, pero entiende a las personas, aún si no siempre lo usa para el bien de otros.

— Depende. — Me siento junto a él. — ¿Qué música?

— El piano ¿Te gusta? Mat dijo que hay uno.

— Pensé que no lo tocarías ni muerto con Éter aquí — digo y con la chaqueta seco las lágrimas.

Saben a sal. Estoy harta de llorar.

— Pero Éter está dormida. — Sonríe y se levanta de la cama.

Abre la puerta y espera a que camine delante de él. Al pasar, veo los números en el reloj, siempre entre el setenta o el ochenta, pequeños y relucientes bajo la hora. Medianoche.

— ¿Extrañas tocar? — pregunto, aunque sé que no le gustan las preguntas.

Hoy no es la misma persona. Eso espero porque necesito escuchar a alguien.

— A veces. No me gustaban los conciertos me gustaba hacer música. — Damon baja las escaleras sin importarle el ruido ni bajar la voz.

— ¿Tocabas en estadios? — No lo sabía. — ¿Debería reconocerte?

Damon ríe y entra en la sala, tan oscura como el resto de la casa. No puedo imaginarlo en un escenario ni con personas haciendo fila para entrar.

— No lo sé. Ya te dije, eso ya no importa — Alza las manos y sus mangas se resbalan hacia atrás.

Por un segundo la casa queda en silencio y su cuerpo queda estático. Después sus manos caen sobre las teclas y la música regresa a una sala que seguro la conoció antes.

Me siento en el reposabrazos del sofá, frente a una chimenea apagada y refugiándome del frío en mi chaqueta.

La música es como escuchar la lluvia caer. Es el baile de las llamas y un pasado dorado. La había escuchado antes. Estoy segura. Estoy segura de que esa melodía es suya y que si su rostro me suena es porque debería reconocerlo, porque esta canción sonaba en cada tienda de ropa y café hace lo que parece una eternidad.

Pero nunca conecté ambos personajes. Ese Damon que sonreía a las cámaras y este. Son otros ojos porque los de él eran cafés, pero ahora puedo adivinar y creer que era un lente de contacto y que el cabello como lacio y puntiagudo era cuestión de gel. Es la misma bufanda fucsia con la que lo vi por primera vez y los mismos gestos.

— Tú dices que no importa. Yo digo que sí — digo aún si parece muy abstraído en la música para escucharme.

— ¿Cami? — una voz dulce y callada como miel pregunta desde el fondo de la escalera.

Giro la cabeza en el segundo en que la música se detiene. Una adolescente de piel oscura y hermoso cabello negro rizado, mucho más rizado que el de Damon, me mira.

— ¿Lee? — Me levanto a punto de llorar y una sonrisa tentativa que tiene miedo de equivocarse a pesar de estar en lo correcto. Me acerco para tomarle las manos. — Mírate, estás tan alta. Más alta que yo.

— ¿Ustedes se conocen? — Damon se ha acercado a nosotros. Enciende la luz desde la pared y nos deja medio ciegos a todos por unos segundos. — Hola, Lee.

La expresión de Lee cambia de su cálida sonrisa a una mueca de desprecio. A Damon le llega a la barbilla. Se cruza de brazos y escanea a Damon como quién mira a su peor enemigo. Como Mat, lleva una camisa de color brillante, pero en celeste.

— Largo. No quiero verte. — Se gira hacia mí en vez. Pero yo no puedo ignorar la expresión de Damon, el reflejo de dolor que tan brevemente cruza sus ojos. — Pase a secundaria, como te prometí. Ahora ya no puedo ir, pero Lhun y Gina me ayudan cuando están

— Ahora estoy yo aquí, podemos seguir como antes. — Me siento fatal con Damon a mi lado. Por el rabillo del ojo veo que empieza a irse. — Damon — digo girándome hacia él —, solía ser tutora de Lee cuando yo estaba en secundaria y después en la universidad.

— Me alegro, es muy inteligente — dice con una incomodidad que se me hace extraña en él.

— ¿Y cómo sabrías eso tú? — Lee sacude la cabeza e ignora a Damon completamente. — ¿Y Tommy?

Tommy. Aprieto los labios en una sonrisa fingida.

— ¿Tommy? No lo sé. Hace mucho que no hablamos. — Finjo calma porque si no estoy mal, Lee no tiene más de catorce o quince años. Contarle sobre relaciones problemáticas en medio de un apocalipsis que, por cierto, yo causé, no es algo que quiera hacer. — Es medianoche ¿Qué estamos haciendo? Vamos a dormir.

