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12

Tenemos una buena cena, y todos nos vamos a dormir con el estómago lleno, más lleno que cualquier otro día.

La llegada de Estaquis entusiasmó un poco a todos, pues su presencia nos demuestra que todavía hay personas, personas sanas e intactas, en la ciudad. No todo está perdido. Le di al Sr. Sterling las fresas que recolecté. Le saqué una sonrisa, pero cuando me preguntó cómo lucía su jardín y tuve que decirle la verdad, la sonrisa se desgarró y se convirtió en una mueca triste. Alya y Brya me recibieron con besos y abrazos; tenían miedo de que no volviera. El Sr. Sterling y Vladimir nos dijeron después de la cena que no sería necesario salir mañana, podemos tomarnos un descanso, pero el lunes volveremos a buscar cualquier cosa servible en las casas antes de que las personas las saqueen antes que nosotros, si es que aún quedan personas.

Al despertar, veo el rostro de Brya a unos cuantos centímetros del mío. Me sonríe como cuando me quiere jugar una broma, y se aleja un poco para darme espacio.

—¿Qué ibas a hacer? —pregunto.

—Despertarte.

Brya tiene un modo muy particular de despertar a las personas, haciéndote cosquillas, lazándote agua a la cara o pegándote gritos justo en el oído. Así me despertaba para que me levantara a la escuela cuando me quedaba dormida. Me enfurecía y lo perseguía por toda la casa para asestarle un golpe por despertarme tan bruscamente, mientras él reía y mamá intentaba detenernos. Pero de eso hace mucho tiempo. Cuando cambié él ya ni siquiera entraba a mi habitación.

Le doy un golpecito en el hombro y le revuelvo el pelo. Doblo las cobijas con las que me tapé y ayudo a Brya a doblar las suyas. Desayunamos cada quien en su catre, una sopa enlatada, una rebanada de pan integral y agua o café. Después de poner la basura de latas, botellas y papeles higiénicos en una bolsa negra, limpiar la cocina y el baño, cada quien buscó una entretención mientras llegaba la hora de la comida.

Me voy a sentar en el suelo junto a Rex y Maxell que tienen las orejas pegadas a un viejo radio. Maxell se lleva un dedo a los labios indicándome que guarde silencio, y por un momento lo hago, nos quedamos los tres quietos, hasta que la curiosidad me gana y tengo que preguntar:

—¿Qué están haciendo?

—Intento conectarme a la estación de Vic Clayton. Hace dos días que no recibimos noticias de él —responde Rex, y en voz queda añade—: Tal vez lo hayan descubierto...

Deja la frase en el aire, para que nosotras dos hagamos nuestras propias suposiciones. Los tres sabemos qué puede sucederle a este sujeto, Vic Clayton, por transmitir información que no le concierne: el encierro, o incuso la muerte. Los guardias —si aún siguen vivos— podrían escuchar su estación, investigarlo e irlo a apresar por emitir información ilegalmente, información que la Confederación no quiere que conozcamos.

Rex hace algunas maniobras con el viejo radio, pero solo emite unos extraños sonidos agudos. Tarda minutos así, y cuando estoy a punto de dejarlos a los dos para que continúen porque ya me canse de esperar, se escucha una voz. Entrecortada y esporádica, pero la percibo. Y a los minutos se hace más clara, hasta que puedo escucharla con un leve rumor de fondo.

«Todo está... arruinado. Hospitales, centros de acopio, tiendas, reservas, transportes... arruinados. Es como si en el instante en que las ratas químicamente alteradas entraron a las ciudades todo se hubiera estropeado. Es impresionante como en seis días, en una semana, todo se vino abajo. Y es como si la Confederación hubiera desaparecido del mapa, como si nuestros gobernantes hubieran desaparecido, como si Augustus Rhys hubiera sido tragado por la tierra. No enviaron un boletín o mandaron una alerta para informarnos la situación y lo que teníamos que hacer ante la catástrofe. No enviaron a sus millares de guardias y ni siquiera, hasta ahora, han brindado ayuda a los sobrevivientes. ¿Por qué? Eso ustedes ya lo saben.»

—Erradicar —susurra Rex.

Vic hace una breve pausa, y yo aprovecho para acercar más la oreja al radio, entonces Vic exclama:

«Quieren erradicarnos, cortarnos de raíz, como si fuéramos mala hierba. No sé si hay sobrevivientes. Estoy solo. Tengo comida y un escondite, pero hay no conscientes a reventar. Aun así, no pierdo la esperanza de encontrar personas sanas, todavía lúcidas.»

Ríe, como si hubiera dicho algo gracioso o, más bien, irónico. Su voz tiene un filo desatinado, como si la soledad o yo qué sé lo estuviese desquiciando.

