19
WARNING: Diabetes alert
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"Si no puedes decirlo, tal vez puedas escribirlo" le habían dicho Chuuya y Dazai.
Sentado a su amplio y antiguo escritorio, se había encerrado en su alcoba para escribir.
Las palabras no eran lo suyo y lo sabía. Sus emociones se manejaban de una manera que no parecían suyas, y le ahogaban en su profundidad.
Convenciéndose a sí mismo de cuán patético debía de verse y cuán ridículo era escribir una carta, deslizó sus dedos hacia el cajón del escritorio con más dudas que certezas. Lo abrió con cuidado, sobresaltándose ante el sonido de las maderas frotándose, y tomó una de las pocas plumas que había allí, más costosa que Atsushi y todas sus pertenencias.
Había sobre la mesa un cúmulo de hojas que no recordaba haber puesto, ni mucho menos comprado. Debía ser obra de su hermana queriendo tapar el vacío de ese escritorio.
¿Para qué querría hojas y plumas si carecía de una familia a la cual escribirle? Era como el coronel; no tenía quién le escribiera.
Se creía indigno de tomar el arte entre sus manos; los artistas habían nacido para el amor, pero él era una máquina de matar que solía estar llena de odio.
Solía estar lleno de odio hasta que conoció a Atsushi y dejó que le limpiara el alma.
Deslizando la pluma entre sus delgados dedos y tocándose los labios mientras miraba la inmensidad del escritorio, pensaba en qué podía ser dicho en una carta, puesto que simplemente escribir un me gustas en un papel era patético de más, y no tenían quince años; es más, era una actitud de colegiales, y era irónico cuando ninguno de los dos había pisado una escuela en su vida.
Tomó una de las hojas y la posicionó frente a él.
Querido Atsushi escribió con timidez para luego borrar con molestia. Era lamentable.
Se golpeó la frente e hizo una bola con el papel para arrojarlo a su espalda. Veía tantos papeles frente a él que le urgía arrojarlos. Su perfeccionismo no le permitiría realizar un mamarracho; necesitaba que quedara impecable, o se fastidiaría y se la estamparía en la cara a Atsushi de un golpe, y eso no era ideal. Sin embargo, quedaba como un plan b.
Tomó otro papel del manojo y lo colocó en el mismo lugar que el anterior. Basándose en su error anterior, encabezó la carta con un simple Atsushi. Jinko era muy hostil, y aunque tuviese un sentido nulo de romanticismo, sabía que no era el camino a seguir; y querido Atsushi era meramente estúpido y empalagoso.
Supuso que el siguiente paso era conseguir un estilo de escritura que escogiera palabras y expresiones que no espantaran a Atsushi, ni por su dureza ni por su cursilería.
Antes de ahogarse en un vaso de agua y entrar en pánico, se fue por la tangente. Comenzó con lo básico: la estructura. Si no podía llegar al punto de manera directa ni por escrito, embellecería el panorama con explicaciones y vueltas hasta que pudiese solucionar los problemas consigo mismo y su falta de expresión.
Atsushi
He decidido plasmar en tinta aquello que he querido decirte.
—Bien hecho —se dijo a sí mismo, mordiéndose el labio fastidiado—. Parece una carta escrita por Ozaki-san.
Suspiró y retomó lo que le concernía.
Aquello que he querido decirte y que la cobardía me ha impedido.
Mencionar su propia cobardía, o un defecto, ya era un acto de honestidad de su parte. Estuvo apunto de retractarse, mas era una manera de equilibrar la balanza y no dar la apariencia de engreído que solía portar. Se moría por agregar que, de hecho, también era culpa de Kyouka, pero culpar a una niña de catorce años no era una jugada limpia.
La cobardía de una persona (...)
Y frenó en seco ante sus propias palabras, aquellas que habían resonado en su mente antes de que las escribiera. Tragó duro y decidió que la manera más estética de llevar a cabo aquello era dejar los rodeos de lado. Por supuesto que Akutagawa haría una carta magnífica, eso ya había sido decidido, y si debía cambiar la estructura, lo haría.
La cobardía de una persona que se enamora por primera vez.
—De acuerdo, con eso debo matarlo —sonrió, orgulloso de su mérito, creyéndose un Romeo al lado de Dazai. Claro que Dazai se había declarado a Chuuya de manera clara y concisa, pero esos eran otros tiempos, pensó para lo absurdo de su consuelo.
Sin embargo, cuando lo leyó entre susurros y lo escuchó de su propia garganta, desfalleció en la vergüenza y se tapó la boca como si hubiese dicho una obscenidad sin precedentes.
Tosió un poco y se recompuso, comenzando a juguetear con la pluma ante su inminente nerviosismo; uno totalmente infundado cuando se trataba de una hoja de papel y no del Atsushi mismo.
