Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

4

Aferro fuertemente la mano de cada uno, y al dar la vuelta en una calle, lo que veo me obliga a girar hacia otra calle. Por todos lados hay ratas gordas y salvajes intentando morder a alguien. Una mujer yace en el suelo; un niño está recargado contra la pared de un edificio y de su labio desciende un hilillo de sangre. Sus ojos están abiertos, me encuentro con ellos por un instante, pero sé bien que está muerto. Todo es un repentino caos. Un hombre corre y grita «¡Auxilio, auxilio!». Cinco ratas carnosas y repulsivas se dejan ir contra él. Una se le sube al torso y lo muerde en el cuello. Él cae al suelo de inmediato, y las demás ratas se encargan de morderlo por todas las partes del cuerpo. El hombre grita, y quisiera ayudarlo, quisiera taparles los oídos a mis hermanos para que no escuchen sus gritos. Quisiera hacer tantas cosas. Pero solo soy capaz de jalar las manos de Alya y Brya en dirección al primer establecimiento que encuentro.

Llamamos la atención de las ratas, por lo que se alejan del hombre —ya han terminado con él— y empiezan a seguirnos. Nos introducimos a una licorería. Cierro la puerta de vidrio para que las ratas no puedan entrar y busco el primer escondite o salida. La tienda permanece intacta; el dueño salió y no se llevó nada, ni siquiera se encargó de echarle pestillo a la puerta.

Hay un almacén que conecta con la tienda, es un diminuto cuarto con una alambrada. Hay cajas de licores y cervezas apiladas. La puerta metálica está abierta y con el candado en la rendija.

—Allí —señalo.

Brya obedece y se mete al cuarto. Pero Alya se queda muy quieta frente al escaparate donde se pueden ver las ratas rasguñando los vidrios con sus afiladas patas intentando entrar. Sueltan chillidos coléricos y se estampan contra la puerta. Quieren quebrarla.

—Adentro, Alya. —La empujo. Reacciona y me obedece. Corre directo al cuarto junto a Brya y lo abraza.

He dejado mi bolso en el coche cuando salí para averiguar la causa del tráfico, así que tomo una bolsa plástica del mostrador y agarro lo que encuentro comestible. La mayoría son licores y cervezas de distintas marcas. Pero hay bolsas de papas fritas, cacahuates, carne seca, galletas y agua embotellada. Empaqueto en tres bolsas grandes todo lo que puedo y agarro un mapa de la Confederación por si llegamos a necesitarlo. Justo cuando estoy por hacerle un nudo a la última bolsa, una de las ratas se lanza contra el vidrio del escaparate y, para mi sorpresa, logra fragmentarlo en pedazos.

Alarmada, tomo las pesadas bolsas. Pero solo alcanzo a tomar dos antes de que las ratas me alcancen. Las arrojo al cuarto, cierro la puerta de malla metálica y por fuera maniobro con el candado para encerarnos y estar seguros. Cuando el candado hace un clic una rata brinca para alcanzar mi mano, pero yo me alejo rápidamente, choco contra la pared y me dejo caer en el suelo. Atraigo a mis hermanos y los abrazo con todas mis fuerzas mientras las cinco ratas enfurecidas lanzan chillidos y encajan las patas en la malla intentando llegar a nosotros.

Me estremezco involuntariamente. Brya llora en silencio y se aferra a mi mano fuertemente. Alya permanece en silencio, acurrucada a mi costado y mirando con fijeza las ratas.

Cuando el miedo se me pase o las ratas se cansen y se marchen, tengo planeado averiguar si hay algo que nos sirva entre las cajas apiladas además de cerveza. Por el momento, el miedo es un crudo tentáculo que me envuelve y paraliza.

Transcurre mucho tiempo para que las ratas se aburran de bramar y vaguen por la licorería. A ratos se pasean por el límite de la malla y nos miran con sus ojos rojizos, como si supervisaran que aún siguiéramos aquí, entonces se entretienen mordisqueando cualquier basura o peleándose entre ellas. Pero no se van. Empiezo a creer que no se marcharan hasta que nos hagan lo mismo que al hombre. Suerte con eso, porque no saldremos de aquí antes que ellas.