— Bajé por la música. Éter me dijo que él estaba aquí. Pensé que era una broma de mal gusto. — Lee apunta con la barbilla a Damon quien ha estado sorprendentemente callado.

Damon abre los brazos y trata de fingir una de sus sarcásticas sonrisas. Deja caer la falsedad y suspira.

— Lee, no te deje porque quisiera hacerlo — dice.

Así que eso es lo que pasa. Damon parece tener unas diez personalidades diferentes. Esta es una que no creo haber visto antes. Por lo que entiendo, él y yo tenemos la misma edad y, por el mini volcán de ira que parece Lee, alguna vez fue tan, o más, cercano, a él como lo fue conmigo.

— No. — Lee alza las manos y ríe con un sarcasmo que es casi idéntico al del chico que ahora parece odiar. — No quiero oír — Su voz y su expresión se vuelven frías. — Me voy a dormir. Buenas noches Cami.

Lee apaga la luz con un movimiento brusco y sube las escaleras. Damon se dispone a hacer lo mismo y me parece buena idea, pero él para de todas formas.

— ¿Quién es Tommy?

Poco a poco empiezo a distinguir cuál sonrisa es fingida. Quiero creer que no es tan imbécil. Hace unos momentos pensé que yo le importaba realmente. Algo le importaba. Mi comodidad, mis lágrimas, la música, Lee.

— ¿Yo tengo que responder, pero tú no? — No quiero hablar de esto, pero él fija su vista en mí hasta que hablo. — Mi ex — digo en un suspiro que opta por la explicación más simple , la que requiere menos palabras.

— ¿Y le mentiste a Lee por qué...? — insiste con un movimiento de la mano que me apremia a seguir hablando.

La sonrisa sarcástica empieza a hacerse real en su rostro. Me mía desde arriba, una mano apoyada en la baranda.

— Porque tiene quince años y suficientes problemas, Damon; no necesita escuchar sobre él — digo exasperada.

Aparto mi cabello de mi cara y meto las manos en los bolsillos de la chaqueta . Miro por la ventana en lugar de a él, aunque sus ojos me taladren.

Su sonrisa desaparece como llevada por las corrientes frías que entran por alguna ventana abierta de la casa. Me mira confundido, pero no dice más. Sus ojos intentan encontrar respuestas que no pienso dar.

No necesito hablar sobre peleas , ni gritos, ni moretones escondidos bajo maquillaje. Me volví experta en eso. No necesito decirle lo idiota que fui por quedarme y todas las veces que intento cerrar la boca. No quiero molestar. No quiero aburrir a las otras personas. Es mejor así.

— Cam, — llama desde la escalera. —. Era un idiota.

— Lo sé — y no puedo decir nada más.

Se gira otra vez para subir, con la canción a medias y aún sonando en mi cabeza. Duda un instante. De espaldas a mi habla otra vez.

— Y tú también por seguir pensando en eso. Lo que sea que te tenga llorando así, deja a los demás dormir.

Ese es el Damon de siempre, el que quema todos los puentes antes de que se terminen de construir. No le importa nada. Te sumerge en un pozo de agua helada con solo unas palabras. Te lanza de un acantilado.

Quiero creer que el Damon real es el que hablaba de música y me invitaba a escuchar. Pero tengo la estúpida tendencia de ver demasiado bien en las personas.

Espero unos segundos antes de subir a mi habitación. Dejo los lentes en el velador y me acuesto entre las almohadas. Si duermo es porque no aguanto un segundo más despierta.

• • •

— Cami, él es Diego. — Lee se ha sentado junto a mí a la mesa del desayuno y apunta al chico que acaba de entrar.

Lee se ha tomado la responsabilidad de explicar la dinámica y a cada persona del equipo. Los desayunos son casi reuniones de negocios y todos deben estar presentes si están. Diego tiene el cabello rojizo y muy corto. Tiene el rostro serio y las facciones cuadradas. Se sienta frente a nosotros sin saludar.

— ¿Estudiaste? — le pregunta a Lee. Lleva una camisa verde con las mangas subidas. Su piel se ve quemada por el sol. — Eso es un no.

— Pero ya no tienes que enseñarme todo. Cami puede hacer la mitad — Lee salta para defenderse.

