27
No vuelvo a dormir ni a hablar con Evian. Nuestra conversación termina ahí y no le pregunto de vuelta dónde está su familia, pues quiero que piense mi propuesta detalladamente. Me acuesto en la cama de espaldas a él para darle un poco de intimidad y cierro los ojos, pero no tengo sueño ni quiero dormir.
Pasan las horas y calculo que ya ha amanecido porque la luz se filtra entre los diminutos agujeros de las ventanas entabladas. Me doy un estirón para desperezarme y me volteo sobre el otro hombro para mirar a Evian. Sigue sentado en el suelo con la pistola en la mano y los ojos abiertos. Ha soportado mantenerse despierto durante toda la noche, sin pestañar un segundo. ¿Cómo lo hace? Me gustaría decirle que duerma un rato para que descanse y yo montar guardia por él, pero no se lo digo por dos razones: no creo que confíe en mí y debo marcharme ahora.
—Buenos días —me dice.
—¿Pensaste en lo que te dije? —pregunto sin rodeos.
Necesito una respuesta, ahora mismo. Cada hora, cada día que pasa, me siento más lejos de Alya y Brya y los percibo inalcanzables. Quiero reunirme con ellos en cuanto antes y abrazarlos, saber que los tres estamos bien y no los perderé.
Hace una mueca de puro titubeo. No aceptará. Me digo que no importa, seguiré el viaje con o sin él. Aunque prefiero un acompañante.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —me cuestiona suavemente.
Me arrodillo para sacar el mapa del bolsillo y lo extiendo en el suelo, a un lado de sus pies. El lodo que utilicé para marcar mi ruta ya se ha desvanecido por completo, pero todavía sigue vigente en mi mente.
—Sé el recorrido que haremos. Nos encontramos aquí —Señalo la parte verde coloreada en el papel—. Tenemos que llegar al límite de Avox. Es a donde me dirijo primeramente. Podemos hacerlo de tres maneras: en el tren aéreo, por las redes del drenaje o a pie. El tren recorre la periferia de cada ciudad, yendo de norte a sur, y la próxima ciudad es Lulux, así que tendríamos que recorrerla en el tren y después nos llevaría a Grux. Es la forma más fácil, pero para solo una persona es peligrosa.
—Tú lo estabas haciendo a pie, ¿cierto? —Afirmo con la cabeza. No me he dado cuenta, pero se ha acercado al mapa para mirarlo mejor. Tal vez sí le interese y se decida por venir conmigo—. ¿Hacerlo por las redes es seguro?
—Hay muchos no conscientes.
Con un dedo traza la línea que representa el recorrido del tren aéreo.
—A pie es más fácil que te atrapen —susurra quedamente—, así que el tren es la opción más segura de las tres.
—Sí, pero yo no podía hacer el viaje en tren sola. Debe de haber más personas queriendo ir a Grux y no creo que sean amistosas. Y también habrá no conscientes. Pero si vamos los dos, podríamos cuidarnos.
Su dedo se detiene en el final de la zona coloreada de verde que marca el límite entre Avox y Lulux, muy cerca de mi dedo. Se queda así unos segundos, mirando algún punto en el mapa, hasta que me mira y dice:
—¿Tus hermanos están allá?
—Sí.
—Iré contigo. —La felicidad borbotea de mi estómago y veo fugazmente los pequeños rostros de Alya y Brya—. Pero dame un día.
—¿Qué?
—Quedémonos aquí solo un día más y al siguiente nos vamos.
—¿Por qué esperar un día? —pregunto—. Podríamos irnos ahora mismo. ¿Por qué quieres esperar? ¿O a quién?
Se levanta, y yo hago lo mismo.
—Solo un día, Francis, un solo día, y después me voy contigo.
El tono suplicante de su voz me hace aceptar.
—Está bien.
Solo un día. Si eso es lo que tengo que esperar para que me acompañe, esperaré. Pero ¿por qué quiere esperar un día? ¿O a quién quiere esperar?
—¿Estás esperando a alguien? —inquiero.
—No, yo... —Guarda silencio, indispuesto a responder—. Nos iremos mañana. ¿Está bien?
