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6

—¡Atsushi, vayamos al parque!

—Dazai-san, yo creo que...

—¡Iremos!

Y eso fue lo último que Atsushi Nakahima oyó antes de ser arrastrado por las escaleras de la agencia, luego por toda la planta baja, las aceras y calles hasta el dichoso parque de Yokohama.

Dazai lo soltó sobre una banca y posicionó sus manos sobre sus caderas, examinando el panorama. Por más que lo intentara, no lograba encontrar esa pequeña cosa que necesitaba encontrar.

Comenzó a deslizar su cabeza de lado a lado con lentitud, buscando minuciosamente. Durante el movimiento veía los árboles sobre el césped, los niños, los juegos, más arboles... hasta que encontró el ridículo sombrero.

Largó un gran suspiro, de esos que te hinchan el pecho, y sonrió, aún con sus manos en sus caderas.

—Atsushi, ya vuelvo —exclamó con emoción hacia el joven que aún seguía desparramado boca arriba sobre la banca—. No me sigas, espérame aquí quietecito.

El nombrado iba a protestar, mas su superior desapareció de su lado en menos de un segundo.

Dazai echó a trote de muerto hacia Chuuya, quien estaba ligeramente escondido detrás de un árbol a la lejanía que, si bien no era muy grande, lo tapaba muy bien.

—Chuuuuya —entonó con la voz alegre y jadeante una vez que llegó a su lado. Se dobló sobre sí y comenzó a respirar con violencia. Chuuya lo observó con los brazos cruzados, desbordando decepción desde sus ojos.

—No puedo creer que a pesar de los años sigas siendo un inútil sin medio estado físico.

—Debes de decidirte, Chuuya —le espetó aún encorvado apoyando sus manos sobre sus rodillas. Cada palabra se encontraba separada de la otra por una respiración—. O quieres que corra, o sigo siendo una deidad del sexo; de ambas, soy incapaz. Anoche, cuando llegaste del trabajo, me dejaste sin aliento como para tres días. 

Chuuya, ni siquiera fingiendo sorpresa por sus vulgaridades, suspiró y posó sus dedos envueltos en sus guantes en su frente.

—Eres patético —fue su respuesta, con aquella voz resignada. Dazai iba a replicar, mas su pareja lo detuvo—. Sí, si no fueras patético no serías el hombre del cual me enamoré, blah, blah. Ya aburres.

—Qué cruel eres, Chuuya —musitó, ya recuperando la compostura. Se irguió por completo y, posicionando el puente que conectaba su pulgar y su índice en su babilla, sonrió con astucia—. Muy bien, te llamo por la tarde.

Dicho aquello, chocaron sus palmas en señal de alianza y pasaron uno al lado del otro, intercambiando sus puestos y siguiendo de largo, manteniendo el agarre en la mano del otro y soltándose una vez que cada uno avanzó hacia su camino. Chuuya se encaminó hacia la banca de Atsushi chasqueando la lengua; Dazai se dirigió con cautela y a paso tortuoso hacia el muelle.

Chuuya se desplazaba aminorando la velocidad; no se sentía a gusto tomando un papel activo en el ridículo plan de Dazai, y menos aún hablando con Atsushi. A cada paso que daba desde que había salido de debajo de la sombra del árbol, los niños que jugueteaban en el parque lo observaban con precaución y hasta detenían sus movimientos cuando él pasaba a sus lados, puesto que esa ropa negra y ese sombrero de mala muerte en pleno mediodía no le daba buena espina a ninguno.

Llegó al lado del joven cuya vista aún persistía en el cielo y, al escrutarlo en ese medio segundo de sigilo, se percató de que, al igual que Akutagawa, él aún era un niño, no como lo eran él y Dazai a los dieciocho años. Suspiró con violencia y se golpeó la frente al recordar a su pareja diciendo que, a esa edad, follaban como conejos. En ese preciso momento frente a Nakajima, viéndolo desde su propia perspectiva, podía afirmar que Osamu tenía razón. Los dieciocho de sus subordinados no fueron los dieciocho de Doble Negro.

—Oye, tú —le espetó, cruzándose de brazos y desviando sus ojos de lado a lado a modo de inspección.

Atsushi, enfrascado en observar el cielo a sabiendas de que su superior no regresaría por un buen rato, se sobresaltó al oír esa voz enemiga y peligrosa. Dirigió su vista hacia el elegante hombre junto a él y comenzó a balbucear.

—Chuuya-san —logró chillar, sobrecogiéndose y sosteniéndose los codos—. Dazai-san no está aquí, yo, yo, yo no sé cuándo volverá, no lo sé, no, no...

—Cálmate, niño —le escupió—. No busco a ese idiota.