Suspiró nuevamente y decidió que tardaría un millar de años si se dedicaba a avergonzarse cada dos palabras, por lo que hizo el papel a un lado y tomó otro de manera que se le facilitara el trabajo con otra estrategia.
Supuso que sería mejor dejar la carta original, así impecable y bella, a un lado, y usar otras hojas como borradores para ideas sueltas para luego transcribirlas a la carta prolija, puesto que si debía comenzar de cero ante otro error estallaría. Porque se dio cuenta de que escribir era fácil siempre y cuando se supiera qué se quiere transmitir. Y Akutagawa no tenía ni la más pálida idea.
Haciendo aquello el orden era irrelevante. Entonces se preguntó qué ideas sueltas podía comenzar a recolectar, de qué tipo.
¿Debería hablar de sí mismo? Muy ególatra. Y se negaba a exponerse más.
¿Debería hablar de Dazai? Definitivamente una maravillosa idea para otro trabajo, pero no para este.
¿Debería hablar de las salidas? Era una buena idea a considerar.
¿Debería expresarle las cosas que le gustaban de él?
Supuso que aquel era un buen arranque.
Se acomodó en su asiento, inquieto, y se dispuso a comenzar. Teniendo un tema definido era claramente más complejo debido a que no le permitía divagar. Si hacía que todo su esfuerzo desembocara en una carta eterna, perdería su tiempo porque a nadie le gustaría leer una carta que más bien parecía Don Quijote por su eternidad.
Tomó la pluma entre sus dedos con absoluta decisión y volvió a enfocarse.
Apoyó la mano sobre la hoja para comenzar a escribir lo que le gustaba de Atsushi con determinación y sacando a desfilar su lado romántico. Suspiró y manchó la hoja con la tinta de la punta.
—Diablos —exclamó antes de arrojar la pluma sobre la mesa para mover la silla hacia atrás y pararse—. Hora del té.
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Dos tacitas de té luego, volvió a sentarse al escritorio. Como ya estaba comenzando a atardecer la pálida luz que atravesaba su ventana escaseaba ligeramente. Debió encender una antigua lámpara de porcelana que reposaba en una esquina del amplio escritorio.
Suspiró y posicionó la pluma con delicadeza entre sus dedos. Tomó la hoja que ya presumía una mancha y se concentró. Si no lograba aquello, sería incapaz de volver a verle y declararse.
Cuando se preguntó, de manera enfocada, qué le gustaba de él, se dio cuenta del sinfín de cosas que podía mencionar; al principio eran un par de tonterías, mas con el tiempo la lista se alargó inmensamente.
Le gustaban sus ojos, la abrumadora mezcla de colores en ellos, la dulzura de su mirada y la ternura de sus sonrisas. Le gustaban mil cosas más para las cuáles no había tiempo ni espacio en el papel.
El siguiente paso era pensar qué cosas le gustaba de las salidas entre ellos y, aunque intentó disminuir el efecto, se sonrojó furiosamente ante cuanta tontería describía.
Le gustaba escucharle hablar de tonterías, le regocijaba verle comer, le gustaba competir contra él, le gustaba que le tomara de la mano y lo arrastrara de lado a lado con esa emoción inherente de él.
Y le gustaba que su vida fuera una pintura de colores vivos cuando estaba con él.
¿Qué más le gustaba?
Se puso a pensar y a recordar y analizar a Atsushi. De su personalidad había millones de cursilerías que podía profesarle, mas ¿qué más podía decirle que lograra que sus sentimientos llegaran a él?
Pensó y repensó en él, de adelante hacia atrás, de cabeza, de arriba a abajo. Y ahí fue que cayó en cuenta en algo de lo que no había reparado previamente: Atsushi tenía más que un rostro bonito. Tan centrado en siquiera entenderse a sí mismo, no se había detenido a pensar en algo que nunca había tenido el tiempo ni el atrevimiento de pensar. Atsushi tenía un cuerpo atractivo; de contextura delgada, con cicatrices como el suyo que, aunque no las viera, lo sabía. Tenía una piel tersa y blanca que le incitaba a querer tocarle; presumía de unas piernas delicadas y llamativas. Y lo más importante de su cuerpo: que comía como un marrano y aún así poseía un vientre plano.
Luego de nuevamente apenarse ante semejantes pensamientos, suspiró aún más apenado de que aquello había sido lo más cercano a un despertar sexual que había tenido. Porque era la primera vez que una persona le importaba lo suficiente como para ver su cuerpo, y definitivamente le gustaba. Había oído reiteradamente a sus compañeros charlar al respecto, mas nunca se había involucrado en aquello; no poseía ni el tiempo ni las ganas.
Sin embargo, ese asunto no podía desarrollarse en la carta, a menos que quisiese espantar a Atsushi.
Lo que le restaba hacer, habiendo comprendido que verdaderamente tenía sentimientos por él, era darle forma a esa lista de pavadas que había escrito. Debía unir la lista con su escrito original y decorarlo con palabras lindas para que no pareciera que era su primera carta.
