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8

¡Pum!

Mis ojos se abren enseguida al percibir un fuerte chasquido. Aún desorientada por despertar tan precipitadamente miro los sofás. En uno se encuentra Alya aún dormida, pero Brya no. Me levanto rápidamente, el miedo bombeando dentro de mí, y caigo en la cuenta de que la lámpara de la sala está encendida. Antes de gritar su nombre lo veo parado detrás de los costosos jarrones de mamá traídos de Atlantax.

—Lo siento, Francis. No era mi intención.

A unos pasos hay un jarrón hecho añicos. Eso ha sido el causante del chasquido que me despertó.

—¿Por qué encendiste las luces? —pregunto crispada.

Las apago enseguida y volvemos a quedar en penumbras. Pero alcanzo a distinguir las relucientes lágrimas descendiendo por sus mejillas. Le he alzado la voz.

—Perdón, Francis. Quería ir al baño y...

Me arrodillo a su lado y lo tomo de los hombros tratando de tranquilizarme. Por un momento creí que le había sucedido algo.

—Ya, está bien —susurro consoladoramente—. Volvamos a dormir.

Pero en cuanto tomo su mano para dirigirlo al sofá, se desata el caos allá afuera. Reconozco al instante los gritos coléricos de las criaturas con aspecto de humano. La luz encendida los ha atraído hacia aquí. Golpean el ventanal frontal con sus puños. En cualquier momento entraran.

—¡Alya, despierta! —Se levanta de sopetón y me mira somnolienta—. ¡Ya vienen!

Tomamos las mochilas y les indico que vayan al garaje. Voy al llavero de la entrada y busco entre tantas llaves la correcta. Golpean la puerta con los puños, lo que hace que salte del susto y mueva los llaveros con dedos temblorosos. «Rápido, rápido.»

—¡Francis, no podemos! ¡Han entrado al garaje!

Calculo nuestras opciones. La puerta de la entrada y los dos ventanales frontales ya han sido invadidos, lo que nos deja como única alternativa la puerta trasera por donde entramos.

Tomo el cuchillo para trozos grandes de carne y aseguro que la navaja pequeña esté en la cinturilla de mis jeans. Entonces los guío a la puerta trasera y salimos al jardín. Aún es de madrugada. La Luna brilla radiante en el horizonte y nos permite ver el nuestro camino. La piscina se vislumbra clara y calmada, y brevemente recuerdo las tardes que pasé ahí con Kesha y sus amigos. Se siente tan lejano el recuerdo, como si hubiera sucedió hace décadas, como si fuera una vida pasada. Pero con la misma rapidez con que llega el recuerdo, se vuelve a esfumar. Escalo la pequeña cerca y ayudo a Alya y Brya. Echamos a correr por la parte trasera de las casas, aunque soy consciente de que hemos dejado atrás a las criaturas y seguramente ahora estén irrumpiendo en casa, buscándonos en vano y destruyendo todo lo que encuentren a su paso.

Sé, mientras corro y el frío me cala en las mejillas, que esta fue la última vez que volveremos a estar en casa. Aunque no lo asimilo como debería, porque tengo la vaga esperanza de que esto, todo esto que nos está ocurriendo, sea un sueño.

Cuando ya hemos dejado todo atrás y nuestra casa se contempla desde la distancia, pienso en reducir la marcha. Pero ni Alya ni Brya parecen cansados; solo parece que quieren salir de aquí lo antes posible. Estoy por decirles que tomemos un respiro, el tiempo suficiente para pensar claramente nuestras opciones, cuando tres hombres se interponen en nuestro camino.

Nos detenemos abruptamente y con la respiración entrecortada. La alarma se dispara por mi cabeza y pongo a mis hermanos a cada lado junto a mí.

—Que sorpresa encontrar personas por aquí —dice uno de los hombres. Es joven, un par de años mayor que yo tal vez. Los tres están mugrientos y el de en medio sostiene una bolsa para basura en su espalda. Me pregunto qué llevara ahí—. ¿Qué están haciendo por aquí?

Sonríe, intentando parecer amable, como si fuéramos vecinos y solo estuviera manteniendo una conversación cotidiana.

—¿Qué están haciendo ustedes aquí? —contraataco.

Discretamente poso una mano en la parte trasera de mis jeans, donde llevo el afilado cuchillo. No confío en ellos.

—Buscando comida —responde con simpleza.

De su dedo medio descansa un anillo muy llamativo y vistoso. Ninguno de los tres tiene aspecto de ser persona adinerada, y no recuerdo haber visto sus rostros antes en Villa Avox. Han venido a saquear las mansiones.

Él se da cuenta del rumbo de mi mirada, porque inclina su mano y mira el anillo con una sonrisa codiciosa.

—Muy bonito, ¿no? —comenta, para volver a posar su mirada en mí—. ¿Viven por aquí?

