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21

—¿Cómo murió? —pregunta Maxell.

Están a su alrededor, observándolo y averiguando qué le pasó.

—No tengo ni la remota idea —murmura Axel.

—Pudo haber sido el frío, por una hipotermia —plantea Rex.

—No fue hipotermia. Tampoco los no conscientes —habla Vladimir, por primera vez desde que los llamé para que vinieran a verlo—. No tiene cortes en el cuerpo ni indicios de haber sido torturado. Su expresión es... tranquila.

Me quedo muy quieta al lado de la ventana mientras le quita la cobija de los hombros y palpa sus piernas, subiendo por el pesado abrigo, y se detiene ahí, sintiendo un bulto que sobresale del bolsillo. Saca un pastillero pequeño y lo hace sonar.

—Esto debió haber sido —concluye.

Los cuatro miramos el pastillero.

—Así que el Sr. Sterling se suicidó... —murmura Rex.

—¿Por qué? —dice Maxell en el mismo tono bajo.

Se me viene a la mente la conversación que tuvimos hace unas semanas, la primera vez que lo escuché mencionar a su esposa, Amelia. Me dijo que a veces la extrañaba, pero otras prefería que estuviera muerta, pues ella se encuentra a salvo, lejos de los no conscientes. Y usó una palabra. Algo que nosotros no tendremos en mucho tiempo, o tal vez nunca.

—Quería tranquilidad.

Los tres se giran hacia mí al escuchar mi voz por primera vez. Todo sucedió tan rápido: yo retrocediendo y corriendo a la escotilla para llamarlos y que vinieran a verlo. Y desde ahí he permanecido en silencio, asimilando.

—Qué manera de tranquilizarse —masculla Rex.

Ni siquiera me tomo el tiempo para que la ira me llene. No es momento para hacerle caso a los comentarios estúpidos de Rex.

—¿Qué haremos con él? —pregunta Axel.

Vladimir mira el cuerpo del Sr. Sterling, con una mezcla de tristeza y consternación, como si realmente le doliera su muerte. ¿Lo conoció antes de esto? ¿Eran amigos?

Le cierra los párpados y le echa la cobija encima.

—No lo sé —susurra.

Yo sí.

Me adelanto por el pasillo repleto de fotografías. Antes de llegar, veo el horizonte blanco a través de la ventana, y cuando llego, empujo la puerta y emerjo al patio trasero. Escucho que pronuncian mi nombre a mis espaldas, tal vez Maxell o Vladimir. Pero no les hago caso. La nieve se amontona por todos lados, adornando el descuidado césped y las copas de los árboles. Busco con la mirada las azucenas, si es que aún las hay, pero es difícil distinguirlas cuando la nieve ha subido casi un metro.

—¿Francis?

Una mano se posa en mi hombro. Yo corro, la nieve es suave bajo las suelas de mis zapatos. Escarbo entre la nieve, el primer contacto es gélido, pero no paro. Siento cómo las rodillas se me congelan al igual que los dedos, pero no dejo de escarbar, porque se lo debo al Sr. Sterling.

Hago un poso mediano, pero no encuentro nada. Así que escojo al azar otra parte del patio y vuelvo remover la nieve con las uñas.

—¿Qué estás haciendo, Francis? —me pregunta Maxell por detrás.

No le contesto. Sigo escavando. Pero aquí tampoco encuentro nada. Las extremidades se me entumen y hormiguean. Dejo de sentir las manos, pero le mando la orden a mi cerebro de que no deje de escarbar.

—¡Francis, detente!

«Prefiero morir donde se encuentre Amelia. Y el único sitio donde puedo encontrarla es aquí, entre las azucenas de nuestro patio.»

Las uñas me sangran, tiñendo el color incólume de la nieve. Las mismas manos de antes me jalan justo cuando vislumbro un trozo de anaranjado debajo de la nieve. Me desprendo del agarre y sigo cavando, quitando toda la nieve de esta zona y relevando las azucenas anaranjadas, marchitas y aplastadas. Y un poco más abajo, una placa de metal incrustada en la tierra que reza: «Amelia Sterling 1984-2034».

—¡Aquí! ¡Mírenlo! —grito para que dejen de jalarme y apunto la placa.

