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9

Chuuya no sabía cuántos días habían pasado; no los había contado, pero si había una certeza en su mente, era que extrañaba a Dazai.

Y le extrañaba mucho.

Sus labios seguían resentidos por ese beso que fue negado, resecados y deseosos. La fría ventisca era su única compañía durante las noches, tanto en las misiones como en la fría cama de su hotel de cuarta. Nada de eso le gustaba. Era impropio de él sentir esa soledad y anhelo tan copioso, tan apabullante y lastimoso; y más aún impropio era extrañar a Dazai de esa manera tan cansina. Los días se convertían en una cuenta regresiva más que en una suma, y las noches eran sus peores enemigas, intensificando su nostalgia con solo iluminar su ventana como si se tratase de un transeúnte que disfrutaba de colarse en su fría y lóbrega alcoba. Y una barata, muy barata y de mal gusto.

La misión ya podía vislumbrar un final aproximándose, y era aquello lo único que le regocijaba sutilmente. No era un suceso de cada día ni de cada trabajo de comisión extrañar a su pareja; se habían acostumbrado íntegramente a llevar aquella relación como la cruz en sus espaldas, el estigma de la traición blanca y la lujuria. Extrañar era algo ajeno a sus vocabularios, y sin embargo, se estaba convirtiendo en un huésped frecuente e indeseado en la cabeza de Chuuya, quien no podía evitar preguntarse con ansiedad en su maquinaria si era extrañado también.

Sentado en esa cama pequeña y rechinadora, sobre aquel colchón ajado que era más fino y oloroso que una feta de queso, suspiraba mientras miraba su ventana para encarar a la luna y sentir el candor de los labios de Dazai y su toque pecaminoso. Aquel que tanto extrañaba en su soledad y melancolía. Posaba sus manos sobre su boca y podía percibir el arrepentimiento de haberle negado una despedida. Extrañaba verle debido a la altísima frecuencia con la que se encontraban últimamente, y lo hacía aún más al tener prohibido comunicarse durante las misiones, haciendo hincapié en aquellas longevas.

Tal vez habían pasado dos semanas, tal vez un poco más, desde aquella fatídica tarde en la feria. La misión había culminado con éxito y se sentía culpable de sentir la alegría llenar su pecho al abordar el tren que lo llevaría a Yokohama. Y a Dazai.

Podían pasar meses de misiones sin verse y, aún con la plena certeza de que se pertenecían el uno al otro y de que nada cambiaría esos fervientes sentimientos que por tanto tiempo insistieron en callar, echar de menos al otro no era normal. Simplemente, volver a verse consistía en un fin de semana internados en la cama, haciendo el amor, charlando tonterías y besándose. Como si no hubiese pasado ni dos días. Sin embargo, en esta ocasión, mientras Chuuya bajaba del tren con su ropa discreta, que de nada servía al tratarse de un pelirrojo de ojos azules en Japón, solo pensaba en ese cursi reencuentro que les aguardaba, para concluir aquello que le llenó de remordimientos y de ganas de Osamu Dazai.

El camino hacia su departamento parecía más largo de lo normal y sus manos se abrían y se cerraban con frenesí, sus pies caminaban con apremio. Solo podía pensar en llegar y tomar su teléfono para clamarle a Dazai que llegase lo más pronto posible. Al llegar a su piso, frente a su ansiada puerta, introdujo la llave y abrió la puerta con decisión e, ingresando con velocidad, la cerró a sus espaldas de un portazo. Se echó de bruces sobre la pared de la entrada para apoyarse y quitarse los zapatos en cuestión de segundos. Una vez descalzo, suspiró y elevó su mirada en busca de su teléfono. Sus pies comenzaron a pasar sobre los pequeños escalones de finísima madera que separaban la entrada del amplio pasillo que guiaba hacia su vasta y elegante sala de estar. Sin embargo, se detuvo en seco al desenfocar su concentración de sus labores para posicionarla sobre el hombre dueño de sus sueños y sus gemidos frente a él.