Por los vidrios rotos de los escaparates veo que el Sol empieza a meterse dándole paso a la oscuridad, y mi reloj de mano me avisa que son las ocho con treinta.

—¿Pasaremos aquí la noche? —susurra Alya.

Ninguno de los tres ha hablado desde que llegamos. Brya está muy quieto, pero sé que está despierto. ¿Quién podría dormir estando en esta situación?

—Es lo más seguro —contesto—. Tenemos agua y comida. Esas cosas no podrán entrar. Estaremos bien aquí por un tiempo. Duerme. Yo cuido que nada suceda.

—Tengo mucho miedo, Francis.

Quiero decirle que yo también lo tengo, pero también quiero que los dos me vean fuerte.

—Estaremos bien, Alya —murmuro. Aprieto suavemente su brazo intentando transmitirle ánimo.

Es la medianoche cuando los dos finalmente caen dormidos. Quisiera dormir, pero el miedo no me lo permite. Tengo que mantenerme despierta por si las ratas logran, de una u otra manera, traspasar la malla metálica.

Hace frío. El escaparte roto permite que el aire helado de la noche entre y se deslice hacia nosotros. Alya y Brya tiritan y se acercan más a mí cada vez que una corriente de aire choca contra nosotros. No traemos cobijas ni suéteres, nada con que taparnos; no estábamos prevenidos para algo así. Nos dirigíamos a La Barca, a una comida de despedida con papá; no sabíamos que esto sucedería. Me pregunto si solamente nosotros éramos los únicos que no estábamos preparados para esto.

Podría deshacer algunas cajas de cartón y taparnos con ellas, pero no quiero levantarme y despertarlos; bastante les ha costado conciliar el sueño. Así que con una mano alcanzo una bolsa grande desperdigada en el suelo y la echo sobre nosotros. No es suficiente, pero es lo menos que puedo hacer. Alcanza para sobrevivir esta noche.

Pasan las horas. Intento no mirar mi reloj de mano; también intento mantenerme con los ojos abiertos. Las ratas se han esparcido por toda la licorería y solamente una se ha quedado en el límite de la malla para vigilarnos. Se pasea por aquí y por allá y yo me entretengo siguiéndola con la vista, siguiendo cada uno de sus movimientos. Nos mira a ratos y, cuando parece estar aburrida, toma entre sus patas un pedazo de papel y se distrae despedazándolo. Seguramente es una advertencia de que eso quiere hacer con nosotros.

Escucho a las demás ratas paseando por toda la tienda. Los únicos ruidos perceptibles son el de los refrigeradores de la cerveza aún encendidos y el desplazamiento de las ratas. Afuera, en las calles, no se escucha nada. Es como si las personas hubiesen desaparecido. Llega un momento en el que pienso que las ratas se marcharon o están dormidas, pero cuando el silencio lo embarga todo, las cervezas acomodadas en una repisa caen con un sonido abrupto y se rompen en fragmentos en cuanto tocan el suelo. Entonces las ratas, desesperadas y fastidiadas por no cumplir su propósito, empiezan a chillar frenéticamente. Se acercan a la malla con una furia que hace preguntarme el motivo de ella y se friccionan contra la alambrada. Evito mirarlas a los ojos y solo espero que Alya y Brya no se despierten por el ajetreo.

Lo hacen, pero no dicen nada. Permanecen en la misma posición, y cuando las ratas se calman, ellos vuelven a dormir, como a eso de las tres de la madrugada.

Estoy cansada, hambrienta y sedienta. Los párpados se me cierran por sí solos, es inevitable no dormir. «Solo unos minutos», me digo.

Antes de caer dormida, lo último que veo es a la rata mirándome fijamente, pero el sueño es tanto que ya no puedo mantenerme vigilante. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro