18
—¡Akutagawa! —exclamó Chuuya, parado frente a él con las manos entallando sus caderas.
—¿Qué sucede, Chuuya-san? —preguntó, bajando de su ensueño.
—Es la tercera vez que te llamo, maldita sea —bramó, arrugando el entrecejo.
—Lo lamento.
—Dazai y yo tenemos que hablar contigo —dictaminó, pisando con impaciencia la madera del muelle.
—De acuerdo —respondió con poca convicción.
Y eso fue todo. Chuuya se largó a caminar y Akutagawa tuvo que seguirle el paso como podía.
Por alguna extraña razón, Dazai les esperaba en un restaurante frente a la bahía, sentado en una de las mesas de afuera como si nada, como si estuviese rozando territorio enemigo.
Una vez sentados y acomodados, comenzó la reunión.
—Atsushi ha dado todos los primeros pasos, niño lenteja —se burló Dazai
—¿Los pasos de qué? —tartamudeó ante la presión, sintiéndose acorralado. Además, los saludos habían bajado de calidad a su parecer.
—¡Pero que eres tonto! —clamó Chuuya, apunto de arrojarse sobre él pero fue detenido por Dazai.
—Alto ahí, Tarzán de maceta, deja al chico en paz —le dijo, frenándole con su brazo—. Golpeándole no conseguirás que entienda.
—¿A quién carajo le llamas así? —le espetó, apunto de volteársele para cambiar de bolsa de boxeo.
—En fin, Akutagawa —le ignoró Dazai. Era la única forma de evitarse una golpiza—. Pues, ¿cuál crees que fue el objetivo de todo nuestro trabajo?
—Chuuya-san me dijo que debíamos llevarnos mejor —respondió, observándoles con los ojos desamparados—. Y lo hicimos, ¿o no?
—Ahora sí —exclamó Chuuya, cerrando el puño. Dazai nuevamente se metió y tomó su puño—. Córrete que lo mato, ¡suéltame!
—No, Akutagawa —suspiró Dazai, sosteniendo a Chuuya y mirando al más joven—. Estoy seguro de que Chuuya y tú charlaron de otras cosas.
—Bueno, pues, sí, él, yo, bueno, yo, sí, bueno, yo —comenzó a atragantarse con sus propias palabras. Chuuya lo observó atónito y Dazai se ahogó con su propia risa.
—Que te gusta —asintió Dazai—. Eso quieres decir.
—Sí —admitió, suspirando—. Bueno, de hecho, yo, bueno, creo que un poco.
—Akutagawa —suspiró Chuuya, ya calmado, o más bien resignado—. No te gusta un poco; estás enamorado de él.
—Bueno, tal vez —reconoció, tosiendo mientras sentía un sonrojo violento haciendo entrada en su rostro.
—¿Y qué es lo que quieres hacer al respecto? —cuestionó Dazai, incentivándole.
—Pues, ¿qué se puede hacer, Dazai-san? —respondió desdichado—. Un mafioso y un detective no pueden estar juntos.
Chuuya le otorgó una mirada solemne y fría, más Dazai replicó.
—No pienses eso —negó con la cabeza—. ¿Quién te dijo esa tontería? Olvídalo. Si aún crees eso, tú serás, entonces, el primer mafioso en romper esa regla.
—Pero Mori-san —rebatió Akutagawa, pensativo, sintiendo la belleza de una esperanza que daba por muerta.
—Ese pervertido que se tira a mi jefe no tiene opinión aquí.
—¿Qué? —preguntó Akutagawa y, para sorpresa de Dazai, también Chuuya.
—¿Me estás diciendo que no es un lolicon?
—Oh, claro que lo es —respondió, estremeciéndose—, pero yo tengo una fuente confiable que me ha confirmado acerca de sus encuentros con el director de la agencia. Y no tengo pruebas pero tampoco dudas.
—Adivino a que tu fuente es el sabelotodo que tiene una extraña relación con el tipo del mapache —dijo Chuuya, elevando la ceja.
—Pues has dado en el blanco, cariño —le sonrió—. Por cierto, tienen nombres y sentimientos, sabes.
—Bueno, si quieren que me vaya para que puedan chismorrear y tomar el té, solo menciónenlo, por favor —soltó Akutagawa, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos.
—Ya, lo siento —sonrió Dazai—. Muy bien, entonces ya sabes. Puedes salir con él y a Mori no le importará mientras no quiera vender su cabeza en el mercado.
