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2

—¡Atsushi! —exclamó con una emoción que era más acentuada que la usual. Lo que era aún menos habitual era que aquella mañana había llegado relativamente temprano, y eso, por sí solo, era motivo de estupefacción en la oficina.

—Dazai-san, buen día—dijo, a modo de saludo. Le sonrió con la ligera incomodidad del reclamo que le tenía pendiente—. Con el debido respeto, ¿me podría decir por qué no se presentó ayer?

—¿No lo hice? —le respondió, ganándose una mirada cansina por parte del otro—. Me surgió algo muy importante, no era mi intención dejarte solo con Akutagawa. Por cierto, ¿cómo estuvo?

 Atsushi sostuvo la mirada en su superior y permaneció en silencio unos segundos, pensando su respuesta con prudencia. En su mente se desató un viaje retrospectivo al día anterior y terminó por decir:

—Pues, no fue tan trágico como creí que sería. 

Dazai sonrió ante esa respuesta. No era lo ideal, pero ya era un comienzo. Él y Chuuya se habían enamorado con celeridad y habían establecido una relación romántica luego de un tiempo que consideró, ciertamente, lento; si aquello había sido pausado y paulatino, unir a Akutagawa y Atsushi iba a ser un millón de veces más lerdo y complicado. Si continuaba con la comparativa, Chuuya y él eran mucho más avispados que sus subordinados y habían notado con velocidad lo que sentían el uno por el otro, a pesar de todo; no obstante, Akutagawa podría haberse enamorado el día anterior, y no se enteraría hasta el siguiente año. Atsushi tal vez, en lugar de ser un año, tardaría once meses, con una visión optimista. 

—¡Eso es excelente! —bramó exaltado. Atsushi lo observó confundido, enarcando una ceja.

—¿Por qué lo dice, Dazai-san? —preguntó con interés y curiosidad.

—Me parece grandioso que te lleves bien con él —aseguró, tomándolo de los hombros. Su sonrisa y su efusividad comenzaban a asustar al joven.

—Bueno, yo... —comenzó a tartamudear—, no es como si nos lleváramos de maravilla. Simplemente, pudimos concretar un almuerzo sin destruir el sitio ni atacarnos.

—¿Y te suena a poco progreso? —cuestionó, ampliando su sonrisa. Empezó a sacudir los hombros ajenos—. Es excelente, asombroso, magnífico.

—Dazai-san, ¿está usted bien?

—¡Mejor que nunca! —exclamó. Decidió comenzar a tirar de los hilos—. Es más, me parece que algo muy bueno podría derivar del día de ayer.

—¿A qué se refiere? —preguntó, aún más sumergido en la incertidumbre.

—Esto podría dar inicio a un bello y refulgente romance, ¿no lo crees? —declaró, tanteando el terreno.

El rostro de Atsushi palideció para dar paso a un sonrojo enérgico. Sus manos enguantadas se posaron frente a Dazai y comenzaron a moverse de lado a lado al compás de su cabeza, que negaba frenéticamente. 

—Dazai-san, ¿está usted hablándome en serio? —cuestionó, para segundos luego volver a negar, aún con más potencia que antes—. Olvídelo. ¿Cómo puede ocurrírsele eso? Yo, bueno, él, los dos, ambos, no, no lo sé, no.

Dazai sonrió nuevamente. Atsushi había dejado de funcionar; repetía y murmuraba lo mismo sin parar, pasmado y ensimismado. 

—Atsushi, respira —dictaminó—. No estoy diciendo que vayan a casarse, solo hablo de que podría ser que... —nuevamente, interrumpido por unos alaridos.

—Pero es que, Dazai-san, ¡usted no comprende! —clamó, con sus ojos saliéndose de sus cuencas—. Él ha intentado matarme cientos de veces; si hasta ahora mismo no me ha matado es por la tregua, usted sabe, y por el trato que hicimos de los seis meses. ¡Pero lo hará en cuanto tenga la oportunidad!

—Ciertamente, no es eso mentira —razonó, coincidiendo, asintiendo con la cabeza—. Sin embargo, lo de ayer ha sido un proceso. ¡Y quién sabe! Tal vez logres enamorarlo antes de que se venza el plazo de los seis meses, y con eso estarás a salvo. ¿No lo consideras un buen plan? 

—No me está reconfortando en absoluto, Dazai-san —aseguró, negando con la cabeza.

