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—¡Ahora sí! —exclamó Dazai con emoción, moviendo sus caderas de lado a lado y con sus manos al compás. Su subordinado lo observó espantado—. ¿Anoche qué sucedió?
—¿De qué habla, Dazai-san? —cuestionó dudoso. La incertidumbre que danzaba en él no era acerca de cómo ni por qué sabía aquello, sino que se trataba de analizar los motivos que llevaban a su superior a inducir una relación entre él y Akutagawa. Que él estaba involucrado ya no era una duda.
—Anoche te avisé que tendrías una sorpresa —asintió con la cabeza con emoción. Moría por que Chuuya estuviese escuchando eso con él.
—Así es, ¿por qué Akutagawa? —le preguntó con auténtica curiosidad, escrutando sus reacciones, rebuscando entre las rarezas de Dazai para comprender su accionar, o al menos pare conseguir una pista. No obstante, no existía en la tierra mejor mentiroso y estafador que él, y eso lo sabía muy bien, por lo que no tenía expectativas en conseguir la información que quería.
—¿Akutagawa? —mencionó Dazai, fingiendo demencia. Otra vez—. No, no, Atsushi, la sorpresa era otra. ¿No llegó? Qué mal servicio.
—¿Qué? —ladeó su cabeza y frunció el ceño, en confusión. Suspiró y canalizó toda su abundante paciencia para volver a conectarse—. ¿Cómo dijo? ¿Qué era?
—¡En fin! —clamó, recibiendo una mirada desdeñosa por parte de Kunikida, quien lo miraba de reojo echando humo, lo suficientemente cansado como para no saltar sobre él y ahorcarlo—. ¿Cómo fue? ¿Qué hicieron?
—Dazai-san, ¿qué era la sorpresa...? —preguntó, mas fue mortalmente ignorado.
—¿Adónde fueron? —exclamó exaltado y sonriente, procurando la adquisición de información. No era como si no supiera todo lo que había acontecido, mas necesitaba la versión de uno de los involucrados para formular sus teorías y proseguir con sus planes.
—Pues, al parque en el centro de Yokohama, ya sabe —contestó, cohibido.
—¿Y qué hicieron? —insistió, elevando las cejas. Se paró de su asiento y se dirigió de un solo movimiento al escritorio de Atsushi, sentándose sobre el mismo.
—No ha sido nada, Dazai-san —le aclaró—. Solo tomamos unos helados —a pesar de su frívola respuesta, había pasado todo el camino hasta su departamento pensando en la velada.
—¿Y? ¿Te has dado cuenta de que puede ser un joven encantador? —le cuestionó, intrigado e insinuante.
Atsushi abrió sus ojos con violencia y, rememorando lo acontecido la noche anterior, no se encontraba hábil para establecer una respuesta. Ciertamente, el comportamiento de anoche había batido todas sus expectativas que, por supuesto, tampoco eran muy altas; sin embargo, ese no era motivo para quitarle su mérito. No podía adjudicarle a Akutagawa el título de "encantador" como tal, pero sí había conocido un lado de él que podía llegar a ser gentil a su manera, y no podía negar que eso lo había aturdido. Por lo tanto, en definitiva aún no podía defenderlo ni crucificarlo.
—No sé de qué me habla, Dazai-san —aseguró, bajando la mirad hacia los papeles en su mano, sintiendo los nervios por la presión recibida. Los ojos de su superior se veían muy intensos, y el hecho de que estuviesen clavados en él con inquisición le incomodaba más de lo normal.
—Vaya, Atsushi, cómo te gusta complicarme el trabajo —suspiró, percatándose de la suma inquietud de su subordinado y desviando así su mirada.
—¿De qué trabajo habla? —le espetó con frustración. Eso le recordó a algo que le dio el valor para terminar de encarar a su superior respecto al tema—. Por cierto, anoche Akutagawa me dijo que todo aquello había sido obligado por Chuuya-san.
—¡No es posible! —exclamó con exageración—. Me pregunto qué estará tramando.
—Definitivamente, algo con usted.