Éter entra entre risas y se sienta en la cabecera de la mesa. La luz del ventanal detrás deja su rostro a oscuras e ilumina el resto de la habitación. Es amplio, bastante amplio como para las pocas personas qué hay aquí. Las paredes son claras, el suelo de madera al igual que los estantes de platos sin usar y mostrados como antiguos trofeos.

La mesa de madera tiene un mantel azul marino encima y en la cocina escucho a Mat protestar por algo. Ayer conocí a Lhun. Desearía haber visto a Lee antes.

— Así que de hecho te consiguieron más formas de ser útil. — Éter se sirve una taza de té y bate una cucharita de miel. — A diferencia de algunos, Lee tiene potencial.

— ¿Y de que mierda sirve con el mundo así? — Lhun, un hombre con delantal gris, cabello lacio y ojos rasgados empuja la puerta de la cocina con fuerza y asienta una canasta de pan sobre la mesa.

— Que pesimista eres Lhun. Deja a la muchacha aprender —dice Éter.

Parece divertirle la escena. Se lleva la taza a la boca escondiendo la sonrisa ante la ira ardiendo en los ojos café leña de Lhun, que casi parecen una fogata.

— Gracias por la comida — digo en un intento de cambiar de tema.

— No mentías con lo de los modales. — Lhun se cruza de brazos. — Un gusto, señorita — dice. Su rostro cambia por completo cuando grita a Mat para que se apure con el resto de comida.

Una canasta más de pan y una bandeja de huevos revueltos con champiñones llegan a la mesa. Diego es el primero en servirse.

— ¿Y tu novio? — pregunta Éter. Sus dedos trazan el círculo de la taza. Sus uñas , pintadas de azul eléctrico, es lo primero que me llama la atención. — ¿No baja a desayunar?

Esta tarde quiere decir.

— ¿Novio? — Mat alza la cabeza y cuenta a todos los que están alrededor.

Solo falta Damon.

— Damon — aclaro con la cara ardiendo y la mirada en mi taza vacía. —. Yo...yo no lo veo desde anoche.

— Lamentó haberles interrumpido, — Éter sonríe ante las caras de asco de Diego y Lhun.

Es un juego y ella aplasta cada botón porque puede hacerlo. Mat me mira con expresión de niño confundido y le sonrió como disculpa, aunque apenas puedo mirarlo a él o a Lee. Se siente mal mentirles. Mat es su mejor amigo.

— ¿Por qué no me dijiste que era tu novio? — murmura Lee.

No tengo una repuesta que pueda darle. Porque no lo es.

La comida sigue entre conversaciones sobre la ciudad, sobre jardines y yo que sé . No puedo prestar atención con Mat tamborileando los dedos así, Damon no baja. Mat mira hacia la puerta detrás de él que se abre al pasillo, se inclina en la silla y por poco cae.

— ¡Mat! Ya basta, si te preocupa anda a revisar y ya. — Lee estalla. Su mano golpea la mesa.

Éter parece divertirse. Se limpia los labios con una servilleta y asiente.

— Corre Matei. Arrástralo aquí si hace falta — dice y el sol rebota en los aretes dorados como si imitaran su cínica sonrisa.

Mat no necesita que se lo repitan. Se levanta de un salto y sus pasos hacen eso en la escalera.

— Day Day. — lo escucho canturrear.

De repente no tengo hambre. Damon siempre insiste en que coma y él no se salta comidas, aún menos si eso impacta su orgullo o nuestra mentira. Sabe perfectamente cómo funcionan las cosas aquí, o eso creo.

— ¿Cami? — dice Lee — Hola, Tierra llamando a Cami.

Sacudo la cabeza y tomo un pan de la canasta.

— ¿Qué es lo último que te enseñó Gina? — intento distraerme.

— Te iba a ofrecer mermelada, pero vale — empieza

En lo que Lee intenta explicarme algo de matemáticas que claramente no entendió, Lhun termina de comer y se levanta de la mesa. Diego y Éter discuten cultivos y ni corazón se aprieta cada vez más ¿Dónde está Mat?

Cuando estoy a un segundo de levantarme yo también, Mat entra con Damon detrás acomodando su bufanda. Me levanto sin pensar y me acerco a él. Sonríe de lado y se inclina hasta que sus labios rozan los míos en un beso fingido.

— Buenos días — dice cómo si nada.

Lo detengo por el brazo antes de que se siente ¿Por qué sus labios se sienten tan calientes? Es como si todo su cuerpo fuese un radiador.

