06 Historia
Camila
— Aparecen esas gafas del infierno ¿Sí? Yo tenía la vida digamos decente. Pero no para comprar esas cosas. Entonces el gobierno empieza a regalarlas, dicen que son lo máximo, que la gente va a ser feliz, tener la vida que quieran. No más dolor.
Esa voz no la conozco
— Una mierda sí. — Esa voz es de Damon.
¿Dónde estoy? Todo se mueve.
— Tu vocabulario sigue igual de dulce. — Hay una risa desconocida. — Bueno, todos tienen gafas menos nosotros, pobres almas desafortunadas, y de repente empiezan a colapsar. Empiezas a ver gente como zombis de película mala, tiradas en todas partes y claro, yo no quiero acabar así. Me gusta tener mi cabeza y razón, gracias.
— Mat, me estás contando como si yo no hubiese vivido exactamente lo mismo. — La voz de Damon vibra contra lo que sea que esté arrimada ¿Él?
— Ya sí, te estoy poniendo en contexto. — Otra vez risas. — Quedaban escépticos, y aún más con los colapsos que dijeron eran sólo unos pares defectuosos. Pero a la gente no le gusta esa incertidumbre. Entonces llegan buscando gente que ponga esas gafas a cambio de quedar libres.
— Y aceptaste. — Damon chasquea la lengua. — Pensé que eras mejor que eso.
Abro los ojos para encontrar una bufanda conocida. Huele a canela, a vainilla y al jabón del hospital. Me lleva en brazos. Adelante, atrás. Es un vaivén que me marea. Intento moverme.
— Tiempos desesperados... — dice el tal Mat con una sonrisa audible.
— Medidas desesperadas. — Damon, suspira y mira abajo. Desde aquí sus ojos se ven claros, los colores resaltan contra el cielo nublado. — Buenos días, Cam.
Y ahí está su sonrisa sarcástica.
La cabeza me late como un corazón más. Me paso la mano bajo los lentes para restregarme los ojos.
— No me bajes. Me voy a desmayar otra vez — murmuro.
Al menos eso creo que pasó. No puedo ver mucho más lejos que él.
— No lo dudo. — Damon se detiene y nos sentamos en la acera. — Mat, dame agua.
No me suelta. Su brazo se queda detrás de mi espalda y yo sentada en sus piernas. Me pone una botella en las manos de la que bebo con gusto. El rojo de mi rostro tiene algo que ver con el desmayo y más que ver con donde estoy.
Apoyo sin pensar la cabeza sobre su hombro. Me quita la botella y me acerca una galleta.
— No. — Empujo su mano.
— Se te bajó el azúcar. Perdiste sangre y casi te mata del susto un muñeco. Vas a comer te guste o no. — Su tono es más autoritario que de costumbre.
No me gusta. Despierta memorias en las que no quiero pensar. En realidad estoy harta de pensar.
Me mira con expresión severa, con su cabello oscuro todo desordenado y los rastros de una barba que no parece gustarle porque ni en un apocalipsis la ha dejado crecer.
Tomo la galleta y mastico como si comiera arena. Me apoyo en su pecho para mirar alrededor. Esta calle está despejada de autos y muñecos. Los edificios ahora son casas residenciales de tejados naranja y paredes blancas. Un buen barrio. Los árboles rodean las calles, como muros, como soldados. Alguna vez viví en un lugar así. Hace mucho tiempo. Qué fantasía tan distante.
— Eres un desastre — se burla Damon.
Su risa es callada, como el susurro de las hojas sobre nuestras cabezas al moverse en un mar verde y naranja, un mar que toca una melodía.
— ¿Es en serio? Acaba de despertar y le dices eso. No ¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? — Mat habla a mi izquierda.
Me giro como puedo para mirarlo. Es entonces que veo el cabello azul vibrante y la conversación escuchada a medias cobra sentido.
Un cazador.
— Relájate. — Damon me detiene antes de que me levante. — Mat no va a ponerte las gafas. Somos viejos amigos ¿O no Mat?
— Seguro. — Mat tiene una sonrisa que resalta el café cálido de sus ojos. Los hace brillar casi tanto como su cabello, despeinado, corto y puntiagudo como césped, pero azul. Se oculta en la sombra de los rayos del sol casi inexistente bajo las nubes, pero que podría quemar su piel más blanca que la de Damon o la mía. — Matei Bucur, o Mat si prefieres.
— Camila Yepez. — Si Damon confía en él, no dudo tanto. Aunque tampoco confío del todo en Damon.— ¿Por qué nos perseguías?