—Mira si yo me relacionaría con ese enano agresivo —se burló, riendo bajo—. Está bien, veo que no me dirás nada de tu salida de anoche, pero al menos respóndeme cómo te sentiste.
—Pues —respondió Atsushi con inocencia. Decidió otorgarle a su superior aquella respuesta, porque era la más interesante y había parecido honesta—. No lo sé, pero no fue un mal momento. De hecho, fue una experiencia excepcional poder estar con él en un lugar abierto sin que nos lastimáramos el uno al otro —finalizó con una sonrisa auténtica. Aquello bastó para Dazai.
--•--•--
—Vamos, Akutagawa, dime de una vez, ¿cómo fue? —le preguntó por sexta vez en aquella tarde.
—Regular —largó, por sexta vez, con aquel semblante apático de siempre.
Chuuya suspiró y se golpeó la frente. Definitivamente, había sido estafado de una manera muy vil por Dazai, puesto que su trabajo era inmensamente más difícil. Ya lo había pensado, pero en aquel momento solo lo confirmaba constantemente.
La noche anterior, cuando se despidieron en su escondite entre los árboles, habían acordado que cada uno charlaría con su niño una vez más a fin de conocer sus puntos de vista y luego lo compartirían para ver si había algún progreso. Nunca había visto a Dazai organizarse tanto para conseguir algo.
Sin embargo, ese mismo mediodía le llamó para decirle que él ya había hablado con Atsushi y que había decidido dejarles un tiempo en el medio como para que pensaran las cosas, tal vez un par de semanas para que las ideas terminasen de asentarse. No obstante, le pidió que aún así hablara con Akutagawa; luego de eso, finalmente, sí le darían inicio a esa pausa. Un tiempo que les gustaría aprovechar para ellos mismos a su vez.
—Maldita sea, ¿qué es regular? —rabió, sintiéndose al borde de estallar en gritos e improperios. Suspiró y recordó algo más que le había dicho Dazai acerca de preguntarle sobre sus sentimientos y esas tonterías, mas dudaba que Akutagawa los poseyera en absoluto—. ¿Sientes que se están llevando mejor?
Aquella pregunta era una concisa que Ryuunosuke no podría responder simplemente con "regular", "bien", por lo que decidió pensar bien la respuesta. Ya había comprendido que su superior no le dejaría guardar silencio, y que no le permitiría alcanzar la calma y disfrutar de su silencio hasta que no le dijese algo que él quisiese escuchar.
—Es un poco más tolerable —murmuró. No ganaba nada mintiéndole a Chuuya, y tampoco era algo que le avergonzara; al fin y al cabo no tenía significado alguno. Lo que no sabía era que todas sus palabras llegaban a oídos de Dazai—. Sigue siendo desagradable, pero tampoco ha sido una noche terrible.
Luego de pronunciar esas palabras, que para Chuuya fueron un montón, el joven se sumergió en sus pensamientos, aquellos que buscaba evitar, porque todo volvía a lo mismo: la impertinente sonrisa de Atsushi y esa actitud tan risueña y despreocupada que cargaba a pesar de estar igual de maltrecho que él. A pesar de que él mismo dejó al descubierto algunos aspectos suyos frente al otro, este también lo había hecho. Había sonreído, y no era como si Nakajima no fuese así a diario, sino que en esta ocasión, por vez primera, lo había hecho con él; esas sonrisas de terciopelo, esos agradecimientos que no esperaba ni necesitaba, esas alegrías que no quería presenciar. Todo aquello había sido dedicado a él, y le inquietaba de sobremanera.
Ya fuese a la fuerza o por voluntad, había estado con su peor enemigo y no se habían dañado; fue como si, por aquella noche, se hubiesen despojado del resentimiento, tanto entre ellos como con el mundo en sí, y se hubiesen permitido conocerse luego de tanto tiempo. No había sido una salida entre un Atsushi temeroso de perder una pierna y un Akutagawa agresivo y desconsiderado; había sido entre el Atsushi que amaba la comida y el Ryuunosuke que tenía gustos más allá de la muerte; el que tenía un corazón de oro y el que disfrutaba de ver el brillo de las estrellas en la oscuridad.