—No creí que tardarías tanto, pero valió la espera, ¿no lo crees? —pronunció Dazai a modo de bienvenida, con un vaso entre sus delicados dedos y con la ropa que utilizaba para dormir cuando pasaba sus fines de semana en ese departamento.

—¿Qué diablos haces aquí? —toda esa secuencia maravillosa y sexual que había planificado en su mente para cuando viese a su pareja, se había difuminado. Su voz sonaba agotada y su tono era tosco, mas sus ojos brillaban con el brío intrínseco de los anhelos y la satisfacción.

—Dijiste que ibas a tardar una semana, aproximadamente —explicó Dazai, devolviéndole esa misma mirada cargada co mayor intensidad aunque su voz sonase frívola y burlona. A aquella altura de los hechos, ese fastidioso tono acompasado con la oscura mirada de ese hombre encendía a Chuuya enteramente—. Cuando pasó esa semana y no recibí señales tuyas creí que seguías enfadado por lo de Akutagawa, por lo que decidí buscarte. Como vi que aún no volvías, opté por esperarte y sorprenderte. Claro que tardaste tanto que decidí abusar de mi libertinaje y hospedarme en este lujoso lugar y hacer llamadas de larga distancia.

—Maldito bastardo —farfulló Chuuya, acercándose de a poco, retomando sus pasos en los escalones. Dazai le observaba desde la sala, parado junto al pasillo que llevaba a la habitación—. ¿Adónde diablos has llamado?

—Pues, intenté hacer bromas telefónicas, pero no resultaron —se burló—. La gente de Francia habla de una manera muy sensual, ¿no lo crees?

—¿Has llamado a Francia? —le espetó, cabreado. Finalmente, luego de tantos días y tantas noches en vela, consiguió estar frente a Dazai, a dos pasos de distancia, y lo único que quería era golpearle.

—Eso solo fue el primer día, cariño —sonrió, socarrón. Sus miradas se enfrentaron como tanto les divertía hacer.

Chuuya lo observó encrespado y, sin romper la mirada, se le acercó, quedando a tan solo centímetros del pecho ajeno. Dazai le sonrió con gracia y sus ojos entrecerrados. Elevó sus brazos vendados y le acarició el rostro, delineando esa mejilla con sus dedos delgados. Y como si de desvanecer el poder de corrupción se tratase, el fastidio abandonó el cuerpo de Chuuya, arrebatado por la dulzura del tacto que le volvía loco. Sus facciones se relajaron y Dazai, al ver la comisura de los labios ajenos calmarse y los ojos azulinos tornarse de terciopelo, endulzó su sonrisa y afianzó su toque.

—Te he extrañado, Chuuya —anunció, con su voz adueñándose del lugar, y asimismo de los latidos desbocados del corazón ajeno. Profunda, devota y parsimoniosa, su voz sonaba baja, como quien teme expresar una verdad prohibida.

Chuuya se sobresaltó y sintió un remolino de emociones asaltándole. Sintió que cada noche en vela durante aquel viaje, cada sentimiento de abatimiento, cada pensamiento suelto, cada temor, valió la pena. Y con aquello solo pudo confirmar algo que ya sabía, y era que podían pasar años, lágrimas, traiciones y kilómetros, y Osamu Dazai seguiría siendo siempre el hombre de su vida, su hogar, su otra parte. La sombra de su luz.

—Yo... diablos, yo también te he extrañado, te he extrañado tanto —exclamó, dándole manotazo brusco para que lo soltara, y acto seguido se arrojó sobre su pareja. Hundió su nariz en su pecho y sus brazos se imantaron a la espalda ajena con necesidad. Pudo sentir las manos de Dazai apropiarse de su cintura de manera espontánea. Finalmente, Chuuya había llegado a destino. Había llegado a casa.

