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13

Hoy es el día lunes veinticuatro de enero del año dos mil treinta y cinco. Este día marca una semana desde el ataque de las ratas. Desde que dejé el cuerpo de mamá en medio de una calle, pálida e inerte.

«Esto es un sueño. Todo lo que me está pasando, es un sueño. Un simple e ilusorio sueño. Algo inexistente.»

—Oye.

«Un sueño. Pronto despertaré. Lo sé.»

—¡Francis!

La voz de Maxell me trae a la realidad de un golpe duro. Todos a mí alrededor están en movimiento, doblando cobijas y desperezándose. Yo estoy acostada, apretando tan fuerte la cobija que tal vez la haga añicos. Maxell me mira desde arriba, examinándome el rostro. Tal vez ha descubierto lo que estaba pensando.

—¿Una pesadilla?

Asiento, aunque es mentira. Ni siquiera estaba dormida, solo tenía los ojos cerrados, pensando y pensando.

—Te entiendo. —Suspira—. ¿Desayunas ya o más tarde?

Me levanto lentamente, parpadeando repetidas veces para enfocar la vista y ser verdaderamente consciente de mi entorno. Me siento un poco desorientada y aturdida.

—Ahora —respondo.

Vamos a la cocina, donde se encuentra Magda y Elune perforando latas con abrelatas y repartiéndolas entre todos.

—Ayer con el apagón a Sterling se le olvidó asignar quienes irán hoy a buscar comida. Le he dicho que iremos tú y yo junto a Axel y Rex. ¿Está bien?

Escudriña mi reacción. Debería molestarme que haya tomado una decisión por mí. Pero la verdad es que no me molesta. En estos momentos me encuentro en una clase de ofuscación que no me permite sentir nada, como si me encontrara flotando en una bruma de niebla, ligera e irreal.

—¿A qué hora salimos? —inquiero.

—En un par de horas. ¿De verdad no te molesta que te haya elegido, Francis?

—Está bien.

Me encojo de hombros para que vea que no me importa, y así es. Axel y Rex se nos unen en el desayuno. La verdad es que no tengo hambre, pero debo comer para acumular fuerzas. O al menos eso es lo que dice Maxell.

—Una semana —dice Rex.

Bajo la mirada a la lata que tengo en las manos y suelto la cuchara. Recordar que hoy se cumple una semana me ha quitado el poco apetito que empezaba a tener.

—Una semana desde que todo empezó.

Se saca los lentes y se frota los ojos con cansancio. Maxell mira hacia un lado, sé que ella tampoco quiere recordar. Axel es el único que parece hacerle caso a Rex.

Agarro la cuchara plástica y zarandeo con la punta la sopa de lentejas. Está fría y no sabe muy bien. Pero no hay electricidad para hacer funcionar el microondas, así que desde ahora tendremos que acostumbrarnos a la comida fría.

—Una semana desde que las ratas entraron a la ciudad —vuelve a decir Rex; quiere sacar el tema, pero ninguno de los tres estamos bien con eso—. Asombroso, ¿no?

Dejo caer la cuchara en la sopa y lo miro, intentando que mi mirada le diga lo enfermo que sonó eso y cuánto me molesta.

—¿Asombroso? —escupo—. ¿Se te hace asombroso que mi madre haya muerto en ese ataque?

—Lo siento. De verdad lo siento. No me refería a eso, Francis.

Pero yo ya me he levantado, y solo le dirijo una mirada sobre el hombro cargada de hostilidad antes de decirle:

—Para la próxima utiliza otro adjetivo.

Nos alistamos para salir. Guardo en la mochila una botella de agua, dos barras de cereales y Magda me da una lata de garbanzos cocidos. También llevo la navaja pequeña que encontré en un departamento, el cuchillo que mamá utiliza para cortar trozos grandes de carne y la pistola que Maxell sacó del uniforme del guardia. Me despido de Alya y Brya, aunque les recalco más de tres veces que en sí no es una despedida, pues volveré al atardecer. Me abrazo de ellos con tantas fuerzas, que por un momento creo que los estrangularé, pero necesito de ese abrazo.