—Así es —coincidió Chuuya—. Así que si estás interesado en eso, ve moviéndote e invítalo a salir tú, que el pobre de Atsushi ya ha hecho todo.
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Y así fue como un Akutagawa tembloroso llegó al departamento de Atsushi luego de la muerte del atardecer. Durante varios minutos permaneció frente a la puerta sin saber si derribarla o ensuciar sus nudillos golpeándola. En los nervios, sacaba su pañuelo del bolsillo para secarse la frente una y otra vez con suma delicadeza.
Finalmente, suspiró e hizo acopio de valor para ensuciar sus dedos y tocar el timbre.
Mientras esperaba, su mente maquinaba a todo ritmo, procesando y repitiendo una y otra vez las palabras de sus superiores. Podía salir con Atsushi; y lo que era mejor, quería hacerlo, y aquella idea le volvía loco.
Sin embargo, Akutagawa no tenía idea de qué significaba salir con él, y tampoco poseía ejemplos de relaciones que quisiera tomar. Si bien era consciente del amor sin fin que se profesaban Chuuya y Dazai, él no deseaba ocultarse ni tener que esperar a los fines de semana para ver sonreír a Atsushi, ni tampoco pretendía andar por la sombra para tomarle de la mano. Aunque, bueno, tomarle de la mano era un pensamiento que hacía que su corazón se alborotara. No pudo evitar pensar que por culpa de aquella charla hubo tonterías que se le metieron en la cabeza de repente.
Al analizar la situación nuevamente, se preguntó el por qué de la relación oculta entre sus superiores, y llegó a la lógica conclusión de que, ciertamente, ni él era Chuuya ni Atsushi era Dazai. Él era el perro de la mafia, un subordinado irrelevante verdaderamente; lo mismo iba para Atsushi. Sin embargo, Dazai y Chuuya acarreaban una gran historia detrás, y más importante; Chuuya era uno de los cinco ejecutivos de la organización, y Dazai era un traidor. Suspiró al pensar en que, ciertamente, era diferente.
Su mente se calló de golpe al oír el sonido de la puerta que se abría frente a él.
—Oh, Akutagawa —le sonrió Atsushi con suma amabilidad—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Ha sucedido algo?
—No, bueno, solo pasaba para, bueno, ya sabes —comenzó a atropellarse con sus propias palabras—. Que si querías, ya sabes, salir.
—Oh, claro —le sonrió aún más, sintiendo la fuerza de su corazón ante una sorpresa de ese tamaño—. Iré a avisarle a Kyouka, espérame.
Y así Akutagawa se mantuvo frente a la puerta, inquieto y sudoroso, sorprendido de que las cosas resultaran ser un millón de veces más fáciles que en su mente. Abriendo y cerrando los puños guardados en sus bolsillos, miraba hacia todos lados mientras esperaba.
—Lo lamento —dijo Atsushi cerrando la puerta detrás de sí—, ¿has esperado mucho?
—No, el tiempo pasó rápido —confesó, bajando su mirada.
—Me consuela oírlo —le respondió, atreviéndose a tocarle el brazo.
Akutagawa sintió cómo su corazón y sus hormonas se alborotaron en un frasco, y recordó las palabras de Dazai cuando le dijo que Atsushi era quien estaba dando todos los primeros pasos.
—¿Adónde iremos? —preguntó con curiosidad mientras bajaban las escaleras.
—Se me ocurrió que, bueno, tal vez tú nunca has ido al cine tampoco, ¿no es así?
Atsushi estalló en alborozo.
—No, no he ido —le respondió inquieto, sonriéndole con auténtica alegría. Sin embargo, su curiosidad apareció—. ¿Tú sí?
—Bueno, sí, un par de veces —le respondió, restándole importancia con un gesto—, pero no tengo tanto tiempo para eso, y tampoco es que me guste mucho.
—¿Has ido solo? —le preguntó, jugueteando con sus dedos. Mensurar la importancia de la respuesta era menester.
—Claro que no —respondió, sorprendiendo a Atsushi, quien instantáneamente comenzó a maquinar—. He tenido que llevar a mi hermana.
—Oh —se relajó, sonriendo ligeramente—. ¿Ya no la llevas más?
—Ahora va ella sola —respondió, mientras ya eran guiados por sus pasos lejos del departamento—, o con Higuchi. O con Tachihara —revolvió sus ojos con fastidio.
—Ya veo —se rio Atsushi, disfrutando de conocer algo más de la persona junto a él. Hervía en ganas de tomarle del brazo o la mano, pero tal vez estaba pasándose del límite muy rápido.