Nuestra casa se extiende detrás de nosotros, alta e imponente. Es una de las más grandes mansiones en Villa Avox, si no es que la más grande de todas. Me pregunto cómo se tomarían esa información ellos, qué harían si les respondiera que sí vivimos aquí.

—No —miento—. Al igual que ustedes, buscamos comida.

—¿Y ya la encontraron?

La vista de los tres se posa en nuestras pesadas mochilas y la sonrisa del que tiene la palabra se ensancha. Pero ahora deja de ser amable para convertirse en maliciosa.

—Ya veo que sí. —Saca una pistola y la apunta directamente hacia mí—. Hagamos esto más fácil. Ustedes nos dan su comida y nosotros los dejamos ir. ¿Qué les parece?

Aprieto con fuerzas el tirante de la mochila y deshago todo plan para sacar el cuchillo; ello tiene una pistola. Podríamos correr, pero un simple disparo nos haría caer.

Retrocedo por inercia cuando el sujeto da dos pasos con la intención de arrebatarme la mochila del hombro. Se escucha un grito humano y preciso, no como el de las criaturas, y los tres hombres se quedan estáticos en su sitio.

—¡No se muevan! —grita alguien con voz atronadora a sus espaldas.

Los tres se echan a correr instantáneamente olvidándose de robarnos nuestra comida y desaparecen entre los frondosos manzanos de un jardín. Los pierdo de vista y me fijo en el grupo de personas que espantó a los tres sujetos. Uno de ellos sostiene una pistola. Pienso en correr, pero sé que nos alcanzaran en un santiamén.

—¿Francis? —pregunta sorprendido y baja el arma.

Lo reconozco. Es el Sr. Sterling. Vive a diez cuadras de nuestra casa. Sé de él porque hace siete meses su esposa murió de un paro respiratorio al inhalar contaminantes peligrosos. No fue un suicidio; su organismo no era lo suficientemente fuerte para aguantar tales materiales en el aire. O algo así. Solo cuento lo que en su tiempo les escuché a mis padres hablar. Ellos asistieron al funeral porque se daban los buenos días cuando se veían por la calle, pero yo no. Yo no interactuaba ni con él ni con su esposa. Así que me quedé en casa viendo televisión el día del funeral.

—Los conozco, son mis vecinos —les informa el Sr. Sterling a todos, y dirigiéndose ahora a nosotros, agrega—: Acompáñenos. Es peligro estar a la intemperie.

No sé qué hacer, si confiar en este grupo de personas o echar a correr junto a mis hermanos. Los dos me miran vacilantes, esperando a que yo diga sí o no. Por una parte no quiero seguir al grupo del Sr. Sterling, porque no sé si son buenos o malos. Pero también pienso que no tenemos otra escapatoria, otro lugar donde estar; nuestra casa ha sido infestada por criaturas y no conozco otro sitio.

—No tengan miedo. Iremos a mi casa. Ahí estarán bien.

El Sr. Sterling se guarda la pistola y con una mano nos señala el camino hacia su casa, una pequeña vivienda a comparación de todas las mansiones de Villa Avox. ¿Es correcto confiar en él? Intento evocar algún recuerdo donde esté él, y solo lo recuerdo dándoles amigablemente los buenos días a mis padres. Una vez llevó en brazos a Alya a casa cuando ella se cayó de la bicicleta y él estaba cerca. Recuerdo que le dio unas recomendaciones a mamá para que la herida en su rodilla sanara pronto.

Sé que no tengo razones para temer de él, pero con todo lo que nos ha ocurrido estoy tan susceptible que podría desconfiar de cualquier persona.

Un hombre, grande y ceñudo, toma la mochila de Alya para ayudarla con la carga y señala la mía, pero yo me niego rápidamente. Son cinco personas las que vienen con el Sr. Sterling, aunque yo recuerdo que vive solo y no tiene familia.

—Al llegar pueden comer y asearse —dice—, aunque veo que eso ya lo han hecho.

—Estábamos en casa, pero...

—Lo comprendo —me interrumpe para que no tenga que hacer mención de esas criaturas—. Entré a su casa antier por la tarde para verificar si aún se encontraban en ella. Pero no vi ni a tus padres ni a ustedes.

—Regresamos ayer —respondo.

Mantengo un ojo en Alya y Brya para supervisar que sigan aquí. Confío un tanto en el Sr. Sterling, pero no en las personas que lo acompañan.

—¿Ustedes? ¿Viajaron hasta aquí solos? —inquiere, abriendo los ojos como platos.

—Sí. —Y susurrando solo para que él me escuche, añado—: Mamá murió. Y no sé si papá sigue vivo.

La tranquilidad con la que hablo me extraña. Debería estar llorando. Deberían salírseme las lágrimas al recordar que dejé el cuerpo de mamá en nuestro auto, en medio de la calzada. Debería entristecerme o sentir sentimientos acordes a lo que me sucedió. Pero una voz rumorosa me dice que esto es un sueño.