En ese momento, en medio de sus planes, se percató de que Atsushi estaba siendo su primer todo; su primer amor, su primer amigo, su primer confidente, la primer persona en escucharle auténticamente, su primera carta y su primera confesión. Realmente, Atsushi era una persona que calaba dentro de las almas de los demás, y solo pudo sonreír ante ello.
Las noches que había salido con Atsushi podía dormir en una paz de otro mundo. No había lugar para pesadillas ni terrores, ni remordimientos. Y eso, a su vez, le asombraba.
Comenzó a escribir en una tercera hoja una serie de párrafos donde ponía a prueba si le gustaban cómo quedaban. Borró, rompió, tachó y se cabreó en varias ocasiones, mas fue progresando.
Cuando ya la noche acechaba y su oscuridad absoluta le rodeaba en aquella silenciosa habitación, suspiró y se echó hacia atrás para descansar unos segundos antes de retomar su labor. La estructura de la carta y los distintos párrafos estaban preparados en diferentes hojas, solo faltaba transcribirlo.
Inhaló y exhaló para acumular sus últimas energías y se entregó a la finalización.
Atsushi
He decidido plasmar en tinta aquello que he querido decirte.
Aquello que he querido decirte y que la cobardía me ha impedido.
La cobardía de una persona que se enamora por primera vez. Que quiere algo por primera vez y que se atreve a desearlo.
Las palabras pesan, indiferentemente de si es algo que sale de mi garganta o que nace en mis dedos. Pesan tanto, que no puedo más que expresarte mi más sincera admiración por el simple hecho de tener la fuerza para levantarlas, y por levantarte a ti día a día.
Porque te levantas a pesar de cada vicisitud que se cruza en tu camino. No tienes miedo de llorar frente a los demás, y no temes empezar de cero. Si me preguntas ahora mismo por qué me he enamorado de ti, quizás esa sea mi primera respuesta.
No, al contrario, esa ha sido la razón por la que me gustaste en un principio, porque no lograba encontrar la lógica en tus acciones, y déjame decirte que aún no lo hago, mas debo admitirte que me hace feliz que seas de esa manera.
Me llena de una inmerecida y novedosa felicidad tu cándida sonrisa, tan carente de odio que cuesta creer que seas un huérfano como yo.
Hay veces en las que considero mis anhelos, y pienso en lo mucho que me gustaría guardarte en una caja de cristal para que nadie te dañara, ni siquiera yo. Para que tu sonrisa brillara siempre; porque siempre te levantas, Atsushi, pero no mereces caer todo el tiempo. Una persona que ha sufrido como tú debería mantenerse en pie el resto de su vida, lejos del dolor y las sucias malas intenciones de los demás.
Grabé y anoté cada pequeña cosa ridícula que me gusta de ti, mas a la hora de la verdad los planes fallan y las palabras son exiguas. Los detalles tomados por la mano y la pluma nunca pueden hacerle justicia a los detalles que se guardan en la mente. Durante horas me sumergí en una exhaustiva búsqueda de palabras o vulgares expresiones que lograran demostrarte cuánto tu sonrisa me ha salvado la vida, pero he fallado rotundamente.
Ni hay palabras que honren lo más bello de ti, ni hay estrella que se compare a tu brillo. Y en este momento de la noche no me encuentro viendo el cielo, pero puedo asegurarte que hoy tampoco encontraré una estrella digna.
Tu risa hace que se me revuelvan las tripas en un sentimiento que no había visto la luz antes. No es romántico ni estético, pero es sincero y verídico.
La gentileza de tu trato y lo pío de tu mirada es capaz de sanar cada golpe en mi maltrecho cuerpo. Quizás ni siquiera creas que esto lo he escrito yo, pero es porque tú eres quien consigue este lado de mí: el Ryuunosuke que adora verte comer y competir contigo.
Seguramente cuando te vea te diga que eres patético; y si me tomaras la mano y volvieras a besarme con cariño me desmayaría. Eso es inevitable.
Sin embargo, nada de eso es capaz de cambiar la impensable cantidad de tonterías que me has hecho sentir, y lo mucho que anhelo que me las hagas sentir día a día.
La calidez de tu mano es capaz de abrasar mis más oscuros demonios del pasado, y el brillo de tu sonrisa ciega cada uno de mis pecados. Tu sola compañía aviva mi gris corazón.
Porque contigo me siento infinitamente vivo, Atsushi.
Y luego de releerla su cara se transformó en una mueca inigualable de repulsión. Se levantó, arrojó la pluma con furia y se echó a dormir.
Esa carta moriría con él.
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Cuando olvido llamar a mi padre por más de una semana, él me manda un mensaje diciendo "el coronel no tiene quién le escriba". Es mi libro favorito de García Márquez, y su autor favorito.
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