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26

Tengo el cañón a la altura de los ojos, a escasos centímetros de distancia. Una mano grande la sostiene de la empuñadora, y al seguir el camino de su largo brazo hasta su cara, me encuentro con los ojos de un chico que parece de mi edad.

Pasan segundos largos e importantes donde solo nos miramos el uno al otro. Me quedo estática en mi sitio y miro a intervalos el cañón de la pistola aún apuntada hacia mí y él.

—Lo siento —dice y baja la pistola a su costado—. Creí que eras uno de ellos.

Me tranquilizo notablemente al ver que ya no me apunta, pero las posibilidades de que vuelva a levantar esa arma son muchas, por lo que permanezco erguida y con una falsa expresión impávida, aunque por dentro el miedo me consume.

—Yo... te vi desde la ventana de mi casa. Pensé que eras uno de ellos y decidí venir a... —Se calla—. Estás muy expuesta.

—¿Tienes un refugio? —Es la primera vez que escucho mi voz después de muchos días de mutismo. La última vez que pronuncié palabra fue con la niña. De eso ha sucedido largo tiempo, o al menos así lo siento, como una eternidad.

—Sí, una casa. Hay comida y agua. —Me escudriña con discreción—. Te encuentras débil. Podrías venir conmigo, si quieres.

Lo examino yo a él. Lleva una mochila colgada del hombro y aferra la alargada pistola con destreza. Curiosamente su ropa está limpia, sin un ápice de mugre o sangre seca, como seguramente está la mía. Intento calcular su edad; no tendrá más de veinte, probablemente estuviera en la preparatoria.

—¿Hay alguien más contigo? —le pregunto cuando he salido del tubo de conducción y caminamos juntos, lado a lado.

Baja la cabeza y responde con tono sombrío:

—Estoy solo.

No se ve como alguien peligroso. Mi mente me susurra que pudiera estarme guiando a una trampa o me está engañando, así que camino con sigilo, prestando atención a cada uno de sus movimientos o palabras para distinguir la mentira que pudiera estarme ocultando. Aun así, necesito ir con él. Dijo que tiene comida y agua, y en este momento es lo que más necesito. Podría pagarle por la comida y cuando me sienta mejorada retomar mí marcha a Grux.

—¿Por qué creíste que era un no consciente? —inquiero.

—¿Un qué? —Se detiene abruptamente para voltearse a mirarme.

—Así se llaman las criaturas enfermizas —explico con obviedad—. No conscientes.

—No lo sabía —murmura, retomando la caminata. Yo lo sigo por detrás—. Creí que eras uno de ellos por... tu aspecto.

Tengo la ropa sucia, con sangre seca y desgarrada de algunas partes. Me toco el pelo de un movimiento rápido para que él no pueda verme y lo siento apelmazado en la coronilla y duro. Luego me toco el rostro con los dedos. Se impregnan de un polvillo café y seco. Recuerdo haber tomado agua directo de una charca fangosa, así que obviamente me llené el rostro de lodo. También tengo las manos salpicadas de polvo que ya se ha endurecido.

—No te preocupes —dice—, podrás darte un baño en cuanto lleguemos.

Retira un par de arbustos que se interponen en nuestro camino para permitirme ver una arcaica casa de dos pisos, apolillada y llena de telarañas.

—Era de mi tío —explica. Avanzamos hacia los cuatro escalones de la entrada que chirrían bajo nuestro peso. Hay una baranda que rodea la casa, saturada de espesas telarañas. Todo tiene una tupida capa de polvo y de las esquinas del techo cuelgan grandes enjambres de abeja. Percibo un olor a madera vieja y moho.

Se detiene frente a la deteriorada puerta con mosquitero y busca entre los bolsillos de sus pantalones probablemente una llave.

—¿Dónde está él?

Se queda inmóvil por unos segundos con la llave en el ingreso de la cerradura.

—Murió —contesta.

Abre la puerta y se hace a un lado para que pueda pasar. Si por fuera se nota antigua y descuidada, por dentro tiene la perfecta apariencia de una casa que no ha sido habitada por décadas. Las barras burdas de madera que forman el suelo se inclinan un poco al pisarlas y algunas han colapsado.

—Mira bien por dónde pisas —me avisa.

Hay un televisor añejísimo de los que se utilizaban hace mucho tiempo, que son pesadas cajas cuadradas con antenas largas. Está muy polvoriento, demostrando que nadie lo ha utilizado en años. Frente a él hay un sillón con el algodón y los alambres salidos. Son muebles que ya nadie tiene.

