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8

—Yo te lo dije —se alteró Chuuya en su lugar, inquieto, moviendo sus pies de lado a lado y dando pequeños círculos sobre su propio eje. Se sostenía su sombrero mientras observaba a Akutagawa abandonando el lugar y luego posaba sus orbes en su pareja que, a su lado, lo miraba con cautela, cruzado de brazos y con un gesto analítico—. ¿No te lo dije? No, ¡claro que te lo dije! ¡Te lo advertí, y tenía razón!

—Cálmate, Chuuya —apaciguó, clavando la oscuridad de sus ojos en la misma dirección en la que se enfocaba su acompañante—. Estás exagerando.

—¿Cómo puedes decirme que estoy exagerando? —le reclamó, arremetiendo contra el suelo de un pisotón y cerrando los puños. Sus ojos azules eran un mar embravecido con la expresión de una arpía—. No necesito oír lo que le ha dicho a Atsushi, y de hecho, ni siquiera quiero. Sin embargo, míralos —suspiró, relajando sus puños y otorgándole a Akutagawa una mirada dolida y al otro, una de compasión—. No necesito oír lo que ha sucedido para comprender el rostro afligido de ambos.

—Estaba destinado a pasar —aseguró Dazai, ablandando su postura para dejar caer sus brazos y poner sus manos en los bolsillos de su saco—. Con o sin mi intervención, habrían pasado por esto sin duda alguna.

—Nadie te había obsequiado el permiso para acelerar lo inevitable, entonces —espetó. Todo su rostro y su boca torcida eran una obra de disgusto absoluto.

—Tú me autorizaste —se burló.

—¡Yo no te autoricé nada, solo te dejo ser! Porque eres insufrible —le escupió, acercándose a él y tomándole de la camisa.

—Eres hermoso incluso cuando estás enojado y el deseo de golpearme se refleja en tus preciosos ojos —le susurró, chocando narices al haber sido jalado. Sonrió victorioso.

—Cierra el hocico para las estupideces —ignoró Chuuya, inmutable—, y dime qué tenemos que hacer ahora.

—Pues, hablar con ellos, ¿no? —preguntó, tomando las manos que lo aprisionaban y acariciándolas.

—¿Y me preguntas a mí? —exclamó, expandiendo sus ojos a punto de rabiar.

—Ve tras Akutagawa —le indicó con certeza y solemnidad. Sus ojos habían tomado aquel tinte de hombre de negocios—. Yo iré con Atsushi.

—¿Y qué se supone que deba hacer? —le cuestionó, alarmado y súbitamente espantado. Su labor era mucho más complicada que la suya.

—Como una charla padre a hijo, ya sabes —respondió alzando sus hombros. Su pareja lo soltó para comenzar a tocar su sombrero en señal de nerviosismo—. Es similar a lo que ya has hecho, háblale.

—Lo dices como si fuera tan fácil —farfulló, acomodando sus ropas mientras giraba su rostro nuevamente hacia su objetivo, que se encontraba caminando a paso tambaleante hacia el lado opuesto, ya fuera del establecimiento—. El tuyo no es un discapacitado emocional.

—En eso tienes razón —le sonrió.

—Oye, solo yo puedo decirlo —objetó, posicionando sus manos enguantadas en su delicada cintura—. Tú no tienes el derecho de asentir ni de burlarte de él. La próxima vez te golpearé.

—Está bien, cariño —murmuró, dando un paso hacia su pareja. Quitó sus manos de su saco para, con una, deslizar sus dedos sobre una de las manos del otro que reposaban en su cadera, colando sus dedos entre los ajenos para sentir, a su vez, su cuerpo; y con la otra, acarició su rostro, frágil y embelesador, de una belleza que solo podía pertenecerle a él.

Chuuya se dejó tocar, impávido y enamorado, percibiendo el calor tomando terreno en su rostro, incluso abrasador bajo el toque indeleble de Dazai. Suspiró.

