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02 Supervivencia

Camila

Nos siguen. Veo las sombras entre los anuncios en tonos neón, entre las sombras de los callejones que pasamos junto con Damon. Sé que se ha dado cuenta. No para de tirar de mi para que vaya más rápido. No dice nada. Quizá me cree demasiado inocente para entenderlo, pero tuve la inteligencia para causar todo esto ¿No? Y casi no tuve ayuda.

No es la primera vez que me topo con ellos. Los vi en la ciudad anterior. Los vi cuando salían de una habitación, dejaron atrás un cuerpo cuya risa resonaba entre paredes mugres. Después colapsó en verdad y yo salí del rellano de las escaleras para seguir mi camino. Nunca me atrevo a quitarles las gafas. No más.

Cuando lo vi por primera vez, pensé que Damon era un agente del gobierno, su primer comentario cambió mi opinión. Sabía que existían y aun así, no quise creer lo que veía hasta que Damon me obligó a enfrentarlo.

— Deberíamos seguir — discuto cuando nos detenemos.

Me siento en la parada de autobús, maloliente y grafitada como todas sin importar donde estén. De su mochila saca algo de comer. Estoy harta de las barras de granola. Estoy harta de dormir poco y caminar mucho. La noche es muy fría, pero no podemos quedarnos quietos, no aquí. No hay a donde ir.

— No me mires así. Yo tampoco quiero esto, pero si quieres poder caminar, come — dice y me pone la barra de envoltorio verde veneno en las manos.

— ¿Eras doctor? — pregunto sin mirarlo.

Desde hace cuatro días camino con él, pero no sé mucho. Habla de a donde ir, se burla de lo que digo y de mis expresiones cuando nos topamos a un muñeco. Amable no es, pero no me gusta pensar que las personas son tan amargas como aparentan.

— ¿Te parece que podría ser doctor?— Se ríe de mí pregunta. — Eres más observadora que eso.

—¿Por qué no? — insisto — Sabes de medicina.

Sus comentarios suelen ser bastante correctos a lo que está pasando en mi cabeza y a veces es difícil no ofenderse. No quiero que me importe. No quiero que pueda meterse en mi cabeza. La mía ya me martiriza lo suficiente. Tampoco he discutido de vuelta; ¿Para qué avivar el fuego?

— Aprendes algo por lo que escuchas. — Damon le da una mordida a la barra y sacude la cabeza.

— Esa no era la pregunta, ¿Por qué no? — Busco sus ojos. Me fascinan, uno azul, uno café.

— Porque... — Se traba como si buscara una mentira que decirme.

Pero no es así. Su vista se fija en un callejón donde la luz neón y un foco blanco hospital ilumina una silueta. Damon toma su mochila y con la otra mano toma mi muñeca. Empieza a correr y la barra de granola cae a la calle.

— ¿Cazadores? — pregunto, aunque es obvio.

Miro atrás para comprobar si nos sigue. Damon se detiene para recuperar el aire en el peor momento posible. La sombra se queda detrás. Sin moverse. Sin intentar acercarse.

— ¿Qué haces? — pregunto tirando de su mano.

No tengo la fuerza para mover la torre que es.

— No podemos correr para siempre. Es una ridiculez — dice entre dientes. Sus mejillas se han teñido de rojo.

Alzo la mirada a los edificios y a las escaleras de emergencia. Una vez más tiro de él y apunto con la cabeza al edificio. Me mira con fastidio, pero me sigue. Con sus manos me empuja hacia arriba para que yo pueda tomar la escalera. Grito cuando la escalera de metal me arrastra con ella hasta el suelo y me deja a la altura de Damon.

— ¿Quieres ser más escandalosa? Te puedo pintar el cabello de naranja neón si quieres— se burla y empieza a subir detrás de mí para entrar por una ventana que nunca bajaron.

Con todo lo que gruñe bien podría ser un perro, pero los perros son amistosos o al menos no tan complicados.

La última vez que entré en una casa fue espantoso. Esta es peor. Huele a desechos, a podredumbre y a muerte. La náusea me lleva a cubrirme la boca con la mano. Ni siquiera el viento puede disipar la pesadez de la habitación. Detrás de mí, Damon enciende una linterna que ilumina sus ojos bajo una mata de rizos oscuros. Preferiría que no la hubiese encendido. En el suelo, dos cuerpos se extienden en medio de la suciedad.

