Capítulo extra
Pa que se dejen de llorar
-•-•-•-•-•-
La noche se presentaba por las ventanas de un frío y sobrio departamento en el centro de Yokohama, donde una pareja se encontraba postrada, lista para dormir. Sin embargo...
—¿Tú crees que estarán bien?
—Siempre lo han estado, ¿no? —le respondió, encogiéndose de hombros—. No voy a negar que me preocupa un poco, pero siguen siendo ellos al final del día. Siempre han estado condenados a la desgracia.
—¿No crees que estás siendo muy cruel?
—Atsushi, luego de más de dos largos años de estar juntos aún me preguntas ese tipo de cosas —le cuestionó, acariciando su cabello—. Ya sabes que soy un bollo de odio.
—Tienes razón —asintió, reflexivo—. De cualquier manera, con el tiempo que ha pasado en el medio deberían de haber sanado, ¿no te parece? —preguntó porque la duda era auténtica.
—Supongo que sí —respondió con más incertidumbre que certeza—. Bueno, Dazai-san no se ha suicidado. Eso algo bueno, ¿no?
—Sí, claro, yo creo que sí —murmuró con más duda que antes.
—Además, Atsushi, dime, si pudieron mantener su relación durante años en secreto, ¿quién dice que no siguen haciéndolo? —le preguntó, enredando sus manos en el cabello ajeno—. Ya sabes cómo son. Son maestros del sigilo y el secreto.
—Bien que para tirar en medio de la sala de la cabaña se olvidaron de eso —murmuró con recelo—. ¡Yo no lo olvido ni perdono, Ryuu!
—Ya lo sé —rio, distrayéndose en la dulzura de su pareja. Permaneció en silencio durante un rato de incomodidad mientras intentaba apaciguar aquella inquietud que latía dentro de él—. De verdad espero que estén bien.
—Pero ¿por qué lo dices? —le preguntó, volteándose con preocupación—. Tú ves a Chuuya-san seguido. Deberías saber cómo está.
—¡Qué voy a saber! —exclamó, sintiendo la aparición de la angustia—. Él está igual que siempre. Chuuya-san jamás se rompe frente a los demás. Siempre lo verás con el mentón en alto.
—Es como Dazai-san —se lamentó, achicando sus ojos con lástima—, que esconde su dolor detrás de sus risas.
—Ha de estar riendo a carcajadas ahora —suspiró, indicándole con la mano que se recostase en su pecho.
—Kunikida cada vez lo soporta menos, así que asumo que no debe sentirse tan bien como creemos —comentó, jugueteando con el botón del pijama de Akutagawa—. Chuuya-san te dijo algo tiempo atrás, ¿verdad? Porque de caso contrario no comprendo por qué crees que terminaron.
—Sí, unos días luego de que tú y yo comenzáramos a salir —rememoró, pensativo—. Me citó en el muelle una madrugada y me dijo "olvídate de todo; de Dazai y de mí. Nunca debió pasar, y nunca debiste verlo"
—Suena híper dramático —concluyó, jugueteando con sus dedos—. Bueno, a mí Dazai-san no me ha dicho nada.
—Pero eso no es lo único que me dijo —agravó—. Lo noté muy triste y le pregunté a qué se debía todo aquello, y me respondió "aquella relación corrompida ya no existe. Olvídala".
—Entonces es claro que rompieron, Ryuunosuke —le dio una mirada que remarcaba su torpeza
—Oye, no me mires así —se quejó, frunciendo el entrecejo—. Nos han mentido y ocultado tanto que ya no sé qué creer.
—Es un buen punto el que tienes —destacó Atsushi, pensando en las palabras de Chuuya. Entre sus cavilaciones se cruzó una idea tan ridícula como posible—. Ya sé lo que haremos.
-•-•-•-•-•-•
—Dazai —le llamó Ranpo, sentándose en su escritorio—, ¿por qué no vas a buscarme un dulce a la cafetería que se encuentra cerca de...?
—¿Cercano al bosque de Yokohama? —le interrumpió con su característica sonrisa relajada. Giró su mirada hacia Atsushi, que se encontraba en la puerta—. ¿Crees que no recuerdo la cafetería favorita de Chuuya? Buen intento, Atsushi.
