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7

—Dazai, han caído dos veces en el mismo truco, mas no subestimes sus intelectos al creer que lo harán una tercera vez.

—Tenías que haber visto a Akutagawa el otro día —argumentó Osamu, suplicándole a su pareja que acatara las órdenes y le apoyara—. No supo cómo reaccionar cuando le dije que le importaba a Atsushi y que su compañía le había dado alegrías.

—Pues, es lo más cercano a una prueba de que no tiene idea de cómo reaccionar ante un buen trato —murmuró, cansino. Recostado sobre el pecho desnudo de Dazai, solo quería descansar, mas este deseaba persistir en charlar y analizar el plan, como si no fuese a hacer lo que quisiese de cualquier manera. Dazai no necesitaba su aprobación en la próxima idea que se iría a desarrollar, y su ayuda tampoco era menester; simplemente, estaba inusualmente consternado e insistente.

Dazai hablaba y hablaba como el charlatán que era mientras, con un toque melifluo, se dedicaba con auténtico afecto a enredar sus dedos una y otra vez en los rizos de Chuya, acariciándolos al verlos caer sobre su propio pecho y hombro; algunos mechones caían de forma sensual y asimismo sutil sobre los hombros desnudos ajenos, delineando su piel y endulzándola al resaltar su lividez y su apariencia tersa, resaltando la elegancia de su cuerpo. Agradecía que este estuviese con su rostro hundido en su pecho, no solo por la gratificante sensación que le brindaba al dejarse envolver así entre sus brazos y le mostraba ese Chuuya vulnerable que solo a él le permitía admirar en su fascinación; sino porque, en aquella situación en particular donde estaban entregados el uno al otro luego de haber hecho el amor, encontrándose con aquella pintura que significaba Chuuya desnudo y con sus rizos sueltos sublimando su belleza natural, Dazai sabía que si unía su mirada a aquella azulina y extasiada, se derretiría sin dificultad alguna.

—Es indiscutible que desconoce enteramente lo que es recibir un buen trato —explicó, sintiendo un gruñido de desazón por parte del otro—. Y sí, en gran parte es mi culpa, y blah, blah, blah.

—Así es —aseguró, musitando, con su voz amortiguada por el pecho en el que su rostro estaba sumergido. Ciertamente, más allá de su cansancio y su impaciencia y sus palpitantes deseos por descansar, le embelesaba intensamente el aroma intrínseco de Osamu y disfrutaba en demasía el sentirse bajo su yugo y someterse ante él en ese tipo de situaciones de unión sincera; podía percibir el verdadero ser de su pareja, podía adormecerse al oír los latidos de su corazón, podía sentir el suave tacto de las vendas que, ni flojas ni forzadas, descansaban sobre el pecho ajeno, acariciando su rostro al acompasar sus respiraciones. Le hacían desear por esas noches enteras de cafuné y delicadezas. Era, nada más, que ese preciso instante donde su alma se regocijaba en la falacia de una vida normal, ideal.

—Es por eso que deben descubrir estas cosillas juntos —razonó, ensimismado, comenzando a acariciar disimuladamente el cabello ajeno—. Atsushi nunca ha ido a una feria ni a un parque de diversiones, ¿no es así?

—No veo por qué me preguntas eso a mí —holgazaneó con su voz—. Sin embargo, Akutagawa no lo habrá hecho tampoco.

—Exacto, es una buena idea base.

—Por lo que dices, se encuentra muy alterado, incluso asustado —razonó, aún con sus narices enamorándose de la esencia de Dazai. Le sorprendía poder hilar ideas en esa situación—. Dudo que esto vaya a salir bien.

—Bueno, claro, Akutagawa entrará en pánico, muy posiblemente, mas eso no significa que el asunto deba estancarse por ello —alegó, elevando su mirada hacia las luces tenues del techo—. Puede salir bien como puede salir mal, no estoy augurando ni lo uno ni lo otro. Simplemente, considero que hay que seguir avanzando y evaluar las cosas. Si sale bien, pues será estupendo; si sale mal, pues deberemos hacer reparación de daños, a toda costa.

—Al menos estás consciente de ello.

