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22

Vladimir y Axel han tomado el mando del grupo ahora que ya no está el Sr. Sterling. No nos lo dicen, pero lo notamos cuando los dos se ponen frente a todos en esta junta que han organizado.

—Levante la mano quién esté de acuerdo en ir a Grux —pide Axel.

La primera en hacerlo es Corix, y le siguen más manos. Alya y Brya me miran, esperando a ver cuál será mi reacción para que ellos hagan lo mismo. Pero no sé qué hacer. El Sr. Sterling quería quedarse aquí, y tal vez, en su momento, lo hubiera apoyado. Pero ahora sé lo que él realmente deseaba: morir aquí. Quería hacerlo solo, sin arrastrar a nadie junto a él. Además, yo tengo dos personas en quienes debo pensar, y aunque ir a Grux sea un peligro, no tenemos otra escapatoria más que esa.

Levanto la mano. Alya y Brya también lo hacen.

—Bien. Prepárense —dice Vladimir—, partimos mañana

—¿Cómo vamos a llegar a Grux? —pregunta Jizo.

Axel y Vladimir comparten una mirada, y es el primero quién habla:

—Pensábamos en idear una manera entre Vladimir y yo para no inquietarlos a ustedes, pero si quieren podríamos comentarlo ahora.

Hay un coro de afirmaciones.

—Si vamos a pie tardaríamos más de tres días. Pero si el clima sigue así podríamos tardar más —dice Vladimir—. ¿Alguien propone algo diferente?

Si lo hacemos a pie estaríamos muy expuestos, seriamos presa fácil para los no conscientes.

—Ir a pie no es buena idea —dice Lihn—. Podríamos viajar por las tuberías.

—No conocemos las redes ni tenemos mapa. Nos perderíamos —replica Axel.

—No veo otra forma de hacerlo. Es a pie, en la superficie, o por debajo.

—Vic dijo en una transmisión que las redes están atestadas de no conscientes. Y Axel tiene razón: no duraríamos en las tuberías ni medio segundo sin saber por dónde ir o podríamos hallarnos a los no conscientes—indica Rex.

—Entonces no tenemos muchas posibilidades —objeta Lihn.

A nadie se le ocurre nada aparte de esas dos opciones, y a mí tampoco.

—Podríamos viajar en el tren aéreo —susurra Estaquis.

Todo lo volteamos a ver y él se encoge en su sitio, como si no quisiera llamar nuestra atención. Vuelve a ser tímido y cohibido. La alegría que rebozaba el día que nevó fue pasajera. Aun así, tiene razón. Usar el tren aéreo funcionaría.

—¿Qué dijiste, Estaquis? —pregunta Axel.

Nos mira a todos y se encoge un poco más.

—Dije que podríamos viajar en el tren aéreo. —Alza un poco la voz para ser oído.

—Han cortado la luz y no creo que haya alguien manejando esa cosa. ¿Para qué lo haría? Ya no hay gente que transportar.

Axel no lo sabe. Ninguno de los que están aquí lo saben, porque pertenecen a las partes bajas de Avox y no les enseñan esto en la escuela, si es que pueden ir. Espero a que Estaquis le indique su error y les explique a todos su idea, que en mi cabeza empieza a tomar forma, pero se queda callado.

—El tren aéreo es inalámbrico, supervisado desde una parte remota por la Confederación —digo—. Siempre está en movimiento. Desde su construcción no se ha detenido nunca.

—Bueno, tal vez con el ataque perdieron el record —arguye Axel.

Sacudo la cabeza.

—Si lo que la Confederación quiere es que lleguemos a las ciudades de refugio sanos, la única forma de hacerlo es el tren aéreo.

Oír la palabra «Confederación» no le sienta muy bien a nadie.

—¿Las ciudades son de la Confederación? Eso no puede ser. ¡Ellos quieren eliminarnos! —dice Jizo.

Al parecer ninguno de nosotros había pensando en eso hasta ahora.

—¿Y si es una trampa? —jadea Magda.

—No lo creo —niega Rex—. Vic no nos hubiera dado el informe si hubiera creído que era una trampa de la Confederación.