—¿Tu tío vivía aquí antes de morir?

Él está en la cocina, dejando la mochila sobre el pretil de cemento y moviéndose frente a lo que parece un fogón. Nunca había visto uno, solo en los libros de la Confederación donde se relata lo que era antes de la sociedad. Me acerco lo suficiente para verlo bien.

—Sí, a él no le gustaba nada relacionado con la nueva tecnología y las modas.

La cocina en un pequeño espacio cuadrado con repisas en las paredes que albergan frascos de vidrios con polvos y semillas. De los clavos cuelgan cazuelas carcomidas y abolladas. Hay un fregadero con las llaves viejas y mohosas. Capas de polvo cubren todas las superficies; tengo que evitar el impulso de estornudar.

—Me llamo Evian.

—Soy Francis —respondo.

—Ya te conocía.

Mira los distintos frascos de las repisas y va tomando uno por uno para leer las inscripciones que tienen con rotulador negro. «Orégano» alcanzo a ver que dice un tarro.

—Yo a ti no —digo.

Se voltea por un segundo para dedicarme una mirada de reconocimiento.

—Sí, es solo que no me recuerdas.

Pienso en su nombre, pero no se me viene a la mente ninguna persona con ese mismo nombre que yo haya conocido. Ni siquiera su rostro se me hace familiar. Y él tiene ese tipo de rostro que, cuando lo ves, ya nunca lo olvidas.

—No lo creo.

—Formaba parte del equipo de baloncesto de la preparatoria Granavox. Te vi en un par de juegos y fiestas.

Claro. El equipo de baloncesto de Magnavox competía con regularidad contra los de Granavox y la mayoría de los integrantes tenían una enemistad que iba más allá de los juegos contra los de la otra escuela.

Aun así, no recuerdo haberlo visto en la cancha al asistir a uno de los juegos, ni siquiera después, en las fiestas que solía organizar el capitán del equipo ganador.

—Tu amiga, Kesha, le rompió la nariz a un jugador en una fiesta. Yo la sostuve para que no le pegara más y las acompañé a ella y a ti a la salida para que se tranquilizara. Me diste las gracias. Fue hace como... cinco o seis meses. ¿No lo recuerdas?

—No —respondo, sorprendida de que él sí lo recuerde.

—Olvídalo —masculla, aún de espaldas a mí—. ¿Quieres comer o bañarte primero?

—Me gustaría limpiarme, por favor.

Me guía escaleras arriba, a un pequeño baño a oscuras con una regadera, un inodoro y un lavamanos. Me señala unas cubetas con agua en una esquina.

—Puedes usar esa agua para asearte. Pero no desperdicies demasiada. El pozo del que la saco se está secando.

—Entendido. Gracias.

Cuando él sale aseguro la puerta y me desprendo de la ropa. Hay un espejo arriba del lavamanos. No quiero mirar mi aspecto, porque sé que es horrendo. Pero aun así lo hago, solo para ver lo que yo ya sabía: estoy demacrada, muy delgada y mi rostro tiene cortes por todas partes. También los tengo en los brazos y piernas. Me toco el abdomen, y me asquea sentir pronunciadamente los huesos de las caderas. Me meto en el cuadrado donde está la regadera y me acerco un cubo de agua. Me mojo el cuerpo y me restriego la piel con una pastilla de jabón con olor a lavanda. Lo hago con fuerzas, con la intención de quitarme toda huella de suciedad y sangre del cuerpo, para quedar lo más limpia posible, para quitarme los rastros de la niña, del Sr. Sterling, Dagor y Maxell.

Hay una toalla con algunos agujeros que utilizo para secarme. Me resigno a ponerme el mismo cambio de ropa que traía puesto, pues me arrebataron la mochila donde llevaba la otra pila.

Salgo del baño, a un largo pasillo con tres puertas más. No me atrevo a ver qué hay detrás de ellas; no quiero ser indiscreta o que eso le moleste a Evian. Bajo las escaleras lentamente, tanteando cada escalón por la oscuridad que hay. Él está en la cocina, acomodando frascos en la repisa. Ha hecho dos camas improvisadas con cobijas gastadas. Tácitamente me está dando permiso para quedarme aquí. Pero ¿de verdad pasaré la noche en este lugar? Afuera es más peligroso de noche, pero puede que aquí también. Al dormirme puede aprovechar para desarmarme o matarme. Al igual que afuera, esta casa no es segura, ni tampoco él. Pero no tengo más opciones.