Esto es lo que hice. Hice un excelente trabajo en arruinar la humanidad, porque no puedo hacer nada menos que eso. Es mi culpa, es mi daga al rojo vivo que se clava una y otra vez hasta dejar en pedazos lo que me queda de alma. ¿Cuántas vidas corren a mi cuenta?

— Vamos, sigue moviéndote — Damon susurra. Sus manos me presionan para que avance hacia un armario.

Hay pasos en la escalera. Damon entra en el armario y tira de mi chaqueta para meterme. No hay espacio. Los latidos de su corazón los siento contra mi espalda, acelerados. No veo nada. Su mano cubre mi boca cuando un golpe se escucha en el exterior. No me molestaría tanto si no apestaran a sudor seco. En un movimiento brusco nuevo mi brazo hacia atrás y doy con el suyo. Me suelta y su mano choca con la madera detrás.

Los pasos se giran hacia nosotros. La luz azulada se filtra por el agujero que abre una mano. Sin pensar, sin tiempo para sentir el miedo que late en mi pecho, me lanzo contra la figura.

El gruñido es de una mujer. Su cabello rubio refleja la luz. Se retuerce bajo mi peso y con facilidad me lanza a un lado. Mi espalda da contra uno de los cuerpos. Helado. Asqueroso. Me levanto como puedo.

Damon tiene a la cazadora contra la pared. Por supuesto, él, que tampoco es tan alto si la vez a ella, es más grande y fuerte. Ella lleva un par de gafas en su mano. El rostro de Damon se transforma en uno de absoluta confusión. Por un segundo, el fragmento de tiempo que le toma reaccionar, veo detrás de la máscara de vidrio al dolor que se esconde tras sus ojos bicolor.

— ¿Gina? — La sorpresa le lleva a dar un paso atrás.

Gina lo mira con frialdad.

— No la que conocías— dice apoyada en la pared.

— No. Lo dudo mucho — Damon tiene la mirada fija en las gafas.

Sube la mirada a Gina, a sus ojos que de lejos se ven negros y su tez mucho más pálida que la de él. Gina se acerca a él. Me alejo hacia el corredor, movimientos lentos. Si consigo un libro, un plato, algo que lanzarle.

Gina gira cuando yo tengo la vista fija en mis pasos. Ese es el instante que necesita Damon para tomar las gafas de sus manos. Las arranca con un tirón y las levanta en alto. Gina golpea mi pecho y me lanza al suelo otra vez. Mis lentes se estrellan contra mí nariz y el golpe seco en mi espalda me hace soltar todo el aire. Me estoy ahogando en aire.

— ¡Destrúyelas! — Empujo a Gina como puedo para quitarme a la desenfrenada chica de encima.

La punta de sus botas militares, parecidas a las de Damon, se clava en mis piernas. El dolor hace que la deje caer otra vez sobre mí. Pero Damon tiene otros planes para las gafas.

— ¿Para que busque otras y nos ponga esas? — pregunta con una expresión que me aterra cuando Gina no lo hizo.

Damon la toma por la solapa de su camisa y la levanta. La mira a los ojos. Son dos llamas encontradas que se propagan. Una historia que no sé. Rencor, cariño, miedo. Eso narran los de ella. ¿Los de él? trazan la peor sonrisa que he visto en mi vida.

— Yo no he cambiado tanto. — Presiona el cuerpo de Gina contra el suyo, uno de sus brazos la rodea para que no se mueva y con su mano libre le coloca las gafas. — Hago lo que tenga que hacer para sobrevivir.

Empuja el cuerpo hacia el suelo con los demás. Se acerca para ayudarme, con pasos lentos, relajados. Demasiado. Me levanto antes de que pueda llegar a mí y doy un paso atrás. Los golpes no importan tanto ahora.

— ¿En serio? —— pregunta. Gina río como todos, como un muñeco de plástico a punto de quedarse sin baterías. — Cam, era ella o nosotros. — Damon vuelve a mirarme.— Mira, esto no habría pasado si no me dabas ese golpe. No nos habría visto.

Solo puedo mirarlo indignada.

— No habría pasado si no me tocabas. Tengo paciencia, pero para eso no Damon.

Se demora en responder. Tal vez de hecho lo esté pensando.

Culpa suya. Culpa mía. Yo creé las gafas y él se las puso. Sabía lo que harían. ¿Ahora te pones moralista? Sus palabras hacen eco en mi mente. Era una persona hace un segundo.