—Trampa o no están brindado refugio y suministros —dice Vladimir—. Estaquis y Francis, ¿están seguros de que el tren aéreo sigue en funcionamiento?

—Sí —responde Estaquis.

—¿A cuanta distancia de aquí?

—La parada más cercana es en el Muelle Avox —respondo—. Nos queda a... veinte o treinta cuadras saliendo de Villa Avox.

—¿Cada cuándo son las paradas?

—Cada veinticinco minutos. Pero tal vez hayan cambiado el horario —digo.

—Todos están dispuestos a ir a Grux —determina Vladimir—, así que mañana partimos.

Me abrocho las agujetas de los zapatos con doble nudo y cuando termino me aseguro que estén bien amarradas. Lo único que quiero hacer es ganar tiempo, aunque Axel y Vladimir nos apuran a alistarnos más rápido.

Ya no estoy tan segura de querer emprender este viaje. Pero ¿qué otra opción tengo? Una parte de mí, recóndita y susurrante, la que me repite vez tras vez cuando entro en pánico que esto es un sueño, me está diciendo que me quede aquí, con el Sr. Sterling, que le haga compañía para que no se quede solo.

«Hay un sitio libre al lado de Amelia y el Sr. Sterling —pienso—. Podría hacerles compañía.»

La propuesta suena tentadora, pero al mirar a Brya luchando con los botones de su abrigo, sé que no podría. Alya y Brya me necesitan.

—Deja te ayudo. —Me acuclillo frente a él y le abotono el abrigo. Verlos me recuerdan al mío, y me llevo una mano al bolsillo derecho de mi pantalón para verificar que siga ahí.

Al unirle el último botón advierto en que sus manitas están temblando. Y al mirarlo a la cara, veo que está asustado. Yo también lo estoy, pero intento esconder mi miedo.

Le sostengo las manos. Son tan pequeñas. Al igual que él.

Quisiera evitar que pasara por todo esto. Quisiera que hubiera otra forma de mantenerlo a salvo donde no tuviera que arriesgarse y ver cosas horrendas.

—Todo estará bien —le digo—. Nosotros estaremos bien.

—Tengo miedo, Francis.

Su voz encogida y su semblante abatido provocan que el pecho me duela. Involuntariamente le tiemblan los labios, como si estuviera a punto de llorar. Espero a que lo haga, a que llore y tenga que abrazarlo para tranquilizarlo. Pero las lágrimas nunca llegan. Es muy valiente.

—Yo protegeré de ustedes. —Le acaricio la mejilla. El gesto me recuerda a mamá, que siempre lo hace con él cuando algo le asusta, y eso siempre lo tranquiliza. Espero que ahora surta el mismo efecto—. No permitiré que nada les suceda a ti y a Alya.

Una lágrima rebelde se le filtra de entre los párpados y le resbala por la mejilla. Pero antes de que pueda llegar más lejos, la barro y lo atraigo hacia mí mientras le susurro que estaremos bien, en un intento porque se lo crea y yo también me lo crea.

Después le desenredo el pelo a Alya y se lo agarro en una coleta. He perdido la práctica, pues desde hace meses que yo no me hago este tipo de peinados. Ella no me dice nada, aunque noto ese brillo temeroso en su mirada mientras me da las gracias cuando termino y me abraza.

Siento que se está despidiendo de mí, y tengo la necesidad de decirle que esto no es una despedida. Me alejo de ella un poco, lo justo para mirarle la cara, y sostengo sus hombros mientras le digo:

—Estaremos bien, Alya.

Ella se limita a volverme a abrazar. Quisiera quedarme así por mucho tiempo, pero la voz de Vladimir me obliga a separarme de ella.

Por un momento, creo oír la voz del Sr. Sterling mofándose de mí: «¡Estás siendo positiva, Francis! Aunque sabes lo que les esperaba allá afuera».

No le hago caso y empiezo a llenar mi mochila con lo que necesito. Vladimir hace reparto de dos barras de cereales para cada miembro junto a una botella de agua. Yo tengo un par de chocolates al fondo de la mochila que nunca saqué al llegar aquí. También palpo los fajos de billetes que tomé del despacho de mi padre, así que si el dinero todavía tiene algún valor, me será indispensable para comprar más comida. Doblo mi cobija y la meto en la mochila junto a mi muda de ropa. Ayudo a Alya y Brya a hacer sus mochilas y superviso que lleven todo lo que necesitan.