El fogón encendido calienta el interior de la casa. Ha colocado dos velas dispersadas por la cocina y la sala para iluminar tenuemente. Me asalta el pensamiento de que los no conscientes podrían ubicarnos desde lejos por la luz, pero después advierto en que las ventanas están cubiertas por tablas con clavos al igual que la casa del Sr. Sterling. Me acerco un poco al fogón, quedando en el límite de la cocina pero recibiendo la calidez de la lumbre. Me hace recordar las anteriores noches gélidas que he pasado y la sensación convulsa del frío asaltándome.

Evian me tiende un plato de hojalata con sopa humeante y un trozo de carne. ¡Carne! Casi grito de la emoción, pero mantengo mi agitación a raya y tomo el plato articulando unas impasibles gracias, aunque por dentro mi estómago rebota de la alegría y rugue más fuerte. Lo dejo sobre el pretil y también agarro la cuchara que Evian me ofrece. Pellizco un poco de sopa y me la meto a la boca con tantos modales como puedo, pero unos impulsos salvajes me estimulan a comerme el trozo de carne caliente de una feroz mordida.

—¿De dónde sacas la comida? —le pregunto, con la intención de no prestarle tanta atención a mi plato y su apetitoso aroma por no perder los modales.

—Mi tío se abasteció antes de que todo ocurriera. Y yo sé cazar. Él me enseñó.

—O sea que tu tío también lo sabía —murmuro, más para mí que para él.

—No lo sé. A veces pienso que sí.

Desmenuzo el trozo de carne. Está muy caliente y al probarlo paladeo especias que lo hacen saber más jugoso. Es gallina o alguna clase de ave. Su sabor sustancioso me llena la boca y mi estómago lo recibe plácidamente. No recuerdo cuándo fue la última vez que comí carne; solo tengo entre los dientes el cargante sabor de las sopas que ingería todos los días.

—¿Quieres un poco de pomada para tus heridas? —me pregunta.

Me toco la mejilla, donde siento leves pero juntas protuberancias. Son los cortes que me hice al chocar con los espinos al huir de los no conscientes.

—No me duelen. —Me encojo de hombros.

Tengo varias cosas que quiero preguntarle, como si realmente me dejara quedarme esta noche en su casa. ¿Cuánto tiempo lleva aquí? ¿Desde que todo inició ha estado solo? ¿Sabe sobre el refugio en Grux? ¿Ha usado esa arma que lleva consigo con alguien más que un no consciente?

Las preguntas se agolpan y las ilusiones de por fin tener un acompañante en este viaje quieren entrar en mi mente, pero esta vez no les cedo el paso. Solo permaneceré aquí esta noche y mañana partiré. No quiero ilusionarme imaginando un recorrido a Grux con este chico, cuando puede que le ocurra a él o a mí lo mismo que a la niña. Me concentro en roer el hueso que ha quedado después de comerme toda la carne de alrededor.

—Me gustaría quedarme esta noche aquí, si tú me lo permites. Solo será esta noche y podría pagarte —me apresuro a decir.

—No necesito el dinero, pero sí puedes quedarte. Es demasiado peligroso estar allá afuera.

Le dirige una mirada a una de las ventanas ensambladas y yo me estremezco levemente.

Al terminar de comer apaga el fogón echándole cenizas y también una vela, dejando encendida solamente una. La lleva a la sala, a las dos camas improvisadas que ha formado, y la deja en el centro. Él se sienta con los zapatos puestos y la pistola alargada por un lado, sosteniéndola con una mano. Decido hacer lo mismo: al recargarme contra el sillón descolorido saco la pistola que me dio Maxell y la poso sobre mi pierna. No sé por qué lo hace él o por qué lo hago yo, si por prevención a los no conscientes o a nosotros mismos. Pero si me tuviera desconfianza, ¿para qué traerme a su casa?

Le dirige una mirada de lleno a la pistola ubicada en mi muslo y después a mi rostro. Estamos frente a frente, ninguno de los dos dispuesto a dormir. Tal vez teme que aproveche su letargo para robarle el arma, robarle comida o pegarle un disparo para quedarme con todo.

Sí, eso último ha de ser. Así que probablemente preferirá quedarse despierto toda la noche para vigilarme. Pero, en ese caso, no me hubiera admitido aquí y podría dormir en paz. ¿Tantas eran sus ganas de hacer una obra compasiva que se privará de dormir?

—Puedes descansar en paz. No pienso atacarte. —Me echo sobre las cobijas viejas, dándole la espalda, pero antes capto su expresión sorprendida. No imaginaba que me animaría a decirle eso.

