04 Tormenta
Camila
Saade, su apellido es el de la señora de esta habitación y eso al menos explica por qué sabía o se le ocurrió venir aquí. También su mal humor, aunque eso es más usual.
No quiere que lo vea con lástima y yo entiendo eso. Pero me imagino como duele.
Sí, a veces no es amable, aunque no creo que actúe sin justificación. Vamos a ver, ¿Qué le dijo el enfermero para que reacciones así? No quiero justificarlo. No apruebo la violencia. Ni siquiera sé por qué me importa tanto.
Dios, se supone que tenemos que salir de aquí y yo estoy divagando sobre Damon.
— ¿Cam? Mira, tú eres la científica aquí. — Damon cierra la puerta de la habitación. — Y no cabemos por la maldita ventana.
— Ingeniera, no científica — corrijo sin pensar ¿Es en serio? ¿Ahora?
Me mira con desprecio y rueda los ojos.
— ¿A quién carajo le importa eso ahora?
Estoy de acuerdo, pero tampoco tengo ideas. No cabemos por la ventana. Los pasillos están llenos de personas. Juraría que escucho el eco de los dispositivos al activarse.
¿Y si de verdad pueden sanarse? Al fin habría hecho algo bueno.
Aun así, quedarnos no es opción. Lo sé y mejor que nadie. Vi lo que pasaba en el cerebro de los sujetos de prueba, vi como cada una de las conexiones se apagaba. No tenía que pasarles a todos. Pasaron las pruebas, yo misma corregí las fallas.
Un escalofrío me recorre el cuerpo. Cierro los ojos y me armo de valor para abrir la puerta.
— ¿Vas a salir así nada más? ¿Que eres estúpida? — Tira de mí hacia atrás.
— ¿De acuerdo con tus estándares? Creo que sí — murmuro para mí.
No quiero que me importe lo que dice. Siempre he creído que la gente es cruel porque el mundo fue cruel con ellos antes. Luego están las personas que causaron esto. Entonces mi argumento pierde sentido. No creo que Damon sea así.
— ¿Hola? — Damon sacude su mano frente a mis ojos. A cada segundo se desespera más. — ¿Se puede saber que te pasa? No es tú madre la que van a freír.
Tengo demasiados pensamientos, imágenes, ideas y memorias. Es un agujero negro. Un espiral. Lo traga todo y le da vueltas. Y es mi culpa. Su madre. Toda esta gente, más gente ¿Qué hice? Lo miro con los ojos abiertos y sacudo la cabeza. ¿Qué hice?
— Cálmate ¿Sí? — dice. Eso no serviría ni aunque estuviese tranquila. — No hay mucho que borrar ya. — Damon habla con más suavidad. Se acomoda la bufanda y mira hacia la cama. Por un segundo veo a través del cristal como cuando vio a Gina; veo el mar detrás , la tormenta de arena. — Mira, arreglamos menos aquí adentro. Solo salgamos de una puta vez.
Juraría que sabe leer mentes. Su mirada escanea la mía con más precisión que los láseres del laboratorio. Aparto la vista.
Pero tiene razón. Arreglarlo. Salir. Arreglarlo. Necesito llegar a la puerta y salir tal como entramos. Mientras nadie ve.
— ¿Podrías seguir fingiendo ser un paciente un ratito más? — pregunto. Es que parecía tan incómodo, pero es tan buen actor y es el único plan que se me ocurre. — Por favor mira, es un minuto.
— Sí, sí. Solo dime que hacer.
Pasa una mano por su cara más que harto de la vida, o de mi. Tal vez ambos. Por eso no hablo todo lo que quiero. Eso y que, sinceramente, no tengo mucho que decir sin hacerme pedazos.
En un par de segundos estamos fuera de la habitación. Doctores retienen a los enfermos que desesperadamente intentan soltarse. Tenemos que salir de aquí.
Algunos gritan cosas, piden que los suelten, que están cuerdos, que pueden decidir. Pero te declaran loco y nada de lo que digas se toma en serio ya.
Tomo a Damon del brazo y lo arrastro conmigo. ¿Qué hice? ¿Y si me reconocen?
— Castel ¿A dónde vas? — El pelirrojo del comedor me detiene. — ¿Tantos problemas te da que te vas a deshacer de él? Para esa carita tan tierna tienes una mente cruel — dice con media sonrisa para una broma que a medias me causa gracia.
— ¿Con esas confianzas me tratas? — Le sonrío. No estoy para bromas, pero admito que es lindo que alguien quiera ser amable. Damon intenta soltarse y seguir caminando. Le dirijo una mirada que espero sea tan firme como las de los profesores de la secundaria. — Creo que le asustan las gafas. Ya sabes como son, se asustan de todo. Lo llevo...
Damon tira de mí con la fuerza para llevarme al piso. Mis lentes vuelvan en el momento en que él tira de la alarma de fuego.