Esperamos los tres sentados en mi catre para que den la indicación para irnos. Algunos han optado por cargar con los catres, pero si tenemos que correr, el peso de excesivo los hará perder rapidez y, al final de cuentas, tendrán que dejarlos. Es mejor viajar con poco, lo indispensable.

—¡Hora de irnos! —grita Axel.

Nos apilamos en la escotilla. No me tomo demasiado tiempo en mirar a los otros, pero por el rabillo del ojo veo el terror impreso en los semblantes de los gemelos. Corix intenta tranquilizarlos, pero ella también tiene miedo, aunque fue la primera en levantar la mano con la propuesta de ir a Grux.

Yo también tengo miedo. Conforme la idea de lo que vamos a hacer se hunde en mi mente, siento más miedo y quiero retroceder.

—Permaneceremos juntos —dice Vladimir—. Nos ayudaremos en la medida posible e intentaremos que todos lleguemos al tren. Sean sigilosos y no hagan ruido para no llamar la atención de los no conscientes que estén cerca. —Aguarda un momento—. ¿Están listos?

Hay un murmullo de afirmaciones.

Uno por uno va subiendo por la escotilla. Maxell espera su turno junto a mí, sin decirme nada. Pero sé que también tiene miedo.

Cuando todos estamos en la sala del Sr. Sterling lanzo una breve mirada a la puerta que dirige al patio trasero, en una despedida silenciosa para él y su esposa.

—¿Tu pistola aún tiene balas, Francis? —me pregunta Axel.

—Ocho —respondo.

—Ve detrás del grupo con Maxell y Lihn —ordena—. Vladimir, Rex, Jizo y yo por delante.

Le entrega a Jizo la pistola que anteriormente perteneció al Sr. Sterling. Me acomodo en el lugar que me señaló y saco la pistola. Somos siete los que llevamos pistolas, pero Corix, Annax, Estaquis, Magda y Elune han tomado los cuchillos de las alacenas del refugio antes de salir.

Vladimir le quita los cuatro seguros a la puerta y la abre. Una bocanada de aire frío se cuela y hace estremecer a varios, aunque no sé si es lo gélido del viento o su propio temor lo que los hace tiritar.

—¡Vamos! —dice Vladimir, lo suficientemente alto para ser escuchado solamente por nosotros.

Ya no nieva. Pero el suelo está cubierto de nieve que aún no se derrite. El sendero adoquinado está congelado bajo mis zapatos y bifurcaciones de agua escarchada se sostienen de los árboles y techados. Parecen más bien dedos huesudos y puntiagudos. Cojo uno y me lo meto a la boca para que me quite la sed. No tiene buen sabor, pero refresca la garganta.

La calle está desolada. Ojalá la nieve hubiera congelado también a los no conscientes, pero eso es mucho pedir. Deben de estar por ahí, al acecho. Solo hace falta que se den cuenta de nosotros, y no nos dejaran en paz.

Caminamos a paso constante. No corremos, porque nuestras pisadas rebotando en el asfalto podrían llamar la atención de los no conscientes. Sostengo la pistola a la altura de mi rostro, mirando cada casa, cada ventana y cada calle entrecruzada que recorremos. Alya y Brya caminan delante de mí. Se sostienen las manos. Las piernitas de Brya son tan cortas que tiene que dar dos pasos mientras todos damos uno. Es el más pequeño del grupo.

Exhalo y el vaho baña mi visión. Es todo lo que veo por un instante. Hago la cuenta de las cuadras que nos faltan para salir de Villa Avox. Nueve, tal vez once.

El vaho se disipa, pero al volver a exhalar, otra afluencia cubre mi enfoque.

De pronto, la relativa calma en el entorno se transforma. Se escucha un golpe brusco, como un pesado objeto siendo arrojado al suelo, y después pisadas. Giro la cabeza, el vaho que exhalo no m permite ver bien, pero cuando se desvanece, veo una horda de no conscientes saliendo de una mansión a cuatro cuadras de nosotros.