—Esto es terrible, terrible. Nunca te extrañé, puesto que jamás me lo permití. ¿En qué momento bajé mi guardia de esta forma, tan torpe y miserable? —continuó, cuestionando y apretándose contra Osamu.

—Hemos pasado mucho más tiempo separados que esto, muchísimo más —respondió, suavizando su voz al punto de ser casi un susurro—. Pero estas semanas han sido un problema.

—El verte seguido es el problema —explicó, oliendo su aroma, cerrando los ojos—. No podemos acostumbrarnos a esto, Dazai.

—Nadie ha muerto de amor, Chuuya —subió una de sus manos desde su cintura para acariciar su cabello.

—Pero sí de soledad.

Se abrazaron con un amor inconmensurable.

—¿No deberías usar esos labios para otorgarme ese beso que me negaste el otro día, en lugar de para quejarte y decir tonterías? —le cuestionó, ampliando su sonrisa amarga y apretujando más a su pareja. Cerró sus ojos también, dejándose llevar por el contacto que tanto había ansiado, tanto más de lo normal.

—Tus llamadas a Francia me tienen más preocupado que ese beso —le aseguró, aún con el rostro profundizado en el pecho ajeno.

—Y a Guatemala.

—Si serás la mismísima escoria —le escupió, apretando la espalda ajena.

Dazai rio y juntó fuerzas para alejarle de su pecho, tomándole así del rostro nuevamente. Si Chuuya no iba a dar el primer paso, lo haría él, como siempre había sido con aquel testarudo. Había estado quedándose en su departamento porque no quería tener que esperar a la rutinaria llamada de Chuuya anunciándole que había llegado. Sus palabras eran certeras, y le había extrañado en niveles horrorosos. Estar en ese lugar, ese nido, que era como su escondite donde podían amarse y simular una vida que no les correspondía, le hacía sentirse en una falsa compañía y conseguía que la esencia de su pareja le calmase en su ausencia.

Chuuya, quien ya sabía lo que acontecería, solo sonrió con sutileza y se dejó besar, dejándose envolver por esa calidez que había esperado por semanas, aquella que había añorado más allá de los límites de su responsabilidad y de su voluntad. Sus brazos se aferraban a la espalda de Dazai con decisión y fuerza, atrayéndole más hacia sí. Sus labios se unían sin pudor, como si esas semanas se acortaran con cada beso, como si el miedo a extrañarse se quedara solo en las palabras y no en sus almas. Sus respiraciones se hacían sonoras, sus manos se exploraban como si se tratara de una tierra lejana y desconocida, fogosa y paradisíaca.

Sus mentes solo podían pensar en que al fin tenían esa recompensa que tanto anhelaban, en aquello que tanto habían deseado.

Empero...

—Oye, tú deberías estar trabajando, maldito bastardo inútil —le espetó, separándose ante la idea que cruzó su mente, aún con sus rostros a una distancia imprudente y con sus ojos compenetrados en los del otro.

—Aún es muy temprano, duende aburrido —le sonrió, dirigiéndole una mirada de esas que le derretían.

—Ya es de mediodía, Dazai —a pesar de las miradas que le diera, seguía asombrado de su nivel de pereza.

—Bueno, luego de darte ese par de rondas que me reclamaste la última vez, me iré —le aclaró, arrojándose para besarle nuevamente, mas Chuuya le esquivó.

—Qué entusiasta estás hoy —se burló, juntando sus narices y obsequiándole una sonrisa de soberbia—. Sin embargo, para conseguir esas dos rondas al paraíso tardarás toda la tarde, y me temo que no podemos permitirnos semejante pérdida de tiempo.

—Cuánta maldad cabe en ese pequeño cuerpo —se resignó, largando un suspiro.

—No tienes ni la menor idea de cuánta —alegó, pisándole los pies. Sus sonrisas se acompasaban en esa complicidad tan propia de su relación—. Por cierto, ¿cómo está Atsushi?

