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28

Todo es oscuridad por delante y detrás de nosotros. No veo a Evian; escucho su respiración entrecortada, sus pasos rebotando en la hierba y siento su mano fuertemente asida de la mía.

-Necesito... Necesito detenerme. -Tose y frenamos abruptamente. Sin soltarme la mano se recarga contra un árbol y suelta unos leves quejidos.

-¿Te duele algo? -le pregunto.

-Caí sobre el hombro. Pero no te preocupes. Solo necesito unos minutos y volveremos a correr. Tenemos que alejarnos de él.

Sé que se refiere al sujeto que entró a la casa. Quiero preguntarle qué hacía allí ese hombre y si lo conocía, pero no deseo sonar desconsiderada.

Le suelto la mano para ajustarme los tirantes de la mochila y quitarme el delgado rastro de sudor de la frente. Intento enfocar la vista para mirar atrás por si alguien nos sigue, pero solo alcanzo a ver oscuridad. Me pone nerviosa no poder ver nada y que probablemente alguien nos esté acechando. Hemos estados corriendo por más de veinte minutos, pero aún no estamos lo bastante lejos de la casa para sentirme segura.

-Ya, estoy listo. Sigamos.

Con indecisión vuelve a tomarme la mano, probando si estoy de acuerdo o no. Pero yo entrelazo sus dedos con los míos y se los aprieto; es necesario si no queremos perdernos el uno del otro.

Continuamos corriendo, pero ya no con la misma velocidad que al principio. Evian se queja de vez en cuando por lo bajo, así que procuro que nuestras pisadas no sean recias pero sí constantes para no lastimarlo más.

-No podemos correr toda la noche sin tener un rumbo fijo -expongo-. Deberíamos esperar a que amanezca para continuar. Ahora mismo no sé dónde encontrar las vías del tren.

Apenas son las once de la noche. Falta muchísimo para que salga el Sol.

-Entonces esperemos aquí -propone, señalando un tronco caído que podría servirnos de respaldo.

Lo ayudo a sentarse y a quitarse la mochila para ponérsela en las piernas.

-¿Seguro que no es grave? ¿Quieres que lo revise?

Suelta un leve resoplido de molestia y se sujeta el hombro con la mano izquierda. Tal vez se lo fracturó.

-No es nada, Francis. Mañana estaré mejor.

-Bueno, en ese caso, lo mejor será que durmamos. Nos espera un largo viaje.

-Duerme tú. Yo vigilaré.

-Bien -acepto y recargo la cabeza contra el tronco. Necesitaré estar bien descansada, pues no creo que vuelva a dormir en un largo tiempo.

Caigo dormida más fácil de lo que esperaba, y esta vez no veo a nadie. Ni a una Maxell convertida ni a mamá. Todo es... negro. En parte me agrada, porque soñar con alguna de las dos me abatiría, pero también quiero volver a ver a mamá, aunque sea en sueños.

-Francis, despierta. -Una mano me estruja el hombro suavemente. Abro los ojos somnolienta y digo:

-¿Qué sucede?

-Deberíamos aprovechar que aún no sale por completo el Sol para caminar.

Claro, no podemos deshidratarnos rápidamente y acabar con el agua de las cantimploras. Me levanto pesadamente, con los músculos rígidos y doloridos por la incómoda postura en que dormí. Me cargo la mochila y volvemos a caminar.

-¿Nos habremos alejado mucho de la casa de tu tío?

-No lo sé. Todo estaba tan oscuro ayer que no alcanzaba a ver nada.

-Necesitamos encontrar las vías del tren aéreo -digo- para seguirlas y de esa forma llegar a la próxima parada.

-No deben de estar lejos.

Estira el cuello y entrecierra los ojos para mirar mejor por encima de nuestras cabezas. Yo solo veo tupida vegetación que apenas deja mostrar una pequeña parte del Sol obstruido por las nubes. Conforme caminamos conjeturo que lo único que estamos consiguiendo es caminar inútilmente y perder tiempo.

-Si subo a la copa de un árbol podría ver las vías -propongo.

-Buena idea. Pero es peligroso, lo haré yo.

-No, sería más peligroso para ti con el brazo malo -refuto-. Lo haré yo.

