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5

Los días pasaron y Akutagawa los contó a cada uno. 

Desde la noche en la que llevó a Atsushi al parque por la obligación de su superior, no había dejado de sentirse incómodo y de darle vueltas al asunto. Sentía que algo alteraba su estado de constante apatía, y aquello lo desequilibraba. Sus manos temblaban cuando su mente divagaba y sus ojos se perdían en las marcas del techo o en el brillo de las estrellas.

Habían sido catorce días contados en los que no había recibido mayor interacción por parte de Chuuya, como si tan solo se hubiese olvidado de repente de su insistencia infundada para que se relacionara. Catorce días en los que no había recibido noticias de Dazai y, por supuesto, catorce días en que no veía a Atsushi. Sin embargo, que no lo viese no significaba que no lo pensase. Al contrario, todos esos días era lo único que vagaba por su mente.

Y era aquello, sin duda alguna, la causa de sus fastidios y el quiebre de su parsimonia. Porque le molestaba pensar en él, le enervaba recordar su sonrisa que podía actuar como un estupefaciente, le asqueaba saber que parte de su tiempo se veía desperdiciado en su persona; pero claro que todo tenía su cauce en que odiaba que fuera él quien rompiese sus silencios y cambiase los rumbos de sus pensamientos.

Porque, ciertamente, Akutagawa se consideraba un hombre sin aspiraciones y sin mayor horizonte que el que le chocaba las narices. Vivía por y para la Port Mafia; que en sus tiempos tuviese el afán de interesarse por alguna que otra cosilla, era secundario. Por otro lado, obviando sus casi exiguos disfrutes, nunca dedicaba mayor tiempo a hilar ideas. Pese a sentirse enterrado en el pasado y en sus errores y temores,  procuraba que sus pensamientos no lo acompañasen. Prefería desvivirse en sus labores y trabajar el doble o el triple de lo que en verdad le correspondía, antes que darle a su cabeza el tiempo suficiente para sentarse a unir los cabos sueltos de sus propios remordimientos y demonios.

Era un hombre carcomido por su pasado y sus pecados, al cual le aterrorizaba la idea de cuestionarse y arrepentirse.

Sin embargo, había algo que rondaba por su mente que lograba ser más fuerte que sus propias barreras, más fuerte que el odio y el miedo, y era el maldito de Atsushi. Incluso aunque intentara alejarlo de sus ideas, siempre volvía, siempre estaba. Su cabeza se encontraba disociada entre la oscuridad de su alma y la luz de la presencia del chico tigre.

En las misiones era un recordatorio constante de que sus manos no debían mancharse de sangre y, a su vez, una distracción. No obstante, en su tiempo fuera de oficio todo empeoraba; pasaba de ser una mera idea a ser un tormento. 

Holgaba mencionar que Akutagawa no era una persona que durmiese mucho, pero acostumbraba a dormir algunas horas luego de una ardua misión para reponer fuerzas y, sobre todo, para no permitir el funcionamiento de sus pensamientos. Pero en esas últimas semanas, y cada día progresivamente peor, la presencia de Atsushi se había convertido en una compañía indeseada. Lo que eran pocas horas de sueño se tornaron en un insomonio sin precedentes. Eran unas emociones e ideas que, en lugar de desaparecer con el sueño, hacían que el mismo desapareciera. 

El regocijo de Atsushi. Su sonrisa. Sus ojos. Su gratitud.

Las palabras y el sufrimiento de los demás eran inefectivos en él. A excepción de Dazai, claramente. Y sin embargo, podía recordar con claridad los pequeños detalles de Atsushi; su forma de comer, su gentileza, sus palabras y sus miradas. Todo aquello había calado en él al punto de pensar en ello por puro ocio. 

Y no solo eso, sino que las palabras de su superior también paseaban por su mente.

"Era una posibilidad que todo ese odio se transforme en un cariño irrefrenable", le había dicho. No obstante, no podía evitar preguntarse si era posible o si era una mentirilla. Que un sentimiento tan intenso como el desprecio se tornara en algo bello y puro era algo muy difícil de creer. Aunque, ciertamente, lo que había sentido esas últimas semanas no era un odio, ni mucho menos fuerte como tal.

Y sin embargo, había algo muy extraño dentro de todo aquello, y era que la compañía de Atsushi se sentía como algo muy inusual, porque era sana y no sabía reconocer que eso le gustaba.

Porque, al fin y al cabo,  ¿qué podía saber Ryuunosuke Akutagawa de una compañía grata, o de alguien que se preocupara por él? Un perro golpeado muerde la mano de cualquiera que se le acerque.