—Si así lo quieres... —mascullo.
No sé lo que se trae entre manos, pero he conseguido que venga conmigo, y es lo único que me importa. Si quiere permanecer aquí un día más porque está esperando a alguien, así seremos más y podremos cuidarnos mejor.
Evian enciende el fogón para preparar café. Yo me paseo por la sala, examinando el televisor de tiempos antiguos. Sé que no enciende porque la electricidad está cortada, pero me pregunto si antes de todo lo ocurrido sí funcionaba. Me entretengo trazando líneas con los dedos sobre el denso polvo que tiene, y los dedos me quedan muy grises. El tío de Evian, además de ser anticuado, era polvoriento. Este aparato, junto a todos los demás muebles, hace años que no recibe una sacudida.
Evian pone dos tazas sobre el pretil y las llena. Huele tan bien, a una combinación de canela y café, pero me contengo de tomarme la taza de un trago porque está muy caliente. Le soplo para enfriarla mientras cuento las horas para partir. Hay una emoción dentro de mí que me hace hormiguear, la expectativa segura de ver a mis hermanos muy pronto. Algo me dice que sí llegaremos a Grux. Quiero mantener la confianza y ser positiva solo esta vez, seguir guardando la convicción de que en unos cuantos días podré volverlos a abrazar.
Evian prepara en una abollada cacerola huevos revueltos y corta unas cuantas rebanadas de pan duro. Nos sentamos frente a frente en la barra de cemento y comemos. Hacía mucho tiempo que no quedaba completamente satisfecha. Con la cena de ayer dejé de escuchar los feroces gruñidos de mi estómago y me siento un poco mejor.
—¿Cómo te enteraste del refugio en Grux? —me pregunta en mitad de un bocado.
—Había una estación de radio que la Confederación no pudo quitar, así que un hombre, Vic Claiton, por medio de esa estación hablaba para informar y dar una explicación de lo que sucedía. Un chico del grupo donde yo estaba tenía un radio y desde allí escuchamos a Vic dar la noticia del refugio en Grux.
—Tal vez de esa misma forma mi tío se enteró de todo —comenta.
—Puede ser.
Mirando a mí alrededor, agrego:
—¿Qué es lo que haces aquí durante todo el día?
—No mucho. —Se encoje de hombros—. Casi todo el tiempo me aburro, pero cultivo un huerto en el patio trasero para entretenerme.
—Me preguntaba si podrías venderme un poco de tu comida para el viaje.
—Imaginaba que la compartiríamos —dice—. Tú me llevas a Grux y yo me encargo de la comida.
—Me parece justo.
—¿Enserio llevas dinero?
Saco los dos únicos fajos de billetes que me quedan para mostrárselos. Eran cinco, pero no recuerdo lo que le sucedió a los otros tres.
—Pero no creo que ahora sirvan.
—¿Por qué lo dices?
—¿Acaso no has visto la ciudad? Todo está desolado, ahora podemos tomar lo que queramos de las tiendas y nadie nos lo impedirá. Seguramente la poca gente que queda se pelea por comida y agua, no por simples papeles —mascullo—. Aun así los cargo, por si es que en algún lugar valen.
—No he regresado a la ciudad desde que todo empezó. Mi tío me llamó diciéndome que tenía que salir de allí cuanto antes. Vi el ataque de las ratas desde lejos, cuando me dirigía hacia acá. Supongo que todo está... destruido, ¿cierto?
—No, no todo. Solo está vacío, sin personas.
Resopla.
—Quien creería que todo esto iba a suceder... —murmura.
—Nadie. Nos tomó desprevenidos. ¿Tu tío te alertó?
—Iba hacia mi casa cuando él me habló por teléfono. Me dijo que fuera a la suya en ese mismo momento porque algo fatal iba a pasar. Mi tío siempre decía esas cosas, así que no le iba a hacer caso, pero gritaba y se escuchan más gritos al fondo, gritos asustados, y supe que no estaba siendo paranoico. Me dijo que estaba siendo atacado por ratas, pero intentaría reunirse conmigo.
—¿Lo logró?
—No.