Tanteo la longitud de los árboles y cuál tiene más ramas que me funcionen como escalones. Le doy todo mi equipaje a Evian junto a la chamarra y elijo el que al parecer tiene la copa más alta. Me aferro con los pies al tronco y me sujeto de la rama más próxima y gruesa. Cuando he subido a ésa me impulso de la siguiente. En un momento dado donde ya estoy casi en la cima y solo me faltan un par de metros más el pie se me resbala por el musgo adherido al tronco. Caigo un par de metros, me raspo los brazos pero logro sostenerme de una rama con las uñas.

-¿Estás bien? -me pregunta Evian desde abajo.

-Sí, ya casi llego.

Retomo la distancia que perdí y evito posar el pie en esa zona donde el musgo es más resbaladizo. Subo una pierna, me agarro de una rama, subo la otra pierna y llego a la cima de la copa. Miro al lado derecho, pero solo hay espesura. Del otro lado también, pero a lo lejos, no sabría decir cuántos metros, diviso los carriles flotantes resplandeciendo por el Sol. Si corremos los alcanzaremos en unos cuantos minutos. Estoy segura de que estamos cerca del límite de Avox. Falta poco.

Desciendo del árbol con sumo cuidado, tratando de no volverme a resbalar y posándome solo en las ramas fuertes y sólidas que aguantes mi peso. Inclino la cabeza para ver cuánto me falta, y al tantear que son como dos metros, salto y caigo en pie.

-¿Y bien?

-Por allí. -Le señalo la dirección-. ¿Crees que estemos cerca del límite?

-Difícil saberlo. Pero tal vez sí.

Una pregunta me asalta: ¿cómo sabremos identificar el límite de Avox? Saco el mapa de la mochila y lo extiendo frente a mí. La parte coloreada de verde representa el bosque, y con una línea amarilla marca la frontera sur de Avox. Posteriormente sigue habiendo bosque, pero ese ya pertenece a Lulux.

-Si el azul significa agua, el verde el bosque, el café la civilización de Avox, el negro las partes bajas y el rojo el tren aéreo -hablo-, ¿qué quiere decir el amarillo?

Frunce levemente el ceño, pensativo.

-¿Desierto? -supone.

-No lo creo, después del límite de Avox sigue habiendo bosque. Mira -Le indico la línea amarilla-, está en medio del verde, o sea, en medio del bosque. No puede ser un desierto.

Su entrecejo se frunce más.

-Al llegar lo sabremos.

Trata que su tono sea tranquilo, pero percibo que también le desconcierta tanto como a mí.

Me concentro en averiguar lo que podría significar esta línea amarilla, si algún peligro o zona riesgosa. ¿Tendrá que ver con los no conscientes? ¿Será una advertencia o significará algo malo?

Evian me ofrece de la envoltura de gomitas que ha abierto. Solo hasta que las veo me acuerdo de mis necesidades naturales y me percato de que tengo hambre. Saco una bolsita de nueces y me las voy comiendo mientras camino. Evian ya no se queja por el dolor en el hombro, estamos descansados y un tanto relajados. Es buen momento para preguntar.

-¿Quién era el hombre que entró a la casa de tu tío? -cuestiono sin rodeos, y espero que él también responda igual.

Mastica las viscosas gomitas con lentitud. Sé que lo hace para ganar tiempo para pensar en una contestación coherente y realista; pero sabré si miente o dice la verdad.

-No le vi el rostro.

-¿No tienes ni idea de quién podría ser?

Rehúye mi mirada y la posa en el frente.

-¿Qué buscaba? ¿O a quién buscaba? -insisto.

-No lo sé, Francis -responde con brusquedad-. La gente se está volviendo loca. Tal vez solo quería matarnos y quedarse con el lugar. ¿No habías pensado en eso?

Guardo silencio. Tiene razón.

Me lanza una mirada más serena y se guarda el resto de las gomitas en la mochila.

-Discúlpame si te ofendí -mascullo de mala gana al ver cómo le asentaron mis preguntas.

-No es eso. Pero parece que crees que yo tuve algo que ver con él o sé algo. Puedes estar tranquila, Francis -dice-, no te prepararé una emboscada.

-No me refería a eso -arguyo enseguida-. Ni siquiera pensé en eso.

O tal vez sí.

-Olvídalo, Francis. -Se detiene con la vista puesta en algo enfrente-. Hemos llegado.

Sigo el rumbo de su mirada y vislumbro las sólidas vías metálicas. Estar aquí hace que mi corazón golpee más fuerte contra mi pecho por la emoción que me inunda al saber que cada vez me encuentro más cerca de Alya y Brya.