—Solo te digo, Atsushi, ¿acaso, no te parece un joven encantador? —ni siquiera él pudo creerse sus palabras.

El susodicho quedó perplejo, mirándolo con seriedad y preocupación verdadera, considerando la posibilidad de que otro de los intentos de suicidio de Dazai hubiesen culminado con una contusión en la cabeza.  

—Honestamente, no, no lo creo, Dazai-san —murmuró con inseguridad, mirando hacia el suelo y tomándose el codo. De repente, recordó la apariencia de su acompañante el día anterior, aquella que lo había dejado sin habla ante la sorpresa.

—•—

—Si lo piensas en detalle, no ha salido tan mal —intentó convencer.

—Tuve que comer la mitad de ese tazón de mal gusto por fuerza de voluntad, y con la persona que más desprecio. ¿Cómo puede decir que no salió mal, Chuuya-san? —espetó Ryuunosuke Akutagawa, cruzado de brazos mientras avanzaba por el muelle a la par de su superior. Le parecía extraño que este tomara cartas en el asunto como para pedirle una charla personal. ¿Qué le importaba cómo había salido el almuerzo en el cual lo plantó?

—Pues, ¿no le has arrancado una extremidad? —alegó, sonriendo ligeramente con incomodidad. Dazai le había llamado la noche anterior para comunicarle que debía sacar información de su subordinado para conocer los resultados del primer plan, y que él haría lo propio con el suyo; no obstante, la parte que le tocaba a Chuuya era mucho más complicada. No era tan manipulador como su pareja, ni su subordinado era tan charlatán. 

—No.

—Con eso alcanza para afirmar que no ha salido tan mal —murmuró, mirando sus zapatos. 

Akutagawa no comunicó respuesta, solo lo observó con sus manos en los bolsillos de su característico abrigo negro y bajó su mirada hacia sus pies. Estaba comenzando a pensar en que, tal vez, sus superiores tenían algo entre manos; sin embargo, se negaba a vislumbrar una mala intención por parte de Dazai.

Chuuya le sonrió con nerviosismo y le pidió un momento, afirmando que volvería enseguida. Se alejó a paso rápido hasta llegar a un punto donde el otro no pudiese verlo. Cerró su puño con fastidio y maldijo a Dazai, quien seguía fastidiándolo incluso aunque no fuese su compañero. Sacó su teléfono y le llamó.

—Señora, ya le dije que no me interesa comprar cosméticos —fue la forma en que le atendió.

—¡Te mataré! —anunció, escuchando cómo su pareja se alejaba de su oficina para conseguir privacidad. Oyó su risa y se cabreó.

—¿Qué sucede, cariño? —le preguntó desde el otro lado de la línea, en medio de la calle.

—Pues, sucede que tu plan se está yendo al garete —anunció, rabiando—. Akutagawa no me dice ni una palabra al respecto y solo se muestra molesto.

—Pues, ¿cuándo no?

—No es el punto —decretó, cerrando su puño con fuerza. Dirigió una mirada hacia el lugar donde debía estar el otro joven y lo vio allí, esperando, solemne.

—Para serte sincero, no he progresado mucho con Atsushi tampoco —le comentó—. Sin embargo, tengo un buen presentimiento, y me encargaré de que mi predicción se cumpla.

—¡Qué predicción, ni qué tanto! Te golpearé —afirmó, sintiéndose encolerizado. No obstante, había una parte de él que se sentía emocionado por poder oír la voz de su pareja durante el día, siendo que normalmente evadían las llamadas diurnas a no ser que se tratase de algo vital; quizás, al menos él podía sacarle ventaja a las locuras del otro.

—Te diré qué hacer —le contestó Osamu con tranquilidad, con esa voz suave acariciando los sentidos de Chuuya—. Yo tomaré mi parte como negociador para conseguir algo; tú, utiliza tu madera de líder y convéncelo. Sabes que a Akutagawa no puedes abordarlo desde lo sentimental, al menos no por ahora, por lo que la alternativa predilecta para ti es que le digas que es lo mejor para fomentar la unión entre ambas organizaciones, tomando ventaja de la tregua. Ya sabes, esas tonterías, se las creerá.

—Así que este es el hombre del cual me he enamorado —se burló Chuuya, altivo. Sonrió y aceptó esa propuesta. Le parecía racional y medianamente funcional—. Bien, bastardo, nos comunicaremos en otro momento para hablar al respecto.