—Es bueno saber que ustedes siguen vivos. Tal vez su padre también lo esté. —Me sonríe levemente—. Por ahora deben descansar y reponerse.

Llegamos a la entrada de su casa, un jardín muy bien cuidado con huertos de fresas y árboles de naranjas y manzanas. Caminamos por el sendero de piedra hacia la puerta. Da tres toques seguidos y rápidos. Me pregunto por qué no utiliza su llave. La puerta se abre desde adentro y una mujer adulta nos da la bienvenida.

—Adelante, adelante —nos insta el Sr. Sterling.

Ingresamos. El interior está en perfectas condiciones, intacto, lo que me demuestra que aquí no han entrado las criaturas. Las ventanas están tapadas con gruesas maderas y clavos, y la puerta tiene un gran cerrojo de metal que solo se puede quitar desde adentro. El Sr. Sterling ha asegurado su casa de manera que las criaturas no puedan entrar aquí.

Nos trasladamos por un pasillo lleno de fotografías, todas del Sr. Sterling y de su esposa desde que eran jóvenes, pero no puedo apreciarlas bien por la oscuridad que nos invade. Entramos a un dormitorio pequeño donde apenas cabemos los cinco sin tocarnos. ¿Qué estamos haciendo aquí?

El hombre ceñudo recorre un ropero lentamente para ocasionar el más mínimo ruido, y una escotilla lo suficientemente grande para que entre una persona queda a la vista cuando ha retirado el ropero completamente. Ahora sé por qué dijo el Sr. Sterling que aquí estaríamos bien: tiene un refugio debajo de su casa.

Uno a uno va bajando. Está tan oscuro que solo alcanzo a ver sus cuerpos introduciéndose en la escotilla, hasta que la oscuridad se los traga por completo.

—Su turno —nos dice el Sr. Sterling.

Alya da un paso adelante, pero yo poso una mano en su hombro y niego. Quiero ser la primera en entrar para comprobar que esto realmente sea un refugio. El hombre ceñudo suelta una risa floja ante mi desconfianza, pero no dice nada. Introduzco una pierna por la escotilla y luego la otra. El Sr. Sterling me dice que hay una escalera de mi lado izquierdo, la toco con un pie y me fijo a ella para empezar a bajar. Me agarro fuertemente de cada barra y desciendo, tal vez dos o tres metros.

Me doy la vuelta, y veo una enorme habitación, lo suficientemente grande para albergar a diez o quince personas cómodamente. Me quedo anonadada, preguntándome cuándo hizo este lugar el Sr. Sterling y por qué nunca supe que tenía un refugio subterráneo. Estoy segura que mis padres tampoco estaban enterados.

—Mi esposa y yo construimos este sitio hace diez años, cuando el problema del calentamiento global empezaba a afectar —dice el Sr. Sterling a mi costado—. Esperábamos que sucediera algo, como una guerra o las materias tóxicas en el aire fueran más peligrosas y llegara un punto en que tuvieran que recluirnos. Así que decidimos construir nuestro propio refugio. Estaríamos a salvo.

Lo último lo dice con tanta tristeza que me hace sentir una punzada de lástima por él.

—Buena idea —atino decir.

El hombre ceñudo baja a Brya en brazos y lo deja en el suelo suavemente. Me quedo por un momento quieta, examinando cada detalle de este sitio mientras el Sr. Sterling guía a mis hermanos a un rincón para que se instalen y dejen las mochilas.

Hay una pequeña cocina, largas alacenas colgantes donde supongo guarda la comida, y el resto del albergue tiene catres desperdigados por todos lados. Hay tres puertas más, pero no tengo la menor idea de lo que podría haber detrás de ellas.

Me dirijo a donde están mis hermanos. El Sr. Sterling nos ha puesto tres catres, tres gruesas cobijas y tres almohadas en un rincón. Es más de lo que podría pedir.

En silencio ayudo a Alya y Brya a formar sus catres y desdoblar las cobijas. La estancia es iluminada únicamente por una pequeña bombilla que pende en el centro del techo, por lo que tenemos que movernos a tientas. Algunas personas duermen, mientras que otras no son capaces de pegar el ojo. Nos miran acurrucadas desde sus posiciones con los ojos muy abiertos y alertas. Tienen miedo. Son pocos los que duermen, y seguramente solo fingen hacerlo. No pueden dormir con todo lo que está sucediendo.

Cuando hemos preparado nuestros catres nos acostamos. Hay poco ruido, casi nadie se mueve y solo se percibe claramente el rumor que emiten las máquinas del aire acondicionado. No se escuchan los gritos de las criaturas en la superficie, estamos tan ocultos y tan lejos que no pueden llegarnos.


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