-Tenemos que seguirlas hasta que nos lleven a la línea amarilla en el mapa, ¿no?

Ya no hay disgusto en su expresión. Es como si lo de hace unos segundos lo haya olvidado, o tal vez quiere omitirlo para que no tengamos problemas. Mientras viajemos juntos debemos estar unidos. Llegar a Grux es lo único que me interesa. Si él quiere estando allá puede dejarme de hablar. Y al parecer lo tiene tan claro como yo: por ahora nos soportaremos para llegar sanos y lúcidos a Grux.

-Sí -contesto-. Sería bueno que fuéramos más sigilosos desde aquí, por si la línea amarilla no indica algo bueno.

-Bien.

Caminamos justo por debajo de los rieles. El Sol ya ha salido, pero las copas de los árboles son tan espesas y están tan juntas que su luz solo logra filtrarse en los recovecos donde no hay hojas enzarzadas unas con otras, dándole una tonalidad nítida y al mismo tiempo sombreado a nuestro entorno.

-¿Cuántos días llevabas sola? -me pregunta.

Sus ojos me miran curiosos, casi podría decir que interesados, pero seguramente es porque lleva mucho tiempo sin hablar con nadie. Yo hubiera estado igual que él si no fuera por mamá, que cada vez que dormía la veía y platicaba conmigo. A veces yo solo la escuchaba, mientras ella me hablaba sobre cosas triviales, recuerdos o me repetía palabras de aliento y cariño.

Yo le sigo la conversación para llenar el vacío que solo consigue ponerme nerviosa.

-No lo sé, no llevé la cuenta. Probablemente una semana. ¿Qué día es hoy? Perdí la noción del tiempo cuando... -me callo repentinamente. No quiero compartir esa información con él.

-Es lunes.

-¿De febrero?

-Marzo, Francis -responde con extrañeza-. Estamos a lunes dos de marzo. ¿Cómo es que...?

Bajo la cabeza, avergonzada y al mismo tiempo pasmada. ¿Cómo es que perdí la noción del tiempo? El día que la niña me encontró en el armario del almacén lo recuerdo bien. Fue un domingo veintidós de febrero, un día después de alejarme de mis hermanos. El veinticuatro de febrero yo me introduje en el bosque para iniciar el viaje a Grux. Pero después de ahí... todos los recuerdos son difusos y entrecortados. La mayor parte del tiempo no me hallaba consciente. Lo que más recuerdo son conversaciones con mamá, muchas palabras repetidas por ella y recuerdos pasados. En el bosque dejé de estar por completo lúcida. En el último suceso claro antes de encontrarme con Evian yo bebía directo de una charca. Haciendo cuentas, pasé cuatro días en medio de la lucidez y la inconsciencia. Recuerdo que llegué a pensar que moriría como la niña y el Sr. Sterling.

-No quiero hablar de eso -murmuro.

-Oh, está bien. Lo comprendo.

-¿Tú estuviste solo en la casa de tu tío desde que todo empezó? ¿No hallaste a alguien más?

-Eres la primera persona... sana que veo. La primera con la que platico. Me estaba desquiciando tanta soledad. Fue bueno encontrarte. -Esto último lo musita, como si lo hubiera dicho solo para sí mismo-. ¿Y qué tal tú? ¿Hallaste a alguien estando sola?

-A una persona. Una niña, mejor dicho.

-¿Y qué le pasó? ¿No quiso acompañarte en tu viaje?

Aprieto los labios. Una carga de remordimiento me estruja el pecho y la mente y tardo para responder.

-Murió.

Ella sí quería acompañarme, pero yo no se lo permití. Tal vez si hubiera aceptado y hubiéramos partido ese mismo día ella no estaría muerta ahora.

-Oh. En el grupo donde antes estabas -cambia de tema-, ¿cuántos eran?

-Éramos diecinueve. Pero perdimos a tres, y al dirigirnos al tren para ir a Grux murieron más. Ahora no sé cuántos queden. Espero que ellos sigan vivos...

-¿Cómo se llaman?

-Alya, de once años. Y Brya, de seis.

-Son muy pequeños.

-Por eso mismo me necesitan.

-¿Crees que los que quedaron en el grupo los estén cuidando?

Su pregunta me hace frenar.

-Lo siento -dice rápidamente-, no quería preocuparte.

