07 Fresa
Damon
Volver a ver a Éter o cualquiera de los otros es lo último que quiero. Más considerando que yo le puse las malditas gafas a Gina y a Tirso. Ambos eran sus amigos, ambos eran cazadores como Mat. Lo que significaban para mí ya no importa
La risa de Mat me llega desde atrás en una conversación a la que no le presto atención.
— Te lo juro — su risa que hace eco en toda la calle. —, le quedó rosa el pelo por... bueno hasta que creció lo suficiente para cortarlo.
— Deja de hablar de mí — digo antes de que abra la boca de más.
La verdad, la época en que Mat aprendía a cortar y tinturar cabello fue un caos. Yo le pedí que usara el tinte fucsia, pero esa porquería no salió nunca. Y por tantas memorias, o tal vez porque sería demasiado ya, a Mat no puedo hacerle lo mismo que a los otros. No importa si es lo que se supone debo hacer.
Y una mierda. Los del gobierno pueden querer muchas cosas, pero ponerle las gafas a mi mejor amigo, aunque no le haya hablado en años, no es algo que pienso hacer.
— No me está diciendo nada malo, — protesta Camila por lo bajo.
— Que hable de él mismo — digo sin mirar atrás.
— Déjalo, Cami, no le gusta ser el centro de... — Mat baja la voz con cada palabra hasta quedarse callado cuando lo miro en una silenciosa advertencia.
Quizá si puedo ponerle las gafas.
No puedo, pero me tienta. A ver si se calla él también , porque si no son las preguntas de Fresita atrás, son las palabras descontroladas de Mat.
Seguramente si le digo así se enojará y se pondrá como una fresa.
— ¿Quién más está ahí, Mat? — pregunto antes de que se le ocurra más que decir.
— Éter, Lee, Diego, Tirso, Luhn y Gina. Aunque a ella no la vemos hace días. — Mat cuenta con los dedos.
Se adelanta a mi para trepar una reja de metal que divide la calle del patio desolado de una casa donde el césped comienza a consumirlo todo.
Camila se congela junto a mi. Me mira a través de sus lentes y no es difícil saber qué piensa. Pensamos lo mismo. Si se enteran de lo que hice estamos jodidos. Igual de jodidos como si no lo hubiese hecho.
— Calma Fresita. Mentir se te da de maravilla— le susurro y le doy un empujón hacia la reja.
Elijo fresa y elijo decirlo en español. Le queda perfecto.
Camila me lanza una mirada asesina que le sale tan bien como lo que se supone serían las gafas porque está más roja que las flores.
— Se dice frutilla no fresa — reclama en lo que empieza a subir. —. Y no me digas así.
— Demasiado tarde, Fresita.
Trepó la reja después de ella. La acción, aunque hace mucho que no lo hago, me resulta familiar. El sonido de la reja al soltarla y el cosquilleo en los pies al tocar el suelo son recuerdos de cuando conocí a Mat.
Últimamente tengo muchas oportunidades de recordar primeros encuentros y ninguno me agrada particularmente. Cam es, tal vez, una neutral excepción.
— ¿Yyyy cómo se conocieron? — pregunta Mat en lo que atravesamos una curiosa mezcla entre patio y bosque.
Es casi como si me leyera la mente o quizá solo busca algún tema por el que no se meta en problemas.
— Preguntas estupideces — discuto pasando sobre una banca volcada.
— La verdad me alegra que no me lo diga solo a mí — dice Camila con media sonrisa. —. Nos conocimos por casualidad y pensé en huir, pero no lo hice.
— ¿Qué te dijo? — intuye Mat.
Pasamos una puerta de rejas a un camino que pasa, verdaderamente, entre el bosque. Los árboles se alzan altos sobre nuestra cabeza y nos cubren entre sombras y patrones de sol.
Camila se acomoda los lentes color uva y el cabello en un gesto teatral.
— ¿Qué clase de idiota camina en media calle en medio de este desastre? — cita Camila entre risas.
En mi defensa es exactamente lo que estaba haciendo.