— ¿Pasa algo? — pregunta Damon con una sonrisa actuada y confundida.

— Dímelo tú.

Es como volver a las calles donde solo estábamos él y yo. Solo que, esta vez, nuestro pequeño acto tiene público y no le permite mandarme a callar.

Damon suspira y se acerca a mí. Su cuerpo no me deja ver la mesa ni el rostro de los demás. Sé que el mío vuelve a estar color fresa. Se inclina como si fuese a acomodarme el cabello detrás de la oreja

— ¿Qué pasa? — susurra cerca de mi oído — nos vas a meter en problemas.

Quiero callarme y desaparecer. No puedo dejar esto así.

— ¿A mí? — susurro — La pregunta es para ti. No bajas a desayunar, Mat tiene que ir a buscarte y no me dices nada.

— Sorpresa, Fresita, no tengo por qué decirte nada. — murmura cerca de mi oído, sus manos en mis brazos. — Me quedé dormido. Nada más.

Me da un beso en la frente disimulando la discusión. Sus labios apenas tocan mi piel antes de que se suelte para sentarse junto a Mat. Me siento con la cara como si acabara de meterla en un balde de agua hirviendo y no por vergüenza.

Éter nos sigue con la mirada en un silencio calculado. Esculpe una sonrisa y se pone en pie.

— Perfecto, ya estamos todos — dice alto. Lhun se asoma por la puerta de la cocina secando un tazón con un trapo. — ¿Quién irá a buscar a Tirso y a Gina?

Damon levanta la mirada y busca la mía. Es casi una advertencia. Habla y te mato. Pero no hace falta que lo haga, si hablo nos matan a ambos.

— Yo — Lee levanta la mano.

— ¿Sola? Te vas a perder — Éter sacude la cabeza y mira a Damon con una sonrisa que solo podría describirse como el reloj de una bomba en cuenta regresiva. — Irás con él ¿Qué tal? Ya que no es útil en nada más. Camila , puedes empezar a arreglar esos postes de luz. Si los pudieses tener para el atardecer sería increíble.

Algo me dice que no es un pedido nada más.

— ¿Puedo ir con Damon y Lee? — Mat pregunta con su sonrisa de niño bueno, obediente.

Éter ríe y sale del comedor sin dar respuesta. No. Esta es su forma de decir quién manda: se da gusto con los títeres que no tienen más opción que seguirle a través del caos. Puedo imaginarme quien consiguió el trato con el gobierno.

Lee frunce el sueño, aunque no con la ira que esperaba ver: Sus ojos van de Damon al reloj en su muñeca y al camino principal visible desde la ventana.

— Entonces ¿Dónde vieron a Gina y Tirso por última vez? — pregunta Damon que aparta el plato vacío que acaba de comer.

¿Comió algo?

Sabe perfectamente dónde está Gina. ¿Tirso? No estoy segura.

• • •

Manipulé una de las pantallas que guardan para sus temporadas de caza para monitorear los cables de la casa. Me imagino que los usan para guiarse por las calles del país. Finalmente, no sirven para mucho más que desplegar mapas y mensajes.

Me llevó toda la mañana. Toda una mañana de silencio con mi cabeza.

Le pedí ayuda a Lhun, pero solo supo gruñir del trabajo que tiene pendiente y preferí sentarme sola en el porche trasero de la casa. Desde aquí veo a Diego trabajar. Mantiene muy bien el jardín con sus plantaciones y enredaderas que diligentes treparon los muros. Plantas cubren la estructura de madera del porche y un techo entre el plástico y la madera me cubre del sol. La luz de media tarde casi no me deja ver el plano eléctrico de la casa, azul sobre el vidrio transparente de la pantalla. Entrecierro los ojos y sigo los cables con los dedos. Hay un problema en la sección norte.

La pantalla titila con un destello blanco que borra todo y me quema la retina. Me quito los lentes y paso las manos sobre mis ojos.

Cuando me vuelvo a poner los lentes tengo que mirar dos veces. Veo entre destellos de luz las letras rojas en la pantalla que titilan. Entro a la oscuridad fría del pasillo y allí siguen. Mucho más claras, tan claras como mi respiración detenida:

Camila Yépez, reportarse a la central de gobierno más cercana.

No queremos tomar medidas extremas.

— ¿Y no crees que tus amigos del gobierno están buscándote? — preguntó Damon la noche en que nos conocimos.

Ahora sé que sí. 

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