La expresión en su rostro es muy triste para seguir preguntándole más. Me levanto del banco de madera labrada y voy hacia el fregadero con nuestros platos vacíos para lavarlos. Minutos después escucho que también se levanta y suspira.
—Alistaré lo necesario para el viaje —dice. Oigo sus pisadas por las escaleras.
Cuando termino de enjuagar los cubiertos me siento en el sillón. Un alambre salido se me entierra en la cadera y el material con el que está rellenado se hunde con mi peso, así que quedo sumida e incómoda. ¿Qué puedo hacer? Ahora, por extraño y loco que suene, preferiría estar sumergida en uno de los sueños delirantes conversando con mamá y recordándola, en vez de estar aquí, aburrida y contando los días para reunirme con Alya y Brya.
Pasan cinco minutos y no parece que Evian vaya a bajar pronto. Escucho un golpeteo en el segundo piso. Seguramente está juntando comida, todo lo que llevaremos al viaje. Debería ayudarle.
Subo los peldaños de a poco, recordando que ayer después de salir del baño vi el largo y oscuro pasillo con tres puertas. ¿Estará Evian dentro de alguna de esas habitaciones?
—¿Evian? —lo llamo a mitad del ascenso. No siento que sea prudente moverme por aquí con la misma soltura como si estuviera en mi propia casa.
Vuelvo a llamarlo, pero él no responde. Sin darme cuenta llego al límite de los peldaños y ya no me queda de otra más que seguir caminando. El pasillo ya no es igual de oscuro que ayer. La poca iluminación que se filtra de entre las ventanas me permite ver el pasaje y las tres puertas dispersas. Llego a la primera, y con lentitud poso la mano en el pomo, pero me detengo al pensar que Evian podría tomarse esta acción como un atrevimiento. Toco con los nudillos y espero, pero no se abre la puerta, así que me decido por abrirla yo misma.
Él no está aquí, pero antes de marcharme examino la habitación. Es un dormitorio de estilo antiguo, con cama de fierro y dosel de encaje. Una imagen de una habitación parecida se me viene a la mente, la vi en algún libro de la Confederación, tomado hacía décadas. Este cuarto tiene esa particularidad antigua, y me pregunto si aquí dormía el tío de Evian.
Antes de que toque en la segunda puerta Evian sale de la tercera con una caja en las manos. Su expresión es sorprendida al verme, pero después vuelve a la normalidad.
—¿Necesitas que te ayude en algo? —le pregunto.
—Pasa —Se hace a un lado para que ingrese—, estoy empacando comida y agua.
Hay un montón de cajas apiladas hasta el techo. Me recuerda al pequeño almacén del refugio del Sr. Sterling. Sobre una caja alta hay una vela para iluminar la estancia. ¿Todas estas cajas tendrán comida adentro? Es muchísima.
—Pon aquí todo lo que creas conveniente. —Me tiende una mochila algo gastada y mugrienta que agarro y voy llenando con lo que creo nos podrá servir y durar. En el refugio aprendí que la comida enlatada se conserva por mucho más tiempo, aunque a la larga no sabe tan bien, pero al menos llena el estómago.
También agarro barras de cereales con fruta, tablillas de chocolate, bolsitas de nueces y cacahuates, galletas de vainilla, papas fritas y una envoltura de gomitas y pastillas de menta.
A la mochila le cabe muy poco, a comparación de las decenas de cajas que hay aquí. Por un segundo, uno donde solo me acuerdo de mi supervivencia, pienso que podríamos quedarnos aquí y tendríamos comida por meses. Pero recordar el semblante de Brya cuando no alcancé la mano de Axel me hace deshacerme de ese pensamiento y seguir llenado la mochila hasta que la lleno por completo y es un gran peso sobre mis hombros.
—¿De dónde sacaste la pistola? —le pregunto.
Se detiene de su labor por un momento para dedicarle una mirada a la pistola que tiene sujetada con un lazo en el cinturón.
—Era de mi tío —responde.
—¿Tiene más?
—Unas cuantas. Podría darte una cuando nos marchemos.
Levanta la cabeza para mirar mi respuesta, a lo que yo asiento.
—¿De dónde sacaste la tuya? —Es su turno de preguntar.