«Tal vez esta sea la última vez que pueda comunicarme con quien sea que me esté escuchando. Todo se está volviendo muy difícil aquí, y al lugar donde voy tengo que llevar equipaje ligero, tan solo lo que llevo puesto, así que no creo que pueda cargar con nada de mi equipo. O, quien sabe, tal vez no sobreviva más días. Los no conscientes están llegando en masa, buscando a cualquier lúcido para morder. Presiento, como ustedes seguramente también lo harán, que las ciudades dejaran de ser habitables en unos cuantos días, cuando la Confederación mande en masa a los no conscientes para eliminar todo rastro de población. Ahora sí será imposible vivir, aunque sea a escondidas. Se puede decir que esto apenas es el comienzo. Nos la han estado dejando fácil: tenemos el alimento de los supermercados, podemos saquear cualquier casa, robar armas de los guardias muertos o de las tiendas, y aún tenemos electricidad y agua potable. Pero cuando eso desaparezca, cuando nos terminemos la comida y las balas, cuando la Confederación decida dejar de ser buenos con nosotros y quite la electricidad y el agua potable, ¿qué vamos a hacer? Empezara el verdadero caos y los problemas. ¿Qué propongo yo? Salgan de las ciudades, vayan al bosque, a una montaña, a una cueva, en el fondo del mar. Cualquier lugar donde la Confederación no pueda encontrarlos.»

Empieza a reír histéricamente, una risa hueca. Pienso que realmente este tipo ha perdido la cabeza. Y posteriormente su risa se vuelve amarga, y percibo que está sollozando, como si llorara.

«Pero aunque huyamos al lugar más remoto, a la punta de la montaña más alta... ellos nos encontraran. Así que solo nos queda una opción más: dejarse morir. Porque existen peores cosas que la muerte, ¿no? Pero yo nunca he sido una persona sensata, y mis decisiones nunca son sabias, por lo que dejarme morir no es una opción para mí, por mejor y cabal que suene la idea. Haciéndole caso a mi irreflexivo e ilógico proceder, preferiré sobrevivir con uñas y dientes, el tiempo que pueda, así sean un par de días o unos meses, preferiré seguir viviendo, aunque tú y yo sabemos que sobrevivir ya no es una opción, porque la erradicación es inminente.»

Se escucha un suspiro cansado, y puedo imaginar a Vic Clayton, un hombre sin rostro en mi cabeza, frotándose la cara con fatiga y frustración, más desesperado que nosotros por una escapatoria.

«Esto es todo por hoy. No sé cuándo vuelva a poder comunicarme con quien sea que me escuche, pero intentaré hacerlo. Mientras tanto, seguiré buscando sobrevivientes y seguiré sobreviviendo por mi cuenta, al igual que espero que ustedes también hagan.»

Vuelve a oírse únicamente el sonido de la interferencia. Rex apaga el viejo radio y lo deja a un lado. Ninguno de los tres hace un comentario al respecto; Vic ya ha sido muy claro: esto es solo el inicio. Se viene tiempos peores. Si el motivo de la Confederación es exterminarnos como una plaga de cucarachas, no tendremos otra escapatoria más que la muerte. Aún tenemos suministros, hasta los servicios de la electricidad y agua potable, y un poco de paz, pero cuando la Confederación decida poner en marcha sus verdaderos arreglos, correremos por todos lados como cucarachas asustadas temiendo ser aplastadas. Y entonces esa pizca de relativa paz que ahora tenemos, desaparecerá.

Todo lo que dijo Vic es cierto: desde el momento en que las ratas pisaron Avox es como si nuestro sistema de gobierno no existiera. Recuerdo una vez, cuando Tiatirax fue asolada por un fuerte tsunami, antes de que incluso el mar se desbordara el gobernador Augustus Rhys dio un discurso anunciando que las personas que vivieran cerca del mar tenían que salir de la zona de riesgo y refugiarse en los albergues provisionales que se equiparían. Le siguió una alarma por los altavoces repartidos por toda la ciudad, por si las personas que no estaban viendo el anuncio por televisión se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo. Se refugió a miles de personas, e incluso la Casa Gubernamental abrió sus puertas a unos cuantos más. En Avox, Atlantax, Grux y en todas las ciudades se pidió que donáramos abastecimientos para los damnificados, e incluso abriéramos cuentas para depositar dinero por la pérdida de casas completas. Se hizo una gran obra para ayudar a los habitantes de Tiatirax. Pero ¿y ahora?

No he visto ningún tipo de ayuda por parte de la Confederación, ni siquiera del gobernador Augustus Rhys. Un boletín, un anuncio avisándonos la situación, brindándonos refugio, diciéndonos adónde debemos ir o qué debemos hacer. Absolutamente nada de ayuda. Lo cual demuestra que Vic tiene razón: la invasión de las ratas portando el Virus X para contaminarnos es plan de la misma Confederación para terminar con la población mundial.