Como aquella relación ya no existía, a Dazai ya no le importaba que se supiera en la oficina que había sido abandonado por el amor de su vida.
Atsushi golpeó el suelo con su zapato con frustración. Dazai no era ni un poco tonto. Engatusarle a él como él y Akutagawa habían sido engatusados sería casi imposible.
-•-•-•-•-•-
Procedieron, entonces, al plan B: convencer a Chuuya. Ahí le tocaba a Akutagawa.
Recordó las palabras de Atsushi una y otra vez. Sé amable.
Había citado a Chuuya en el muelle y, aún sin verle, sabía que el asunto le quedaba demasiado grande. Sin embargo, Chuuya era mucho más abordable que Dazai; con su superior podía entablar una charla. Dazai solo le diría que solo queda morir.
Caminando de lado a lado, se repetía lo mismo: sé gentil. Sé gentil. Sé gentil. No pretendía decepcionar a Atsushi bajo ningún punto de vista.
—Akutagawa —fue el saludo de Chuuya, quien llegó con cara de pocos amigos. El muelle le traía recuerdos que prefería guardar bajo siete llaves.
Akutagawa se sobresaltó ante la presencia de Chuuya, quien había llegado por su espalda. Se volteó y lo vio ahí parado, mortificado, mirándole mientras sostenía su saco con una mano sobre su hombro.
—Chuuya-san —le dijo, inseguro de cómo proceder—. ¿Usted ha... ? Bueno, quiero decir, ¿usted extraña...?
—¿A Dazai? —le interrumpió—. Buen intento, Akutagawa —le dijo, antes de girarse para abandonar el lugar.
—¡Espere! —exclamó desesperado, extendiendo su brazo hacia él—. Cuénteme lo que usted necesite decirme.
Chuuya se volteó hacia él desconcertado, mas apreciando el gesto.
—Cuénteme —continuó, mas al ver la respuesta nula, decidió irse por otra cosa. El fracaso ya era augurado—. ¿Cuáles son sus planes para hoy?
—¿Para hoy? Lo mismo que hice ayer.
—¿Y eso es...?
—Embriagarme hasta que sea la hora de trabajar —dejó caer con brutalidad.
—Pero hoy es martes, Chuuya-san.
Chuuya asintió como quien no quiere la cosa y le dejó solo.
Akutagawa suspiró resignado y supo que no les quedaba más que desarrollar el plan C. Tomó atolondradamente su teléfono entre las manos y llamó a Atsushi.
—Hemos fracasado —fue lo que le dijo cuando oyó que le había atendido la llamada.
—Tú has fracasado, cariño.
—Como sea —aminoró aquello para no fastidiarse, mas inevitablemente emocionándose ante el apodo. Se había vuelto sumamente débil—. Sabes lo que eso significa.
—No quiero hacer el plan C —lloriqueó, frustrado.
—Yo tampoco, pero no queda otra opción.
-•-•-•-•-•-•-•
Cuando Dazai ingresó a la fábrica abandonada lo hizo sin cautela alguna, como siempre procedía. Imprudente y suspicaz, al dar el primer paso dentro sintió una presencia; sin embargo, no fue hasta llegar al centro de la enorme sala en penumbras que encontró la presencia sobre él.
Chuuya se dejó caer del techo. En cuanto le vio entrar se había quedado anonadado y no había sabido qué hacer. Permaneció en la misma posición en la que estaba rogando que no notase su presencia, pero conociendo a su vieja pareja, eso era imposible.
Sus ojos se cruzaron con fiereza; ciertamente ninguno se esperaba aquello. No obstante, ambos lo necesitaban, y a medida que se miraban la sorpresa y el coraje daban paso a un inmenso pesar.
—Te ves mejor que nunca —le confesó Dazai de una vez, incapaz de quitar sus ojos de él—. O es que ha pasado tanto tiempo en el medio que me he olvidado de lo bello que eras.
Chuuya sonrió con dolor.
—Es broma —siguió Dazai, con un aire tan melancólico que lograba que aquello pareciese cualquier cosa menos una broma. Buscaba perderse en los ojos de Chuuya como un demente—. Jamás podría olvidar nada de ti. Ni la manera en que te cepillas el cabello ni el sonido de tu risa.