—Esperaré ese momento con ansias.

—Cállate —murmuró Chuuya con una sonrisa pequeña y sutil paseando en sus labios. Cortó la llamada y permaneció en el lugar, quieto, con el teléfono entre sus manos y el corazón latiéndole con afecto. Aunque nadie pudiese ver aquellos ojos azules en aquel momento, resplandecían con fiereza y decisión.

Suspiró con el nombre de quien amaba escapándose por sus labios, y se dirigió hacia su subordinado. 

—Sabes, Akutagawa, estuve reflexionando al respecto —declaró, escrutando su rostro ecuánime ante algún signo de reacción—. Considero que es mi deber como tu superior alentarte a establecer lazos beneficiosos con la Agencia.

—Pero Chuuya-san, usted detesta a la Agencia, en especial a Dazai-san —contrarrestó el muchacho, con aquel tono frío y parsimonioso, mirándolo con curiosidad.

—Sí, claro, pero es un asunto de negocios, ¿comprendes? —aclaró, sintiendo la mentira rasparle la garganta—. Es ideal que se aproveche esta tregua temporal entre la Port Mafia y la Agencia para fortificar los vínculos de conveniencia, me entiendes.

—Usted debería reforzar los suyos con Dazai-san asimismo...

—¡Que ya basta con ese bastardo! —exclamó, golpeando su zapato contra la madera del piso. Suspiró y continuó—. Tú y el chico de la Agencia deben aprender a convivir sin matarse el uno al otro; a su vez, es muy posible que, en algún momento, deban trabajar codo a codo nuevamente, y para ello deberán adaptarse.

—Entiendo —aseguró escuetamente, mirándolo con esos ojos grises impenetrables, tan vacíos como los de Dazai.

—Por ende, como tu superior, te ordeno que hagas exactamente lo que te voy a decir—dictaminó, otorgándole una mirada maliciosa. Podía ser que aquel plan comenzase a ponerse entretenido. Esperaba que Osamu estuviese de acuerdo con su ocurrencia; de caso contrario, tampoco le importaba.

-•-•-•-•-

Akutagawa se encontraba en unos tejados frente al departamento de Atsushi. Pese a que se negaba rotundamente a lo ordenado por Chuuya, era un mandato al fin y al cabo, y Nakahara le había dicho que no podía rehusarse. Ciertamente, como estaba obligado a hacerlo, no se había planteado sus verdaderas motivaciones para cumplir con aquello, ni había cuestionado los ideales detrás de las palabras de su superior. 

Chasqueó la lengua con molestia y, con ayuda de Rashomon, llegó a la puerta de Atsushi. Era de noche.

Dazai y Chuuya concertaron encontrarse aquella noche otra vez con la excusa de que querían presenciar lo que acontecería aquella noche. Tomados de las manos bajo la luz de la luna en el lado opuesto de la calle, se dispusieron a observar. Por supuesto que Dazai había realizado también su intervención necesaria con su niño.

Akutagawa golpeó la puerta de manera brusca y agresiva, rezando por no ser atendido por Kyouka. Guardó sus manos en sus bolsillos, molesto por no poder derribar la puerta y ahorrarse trabajo; Chuuya se lo había prohibido: ni golpes, ni destrucción.

La puerta fue abierta, permitiendo ver a un Atsushi confundido y con la ceja elevada. A pesar de la hora, no llevaba puesto el pijama. 

—Akutagawa, ¿qué haces aquí?

—Vendrás conmigo —impuso, con una voz que le dejaba claro que no tenía opinión en ello.

—¿De qué hablas? —cuestionó, inseguro, escrutando el rostro ajeno que solo miraba en dirección al suelo.

—Vendrás —reafirmó.

—No quiero —alegó, cruzándose de brazos.

—No estas en condición de decidir.

—Sí lo estoy —aseguró.

—No lo estás.

Atsushi iba a replicar, mas las telas de Rashomon se envolvieron en su abdomen y lo alzaron cual saco de verduras. Podía usar sus garras o cualquiera de sus poderes para intentar zafarse, pero las palabras de Dazai horas antes retumbaron en su mente. Recordó que le había dicho que esa noche tendría una grata sorpresa; sin embargo, de grata no tenía mucho.