—Se la quité a un guardia muerto.
Fue Maxell quien se la quitó, pero no me sienta bien mencionarla. Además, Evian podría preguntar por ella, y yo no quiero hablar de ella y lo que le hice.
—¿Sabías utilizarla? —inquiere.
No me queda de otra más que hablar de ella.
—Una mujer del grupo me enseñó. ¿Tú cómo aprendiste? —pregunto enseguida para que él no saque más el tema de Maxell.
—Mi tío me enseñó. Cazábamos juntos de vez en cuando. A veces pienso que me estaba preparando para esto —murmura.
Cuando terminamos de llenar las mochilas las bajamos para dejarlas en el sillón de la sala. Me da una linterna y una cantimplora que bato para supervisar que tenga agua. Trae de la primera habitación dos chaquetas igual de polvorientas que todo lo que hay en esta casa y me tiende una a mí.
—Era de mi tío. Te quedará grande, pero es lo único que hay para ayudarte con el frio.
—Está bien. No importa —digo.
La sacudo varias veces para quitarle el polvo y la dejo encima de la mochila junto a la cantimplora. Solo falta el arma y estaré lista.
Evian trae del huerto papas y zanahorias. Las lava y se pone a pelarlas mientras yo miro la destreza con que las corta y los tirabuzones cayendo sobre el pretil. También me fijo en sus manos, ásperas y morenas. No creo que hayan adquirido ese tono por broncearse en la playa, sino por duro trabajo al lado de su tío.
—¿Eras del centro de Avox? —le pregunto.
—Sí —responde con el ceño levemente fruncido. Se preguntará por qué le hago esa pregunta.
Es raro que alguien del centro de Avox —y siendo un adolescente— sepa cultivar un huerto, disparar un arma y cazar. Ni siquiera las personas que viven en las partes bajas saben cazar animales como alimento. Además, los que pertenecían a Granavox se les conocía como «estirados». O, mejor dicho, a todos lo que vivíamos en el centro de Avox. Lo reconozco: éramos orgullosos y arrogantes. Yo nunca había dormido en el suelo ni comido directo de una lata. Nunca me había puesto la misma ropa por más de un mes y tampoco había padecido hambre. Mi papá era rico, no tenía ninguna razón para sufrir. Las personas que me rodeaban también tenían abundancia de todo y creían altaneramente que con solo extender un billete podían conseguir lo que quisieran. Así que, ¿por qué aprender a plantar verduras y cazar animales cuando lo podías tener todo con una orden?
Evian ha dicho que sí pertenecía al centro de Avox, por lo que obviamente tenía en abundancia todo lo que quería, pero aun así su tío le enseñó a sobrevivir teniendo nada. Eso habla bien de él, demuestra que no es un engreído y orgulloso como yo y como todos los del centro de Avox.
Evian cose las verduras después de picarlas en cuadros pequeños y las sazona con unas hierbas sacadas de algún frasco sin descripción.
—¿Tu tío también te enseñó a cocinar?
No es mi intención que suene a socarronería, pero se escucha así y él se lo toma como eso. Sonríe un poco.
—Sí —responde.
—¿Y tu padre?
La sonrisa desaparece.
—Trabajaba. No tenía tiempo para... nada. —Musita lo último.
Mi padre también, y tengo la urgencia de mencionárselo para que vea que no es el único.
—Mi padre también trabajaba demasiado. Pasaban meses para que volviera a verlo por unas cuantas horas para que volviera a partir a su siguiente viaje de negocios.
—Qué triste.
Nos miramos directo a los ojos, comprendiendo lo que hay detrás de esa frase suya: no convivimos con nuestros padres el tiempo necesario. La gravedad de su mirada es tanta que por un instante quiero hablarle de mamá, de la forma en que murió y de cómo maté a Maxell y por qué. Las palabras de desahogo se agolpan en mi garganta, pero él se desprende de esa conexión cuando el agua del pocillo donde se cosen las verduras se desborda y tiene que apagarle al fogón. Me doy cuenta del error que estuve a punto de cometer y me trago todas las palabras antes de confesarlas y arrepentirme.