Luego de caminar un trecho más, llegaron a la zona céntrica. Increíblemente, estaba abarrotado de gente. Las luces brillaban con intensidad y cautivaban sus miradas; los autos pasaban uno detrás del otro y el murmullo era persistente.
El camino había sido un suplicio para Akutagawa. Se sentía mucho más nervioso que en las demás salidas. Sus manos sudaban y sus dedos temblaban. Su estómago se había cerrado, por lo que no comería no un bocado. Su corazón latía tan fuerte que temía que fuera oído por su acompañante.
Caminaron un poco más y llegaron al cine, donde Atsushi observaba todo maravillado.
—¿Qué quieres ver? —le preguntó. Ciertamente, no era de su agrado ninguna película de las que se desplegaban en la cartelera, así que el sufrimiento sería el mismo.
—Oh, no lo sé, ¡hay tantas!
—Pues sí, Jinko, así son los cines —contestó apaciguando una sonrisa.
—Aquella del ciempiés parece interesante, ¿no crees? —le propuso con curiosidad, tomando su barbilla entre sus dedos—. Ciempiés humano, parece llamativo.
—Olvídalo, no verás esa asquerosidad.
—¿Asquerosidad? —le preguntó intrigado, observándole.
—Esa la tuve que ver una vez que Chuuya-san me invitó a cenar en su casa —se lamentó, negando con la cabeza—. Dejó la televisión prendida, se embriagó y se quedó dormido en tan solo diez minutos.
—Bueno, eso parece aproximado, sí —le dijo, sintiendo lástima por él, mas riendo inevitablemente.
—La de al lado de la del Ciempiés parece menos grotesca —razonó en una propuesta—, y es de terror también.
—Bueno, yo —comenzó a tartamudear con nerviosismo—, claro. ¿Por qué no?
Y así fue que, minutos luego, se encontraban sentados el uno junto al otro en la sala. Atsushi estaba contento con la cantidad de comida que se había comprado, y de hecho era lo único que podía calmarle, porque a él no le gustaban las películas de terror.
Cuando la función comenzó, Akutagawa comenzó a rememorar el sinfín de consejos que le habían sido proporcionados.
Chuuya diciéndole que le tomara de la mano.
Dazai diciéndole que hiciera la ridícula maniobra del bostezo y del abrazo.
Chuuya diciéndole que fueran a ver una película romántica, de esas que le gustaban a él.
Akutagawa desconocía cuáles eran las que le gustaban a él, pero sabía que debían ser los romances trágicos.
Dazai le decía que aprovechara la oscuridad. Chuuya golpeándole.
Sus recuerdos se arremolinaron sin siquiera dejarle prestar atención a la película.
Lo que desconocían Akutagawa, Chuuya y Dazai era que el que aprovecharía la oportunidad sería Atsushi, incluso sin darse cuenta.
La película avanzó y Akutagawa se aburría horrores. Se preguntaba constantemente por qué las citas se llevaban a cabo en los cines, y por qué Dazai se lo había propuesto.
Cruzado de brazos observó a Atsushi de soslayo, quien le ofrecía su máxima atención al espectáculo mientras comía sin siquiera observar lo que se llevaba a la boca. Akutagawa solo rio para sí; aquello le gustaba más que cualquier película.
Los ojos de Atsushi estaban abiertos como nunca. Era como ver una película con Kyouka, solo que en una pantalla gigantesca y con la persona que le gustaba a su lado.
Atsushi, a diferencia de Akutagawa, no estaba nervioso de esa manera. Los nervios se le habían agotado en el momento en el que se dio cuenta de sus sentimientos por él. Sentía su corazón latir desbocado, mas era una pura y devota muestra de alegría y de emoción.
Akutagawa decidió que tomaría una de las ideas de Chuuya e intentaría tomarle la mano, que descansaba intermitentemente en el reposabrazos. Suspiró y, luego de darle una mirada de reojo para asegurarse de que estuviese distraído, deslizó su mano temblorosa hacia la mano ajena.
Sin embargo, su plan se vio frustrado por los estallidos de la pantalla. Atsushi comenzó a sobresaltarse y a dar manotazos al aire mientras se revolvía en la silla por los sustos. Akutagawa retiró su mano con el rostro inaudito, y esperó a que volviera a posar su mano en el lugar para volver a intentarlo.
Claro que después de eso, el plan se repitió cuatro veces hasta que se rindió. Apoyó su codo en su reposabrazos y se apoyó sobre su puño, con una mueca de fastidio y resignación.