—No es momento, Dazai —murmuró, utilizando su mano libre para quitar la ajena en su rostro. Se alejó sin dudarlo y, con el objetivo de no distraerse de lo que verdaderamente le importaba, le dio la espalda. Comenzó lentamente a caminar hacia destino y, aun sin voltearse, le dijo—. Esta noche no puedo ser complacido con tu visita. Debo ausentarme por lo que queda del fin de semana y posiblemente la siguiente. Parto en unas horas.

—¿Y aún así me has negado un beso? —sonrió, acerbo y decepcionado.

—No te lo mereces en este momento —alegó Chuuya. Aunque le costase un sinfín de esfuerzo y un gran acopio de valor el no derretirse ante Dazai o el ser duro en demasía con él, aquella noche se sentía auténticamente preocupado y, a diferencia de Dazai, los resultados le habían oprimido el pecho. Le dolía negarle un beso, ese beso de despedida que solía significar un sello de amor y de silencio, y más aún cuando debía irse a una misión, donde ese beso podía ser la única reminiscencia de ese amor implacable. Sin embargo, había asuntos en su mente que eran menester aunque le partiese el alma.

Sin emitir mayor palabra, echó a trote. No podía permitirse perder a Akutagawa de vista. Su cuerpo le pesaba más que nunca, mas no era capaz de voltearse y ver a Osamu.

—Chuuya, sé honesto con él —fue lo único que se le dijo. Su corazón se puso a trotar con él.

En el camino, al pasar por la entrada del lugar, pudo avistar a Atsushi parado en el mismo sitio y con la misma expresión que hacía unos minutos. Frunció sus labios y aceleró el paso, siguiendo la espalda ajena.

A medida que sus pasos le aproximaban hacia su objetivo, que se arrastraba como una ameba luego de haber huido despavorido, sentía sus nervios crisparse. No le gustaba lo que acontecería.

—Oye, Akutagawa —tosió levemente, sujetando su sombrero, a espaldas de su subordinado.

Detuvo su caminar que para ese entonces ya era lerdo. Sin embargo, el otro joven ni atisbó a parar su escurridiza caminata.

—Akutagawa —volvió a mencionar, poniéndose en marcha nuevamente, utilizando un tono más autoritario.

Nuevamente, no obtuvo respuesta; ni física ni verbal. En aquella ocasión ya no detuvo su caminar. Persistió detrás de él mientras su propia suspicacia salía a flote. Comenzando a cabrearse debido a la manera en la que estaba siendo ignorado, suspiró y, de dos largos pasos y pisadas estruendosas, tomó al otro por uno de los hombros, casi zamarreándolo.

—¡Akutagawa! —clamó, consiguiendo quedar ambos detenidos en el césped.

La luna brillaba con ímpetu, el viento, violento e irascible, enfriaba sus mejillas y secaba sus labios. El cielo se había nublado parcialmente y las estrellas se habían ocultado detrás de los nubarrones. Las zonas aledañas a aquel parque eran casi inhóspitas, en un apartado de Yokohama, por lo que, en aquel vasto sector no había nada más que terrenos desocupados y árboles, los cuales se sacudían en un irrefrenable vaivén. Y allí, en medio del vacío y de la soledad, Chuuya, finalmente, sintió el temblor en los hombros de Akutagawa.

Maldijo a Dazai en voz baja, e inhalando profundamente y sin soltar el cuerpo ajeno, se puso a su lado para observarle, elevando su mirada. Se mordió los labios con pena al ver esos ojos perdidos que buscaban el brillo de las estrellas en el espesor de la oscuridad de aquella fatídica noche.

—Akutagawa, escúchame —comenzó, comenzando a contagiarse de aquellos nervios y sintiendo los espasmos en sus manos, incapaz de discernir el de Akutagawa del suyo propio.

—Chuuya-san, ¿qué hace aquí? —pronunció, condescendiente. Su voz se revelaba más fría de lo usual, más inexpresiva. Sus ojos permanecían clavados en el mismo lugar, sin siquiera otorgarle una mirada de reojo a su superior.

—Pues, bueno, estuve esperándote, ya sabes —comentó con incomodidad, pensando que parecía que acababan de hacerle una lobotomía a su subordinado, quien hacía un rato estaba hecho una furia.