Salir del refugio, y después de la casa del Sr. Sterling, es liberador. Resulta tedioso y asfixiante permanecer por tantas horas y días ahí adentro, donde no hay un diminuto rayo de luz y se respira el viciado aire (sin electricidad, no hay aire acondicionado ni purificadores). Después de unas cuantas horas así, o días enteros sin salir, es como si me estuviera ahogando y necesitara saltar a la superficie para respirar.

En cuanto Axel le quita el cerrojo a la puerta una ráfaga de aire helado me golpea en el rostro, y creo, realmente creo, que es la sensación más maravillosa. Es exactamente lo que necesitaba para calmarme y dejar de percibir esta asfixiante sensación. El Sol está a punto de salir, tan solo es un diminuto círculo en el cielo bordeado por inmensas nubes, pero en cualquier momento saldrá. Respirar el aire húmedo del jardín del Sr. Sterling es otro tipo de tranquilizante que logra relajarme un poco, solo un poco, pero lo suficiente.

Vamos tres cuadras atrás de la casa del Sr. Sterling para no alejarnos demasiado. El plan es que si no encontramos nada en esa manzana de casas, vayamos más lejos, aunque sea peligroso.

No existe ninguna clase de ruido que nos indique que haya personas. Todo está... desolado. Como si de unos días a otros la humanidad hubiera desaparecido por completo. O tal vez están escondidas, temerosas a salir de sus madrigueras y de la relativa protección. O tal vez todos ya se han convertido en no conscientes.

Al girar para entrar a la calle de casas donde buscaremos comida, una silueta se contornea al otro lado, muy lejos de nosotros, pero alcanzo a vislumbrarla. Es una persona. Codeo a Maxell y la apunto. Realmente parece una persona, aunque está demasiado remota para notarla bien. Porque también podría ser un no consciente.

—¿Es... una persona?

—No lo sé —susurra Maxell.

—Solo hay una forma de probarlo. —Rex levanta los brazos a sus costados y los mueve para llamar la atención del sujeto al otro lado—. ¡Hey, tú! ¡Ven aquí!

Si es una persona, sana y lúcida, correrá lejos de nosotros, o pedirá ayuda. Si es un no consciente, vendrá hacia nosotros con la única intención de atacarnos. Tomo aire y aprieto la pistola en mis manos. El sujeto mueve la cabeza en distintas direcciones para ver de dónde proviene la voz, y al percatarse de nosotros, no pierde ni un segundo en correr y gritar balbuceos incomprensibles.

Es un no consciente.

Cada vez que se acerca más, puedo ver su lastimero aspecto. Pero él no se percata de su aspecto y heridas. Es como si estuviera cegado y solo quisiera una cosa: atacarnos.

Antes de que se acerque lo suficiente, Rex empuña su pistola y le dispara. El ruido me taladra los oídos, al igual que el chasqueo del cuerpo cayendo al suelo abruptamente.

—Buen tiro —dice Maxell.

Le ha dado en la frente, justo en medio. Sus ojos están abiertos, cristalizados. Es un hombre. O, más bien, era un hombre antes de convertirse en esto. Lo miro por un segundo, preguntándome cientos de cosas sobre él y dándole un poco de mi lástima. ¿Tenía familia? Seguro que sí. ¿Un trabajo? ¿Un hogar? ¿Hijos que quisiera? ¿Una esposa? ¿Padres? ¿Planes? ¿Qué estaba haciendo cuando esto empezó? ¿Cuál fue su último pensamiento antes de convertirse en esto?