Evian sirve en dos platos las verduras aderezadas junto a una ración de sardinas que sacó de una caja del almacén. El estómago me gruñe un poco, pero no se compara a las anteriores semanas que sentía que tenía vida propia por los fuertes rugidos que emitía. Me como las verduras y las sardinas lentamente, degustando cada bocado y cada sabor, porque no sé cuándo vuelva a tener una comida así.
Todo está listo. Yo también. Podríamos partir ahora y aprovechar las horas que quedan de Sol para llegar al límite de Avox, pero le prometí a Evian que esperaríamos a mañana.
—¿Qué estamos esperando? —inquiero manteniendo la irritación a raya.
Evian aprieta los labios, y con ese simple gesto sé que no me dirá nada.
—Bien —mascullo.
Miro a cada rato el reloj de mi muñeca para llevar la cuenta exacta de las horas que corren. Faltan cinco para que oscurezca, y otras tantas más para que amanezca y podamos marcharnos al fin. Evian no deja de echarle vistazos a la puerta. Rehúye mi mirada, pero alcanzo a vislumbrar ansiedad en la suya. Estoy tentada a volverle a preguntar qué estamos esperando, pero no quiero fastidiarlo y que se arrepienta de acompañarme. Para tranquilizar mi impaciencia saco el botón negro de mi bolsillo y lo acaricio en círculos para entretenerme. Se siente gastado bajo mi toque, pero yo no lo he gastado, sino Dagor. Recordar que pertenecía a él me entristece y alegra al mismo tiempo, pues tuvo que morir injustamente, pero me regaló su recuerdo para calmarme en situaciones de congoja. Necesariamente no tiene que servir solo para eso, para momentos de angustia e inquietud; puedo sostenerlo cuando esté feliz, cuando me encuentre con Alya y Brya. Puede albergar también momentos felices, no solo malos. Un recuerdo de los dos sentimientos. Por Dagor.
Sorprendo a Evian mirándolo, y espero que pregunte por él. Tácitamente nos hemos dado la confianza de preguntar cosas del otro, pero no habla, y lo agradezco, porque no me gustaría mencionar a Dagor y su regalo. Se dedica a mirarlo entre mis dedos y después a mí. Tiene los párpados caídos y ojeras muy hundidas. Eso me recuerda algo.
—No has dormido. Deberías hacerlo ahora, el viaje que nos espera es muy largo y tienes que estar bien. —Ante la vacilación de su semblante, agrego en tono burlón—: No hay de qué preocuparse. No intentaré matarte.
Él ríe levemente, aunque los dos sabemos que es parte chiste y parte verdad. No tengo la intención de matarlo; me sirve más vivo.
—Está bien —accede—. Despiértame antes de que oscurezca, por favor. Si escuchas algo extraño afuera, despiértame antes.
—Entendido. Tú descansa.
Con la pistola por un lado se acuesta sobre su cama, con el pecho tocando el suelo y descansando la cabeza sobre el brazo estirado, como si fuera una almohada. Qué posición más rara para dormirse.
Al poco rato escucho su respiración compasada y uno que otro resoplido. Me quedo quieta y con la pistola bien sujeta, pero al final opto por ir a la cocina por una taza de café para no quedarme dormida. No pude dormir la mayor parte de la noche, y ver a Evian me induce a cerrar los ojos también por el cansancio que cargo. Me llevo la taza al montón de cobijas y me siento ahí mientras me lo tomo a sorbos, con los oídos muy afilados por si percibo algo fuera de lugar. Me distraigo acariciando el botón negro, redondeando su forma circular con los dedos y tanteando cuáles son las partes más gastadas, tomando el café a tragos hasta que se me termina y tengo que ir por otra taza.
Es ya de noche cuando salgo de mi estupor. Lo discierno porque no se cuela absolutamente nada de luz de entre las aberturas de las ventanas. Evian me dijo que lo despertara cuando anocheciera. Pero se ve tan tranquilo y cómodo, como si estuviera teniendo un buen sueño, que no quiero arruinárselo. Seguramente no muy seguido puede dormir largamente. Un par de horas más le harán bien y estará mejor descansado para el viaje. Así que dejo que continúe dormido y voy por mi tercera taza de café. Si sigo así no podré conciliar el sueño en toda la noche a causa de la cafeína.