—Dazai —pronunció por vez primera, sintiendo que no persistiría mucho más sin llorar. Creyó que nunca volvería a nombrar a aquel hombre. Su corazón se había encogido y su garganta amenazaba con cerrársele—. Siempre me haces lo mismo.
—Nada de esto fue idea mía —aclaró, con aquella voz apagada que estaba calándole los huesos a Chuuya—. Yo respeté tu decisión, y lo sigo haciendo, pero no puedes pedirme que deje de quererte.
—Nunca pedí eso —alegó—. No importa si eres tú la mente maestra detrás de esto o no. Siempre haces lo mismo.
—¿Qué he hecho para que luego de dos años sin verme estés enfadado conmigo? —le preguntó, acercándose a él a paso lento. Temía que si acercaba más, Chuuya huyese. Quería aprovechar ese momento hasta el final.
—Siempre vuelves, siempre apareces ante mí —murmuró, sintiendo la presencia de Dazai acercarse más y más—. Pero me alegra verte vivo.
—Nunca te prometí que no me suicidaría —respondió a aquello—, pero pese a lo lúgubre y patético de mi vida, no lo he hecho porque deseaba volver a verte en algún momento. Y estoy agradecido de haberlo hecho.
Chuuya levantó la vista para verle con claridad a no más de seis pies de distancia. Comenzó a mirar en derredor como si buscase una salida; las tenía, y aún así no las tomaba.
—Y ¿por qué vuelvo? Eso no lo elijo yo —le confesó, siendo enteramente sincero. Él era un hombre sin determinación que no elegía caminos; llegaba adonde llegaba arrastrado por la marea de la vida—. Sabes lo que dicen, Chuuya. Uno siempre vuelve a los lugares donde amó la vida, y ese lugar mío ha sido siempre a tu lado.
Aquello había rebalsado el vaso. Chuuya giró su rostro hacia él como si lo que acabara de oír fuese inaudito, como si no pudiese creer que tenía a Dazai frente a él confesándosele por millonésima vez en su vida, y sin poder creer aún lo locamente que le amaba.
—Ya no sé qué hacer contigo, Dazai.
—Nunca lo supiste —intentó sazonar el asunto con una verdad inefable—. Mas así me quisiste por tanto tiempo.
—Y tú a mí.
—Yo no lo negaría jamás —respondió con una seriedad de funeral. Acto seguido ablandó sus gestos para dejar salir sus sentimientos más puros—. Te amo enteramente, con necesidad, a pesar de que me hayas dejado atrás.
—¡Nada de esto habría sucedido jamás si tú no te hubieras ido de la Port
Mafia! —clamó de repente, sintiendo que su paciencia se había escurrido en medio segundo. Dejó salir toda su impulsividad y todo lo que llevaba cargando en su espalda. Aquel comentario descarado del final le había fastidiado en demasía.
—¡Nada de esto habría sucedido jamás si tú te hubieras ido conmigo!
—Yo no tenía por qué irme.
—Y yo no tenía por qué quedarme.
—¿Yo no era una razón para que te quedaras?
—¿Yo no era una razón para que te fueras? —le cuestionó, mirándole con aquella intensidad que Chuuya tanto había extrañado—. Yo me fui por una promesa y tú te quedaste por lealtad. Ninguno puso al otro como prioridad.
Chuuya reconoció que había una pizca de verdad en aquellas palabras. Sin embargo, la indignación que sentía era aún mayor.
—Ni siquiera me avisaste nada de que te irías, maldito bastardo —le espetó, acercándose más a él de un paso largo—. ¿Con qué derecho dices eso?
—Con el derecho de alguien que aún así lo intentó —musitó, profundizando su mirar en el azul de los ojos que más amaba, aquellos cuyo brillo era por lo que siempre rezaba.
—Tienes razón —largó luego de un rato que le pareció eterno, bajando la mirada.
—Y si tengo razón, ¿por qué me dejaste?
—Ya te lo he explicado, Dazai —exclamó con desesperación, quitándose el sombrero para enredar sus dedos en su cabello—. No me hagas volver a ello.