Todo lo hago monótonamente. No encontramos personas lúcidas ni no conscientes. Hay poca comida, alguna rancia y otra poca aún se puede comer. Aunque la mayoría de las casas a las que entramos ya han sido saqueadas. Lo demuestran los muebles costosos volcados, las lasta vacías esparcidas por toda la cocina y las habitaciones patas arriba que vemos a cada casa que entramos. Como si hubieran tenido urgencia por llevarse tanto como pudieran.

A la una Maxell cree conveniente descansar, así que buscamos un escondrijo fresco y con sombra para sentarnos mientras esperamos a que Axel y Rex salgan de la séptima casa que recorren.

Pongo la mochila detrás de mi espada como una almohada y recargo la cabeza en la sólida pared. Tomo unos cuantos sorbos de agua, porque tengo que guardar un poco para al rato, pero sigo teniendo la garganta seca y me pide más. Cierro los ojos, solo por un momento, para reposar.

—Te molestó lo que dijo Rex, ¿cierto? No creo que haya sido su intención ofendernos. El maldito no tiene familia. Antes de esto vivía solo en una casa rodante. No sabe lo que significa perder a alguien.

—Lo sé —respondo—. Es solo que... un día como este saca lo peor de mí.

—Te entiendo. Hoy no quería levantarme del catre. Quería... dormir un poco más. O cualquier cosa que no me recordara todo esto.

Mueve un dedo señalando nuestro entorno. Sé a lo que se refiere.

—¿Qué estabas haciendo cuando empezó el ataque de las ratas?

Lo piensa por unos instantes, como si ya lo hubiera olvidado o recordarlo fuera difícil, hasta que contesta:

—Trabajaba en el supermercado de un tío. Una mujer entró. Estaba asustada y me pidió ayuda. Yo no sabía en qué quería que la ayudara. Cayó al suelo y empezó a temblar como si tuviera un ataque epiléptico. Iba a llamar a una curandera, y al agacharme para tomarla, vi las decenas de mordeduras que tenía en los brazos. Afuera en la calle empezó el caos. Vi las ratas por el vidrio de la tienda. Se arrojaban sobre la gente y la mordían entre todas. Recuerdo que le puse cerrojo a la puerta, y pensé que así estaría a salvo, pero entonces la señora se levantó. Sus ojos eran diferentes... como fibrosos y totalmente grises. Mostró los dientes como un animal y se me arrojó. Tuve que matarla.

Saco una barra de cereales y le ofrezco la otra a ella. Le doy un mordisco y espero a que continúe.

—Tardé unos minutos, tal vez veinte, en darme cuenta qué estaba pasando. Mi casa se encontraba arriba de la tienda, en el último piso. Tuve que tomar un picahielos para defenderme de las ratas que subían por las escaleras. Eran muchísimas. Me persiguieron hasta que cerré la puerta del departamento. Esa mañana mis hermanos no fueron a la escuela. Se habían quedado dormidos y no alcanzaron a alistarse, así que esperaba encontrarlos donde los dejé. A ellos y a mi madre.

—No es necesario que me lo cuentes todo, Maxell.

—Encontré a Robin y Luce en su habitación, convertidos. Intentaron morderme, ni siquiera me reconocían. No fui capaz de matarlos, así que los encerré ahí. Y a mi madre en la cocina. Lyo y Brown lograron escapar.

—¿Los encontraste?

—No, hasta ahora no. —Suspira—. ¿Y tú? ¿Qué hacías tú cuando todo sucedió?

—Mi madre, mis hermanos y yo nos dirigíamos a un restaurante a encontrarnos con mi padre. A mitad del camino se aparecieron las ratas, y al intentar huir en el auto tuvimos un accidente. Dejamos a mamá ahí, ya estaba muerta, y Alya, Brya y yo nos escondimos en una licorería.

—¿Supiste algo de tu padre?

—No. Tal vez sigue vivo o tal vez...

No lo digo en voz alta, porque resultaría doloroso aceptar que mi padre tal vez ha sido mordido por las ratas.

—Yo solo espero que Lyo y Brown sigan con vida y pueda encontrarlos.

