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16

Despierto cuando escucho un grito agudo. Me levanto precipitadamente con los nombres de mis hermanos en la punta de la lengua, a punto de llamarlos. Las dos velas que dejamos encendidas para quienes quieran ir al baño en medio de la madruga no son suficientes para aclarar mi vista y permitirme ver bien qué está sucediendo. Las personas se levantan de sus catres y los gritos continúan. Coloco cada mano a mi lado para cerciorarme de que Alya y Brya sigan aquí, y cuando toco el bracito de Brya y la mejilla de Alya, mi corazón vuelve a sus latidos regulares.

Me quito las cobijas de encima y sigo la dirección de los gritos, que poco a poco se van apaciguando. En un rincón de la estancia, rodeada de frazadas, se encuentra Annax, llorando y estremeciéndose. Magda la envuelve en sus brazos acogedoramente y ella se tranquiliza un poco.

—¿Ella era la que estaba gritando? —le pregunto en un susurro a la persona que tengo a mi lado. Lihn.

—Sí, era ella —responde.

Magda la arrulla como si fuera una niña, murmurándole palabras tranquilizadores y acariciándole el pelo castaño. Alcanzo a escucharle decir que «todos estamos bien» y «tú estás segura». Annax entierra el rostro en el pecho de Magda. La escucho llorar. Todos la escuchamos llorar. Nos encontramos en un semicírculo esparcidos alrededor de Annax y Magda, mirándolas atentamente y en completo silencio.

Lo que sea que está atormentado a Annax parece regresar y torturarla un poco más, porque empieza a gritar de nuevo, como si no se percatara de que se encuentra segura, rodeada de todos nosotros. Magda la presiona con más fuerzas y la retahíla de cosas que le dice aumenta. Solo veo sus labios moviéndose pronunciando palabras para aplacarla.

—¿Son pesadillas? —pregunta Dagor.

Da cuatro pasos hasta arrodillarse frente a Annax y Magda. Me sorprende su acción, no sé lo que intenta hacer.

Annax saca la cabeza del escondite que se ha formado ella sola en el pecho de Magda y mira a Dagor con los ojos hinchados y curiosos. Debe de tener menos de dieciséis años. Tal vez quince. Está tan flacucha que me da lástima y no me tomo mucho tiempo en ver su columna vertebral porque me resultan imponentes los huesos que sobresalen en su espalda, como si los trajera por fuera de la piel. Nunca en mi vida he visto a una persona tan... extenuada.

—Yo también las tengo. A diario. Cada vez que cierro los ojos, aparecen. Son tan... horribles. —Me doy cuenta del botón negro que sostiene Dagor entre dos dedos, presionándolo tanto como si quisiera partirlo en dos, pero es lo suficientemente grueso y grande para que no pueda hacerlo—. Yo... tenía a una linda niña, ¿sabes? Se llamaba Gily. Tenía tres años y apenas comenzaba a caminar. Era preciosa.

Los ojos de Dagor brillan por las lágrimas, pero no derrama ni siquiera una. Se quedan estancadas en sus párpados. Y sonríe. Es una sonrisa tan triste que tengo que alejar la mirada y posarla en el suelo.

—¿Qué pasó con ella? —inquiere Annax.

Tiene una voz tan aterciopelada, que se me imagina a la sábana de seda que adorna el viejo y costoso sofá traído de Atlantax que mi padre tiene en su despacho. Tiene el aspecto de una chiquilla, pero al mirar sus ojos te das cuenta de que no es para nada una niña.

La sonrisa de Dagor se desvanece lentamente.

—Murió. —Y aprieta con más fuerzas el botón hasta que los dedos se le ponen blancos—. Mis pesadillas tratan sobre ella siendo torturada de la peor manera o siendo arrebata de mi lado. Siempre lo mismo.

Me percato de que todos lo miramos con atención, y me sorprende el silencio que hemos mantenido y lo quieto que estamos todos. Ninguno se ha marchado a seguir durmiendo, aunque mi reloj anuncia que son las tres de la madrugada.

Annax se levanta un poco, lo suficiente para darle la cara a Dagor.

—Viajábamos mi madre y yo, y en el camino encontramos a un señor muy amable que decidió viajar con nosotras. Muchos no conscientes nos persiguieron y uno mordió a mi madre en el estómago, el señor lo mató con un cuchillo, y después la mató a ella, diciendo que si no lo hacía, se convertiría en uno de ellos. Le encajó el cuchillo en la cabeza. —Sus hombros tiemblan levemente—. Mis pesadillas tratan sobre eso. Es una escena que se repite todas las noches.

Al terminar de contar el relato se extiende un silencio sombrío, interrumpido únicamente por las respiraciones de todos. Hasta que la voz de Lihn se alza:

—Mis padres murieron cuando era pequeña, y desde entonces mis abuelos me cuidaron. Yo me hallaba en la universidad cuando el ataque vino. Le pedí a un amigo que me llevara a mi casa para encontrarme con mis abuelos y así ponernos todos seguros. Pero él... fue mordido por un no consciente. Estábamos a cinco cuadras de mi casa, así que corrí y, al entrar, mis abuelos ya no estaban allí. Habíamos desayunado los tres juntos en la mañana, y antes de marcharme a la universidad la abuela me dijo que haría espaguetis para la cena, porque son mi comida favorita... Pero ellos ya no estaban allí.

Lihn sí llora. Se sienta sobre una cubeta posicionada al revés y se cubre el rostro con las manos. Su espalda se mueve como si estuviera teniendo un ataque epiléptico, pero sé, y todos sabemos, que solo está llorando. Lo hace de una manera tan... amarga, como si esta fuera la primera vez que lo hace, que se permite llorar después de mucho tiempo.