Supuso, por primera vez, que su superior podía estar tramando algo. No obstante, suspiró mientras veía la espalda de Akutagawa, quien caminaba delante mientras él iba colgado boca abajo. Intentó descifrar las acciones de Dazai y atarlas en un mismo nudo, mas no se le ocurría nada. Se preguntaba por qué tenía ese afán de acercarlo a aquel joven que le odiaba. Se estresó y decidió cabecear y descansar un rato; al fin y al cabo, no tenía idea de adónde se dirigían ni cuándo llegarían.

Así como comía con facilidad, dormía con facilidad. Akutagawa, al observarlo volteándose sutilmente, pensó que en verdad se comportaba como un gato. Siguió su camino y, al llegar a objetivo unos minutos luego, liberó al joven dejándolo caer sobre el suelo en un movimiento súbito.

Atsushi se despertó por el impacto y lo miró adolorido, sobándose los golpes.

—¿Era necesario tirarme así?

—Cállate y ven.

Atsushi lo siguió por curioso, encontrándose de cara a un pequeño puesto de helados en el parque. No comprendió nada y se espantó.

—¿Te dan miedo los helados?

—Me das miedo tú.

—No estoy haciendo nada sospechoso —afirmó, mirándolo de reojo—. Chuuya-san me obligó.

—¿Qué? 

—¿Qué? —preguntó Chuuya a la distancia. Dazai se rio. Se encontraban detrás de unos árboles de aquel parque, pegados el uno al otro—. Otro inútil.

—Me instó a desarrollar un mejor lazo contigo —explicó, cruzándose de brazos y golpeándolo con la mirada—. No tengo el menor interés en ello, pero es por eso que estoy aquí.

—Bueno, ahora que lo dices —mencionó Atsushi, razonando lentamente—. Dazai-san me dijo algo parecido.

—¿Qué te dijo? —sus ojos se iluminaron ante la mención de su mentor, y Atsushi arrugó el entrecejo con repulsión.

—Pues —murmuró, pensando que, claramente, no podía decirle que Dazai le había preguntado si le parecía encantador—, sabes, no lo recuerdo.

—Qué tonto eres, Jinko — soltó con descontento, rodando sus ojos hacia el puesto. Colocando sus manos dentro de los bolsillos, caminó hacia el sitio a paso calmo. 

—¡No me llamo así! —exclamó. No obstante, le siguió, escrutando el sitio. La gente, los bancos, los árboles, la noche. Quizás, si hubiese tenido otra compañía podía haberse tratado de algo maravilloso.

Vio a Akutagawa hacer su pedido y voltear a verle, inquisitivo. Atsushi sonrió con desazón.

—Sabes, yo no tengo dinero —susurró, inquieto, frente al vendedor. Akutagawa lo miró sin poder creerle.

—¿Cómo puedes ser tan torpe? —le espetó, frunciendo el ceño, mientras recibía lo que había pedido.

—¡No me diste explicaciones, no me dijiste adónde iríamos, no me diste tiempo! —exclamó apenado por la situación. 

Akutagawa suspiró, pagó y se alejó hacia un banco siendo seguido por Atsushi, quien ya se había frustrado en demasía. Comenzó a disfrutar de su helado bajo la mirada penetrante de su acompañante quien, además de molesto, estaba hambriento. 

—No es mi culpa que no tengas dinero —aclaró, aún sin mirarlo pero sintiendo el peso de los ojos ajenos sobre él. 

—Claro que lo es —murmuró Atsushi, lamentándose. Sentía el golpeteo de su estómago y la imagen frente a él no mostraba misericordia.

Akutagawa vio de reojo al otro mientras este, sentado a su lado, echaba su rostro sobre sus manos y se inclinaba hacia adelante en su lugar, apoyando sus codos en sus piernas. Se sintió molesto al percatarse que, aunque disfrutaba verlo disgustado y verle fallar, sentía una predilección por verle sonreír. Luego del almuerzo, presenciar a un Jinko apagado le inquietaba.

Suspiró y, sacando dinero de su bolsillo, se lo arrojó en la cara a su acompañante, quien se negó rotundamente a tomarlo.

—O lo tomas, o romperé el trato de los seis meses, te lo juro en nombre de Dazai-san.

Atsushi tragó en seco y tomó el dinero con duda, observando las reacciones ajenas, como si aún estuviese esperando una autorización, inseguro de llevar a cabo aquello. Akutagawa no le miró. Suspiró.

—Gracias, yo... —musitó, mirando sus botas—. Te lo devolveré en cuanto pueda.