El sonido es desesperante. Tengo que arreglarlo. Altera a más de uno que todavía esperan entrar en sus habitaciones. Tengo que salir de aquí. Las paredes blancas sin ventanas se llenan con el eco de llantos y golpes ¿Qué hice?
El aire se detiene en mi garganta. No es justo para ellos.
El agua cae desde el techo. Damon tira de mí por el pasillo. Mis lentes. Todo está borroso a más de un metro.
Esto no era parte del plan. Lo del pelirrojo y tirarme al piso. Tampoco estrellarme contra la esquina de la pared.
— Mira por donde caminas. — Damon me empuja los lentes doblados contra el pecho.
Hago lo que puedo para ponermelos cuando él todavía me toma de la muñeca.
— Para un segundo ¿Si? No va a matarte — Exploto.
Empujo mi cabello fuera de mis ojos y me coloco los lentes.
— O tal vez sí — dice sin inmutarse y con la mejor cara fingida de aburrimiento. Su mandíbula tensa lo delata.
Mira hacia atrás. Los funcionarios discuten con los doctores mientras otros intentan recuperar el control de los pasillos.
— Están locos ¿Qué espera? ¿Que estén todos felices de ver extraños? — Escucho decir al que antes nos recibió al entrar.
Me apresuro a buscar detrás del escritorio que han dejado abandonado. Las luces de los pasillos se apagan y se prenden sin sentido. Los pasos no me dejan concentrarme. O es mi respiración agitada, o es mi mente que no se calla ¿Qué estoy haciendo? Lo que les hago es mi culpa. Lo que le pase a la mamá de Damon.
— Mierda, no es tan difícil — se queja Damon que se cubre los ojos con las manos. — ¿Podemos irnos antes de que me dé una maldita migraña?
— Hago lo que puedo. — Estoy harta. Estoy harta de que todo esté mal, pero no puedo negarme, ni herirlo aún con razones suficientes y la capacidad de hacerlo. — Solo cállate, por favor, si no vas a ayudarme.
Odio llorar tan fácil. Mis ojos se nublan aún con los lentes puestos. Parpadeo a tiempo de ver su mano presionar un botón con inseguridad.
Un chasquido apenas se percibe entre el bullicio. Me aparto del escritorio y camino a la puerta. No queremos llamar la atención.
Damon se inclina sobre la puerta y con su peso la empuja hacia atrás. Sale en silencio y yo lo sigo. Mi bata , bueno no mía, pero la bata de médico que tenía queda atrás junto a la puerta.
Corro por el pasillo. Recupero mi mochila turquesa del armario del conserje y sin pasarme las tiras por los hombros, corro hasta que no puedo respirar, hasta que me hierven los pulmones y me ahogo con el aire, hasta que el mundo da vueltas y mis piernas no pueden sostenerme.
Todas esas personas.
Mi cabeza está llena de los inútiles y tan codiciados ¿Y si...? Pero no hay viajes en el tiempo, solo gafas y errores a donde quiera que vaya.
Me persiguen.
El césped se clava a través de la tela de mi pantalón. La mochila golpea la acera junto a mi, una franja que separa lo verde del asfalto. Todo en mi arde. Pero estoy viva.
No se si alegrarme por eso. Estar viva duele.
— Levántate.
Damon llega caminando con tranquilidad, sin prisas. Me tiende una botella de agua y su otra mano para ayudarme.
El cielo se ha cubierto con nubes aunque ni siquiera pasa el mediodía. A la ciudad la atraviesa el viento que sacude las ramas. Es como una melodía, hermosa y tétrica, la de cada uno de los árboles plantados junto a la calle.
— N-No puedo. — Acepto la botella y bebo un sorbo que me cuesta pasar. Hablo ente bocanadas de aire y lo que creo que son lágrimas.
— Bien. Sostente. — Se agacha frente a mi.
Al principio no entiendo que quiere que haga, pero un gesto para que me apresure me hace reaccionar. Todavía no estamos a salvo.
Paso las manos por su cuello y uso las piernas alrededor de su cintura. Su bufanda no es de lana como creí. No pica. La torre se levanta y empieza a caminar y yo como una ardilla me aferro a él. Apoyo la cabeza en sus rizos y cierro los ojos. Todavía estoy mareada por la falta de oxígeno.
• • •
— ¿Estas bien? — pregunta muchas calles más allá del hospital.
El tono de su voz me confunde.
— Que pregunta tan complicada — murmuro. — . Ya puedes bajarme.
Me deja en el suelo junto a un parque. Los autos aquí siguen apilados; las personas con sus cabezas en los volantes; la luz blanca de los Metagoggles reflejadas en charcos de saliva. Parece que los del gobierno aún no llegan hasta aquí.
— En lo de la pregunta estamos de acuerdo. — Damon mira alrededor. Sus ojos se pierden en el espacio entre los edificios que llevan a la bahía lejos de los bosques — Por primera vez.