—Pues, anda bastante decaído, sabes —contestó con sinceridad pese al descarado cambio de tema. Que le mencionara a su subordinado cuando él ya tenía una incipiente erección, solo apagaba su deseo; era tan grave como si en mitad del sexo se le cruzara la cara de Kunikida por la mente. Simplemente, sería incapaz de concretarlo. Lo mismo sucedía con Atsushi. Pensar en él era como tener la imagen de un bebé en la mente—. Está mejor ahora que ya ha pasado más tiempo, mas ese sinsabor del rechazo por parte de tu subordinado sigue presente en él.

—Oye, tiene nombre, maldito —le rabió.

—Bueno, tu queridísimo Akutagawa —se rectificó, sonriéndole. Sus rostros aún permanecían a esa distancia mínima y sus ganas de hablar disminuían—. Atsushi ha estado rodeado por un aura de tristeza, es bastante incómodo verle así, siendo que su sonrisa no es la misma.

—Debe estar decepcionado —razonó—. Cabe destacar que, como siempre, es tu culpa. No creo que quiera volver a ver a Akutagawa.

—Oh, pero sí que lo hará —aseguró Dazai, sonriendo de lado a lado y con sus ojos resplandeciendo en ingenio.

—No me digas... ¿qué estupidez se te ocurrió ahora? —le preguntó, frunciendo su ceño y con miedo a la respuesta.

—No frunzas tu ceño ahora que tengo tu hermoso rostro tan cerca mío —le pidió, moviendo sus manos, traviesas, a lo largo de su espalda—. Hemos llegado a un punto en nuestra relación, aún más intensificado luego de no verte por semanas, en que hasta verte fastidiado me calienta.

—Tal vez incluso desarrolles un fetiche por ser golpeado, maldito bastardo —le espetó, alejándose ligeramente—. Dime qué demonios pretendes hacer ahora. Dijiste que harías reparación de daños, pero ya me veo venir que será otra estupidez de tu parte.

—Oh, y esta será bien estúpida —le aseguró, con una mirada propia de su naturaleza mafiosa y manipuladora.

—Dilo de una vez.

—Solo te diré que aprovecharemos al máximo los días libres que ganaste con esta misión de larga duración.

—Oye, yo nunca he dicho que quiero gastarlos contigo y tus sandeces —le objetó, entrecerrando los ojos con molestia.

—Yo te lo advertí, Chuuya —fue lo último que pronunció Dazai al observar sus gestos, antes de besarle con precisión y deseo.

Nakahara solo se dejó hacer. Como siempre. Había extrañado el toque de Dazai, sus bromas, sus besos encarecidos, sus ridiculeces. Aunque supiese que era incorrecto y muchas veces intentase evitarlo, disfrutaba de ser envuelto en las locuras de ese hombre, de ser su mano derecha hasta en lo más patético, porque le amaba.

-•-•-•-•-•-

Atsushi, sentado en el lugar en el que Dazai le había citado, ya sabía que solo le aguardaban desgracias.

Se sentía molesto, decepcionado y desgraciado. Estaba sentado en la acera, de brazos y piernas cruzadas, sintiendo el inclemente viento mover su camisa, pensando en qué había hecho mal. Las semanas habían pasado y, por extraño que fuese, su superior no había dicho ni pío. Ambos actuaban si nada hubiese sucedido y, ciertamente, Dazai era quien más parecía, de hecho, haberlo olvidado; sin embargo, él no había podido parar de pensar en lo que sucedió. Le dolía la idea de que todo su esfuerzo, todo lo que el había creído en orden, había caído en saco roto. Fue como si aquella noche sin estrellas hubiese sido un recordatorio de que nunca podría romper esa barrera de porcelana que le separaba de Akutagawa; una porcelana, que era durísima y pesada, pero nada difícil de romper. Un constante recordatorio de que, posiblemente, nunca sería nadie para ese Ryuunosuke que se había mostrado paulatinamente frente a él, con cada bello detalle que había atisbar en él.