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—No puedes decir que no, Atsushi —canturreó Dazai, arrastrando al susodicho escaleras abajo—. Creo que sabes muy bien adónde vamos.

Atsushi suspiró, resignado.

—No se me ocurre el lugar para esta ocasión, pero apuesto a que tiene relación con algún miembro de la Port Mafia.

—A que sí —se rio con sorna—. Y con tu favorito, específicamente.

Nakajima tragó en seco y se dejó arrastrar. Podía negarse o intentar escapar, sin embargo, sabía que su superior no se rendiría tan fácil. Aún a pesar de las circunstancias, era incapaz de ver más allá de sus intenciones y el porqué de sus acciones para intentar, encarecidamente, de juntarle con Akutagawa escapaban a su comprensión.

No obstante, no podía negar que, repentinamente, se sentía emocionado de manera súbita. Su sonrisa se había ampliado sin que lo notara, y se sentía muy curioso por saber si aquella tarde descubriría otro lado, aún más bonito y puro, de Ryuunosuke. De ese Ryuunosuke que le estaba comenzando a gustar más de la cuenta. Todo se resumía a detalles y nada más, a intuiciones, a idealizaciones y a presunciones; es decir, luego de las veces en las que se vio empujado a encontrarse y pasar tiempo con él, había comenzado a verle con otros ojos y, con mayor ímpetu, esas semanas en las que Dazai le dejó en paz, su mente no hizo más que brindarle proyecciones que le hacían estimar la personalidad de Akutagawa, que le hacían preguntarse con entusiasmo qué más cosas le gustaban, cómo había sido su infancia y su vida, cómo era su relación con su hermana, y las únicas respuestas que obtenía eran proporcionadas por su mismo intelecto, mas nada era un hecho.

Luego de su sospechosa charla con Chuuya, aquella emoción y curiosidad, aquellas proyecciones y sonrisas solo se incrementaron y echaron raíces. Si bien no le hacía mucha gracia la intromisión de sus superiores y no la entendía, ver a Akutagawa se había convertido en un motivo de alegría para él, sin ninguna razón más profunda que su interés en él y la dicha que le brindaba su compañía y sus bellos gestos gentiles que, aunque desapercibidos y escasos, existían, y le conmovían eternamente. Había una ilusión sembrándose en él que aceleraba el ritmo de su corazón y que le provocaba las más honestas sonrisas. Quería conocerle más, anhelaba sacar sus más provechosas bondades y deseaba con vehemencia hacerse un lugar en esa fría alma y ahuyentar a todos sus demonios. Quería todo aquello para él, para los dos, para verle crecer como persona y conseguir, algún día, conectarse con él y formar un vínculo que le otorgase esas sonrisas siempre, que le causase esa gratificación sin nombre ni precedentes que sentía en su compañía.

—Mira, si ya llegamos —resaltó Dazai con una amplia sonrisa. Dicho aquello soltó la ropa de Atsushi para que se irguiera y se acomodara la ropa.

—Dazai-san, ¿qué hacemos en un parque de diversiones? —cuestionó con sorpresa—. Ni siquiera tenía idea de que hubiera uno en Yokohama.

—No es un parque de diversiones como tal, es más una feria, Atsushi —aclaró con emoción—. ¿Por qué no esperas adentro?

—¿A qué? —preguntó, sintiéndose incómodo ante la propuesta de adentrarse en ese lugar lleno de gente, solo.

—A esperar a ya sabes quién —se burló, gesticulando.

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—Akutagawa, entrarás, ¡te guste o no! —exclamaba Chuuya mientras tiraba de su subordinado, quien solo forcejeaba en vano ante la bestial fuerza ajena.

Chuuya podía usar su habilidad fácilmente para manipular al otro, mas ese procedimiento era aún más rudo; Akutagawa podía intentar usar la suya para escapar, mas consideraba aquello una severa irreverencia hacia su superior.

—Chuuya-san, no quiero, no quiero —berreaba, moviendo sus brazos de lado a lado e intentando hacer fuerza con sus piernas de pollo que de nada servían para huir de alguien como Chuuya, quien solo le arrastraba con una mano. Y este estaba cabreado, pero no había usado ni la mitad de su fuerza. Suspiró resignado y, pese a seguir realizando movimientos destartalados, llegaron a la entrada.