-No es eso. Es solo que... yo daba por hecho que los cuidarían. Pero al no estar yo... pueden volverse una carga para los demás. Una innecesaria.

De pronto, la preocupación me penetra y sé que ya no descansaré hasta llegar a Grux y mirarlos con mis propios ojos y tocarlos. Puede que los adultos hayan decidido deshacerse de ellos porque son niños y no desean cargas extras.

-No pienses eso, Francis. Tú conviviste con ellos. ¿Eran personas buenas?

-Sí, lo son.

-Entonces Alya y Brya deben de estar a salvo.

Sus palabras no logran reconfortarme, pero sí recordar las largas partidas de cartas y dominó de Brya y Vladimir. El tiempo que convivieron los unió mucho y estoy segura de que al menos Vladimir daría la cara por ellos. Conviví con Axel y comprobé que era un sujeto bueno, así que él también los protegería. Magda probablemente. Maxell también cuidaría de ellos, lo haría por mí, porque llegamos a tener lo más cercano a una amistad.

Pero ella ya no está.

-Me gustaría conocerlos. ¿Se parecen a ti?

Su intento por cambiar de tema para animarme me hace sonreír levemente y disipo mis preocupaciones confiando en que realmente ellos dos están bien con el grupo.

-El pequeño sí. Decían que era idéntico a mí y a mi padre. Pero Alya se parece a mi madre.

-Debe de ser agradable tener hermanos.

-Claro que no. -Bufo-. Solo saben hacerte enfadar y les gusta tomar tus cosas sin tu permiso.

Ríe suavemente.

-A mí me hubiera gustado tener un hermano. Aunque me enfadara -bromea-, pero así no me sentiría tan solo.

-Podrás llenar ese vacío con ellos, aunque estoy segura de que después te arrepentirás.

Suelta una ligera risa y yo le sonrío.

¿Cuándo fue la última vez que bromeé y me reí de esta forma? ¿Cuándo fue la última vez que me sentí como en un día... normal? ¿Que me olvide de la situación actual y de los no conscientes para permitirme reír un poco? Desde que los problemas empezaron todo ha girado alrededor del Virus X, los supuestos planes de la Confederación y la supervivencia. Esto último siendo lo más importante de todo.

Reír me sienta bien. Me quita un peso inexistente de los hombros y me infunde entusiasmo para continuar.

Bajamos una suave pendiente, pero se vuelve complicado bajarla cuando hay tanta vegetación. Él va delante y yo por detrás. Empuja las ramas y los arbustos para que yo pueda pasar y tenga que ser él quien lidie con un no consciente por si aparece. Pataleo las piedrecillas para distraerme, tan impaciente por llegar ya al límite que las extremidades me hormiguean de la emoción.

-Oh, vaya -murmura Evian.

-¿Qué? ¿Qué sucede?

Me aproximo a su espalda y miro sobre su hombro para ver a lo que se refiere. Solo soy capaz de ver más maleza y troncos, pero él señala con su mano a la lejanía, a muchos metros de distancia, una larga e inmensa franja en la tierra que forma un abismo.

-Ahora ya sabemos lo que significa la línea amarilla -descubre.

Doy un paso dispuesta a acercarme al precipicio, pero Evian me toma del codo.

-Espera. No sabemos lo que pueda haber allí -razona.

Las vías del tren descienden en picada, tocan suelo y cruzan el abismo para continuar en la superficie y después elevarse de nuevo.

-¿Crees que haya no conscientes? -pregunto.

Todo es silencio. No se oyen los distintivos gritos agudos y coléricos de los no conscientes.

-Podría ser -murmura pensativo-. Lo mejor será que esperemos aquí el tren.

Le echo un vistazo al precipicio. ¿Qué tan profundo es? Me gustaría acercarme y averiguarlo por mí misma, pero no quiero arriesgarme.

-¿Sabías tú que había un precipicio en el límite sur de Avox? -me pregunta con el ceño fruncido. He comprendido que toma esa expresión cuando desconfía o reflexiona en algo.

-No, recuerdo que Avox y Lulux estaban unidas por bosque, no que hubiera un barranco.

-Tal vez es reciente.

-¿A qué te refieres?

Mira el precipicio, y yo hago lo mismo. Debe de ser muy extenso; desde nuestra posición no alcanzo a ver su principio o fin.

-Probablemente surgió hace poco -explica- por los cambios en la Tierra. Esta zona está deshabitada como para que nos hayamos dado cuenta o tal vez la Confederación decidió no informárnoslo para no preocuparnos.