—Ya veo —fue su escueta respuesta. Chuuya, en ese momento, deseó intercambiar de niño con Dazai, mas era imposible.

—Escúchame, ¿qué ha sucedido allí? —no tenía ni la menor idea de cómo encarar aquel asunto, y verdaderamente no quería saber la respuesta.

Esas palabras arrancaron al otro de su trance, como si luego del cortocircuito hubiese apagado su sistema adrede y hubiese dejado los sucesos detrás y, aún mirando el cielo, sus ojos se abrieron de golpe para mostrarse afligidos. Sus labios se fruncieron a la par de su entrecejo. Chuuya lo escrutó, a su lado y aún sosteniéndole, con preocupación; si se largaba a llorar no sabría ejecutar una solución, puesto que todos ellos eran hombres curtidos. Dazai no lloraba. Él no lloraba. Akutagawa no lloraba. Si debiesen pararse a llorar por cada desgracia, vivirían en lágrimas, y los tres lo sabían.

El temblor en Akutagawa se intensificó y, comenzando a boquear, movía sus orbes de lado a lado, buscando el brío estelar que le sanaba.

—Chuuya-san, ¿qué es lo que me sucede a mí? —se lamentó, cerrando sus puños que, por primera vez, no se encontraban resguardados en su abrigo—. ¿Por qué esto me molesta en esta medida?

—Pues, yo creo... —inició su discurso. Las palabras de Dazai pidiéndole que fuera honesto le golpearon en la frente. No sabía qué decir—. Bueno, para serte sincero, no sé qué es lo que te aqueja en este momento. Si no lo escupes, ni yo ni nadie te entenderá. Posiblemente, ni siquiera tú.

Akutagawa comenzó a agitarse y a toser. Chuuya se espantó y se dio cuenta de que discapacitado emocional no era, al fin y al cabo, un término tan inadecuado; era enteramente incapaz de reconocer algo tan sencillo y natural como sus propios sentimientos.

—Yo... no lo sé. No sé. Desconozco qué es lo que está tomando forma en mi mente —balbuceó, llevando una de sus manos hacia su pecho, aún mirando el cielo—. Pero me incomoda toda esta situación.

—¿Qué...? —"qué diablos significa eso, maldita sea"—. ¿Qué quieres decirme con eso?

—Aquí, me molesta. Siento calor, siento mi corazón querer cavar un hueco y salir de allí —murmuró, escrutando el movimiento de las nubes grises, en búsqueda de vislumbrar una estrella.

Chuuya tragó en seco y suspiró. Apretó el hombro y se dejó llevar.

—No debes crucificarte porque te guste alguien, porque eso que describes es un gusto, no un conflicto —se arriesgó a decir. Su voz rebosaba de contención y candor; impartía la calidez hogareña de las maderas quemándose en una chimenea, íntegramente diferente al calor del sol de estío. Cálido acogedor, y no sofocante.

Akutagawa se estremeció y, por primera vez, bajó sus ojos hacia la tierra, hacia su acompañante, y le observó con una sorpresa severa, frunciendo el ceño.

—No lo tienes que entender, Akutagawa —continuó, compartiendo la paz de las aguas que reflejaban sus ojos—. Hay cosas que no encuentran su cauce en la lógica.

—Pero no comprendo. ¿Por qué tendría que gustarme alguien, y más tratándose de él?

—A veces, te enamoras de quien menos lo esperas y de quien menos deseas. Alguien que no te conviene, incluso —aseguró, riendo amargamente—. Tampoco estoy diciendo que estés enamorado, cálmate, o acabarás convulsionando de cuánto tiemblas —le aclaró al sentir que comenzaba a temblar y que amagaba con toser—. Mas sí puede gustarte, y no es incorrecto.

Chuuya no podía acreditar a sus propios labios pregonando semejante explicación tan cutre y básica a un joven de veinte años.

Ryuunosuke permaneció en silencio, con sus ojos bien abiertos y desdichados, y elevó su mirada una vez más al cielo.