—Mira, allá está Atsushi —mencionó Chuuya, haciendo acopio de paciencia.

—No quiero, Chuuya-san, no veo la necesidad de tener que ir —masculló, ya quieto y con sus brazos cruzados y el ceño fruncido.

—Considéralo una orden si así lo percibes más apetecible, pero irás —dictó. Balanceó su brazo con el que lo cargaba y lo arrojó hacia adentro—. Si te escapas antes de ver a Atsushi, te acusaré con Dazai. Y si tienes una queja, se la tendrás que comunicar a él asimismo.

Akutagawa, tambaleándose con el propósito de recuperar el equilibrio tras ser empujado de manera brutal por su superior, se paró en seco al oír las palabras ajenas. No pudo evitar preguntarse, por primera vez, si acaso todo aquel rollo incumbía a Dazai; le parecía inaudito.

Chuuya se había ido en cuanto promulgó sus últimas palabras. Akutagawa, resignado y alicaído, se volteó hacia la parte de adentro donde, en el fondo y en medio de la nada, efectivamente, se encontraba Atsushi, con el rostro de un niño perdido en medio de aquel tumulto de gente.

Su cuerpo dio un respingo al verle. Ciertamente, aún no estaba preparado para semejante encuentro, y menos aún luego de las palabras de Dazai la semana anterior. Sintió unos nervios inusuales en él y apretó sus puños a la vez que cruzaba sus brazos.

De un momento a otro, su cuerpo se estremecía, incontrolable. Si bien sus ganas de violentarlo se habían desvanecido en la charla con Dazai, sentía que aquella situación le excedía enormemente y que, en aquella nube grisácea que era su mente, era aún incapaz de entender lo que sentía; y pese a todas las noches cavilando en la oscuridad de su lecho, nada arribaba a él. Detestaba a Atsushi, y detestaba aún más esas ominosas emociones que se desataban en su compañía.

Caminó sin convicción hacia el Atsushi atolondrado que miraba de lado a lado en búsqueda de una salvación. Estando cerca de él, ya podía sentir que, si su compañía se atrevía a hacerle sentir aquellas incomodidades de nueva cuenta, estallaría.

—Jinko —carraspeó una vez que llegó a su lado, o más bien, a un metro de distancia. Sus manos se habían escondido en sus bolsillos y su mirada paseaba desde la cara de su acompañante hacia el suelo.

—Oh, Akutagawa —musitó Atsushi, expandiendo sus ojos en sorpresa y gratitud. Se extrañó a sí mismo, sin embargo, al iluminarse en regocijo y recibir al otro de esa manera. Sonrió con dulzura y con un movimiento lábil y amable, inclinando su cabeza en señal de entrega—. Me alegra verte hoy.

Akutagawa tosió y asintió con la cabeza, encandilado ante esa maldita sonrisa. Bajó su mirada al suelo y comentó.

—Chuuya-san me obligó.

Atsushi, aún con su espléndida sonrisa de portadas y caridades, tan sincera como bella, cerró sus ojos en un gesto apenado.

—Dazai-san también me obligó —murmuró, juntando sus manos frente a su abdomen—. Pero no es algo que me moleste, sabes; que hayamos pasado estos últimos tiempos viéndonos, aún sin entender los planes de nuestros superiores, me agrada tu compañía.

Los dos permanecieron en silencio luego de aquello. Atsushi se reprendía a sí mismo por estirar la lengua y Akutagawa estaba aterrado; ni siquiera él sabía por qué, mas era seguro que lo estaba. Su corazones latían a galopes.

—Tenemos que movernos de aquí o nos aplastarán —soltó Ryuunosuke con un ademán que provocara un movimiento en Atsushi para avanzar en el lugar.

—Tienes razón —balbuceó, dejando caer un brazo hacia un costado y tomándose el codo con el otro brazo.

Una vez apartados y ya encaminados hacia uno de los lados, Atsushi propuso visitar las tiendas. Le dolió ver el precio de las cosas al llegar puesto que su pobreza caminaba a su lado, mas poseía un poco. Lo suficiente para comida.