Recargo la cabeza en la esquina del duro sillón, aburrida hasta la médula. Sigo acariciando el botón, pero esa acción se ha vuelto como algo natural y desenvuelto de mis dedos. Paseo la mirada por las paredes y el techo, las vigas que sostienen la estructura, las tablas mohosas que forman el suelo, los lados donde ha colapsado y quedan huecos negros, las telarañas que parecen ser los adornos más abundantes por aquí y, sin darme cuenta, mi mirada se detiene en Evian. No hay mucha diferencia en su rostro dormido o despierto, luce igual de... tranquilo. Posee esa calma que a mí me falta. Detallo la figura de su nariz cincelada, la forma cuadrada de su rostro, la mandíbula suavizada y al mismo tiempo fuerte, las largas pestañas que le tocan las mejillas, los pómulos altos y un tanto marcados por la extenuación, las ojeras contrastadas con su piel pálida que solo logran darle un aspecto infantil, el pelo castaño que ha crecido unos cuantos centímetros para sobresalirle un poco en la frente sin tocarle aún las orejas, la barba incipiente de algunos tres días, los labios entreabiertos, aspirando y expulsando aire, la piel tersa y los lunares cafés del cuello y las mejillas dispersos y resaltados ...
Noto cada detalle, únicamente porque no tengo nada más que hacer y, además, resulta interesante observarlo.
Me levanto por una vela para seguir con mi escrutinio. La busco entre la alacena sin portilla, pero solo encuentro más frascos y vajillas de porcelana con grabados antiguos. Cuando finalmente encuentro una, al final y escondida entre tarros, la dejo sobre el pretil de cemento ocasionando un sonido leve pero audible. Me hace dar un bote, preguntándome si realmente el ruido lo hice yo con la vela o fue otra cosa. La enciendo rápidamente, sintiéndome inesperadamente nerviosa estando a oscuras.
Estoy por volver a mi posición cuando vuelvo a escuchar otro ruido, esta vez más perceptible. Podría ser el de un viento azotando las ramas de los árboles más cercanos o el aterrizaje de algún pájaro sobre el techo. Podrían ser cientos de cosas, pero mi mente paranoica arma muchas más opciones que no pintan nada bien. Lo mejor será despertar a Evian.
Pero antes de dar el siguiente paso escucho otra vez, y ahora lo percibo mejor. Son como pisadas sigilosas tanteando el siguiente paso para no llamar la atención. Lo oigo cerca. Afuera. La madera es tan vieja que es imposible no hacer ruido al pisarla, y ese es el ruido que he estado escuchando: el chirrido de la madera al aplastarla. ¡Alguien está afuera! Y por sus pisadas, intuyo que está muy lúcido.
Me precipito hacia Evian, intentando no hacer el más mínimo ruido. Le toco el hombro con urgencia y se despierta al momento. Sus ojos me encuentran y se alertan. Está por hablar, pero yo le toco los labios con los dedos para que guarde silencio. Me acerco a él, mi respiración agitada choca en el costado de su cuello.
—Hay alguien afuera —le susurro en el oído para que nadie más que él pueda escucharme.
Se tensa considerablemente y entre la oscuridad busca su pistola para tomarla.
—Es un... humano —vuelvo a murmurarle—. Está examinando la casa por fuera, probablemente no sepa de nosotros, pero quiere entrar.
—Alístate —habla, con el mismo tono bajo que yo—, partiremos ahora mismo.
Me muevo con cuidado, intentando pisar la tabla correcta para que no chirríe y nos delate. Me pongo la chaqueta y me ajusto la mochila al hombro junto a la cantimplora. Evian hace lo mismo.
Me señala las escaleras, como una indicación muda para que las suba. Quiero decirle que no, porque si el sujeto entra y examina toda la casa, nos encontrará escondidos en alguna de las tres habitación del segundo piso. Lo mejor es que salgamos al patio trasero, donde él tiene su huerto y está el bosque.
—Evian...