Sin embargo, en el clímax de la película, Atsushi se arrojó sobre él y le tomó el brazo, enganchándolos y tirándole hacia él. Escondía su rostro esporádicamente detrás del hombro de Akutagawa.
—Debiste decirme que no disfrutabas este tipo de películas —le susurró, acercando sus cabezas.
—Cállate.
Permanecieron así por el resto de la película y Akutagawa quedó satisfecho; sin embargo, él seguía sin dar ningún paso como tal.
Al salir, aprovechando el tumulto de gente fuera de las salas, intentó deslizar su mano para poder tomarle nuevamente. No obstante...
—¡Atsushi!
—Oh, qué sorpresa —sonrió Atsushi con timidez por haber sido atrapado con las manos en la masa—. ¿Cómo están?
Y eran, por supuesto, los hermanos Tanizaki. Ellos se limitaron a saludar a Akutagawa inclinando la cabeza, sin tener idea de qué hacían juntos. Claro que Naomi había entendido instantáneamente.
—Justo salíamos también —sonrió Junichiro—. Habíamos ido a ver una película romántica que Naomi quería ver.
Atsushi no necesitó ni quiso preguntar nada al respecto. Haciendo una mueca de entendimiento y sintiéndose avergonzado ante la idea, se despidió de ellos.
—Espera, vivimos todos cerca —le propuso Junichiro—, ¿por qué no vamos...?
Akutagawa estaba hecho una furia. Quemó vivo al interlocutor con la mirada, haciéndole callar de manera veloz.
—En otra ocasión será —se corrigió, sonriéndole a Atsushi para tomar a Naomi y encaminarse hacia otro lado.
Akutagawa ya se había frustrado. La velada había pasado y él no había logrado su cometido. Lo único que le restaba era la parte complicada: decirle a Atsushi sus sentimientos.
El camino de vuelta al departamento de Atsushi fue más rápido y Akutagawa sudaba como un cerdo, temiendo desmayarse en el proceso; le había invitado a salir con el propósito de ser directo con él y comunicarle sus sentimientos, mas en ese preciso momento la sensación era diferente y le abombaba.
—Ha sido muy divertido conocer el cine —rio Atsushi a pesar de habérsela pasado gritando—. Volvamos a hacerlo.
Akutagawa sudó frío. Atsushi era mucho más avispado que él aunque fuera tan torpe. Quizás no entendiera sus indirectas, pero sabía ser directo con lo que deseaba, mucho más que él.
—Sí —le sonrió con timidez asimismo. Tosió y retomó su nerviosismo empeorado—. Por cierto, esos chicos...
—Son hermanos —dictaminó Atsushi, severamente. Sintiéndose retorcido.
—¿Qué? —cuestionó, observándole desasosegado, recordando cómo Naomi se colgaba de él, sintiendo su estómago tragarse a sí mismo ante la repulsión de pensar que había muchachos que no veían a sus hermanas como él veía a Gin.
—No es broma, te acostumbras —le consoló, caminando y tocándose la nuca—. O no.
En momentos que Akutagawa no supo anticipar, el verdadero momento había arribado. Frente a Atsushi comenzó a mover los pies de lado a lado. Su acompañante le miraba como si no quisiera despedirse.
—Atsushi, debo decirte algo.
—Dime —le respondió, sintiendo un aleteo en su pecho al oír aquello acompañado de su nombre.
—Yo... bueno, yo, bueno, ya sabes, tú, yo, helados —fue lo que salió de los labios de Akutagawa, quien sentía sus manos sudar sin pudor.
Atsushi le observó expectante; a la espera de una atenta explicación. O traducción.
—Claro, sí, eso —asintió para no incomodarle diciéndole que no le había entendido ni las palabras.
Akutagawa suspiró y se golpeó la frente, sobresaltando a Atsushi. Tomó aire y miró hacia sus zapatos.
—Ah, diablos, esto es muy difícil —suspiró. Esperaba que con la situación Atsushi dedujera solo el estado de las cosas, mas al darle una mirada analítica se percató de que verdaderamente no estaba entendiendo absolutamente nada—. Mira, lo que quiero decirte es que tú me gustas —soltó, con una prominente tos al final. Se sentía liberado y curioso por la respuesta que guardaba.
No obstante, se petrificó al ver la cara de confusión de Atsushi. Tragó en seco ye devolvió el gesto de confusión. Sus manos aún sudaban y su corazón retumbando en sus oídos no le permitía comprender el ambiente del todo.