—No comiences con tus tonterías —le espetó, aún mirando hacia el otro lado del parque, donde las estrellas lograban colarse entre los árboles y las luces menguaban—. No necesito tus miserias tampoco, guárdatelo. No me debes nada.

Atsushi sonrió levemente y agradeció una vez más, antes de salir corriendo cual niño lleno de júbilo hacia el puesto. Ryuunosuke observó cada uno de esos movimientos aunque el otro no se hubiese percatado, y sintió eso mismo que quería sentir; lo mismo que había sentido al día interior en el restaurante, esa incomodidad que se albergaba en su pecho al sentir aquel alborozo sin explicación que llenaba el corazón de Nakajima. Esas sonrisas suyas, tan patéticas y sonsas, como empáticas y afectuosas. Le provocaban aversión, mas una pequeña parte de él, que se negaba a reconocer, se sentía complacida.

De cualquier manera, nadie podía negar que Akutagawa Ryuunosuke tenía menos inteligencia emocional que un cactus, por lo que aquella realización propia era incluso demasiado grande como para que él terminase de abrazarla en su entereza. 

Suspiró y fue ahí cuando se percató de que no había separado su mirada de aquel joven repleto de regocijo. Torció el rostro en una mueca de disgusto y se dedicó a observar el panorama del cielo nocturno.

—¡Mira, es igual al tuyo! —vociferó emocionado el recién llegado, señalando su helado con una sonrisa de esas que sacudían.

—¿De qué hablas, Jinko? —le preguntó, camuflando el sobresalto de la grata sorpresa con una tos.

—¡Mi helado! —le enseñó—. No he comido nunca ninguno.

—¿Cómo es eso posible? —le preguntó, incrédulo—. Te traje aquí con la creencia de que te gustaban. Eres tan endiabladamente aniñado que creí que debías recurrir estos sitios con regularidad.

—Pues, he compartido crepas con Kyouka —comentó, disfrutando su postre con gusto. Ciertamente, la comida poco nutritiva y los dulces eran del agrado de Atsushi; Akutagawa no estaba equivocado, por tanto, al avistar sus gustos de niño—, pero nunca habíamos tenido la ocasión de esto.

Ryuunosuke no respondió. Se limitó a redirigir su mirada hacia el cielo estrellado, admirando el brillo de las estrellas mientras comía; podía oír la forma sonora de comer de su acompañante y, en cierta forma, no le importunaban esos ruidos, porque era un recordatorio vívido y constante de que esa noche su compañía no era la soledad, sino ese joven tonto de la sonrisa resplandeciente. 

No podía negar que le gratificaba saber que había acertado al llevarle allí.

—Sabes —mencionó Atsushi, interrumpiendo sus cavilaciones—, no creí que te gustara este tipo de cosas.

—No me gustan —aseguró.

—¿Cómo que no? —cuestionó, entrecerrando sus ojos con incertidumbre—. Entonces, ¿por qué estamos aquí?

—No me gustan este tipo de cosas —aclaró, desplazando sus ojos del fulgor de las estrellas hacia el fulgor a su lado. Su semblante, a pesar de aquello, pecaba de frío—. Prefiero otra clase de comidas, pero no significa que no pueda servirme un helado cada tanto.

—Ya veo —allí estaba esa sonrisa, tan auténtica como tímida. Le alegraba conocer un pequeño aspecto mundano de la vida de aquel que le detestaba; sembraba en él una pequeña ilusión de alguna vez poder desarrollar bellos lazos con él o, mínimamente, sanos—. Así que tú también puedes tener gustos y apetito para algo que no sea la sangre.

Akutagawa elevó sus cejas de manera casi imperceptible y su mirada divagó por los ojos ajenos, los cuales lo observaban con amabilidad. No podía enfadarse cuando lo que le había sido dicho era algo de conocimiento común. Las palabras habían sido mordaces por más que fuesen verídicas, pero no esos orbes que enseñaban más de un color. En el mirar de Atsushi no había daño, no había crítica, no había aspereza; desbordaban de compasión y algo que atentaba con ser comprensión. No obstante, a su vez, no se había percatado del hecho de que, de alguna manera, por más banal que fuese, había mantenido una conversación con el otro, le había revelado un lado de él. El lado que podía regocijarse ante el arte y el té, ése que creyó que se llevaría a la tumba. Tosió y rompió la mirada, dirigiendo la suya hacia sus pies.