Cada noche se perpetuaba el mismo ritual, uno en el que él en su cama intentaba en vano conciliar el sueño, mas lo único  que conseguía era esa sensación de desacomodo, aquella que le exclamaba que las cosas se estaban alborotando dentro suyo. Su minúsculo mundo disfuncional se derrumbaba con cada hora de sueño que se le escapaba entre los dedos, y era todo culpa de Atsushi. Pasaron de ser noches silenciosas a noches de disturbios donde solo podía embeberse en sus recuerdos y pensar en él.

Admitía que mantenía una preferencia por las sensaciones desorbitantes que lo golpeaban al pensar en ese joven, antes que los pensamientos acerca de sus propios dolores. Si sus cavilaciones lo iban a devorar vivo, y si pudiese elegir entre una u otra cosa, optaba por la evocación de Atsushi, incluso aunque repudiase la idea de que  estuviese siempre presente en su cabeza sin razón alguna. Porque su luz era lo suficientemente fuerte como para opacar la oscuridad que lo rodeaba en su propia mente.

A pesar de reconocer aquello, lo maldecía día y noche. No dormía por las noches, su actitud hacia los demás era peor, al igual que su encierro sobre sí mismo, constantemente abstraído y aún más tajante y silencioso. Se irritaba con más facilidad y estaba seguro de que si viese a Atsushi en aquellos momento le arrancaría algo, importándole un bledo el trato y lo que opinase su superior. 

No podía comprender la razón que lo llevaba a no poder quitárselo de la cabeza, y eso le alteraba de sobremanera. No entendía por qué debía recordar incesantemente las cosas que detestaba de Atsushi, ni por qué era un impedimento para que pudiese descansar y estar en paz. En resumen, todo aquello era culpa de Chuuya.

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Atsushi, por otro lado, se encontraba en una situación similar; no obstante, no se cerraba a la oportunidad de conocer más a Akutagawa y su recuerdo, pese a inquietarle ligeramente, no le molestaba en absoluto. Porque la última noche que lo vio, semanas atrás, había sido otra persona, otro Ryuunosuke que era dulce a su manera retorcida.

Y, ciertamente, a diferencia de su contraparte, pese a ser igual de inexperto y sufrir por su pasado, se llevaba mejor con sus pensamientos y no sufría al pensar en él. No era un tormento ni una distracción, sino una realización y una compañía.

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—No pienso hacerlo, Dazai.

—¿Por qué no? —le reclamó haciendo muecas lamentosas, tomándole de la mano y tironeándole la ropa—. Dijiste que ayudarías, Chuuuuuya.

—Una cosa es ayudar, y dije que haría lo mínimo —le espetó, golpeándole las manos para que dejara de desarreglarle su ropa mientras que se acicalaba frente al espejo—. Hablar con el hombre tigre no es hacer lo mínimo; al contrario, es un terreno que no me corresponde en absoluto.

—No es como si no se conocieran —murmuró Dazai, echándose al suelo, aún sosteniendo con firmeza el chaleco de su pareja—. Además, luego del tiempo que les dimos en el medio deben tener sus cerebro andando a toda máquina. Al hámster que le da energía al cerebro de Akutagawa ya habrá muerto de un paro cardíaco. Es una excelente oportunidad para que yo lo agarre con el cerebro calcinado.

—No, claro, no es como si yo hubiese intentado destruir tu agencia en más de una ocasión —ironizó, ya resignado a los berrinches del otro, acomodando su cabello y mirando su reflejo con atención. Ignoró los chistes sobre su subordinado y prosiguió—. Claro que no, tampoco es como si hubiese querido vender su cabeza en el mercado.

—Ni que quisieras matar a su superior —aprovechó Dazai, desplegándose más en el piso en súplica, mirándole intensamente pese a no recibir atención. Chuuya chasqueó la lengua.

—Lo haría —le escupió.

—Quisiera verte intentarlo, petit mafia.

—Si serás... —comenzó, separándose de su reflejo. Dirigió su mirada hacia el suelo solo para ver que, en el momento en el que dejó de prestarle atención a su ropa, Dazai la había soltado para prenderse a su pierna como un maldito niño—. ¡Maldita sea, Dazai!

—Chuuuuya, por favor —clamó, aferrándose a esa pequeña pierna y cerrando los ojos ante el posible golpe—. ¡Por favor!

—¡Que no!

—¡Por favor!