Comenzaron a avanzar a paso lento, pasando por cada puestillo de juegos o comida. Atsushi veía fascinado cada tontería que se le ponía en frente, y Akutagawa solo podía maravillarse con él. Le parecía, aunque aborreciera la idea de admitirlo, encantador que fuese feliz con tan poca cosa, aquella sencillez propia de él. Maldijo tapando su boca y soltando una tos, mientras sentía aquella incomodidad fluir dentro de él con cada comentario rebosante de júbilo ajeno.

Atsushi, por su parte, sonreía inmensamente, admirando todo a su alrededor. Le gustaba embarcarse en aquellas aventuras que le fueron arrebatadas antaño, y le gustaba aún más si era junto a Akutagawa, un muchacho al que se le habían negado las mismas experiencias que a él. No era lo mismo asistir con alguien que ya conocía lo que era una feria, que hacerlo con alguien que conocía un nuevo mundo junto a él.

Akutagawa, aún intercalando su mirada entre su acompañante y el sitio, mostraba un comportamiento inquisitivo hacia lo que le rodraba; no le gustaba ser tan transparente como Nakajima, mas no podía ocultar que también disfrutaba de vivir aquello con él. Incluso aunque su rostro se mantuviera ecuánime, sus ojos brillaban débilmente en su oscuridad.

El atardecer ya había caído y no había sido visto por nadie. El ocaso se ocultaba detrás de grandes árboles que, desde ese lugar de Yokohama, no permitían su admiración. Las numerosas tiendas contribuían a ocultar su bella despedida. La noche, sin mostrarse en su máximo esplendor, forjaba su imperio sobre los presentes. Las estrellas, aquella noche, poseían un brío inigualable, y Akutagawa lo notaba mejor que nadie, elevando su vista esporádicamente para preguntarse si podían brillar más que la sonrisa de Atsushi, o si era eso un imposible.

La incomodidad en su pecho provocaba que llevase su mano hacia él en un intento por suprimirlo y sanar. Le molestaba, le irritaba. Y la situación empeoraba en cuanto Atsushi lo miraba y le sonreía, apuntándole las diversas tiendas; al pasar por una de dulces, este se arrojó sin pensarlo, dejándolo perplejo mientras compraba una bolsa que se excedía en gula. Akutagawa juraba que ahí se fueron todos sus ahorros.

—Mira, mira —exclamó Atsushi con la boca llena, apuntando hacia un sitio que era una zona de juegos. Había juegos de puntería con bolas, armas, arco y flecha—. ¡Vayamos!

—Ni muerto —respondió, mordaz.

—Si ya lo estás —objetó Atsushi, obsequiándole una sonrisa de invitación—. Vayamos.

Aquello fue lo último que Akutagawa oyó antes de ser tomado por la muñeca y ser jalado hacia la zona. El tacto suave y complaciente del joven era capaz de transmitir su afecto con solo aquel apretón atento. Ryuunosuke percibió ese sentimiento de incomodidad crecer dentro de él, al punto de oprimirlo. Sus manos comenzaron a sudar y sus sentidos se nublaban progresivamente. Moriría aquel día en aquel lugar, y poseía toda certeza de ello. Odiaba su ominoso sentir, lo detestaba de punta a punta.

Al llegar a destino, recobró su compostura para analizar el juego al que había sido arrastrado. Era, específicamente, el de arrojar las pelotas al blanco. Le parecía absurdo.

—Jinko, no tienes dinero alguno y quieres gastarlo en esto —le espetó, con ls esperanza vana de echarle para atrás.

—Eso crees tú —murmuró, concentrado en acabar sus dulces como para lograr liberar alguna de sus manos.

Akutagawa solo se dedicaba a cumplir su papel como espectador de aquella comedia viviente que era su acompañante, quien estaba al borde de los malabares con tal de organizarse. Reprimió una sonrisa con una tos y cubrió su boca. Sorprendentemente, ese tipo de acciones eran un regalo para él. Atsushi era tan atolondrado y torpe a un punto en el que solo se podía reír y, ciertamente, era aquello algo que anteriormente le fastidiaba de sobremanera; no obstante, luego de verle comer una infinidad de tazones de chazuke, verle luchar para no armar un lío con un simple helado, presenciar aquella situación hilarante ya le era una pequeña maravilla del día a día cuando estaba con él.