Sus innumerables gritos llegan a los oídos de todos, que también voltean a verlos.

—¡Corran! —gritamos Maxell y yo al mismo tiempo.

Nuestros pasos dejan de ser constantes para volverse una carrera. Ya no podemos evitarlo; nuestras pisadas aceleradas rebotan en el asfalto congelado, y un poco más atrás, las de los no conscientes.

Maxell comparte una mirada conmigo que lo dice todo y toma de los hombros a Alya para acelerar el paso, mientras que yo jalo del abrigo a Brya, casi haciéndolo ir a rastras. Dejamos atrás a Corix y a los gemelos. Lihn también se les adelanta a ellos. No puedo pensar en Corix, Brux y Cory. Mis hermanos son mi prioridad.

Una mirada sobre el hombro me hace ver que los no conscientes están detrás de nosotros. Algunos corren como perros, posándose sobre las manos y los pies, dando saltos tan grandes que el corazón se me dispara a mil. No son humanos, porque un humano no haría eso. Son... animales.

Alguien grita, y cuando volteo, entreveo que un no consciente alcanzó a uno de nosotros. ¡Uno de los gemelos! Se le deja ir como un león a su presa, lo tumba y se yergue sobre él mientras lo muerde. El rostro del niño sobresale por un segundo y grita: «¡Mamá!». Esa sola mirada, me hace ver que es Cory. Su madre grita algo que no comprendo y está por parar la marcha, pero al ver que no puede ayudar a su hija, sigue corriendo junto a Brux intentando no ser también alcanzados.

Brya y yo vamos al principio del grupo, Maxell y Alya a nuestro costado. Brya pierde el equilibro y cae, casi llevándome junto a él. Sus labios articulan: «No puedo». Vladimir, con una mano, lo alza del brazo para ponerlo en pie y seguir corriendo.

Escucho otro grito que avisa que alguien más ha sido alcanzado, pero no soy capaz de girar la cabeza para verlo.

—¡Dispérsense! —grita Axel—. ¡Nos encontraremos en el tren aéreo!

Maxell y yo nos miramos y ella señala con la cabeza el callejón que se forma entre dos mansiones unidas. Asiento y las dos corremos a esa dirección con los niños sujetos de las manos.

Los no conscientes nos pasan de largo, pero uno que va al final del grupo se percata de nosotros y nos sigue. Maxell lo derrumba con un disparo, lo que ocasiona que diez se fijen en nosotros.

—¡Por aquí! —Señalo el jardín trasero de la casa.

Maxell dispara tres veces, pero solo acierta a dos. Trepamos la valla que rodea el jardín, con la esperanza de que los no conscientes no puedan treparla. Pero lo hacen. Se pegan a ella como monos y empiezan a escalarla. A uno se le desprende el brazo en el proceso, pero no parece darse cuenta.

Hay un hoyo a unos metros. Es circular y hay herramientas desperdigadas en las orillas. Es una piscina en construcción.

Maxell suelta a Alya para que corra a mi lado y ella pueda dispararles a los no conscientes. Bordeamos el hoyo, que es profundo y tiene a tres no conscientes dentro intentando salir. Por alguna razón, no pueden. Solo sus brazos sobresalen del hoyo mientras gritan.

Maxell echa a correr cuando los no conscientes a los que aún no les dispara están demasiado cerca de ella. Uno da una zancada tan grande que la derriba, su pistola cae al suelo y ella cae en el hoyo con todos los no conscientes.

—¡Maxell! —grito y me detengo.

Percibo que pronuncia mi nombre, pero entre los gritos de los no conscientes no puedo escucharla claramente. Su mano, sana y delgada, sobresale en la orilla, aferrándose a cualquier cosa que la haga salir. Veo su rostro, asustado y luchador, tratando salir. Abre la boca, como si estuviera gritando.

La han mordido.

La mitad de su cuerpo emerge a la superficie. Nuestros ojos se encuentran por una milésima de segundo antes de que comience a convulsionarse y sus músculos se contraigan. Entierra las uñas y le brota saliva por la boca.