Elune pone una mano en su espalda y la acaricia intentando reconfortarla. Y yo, que estoy en su otro costado, solo la miro sin mirarla verdaderamente. Porque, en realidad, me estoy desplazando hacía unas semanas, al día diecisiete de enero para ser exactos, al rostro de mamá hendido por cortes y sangre, a sus mejillas aún tibias entre mis manos y a mi voz llamándola para hacerla despertar.

Entonces, es como si la confesión de Dagor hubiera abierto algo en la mayoría, el lado sincero de cada uno, porque la voz de Maxell también se alza, y después la de Corix, y la de Estaquis, quien llora dolorosamente, sin importarle que todos lo veamos así de vulnerable.

—Perdí a mi marido... —dice Magda. Nunca la había visto llorar, hasta ahora. Es como si la emoción del momento y el que otros estén llorando la hicieran aflorar sus propios sentimientos—. Lo vi morir...

Se tapa la boca con las manos para sofocar lo sollozos. Y después nadie para. Jizo, Corix, los gemelos Brux y Cory, Annax, Estaquis, Magda, Elune, Lihn, Dagor, Maxell, Vladimir, Alya y Brya. Axel y el Sr. Sterling tiene muecas tristes en el semblante, y Axel parece que en cualquier momento soltara las lágrimas. Los únicos que no lloramos somos Rex y yo. Él permanece en una esquina, lo suficientemente alejado para no ser parte de todo esto, pero lo suficientemente cerca para ver lo que sucede. Nuestras miradas se encuentran, y me sonríe levemente. Tal vez lo hace con burla o pesar. No logro identificarlo.

El Sr. Sterling se levanta de la apolillada silla y dice:

—Seguimos vivos. Eso es lo importante. —Me mira mientras habla. Me pregunto si dentro de él sabe que vivir no es importante, sino lo peor, pero lo dice para sonar positivo y animarlos para que dejen de llorar. Obviamente—. A sus familiares, a esas personas que perdieron, les encantaría saber que ustedes siguen vivos, luchando. Y si lo que ustedes quieren es hacer que sus muertes no sean en vano, sigan luchando.

Después de ese discurso le siguen asentimientos de cabeza y palabras animadoras de parte de todos, menos de Rex y de mí.

El semicírculo formado no se rompe. Nadie quiere irse a dormir y todos se quedan en su misma posición para escuchar más anécdotas, pero ahora positivas. Excepto Rex y yo. Él se aleja a su catre y yo igual. Me doy la vuelta dándoles la espalda a todos y me tapo con las cobijas hasta la cabeza para amortiguar sus voces.

Pero aun así las escucho claramente.

Me levanto obligada por Dagor, ya que nos toca vigilar la escotilla 2 hasta el mediodía. Antes de subir Magda me entrega cuatro galletas con chispas de chocolate y una botella de agua. Le doy las gracias y subo junto a Dagor para sentarnos por cinco horas en un par de sillas viejas en la hogareña sala del Sr. Sterling.

Él parece animado, tarareando una canción que desconozco y silbando por lo bajo de vez en cuando. En un momento dado se inclina para sacar del bolsillo trasero de su pantalón un objeto. Es un botón negro, el mismo que sostenía cuando le habló a Annax sobre su hija.

Lo observo por mucho tiempo, la manera en que lo toma, lo acaricia y juega con él. ¿Por qué lo guarda? ¿Qué significa?

Me descubre mirando el botón. Pienso que lo regresara a su bolsillo o me dirá que deje de verlo. Pero no reacciona de ninguna de esas dos maneras.

Estira la mano en mi dirección y abre su puño. El botón negro descansa en el centro de su palma.

—Tómalo —dice.

Lo agarro con cuidado, como si fuera algo de valor, aunque no es más que un simple botón que probablemente se desprendió de alguna prenda.

—Era de mi hija. Bueno, más bien de su abrigo favorito —se corrige—. Lo encontré a su lado, y desde ese día no lo suelto. Es como...

Al ver que no haya la palabra adecuada, digo:

—¿Un amuleto?

—No, no, un amuleto no. Es un... recuerdo. Sí, eso. Un recuerdo de ella. Lo único que me queda de ella.

Lo acaricio. Es de madera, muy suave, pero al mismo tiempo duro. Está un poco gastado, tal vez porque Dagor no deja de acariciarlo. Abarca dos de mis dedos extendidos.

—Seguro te hace sentir mejor tenerlo contigo —comento.

Lo vuelvo a poner en su palma para entregárselo.

—Cuando me siento triste o desesperado, lo aprieto con fuerzas hasta que me tranquilizo. Tal vez es un truco de mi mente o me estoy volviendo loco —Ríe, y lo acompaño—, pero realmente me calma.

—Me gustaría tener algo como eso.

—¿Trajiste algo contigo? ¿Algo de tu hogar?

—Una foto —recuerdo—. Pero si la aprieto cuando esté desesperada estoy segura de que la rompo.

—Tienes razón. —Sonríe—. Te ayudaré a buscar un objeto como mi botón: pequeño, sólido y tranquilizante.

—Una roca estaría bien.

Mi humor siempre ha sido un poco ácido y sarcástico —las pocas veces que hago bromas—, y aunque no era mi intención sonar sarcástica, creo que lo hice. Pero Dagor no se da cuenta de ello. Se ríe y sacude la cabeza.

—Yo me encargo de buscarlo —promete.


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