15
Muy pussy de mi parte, pero este capítulo se lo dedico a la señora que me lee desde siempre y que anda estresada por la facultad, mi twinny. Pensé mucho en usté mientras lo escribía. (#NoHomo) Toma mucha awita, bb.
El dibujo de la portadita es de la amorosa izayuko_13 , vayan a darle amor porque está bien hermosa la cosa🥺✨💕
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Cuando Dazai y Chuuya pisaron la calidez de la madera de la cabaña ya era casi medianoche y estaban helados y tiritando.
La calidez de la chimenea les dio la bienvenida mientras se despojaban un poco de la montaña de abrigos que llevaban. Cuando acabaron de colgar sus camperas y sacudieron sus ropas en la entrada, se adentraron a la sala de estar para encontrar el televisor encendido, a Akutagawa echado de lleno sobre su lado del sofá y a Atsushi abarcando todo el resto, utilizando, a su vez, el regazo del otro como almohada.
—Te juro que permanecería la noche entera aquí en vela, solo para presenciar en vivo y en directo la reacción de Akutagawa ante esto —susurró Dazai con emoción—. ¡Trae la cámara, Chuuuya!
—Deja de gritar, imbécil —sentenció en un siseo—. Déjalos ahí y vamos a dormir, diablos.
—¿A dormir, Chuuya? —insinuó, socarrón, sonriéndole mientras se alejaba del sofá. Se había inclinado en el momento en el que se acercó a verles.
—Claro que a dormir, maldito bastardo —sentenció, apuntándole con los dedos de manera represiva.
—¿Aún después de la magnífica velada que hemos compartido? —susurró mientras se acercaba a pesar de las amenazas, sosteniéndole por la cintura para deslizar sus dedos hacia su espalda y enlazarse. Sus ojos brillaban incluso en las penumbras de la habitación.
—Con más razón —asintió, compenetrando sus miradas—. La castidad demuestra que nuestro amor no es algo meramente carnal, ¿verdad? —le sonrió, acariciando su pecho para luego empujarle ligeramente.
—Cómo puedes cargar tanta maldad en un cuerpo tan endiabladamente sensual y pequeño.
—Como digas, quéjate como gustes —se burló mientras caminaba con elegancia hacia la escalera. Se sostuvo de la baranda y se volteó—. Yo me iré a dormir.
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Cuando Akutagawa abrió los ojos, porque por supuesto que él despertó primero, sintió que el corazón quería escapársele por la boca; Atsushi descansaba como un bebé sobre su regazo, con la boca abierta y en la profundidad de sus sueños.
Sin embargo, antes de que pudiese siquiera reaccionar ante sus propios sentimientos, las órdenes de Chuuya le hicieron saltar y despertaron a Atsushi, quien, por supuesto, no tenía ni la menor idea de lo que había hecho; mientras Akutagawa estaba al borde de un ataque cardíaco, Atsushi estaba fresco y adormilado.
—¡Arriba, seguidores de Dazai, par de perezosos! —exclamaba mientras se movía de lado a lado ordenando las cosas—. Mañana partiremos, así que pónganse a ordenar, guardar y limpiar. Esta noche haremos una fogata, así que también debemos de hacer los preparativos para ello.
—Chuuya, cariño, relájate y respira —bostezó Dazai mientras bajaba de las escaleras.
—Tú cállate y ve a comprar lo que dejé anotado en la lista que está sibre la mesa —clamó sin piedad.
—De acuerdo, cariño... —suspiró con resignación. Se percató de que Chuuya estaba empecinado con aquello y que nada podría hacer.
Entre las órdenes y el desastre, cada uno llevó a cabo su parte; Chuuya dejó la casa impecable, Akutagawa y Atsushi recogieron leños por separado y Dazai fue de compras, porque era lo único que Chuuya le dejaba hacer sin que rompiera algo o se rompiera a él mismo.