No nos va tan mal en la búsqueda por comida. Encontramos latas de verduras cocidas, estofados y sopas, barras de cereales, tanto integrales y dulces, galletas y una caja de chocolates que los ratones aún no tocaban, detrás del microondas de una mansión. También encontramos, escondida debajo de un colchón, una botella de vino, y de los caros.

Al regresar al refugio me doy una ducha, la primera desde que llegamos aquí, aunque dura menos de dos minutos. Solo alcanzo a mojarme el cuerpo y frotarme rápidamente la cabeza con una pizca de jabón para trastes. Pero ayuda a quitarme la sensación pegajosa del cuerpo. Me seco con una toalla descolorida que me pasa Magda por un hueco de la puerta y me pongo el otro cambio de ropa que tengo en la mochila.

Tal vez esta sea la última ducha que tenga en un largo, largo tiempo. Ahora que nos han cortado los suministros de agua potable tendremos que ser mucho más cuidadosos al utilizarla. Solo contamos con la que hay guardada en el tinaco, y cuando se nos termine, no sé lo qué haremos.

El Sr. Sterling por fin se ha resignado a que no tengamos electricidad y agua. Esto nos trae muchos problemas, como que tenemos que abrir la escotilla 2 para que se ventile la estancia, aunque no es suficiente, pues es muy grande el lugar y alberga muchos cuerpos. Se decide abrir por el día también la escotilla 1, aunque se asignan a dos personas para que vigilen que nadie entre a la casa del Sr. Sterling e ingrese por alguna de las dos escotillas. Y por la noche se cierra la escotilla 1 y se deja abierta la 2 con dos personas vigilando, por lo que hace demasiado calor por las noches y nadie duerme con cobijas para no sudar. Yo me quito la sudadera y los calcetines, y Alya y Brya duermen con una buena cantidad de espacio entre los dos para no sofocarse.

Duramos así dos días, lo cual resulta molesto para todos. Sudamos como animales, y no tenemos la oportunidad de ducharnos. Los recipientes de agua que poseemos se nos están acabando a una velocidad alarmante. Las dos escotillas y las pequeñas rendijas que hay en el almacén para proporcionarnos aire y ventilación no son suficientes. En estos dos días hemos encontrado a cuatro personas: una mujer, Corix, con dos gemelos de doce años, Brux y Cory; y Annax, una asustadiza chica a la que le calculo menos de dieciséis años.

Somos diecinueve personas en total. El Sr. Sterling y Vladimir nos han dado el aviso esta mañana de que no podremos recibir a más refugiados, no cuando la comida está desapareciendo inquietantemente de todas las mansiones de Villa Avox y no tenemos la certeza de que podamos mantenernos con los suministros que nos quedan. Dieciocho boas que alimentar es demasiado. Así que, mañana, cuando salgamos a buscar comida y encontremos a una persona sana y necesite ayuda, tendremos que voltearle la cara. Es necesario si queremos pasar el mes alimentados e hidratados.

Los ánimos también parecen decaer. Es como si el encierro por tantos días nos hiciera daño, muchísimo. Al menos Maxell, Axel y yo podemos salir todos los días a tomar aire fresco y salir de las asfixiantes paredes del refugio; pero los demás miembros no han salido del refugio desde que entraron. No han visto el Sol o respirado aire fresco desde que el Sr. Sterling les dio una mano. Al menos yo puedo relajarme por un rato de todo este aire viciado y depresión.

Todos cargan con sus propias angustias. Otras menos dolorosas que unas, pero al final de cuentas todos hemos llegado aquí con problemas y desasosiegos. Las cartas y el dominó ya no son una opción para entretenernos; la mayoría prefiere buscar un rincón donde sentarse por muchas horas y echar la mente a volar, recordando y recordando. Cosas malas y tristes, obviamente. He visto a Dagor llorar en silencio mientras todos comemos en la pequeña cocina, amontonados y hambrientos, unos observándolo discretamente y otros fingiendo no escuchar sus lastimeros sollozos. Cuando su llanto deja de ser mudo y se vuelve incontrolable, convirtiéndose en lamentos y quejas contra la Vida y contra él mismo, y se da cuenta de que lo estamos escuchando, corre hacia el baño o hacia el almacén para seguir con sus penas. Supongo que llora por su esposa e hijo que perdió en el ataque.