—¿Por qué miras tanto la noche? —le cuestionó Chuuya al verle ensimismado.

Y en ese momento se percató de que nunca se lo había preguntado. Sin embargo, era una costumbre nueva. Al reconocer la oscuridad que le rodeaba sin amparo alguno, se dio cuenta de cuánto deseaba una luz. Por más pequeña que fuese, por más tenue que se mostrase, por más débil que resultase. Había un solo brío mayor y más bello que el de las estrellas, y tal vez era por eso que le encantaba hacerlo.

No pudo evitar pensar que, tal vez, la palabra "gustar" no era tan descabellada, después de todo. ¿Podía ello ponerle un fin a sus desvaríos?

No se trataba tanto de una incomodidad una vez que le daba en frío. Las palabras y el apoyo de Chuuya resultaban útiles en momentos donde sus propias palabras chocaban contra paredes huecas.

Porque las cosas que le alborotaban de Atsushi, le gustaban. Teniendo un mentor a su lado, alguien que le dijera que él también era capaz de sentir tonterías, le redimía infinitamente. Y cuando las cosas pasaban de la caja hermética que era su mente a sus cuerdas vocales, las cosas sonaban más simples y más probables.

A veces, había cosas que una persona necesitaba escuchar de alguien más para comprender.

Le gustaba la sonrisa de Atsushi. Le llamaba la atención que fuera tan bondadoso, grato y bienintencionado. Y eso le agradaba. Le parecía sumamente patético y no le encontraba sentido, pero le gustaba. Esa admiración inicial, progresivamente, iba echando raíces. Y le gustaba, por supuesto que le gustaba.

Suspiró, calmando sus temblores poco a poco. Sin embargo, seguía aterrorizado.

—No quiero esto, no es nada más que un problema —aseguró, lamentándose y dirigiendo sus ojos al suelo, a la tierra bajo sus zapatos.

—Lo sé —respondió, comprendiéndole más que nadie—. Mas me atrevo a decir que es un bello sentimiento.

—¿Alguna vez le gustó alguien? —le preguntó, con un tono que pecaba de curioso—. ¿Alguna vez se enamoró?

—Pues, sí —musitó, bajando su mirada a sus guantes. Hablar de sus sentimientos por Dazai no era lo que más le gustaba; ciertamente, no podía culpar a Akutagawa, debido a que, verdaderamente, también le incomodaba expresarlo. El joven lo observaba con gran atención—. No podría arrepentirme nunca de ello.

—¿Usted... fue correspondido? —cuestionó con la duda en la frente.

—Creo que sí —respondió, sintiendo su corazón latir y el remordimiento de no haberle dado ese último beso—, pero es algo que no pudo ser.

—Comprendo —murmuró Akutagawa, nuevamente alicaído. Aquel encuentro había acabado por ser muy lúgubre y azul—. De haberlo hecho antes, me habría espantado igual al estar junto a Jinko.

—Sin embargo —optó por cambiar el tema, acomodando su sombrero y levantando su frente, irguiéndose con soberbia como hacía siempre, soltando a Akutagawa por primera vez en todo ese lapso, como si ya se sintiera listo para dejarle ir—, considero esto un gran avance de tu parte. Que te gustara ese chico era una obviedad. Eso de vivir peleando como niños es una clara señal.

—Pues con esa lógica, también podemos decir que usted y Dazai-san...

—Creí que estabas triste, mocoso —le interrumpió, con voz fastidiada—. Vamos, te acompañaré a la sede, que yo también debo ir.

—Gracias, Chuuya-san —tosió, apenado. Chuuya era más que un superior para él, y haber sido capaz de otorgarse una mirada introspectiva fructífera fue gracias a él. Este le sonrió y emprendieron el camino. Levantó la mirada una vez más solo para ver que algunas nubes ya se habían esfumado, y alguna que otra estrella se hacía visible. Aquello acabó por sosegarlo—. En cuanto a lo de Dazai-san, yo...

—¡Cállate!