Atsushi se espantó. Si Chuuya no buscaba a Dazai, no tenía idea de qué pintaba él en todo eso.

—Justo pasaba por aquí —continuó, comenzando la mentira y enseriando su voz. Por primera vez, decidió posar sus ojos en los ajenos, aún cruzándose de brazos. Atsushi ya se había sentado y lo miraba expectante—. Y decidí que era una buena idea preguntarte algo.

—Yo...yo, yo prefiero esperar a que Dazai-san regrese, no creo que tarde mucho —comenzó a negar con la cabeza. Cualquier cosa que tuviera relación con la Port Mafia le ponía de los nervios—. Yo...

Chuuya comenzó a rabiar. No tenía paciencia para lidiar con aquello.

—¿Qué le has hecho a Akutagawa? —interrumpió, y fue suficiente para que el otro cerrara la boca y abriese sus ojos en gran sorpresa.

—¿De qué habla, Chuuya-san? —cuestionó con auténtica incertidumbre. Por un lado, sentía curiosidad por la acusación que estaba recibiendo, y por otro lado, había una pequeña parte en él que le hizo preguntarse si algo le había pasado a Akutagawa.

—No lo veo bien —comenzó la verdad—. Lo veo como si estuviese perdido, como si algo le hubiese afectado de manera severa. Y sé que tú has estado saliendo con él.

—¡¿Qué?! —exclamó en un alarido, pegando sus manos a su rostro y sintiéndose enrojecer. Sus rodillas se movían de lado a lado y dio inicio a un rosario de balbuceos.

Chuuya se encontraba pasmado frente a él, analizando sus reacciones y estresándose. Le irritaba ese comportamiento inseguro y sentía unas ganas inmensas de gritarle que recobrara la razón y abofetearlo, pero eso no estaba en los planes. Además, seguía siendo un niño.

Y a su vez, Dazai le sermonearía luego.

—Desde ese par de encuentros, no está actuando correctamente —comentó, recordando que eso era completamente verídico. Suspiró y dio rienda suelta a la parte más honesta del relato—. Se comporta como un patán, irritable, cansado, con mayores ojeras que nunca y se desconcentra de su trabajo.

—Yo... no lo sé, solo hemos hablado y comido, no es nada... y tampoco sé por qué cree que yo lo sabría.

—Porque habla mucho de ti —y ahí las mentiras comenzaron a rasparle. Era obvio que Akutagawa no decía ni pío. No mentía cuando decía que se encontraba muy afectado, pero sí lo hacía al decir que él hablaba de sus problemas. En verdad, las actitudes de Akutagawa y su relación con Atsushi eran solo una conjetura que sostenía con Dazai—. Me pregunta por ti y constantemente averigua conmigo si hay alguna manera de que surja algún trabajo con la Agencia.

Ni Chuuya ni Atsushi se tragaban esa excusa de trabajar con la Agencia, mas Nakahara lo único que hacía era seguir las órdenes de Dazai y transmitiendo su discurso.

—Dudo mucho que él quiera trabajar con la Agencia —aseveró con gesto desconfiado, moviendo sus cejas.

—Yo no soy su grillo de la consciencia ni mucho menos, solo me limito a comunicarte lo que me ha dicho mi —pareja— subordinado —se lavó las manos, con tono gentil, suspirando. Profundizó su mirada en el joven para lograr transmitirle una convicción que ni él poseía al respecto—. Si quieres la respuesta, averígualo tú mismo, ¿no lo crees?

Aquello, nuevamente, asustó a Atsushi. Le gustaba la idea de ver a Akutagawa, mas le aterraba morir en el intento. Además, había algo que le ponía los pelos de punta, y era el sorpresivo hecho de que hablara de él. No podía evitar preguntarse cuánto de aquello era verdad, pero eso no contrarrestaba lo bien que se sentía que alguien hablara de él, que alguien le tuviera en cuenta. Y la idea de que Akutagawa pudiese cambiar, al menos un poco, su naturaleza solitaria, ya fuese por él o por sí mismo, le encantaba. Quería que creciera como persona, que le dejara entrar en su vida, que pudieran desarrollar una linda relación, que fuera feliz.

Chuuya se hartó de esperar en silencio junto al subordinado de Dazai, por lo que se giró, dispuesto a irse y soltarle alguna despedida en el camino.

—Yo quiero preguntarle una cosa antes de que se vaya —dijo Atsushi una vez que vio que su compañía se largaba, súbitamente parado al lado del banco, con sus manos unidas y su mirada enfocada en el suelo.

Ante los ojos de Chuuya, quien giró levemente para escucharlo, desde su distancia y bajo la luz del sol en medio del patio de juegos, era un niño.