Es una mala estrategia, un plan perjudicial que nos está haciendo daño a todos. Se están llevando entre las manos a viejos y jóvenes, hasta niños pequeños. Solo porque quieren restaurar al mundo, un mundo que ellos mismo han contribuido a estropear con sus máquinas contaminantes, deforestaciones de bosques enteros para construir centros comerciales o sus edificios monumentales, los desechos tóxicos, el aumento de automóviles, el acrecentamiento de dióxido de carbono. Existen tantas maneras en las que ellos, y nosotros mismos, hemos dañado a la Tierra. Un daño fatal, que ahora quieren remediar liquidando a la población mundial. Me pregunto a quien le surgió este plan, si realmente creen que funcionara. Porque, después de que consigan su objetivo y nos eliminen a todos, ¿qué sigue? ¿Terminaran con la raza humana y dejaran este planeta completamente solo? ¿Esa es la solución? ¿Que el humano deje de existir?

Jugamos cartas y dominó, un juego tras otro. Resulta tedioso hacer lo mismo por horas que parecen interminables, pero es eso o sentarse en un rincón y ver la vida pasar o pensar en cosas tristes. Yo, personalmente, prefiero jugar cartas y dominó.

Sostengo tres cartas, decidiéndome por una para ganarle esta partida a Alya. Se ha vuelto muy buena en esto; claro, juega todo el día y tiene al que a mi parecer es el mejor en juegos de mesa, Vladimir. Me sonríe con burla, sabiendo que volverá a ganarme como las anteriores tres veces aunque le ponga mucha mente a decidirme por una carta. Maxell nos observa jugar, y las comisuras de sus labios se levantan al verme tan perdida y desesperada porque no se me da muy bien esto.

—Volverás a perder —canturrea Alya.

—No lo creo. Alguien tiene que enseñarte que no siempre se gana.

Aunque las tres sabemos que sí volveré a perder como en las tres anteriores partidas.

Cuando estoy por pedirle un consejo a Maxell para que me diga cuál carta elegir, las luces que iluminan la estancia titilan y, posteriormente, se apagan. Algunos jadean y otros ahogan gritos asustados. La figura del Sr. Sterling se alza en medio y dice:

—No se preocupen. Seguro vuelve en unos segundos.

Dejo las cartas en el suelo y espero pacientemente como todos. También tengo miedo, porque no sé lo que esto signifique, si nos han descubierto o qué es lo que sucede, pero intento no demostrarlo. Si Alya y Brya me ven fuerte e impenetrable, tal vez crean que todo estará bien y que nada de esto tiene importancia.

A los segundos las bombillas vuelven a encenderse y a darle fin a las sombras. Los semblantes de todos se alumbran, veo caras asustadas y otras preocupadas, y cuando estamos por volver a nuestras actividades, las luces se extinguen con un chispazo y todo queda en absoluta penumbra.

—Calma, por favor. Estoy seguro de que solo fue una falla leve y en unos momentos se soluciona.

Alya gatea hacia mí y me abraza fuertemente. La envuelvo entre mis brazos y aspiro el olor de su cabello. Lavanda. Se ha duchado esta mañana. Lo que me recuerda que yo necesito una.

El Sr. Sterling no deja de repetirnos que todo estará bien, que solo ha sido una pequeña falla y en unos minutos volverá la luz. Aunque no logra tranquilizar a nadie. Pasan los minutos (exactamente veinte), y ya todos sabemos que no volverá la luz de nuevo. También sabemos, Maxell, Rex y yo, que ahora sí empieza lo difícil.

Del pequeño almacén Axel y Dagor sacaron una caja repleta de velas acomodadas, las colocaron en lugares estratégicos donde nadie pudiera chocar con una, y después las prendieron. La estancia se iluminó con una luz amarillenta que formaba fantasmagóricas sombras en las paredes y el techo. El Sr. Sterling nos dijo que tuviéramos cuidado y viéramos bien por donde caminábamos, pues podíamos chocar con una vela y prenderle fuego a todo el refugio, con nosotros dentro. Nos saltamos la cena con el miedo que teníamos y fuimos directo a los catres a dormir. Antes de apagar las velas y dejar solo un par para iluminarle el camino a quien en medio de la madrugada quisiera ir al baño, el Sr. Sterling dijo:

—Seguro que en la mañana volvemos a tener luz.

Seguía aguerrido a esa idea, aunque probablemente ni siquiera él se creía sus propias palabras. Me dormí con Alya y Brya a cada lado fuertemente abrazados de mí y con un único pensamiento en la mente: «Esto apenas comienza». 

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