—Dímelo, por favor —le suplicó, entregándole su alma a través de su mirada, tan resquebrajada y oscura como él mismo—. Me he repetido tus palabras tantas veces que me he olvidado de lo que significan.
—Sé perfectamente lo que piensas de lo que te dije ese día —respondió, sintiendo la acusación que no había tenido la valentía de salir de sus labios—. Pero nosotros no somos Atsushi y Akutagawa. Tú eres un traidor y yo soy de los altos mandos.
—No es eso nada nuevo, Chuuya —le dijo, muriéndose de ganas por abrazarle—. Aquello no te había impedido estar conmigo por más de siete años.
—Porque estábamos bien —le lloriqueó. Chuuya había perdido la compostura hacía un rato—. Y porque tú sabías cuál era tu lugar.
—¿Mi lugar? —le preguntó con la indignación escurriendo en cada palabra.
—Nunca tuvimos que salir de las sombras, Dazai —le recriminó—. Eso era lo que habíamos acordado, lo que habíamos elegido.
—Yo quería dejar eso atrás, Chuuya, quería que tuviéramos que dejar de vivir así.
—No había necesidad de ello —reclamó, golpeando el piso con la suela del zapato—. Ya nos habíamos acostumbrado a vivir de esa manera, y luego me sales con matrimonio y matrimonio y ¡diablos, Dazai!
—Chuuya, sabes bien que lo había hecho porque sabía que tú también lo querías —se explicó, acercándose aún más, como si le rogase que lo entendiera.
—Ese era el problema, Dazai, lo quería de verdad, lo quería tanto, tantísimo, que me lastimaba —le dijo, notando la poca distancia que los separaba, y temiendo tocarle aunque fuese por accidente—. Lo quería tanto que el no poder tenerlo me dañaba mucho más.
—Tú puedes tener lo que quieras, Chuuya —le aclaró, con solemnidad. Le dolía ver a Chuuya de esa manera, y le preocupaba el haberle dañado una vez más. Recordó el escozor de su alma la última vez que le vio, y en aquel momento, dos años después, se sentía aún peor—. Mas eres tú el que no quiere tomar las cosas que te hacen feliz. Las tienes ahí y te convences de que no te las puedes permitir.
—Así es, Dazai —le dijo, afligido a más no poder—. Me conoces mejor que nadie, ¿por qué hiciste eso? ¿Por qué te empecinaste en querer eso o nada?
—Porque lo mínimo que te debo luego de todo el mal que le he endilgado a tu vida, es un poco de felicidad.
—Tu compañía era suficiente para darme esa felicidad —le confesó. Aquellas palabras habían sido ensayadas en su mente cientos de veces, puesto que había soñado con reencontrarse con Dazai millones de veces. Su rostro se encontraba torcido en una sonrisa que amenazaba a convertirse en llanto.
—Perdóname, Chuuya —se lamentó frente a él. Se arrodilló y pellizcó el chaleco de Chuuya, a la vez que pegaba su rostro al mismo para ocultar su dolor. Al oír aquellas palabras que en parte siempre supo, su estabilidad y fortaleza le abandonaron—. Perdóname, todo ha sido mi culpa —aseguró, comenzando a liberar en sollozos el pesar que había acumulado todos esos años de soledad e incertidumbre—. Porque yo rompo todo lo que toco, y las cosas que anhelo se rompen antes de que pueda tocarlas.
Chuuya suspiró y, con el mentón en alto, incapaz de bajar la vista, suspiró, cerró los ojos y se quitó uno de sus guantes. Inhaló con profundidad y con la mano temblorosa tocó el cabello de
Dazai. Al hacerlo, los sollozos se dispararon por sí solos. Su Dazai, si querido Dazai, seguía ahí, seguía tangible y seguía queriéndole.
Y seguía vivo.
Al sentir aquella mano acariciarle, Dazai se tomó el atrevimiento de hundir más su rostro en el abdomen de Chuuya, deslizando sus manos hacia su espalda para abrazarle, deseando con cada lágrima que no podía dejar salir que ojalá nunca tuviera que soltarle.