—Dime —curioseó, otorgándole una mirada calma, terminando de girar su cuerpo de perfil. Aquel cuadro de inocencia le había relajado.

—¿Akutagawa ha matado a alguien en este tiempo? —su mirada se elevó del césped para observar al mafioso mientras pronunciaba aquello que le generaba tanta duda.

Chuuya lo observó durante unos segundos, viendo otra vez el brillo del sol reflejarse en el cabello del muchacho. Escrutó sus facciones y gestos con sus ojos azules escrupulosos y se tomó el sombrero.

—No —aseguró, satisfecho por poder responder algo sin tener que mentir, sonriéndole sutilmente—. No ha matado a nadie.

Y eso fue todo. Chuuya se cegó ante el brillo de la sonrisa de Atsushi, aún más briosa por el sol de mediodía.

Se conmovió ante semejante alborozo y le dio la espalda mientras comenzaba a caminar de vuelta hacia su trabajo. Suspiró y, desde lo más profundo de su ser, decidió que, quizás, ayudar a Dazai no era tan grave. Y asimismo deseó intensamente que esa sonrisa lograse darle a Akutagawa aquello que necesitaba, y que cuidase de él.

Atsushi, aún sonriente y aliviado, llevó sus manos a su pecho para sentir cómo nacía una alegría inminente, una que le aceleraba el ritmo cardíaco y le hacía sentir apreciado. Las comisuras de sus labios dolían por la persistencia, pero su gratificación era aún mayor. Aunque fuese una promesa pútrida, al fin y al cabo, había alguien que cumplía con su palabra, y que lo hacía por él. Y si a eso se le sumaba el factor del nuevo Ryuunosuke que estaba teniendo el lujo de conocer paulatinamente, se podía afirmar que eso le agradaba.

Ese Ryuunosuke Akutagawa le gustaba.

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Dazai caminaba mientras silbaba y tonteaba; no obstante, sin perder de vista una percepción segura a su alrededor. Sobretodo cuando se encontraba yendo hacia una zona aledaña a la sede de la Port Mafia, sus sentidos debían alertarse.

Pero seguía siendo Dazai, y seguía siendo un idiota.

Ya llegando a destino, no lograba visualizar a Akutagawa. Suspiró y tomó su teléfono para ver que tenía un mensaje de Chuuya asegurándole que ya había terminado su parte, y con éxitos presumibles. Aprovechando esa ventaja, sonrió y le llamó mientras aminoraba su paso.

—Dijiste que me llamarías por la tarde, bastardo repugnante —fue la respuesta de su voz amada desde el otro lado de la línea.

—Ya ha pasado el mediodía, ¿no es así? Eso lo convierte en la tarde —se burló.

—¿Qué quieres?

—Solo felicitarte por tu gran trabajo; siempre tan eficiente, Chuuya Nakahara —le murmuró, agradecido—. Te has ganado una recompensa.

—La única recompensa que puedes darme es que logres durar más rondas que anoche, maldito bastardo inútil.

—No voy a negar que eso dolió más que tus golpes a mis partes nobles —rio con sutileza—, pero si es lo que quieres, te lo daré, cariño.

—Bueno, ¿solo eso querías? —carraspeó, sintiéndose como un quinceañero al recibir ese trato de Dazai. No importaba el paso de los años, aquellos detalles siempre le golpeaban por igual.

—No, de hecho, me gustaría saber dónde está tu querido subordinado —le aclaró, deteniéndose en su lugar para ampliar su vista y segur buscando.

—¿Qué, no te lo he dicho? Está en el muelle.

—El muelle es una explicación muy tosca y pobretona —alegó, aún concentrado.

—¿Cuántas noches hemos caminado por ese muelle? —le espetó, repentinamente nostálgico—. Es en una parte media, ni la zona urbana ni la zona de la mafia. Y yo que tú me iría apurando; claramente, no sabe que tú irás, por lo que no esperará mucho.

—Ya entendí, solo me falta un poco —asintió Dazau, retomando su camino y apresurándose—. Te llamaré esta noche para contarte todo, cariño.

—¡Púdrete! —exclamó Chuuya antes de colgar.

Dazai sonrió y comenzó a caminar muy rápido, sin exigirse de más, puesto que moriría a mitad de trayecto.

Una vez que acabó de pasar la zona urbana, logró encontrar a Akutagawa sobre los tablones de madera, con las manos en los bolsillos y con una cara de pocos amigos aún más acentuada de lo normal. Sonrió y echó a caminar hacia él.

Al parecer, el estado de Akutagawa que le retrató Chuuya no era muy alejado de la realidad. No se dio cuenta que estaba yendo hacia él hasta que se encontró a pocos metros; muy poco avispado para tratarse de un miembro de la Port Mafia.