—Lo sé —responde después de un instante—. Pero prefiero dormir unas cuantas horas en el día. Las probabilidades de que alguien intente entrar son por la noche.

Puede ser que vigile que nadie irrumpa en la casa, pero intuyo que también sostiene esa pistola por mí.

Observo las formas alargadas y fantasmagóricas en las paredes y el techo que crean la luz de la vela encendida hasta que me quedo dormida. Sé que me sumergiré en un sueño donde veré a mis padres o a Alya y Brya, y espero ansiosamente a ver sus rostros o la escena, pero me petrifico cuando veo únicamente a Maxell.

Al principio pienso que solo es un no consciente. Está del otro lado de una malla metálica como en el ensueño que tuve de prueba en la preparatoria. Pero después de escudriñarlo bien, advierto que es Maxell, con la piel cayéndosele a tiras, sin el ojo izquierdo, sangrando y los huesos saliéndosele de la cadera. Después, ya no nos divide una malla metálica. Corro para huir de ella, pero es rápida y me alcanza, tumbándome al suelo y encajándome las uñas afiladas en la carne.

La pesadilla termina y me levanto agitada, con la respiración discontinua y la frente perlada de sudor. Miro mi entorno porque no sé dónde me encuentro, pero conforme vislumbro las figuras de los muebles viejos y la suave luminosidad recuerdo la casa del tío de Evian y a él mismo. Viro la cabeza a un lado y lo encuentro, sentado en la misma posición que cuando me dormí, mirándome con ojos grandes y curiosos.

—¿Estás bien? —inquiere.

—Sí.

Sé que ya no podré dormirme, y no quiero hacerlo. No quiero volverme a encontrar con una Maxell transformada pretendiendo atacarme. Desde que la dejé atrás no había vuelto a pensar en ella, hasta este día. Y seguramente eso me llevó a soñarla. Pero me hubiera gustado verla de otra manera, cuando estaba sana y lúcida y me platicaba sobre Robin, Luce, Lyo y Brown.

Miro mi reloj. Son las tres de la madrugada; faltan muchas horas para que amanezca y ya no podré dormirme de nuevo. Suspiro resignada y recargo la espalda en el sillón, volviéndome a fijar en las sombras del techo.

—¿Y tu familia? —pregunta.

—Muerta.

La palabra suena extraña entre mis labios, como si fuera de otro idioma o no conociera realmente su significado. La siento triste, también. Solo ahora sé lo que representa: un profuso dolor dentro del pecho e incalculables lágrimas agrias.

Pero Evian me está preguntando por toda mi familia, no solo mi madre.

—Mi padre no sé si está vivo o... —No quiero volver a decir la palabra—. Estoy segura de que mis hermanos están vivos. Pero mi madre ya no.

—¿Por qué no estás con tus hermanos?

—Estábamos en un grupo grande y nos dirigíamos a Grux por medio del tren aéreo. Pero yo no alcancé a entrar.

—¿Por qué se dirigían a Grux?

Al parecer él no ha escuchado la estación de radio de Vic Claiton, pues cuando mencioné a los no conscientes él no sabía quiénes eran. Así que tampoco sabe sobre Grux.

—Hay refugios establecidos en Petrox y Grux. Están invitando a la gente a ir. Tienen suministros y seguridad. El grupo con el que estaba se dirige hacia allá.

—No lo sabía —murmura.

—Claro que el viaje es difícil y largo. La ciudad más cercana a Avox es Grux, pero estando allí los no conscientes no pueden atacar a nadie.

—¿Tú irás?

—Debo encontrarme con mis hermanos —asiento—. ¿Tú qué planes tienes?

—Mi tío se abasteció de comida para meses. Pensaba permanecer aquí hasta que se terminara o el pozo se secara. Pero después... No había pensando en un después.

Sin cavilarlo dos veces, digo:

—Podrías venir conmigo. Será un viaje de muchos días y podemos estar seguros de que habrá peligro —No menciono que cabe la posibilidad de que no lo logremos—, pero vale la pena intentarlo. Al llegar ya no tendremos que preocuparnos de nada de esto.

No es momento para decir que prefiero viajar sola, como hice con la niña. Si Evian y yo viajamos juntos será un beneficio para los dos. Solo quiero encontrarme con Alya y Brya como dé lugar.

—No lo sé... —Hay vacilación en su voz.

—Piénsalo —propongo—. Partiré en cuanto amanezca.  

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