Aquellos pensamientos, a su parecer, tabúes, le incomodaron y e hicieron que apurara al otro para que cortara esa ridiculez.

Atsushi, atragantándose con los dulces, sonrió con las mejillas rellenas y le enseñó sus manos sin dulce alguno. Con rapidez y aún tragando, comenzó a toquetear sus bolsillos. Cuando ya comenzaba a escasear la esperanza en sus manos, encontró el dinero suficiente para pagar su turno. Se acercó al vendedor hecho una emoción y le pidió un turno.

Con las pequeñas pelotas en sus manos, se acercó triunfante a su acompañante y le ofreció algunas. Este se las denegó. Sonrió y comenzó sus tiros.

Falló el primero.

Falló el segundo.

El tercero y el cuarto también.

Le quedaba una sola y Akutagawa le dijo que era un inútil.

Falló el quinto y se echó al suelo a lamentarse por su dinero y por el premio juguete que no pudo conseguir.

Akutagawa esperó a que se levantara y acabara con esa escena lamentable que estaba representando en la tierra. Al no obtener respuesta alguna, intentó levantarle con los brazos, mas sabía que su fuerza era nula pese a que Atsushi pesaba menos que una pluma.

Iba a levantar su cuerpo con Rashōmon y llevárselo, pero las órdenes de Chuuya le golpearon la consciencia y se dijo a sí mismo que era una pésima idea.

—Jinko, levántate —le ordenó, observando a la gente que les otorgaba miradas curiosas.

—Gana ese muñeco para mí, ¡te lo ruego! —clamó, dramatizando.

—Eso es muy cursi, Jinko, no somos una pareja —alegó, torciendo su rostro en una mueca de desazón. Ese tipo de cosas le desagradaban íntegramente.

—Piensa en mí, entonces, como un amigo —le suplicó.

—Jamás.

—¿Como un hermano?

—Ni lo sueñes.

—¿Como una mascota a la que le compras un juguete? —le imploró, desesperado—. Te gustan los gatos, ¿no es así? Por favor.

Akutagawa resopló e hizo lo propio para conseguir sus cinco intentos.

Falló el primero.

Falló el segundo.

Falló el tercero por muy poco.

El cuarto y el quinto.

—Vaya, también eres un inútil —rio Atsushi con alevosía.

—¡Cómo te atreves! —le espetó, mirándole con intensidad—. Al menos, me acerqué más que tú.

—¡Acercar no es acertar! —exclamó, desafiándole.

—¿Me estás retando? —impuso, aproximándose más a él, quedando frente a frente.

—¡Lo haría si tuviera dinero! —exclamó, sin echarse atrás y sintiendo la adrenalina correr por su sangre, como en cada encuentro que tenía con él.

—¡Pues yo te pagaré!

—¡Muy bien!

—¡Bien!

—¡Bien!

—¡Solo lo haré para patearte el trasero!

—¡Bien! —exclamó, frunciendo el ceño al darse cuenta.

Y aquello dio inicio a la decadencia del bolsillo de Akutagawa, quien estaba dispuesto a quedar en bancarrota con tal de vencer al otro.

Una ronda tras otra, desperdiciaron yenes y yenes en esa tienda y posteriormente en las demás al ver que eran inhábiles de ganarse el peluche de la primera tienda.

Pasaron por arco y flecha, por pistolas de agua, por bolas de trapo y pelotas de plástico. No se podía decidir quién era peor en aptitudes físicas. Atsushi no era poseedor de precisión alguna, y el otro, al solo depender de su habilidad, jamás usaba sus manos, por lo que era como un recién nacido intentando caminar.

En el momento en el que la billetera de Akutagawa quebró mientras rogaba por su bienestar, se frenó la competencia. No ganaron absolutamente nada más que miradas burlescas de niños, mas Atsushi reía auténticamente.

Entre tanta competencia y diversión el tiempo voló y, con la noche bien establecida y con la luna imperial, las tiendas comenzaron a cerrar paulatinamente.

Los muchachos, súbitamente nerviosos, emprendieron su camino hacia la entrada del lugar. La cantidad de gente era mucho menor a la que había cuando llegaron. Y ninguno tenía dinero.