Se me aproxima tanto que nuestra ropa se toca e inclina e rostro hacia mí para susurrar:
—Entra al almacén, en el centro del techo hay una abertura cerrada que te llevará al cobertizo. Quédate allí y enciérrate, yo iré después de buscar algo que necesito. —Me toma la mano y da tres toques con su dedo pulgar en mi dorso—. Tres toques y sabrás que soy yo.
Solo percibo oscuridad. Evian apagó la vela. Tanteo el suelo y los hoyos para subir los peldaños uno en uno. Sin mirar atrás camino por el pasillo, buscando a tientas la manija, y cuando la encuentro y estoy a punto de entrar, un golpe sordo en la puerta de la entrada me hace respingar. Ingreso al almacén con el corazón martilleándome en los oídos. El techo es demasiado alto para alcanzarlo de puntillas, así que palpo las cajas en busca de una que sea lo suficientemente sólida para soportar mi peso. La coloco donde creo es el centro del techo y lo toco en busca de alguna bifurcación o manija. Hallo un pequeño y casi imperceptible saliente que aferro con las uñas para abrirlo. Lo consigo, se abre un cuadrado de techo que revela más densa y tenebrosa oscuridad, pero olvidándome del miedo me engancho del borde y haciendo fuerzas con los brazos me alzo para adentrarme en la abertura. Las piernas me quedan colgando y una punzada de dolor me recorre las extremidades por el esfuerzo, pero consigo subir por completo. Me recargo las rodillas y cierro la escotilla de la abertura, como en el refugio del Sr. Sterling.
Me quedo ahí, quieta y sin respirar, con los oídos agudizados para escuchar cualquier clase de ruido. Espero impacientemente los tres toques o la voz de Evian pidiendo ayuda. ¿Qué tanto necesita buscar para arriesgarse de esa manera?
Recargo las manos en el suelo debajo de mí, áspero y alfombrado. Me quedo muy inmóvil y atenta. Transcurren los minutos y no escucho nada. El silencio se me antoja tenebroso y macabro, asustándome mucho más.
Cuando estoy por salir del cobertizo para buscar a Evian, tres ruidos bajos se hacen presentes alrededor. Toc, toc, toc. Me apresuro a abrir la escotilla. Mi mirada preocupada se encuentra con la de Evian. Se cuelga del borde y se impulsa con las manos para subir. Cuando ya lleva la mitad del cuerpo dentro lo ayudo para cerrar en cuanto antes la abertura.
—¡Ahhh! —grita Evian.
Su grito suelta una alarma dentro de mí que me estimula a atraerlo hacia mí con más bríos. Por debajo de él veo otra figura, una grande y perteneciente a un humano lúcido. Lo jalo con tantas fuerzas que tropiezo y él cae sobre mí. Se retira de inmediato para cerrar la escotilla, palpa la alfombra con urgencia y al encontrar un candado lo coloca de inmediato.
—Tenemos que salir de aquí —me dice.
Antes de que pueda preguntarle cómo si no hay ninguna salida él quita unas cajas apiladas que ocultan una ventana grande y empañada. La despliega y al momento una exhalación de viento ingresa y me roza las mejillas. Me estremezco.
—Yo primero, así podré atraparte —dice y sin titubear, da un salto y lo pierdo de vista.
Un grito se me queda ahogado en la garganta y me aproximo para ver la altura. Son más de cinco metros. Es demasiado. Lo escucho gruñir, pero sé que está bien.
Es mi turno. El sujeto desconocido golpea la entrada del cobertizo en un intento por romperla. Me vuelvo a estremecer, no sé si por el frío o el miedo. Y salto. Todo sucede tan rápido. En menos de un suspiro mi cuerpo desciende y cae sobre Evian. Él se desploma conmigo encima, pero nos levantamos al siguiente segundo.
—Corre —me susurra tan bajo para que solo yo lo escuche.
Delante de nosotros yace el bosque, silencioso y sombrío, el mejor escondrijo para quitarnos de la vista del hombre. No veo a Evian, no me veo a mí ni tampoco nuestro sendero, así que busco su mano a tientas entre la penumbra y se la aprieto muy fuerte para no perdernos, mientras corremos directo a la profundidad del bosque.
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