—Así es —fue su única respuesta.

Atsushi le sonrió una vez más, sintiéndose conmovido por ese corto progreso. Tal vez, la compañía era suficiente como para su ideal de noche maravillosa.

No obstante, había una duda penetrando en su cerebro.

—¿Por qué siempre te muestras tan hostil? —soltó sin más, observándolo con atención, aún gozando de su helado. Sabía que estaba tomando ventaja de la situación y que había una posibilidad de que le saliera el tiro por la culata, mas no perdía nada, y no podía adivinar cuándo se presentaría la siguiente oportunidad, si es que había una—. Acabas de demostrar que puedes ser amable.

—No soy amable —le espetó. Él ya había finalizado su helado. Depositó los restos en un cesto que se encontraba justo a su lado, inclinándose sobre el banco del lado opuesto a su acompañante. Una vez terminada la acción, tomó un paño de sus bolsillos y se dispuso a limpiarse las manos—. Y a diferencia tuya, no pretendo serlo.

—Eso es más que claro —murmuró Atsushi, rodando los ojos. Lo miró siendo aún más entrometido que antes—. ¿Por qué te comportas así, al menos conmigo?

—Porque eres patético.

Atsushi se resignó y ahogó una pequeña risa. Sonrió con sutileza y confesó:

—Creí que estar a tu lado esta noche iba a ser peor, como una tortura.

—Lo mismo pensé —declaró Akutagawa, aún sin mirarlo. De hecho, su compañía le había gustado, así fuese un poco, mas elegía la muerte antes que reconocerlo. A pesar del odio y el desprecio que había dispuesto como defensa, en especial con Nakajima, no había logrado encontrar ni un solo alegato para sentir nada de eso esa noche.

Observó a Atsushi nuevamente, quien peleaba con su helado que se deshacía en sus manos, tratando de aumentar su velocidad para comerlo sin ensuciarse. Esa imagen, de alguna manera, causaba en él esa molestia que había sentido el día anterior en el restaurante; ese comportamiento tan ridículo y amigable era lo que hacía de Atsushi una compañía que Ryuunosuke solo podía reconocer como sana, incapaz de admitir que era adorable, puesto que ni siquiera sabía a definición qué era aquello. Y fuera como fuera, Atsushi no podía calzar en semejante definición para él.

Sintiéndose incómodo de manera súbita, se paró del banco una vez que su acompañante derrotó al helado. Sin siquiera despedirse, se marchó de allí, dirigiéndose hacia el camino central del parque, flanqueado por árboles. Atsushi, como era de esperarse, le siguió, exclamándole que le esperase.

Una vez en la vereda, Akutagawa giró hacia el lado que le correspondía y se detuvo en seco al oír al otro jadear alguna que otra despedida detrás de él, regañándolo por no haberle dicho nada. El mayor no se giró en ningún momento, y su postura era parsimoniosa. Al no responder, el otro joven se rindió y, cuando estaba dispuesto a abandonar el lugar en dirección opuesta, la voz ajena lo detuvo; había sonado medianamente afable, a diferencia de la tonada intratable que le caracterizaba en otros momentos.

—¿Te gustó el helado? —preguntó Akutagawa, en medio de su silencio, entre dientes, por mera cortesía y por una incipiente curiosidad que le fue imposible refrenar.

La pregunta tomó a Atsushi desprevenido, quien entreabrió ligeramente los labios y los ojos y se giró levemente, mirando la espalda de quien fue su compañía.

—Claro que sí —afirmó con dulzura. Akutagawa podía percibir su sonrisa incluso en su voz y eso le fastidiaba—. Gracias.

Con sus manos en los bolsillos y aún de espaldas, no emitió respuesta. Emprendió su camino, sintiendo aquellos ojos bondadosos hincando su espalda frente a aquel parque. Tosiendo y con prisa en sus pasos, elevó su mirada para apreciar una vez más el brío de las estrellas, y podía jurarse a sí mismo que en aquel momento brillaban más que nunca.


Quiero aclarar que estoy obviando los honoríficos porque, para ser sincera, no recuerdo ninguno xd. Es decir, no recuerdo quién utiliza cada uno ni con qué persona, por lo tanto, para evitar errores bestiales, solo utilizo el de "san" para Chuuya y Dazai por parte de Akutagawa y Atsushi porque es lo más notorio y esencial.

Pido perdón por eso, je

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