Mar ríe y apunta con la cabeza a Damon que rueda los ojos.
— El imbécil me reconoció y no pensó en decir nada. Nos vio en el parque antes de que entráramos al hotel.
Cuando ya no siento mi cabeza como un mar de gelatina le indico a Damon que puede soltarme. Con cuidado me siento a su lado y estiro las piernas.
Mat está a unos cuantos centímetros a mi lado. Es más alto, incluso que Damon, y parece un lápiz de lo flaco. Lleva una camiseta naranja brillante y jeans. A pesar del viento, no veo ninguna chaqueta, a menos que esté en la tercera mochila que ha aparecido junto a las muestras.
— ¿Hace cuanto se conocen? — pregunto con una mano en la frente, todavía estoy algo inestable.
Damon me dirige una mirada de advertencia y se centra en su reloj. No le gustan las preguntas, eso ya lo sabía. Pero yo quiero saber cosas y no pienso callarme, por tentador que sea.
— Desde hace años. — Mat responde con una soltura que se replica en sus gestos. — ¿Cuantos años tienes Day? ¿Como veintitantos?
— Uno menos que tú. — Y en vez de decirle idiota como claramente iba a hacerlo, toma aire y lo deja ir como si con ello recargara su escasa paciencia. — Veinticuatro.
— Entonces como quince años. — Mat busca en su mochila, empuja los Metagoogles y deja que caigan al piso. Ala parte de mí que recuerda las noches de desvelo y amaneceres trabajando, leduele. La otra quiere pedirle que las lance por la alcantarilla. — Toma, para el dolor de cabeza.
La pastilla que me entrega es blanca y no me da confianza en absoluto. Miro a Damon con una ceja alzada.
— Si vas a desconfiar de alguien, Mat no es la persona. Tómatela — dice sin siquiera mirarme.
Tamborilea con las manos en las piernas, un gesto que he visto varias veces en él. Siempre un ritmo, no siempre el mismo, como una melodía sin terminar. Se levanta de la acera y pasa una mano entre su cabello mirando a la calle que desaparece tras una curva.
— ¿Vamos? — pregunta.
— ¿Tan rápido, cariño? — Mat le dirige media sonrisa desde la acera. — Me encantan tus pecas por cierto. — me habla a mí esta vez.
Como si alguien hubiese presionado un botón, toda mi cara se calienta. Damon nos mira con desbordante aburrimiento.
— Vas a hacer que se convierta en fresa — dice para si mismo, aunque lo escucho perfectamente. Me sonríe con burla y se acerca para mirarme a los ojos. — Bajita, rosada, dulce, con puntitos. Fresa.
No se si es un insulto o un cumplido o ambos. Opto por murmurar un agradecimiento, a medias una pregunta y a medias una afirmación. Me giro para evadir sus ojos y en cambio busco los ojos de Mat y cualquier cosa que decir.
— ¿Te quedas?
— Son ustedes los que se quedan ¿Te puedo decir Cami?
Sonrío sin entender. No me molesta Cami, me molesta que tomen decisiones por mí.
— Damon — llamo y camino hasta él.
Todavía me siento flotar.
Cuando voy a tomar su mano se echa para atrás y cruza los brazos. Bajo el sol que se escapa entre las nubes, uno de sus ojos se ve totalmente negro, el otro brilla más claro que nunca, pero ambos permanecen igual de fríos.
Parada frente a él me siento pequeña. No debería decir nada. Es más fácil. Estoy cansada de ser pequeña.
— Mat, danos un minuto — pide Damon y su amigo con cabello de caricatura, se aleja unos pasos.—. Pensaba preguntártelo.
— Claro ¿Cuándo llegáramos a quien sabe dónde? — No le creo nada. — No pienso ir a ninguna parte con un extraño. Te sigo porque no tengo opción, pero ¿A dónde, exactamente, vamos?
Damon me mira , otra vez, con burla.
— Creo que te diste un golpe muy fuerte. Generalmente no discutes tanto.
— Discuto cuando vale la pena. — Aparto los mechones sueltos de mi cara y me planto frente a él como poste, uno bajito. Discuto cuando no puedo tolerarlo más y no tengo más opción que hacerlo. — ¿A dónde vamos, Damon?
— Con los demás. — Suspira y descruza los brazos para meter las mano en los bolsillos. —La mayoría son unos hijos de puta, pero tienen recursos; no son muñecos... Es lo que hay.
Asiento sin poder creerlo. Asumo que los demás son otros cazadores como Mat y, por como habla, que los conoce. Bien, explica lo de Gina, pero si para él son así de malos no me imagino por qué.