—¿Que yo, qué? —preguntó Atsushi con una mirada que, más que sorpresa, denotaba una persistente confusión. El malentendido se había regado—. Lo siento, no pude oír por tu tos al final, de veras, lo siento.
Akutagawa abrió los ojos de par en par, cerrando su puño en frustración. Escudriñó el rostro ajeno en busca de algún signo que revelara que Atsushi le estaba tomando el pelo, pero no vio nada más que una sedienta curiosidad. De verdad tendría que repetirlo. Juntó aire una vez más y le miró a los ojos profundamente.
—Bueno, que te he dicho...
Su valeroso discurso se vio precipitadamente interrumpido por el sonido de la puerta que se abrió detrás de su acompañante.
—¡Atsushi! —exclamó Kyouka, con su sonrisa sutil y su leve sonrojo usual—. Oí ruidos afuera y creí que ya habías llegado. Sabes, has llegado justo a tiempo, la edición de Miami de nuestro programa favorito está apunto de empezar.
Atsushi se sintió volteó y le sonrió, mas se sintió contrariado asimismo. Quiso entrar inmediatamente a ver el programa con ella, mas reconoció lo descortés que sería su reaccionar y lo egoísta de su pensamiento.
—Iré, Kyouka, dame solo un segundo —le sonrió de nueva cuenta, tranquilizándola. Instantáneamente se volteó con tranquilidad hacia Akutagawa—. Lo lamento, ¿qué me decías?
Akutagawa echaba humo. Toda la velada se había empeñado en confesarse pero siempre llegaba un desgraciado detective a arruinar su momento de gloria. Definitivamente los odiaba más que antes. Y si Kyouka no le cerraba antes, en aquel momento se hubiese batido en un duelo con cuchillos con ella en ausencia de Atsushi. La fulminó con la mirada, esperando que ella fuese lo suficientemente piadosa para dejarles en privacidad una vez más.
Sin embargo, Kyouka, que era un centenar de veces más avispada y suspicaz que Atsushi, reconoció la situación en cuanto abrió la puerta, por lo que se plantó de brazos cruzados contra el marco de la puerta. En devolución, solo le sonreía a Akutagawa con la dulzura de un farsante.
—Sabes, no era importante —se rindió luego de un suspiro y de un juramento de enemistad eterna a través de sus ojos—. Será en otra ocasión.
—Espera, puedes decírmelo —le insistió con pena—. Me interesa lo que tengas para decirme.
—No te preocupes —siseó antes de alejarse de ellos para encaminarse hacia el pasillo que eventualmente le llevaría a las escaleras.
—De acuerdo —asintió desganado. Cuando le vio alejarse, exclamó:—. Espera, ¿habrá otra ocasión?
Y Akutagawa se sorprendió por lo súbito de una pregunta que no esperaba en absoluto. Ambos se observaron en el silencio de aquella bella noche y se ruborizaron de manera casi imperceptible.
—Bueno, si tú quieres, claro —murmuró, tosiendo.
—Yo quiero —afirmó Atsushi de manera automática—. Te veré próximamente, entonces.
Le sonrió con la entereza de su ternura y le vio irse a paso torpe. Se rio para sí y permaneció allí, observándole con detenimiento hasta que se perdió en las escaleras. Su sonrisa se amplió inevitablemente al darse cuenta de que desde la primera vez que lo pasó a buscar para salir y le espetó que no tenía elección, había pasado a preguntarle gentilmente si quería volver a verle. Definitivamente, le gustaba más de lo que creía.
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Me puse a buscar, después de muchos años, los libros que tenía en mi ebook que leía a los 13/14 años y me dio tanta nostalgia encontrar mis citas favoritas de mis libros.
A veces también me acerco a mi biblioteca para sacarle el polvo a los cientos de libros que tengo, tanto prestados como propios, y tantos que nunca pude terminar.
Tengo una edición de tapa dura de los Miserables que me costó un ojo de la cara pagarlo, y sin embargo nunca lo pude leer por la uni.
Nunca pude leer el Retrato de Dorian Grey, de mi autor favorito desde los 12 años, porque siempre lo guardé 'para el momento indicado'. Y ese momento nunca llegó.
Tampoco pude volver a leer El Principito que me regaló mi viejo a los 9 años, que antes lo leía una vez al año, ajado y encintado como está por los años.
No dejen de leer nunca, es lo más maravilloso que hay. No sean como Serena.
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