—También es culpa mía —musitó, abrazándole el cuello con la otra mano—. Por querer estar contigo y ser incapaz de dejar a mi gente detrás —murmuró como si estuviese regañándose a sí mismo—. Eres más importante que cualquier otro ser en mi vida, pero no pude dejar mis principios detrás.
—Así es como eres —le respondió, pero lejos de ser una recriminación, era amor desperdigado en cada palabra—. Fue mi culpa por haberte presionado a hacer algo que no deseabas.
—No podía tirar todo por la borda y dejar atrás a quienes son mi familia ahora. Formalizar nuestra relación de esa manera sería extremadamente dudoso para mí —le dijo, aún lamentándose por ser de la manera en la que era. La felicidad no estaba escrita en el destino de Chuuya. Si dejaba todo por Dazai se sentiría culpable y desleal; si dejaba a Dazai por la mafia, le faltaba el amor de su vida. Sin embargo, Chuuya existía para complacer y no para ser complacido—. En un juicio los cónyuges no pueden declarar en contra del otro, ¿me entiendes?
—No te pediría algo así nunca más —declaró, aprovechando el momento para oler a Chuuya y grabar su presencia una vez más. Comprendía cada cosa que le decía, deseando infinitamente haberlas entendido antes.
—Tampoco me pedirías que vuelva contigo.
—¿Quieres que te lo pida?
—No, en absoluto —contestó con voz lastimosa—, porque si lo hicieras no podría negarme.
—Al menos, ¿puedes prometerme que no tendré que esperar más de dos años para volver a verte?
—Supongo que puedo prometer eso —rio, sintiendo su maltrecho corazón saltar ante la posibilidad de volver a ver a Dazai.
—¿Qué te parece si nos vemos cada veinticuatro? —le preguntó, rogando por un sí pese a lo irracional de su propuesta—. En la cafetería que tanto te gusta. Solo un café. No es necesario que hables si no lo deseas, pero déjame verte —le suplicó—. Me aterra la idea de no verme reflejado en tus ojos nunca más.
—Sigues siendo de esos malditos a los que les ofreces la mano y te toman el codo —le espetó, mas incapaz de negarse, rio, sintiendo la humedad acumulada en su ojos—. Pero supongo que puedo hacerlo también. Ahora, levántate.
Dazai hizo lo dicho con lentitud, como si aún no se sintiese listo para afrontar aquello. Sin embargo, una vez que lo hizo no pudo más que sentirse agradecido.
—Chuuya —susurró con ilusión, sintiéndose el hombre más afortunado del universo—. Te amo tanto, tantísimo.
—Cállate, Dazai —le respondió, colgándose de su cuello para abrazarle. Cuando sintió las manos de Dazai rodearle con temor se apretó más a él, deshaciéndose bajo su toque, sintiendo la calidez del hogar encenderse dentro de él una vez más. Se separó un poco para poder mirarle a los ojos, para sentir que podía desaparecer del planeta con él en la oscuridad de esos ojos que tanto amaba y cuyo brillo había vuelto—. Las palabras nunca han sido lo nuestro.
-•-•-•-•-•-•-•-
—¿Cómo crees que les estará yendo? —curioseó Atsushi.
Se encontraban fuera de la lúgubre fábrica, a unos cuantos metros de distancia, entre unos árboles.
—Qué voy a saber yo —se quejó—. Vayámonos, nosotros ya cumplimos. Si se matan bien, pero te aseguro que no quiero estar presente si sucede lo opuesto.
—Tienes razón —se inquietó ante el recuerdo de la cabaña y se estremeció. Comenzó a seguir a Akutagawa devuelta hacia el centro—. De cualquier manera, siendo ellos dos, jamás volveremos a saber cuáles fueron los resultados.
—Claro que sí —asumió Akutagawa, completamente seguro de que Atsushi estaba equivocado—. Si ves a Dazai-san más tranquilo, es porque han hecho las paces.
—¿Y tú? —le preguntó, entendiendo lo que planteaba su pareja y sabiendo que tenía razón—. ¿Cómo te darás cuenta?
—Lo sabré cuando vea sonreír a Chuuya-san de nuevo.