La gran actividad llevó a que la oscuridad del atardecer cayese sobre ellos. Se reunieron en la entrada de la cabaña y, con los leños acumulados y la bolsa que llevó Dazai, Chuuya se puso a realizar todo lo demás mientras los otros eran espectadores. En ese momento, Atsushi recordaba las palabras de Dazai y le daba la razón; no podía creer que un hombre tan hecho y derecho como Chuuya estuviese con el patán flojo de Dazai.
Chuuya, agachado como estaba mientras manipulaba el alcohol y las ramas pequeñas, bufó, visualizó su alrededor y estiró una de sus piernas hacia adelante y se dejó deslizar hasta que sus piernas estuviesen formando un ángulo de ciento ochenta grados, completamente extendido. Y todo el espectáculo para alcanzar la caja de cerillas y poder dar inicio a la fogata.
Akutagawa y Atsushi, con el estado físico de un caracol, se espantaron ante aquello, mientras sostenían las bebidas que habían traído mientras se mantenían en la espera.
—Chuuya-san —tartamudeó Atsushi mientras Akutagawa le confiaba sus palabras—. Usted es... ¿eso es normal?
—¿De qué hablan? —cuestionó Chuuya, confundido, quien ya tenía normalizado hacer ese tipo de cosas, mas sin mirarles, puesto que se encontraba ya encendiendo y comenzando a atizar el fuego.
—Hablan de tu bendita flexibilidad, Chuuya —intervino Dazai, sonriéndole ampliamente.
Chuuya le quemó con la mirada y se acomodó en su asiento sobre el gran tronco junto a él mientras continuaba trabajando.
—Pues así es, es cuestión de práctica —asintió, observándoles mas sin mirarles directamente a los ojos. Comenzó a atizar el fuego con intensidad, viéndolo ya crecer.
—Sí, supongo que sí —sonrió Atsushi con timidez.
—Usted es, al fin y al cabo, el mejor artista marcial que posee la Port Mafia —sopesó Akutagawa, cerrando los ojos y dándole un sorbo a su té.
—Sí, claro —intervino el sarcasmo de Dazai. Se irguió de repente y rio como un desgraciado—. Y ustedes de verdad le creen que esa flexibilidad es aprovechada en artes marciales.
Akutagawa y Atsushi no necesitaban preguntar para comprender. Chuuya se sintió deshacer en el fuego como un leño.
—Si gustan —continuó—, podría escribirles un detallado libro a modo de consejo, de la extensa variedad en las posiciones que Chuuya y yo podemos hacer gracias a lo flexible que es. Es un regalo de Belcebú.
Y podía haber seguido hablando por horas y horas, mas unos trozos minúsculos de leños fueron arrojados hacia él con violencia.
—¡Que no sabes callarte! —bramó Chuuya, pateándole a la vez que seguía arrojándole cenizas de la fogata con la fuerza de la rama que utilizaba como atizador. Llegó un momento en que, en una insatisfacción repentina, inició una sucesión de golpes con el mismísimo atizador.
Akutagawa solo suspiró y siguió tomando su té. Atsushi hizo lo propio con su chocolate caliente.
En un intento por romper el hielo un rato después, comenzaron las anécdotas. Como era de esperarse, quien condecoró la lista de anécdotas fue Dazai, narrando con lujo de detalles situaciones vergonzosas de Chuuya y Akutagawa.
—¡Y una vez! —exclamó, riendo a todo pulmón y sacudiéndose de lado a lado—. Una vez, el tonto de Chuuya apostó conmigo a que sería capaz de ganarme una partida de ajedrez. ¡A mí!
—¿Y cuál era el castigo por perder? —preguntó Atsushi.
—Pues, no diré mucho —dijo Dazai mientras se ahogaba con su propia risa—. Pero Mori nunca dejó explícito que llevar a cabo una misión con un atuendo de striper de marinera fuera en contra de las reglas.
—¡Te mataré! —clamó, tirándole del cuello de la campera—. ¡Eso era secreto de Estado!
—Mátame si quieres, pero con esto, esa historia ya ha pasado a mi legado —pegó una risotada.
Luego de eso continuaron las anécdotas sobre Akutagawa.