—Eso es bueno, ¿no? —contestó Chuuya sin terminar de comprender si aquello era una especie de cumplido, o si era un insulto. En aquel momento se lamentó no tener la descarada habilidad de Dazai para conseguir información y manipular.
—Me es indiferente.
—Sabes, esto... —"me recuerda a Dazai y a mí"—. Me hace creer que esto que yo estipulé como una estrategia para afianzar los lazos, podría terminar siendo algo más.
Akutagawa frunció el ceño, totalmente extrañado ante el comportamiento de su superior. Incapaz de dar crédito a lo que acababa de oír y con sus manos más metidas en sus bolsillos, preguntó:
—¿Qué?
Chuuya lo observó y, pese a que lo consideraba una locura, Dazai le había explicado que solo debía sembrar la semilla de la duda y proseguir. Con las dos semanas siguientes, les iba a sobrar tiempo para reflexionar, o eso le había dicho.
—No lo sé —comentó, simulando inocencia—. Tal vez, con decir que no sufriste en su presencia es una manera propia de ti de decir que te ha gustado su compañía. ¿No lo crees?
—No, no lo creo —aseguró, apretando sus dientes.
—Yo solo digo —continuó, alzando sus manos envueltas en esos guantes negros, mirándolo despreocupado. No obstante, dentro suyo tenía un ligero miedo a echar las cosas al garete; Akutagawa le parecía una persona muy difícil de tratar—. Es una posibilidad que todo ese odio y rechazo dentro de ti en algún momento se transforme en un afecto irrefrenable hacia él. Quizás no soportabas su mera presencia antes, pero ahora que te ha agradado, puede que incluso te acostumbres a ella y acabes deseándola. Incluso es probable que esas cosillas que aborreces de él ahora, mañana te hagan suspirar. De cualquier forma, no es como si yo tuviera alguna idea sobre todo este tipo de cosas.
—No sé de qué me está hablando, Chuuya-san —murmuró, sintiéndose abatido por la sarta de cosas que le soltaron en la cara—. Incluso aunque usted tuviese razón, cosa que claramente no sucederá, un agente y un miembro de la Port Mafia nunca podrán estar juntos.
Chuuya lo observó con cautela.
—Tal vez no estés tan equivocado —musitó con la voz lastimosa, mirándolo a los ojos y palmeándole el hombro.
--•--•--
Parado frente a aquella puerta que conocía a la perfección, abrió su saco y rebuscó la pequeña llave que llevaba consigo en un bolsillo camuflado. Abrió la puerta sin golpear ni avisar e ingresó a aquella ostentosa sala en la cual había estado miles de veces. Cerró la puerta a su espalda y le echó llave, guardando esta misma luego en el lugar de donde la tomó, en su saco.
Avanzó un par de pasos y, apoyando su mano en la pared de esa entrada, se quitó los zapatos. Terminó de colocar el último en el suelo, junto a otros negros de menos talle que ya descansaban allí, y oyó lo que quería.
—¿No pudiste llegar antes, bastardo? —le dijo a forma de bienvenida, saliendo del comedor para encontrarse con el recién llegado—. Una vez que te cocino y te tomas la gracia de llegar tarde.
—Lo siento, cariño —le respondió con una sonrisa. Acabó de acomodar sus zapatos y cruzó la sala hasta llegar al otro lado para besar a su pareja, posicionando sus manos a ambos lados de esa elegante cintura. Sus ojos reflejaban el cansancio de un hombre que no acostumbraba a trabajar tanto como lo venía haciendo los últimos días.