El mapa es actual, así que probablemente la Confederación decidió agregarle el detalle del precipicio sin decírnoslo. O tal vez ya estaba ahí desde siempre, pero no nos habíamos dado cuenta.

-Quien sabe -murmuro.

Después de unos minutos optamos por sentarnos entre la hierba. No sabemos cuánto tiempo tardará en llegar el próximo tren aéreo, pero ojalá sea pronto.

Me meto una pastilla de menta a la boca y me distraigo deshaciéndola y saboreándola. Hace calor. Un mosquito me zumba en los oídos e intenta picarme cada vez que bajo la guardia. Por más que intento no consigo matarlo o aunque sea espantarlo. Se vuelve irritante todo a la vez: la espera, el calor y el mosquito.

Tal vez pasan dos o tres horas hasta que Evian me pregunta:

-¿Escuchas eso?

Ladeo la cabeza y me quedo mirándolo mientras afilo los oídos. Estoy por decirle que yo no oigo nada cuando un ruido acrecentándose nos hace incorporarnos.

-¡Ya viene! -me dice Evian.

Tenemos que apurarnos para no perderlo. Me cuelgo la mochila y la cantimplora y corro hacia las vías metálicas. A lo lejos vislumbro el tren a toda velocidad avanzando entre las nubes. Muy pronto descenderá.

-¿Crees que se detenga? -le pregunto dudosa.

Baja la cresta desde lo alto, pero no aminora la velocidad como lo estamos esperando.

Ya está muy cerca...

-Tendremos que saltar.

-¡Pero está en movimiento! -replico. Mi visión cae en el precipicio que se halla a unos cuantos metros más. Si no logramos entrar por completo en el tren o no damos un salto con la buena altitud, podríamos perdernos en la oscuridad del abismo para siempre.

-No se va a detener, Francis. A la cuenta de tres saltaremos, ¿bien?

No soy capaz de contestar. Trago saliva y aprieto las manos en puños. La emoción ha desaparecido; ahora tengo miedo de no lograrlo.

-¿Y si no lo conseguimos? -Aun así me sujeto bien la mochila para que no se me caiga y coloco un pie delante del otro, preparada a escuchar el tres.

-Uno... dos... -Pasa una fracción de segundo donde creo que no lo lograremos porque el tren va muy rápido y lo tenemos casi enfrente-... ¡tres!

Corremos. La escotilla está abierta. Las vías repiquetean. El tren está en movimiento. No sé parará. Salto cuando creo que debo saltar, una fulminación de aire y tierra me da en la cara y me hace escocer los ojos, mi cuerpo vuela solo por un momento casi inexistente y mis dedos se clavan dolorosamente en el borde de la escotilla.

El tren sigue en marcha, ni siquiera se apiada de nosotros y es como si aumentara la velocidad solo para obstaculizarnos los planes.

-¡No te sueltes, Francis!

Su voz me llega de muy lejos. Percibo el chirriar de los rieles muy cerca de mí, el viento zumbándome reciamente los oídos y mis jadeos por mantenerme cogida del saliente. Mis piernas se agitan como las de una muñeca de trapo. Debajo de mí, solo existe la oscuridad y el vacío.

El sudor causado por mis propios nervios hace resbaladizas mis manos, el temor convierte mis músculos en gelatina y me quita las fuerzas para seguir sosteniéndome. En cualquier momento caeré al abismo.

-¡Francis, toma mi mano!

Evian me extiende su mano, palma abierta y dedos estirados. Quiero reír por la ironía de las cosas. Eso mismo me dijo Axel para que pudiera ingresar al tren, y no lo conseguí. ¿Qué sucederá ahora?

Soportando mi peso con una sola mano levanto la otra tanto como puedo. Evian la toma y me jala hacia él. Siento el frío del abismo, la perpetua oscuridad que ansía tragarme, y pienso que pronto sabré lo que se siente desplomarse.

-Te tengo.

Mi cuerpo cae, pero dentro del tren, en la superficie dura y polvorienta que nunca creí que fuera tan segura y eficaz como ahora.

Me quedo ahí, acostada y quita mientras regulo mi respiración y mi corazón desbocado. Evian se tira a mi lado. Puedo escuchar los rápidos latidos de su corazón como seguramente él escucha los del mío.

Suspira.

-Por un momento... creí que no lo lograríamos.

-Yo también.

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