Y luego de eso, tanto Akutagawa como Chuuya se cansaron de ser el centro de la burla, por lo que procedieron a contar historias de terror. Sin embargo, el único asustado acabó siendo Dazai por su propia historia.
Atsushi y Akutagawa juraban que Chuuya daba más miedo.
Lo que empezó como un atardecer en su punto de muerte ya había dado lugar a un bello paisaje nocturno. Habían comido unas baratijas que compró Dazai y que calentaron al fuego. Como postre, se prepararon unas bebidas calientes; Chuuya y Dazai se bebieron sus cafés en un santiamén, mientras que Akutagawa y Atsushi repitieron sus bebidas tempranas.
—Bueno, supongo que ya se está haciendo tarde para mí —anunció Chuuya de manera súbita mientras se erguía y se desperezaba en su lugar, golpeando a Dazai en el camino de su brazo. Dio una vista panorámica a la noche, a los árboles y a la luna, y se levantó para sacudirse la ropa—. No es que esté viejo, niños, pero el único con licencia para manejar soy yo, así que siendo mañana el día de nuestra partida, debo descansar.
Los aludidos simplemente inclinaron la cabeza en señal de comprensión.
—Tú, bastardo —continuó, mientras subía los pequeños escalones—, vienes conmigo.
—De acuerdo, cariño —aceptó, cerrando los ojos con tranquilidad, como si seguirle a cualquier lado nunca fuese un problema para él. Se paró y apresuró el paso hacia él. Una vez a su lado, observó a los que quedaban junto al fuego y se despidió—. Traten de charlar y conocerse aún más, ya saben, hagan tiempo antes de subir a las habitaciones. Recomendación personal.
Atsushi se golpeó la frente, Akutagawa se limitó a mirar las llamas y Chuuya lo llevó a rastras tomándolo de la oreja.
Cuando por fin la soledad y la mismísima compañía deseada se les unieron a la velada de manera simultánea y repentina, Atsushi y Akutagawa suspiraron. El viento era cada vez más inclemente y hacía bailar a las llamas y crispaba los vellos de ambos, llenándoles de escalofríos.
No era como si antes no hubiesen sentido la frescura de la noche, mas al irse dos de los cuatro, era menos calor humano en la cercanía. Y al mismo tiempo, al estar a solas con Ryuunosuke, se percataba del ambiente y de aquello mismo: del ambiente, de la compañía, de la soledad que compartían.
Ante un fuerte vendaval, Atsushi se sobresaltó y se desplazó en un súbito movimiento al lado de Akutagawa, rompiendo toda distancia. Sus cuerpos estaban tan cerca el uno del otro que podían fusionarse en cualquier momento.
Atsushi refregó su rostro contra el hombro ajeno y cruzó sus brazos para permanecer en esa posición. Sus acciones eran instantáneas y nunca aseveraba realmente el peso de las mismas, por lo que no podía sentir vergüenza de hacer lo que hacía. Ni miedo a morir asesinado, claramente.
Akutagawa, por su parte, sentía que nunca podría encontrar aquello como una costumbre. Cada vez que sucedían momentos de aquella índole, su corazón se disparaba y, sin importar el frío que le rodease, su cuerpo era invadido por el calor que le propiciaba la dulzura de un toque anhelado, de una compañía deseada.
Según la paranoia de Chuuya y su pronóstico para el viaje, nevaría por la madrugada, mas Ryuunosuke estaba seguro de que, teniendo a Atsushi de esa manera con él, no se movería ni aunque quedase enterrado bajo la nieve. Una incipiente sonrisa se formó sobre sus labios y, aún sintiendo el temblequeo de su acompañante, siguió tomando su té que, por alguna razón, tenía mejor sabor en aquel momento.
Al rato, Atsushi calmó su frío y, con la sien de su cabeza aún en el hombro, abrió los ojos para seguir dejando que el color del fuego se reflejara en ellos, percatándose una vez más de cuán mágico era aquel momento y cuán poco lo creía posible. Si deslizaba un poco su mirar hacia el costado, podía ver de soslayo la mano delicada de Akutagawa sosteniendo su taza de té. Y sabía que era su mano incluso a pesar del guante, porque podía ver su fragilidad y su toque cuidadoso.