—Se supone que tú y yo no podemos vernos ni tener relación alguna con el otro —exclamó, exasperado. Movía su pierna con dificultad para que Dazai se soltase, pero estaba consiguiendo el efecto inverso. Sus puños se cerraron—. ¿Cómo se supone que podré salir de la nada y simplemente decirle "oye, sal con mi subordinado. Sí, ya sabes, ese que te ha arrancado la pierna"?

—Oye, el chiste de la pierna ya no es gracioso.

—¡Nunca fue un chiste! —gritó, comenzando a sacudir con mayor fuerza su pierna. Su pareja estaba prendido como una garrapata.

—Vamos, Chuuya —pidió nuevamente—. Y si... ¿les decimos?

—¿Qué? —cuestionó, expandiendo sus ojos y deteniendo de manera súbita sus movimientos—. ¿Decirles, qué? No puedes estar hablando de eso.

—Tú dices que no puedes acercarte sin motivo porque ellos no tienen idea de cómo es que tú y yo estamos urdiendo este plan —murmuró, abriendo los ojos lentamente—. Si les damos a conocer nuestra relación, será normal a sus ojos.

—¿Estás loco? —le preguntó con un tono de preocupación, casi en un chillido. Se inclinó un poco más para tratar de mirarle a los ojos—. ¿Acaso te dañaste la cabeza en otro de tus ridículos intentos de suicidio? ¿qué demonios dices? No hay manera de que podamos hacer eso.

—Yo... lo sé —dijo, sacudiendo su cabeza. Se recompuso y abrió sus ojos con fuerza y conectó su mirada con la ajena. Se prendió con nueva fuerza a la pierna—. ¡Que no ves que estoy desesperado!

—¡Maldita sea, vuelve a tus cabales de una vez, ridículo imbécil! —exclamó, comenzando a patalear de nuevo para quitárselo de encima.

—¡Esto no se acaba hasta que digas que sí, Chuuuuuya! —exclamó con determinación.

—Digo que sí, ¡digo que sí! —gruñó, enfadadísimo, sacudiendo su pierna con violencia.

Dazai sonrió y aflojó el agarre. En cuanto Nakahara sintió aquello, realizó un movimiento arrebatado que mandó a Dazai a volar al otro lado de la habitación. Suspiraron con cansancio.

—Te advierto que este es el último favor de esta índole que llevo a cabo por tus estupideces, y tampoco pensaré tanto. Solo haré y diré todo lo que tú digas, así que piensa bien para cuando me des las malditas indicaciones —le aclaró con severidad, acomodando sus ropas y manoteando su pantalón para quitarse la suciedad del agente. Una vez acabado aquello, se enderezó y posicionó sus manos en sus caderas. Dazai, desde el suelo del otro rincón de la habitación, solo pudo observarlo con dulzura—. Eres insoportable.

—Tú tampoco eres fácil de roer —le contestó en voz calma. Luego de conseguir lo que quería y molestar a Chuuya, había retomado su postura parsimoniosa de negociador y hombre imponente. Ese Osamu Dazai que lograba excitar a Chuuya a niveles celestiales, con solo dirigirle una mirada característica con una pizca de oscuridad envolvente y una sonrisa socarrona y segura.

No podía evitarse. El Dazai que era una molestia le gustaba, mas el Dazai que él mejor conocía, despiadado e intimidante, le estremecía al punto de poner sus sentidos en máxima alerta, y eso le encantaba. Porque le encantaba la adrenalina de la guerra, y la seriedad de Dazai era el mayor símbolo de terror para un enemigo en batalla. Y eso Chuuya lo sabía perfectamente.

Pese a que cada uno se movía bajo ideales diferentes, Chuuya se fascinaba frente a su actuar; Nakahara se movía por sus principios, Dazai por ninguno. Y aunque eso pudiese traerles problemas tiempo atrás, no cambiaba el hecho de que esas diferencias eran las que los ataban. Porque Chuuya se había enamorado de él en su entereza y cambiarlo para disminuir sus discrepancias no estaba en sus planes; que Dazai tomase el camino correcto o no, no le importaba en absoluto, puesto que lo hubiese amando aunque hubiese seguido siendo el demonio prodigio, sin alma ni moral. Y tampoco era de su interés que ahora estuviese intentando redimirse. No le importaba el camino que tomase Dazai, seguiría estando a su lado, tanto en las penumbras como en la luz.

Se sonrieron con cariño y no necesitaron más. Chuuya se irguió y abandonó el departamento. Era fin de semana; con suerte, podría encontrarlo en su cama al volver.

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