-•-•-•-•-•-•-

A diferencia de su pareja, Dazai no estaba desesperado. Al contrario, estaba relajado. Atsushi no era tan testarudo como para reconocer lo obvio; y en cuanto a Akutagawa, poseía certeza absoluta de que Chuuya sabría manejarlo, confiaba en él. Una vez que quedó solo y con el agrio sentimiento de haberse quedado con la trompa al aire y y luego ser rechazado. Y más aún, con el hecho de que no sabría cuándo volvería a verle. O si volvería a hacerlo. En sus vidas, sobre todo la de Chuuya, nada era un "hasta mañana".

Suspiró y decidió caminar hacia el lugar. Atsushi aún no salía, por lo que podía deducir que se encontraba caminando a paso moribundo, o que estaría llorando hecho un ovillo en algún rincón. Esperó que fuera la primer opción, puesto que encontrarle sería un auténtico problema.

Ni bien atravesó la entrada, vio a Atsushi, caminando hacia el mismo lugar, arrastrando sus pies y a punto de llorar.

—Atsushi —le llamó, captando su atención.

El aludido se percató de la presencia de Dazai y arrugó el rostro, al borde de arrojarse sobre su superior y prorrumpir en llanto, mas este le detuvo hincándole con los dedos en la frente.

—No es momento de llorar —ese fue su pobre consuelo, otorgándole una sonrisa y cerrando sus ojos.

—Pero yo creí que las cosas iban bien —le explicó, con la vocecita dolida y apagada—. Tenía la creencia de que nos llevábamos mejor, de que las cosas eran más bonitas entre nosotros, o al menos yo...

—Te gusta, Atsushi, ¿no es así? —le cortó el discurso, escrutando su rostro con sutileza, inspeccionando discretamente.

—No lo sé —fue su respuesta, expandiendo sus ojos lastimosos y jugueteando con los guantes de sus manos—. Sé que me gusta su compañía, me hace sentir bien, me agrada cuando me mira y en sus ojos no hay desprecio alguno. Tal vez sí —razonó, torciendo sus labios en desazón—. Sé que es descabellado, es como si me enamorara de alguien que se burla de mí y me golpea.

—Bueno, aunque no lo creas, hay personas que tienen ese tipo de relación —le sonrió Dazai, incapaz de contar cuántas veces fueron las que Chuuya le rompió las costillas—. Además, justamente, te ha comenzado a gustar luego de que dejaron de pelear, así que es muy adorable, ¿no lo crees?

—No lo sé, Dazai-san, más allá de este hecho, no tengo la seguridad de que valga la pena, si él no quiere volver a verme —alegó, tomándose del codo y bajando su mirada.

—¿No te dije yo, que era un joven encantador? —se burló.

—Aún sigo sin tener una respuesta para esa pregunta, Dazai-san —suspiró. Su superior le tomó del hombro y le guió hacia afuera, brindándole su compañía a través de su tacto.

Una vez afuera, Atsushi seguía siendo en estado vegetativo y a los límites del llanto, mas Dazai se paró frente a él, le sonrió y le soltó.

—Mantén la calma y guarda esas lágrimas para cuando me suicide —le dijo con sorna—. Las cosas van mucho mejor de lo que crees.

—Ahora mismo, no quiero verle —le comentó, con la mirada acongojada y cansina.

Osamu se rio y, revolviéndole el cabello cual niño que era y pensando en el gran plan que tenía en mente para enmendar aquella noche, a sabiendas de que Chuuya le arrancaría la cabeza cuando se lo dijese, le dijo:

—Volvamos a casa, Atsushi.

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Me encanta escribir este tipo de capítulos porque Akutagawa me parece un personaje muy complejo y profundo, y me gusta muchísimo explotar ese lado de él, bebito sin inteligencia emocional🤧❤️

Me tomé un tiempito de mis recreos de estudio para "terminar" lo que sería este evento antes de proseguir con lo que sería "la segunda parte" de la historia. Sin embargo, ahora sí voy a desaparecer un par de semanillas porque esos finales no se aprueban solos ;(

Les mando mi amOr eterno<3

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