Suspiró y le dijo:
—En estos días me he dado cuenta de que no me has asesinado ni amenazado a pesar de la cantidad de veces que me he prendido de ti de esta manera —sonrió. A pesar de que el hombro de Akutagawa era huesudo y que de seguro era un peso para él, era un lugar cómodo para él—. Lo siento, soy una persona friolenta.
—No sirve de nada amenazar a alguien que no le teme a la muerte —respondió, escueto. Aunque Atsushi no pudiese notarlo, sus ojos estaban clavados en el fuego asimismo—. Y sí, ya me he dado cuenta de que sufres el frío.
—¿Esa es una forma de halagarme, de llamarme valiente?
Akutagawa ponderó las posibilidades y suspiró sin romper su vista.
—Tal vez —soltó junto con el vaho que se perdió en la negrura—. Sin embargo, que no se te suba a la cabeza.
—¿Que no se me suba a la cabeza un cumplido tuyo? —sonrió con tranquilidad, aún mirando las llamas alocarse frente a él, como su corazón mismo. Podía ser posible que se acostumbrara a ese lado de ese Ryuunosuke que le gustaba, aún más rápido de lo que creía. Y supuso que, tal vez, quizás y tal vez, su acompañante no lo odiaba.
—No lo llamaría un cumplido.
—Porque no sabes cuánto pesa algo agradable que proviene de ti, a comparación de tus palabras hostiles —confesó, cerrando los ojos por unos segundos para sentir hasta los movimientos más sutiles del otro—. Tus insultos ya simplemente pasan, mas tus pequeños detalles de
—¿Estás diciendo que comienzo a ser más amable, ese efecto se perderá? —preguntó luego de un breve silencio—. Mientras que si reduzco mis insultos, estos comenzarán a doler de nuevo, ¿es así lo que crees?
—No he dicho que los lindos detalles vayan a perder su efecto ni que pierdan su belleza —contrarrestó, con una voz aún más calma y consoladora que sus palabras—. Eso perdurará, aunque la belleza de su fugacidad desaparezca, pero los insultos duelen más cuando salen de una boca que nunca los suelta.
—Supongo que sí —dejó salir, sintiendo la pesadez de su alma con cada recuerdo y la amargura en su lengua—. Los golpes dejan de doler cuando ya te han golpeado miles de veces, y más aún si es la misma mano.
—Así es —se convaleció Atsushi, sintiendo que ese ejemplo era aún más acertado, y aún más aplicable para ellos—. Ese ejemplo es más razonable para nosotros.
—Pues sí —admitió, cruzando sus piernas y agachándose levemente para depositar la taza junto a sus talones—. No puedes hablarme de la preciosidad de los detalles y de una boca que no me menosprecia, y esperar que lo entienda.
—Ni de una boca que no me diga que nunca debí nacer —liberó Atsushi a su vez, suspirando. Aunque había charlado y analizado sus pasos grises
—Hablas de manera inusual y utilizas palabras y expresiones muy extravagantes para ser un brutal analfabeto que solo sabe cocinar chazuke —se burló Akutagawa, rompiendo el ambiente.
—Y tú —se rio, transmitiendo los espasmos de su risa hacia el hombro de Akutagawa—, hablas mucho para ser un tipo tan callado.
—No soy una persona callada —le aseguró—. Sencillamente, no hay suficientes tópicos que capten mi atención para hacerme hablar y gastar aliento.
—¿Conmigo vale la pena gastar tu voz y aliento?
—Si para ti vale tu noche el estar sentado conmigo aquí, supongo que es lo mínimo que puedo obsequiarte.
Ni el viento nocturno era capaz de apaciguar el calor en el pecho de Atsushi, ni el fuego de la fogata era capaz de comparársele. Se enderezó, por primera vez en toda la charla, y le observó con una gentileza y un cariño indescriptible, girándose casi por completo hacia él, y le sonrió.