La vi en medio de la carretera bajo las luces azuladas de las pantallas. El cazador con que me había topado quedó atrás, apoyado contra un basurero y con sus asquerosas gafas puestas. Tirso, el cazador, no son la misma persona. El cabello caramelo derretido de Camila reflejaba los colores de las imágenes. Yo corría lejos del cine donde dejé tirado al imbécil. Se cruzó en mi camino y sus lentes terminaron en el suelo. Tenía lágrimas en los ojos, las mejillas sonrosadas y la tristeza en la torpeza de sus gestos. Tenía vida.
— Mantengo lo que dije — digo.
Estiró los brazos sobre mi cabeza para tocar las hojas de una rana alta.
— Tú haces lo mismo — recrimina Camila, seguramente pensando en la noche que encontramos a Gina.
— No, Fresita, huir de un cazador amerita decisiones estúpidas.
— ¿Cómo pararte en medio de la calle? — sugiere en tono inocente y cargado de ironía.
Su nueva confianza, las alas que le da Mat para que siga hablando, no me causan la menor gracia. Tampoco que se burle de eso en particular.
— Tenía una razón. — Retomo una expresión indiferente y ensayada. Dos podemos actuar. — Una que, antes de que se te ocurra la maravillosa idea de preguntar, no te incumbe.
Camila frunce los labios y pasa de mí. Se acomoda el cabello recogido y los lentes que siempre reflejan la luz del sol en mis ojos. Camina hasta quedar junto a Mat.
• • •
El sol desciende por entre los árboles cuando llegamos. Desde los troncos de los árboles hasta la madera del portón y las piedras del muro que rodea la propiedad parecen bañados en oro. Camila y Mat se detienen frente a las puertas que podrían haber pertenecido a una vieja mansión. Podría ser de una, considerando lo lejos que estamos de la ciudad.
— Mat, dime una cosa. ¿Qué pasa si Éter me asesina a apenas crucé la puerta? — Me detengo junto a él con la vista fija en el lente de una cámara de seguridad que se gira para seguirnos.
— Este, bueno... — Mat coloca las manos detrás del cuello e infla las mejillas. — Ya es como tarde para pensar en eso.
La puerta se abre a un jardín y un camino de piedra bien cuidados, obra de Diego. En el jardín delantero crecen toda clase de hierbas y flores que no conozco ni me interesa conocer. La casa, en estilo rústico, tiene varios pisos. Los ventanales de los pisos superiores miran al jardín. En el tercer piso, una silueta bajita corre las cortinas al vernos, pero aun distingo su sombra. A nuestro alrededor los faroles comienzan a encenderse. Bueno, más o menos, todo el lado de la izquierda titila algunas veces antes de caer en la oscuridad.
Camila camina detrás de Mat y junto a mí. Sus nervios son translúcidos. Los veo en sus ojos, tan verdes como el césped que evitamos pisar zigzagueando por el camino. Pero es buena mentirosa, y yo también.
La puerta doble se abre con suficiente fuerza para que golpee la pared con un estruendo y para que los paneles de vidrio vibren.
— Vaya, veo que vienes mal acompañado. — Esa voz no he podido sacarla de mi cabeza ni con las canciones más pegajosas.
— Vete a la mierda, Éter — digo sin pensar.
Camila abre los ojos y Mat me tapa la boca con la mano. Me mira serio y se gira a Éter con su mejor sonrisa de niño bueno que también es una farsa. Tiene sonrisa de payaso, de niño problema. Finalmente, todos somos niños problema.
— Y no has cambiado nada. — Éter lleva el cabello corto ahora, con mechas azules sobre el negro caramelo de anís. — Igual de vulgar, igual de idiota — finge un suspiro lleno de burla
Aprieto el puño y hago lo que puedo por quedarme callado en honor a la cara espantada de mi mejor amigo y la mano de Cam que tira de mí hacia atrás.
— Éter, escucha, lo que hizo déjalo pasar ¿Sí? — Mat se interpone entre ella y nosotros, los forasteros.