Con aquel beso, Chuuya olvidó la cena, las vicisitudes, la distancia y las penas. Le correspondió con ganas ese corto contacto del cual venían privándose desde hacía un tiempo atrás. Ese plan de Dazai de formar esa pareja había comenzado a hacer que tuvieran que verse con mayor frecuencia y tener más motivos para llamarse, y aquello había empeorado el distanciamiento, dando un efecto inverso. Siempre habían mantenido su relación a rajatabla, viéndose solo los días pactados, los aniversarios y algunos cumpleaños; no obstante, en esas semanas habían estado viéndose en numerosas ocasiones, y pese a haber acordado que no se llamarían mientras la luz del sol iluminara Yokohama a no ser que se tratase de una emergencia, solían llamarse y escribirse para hablar al respecto. Las llamadas nocturnas eran contadas antes de aquello, puesto que en la mayor parte de las ocasiones Chuuya se encontraba ocupado con la mafia, y sin embargo, durante esas últimas noches este lograba hacerse un hueco en sus jornadas para llamar a Dazai y arreglar algún que otro asunto sobre Akutagawa y Atsushi. Y si no era para hablar sobre ellos, encontraban alguna excusa para desearse las buenas noches y escuchar sus voces antes de dormir o matar, según de quién se tratase.
No obstante, aquella situación era una navaja de doble filo. Por un lado, por supuesto, era una maravilla. Verse, tomarse de las manos, sentir el calor del otro, reírse a la par; todo, más veces a la semana. Sin embargo, por otro lado, eso generaba una retroalimentación positiva, puesto que al recibir más querían más. Y eso, irónicamente, no era positivo. Porque ambos habían aprendido a renegar de las ilusiones y las esperanzas, y la creciente constancia con la que se cruzaban solo albergaba en sus pechos una dulce esperanza que sabían que era vana.
Porque siempre habían sabido que habían sido condenados a amarse a escondidas y en la oscuridad, y una flor que brota en la oscuridad no está hecha para ver la luz.
Encontrarse con esa asiduidad podía llegar a desarrollar en ellos una injustificada creencia de que podían llevar una relación normal, de que quizás podrían, alguna vez, de alguna manera, en alguna circunstancia, tomarse de las manos sin cobardía ni pena. No obstante, era una verdad fehaciente para ellos que esa idea no era algo factible; no era más que un delirio, producto de la emoción de la constancia.
Era como rozar y ambicionar un paraíso que para ellos estaba más que prohibido, para luego reafirmar la realidad cruel que los rodeaba. En adición, sobraba decir que la dicha pasaba de largo frente a dos personas que no estaban acostumbradas a tomarla.
Luego del par de reuniones y aventuras espiando a sus subordinados, el candor de las manos de Chuuya añoraba el toque de Dazai, guiando sus pensamientos hacia una pregunta central: "¿cuándo volvería a verlo?". Con los años que llevaban en pareja se había habituado a no hacerse esa pregunta, porque nunca existía una respuesta certera; y sin embargo, en esos últimos días era lo principal rondando en su mente. Temía que, conforme el tiempo pasase, llegase hasta el punto de necesitar que la voz de su pareja acaricie sus sentidos para poder persistir las largas noches; y Dazai, yendo por el mismo camino, temía lo mismo, tener que escuchar la voz de su pareja para que esta le acompañase en lugar de su ausencia durante las noches, igual de longevas para él.
A su vez, las palabras de Akutagawa retumbaban en su cabeza sin misericordia, hiriéndole segundo a segundo. Sabían que no era correcto. Sabían que era peligroso. Sabían que degustaban una felicidad inmerecida cuando estaban juntos. Todo ello lo sabían, y aún así se negaban a aceptarlo, se rehusaban a soltarse la mano. Incluso bajo la tormenta y la nevada, la inmensidad del fuego de ese amor era testarudo y violentamente cálido, lo suficiente para ambas almas.
En consecuencia a esa avalancha de emociones que atormentaban a ambos amantes, esa noche donde se besaban con esa timidez impropia de ellos, como si tuvieran temor de abusar de esos encuentros, podían percibir la necesidad en el otro, tomándose del cuello, de las mejillas, de la cintura, de las camisas. Podían sentirse entre brazos amados, y aquello era invaluable; en ese preciso instante fugaz, no estimaban los daños ni las repercusiones, no meditaban acerca de lo que estaba permitido y lo que no. Todo se resumía a ellos, a tenerse el uno al otro una vez más.
—Bienvenido a casa, Osamu —susurró contra sus labios, deslizando los suyos para volver a besarle con ansias y sutileza a su vez.
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