— No tengo tiempo para esto — murmura para sí.

Cuando se enfada el acento que tienen todos en esta ciudad se marca con fuerza. Al principio pensé que no era de aquí. Ni su aspecto ni su actitud encajan con lo que he visto desde que llegué, pero su inglés es perfecto.

Hace ademán de acercarse de nuevo, pero retira su mano dispuesto a irse.

No pienso seguirle.

Y no soy capaz de dejar las cosas así tampoco.

— Era una persona. ¡Tú la conocías! — No quería alzar la voz.

— ¿Y qué mierda querías que haga? ¿Dejar que te ponga esas malditas gafas? — se gira para verme a los ojos.

Pasa sus manos por los rizos de su cabello que sólo rebotan a su antigua posición.

— ¿Dejarla inconsciente? Hay como diez mil opciones más, Damon. Al menos la mitad no implican asesinar a una persona.

— ¿Asesinarla? No asesine a nadie Su corazón late, su cerebro funciona. — A pesar de la ira y su ceño fruncido, es como si se justificará a sí mismo.

— ¿En verdad piensas que eso estuvo bien? — No tiene caso. No le interesa, no le importa y yo no pienso discutir mi moral con un extraño. — Aquí nos separamos.

Sacudo la cabeza y paso de él. No tenía que ponérselas. Damon me detiene por el brazo en la escalera de emergencia y la tensión desaparece de su rostro.

— Nos habría buscado otra vez — dice. — ¿Crees que no me importa?

— Nunca has demostrado que te importa ¿Qué esperas que piense?

— Me conoces hace cuatro días. — Me deja ir. La luz resalta lo distinto de sus ojos y su mirada curiosa sobre mí. — Deja de llorar, créeme que no lo merece.

Seco mis lágrimas con las mangas de mi chaqueta. Apenas me di cuenta de ellas.

— No lloro por Gina. Lloro por todo. Acostúmbrate.

Él sonríe a medias, una sonrisa a medias falsa, a medias divertida, a medias adolorida.

Lloro por lo que hice, por lo que tengo que ver una y otra vez, por las consecuencias de mi idiotez. Gina estaría viva y quien sabe dónde si yo no hubiese creado esas cosas. Damon no tendría ese peso en su conciencia, si es que lo tiene.

Damon baja las escaleras en silencio y, cuando bajo yo, me extiende la mano para saltar a la calle. No tengo la fuerza para decir nada. Mi mente se sume en un espiral, en una rosa de la que solo quedan sus espinas y que crece como la maleza. Recuero de niña jugar con sustancias pegajosas inventadas con las cosas de la cocina. Se pegaba a todo, hasta el cabello. Así se siente esto. Sin importar cuánto te laves y cuánto trates, sigue allí, como las pecas de las que todos se burlaban y de las que yo quería librarme.

Aprendí a quererlas. Pero no puedo querer esto.

— ¿Eso significa que no nos separamos? — Lo tomaría por arrogancia si no sonara tan genuinamente confundido.

Damon suspira y lanza su chaqueta a un basurero. Ya era hora, eso tiene más agujeros que tela. Yo sacudo la cabeza y miro al suelo, a mis pisadas. ¿Por qué? ¿Por qué quedarme con alguien dispuesto a hacer algo así? Porque quizá algo de lo que dijo es cierto.

— ¿Si respondo tu pregunta y prometo decir la verdad vas a dejar de llorar? — pregunta con las manos en los bolsillos.

— ¿Qué?

Lanzo mi chaqueta junto a la suya y camino con él a Dios sabe dónde.

— ¿Por qué no soy doctor? Si no te interesa lo dejamos así y solo te callas.

Generalmente ninguno habla, aunque me gustaría. El silencio deja que mi mente divague a cosas en las que no tolero pensar. El dolor pesa tanto que me parte en dos, pero es imposible quebrarse y seguir caminando, aferrarse a una vida que se siente como un castigo. Pero prefiero que no me mande a callar. La torre que es Damon suele tener murallas altas. Que quiera responder mi pregunta me sorprende.

Tengo demasiadas preguntas. Esa precisamente, no es mi prioridad ¿Con quién rayos estoy metida?

— Primero, ya no estoy llorando. — Pienso en su sonrisa frente a mi pregunta en la parada de autobús. — Segundo, sí, quiero la respuesta, pero a otra pregunta: ¿Quién era... ¿Quién es Gina?

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