Éter deja salir una risa seca, cruza los brazos y se inclina hacia atrás con suficiencia. Se apoya en el marco de la puerta ancha y nos mira desde las gradas que llevan a ella. Lleva ropa apretada, oscura y las uñas pintadas con un intrincado diseño floral. La luz hace que sus ojos parezcan negros.
— ¿Déjalo ir? El imbécil casi acaba con todo y quieres que los deje quedarse. Me encanta, perfecto — dice con sarcasmo.
— No es como si fuera a hacerlo de nuevo. Me servía en el momento. Ahora... — La miro, con mis manos en los bolsillos de la chaqueta. Ladeo la cabeza para distinguir su rostro en la baja luz. — Digamos que no queda mucho.
Éter observa en silencio y busca a Camila detrás de mí.
— Tú. ¿Quién eres?
Escucho cuando Camila toma aire y la veo salir con una placentera sonrisa.
— Camila Yepez, señora. No me conoce — dice y hasta yo le diría que sí si me trata con ese respeto. Vaya teatro. Con voz de servicio al cliente y todo. —. Pero veo que tienen problemas con la iluminación en ese sector. Yo podría repararlo.
— ¿Ahora me traes a alguien con modales, Mat? ¡Qué cambio! — Éter ríe , esta vez a modo de burla. — Adivino, a cambio quieres quedarte y que este inútil también se quede.
Inútil. Que palabra tan ridículamente familiar y asquerosa. Mat apoya su mano en mi hombro sin decir más, expectante como yo no lo estoy. Acabemos con esto antes de que se le ocurran más insultos.
— Si tienen los recursos, sí. — Camila me mira buscando algún tipo de apoyo. Pero yo no tengo cartas que jugar. Soy un músico en un mundo que hace mucho dejó de lado la música. — Damon sabe de medicina.
Una vil mentira. Vil por el pobre que venga en busca de verdadera ayuda. Aquí el único que me importa si vive es Mat.
— Lógicamente. — Éter me muestra una sonrisa ladina, una amenaza a mis secretos. — Pueden quedarse. Así te miro de cerca ¿Eh, Day Day?
Evito discutir del apodo que me hierve la sangre cuando lo pronuncia ella con su tono de princesa.
— Muchas gracias, de verdad. Si hay algo más en que pueda ayudar, cualquier cosa, estoy para eso. — Camila sonríe y junta las manos en un gesto que no había visto desde que dejé la secundaria.
— Oh cariño, si les puedes enseñar modales a estos idiotas te lo agradezco. — Éter entra a la casa y Camila le sigue.
Mat me mira demasiado cerca con una sonrisa confundida.
— ¿Ella...
— Sí— interrumpo y lo empujó a un lado. — , es una actriz de primera.
— Por eso no confías en ella. — Mat frunce los labios en un gesto infantil. — Ella podría decir lo mismo.
Mat entra junto a mí. La entrada da a una sala amplia donde la chimenea está encendida. Los sillones negros de cuero rodean una mesita y las cortinas tapan la vista a un oscuro exterior. De espaldas, un hombre de cabello rubio rizado y muy corto arregla las flores de una maceta.
— No te me acerques, Saade — dice Diego, una tijera de podar en una mano y otra en el cinturón. No tengo la menor duda de que me clavaría la tijera si me acerco.
— Como siempre un amor — digo y sigo a Mat hacia el fondo.
En el interior la luz es cálida. Por el pasillo, una puerta en arco se abre a la izquierda y otra más allá está entreabierta. Voces y el olor a demasiadas especias juntas llega por el pasillo hasta el pie de la escalera.
Camila y Éter han desaparecido en la cocina donde seguro está el desgraciado de Luhn. Falta alguien. Un nombre que Mat mencionó pero que no se ha hecho presente.
— ¿Quieres ir a ...
—No. — Me niego a pisar la cocina para acabar picando vegetales.
— A tu cuarto— termina. —. Grosero— pronuncia con un puchero antes de estallar en risas.
Ruedo los ojos y lo sigo por la escalera de todas formas. Arriba, el largo pasillo está flanqueado por puertas y la luz entra por una ventana al fondo. Mat abre una, a mi parecer al azar.