No había mayor herida que una producida por las punzadas filosas de las ilusiones destruidas, y aquellas semanas lo había aprendido mejor que antes. A pesar de que su vida entera había sido una desilusión andante, aquella había sido generada, germinada y mantenida por nadie más que él. Nadie le había dicho que su contraparte le devolvería ese afecto, y menos aún que lo aceptaría como tal. Y a pesar de que sus cavilaciones y esperanzas residían solo en él, verdaderamente deseaba ser alguien para Akutagawa, ese alguien. Quería, por una vez en sus años, ser importante para alguien. Y no solo para sus amistades, quería atreverse a esperar sentirse especial para una persona especial. Y sin embargo, lo único que había podido obtener como moraleja era que nunca sería capaz de calar en el corazón de una persona que le odiaba.

De nada valían sus sentimientos si dolo él podía observarlos y resguardarlos dentro de sí. Porque el odio siempre era más fuerte que el cariño. Si una determinada cantidad de una pintura blanca se enfrentaba a una misma cantidad de pintura negra, el dibujo siempre acabaría por ser oscuro, sin importar cuánto se lo mezclara y cuánto se lo quisiese aclarar. Y Atsushi lo había aprendido con creces.

Sumergido en sus lamentos, no pudo escuchar ni percatarse de la presencia del dueño de sus desgracias, a unos metros de distancia. Y tampoco podía saber cuán erróneo era el camino que tomaban sus creencias sobre Akutagawa, quien sí logró ver las estrellas aquella noche.

Akutagawa lo vio y comenzó a sudar. No se atrevía a acercársele. Pero su corazón, que se había alborotado al verle sentado allí a esas horas tan tempranas, tan puro bajo el colorido cielo del alba, se había desinflado al observar su estado, su rostro desanimado y sus manos jugando con sus guantes. Aquello era su culpa y lo sabía. Las semanas habían sido terribles y poseía la certidumbre de que no volvería a verle fuera de labor, pero allí estaba, frente a él. Y nada podía hacer. La culpa había jugado con él a lo largo de todos esos días, y se había imaginado los resultados de ello, pero la realidad siempre atropellaba los sueños y las ideas. Ver a Atsushi frente a él sin una sonrisa cegadora, sin sus ojos que mostraban una esperanza que lograba anteponerse a los dolores, le dolía. Y cuando él le mirase a los ojos luego de tanto tiempo y no viese esa gentileza en ellos y no le obsequiase una sonrisa briosa que era capaz de devolverle el calor a su cuerpo y sanar sus errores, le dolería más. No quería afrontar aquello, por lo que solo se limitó a esperar en el lugar que su superior le había indicado, a varios metros de distancia. Sin embargo, no pudo evitar pensar que hacía frío, mucho frío para estar sin un abrigo y en la acera.

Los minutos, eternos para un Atsushi congelado y efímeros para un Akutagawa que solo se dedicaba a observarlo desde la lejanía, pasaron hasta que Dazai, manteniendo su impuntualidad como religión, apareció. Pero no estaba solo, y menos a pie.

Un auto oscuro se detuvo frente al joven en la acera, quien se asustó al ver el auto desconocido y a Chuuya Nakahara al volante. Dazai, en el asiento de copiloto, se bajó de un salto para exclamar algo que hizo que tanto Alutagawa como Atsushi saltaran en su lugar y que Chuuya pusiese cara de pocos amigos:

—¡Nos iremos de viaje, niños, suban!


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Reprobé porque soy una fracasada de primera clase, así que nuevamente me voy a desaparecer entre las tinieblas por un par de semanas más hasTA QUE APRUEBE ESTA MATERIA DEL DIABLO. Pero lo haré, y volveré en forma de fichas.

Si me da otra crisis en el medio, seguramente escriba para no terminar en la miseria emocional💕

Les mando mi amor ❤️ y les doy la bienvenida a las nuevas personitas hermosas que se sumaron a la historia en estas semanas que pasaron.

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