—¿Qué es? —pregunta Maxell. Se arrodilla a mi lado y le quita un poco de nieve al distintivo para mirar mejor las letras.

—La tumba de la esposa del Sr. Sterling —respondo—. Él quería que lo enterraran junto a ella.

Cada vez que exhalo, el vaho blanco impregna el aire y forma trazos inconexos. Me concentro en eso, y en el ruido paulatino que hace la pala al raspar la tierra. Tomo una porción grande de nieve y tierra entremezcladas y las arrojo a un costado, para repetir y repetir la acción.

El trabajo debería hacerme entrar en calor, pero sigo teniendo frío. Mis manos están fuertemente agarradas del asa, pero ni siquiera tengo buena inmovilidad en ellas. Los hormigueos que me recorren la piel de los brazos y rostro me avisa que el cualquier momento tendré que detenerme. Pero no quiero.

—Deja que te ayude con eso —dice Axel y me quita la pala.

—Gracias. Pero yo puedo hacerlo.

Niega con la cabeza. Encaja la pala en el suelo y levanta una gran cantidad de tierra.

—Yo me encargo. Descansa un poco, Francis.

Me sacudo los zapatos antes de entrar al interior de la casa, donde están Maxell y Vladimir hablando en susurros.

—¿Qué sucede? —pregunto.

El cuerpo del Sr. Sterling se halla en un rincón, doblado en una gruesa cobija gris, a la espera de ser sepultado.

—Cuando terminemos habrá una junta para decidir lo que haremos —responde Maxell.

Permanezco unos cuantos minutos dentro. Tengo los labios amoratados, la piel pálida y tiemblo. Me sorprende que aún no me haya dado una hipotermia. Una bebida caliente me vendría bien, pero no hay forma de conseguirla.

Cuando creo que me he restablecido salgo al patio trasero con la intención de seguir escarbando. Me froto las manos para calentármelas y aprieto más la sudadera contra mi cuerpo. Sigue siendo insuficiente.

—Yo cavo el resto —le digo a Axel.

Lo miro a los ojos, con la intención de que vea la determinación en los míos y me deje continuar.

—¿Segura?

Le arrebato la pala suavemente y comienzo a cavar. Siento su vista clavada en mi espalda, y después de unos minutos, escucho sus pasos alejándose.

No me detengo. Me concentro en el vaho y el ruido de la pala contra la tierra. Esto hubiera querido el Sr. Sterling. Morir aquí, al lado de su Amelia. Lo que estoy haciendo por él no es suficiente para compensar lo que él ha hecho por mis hermanos y por mí, pero es la muestra de agradecimiento más grande que puedo brindarle.

—Si sigues así pronto llegaras al infierno.

Es Maxell, parada en el borde del hoyo que he excavado. Tengo que inclinar la cabeza hacia arriba para poder mirarla.

Sonrío un poco.

—Ya está listo —digo.

Me impulso con las dos manos para subir. Axel y Vladimir cargan el cuerpo del Sr. Sterling envuelto en la cobija y lo dejan con cuidado en el agujero.

Me pregunto si le temía a la oscuridad, porque ahora, cuando empiece a llenar de tierra el hoyo, quedara en total oscuridad. Completamente solo. Para siempre.

Me pregunto si no es frustrante para él saber que nunca más volverá a ver la luz de un nuevo amanecer y tendrá que resignarse a permanecer en oscuridad para siempre. Estará solo de ahora en adelante en ese hoyo donde apenas cabe. Sí, debe de ser frustrante.

«Está muerto.»

El pensamiento me asalta, brusca e iracundamente, dándole significado a todo y haciendo parecer insensatos mis anteriores pensamientos.

El Sr. Sterling no se sentirá solo ni se frustrará ni extrañará el amanecer del día de mañana, porque él ya está muerto.

—Yo lo hago —dice Vladimir.

Toma la pala y empieza a echarle tierra al hoyo, al cuerpo del Sr. Sterling, cubriéndolo poco a poco. Cuando termina, aplasta la superficie para que quede plana y deja la pala por un lado. Los cuatro guardamos silencio.

Un grito lejano perteneciente a algún no consciente corta este silencio de respeto y pésame. El silbido del aire lo engulle segundos más tarde, y pienso: «Al menos ahora está en tranquilidad». 

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