Akutagawa se conmovió eternamente. La sonrisa de Atsushi era capaz de sanar sus errores y hacerle sentir un mejor hombre, su mirada era capaz de perdonar su pasado y de darle un lugar en la vida. Sus ojos se profundizaron en Atsushi y la gratitud se pintó en su rostro. La gratitud de poder abrirse a alguien sin miedo a que se le devuelva una mirada de lástima y palabras vacías. No necesitaba que Atsushi le consolara ni que le obsequiara y galardonara con mil y un palabras; lo único que precisaba era que le devolviera una experiencia similar que le garantizara que habían vivido lo mismo. Para él, el entendimiento mutuo era algo a lo cual se podía arribar compartiendo vivencias, puesto que un dolor como el suyo no podía ser tapado con una palmada en la espalda. Lo único que había necesitado durante todo ese tiempo era una sonrisa que le dijera lo que le exclamaba la de Atsushi.
Una sonrisa que le gritaba y le paralizaba.
Una sonrisa reconfortante y expresiva.
Te comprendo en cada milímetro de tu piel y sufrimiento, en cada cicatriz y cada arrepentimiento. Pero ya ha pasado, ¿no lo crees?
Una sonrisa que solo Atsushi podía otorgarle para sanarle.
Al igual que la noche en que fueron al parque, se convenció a sí mismo de que, a pesar de todas las veces en que Atsushi le echó en cara sus pecados, no había rechazo plasmado en la inocencia y amabilidad de sus ojos; no había rencores ni saña. Sus ojos eran tan puros como su corazón; en aquel maravilloso momento que guardaría en su caja oxidada de recuerdos, viendo esos orbes con las llamas reflejándose en ellos, solo lo confirmó.
Quería ser merecedor de esa sonrisa y que le acompañase en todo momento. Incluso aunque nunca volviera a verla, su recuerdo viviría en él para iluminarle. Tomó el aire que se le escapaba y miró hacia el cielo nocturno como tanto le gustaba hacer, solo para confirmar su teoría de que ninguna de las estrellas brillaba tanto como Atsushi, ni esa noche ni las anteriores, y seguramente tampoco las siguientes.
—Te gusta mirar las estrellas —dijo Atsushi. No era una duda, sino una afirmación. Se acercó a él nuevamente, juntando su codo con el de él, y se dedicó a ver las estrellas también—. Es asombroso, ¿no lo crees?
—¿Qué cosa? —murmuró Akutagawa, sintiendo que, en aquel momento, ninguna estrella le interesaba lo suficiente para perderse la cercanía de Atsushi.
—Es verdad lo que dicen —explicó Atsushi, sonriente—. En la ciudad las estrellas no brillan tanto, pero a las afueras tienen un brío asombroso.
Akutagawa bajó la mirada del cielo para girar su rostro con sutileza y lentitud, y miró a Atsushi que, a tan solo centímetros de su rostro, sonreía sin darse cuenta de que él era el mayor espectáculo aquella noche.
—No brillan tanto como crees —le confesó, perdido en sus rasgos y su dulzura—. Hay cosas más maravillosas, y que están más cerca de lo que crees.
Atsushi, al oír aquellas palabras expandió su sonrisa, ajeno completamente al hecho de que iban dedicadas a él. Simplemente, ese Ryuunosuke le hacía feliz, y escucharle pronunciar cosas que en otra circunstancia no diría, era aún mejor. En medio de su alegría, en otro de sus impulsos, movió su brazo y lo cruzó con el de Akutagawa, aprovechando hasta el último segundo de ese momento. No le importaba si volvía a ser rechazado, solo quería recordar ese momento para el resto de sus días, para cuando viera las estrellas y pudiera rememorarlo.
Akutagawa, embelesado y cegado, al sentir el brazo enroscándose al suyo como cuando subieron a las aerosillas, convencido luego de aquella magnífica noche de que quería exprimir hasta la última gota de felicidad que pudiese obtener de aquella velada, no dudó en posar su mano libre sobre el codo de Atsushi, apretándolo de manera reconfortante.