Atsushi sonrió ante aquello, observándole de reojo. Amaba ver aquellos lados de Akutagawa que jamás salían a la luz. Chuuya jamás sabría lo mucho que se preocupaba por él. Adoraba cada detalle que había descubierto a su lado, y anhelaba conocer más. Con el corazón latiéndole a mil como la primera vez, se apresuró para seguirle el paso a Akutagawa y le tomó la mano una vez que estuvo a su lado.
Akutagawa ya se había acostumbrado al cariño físico y a las constantes muestras expresas de amor que Atsushi requería, pero aún así hacía que se sonrojara y se sorprendiese ante aquello.
—Atsushi —tosió, sintiéndose extremadamente torpe ante sus niñerías—. ¿Cómo conseguiste traer a Dazai-san aquí?
—No fue nada fácil —suspiró Atsushi, recordando el circo que había tenido que hacer—. Le pedí a Ranpo que le pidiera al señor presidente que enviara a Dazai a una misión aquí con un pretexto. Como no tenía dinero para comprarle dulces a Ranpo tuve que ir a buscar a Poe para rogarle que convenciera a Ranpo, y para ello tuve que llevar a pasear a Karl.
—¿Quién es Karl?
—El mejor amigo de Poe.
—¿Hablas de su mapache mascota?
—Su mejor amigo —le corrigió, exhausto. Él había cometido el mismo error.
—Ya veo —asintió, grabando aquella nueva información.
—¿Y tú?
—Lo mío no fue tan complicado —comentó—. Le pedí a Higuchi que le pidiese a Kaji que le dijera a Chuuya de una misión aquí.
—¿Me estás diciendo que Kaji no pidió nada a cambio? —le preguntó Atsushi, sorprendido.
—No lo sé —respondió sinceramente, encogiéndose de hombros—. Pero eso ya es problema de Higuchi, ¿no?
—Pobre mujer —se lamentó Atsushi, tapándose el rostro con su mano libre—. ¿Por qué no se lo pediste directamente a un superior de Chuuya?
—Kouyou Ozaki me castraría y me echaría limón en la ingle si supiese que yo estoy involucrado en hacer que Chuuya-san vuelva con Dazai-san —dictaminó, completamente serio.
—Tienes razón —asintió velozmente, coincidiendo en que Ozaki era una mujer aterradora—. ¿Y Mori?
—Él... bueno, no es que Chuuya-san confíe mucho en él cuando se trata de Dazai-san —murmuró, como si no quisiese hurgar su nariz por esos lares.
—Ya veo —comprendió, pensativo. Sonrió y apretó el agarre de su mano—. Sin embargo, me alegra muchísimo que al menos les hayamos dado la chance de hacer las paces. No solo me sentía mal por ellos sino que me sentía realmente culpable.
—¿Culpable? —le preguntó.
—Totalmente —asintió con la cabeza y mirando al suelo—. Ellos terminaron así luego de involucrarse con nosotros para que estemos donde estamos ahora —le respondió—. Ser feliz a costa de otros no es lo mío.
—Lo sé —le dijo, hinchándose de orgullo y recordando por centésima vez por qué le quería tanto—. Pero con esto ya estamos a mano.
—¿Tú crees?
—Bueno, no lo creo —contestó, mirándole a los ojos con esa dulzura que pocas veces sacaba a relucir—. Yo jamás podría estar lo suficientemente agradecido por esto.
Atsushi sonrió ampliamente y se echó sobre Akutagawa, abrazándole con mucha fuerza. Porque para él había cientos de placeres en la vida que descubrió con el tiempo, y uno de ellos era querer con cada parte de sí. Abrazar a quien amaba hasta tronarle la espalda era solo una parte de todo aquello.
Una vez que Akutagawa pudo respirar, se rio con él y le tomó con delicadeza de la cintura.
—Esto es solo el principio de lo que les debo por tenerte conmigo —le susurró una vez que se acercó. Sin dudarlo mucho más, se atrevió a besarle.
No lo hacía muy seguido, pero definitivamente era su prueba de amor por excelencia, y era su favorita por lejos.
-•-•-•-•-•-•-
Como siempre, esto es un regalo con cariño, pero mi final siempre va a ser el epílogo.
Les mando todo mi amor.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro