17
—Ya te lo he dicho, Chuuya, las cosas se han cocinado en este viaje —aseguró. Sus brazos, envueltos alrededor de la cintura desnuda de su pareja.
—Ya ha pasado una semana, ¿no? —preguntó retóricamente, acariciando la espalda vendada que reposaba a su lado—. De cualquier manera, no me has comentado cuál es tu plan.
—Pues, tú me has dicho que Akutagawa ha estado con la cabeza en las nubes, ¿no es así?
—Ah, sí, eso es obvio —comentó, perdiendo su mirada en el techo y paseando sus ojos por su amplitud—. Es como si estuviese ensimismado en todo momento, sabes, nunca está enfocado.
—No seas tan jefe cabrón, Chuuya —le dijo, sonriéndole—. Sin embargo, ¿no es así como estaba al principio? No puedo planear algo si va a saltar a Atsushi como agua hirviendo de nuevo.
—¡Oye! —frunció el ceño, deteniendo sus caricias—. Estaba confundido, y tú le presionaste a que fuese a esa salida aun sabiendo que no iría sobre ruedas.
—De jefe cabrón a defensor de pobres y ausentes —ironizó, mirándole sin siquiera pestañear.
—Bueno, como decía —retomó—. No es como antes. No anda tenso ni alterado. La vez anterior, si le decías algo ya te escupía en los zapatos. Ahora mismo es como si incluso se ofreciera a lustrártelos.
—Yo no dejaría que me lustre los zapatos —soltó.
—Ni siquiera tienes zapatos decentes, Dazai.
—¿Eso es mi culpa? —inquirió, simulando un agravio—. Tú ganas más, es tu deber como proveedor del hogar mantenerme y comprarme unos zapatos nuevos.
—Si debo de elegir entre un vino de una cosecha de hace setenta años atrás y unos zapatos tuyos, ya sabes cuál es mi respuesta.
—Solo reafirmas constantemente que eres maldad pura, petit mafia —lamentó, sonriéndole. Ambos sabían que a Dazai no podían importarle menos sus zapatos.
—Bueno, ¡carajo! Déjame terminar —exclamó, tapándole la boca al percatarse de que soltaría alguna otra sandez—. Considero que el viaje ha dado sus frutos, sí, verdaderamente le veo mejor. No diría "más alegre", porque ver a Akutagawa sonreír es un milagro en sí mismo, mas sí se muestra más dócil, calmo y amable a su manera.
—Claro que ambos sabemos que su mente debe ser un escándalo —obvió, analizando el testimonio.
—Eso es más que factible, así es.
—De cualquier manera, lo has visto el momento en que bajó del auto —mencionó, pensativo—. Me sorprende que pueda siquiera articular palabras.
—Se acababa de levantar y, ciertamente, tampoco tenemos idea de qué sucedió la noche de la fogata —razonó—. O al menos, yo; no sé si tú, bastardo desvergonzado, les has espiado.
—Si tengo que elegir entre dormir contigo en una cabaña nevada, o husmear entre lo que ellos hacen en su privacidad, ya tienes mi respuesta —le imitó con alevosía.
—No, la verdad no tengo tu respuesta —le espetó—, maldito metiche.
—Un hombre debe hacer lo que debe hacer por el bien de los niños.
—Dazai, los niños te odian.
—Es mutuo, Chuuya, pero hablo de estos niños en específico —se excusó—. Por cierto, Atsushi está bien tonto también.
—¿A qué te refieres con también? —le escupió, con una mirada punzante.
—Desperté a la bestia —se quejó, suspirando—. En fin, mamá pollo, escúchame. Quiero decir, Atsushi también anda con la cabeza en las nubes, y el doble de amable, si eso es posible.
—¿Es posible? —preguntó con sorpresa. Las exageraciones de Dazai eran cuantiosas.
—Tal parece —asintió—. Es como si vomitara colores y saltara en un campo de lavandas.
—¿Como Heidi?
—Como Heidi.
—Entonces, supongo que podemos avanzar con tu plan, ¿no? —sugirió, ponderando las ventajas y los riesgos—. Siempre y cuando no sea descabellado.
—Oh, claro que no —fue su respuesta—. Es la reparación de daños que te había prometido.
—¿Entonces?
—Irán de nuevo a la feria —sentenció, sonriente.
—Este es el momento en el que despliegas tu plan y tus explicaciones —asintió, cruzándose de brazos.
—Es sencillo —argumentó, extendiendo sus manos—. Es el momento de que Akutagawa se haga cargo de sus acciones y de que Atsushi deje de tener miedo de que le rechace nuevamente.
—Supongo que tienes razón —coincidió, analítico—. Es una forma poco sutil de hacer que no tropiece con la misma piedra.
—Así es.
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Aquella ocasión, Chuuya no necesitó obligar a Akutagawa a ir. Y Dazai no necesitó arrastrar a Atsushi. Ambos se emocionaron cual perro que oía una correa.
Atsushi, habiendo llegado primero como la vez anterior, jugueteaba con sus manos y sentía el ambiente enmudecido, resaltando el retumbar de su corazón en sus oídos, como si lo tuviese en sus manos. Quizás, en cierta forma, era así.
Sus sueños y sus dudas bailaban en su mente al ritmo de la incertidumbre. Quería ver a Akutagawa, quería ganarse una sonrisa suya y sentir su tacto, deseaba oír que le llamara por su nombre y le diera su atención absoluta.
En su humildad, sentía que su pedido era vasto y egoísta. Sus expectativas no querían rebasar el límite de las probabilidades y sus manos sudaban. No podía evitar pensar en la posibilidad inamovible de que lo rechazaran una vez más, y eso le crispaba los nervios.
Quería a Akutagawa y lo sabía. Anhelaba poder verle más seguido y ser único para él como él lo era para su persona. Deseaba que todas sus noches fueran la noche de la fogata, y no solo en su mente donde se repetía como un disco rayado. Quería muchas cosas, tantísimas, que le apenaba al punto de ruborizarse como un tonto.
Cuando oyó una tos a su espalda, casi se desmaya, volteándose, atolondrado y aún sonrojado, para tartamudear y observarle. Su corazón se alborotó mucho más de lo estipulado y, en medio de su sistema descompuesto, se las arregló para saludarle con una maniobra y una gentil sonrisa.
—Yo... —siguió tosiendo Akutagawa, observando a Atsushi, espantado y con el rostro enrojecido. Sin embargo, cuando le llegó la sonrisa ajena a sus ojos, los bajó de repente, sintiendo el calor en él también—. Hola, Atsushi.
En ese momento, Atsushi amplió su sonrisa como si pretendiera reventar sus mejillas y su corazón estalló y se regodeó.
—¿Cómo estás? —le preguntó con timidez. Era la primera que le hacía preguntas de esa índole de charla pequeña, pero quería hacerlo. Más bien, quería preguntarle cómo se sentía.
—Pues yo, he estado... bien, supongo —musitó en respuesta.
—Ya veo —le sonrió Atsushi. A pesar de que la conversación era incómoda de más, ellos no lo sentían así. Luego de todo lo vivido, se gratificaban con la mera compañía del otro—. ¿Quieres que avancemos?
Akutagawa asintió y le siguió, a paso lento y posicionándose a su lado con un pasotismo ligeramente forzado.
—Y tú... ¿cómo has estado tú? —preguntó, tosiendo. Romper el hielo no era su habilidad, y menos aún cuando no deseaba hacerle sentir mal—. ¿Han vuelto al trabajo?
—Oh, sí, eso fue terrible —murmuró Atsushi, apenado, cerrando los ojos y sonriendo con su inocencia inherente—. Kunikida-san golpeó a Dazai-san y lo encadenó a la silla de su escritorio hasta el final del día.
—Vaya, qué día tan agobiante —respondió, levemente atónito. Le costaba imaginar que alguien, además de Chuuya, fuera capaz de tratarle así.
—Bueno, hizo eso el resto de la semana también —contestó, aún con vergüenza—. Un golpe y atadura por cada día que se ausentó.
Akutagawa solo frunció el ceño y siguió caminando.
—Oh, ¡mira! —exclamó Atsushi , tomándole del brazo. Era la primera vez que lo hacía de manera consciente y no puramente por impulso—. Es el mismo lugar del otro día.
—Ese tipo se quedó con todo tu dinero, Jinko torpe —le respondió en un suspiro. Se sentía muy relajante llamarle de esa manera luego de tanta presión para pronunciar su nombre. Sin embargo, ni siquiera era de relevancia que reparara en el nombre cuando Atsushi le había tomado del brazo y su corazón hacía que le temblaran los dedos.
—Y con el tuyo también, tonto —atacó Atsushi, riendo. Procuraba que su compañía no hiciera un comentario por sus acciones, porque en ese caso moriría de vergüenza.
—¿Quieres intentarlo ahora? —un tono que bailaba entre la falta de intención y el desafío.
—Por supuesto que sí.
Akutagawa pretendía ir caminando pacíficamente, pero pasear con Atsushi era como llevar a un perro que tironeaba con la correa en todas las direcciones. Atsushi, aún tomándole, deslizó su mano desde el codo de Akutagawa hasta su mano, la cual terminó por tomar antes de echar a correr y llevarse al otro joven con él. Ciertamente, Atsushi se había mentalizado antes de ir para saber que si era un cobarde con él, no llegaría a ninguna parte, y al escucharle decir su nombre, solo lo confirmó y se revitalizó. El escucharle decir su nombre y sus miradas esquivas y amables, solo hacían que el miedo se escondiera en otra parte.
Akutagawa, al ser zamarreado así, solo se sonrojó violentamente y, rezando, le devolvió el agarre a un Atsushi que ya trotaba por el lugar. Su respuesta al toque fue insegura y vacilante, mas en la emoción del momento juntó el descaro para acariciar su mano con sus dedos, casi imperceptiblemente, mientras se dejaba llevar. Su mano ardía y comenzaría a sudar más temprano que tarde.
Al llegar frente al puesto, se observaron en silencio y se soltaron de las manos sin pronunciar palabra y rompiendo las miradas a la par.
—¿Esto es una competencia, de nuevo? —le preguntó Atsushi.
—Lo otro no había sido una competencia —confesó Akutagawa, mirándole con parsimonia—. Había sido una paliza de mi parte.
—¡Ya quisieras!
—¡Ya quisieras tú, que ni esquiar puedes!
—¡Sí puedo, pero tú eres un tramposo que utilizó a ese bicho para mantenerse en pie! —exclamó, cruzándose de brazos. Era difícil de creer que se hubiesen estado apretujando las manos dos segundos antes.
—¿A quién le llamas bicho, tigre apestoso? —atacó, sintiéndose severamente insultado ante la falta de respeto a Rashōmon.
—¡Pero si me baño más que tú! —exclamó, abriendo los ojos más grande que su indignación.
—¿De dónde has sacado eso? —rugió, expandiendo sus ojos asimismo.
—Chuuya-san me lo dijo —sintió el sabor de la victoria, entrecerrando sus ojos con astucia—. Me dijo que debía obligarte a que lo hicieras.
—Ese enano —masculló para sí mismo, frunciendo el ceño.
—Oye, más respeto por tu superior —le regañó—. Nunca le dirías algo así a Dazai-san. Lo cuál es irónico, siendo Chuuya-san un ser humano más respetable.
—Oh, no me malinterpretes —le dijo—. Respeto a Chuuya-san infinitamente más que a Dazai-san.
—Estamos de acuerdo, entonces —se tranquilizó—. Por cierto, llamarme tigre apestoso es hipócrita de tu parte. Chuuya-san me dijo que te gustan los gatos.
Era, entonces, una ley que no se debía confiar en una persona que mida menos que el promedio. Si no existía, la redactaría y la legislaría.
—Me gustan los gatos, no los felinos.
—Eso es muy bajo de tu parte —objetó.
—Si te transformas y no cabes en mis brazos, no eres un gato —sentenció, dejando nacer una pequeña sonrisa de satisfacción mientras imitaba la postura canchera de Atsushi.
—Bueno —aceptó, armando una trompa—. Entonces, ¡juguemos!
Y así el despilfarro vio la luz de un nuevo horizonte.
En esta ocasión, Atsushi había conseguido más dinero. Su monedero estaba atiborrado. Había sacado sus ahorros, lo que sobró del viaje y le había pedido más a Dazai para que pagara la terapia.
Akutagawa había ido prevenido con más dinero de reserva aunque la cantidad nunca fuese un problema para él.
Comenzaron con lanzamientos de bolas de trapo. Akutagawa no tenía la fuerza suficiente como para conseguir que un proyectil tan liviano tumbara las latas; Atsushi sí tenía un poco más de fuerza, pero no tenía puntería.
Al cesar el sinnúmero de intentos por parte de ambos en competencia, se dieron cuenta de que no había competencia si ambos fracasaban rotundamente, por lo que pagaron más para que les dieran los proyectiles más pesados que habían utilizado la última vez. Atsushi siguió teniendo una precisión digna de un anciano y Akutagawa siguió teniendo la fuerza de un niño. Al darse cuenta de que seguiría siendo un desperdicio de dinero, unieron fuerzas para conseguir juntos el premio. Tampoco lo lograron ni pagando juntos.
Atsushi, armando la misma escena de la última vez, se arrastró por la tierra unos cinco minutos hasta que fue capaz de cesar su berrinche. En esta ocasión, Akutagawa permaneció en su lugar, junto a él, dejando que su acompañante se prendiera de sus tobillos mientras montaba su numerito.
Cuando Atsushi se paró con el rostro de un mal perdedor, Akutagawa le sugirió seguir caminando y recorrer más.
Cuando llegaron a un puesto que les interesara, era de esos que tenían armas a presión para arrojar objetivos. Atsushi predijo que sería un fracaso por su parte, y así se limitó a pagar una sola vez. Al percatarse de que ni siquiera era capaz de contenerse ante la fuerza del disparo, comenzó a lloriquear en cada intento.
Cuando le dio su turno a Akutagawa, su cara era una leyenda de tristeza.
—Oye, si ganas esto no es ningún mérito —se excusó de antemano—. Esto no es lo mío.
—Llora, niñito y mal perdedor —le soltó Akutagawa con una amplia sonrisa. Ambos sabían que si existía algo en lo que le superaba ampliamente a Atsushi era en manejo de armas.
Como era de esperarse, Akutagawa tomó el arma entre sus manos como si fuese un experto de élite, acomodó la escopeta a presión entre sus brazos, respiró profundamente, y arrojó los juguetes de la primera hilera, sin siquiera inmutarse ante el retroceso del arma, lo cuál era un milagro considerándose que la fuerza era menester para aquello. Repitió el procedimiento unas tres veces hasta derribar el juguete de la repisa más alta.
Atsushi se debatía entre quejarse o festejar el que hubieran ganado algo de una vez.
Akutagawa devolvió el arma y tomó la sarta de muñecos de los brazos del dueño del puesto que no podía evitar atemorizarse ante las pintas de su cliente y su buen manejo de las armas de fuego.
—¡No es justo! —exclamó Atsushi, formando los gestos de un berrinche—. Yo no tengo nada.
—Porque eres pésimo —respondió, caminando a su lado con los brazos llenos.
—Pues te reto a un concurso de comida —propuso con molestia y una inevitable emoción ante la idea.
—Olvídalo —alegó, observando hacia dónde podían ir—. Vomitaría de solo verte comer, con lo mucho que comes.
—No puedes vomitar cuando ni siquiera comes, aburrido —alegó, cruzándose de brazos.
—Como sea —suspiró, analizando la situación. Al darse cuenta de que no había mucho más que le llamase la atención y que ya había cumplido su cometido, miró a Atsushi de soslayo. Inhaló y exhaló con profundidad antes de golpearle con una de sus manos ocupadas—. Toma.
—¿Qué cosa? —le preguntó, abriendo los ojos de par en par.
—Estas porquerías —le respondió, mirando hacia la gente que pasaba junto a ellos—. No las quiero.
—¿Me las estás obsequiando? —inquirió, dejando lucir la más bella de sus sonrisas—. ¿Este tipo de cosas no eran, según tu criterio, muy de pareja?
Akutagawa le miró espantado y tragó en seco.
—Cállate —fue su respuesta antes de depositar las cosas con brusquedad en el pecho de Atsushi.
Una vez que se libró de aquello, guardó sus manos en sus bolsillos y comenzó a oír unos chillidos que parecían provenir de un animal pero que eran de Atsushi.
—¡Esto es tan lindo! —exclamó, observando los muñecos y peluches de cerca. Sus ojos brillaban sin par y su sonrisa, sin ser desmesurada, era expresiva y pura.
Akutagawa aprovechó la distracción de Atsushi para verle. Sentía sus manos sudar y temblar, pero si eso hacía sonreír a su acompañante, lo haría cuanto fuese necesario aunque le costase un mundo de superación.
Parado a su lado, observándole saltar de alegría, sabiendo que él podía ser la causa de su sonrisa, sentía su pecho llenarse de aquello que había sido catalogado como una incomodidad pero que en aquel momento podía reconocer como un cariño inmenso e irrefrenable. Quería sentir esa calidez en su pecho el mayor tiempo posible, quería verle así cada vez que pudiera. Deseaba que la fogata fuera todas las noches, y no solo en su mente.
—Gracias, ¡gracias! —exclamó con saltos y saltos. Sus ojos estaban cerrados por la emoción, mas Akutagawa sabía que debían estar brillando tanto como su sonrisa sin par—. Te abrazaría, pero no puedo ni moverme con esto.
—Tampoco es como que te hubiese dado permiso para que me toques —soltó, tosiendo—. Sigamos caminando un rato más, puesto que enseguida cerrará.
Atsushi asintió y caminó a su lado, también dándole miradas de reojo y sonriendo. Le gustaba ver a Akutagawa, adoraba presenciar ese lado suyo, le fascinaba ser quien conociese a ese Ryuunosuke y quien recibiese su atención. Sentía que le quería, que le quería mucho, al punto de ser capaz de perdonarle sus crímenes mientras que le quisiera a él. Podía ser un mafioso despiadado, pero si luego era capaz de hacerle sonreír de esa manera, todo valía la pena. Un cariño capaz de cegar su moral y hacerle volar.
Caminaron en silencio un rato más. Hubo ocasiones en las que pudieron acercarse a algún juego más, pero Atsushi se negaba a soltar sus muñecos.
Atsushi había perdido el desafío esa noche, mas había ganado muchísimo más.
Cuando vieron cuántas tiendas comenzaron a cerrarse y la gente comenzó a escasear en las zonas lejanas a la entrada, supieron que habían llegado al final de otra magnífica noche que se repetiría una y otra vez.
Una vez que llegaron a la entrada, a paso lento, se miraron. Atsushi le sonrió con franqueza y Akutagawa no pudo evitar devolver una sonrisa incipiente.
—¿Esta vez... me dejarás terminar de hablar? —preguntó Atsushi, observándole con gentileza.
Akutagawa suspiró y asintió.
—Gracias, Ryuunosuke —fue lo único que dijo—. Esta noche ha sido hermosa. Y si hay algo que quiero volver a agradecer, es que seas tú.
—Quiero que sepas de mi parte —tosió en respuesta—, que esta noche no he venido por obligación ni por órdenes. He venido por mí.
—¿Y por mí?
—Así es —contestó con fastidio, a sabiendas de que a Atsushi le encantaba sacarle palabras de la boca.
—Ahora puedo decir sin creer que es precipitado —comentó Atsushi, utilizando mas reminiscencias de la última vez que fueron al mismo lugar—, que me gusta tu compañía. Es una de las cosas que me hace feliz.
Akutagawa se atragantó con su propia saliva al oír aquello. Comenzó a toser y s sonrojarse al punto en que Atsushi se acercó con una mirada de preocupación.
—¿Estás bien? —le preguntó pese a la obviedad del asunto, con sus cejas inclinadas en descontento. Apoyó su mano en el hombro de Akutagawa con cuidado de no dejar caer los muñecos que sostenía y los que tenía bajo la axila.
—Yo sí, bueno, no, no lo estoy —había dejado de toser pero sus manos aún tapaban su boca. Sus ojos huían de la mirada de oro de Atsushi y su corazón latía desbocado ante sus propios sentimientos, las palabras ajenas y sus propios resentimientos—. Yo lo siento, Atsushi —su voz se había quebrado ligeramente, como si las palabras debiesen de atravesar un laberinto tortuoso para salir de su boca—. Lamento lo que pasó la última vez.
—Algo que he aprendido a la fuerza es que no debes aferrarte al pasado, Akutagawa —le sonrió una vez más, aún sosteniéndole del hombro—. Me gusta lo que veo ahora, lo que eres ahora. Incluso aunque tus palabras me dañaron en el pasado, creo que me has demostrado claramente que no me detestas, sabes —le dijo—. Si aún tenía dudas, hoy las he despejado. Con eso es suficiente.
Y en aquel momento, sin darse cuenta, Akutagawa volvía a enamorarse una vez más de la sencillez de Atsushi. Su simpleza, su candidez y su dulzura perpetua.
Sin saber qué responder a semejante golpe emocional, quitó su mano de su boca y pronunció algo que no permitía salir hace mucho:
—Gracias —sus ojos se entrecerraron ligeramente ante el regocijo dentro de sí. Podía sentir una oleada de paz arrasar con él, sus miedos y su odio.
—Gracias a ti por esta noche tan hermosa —le aseguró, sonriendo ampliamente.
Se miraron unos segundos hasta que Atsushi aprovechó su mano que descansaba en el hombro ajeno para hacer un pequeño impulso de velocidad, depositar un pequeño y casi imperceptible beso en esa pálida mejilla que estaba junto a él.
Hecho aquello, Akutagawa abrió la boca de par en par y Atsushi salió corriendo con sus juguetes en brazos. Ahí sí que Akutagawa no se bañaría.
Y aquella noche, Atsushi, con las manos llenas, una sonrisa sin competencia y un nudo en la garganta producto de la vergüenza, volvió a su departamento deseando que aquella noche pudiese repetirse e intercalarse con la de la fogata hasta el fin de sus días.
-•-•-•-•-•-•-•
Estoy contenta porque ahora sí puedo enfocarme en el par de capítulos que quería escribir hace un montón, desde que armé el borrador hace meses. Se viene lo pussy y el fluff del fic.
Posiblemente me tomen un poco más de tiempo, pero ahí andan. 🤧💕
P/d: a mi pareja le llegan las notis, y me acaba de mandar un mensaje diciendo "deja de actualizar y anda a estudiar".
Maldita sea, he sido descubierta.
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