—¿Qué más te gusta? —escapó de la boca de Atsushi con más velocidad que con la que pudiese refrenar su curiosidad.
—Me gusta el arte —confesó—. Y aunque no me gusta, sé bailar.
Atsushi se carcajeó sin pensarlo dos veces.
—Oye —se excusó—. Tengo una hermana menor que le pidió a Chuuya-san que le enseñara a bailar, déjame en paz.
Su acompañante solo rio más fuerte y aferró su agarre.
—¿Chuuya-san sabe bailar? —preguntó, aún ahogando su risa, incapaz de creer que ese muchacho tan endeble supiese bailar.
—Oh, eso no se pregunta —exclamó Akutagawa—. Es peor que una diva.
—¿De verdad?
—De hecho, le terminó dando una clase entera de etiqueta a Gin —se lamentó, negando con la cabeza—. ¿Puedes creer que él sabe el uso de los distintos tamaños de cubiertos y demás?
—Eso es increíble —sonrió Atsushi, admirando a Chuuya—. En especial viniendo de un hombre que sale con un tipo que no sabe comer sin atragantarse adrede con la comida.
Ahí fue Akutagawa quien rio, y Atsushi no pudo hacer más que unírsele.
Ambos buscaban sacar el mayor provecho de una situación que juraban que jamás se repetiría, desconociendo que el otro quería lo mismo. Se entendían y se juntaban como dos gotas de agua, pero al mismo tiempo se revolcaban en la inconsciencia de sus acciones y los deseos del otro. Mientras que uno creía que su compañía solo se estaba dejando llevar, el otro rogaba por que nada de eso se perdiese al amanecer; al final, ambos eran el uno y el otro al mismo tiempo y sin darse cuenta.
Cuando el fuego se extinguió y quedaron en penumbras, la luz de la luna y las estrellas les iluminaron. Y a pesar de aquello, el frío no llegaba para ninguno. Permanecieron en silencio un rato cuya duración ninguno supo especificar, sonrientes y amarrados.
Cuando Atsushi bostezó en el silencio que ni los grillos rompían, Akutagawa despertó de su ensueño. Se separó con cuidado y muy a su pesar, y se paró, se sacudió la ropa y habló.
—Jinko, ya es tarde, vayamos a descansar antes de que empiece a nevar —su voz sonaba más ronca que de costumbre, por el silencio que mantuvieron.
—Ahí voy —le respondió, quejumbroso—. Ve, yo te alcanzaré en un minuto.
—De acuerdo —tosió y, en un acto disimulado, acarició la cabeza de Atsushi con torpeza y timidez antes de trotar hacia adentro.
Claro que Atsushi tardó más de la cuenta en entrar luego de eso.
Una vez en el pasillo de las habitaciones, se miraron una vez más. Atsushi, abrumado por la intensa mirada ajena que, a su vez, expelía una ternura impropia. Akutagawa rompió la mirada para tomar el pomo de su puerta en las manos y abrirla con ligereza, oyéndose el pequeño crujido de las maderas. Atsushi, sin embargo, siguió viéndole hasta que el otro puso el primer pie en su habitación. Una vez que asumió que aquella había sido la despedida, abrió su propia puerta y, al adentrar su primera pierna en la habitación, oyó aquello que había querido escuchar; no solo aquella noche, sino muchísimas antes:
—Buenas noches, Atsushi.
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Oof, no sé en qué momento pasó esto. Recuerdo que escribí el prólogo y todo el borrador cuando estaba terminando mi trabajo anterior, y con las notas terminadas le dije a mi pareja "te juro que esto no va a tener más de 12 capítulos" (porque lo mismo le dije la vez anterior y terminó teniendo 24 caps + epílogo xd), y mira nomas, he incumplido una vez más.
Toda esa parrafada para comentar que ya quedan aproximadamente 4 capítulos + epílogo. Cómo pasa el tiempo
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