Recojo mi cabello hacia atrás con un elástico. Me ayuda sentir el viento, respirar. Damon se sienta en una banca manchada con spray de colores. Cierra los ojos y los abre otra vez para mirar su reloj.
— Mierda. — Sacude la muñeca una y otra vez.
Esta vez insulta al reloj en lo que creo que es portugués. Golpea el aparato contra su mano con tal fuerza que me saca una mueca.
— Oye, esas cosas son sensibles. — Detengo su mano. Mi piel, siempre helada, choca con la calidez de sus manos. — ¿No sirve? Déjame ver.
A regañadientes se saca el reloj y lo lanza en mi dirección. Tanto lío por algo con lo que tiene tan poco cuidado. Los números en naranja y los más pequeños en blanco cambian demasiado rápido y sin un patrón, sin un tiempo. Un sensor LED detrás parpadea rápidamente buscando algún tipo de señal. No estoy segura de cuál.
— ¿La batería? — sugiero quitándole la tapa para investigar que sucede por dentro.
De mi mochila tomo una cajita púrpura con cachivaches que saqué del laboratorio.
— ¿Tan idiota me crees? Solo era actuación, por si acaso — dice sarcástico.
Sacudo al cabeza. No vale la pena responderle. Muerdo mi labio y subo los lentes para que me dejen ver. No, no es la batería. Levanto la batería y al coloco entre los cables y aparatos de la caja.
— No parece nada muy grave. Mira, si puedo calentar estaño podría arreglar este cable de aquí. — Intento enseñarle, pero Damon está mirando en cualquier otra dirección.
— Tu repáralo y calla dos segundos.
Ah vale. De nada. Lo miro incrédula y abro la boca. Intento decidir si vale la pena discutir.
— No puedo si no tengo un lugar donde conectar el cautin.
— ¿Por qué carajo llevas un cautin? — Se levanta y me toma del brazo para que lo imite.
— ¿No querías que lo repare? Tienes que dejarme verlo — insisto.
Los circuitos tienen sentido para mi. No son confusos como los pensamientos o el dolor o el remordimiento. Son simples, simples como nunca lo son los humanos; predecibles, reparables, reemplazables.
— Cam. Mira arriba, cariño, y dime que ves — dice con un descaro que también tiene su sonrisa.
—Primero no me digas así, puedes decirme Cam si te gusta, pero cariño no — digo con la ira bajo control, por ahora.
Aparto la mirada de su cara para seguir el gesto que me hace con la cabeza para que mire entre los autos.
A veces uno tiene que admitir que se equivoca. Últimamente me toca hacerlo mucho. Me sirve bien para pagar por mi orgullo. Ya no me queda mucho de eso. El punto es que Damon tenía razón. Una silueta se mueve entre los autos. Golpea unas gafas contra los capos de los autos. Su cabello, corto, azul brillante, refleja la poca luz que se filtra en entre las nubes. Camina hacia nosotros. Está demasiado lejos como para distinguir su rostro, pero lo suficiente para saber que no lleva gafas.
Nos alejamos por la acera. Me oculto tras un auto junto a Damon, que debe encogerse para que no se vea su cabeza por la ventana.
Apunta hacia uno de los calles que se aleja de los edificios idénticos de vidrios reflectivos a conjuntos familiares , a jardines y más parques. De familias poco queda. De la mía, nada.
Ojalá no hubiesen creído en mí.
Nos escabullimos entre los autos a gatas. El cazador silba una canción, ríe al aire como si esto fuera un juego de escondidas y todos fuéramos niños. Un juego nada más. Si, los Metagoggles empezaron así.
Tengo que dejar de pensar.
Basta.
Es cruzar la calle y ya. La calle y ya.
Damon es mucho más rápido. Se mueve entre los autos como si fuese un fantasma más de la ciudad. Pero no sigue por la calle. Se adentra por la puerta de vidrio, ya sin vidrio, a un edificio abandonado. Bien, solo es llegar allí. Pero como no soy ni la mitad de sigilosa, opto por correr todo lo rápido que puedo. Salto sobre los pedazos de vidrio. Mi brazo topa con una de las puntas que sale del lateral. La punta se me clava en la piel y presiona por un segundo que se me hace eterno.
Lo siguiente pasa demasiado rápido. Damon me toma de la camisa. Me empuja contra la pared. Me presiona contra ella y se lleva un dedo a los labios.
Al menos aprendió a no taparme la boca.
— Hiciste todo el ruido que podías ¿Ah? — susurra.
— Perdona, no fui al colegio de espías.
Esta tan cerca que no tengo que hablar más alto que un susurro. Su ropa huele a jabón. Mejor que el sudor. Su corazón va demasiado rápido en su pecho; sus ojos se quedan en los míos. Una tormenta de arena y un océano tranquilo ¿Se enojará si lo menciono? Obvio.
El silbido se acerca a la entrada del edificio, llega con la brisa, con el sonido de la lluvia. En mi brazo la chaqueta se siente húmeda.
Estamos jodidos.
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