—Dazai-san —musitó, abriendo sus ojos muy grande—. ¿Qué hace aquí? Si busca molestar a Chuuya-san, creo que él se encuentra por llegar.

—No busco a ese mequetrefe —le sonrió, pensando en que ese apodo, con Chuuya presente, le hubiese costado un par de costillas—. Estaba pasando, nada más. Buscaba algún regalo de cumpleaños para Atsushi.

Siendo honesto, Dazai no tenía ni la menor idea de cuándo era el cumpleaños de Atsushi; sabía que había un cartel en la Agencia con todos los cumpleaños anotados, mas ni se había molestado en leerlo. El único cumpleaños que recordaba era el de su amado, el cual tuvo que aprender a base de golpes y abstinencias luego de olvidárselo por cuatro años seguidos.

—Atsushi —murmuró Akutagawa, clavando sus ojos en la madera en la que estaba parado.

—Sí. At-su-shi —se burló, analizando cada mueca de confusión pintada en el rostro ajeno. Le divertía advertir que Akutagawa ya estaba con los cables cruzados—. Tú lo conoces bien, ¿no es así? Ustedes están saliendo.

Akutagawa se petrificó y levantó la mirada, comenzando a toser y a taparse la boca.

—No, no, no es verdad —exclamó, trabando las palabras con su tos—. Solo salimos una vez, que fui obligado por Chuuya-san desconociendo sus intenciones, y la otra ocasión fue porque nuestros superiores no se presentaron —añadió, echándole la culpa a Dazai frente a frente—. No es lo que cree.

Dazai sonrió con satisfacción y continuó.

—Entonces, ¿por qué Atsushi está más alegre de lo normal? —cuestionó. A diferencia de Chuuya, él no debía mentir mucho, debido a la transparencia usual de Atsushi.

Era cierto. Atsushi se veía más alegre, aún más luego de la noche en que fueron al parque. No obstante, era tan sutil que solo Dazai podría haberse dado cuenta.

Y Ranpo, claramente, que con solo mirarle debía saber desde sus maquiavélicos planes hasta su posición favorita para tirarse a Chuuya.

Akutagawa, al oír aquello, sintió un gran escalofrío recorrerle de punta a punta, y no pudo evitar que esa incomodidad que le invadía al pensar en Atsushi, se hiciera presente, y más fuerte que durante todas esas noches de insomnio. Se preguntó cómo era posible que él fuese motivo de alegría para alguien.

—No lo sé, y dudo que tenga algo que ver conmigo, Dazai-san —respondió, bajando la voz—. Y tampoco me interesa.

—Si no tiene nada que ver contigo, entonces no hay explicación.

Akutagawa lo miró suplicante y comenzó a mover sus ojos hacia la madera, hacia el agua, hacia sus pies.

—¿No crees que es mejor creer que se debe a ti? —continuó Dazai en un murmuro, acercándose un poco más a él, atreviéndose a tomarle un hombro. Sintió el temblor de ese cuerpo tan lastimado como el de Atsushi y se arrepintió aún más por su pasado.

—No creo que sea posible —negó, moviendo la cabeza a la par y con su mirada inquieta. Sus labios temblaban y quería toser. Sus manos se pegaban a estos últimos, temblando con furia.

Dazai sabía que necesitaba un abrazo, mas no lo haría. Era indigno de creerse una figura capaz de tomar ese papel que Akutagawa necesitaba que tomase. Chuuya era el único que podía hacerlo.

Se limitó a apretar su hombro.

—¿Por qué no se lo preguntas tú mismo? —le cuestionó—. Estoy seguro de que, en este momento, es capaz de respondértelo.

Fue lo último que le dijo antes de obsequiarle una mirada de consuelo y una sonrisa con matices compasivos.

Le soltó y, colocando sus manos en sus bolsillos, se encaminó hacia su departamento con la culpa consumiéndole con cada paso de lejanía.

Sin el valor para voltearse, siguió su camino a pesar de oír la tos atropellada de Akutagawa a sus espaldas escapar de él con desesperación.

Al llegar a destino, cerró la puerta, se recostó sobre la misma y se deslizó hacia el suelo.

Sonrió amargamente y decidió llamar a Chuuya. No solo porque debía informarle de todo, sino porque lo necesitaba. Escuchar la voz de la persona que amaba era su única redención en la vida.

—Chuuuuuya —exclamó, aunque su voz salió un poco más apagada de lo que pretendió. Su pareja lo supo al instante, mas guardó silencio desde el otro lado—. Es hora de pasar al siguiente plan.

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