— Déjame te traigo toallas, ropa, te bañas y de paso te arreglo ese nido que llevas en la cabeza.— Mat me guiña el ojo y se aleja por el pasillo
• • •
Cuando Camila entra en la habitación, estoy acostado en la cama frente a las grandes ventanas que dan al jardín. Mat me trajo algo de comer después de cortarme el cabello para que pudiese evitar a Eter. Por lo visto, también ha cortado el de Camila, aunque muy distinto no se ve.
— ¿Por qué estás a oscuras? — Camila, con un nivel de grosería que nadie más posee, enciende las luces.
Me cubro los ojos con la mano por un momento antes de sentarme en la cama.
— ¿Y tú por qué carajo quieres que no lo esté? — protesto. La apague en un intento por eliminar el dolor de cabeza.
— Porque tengo preguntas. — Entra y se sienta en la silla del escritorio junto a la pared que también es un armario.
Me dejo caer sobre la cama y me cubro los ojos con un brazo.
— No — digo, consciente de que no se rinde fácil.
— Conseguí que te quedes, así que me lo debes. No te voy a preguntar sobre ti, bueno sí, pero no sobre ti exactamente — balbucea la mitad de las palabras y se acomoda los lentes. —. Mira, si voy a estar aquí tengo que saber que le hiciste a Éter.
Tiene razón. Su pregunta me lleva a tiempos peores. Mejores que estos, peores que lo que vino después o eso elijo creer. Lo único que quería era hacer música. Pero la gente como yo, como ellos, no tenemos las mismas oportunidades.
Suspiro y me levanto de la cama. Con un gesto le pido que me siga.
— ¿A dónde vamos? — Camila se levanta aun así y camina junto a mí.
— Donde no nos escuchen.
Sigo el pasillo hasta donde las puertas ya no permiten entrever la luz del interior de las mil habitaciones. Me apoyo en la pared junto a un armario.
¿Pero dónde empiezo? No con El niño inútil, no con el adolescente imbécil que mandó a la mierda el colegio.
— Voy a omitir todo lo que no sabes sobre mí. Eres lo suficientemente inteligente para entender por contexto. Cuando tenía catorce aprendí a tocar piano. Era ridículamente bueno. — Lo único en lo que soy bueno. — Pero oportunidades no había muchas.
— Pero ¿Y las universidades? Suelen dar muchas oportunidades a los músicos. — Camila de apoya en la pared junto a mí.
Me jode que me interrumpan. Hipócrita lo sé.
— Si acabas el colegio y puedes pagar una estupidez de dinero, pues sí — escupo. —. Déjame acabar de contar y luego podemos discutir mi vida.
Camila enrojece y se esconde en la sombra del armario, en el cuello de su chaqueta verde militar.
— Para entonces conocía a Éter y digamos que había trabajado para ella antes. — Finalmente era trabajo, lo ético de ello no es relevante. — Éter le debía dinero a un montón de idiotas. Algunos favores, algunos enemigos aquí y allá incluidas las autoridades. Yo necesitaba dinero.
Sonrío a medidas Traicionar a Éter se sintió cómo respirar aire después de estar bajo el agua por mucho tiempo. No debería, pero así fue. Ahora vuelvo a las olas que amenazan con ser más altas que yo.
— Espera no. No entiendo ¿Qué hiciste? — Camila alza las manos y sacude la cabeza.
— Fui donde algunos de los idiotas y les dije dónde encontrar a Éter a cambio de lo que podían pagar. — Me encojo de hombros. Pagaron muy bien y luego se pelearon entre sí para llegar a Éter. —No maté a nadie, se mataron entre ellos y Éter sigue aquí ¿No? Tuve mi oportunidad.
Camila se queda en silencio mirándome con algo entre el horror y el desconcierto. La luz ilumina solo un lado de su rostro.
— ¿Al menos la usaste? ¿Valió la pena?
— Cada segundo.
La línea entre la verdad y la mentira se difumina en esa palabra. Lo que hice, lo que haré, lo que estoy a punto de hacer. Hago lo que puedo, aunque quizá, no es lo mejor que podría haber hecho.