Las palabras se me quedan atoradas en la garganta. Me acerco unos pasos. Aunque sé que ya no podré salvarla.

Entonces, deja de convulsionarse. Su mirada se torna hueca, sin vida. Me ve, y profiere gritos coléricos que no le pertenecen a ella. Ya está contaminada.

Intenta levantarse para atacarme, pero la pierna se le ha incrustado en una vara de acero clavada en la tierra. Alza las manos en mi dirección y grita más fuerte. Las voces de los demás no conscientes se unen a la de ella.

Estoy por darme la vuelta para continuar nuestro camino, porque ya no puedo hacer nada por ella. Pero un fragmento de una conversación que le escuché tener con Axel y Rex se me viene a la mente: «No quiero convertirme en uno de ellos. Antes de hacerlo, me mato. O les doy la pistola para que ustedes lo hagan por mí».

Perdió la pistola antes de caer en el agujero. No pudo darse un disparo. Todo sucedió tan rápido.

Oigo el clic de la pistola al quitarle el seguro. La sostengo entre las dos manos, con el dedo índice muy cerca del gatillo, apuntándola.

Ya no es Maxell. Solo es... un animal. Maxell ha muerto. La he dejado atrás. Esta criatura solo tiene su aspecto, pero no es ella. Ella ya está en tranquilidad.

Así que, armándome de valor, lo hago por primera vez.

Apunto.

Y disparo.

—¡No se detengan! ¡Ya casi llegamos! —les grito.

Sostengo la mano de Brya y Alya corre a mi otro costado. El arco de la entrada de Villa Avox se alza ante nosotros, imponente e indicándonos la meta.

Estamos tan cerca.

Al cruzarlo, pienso en nuestra casa. No volveremos. Nunca.

«Adiós.»

Cuento las cuadras que recorremos, que nos acercan cada vez más al tren aéreo. Veintiuno... veintidós. Alya se detiene un instante para tomar aire.

—¡Ya casi, Alya! ¡Solo un poco más! —la animo.

Veintitrés... veinticuatro... veinticinco... veintiséis.

Vislumbro el alargado Muelle Avox y las vías que frotan sobre el mar. En la parada, las formas de personas esperando. Esperándonos a nosotros.

De pronto, un montón de no conscientes sale de una calle y corre detrás de nosotros.

Veintisiete... veintiocho...

De los altavoces sale una voz que me retumba en los oídos: «Tren de las ocho a.m. a punto de partir».

El terror se dispara dentro de mí y apresuramos el paso. Subimos los peldaños de las escaleras hacia el muelle. El mar reluce frente a nosotros, dándonos la bienvenida, y el Sol es obstaculizado por las nubes. Distingo la figura de Axel, agitando los brazos y gritándonos: «¡Dense prisa!», mientras sube los escalones que lo separan del muelle y el tren.

La voz femenina vuelve a sonar por los altavoces: «Veinte segundos para partir».

Y es como si la Confederación lo estuviera haciendo a propósito, adelantando el tren para dejarnos aquí y poniéndolo en movimiento para que no podamos entrar.

Impulso a Alya, que va primero en la hilera. Axel y Vladimir la toman de la mano y sus pies pisan el suelo metálico del interior del tren. Después sujeto a Brya y Vladimir alcanza a tomarlo de la camiseta.

Los altavoces dicen: «Despegando».

El tren empieza a avanzar con más velocidad. Yo me impulso hacia delante corriendo tanto como puedo.

—¡Francis, toma mi mano! —grita Axel.

Extiendo el brazo y Axel hace lo mismo. Estiro las puntas de mis dedos. Los rostros preocupados de Alya y Brya relucen detrás de él. Brya tiene lágrimas en los ojos. Quiero decirle que todo estará bien, que no llore. Pero apenas puedo correr.

Las puntas de mis dedos, por un segundo, tocan los de Axel. Y al siguiente, el tren despega con fuerzas y la mano de Axel se vuelve inalcanzable.

Veo las caritas de Alya y Brya, angustiadas y llorosas. Y también veo mi cara, que expresa algo y espero que ellos lo vean: una promesa.


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