He visto a varios llorar, unos lo hacen en silencio y otros prefieren encerrarse en el baño para que nadie los escuche, aunque todo se escucha. Aquí no hay secretos entre nadie, solo los que hemos traído con nosotros y no estamos dispuestos a revelar.

El otro día, después de la cena y cuando todos se estaban acomodando para dormir, escuche que Elune lloraba y Magda la consolaba. No sé lo que sucedió con ella, no sé nada sobre su historia y cómo llegó aquí. La verdad es que no conozco la historia de nadie de aquí, solo la de Maxell, al igual que solo Maxell conoce la mía. Pero, seguramente, debe de ser muy doloroso para Elune. Supongo que tuvo padres, familia y un hogar. Supongo que perdió algo. Al igual que todos.

También he oído a Jizo, Estaquis y los gemelos Brux y Cory llorar. Es normal que lo hagan. Llorar es normal, ¿no? Así que no me sorprendió verlos derramar lágrimas. Pero vaya que sí me sorprendió escuchar a Maxell llorar la noche anterior. Eran las dos o tres de la madrugada, la hora en que seguramente todos están tan dormidos que no se dan cuenta de nada. Y tal vez Maxell aprovechó ese momento para dejar salir sus sentimientos. Yo no estaba dormida como todos los demás; yo no caigo dormida fácilmente desde que todo empezó. Al principio creía no escucharla bien, me dije que solo era mi imaginación, pero lentamente su llanto se fue acrecentando hasta que tuvo que taparse la boca con las sábanas para no ser oída. Duró mucho rato, casi hasta las seis de la mañana, cuando todos comenzaron a despertarse. Cuando ella se levantó, vi unas enormes ojeras alrededor de sus ojos, los cuales estaban hinchados por tanto llorar. Ella no dijo nada al respecto, y yo tampoco. Al fin y al cabo, no es algo de mi incumbencia. Pero no puedo evitar pensar en que tal vez lloró por su madre y sus cuatro hermanos, en que tuvo que dejar a dos de ellos encerrados en su habitación convertidos en criaturas irreconocibles y turbadas, y a su madre en la cocina, tan inconsciente de sus acciones para no distinguirla como su hija. Y ahora no sabe si sus otros dos hermanos siguen vivos.

Tiene motivos de sobra para llorar. Porque llorar es natural. ¿Tengo yo motivos para llorar?

Perdí a mi madre. La tomé entre mis brazos cuando ya no podía hacer nada para revivirla. No sé dónde está mi padre, si nos estará buscando en este momento o se ha convertido en una de esas criaturas asquerosas. Estoy con mis dos hermanos pequeños, tan pequeños que no son capaces de cuidarse por sí solos. Necesitan de mí. Pero yo apenas soy capaz de cuidarme a mí. Nos encontramos en un refugio temporal, a la deriva, sin saber qué vamos a hacer o a dónde vamos a ir cuando ya no podamos estar en este sitio.

Tal vez sí tengo motivos para llorar. Tal vez esos son motivos suficientes para que llore y todos guarden silencio mientras miran discretamente mi dolor. Porque llorar es normal.

Pero yo no puedo llorar.

Es como si una dura corteza protegiera mi corazón y no me permitiera sentir realmente. Como si un firme vidrio cubriera mis ojos y no les diera paso a las lágrimas, como si las retuviera en su sitio para que no broten a la vista de los demás. Como si algo convirtiera los recuerdos dolorosos y tristes en solo... recuerdos.

Y está bien. Porque no quiero ser como Dagor o Maxell. No quiero llorar.


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