— ¿Quieres que vayamos donde un montón de gente de la que hablas así? — pregunto y esta vez yo soy la que se cruza de brazos.
— Y que creen que los traicione, sí.— Se encoge de hombros. — Mira Cam, no veo que tengamos para elegir. A menos que quieras seguir caminando a la deriva.
Tiene razón. Pero son cazadores y son extraños; son gente a la que se traiciona y gente que acepta cazar humanos. De haber tenido la misma oportunidad, ¿Qué habría hecho? Tal vez soy demasiado rápida para juzgar.
— Bien, sí, supongo. — Alzo las manos en un gesto de rendición. — Estaríamos perdidos igual si seguimos así.
— Ah sí, una cosa más. Si saben que tú creaste las gafas, vamos directo a Dios sabe dónde, pero seguro a él acabamos por conocerlo. — Se inclina para mirarme a los ojos directamente. — Sé que te cuesta, pero intenta mantener la boca cerrada.
Es lo que he intentado. Hay cosas que necesito saber y hay preguntas que no puedo evitar hacer. Empiezo a hablar y no me callo, es un problema, siempre lo ha sido. Retrocedo un paso de su cercanía.
— No es algo que me guste contar, no te preocupes. — Me acomodo los lentes, me escondo en ese gesto.
— Bien. — Damon se echa para atrás y le silba a Mat para que regrese.
En unos segundos veo a Mat regresar por la esquina. Las gafas dan vueltas en sus manos a tal velocidad que son sólo un borrón blanco. Lo peor que se me pudo ocurrir es que se recarguen casi solas con el sol, y claro, los que ya están conectados tienen cables. Todo estaba demasiado pensado. Menos que todo saliera mal.
— Quita esa cara. No mires las gafas— susurra Damon.
Con un gesto le indica a Mat que empiece a caminar. Damon me entrega mi mochila y, aún sin saber el camino, se mantiene delante. Yo termino junto a Mat.
— Sé porque él no se puso las gafas ¿Y tú Cami? — pregunta, menos de una cuadra mas allá, apunta a su amigo y luego a mi
Me alegra tener un compañero que le guste más conversar. Aunque no estoy segura si a la torre -Mat ya superó la altura de torre - le molesta o no. A veces, cuando estoy menos harta del silencio, pienso que sólo no se atreve a hablar. Otras veces, como hoy, me parece desesperante y arrogante.
— Me daban miedo — me encojo de hombros. —. Además, no me gustan los videojuegos, me marean. Algo que compartía con mi hermana creo.
Eso decía mi hermana cuando me veía jugar, es la mentira que se me ocurre ahora. Pensar en ella es el equivalente de lanzarme de un edificio. Pensaba decir más, pero las palabras me fallan.
— Entiendo, yo también tengo una hermana, aunque no la veo hace mucho. — Mat sigue con una sonrisa que revela lo que ha leído entre líneas. Tina, Valentina, mi hermana mayor, la mayor de todos, ya no existe, como Gina y tantos otros. — Por cierto, a ustedes dos les hace falta un corte de cabello; ¿Me dejan?
— Depende ¿Sabes hacerlo? — pregunto.
Podemos estar en un apocalipsis, pero no pienso dejar que me arruine la cabeza.
Damon mira hacia atrás al cabello azul de Mat y luego a mi.
— En eso trabajaba, Cam. Por mi puedes hacer lo que quieras, Mat.
— ¿Entonces puedo pintarlo fucsia? — Mat replica con una sonrisa más grande que la de un niño al que acabas de prometerle helados.
— No — dice Damon cortante .
— Yo puedo dejarte, pero púrpura y no todo. — Me parece divertido, la idea aunque no lo haga finalmente . — Estoy confiándote algo muy importante — digo a modo de broma.
Mat infla el pecho y termina por estallar en risas a las que me sumo.
— Tranquila, no te voy a dejar calva. — Mat me guiña un ojo. — O tal vez sí.
— Inténtalo cuando quieras. — Levanto las cejas retándolo.
— Parecen niños— murmura Damon. —. Deja de jugar Mat y dime por dónde ir.
Mar suspira y mira a Damon como quién mira una fotografía.
— Por aquí. Hay un piano en el segundo piso, por cierto. — Lo dice con los ojos fijos en su serio amigo — Podrías tocar algo
— ¿Con Éter ahí? Ni aunque me lo pida ella — Poco a poco regresa esa sonrisa de medio lado que advierte problemas, una que no acompañan sus ojos que se sumergen en hielo — Y de todos modos, yo ya no toco.
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