Tuve mi oportunidad. Si fue lo correcto o no, da igual. Nada de eso importa ya.
No soy músico. No soy traidor. Ya nadie es nada y ya nada vale nada. Perdió valor mucho antes de los Metaggogles.
— ¿Quién eres, Damon Saade? — pregunta inclinándose hacia mí.
—¿Quién era? Podría hacerte la misma pregunta.
Detrás de sus ojos solo hay verde, un mar de playas que hace mucho no es lo mismo. No sin mamá.
— No te he mentido nunca. — Camila se cruza de brazos.
— Y yo tampoco a ti, Cam.
En el pasillo a nuestra espalda, una puerta se abre y dos voces discuten. Los tacones hacen eco en la madera. Camila se acerca más
— Dime una cosa entonces ¿Qué hacías para Éter? — susurra tan rápido que las palabras se mezclan en una sola. — Porque estoy segura de que aquí las cosas no han cambiado ¿Qué pasa si saben quién soy?
Por un segundo el tiempo se detiene y regresa a los días en que Mat entretenía como payaso en las calles y el calor del día disfrazaba mis manos ágiles. Pero éramos niños, nosotros no hacíamos los trabajos más sucios. Esos los aprendí luego.
¿Qué pasa si descubren que ella hizo las gafas?
La voz de Éter acercándose por el pasillo me trae de vuelta. Camila abre los ojos en un gesto que a este punto se me hace familiar.
Si pronunció una palabra sobre ella, si insinuó quien es o lo que yo hice o nuestra conversación, estamos jodidos. Ni siquiera hablando en español estamos a salvo.
En realidad, si nos ven aquí, en medio de la oscuridad, entre voces susurradas y lo que apesta a secretos guardados, estaremos sumergidos hasta el cuello.
— Bésame — susurra Camila cuando los pasos comienzan a doblar la esquina. Los segundos pasan casi visibles en sus ojos.—. Ya.
Camila me toma por el cuello de la camisa y se inclina hacia mí. Un segundo más tarde entiendo lo que quiere hacer. Cierro mis ojos cuando sus labios se posan sobre los míos.
Por instinto, me giro para que ella quede contra la pared. Una de mis manos queda sobre su cabeza y la otra en su cintura. La beso, o ella me besa a mí. Me acerco más a ella en un beso que no es discreto ni tímido.
Sabe a fresas.
Sus manos sueltan mi ropa para enredarse en mi cabello. Apenas soy consciente de nada.
Nos separamos cuando los pasos se detienen en el pasillo. Camila baja sus manos a mis hombros y agacha la cabeza.
— Disculpen la interrupción. — Éter pasa junto a nosotros con una sonrisa entre la burla y la incomodidad. — Sigan tranquilos.
Éter entra por la última puerta y la cierra con un golpe seco. El silencio regresa al segundo piso de la casa.
Camila me mira, con las mejillas al rojo gelatina de fresa y los ojos entre la confusión y el sol reflejado en el agua. Ríe; su risa es como escuchar el tintineo de los adornos, esos de vidrio que suenan con el viento. Y ¿Por qué no? Yo río también.
— Perdóname, es lo único que se me ocurrió. — Camila se acomoda los lentes y se apoya en la pared. Habla en susurros. — Pero nada mal ¿Eh?
— ¿Nada mal? — repito pasándome las manos por el cabello para ordenarlo.
Me acomodo la camisa apoyando en la pared junto a ella.
— El corte de cabello que te hizo Mat quiero decir. Esto podemos olvidarlo si quieres — se apresura a decir, ocultando las manos en las mangas de su chaqueta.
— Lamentablemente, Fresita, acabamos de meternos en un lío y en un teatro. — Me paro frente a ella y le extiendo la mano con una sonrisa. — Bienvenida al espectáculo.
El sabor de sus labios se queda en los míos, en un beso que sería fácil de ignorar pero difícil de olvidar. Quizá porque es gracioso, quizá porque, en tanto tiempo, es lo más ridículamente humano que me ha pasado.
Camila toma mi mano con la risa bailando a un en sus labios Me mira a los ojos sin soltarme.
— No están listos.
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