Akutagawa solo podía cavilar y cavilar entre sus pasos y aquella noche se había sentido bien, increíblemente bien, y aquello le molestaba en demasía. Se preguntaba una y otra vez "¿por qué él?" Y no llegaba a respuesta alguna. Su corazón latía con fiereza y, con solo caminar junto a él, podía sentirse gratificado. Era tan nuevo como terrible, ¿cómo podía sentirse así al lado de ese muchacho tan patético al que juró destruir? La idea lo enervaba y esa incómoda emoción, creciente y galopante, solo lo desconcertaba más.

Mientras caminaban a paso lento, como quien no quiere irse, Atsushi paró en seco.

—Sabes —exclamó, cabizbajo. Juntó sus manos frente a su abdomen y, a merced de estremecimientos, percibió que su acompañante se detuvo, aún dándole la espalda y varios pasos delante de él, a la escucha—, cuando vivía en el orfanato creí que jamás se me permitiría vivir algo así. Incluso desconocía la existencia de estos sitios, por lo que ni siquiera me era posible soñarlo —explicó, sintiendo su corazón estallar—. Es por eso que te agradezco.

—Agradecerme, ¿qué? —farfulló. Su corazón iba peor que el de Atsushi. Apretaba sus dientes con fastidio mientras sentía sus manos humedecerse nuevamente y sus emociones alborotarse las unas a las otras. Aquella sensación tan aberrante de incomodidad en su pecho, crecía y crecía al punto de que lo devoraría en cuestión de segundos. Estaba tan molesto que no podía hablar con claridad.

—Por esto, por venir y acompañarme en esta noche tan bonita —explicó con suma gratitud. Levantó su mirada del suelo y observó la espalda frente a él con el ceño fruncido con delicadeza, como quien siente compasión—. Gracias por darme esta tarde que nunca olvidaré, y por ser tú.

Akutagawa guardó silencio y mordisqueó sus labios, sintiendo que la olla estaba a punto de hervir y rebosar.

—Sabes —continuó Atsushi—, sé que es precipitado y extraño, pero creo que he comenzado a disfrutar de veras tu compañía, y me gustaría...

—Ya córtalo —escupió Akutagawa—. No he hecho esto por ti. No he venido por ti, he venido porque eran órdenes —sentía su piel arder. Cerró sus puños con fastidio—. No sé qué es lo que has creído, pero lo has creído mal. No somos iguales, no somos amigos —anunció, encolerizado. Sabía que no era momento de destapar sus más bajas emociones, mas aquellas semanas había secado su cerebro pensando en las razones para sentirse de la manera en la que lo hacía, las razones para pensar en Atsushi y en desear su compañía. Las palabras de Chuuya solo retumbaban en su mente y se unían a las de Dazai y lo atormentaban. Era incapaz de comprender, y eso le enfadaba más allá de lo posible. La vida no lo había hecho para darle alegrías a nadie, y era una verdad inefable—. Así que quita esa idea de tu mente, porque tu compañía me incomoda.

Así fue como, bajo la impoluta luz de la luna y sus estrellas, Akutagawa abandonó el lugar sin siquiera mirar atrás, con fuertes pisadas veloces y pesadas, hecho una rabia y desorientado.

Y Atsushi, con el corazón en la mano y sin dinero en los bolsillos, bajó su mirada para caminar hacia su departamento con sus emociones a flor de piel y un nudo en la garganta.

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Acabo de empezar con la preparación de los exámenes finales así que procederé a fallecer y desaparecer en la nebulosa.

Publico por las vísperas de Halloween y del cumpleañitos de mi bebé Tengen Uzui❤️

Nada más que comentar con mucho amor que subí un pequeño proyecto completo hace unos días, uno en el que anduve trabajando durante unas semanas.

Sinceramente, la invitación a leerlo es libre pero me veo obligada a destacar que no se parece en nada a esta novela ni a la anterior, so... es lo que se podría clasificar como un angst de 8 partes en formato de cartas, así que no considero que vaya a ser del mismo agrado para muchas personas(?)

A mí no me gusta leer angst de soukoku xd, por eso lo digo ahre

Gracias por todo ❤️🤧

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