13
—Oye, Jinko, ya ha pasado media hora y no te has movido.
Atsushi, sumido aún en su trance por la sorpresa, en la misma posición con las manos a cada lado de su cuerpo, observaba la enorme ventana que reposaba al costado de la cama, que, pese a estar tapada por las cortinas, iluminaba la habitación con la pálida claridad del sol nevado; suspiró y se echó hacia atrás en la cama, dejando que su espalda se estampara contra el colchón y que sus ojos se clavaran en el techo, extendiendo sus brazos como si se encontrase haciendo un ángel de nieve afuera de la cabaña, y no buscando terapia dentro de la misma. Podía sentir la respiración acompasada de su nueva frecuente compañía que estaba sentada a su lado.
—¿Por qué a ti no te ha sorprendido de la misma manera? —le preguntó, quizás ecuánime, quizás abatido, quizás curioso. Akutagawa no sabía descifrarlo.
—Supongo que se debe a que, en cierta forma, ya lo sabía —la confesión tomó de improvisto a Atsushi, quien deslizó sus ojos desde el techo de madera hacia él.
—¿A qué te refieres? —susurró, como si se tratase de secreto de Estado. Sus ojos, esclarecidos por la curiosidad irrefrenable.
—No lo sé —suspiró, posando sus manos también al costado de su cuerpo para apoyarse, dirigiendo su mirada hacia la ventana que se encontraba frente a ellos debido a que estaban sentados perpendicular a la cama—. Tal vez, siempre lo supe mas no lo reconocí en mi inexperiencia y mi falta de observación.
—¿Qué se supone que hay que observar? El espectáculo que montaron ahí abajo ya fue suficiente para observar —se quejó, doblando sus brazos para acercarlos a su rostro y cubrirlo. Sus suspiros se frecuentaban.
—No me refiero a eso específicamente —enfatizó—. Quiero decir, el Dazai que tú conoces no es el mismo que yo conocí años atrás. Él era solitario, cruel y despiadado con todo el mundo a excepción de una o dos personas. Sin embargo, con Chuuya-san era muy diferente.
—Diferente como... lo que acabamos de presenciar, ¿dices? ¿Ese tipo de diferente?
—¿Qué? Ya déjalo, Jinko, tonto —se quejó, entrecerrando los ojos con fastidio—. Es decir, seguramente eran ese tipo de diferente también, ¡pero hablo de otra cosa en este preciso momento!
—Para serte sincero, no creía que fueran ese tipo de diferente en ese entonces, hasta que lo dijiste —explicó con una mueca de asco y frunciendo el entrecejo.
—Bueno, si vas a seguir quejándote, monja, me iré —le espetó, enderezándose y cruzándose de brazos.
—¿A quién le dices monja? Si yo lo soy, tú lo eres más.
—Creo que eso no es posible, Jinko.
—De acuerdo —suspiró en resignación—. Sigue tu historia.
—De acuerdo —repitió y rezongó. Aflojó su entrecruce de brazos y respiró con profundidad, adaptando nuevamente su postura solemne—. Simplemente, sé que era diferente a cómo trataba a los demás; de cualquier modo, era una relación extraña —aseguró, mirando hacia el techo como si allí se hubiesen esfumado sus vagos recuerdos—. Peleaban todo el tiempo, pero era como si Dazai-san lo buscara constantemente, sabes, como si verdaderamente le divirtiese que Chuuya-san le gritase a los cuatro vientos, pero a la vez, cuando los veías juntos en silencio, parecía como si todo ese odio y constante fastidio desapareciese.
—Bueno, Dazai-san es una persona que disfruta inmensamente de estallarle los nervios a la gente —razonó en respuesta, mirándole.
—Bueno, así es ahora, mas antes no lo era. Era sombrío y apagado hasta que veía a Chuuya-san, y era él el único al cual le reventaba los nervios —alegó, uniendo los cabos paulatinamente—. Ahora que lo pienso, supongo que eso explica también lo molesto que estuvo Chuuya-san cuando Dazai-san abandonó la Port Mafia. Estaba mucho más gruñón de lo normal, y ciertamente, se veía más dolido que enfadado.
—Y si solo... hacían esas cosas, ¿por qué se han seguido viendo luego de separarse, o por qué Chuuya-san se lo tomaría de esa manera? —preguntó Atsushi, en aquella inocencia que aún no acababa de romper el cascarón para irse. Akutagawa le devolvió la mirada y supo que ese Atsushi, seguramente, nunca dejaría de ser de esa manera que hacía que su corazón se calentara en su ternura.
—Solo te he dicho lo que he visto, Jinko —le respondió, mirándole con esa misma calidez que sentía dentro de sí, otorgándole asimismo una sonrisa sutil que reflejaba aquella adoración que acariciaba su corazón al ser testigo de la dulzura que podía albergar Atsushi—, esas respuestas solo ellos las pueden dar.
Atsushi abrió sus ojos de par en par al sentir su corazón latir desbocado ante esa sonrisa que caló dentro de él y le revolvió las entrañas en un bellísimo vaivén que solo sentía en compañía de Ryuunosuke, en esos momentos donde era auténticamente él. Se preguntó si era eso lo que sentía Chuuya al ver a Dazai, si era acaso una sonrisa de esas la que le había condenado a sufrir la partida de Dazai, y se cuestionó con severidad si, quizás, él mismo sería capaz de soportar dejar de ver esa misma sonrisa.
—Yo... bueno, sí, quiero decir, tienes razón, debemos de preguntarles a ellos, por supuesto —largó de manera atropellada una vez que abandonó sus cavilaciones. Cuando vio la mirada inquisitiva de Akutagawa, se paró de un zape y se atolondró hacia la puerta.
—Supongo... ¿que sí? —fue su respuesta. Ni siquiera se entendía a sí mismo del todo, menos aún entendería a Atsushi—. Oh, espera, hay algo más.
—¿Qué cosa? —Atsushi se calmaba poco a poco de su nerviosismos, inhalando y exhalando con lentitud, preguntándose por qué había retrocedido a esos comportamientos cobardes cuando no era la primera vez que le sucedía ese tipo de cosas con él, sin embargo, recordó que las veces que intentó atrapar ese sentimiento fue rechazado rotundamente.
—Chuuya-san me dijo algo... una vez —tosió, parándose de la cama y acercándose vacilante hacia la puerta donde estaba el otro. Estaba seguro de que Chuuya le patearía el trasero violentamente si supiera que iba a traicionar su confianza de esa manera, no obstante, quién era Chuuya para cuestionarle y hablar de confianza después de ocultárselo de esta manera—. Me dijo que había estado enamorado una vez, y que creía haber sido correspondido, mas que fue un amor imposible.
—¿Amor? —tartamudeó Atsushi, percibiendo el calor en su rostro, sintiendo que no podía haber momento más inoportuno que aquel para charlar aquello.
—Pues sí —respondió, ajeno al circo que estaba montando Atsushi frente a él—, quizás eso responda a tu pregunta de por qué no dejó ir a Dazai-san.
—Oh —se calmó de repente al oír aquello. Eso, ciertamente, le respondía mucho—. Sin embargo, ahora nos tendrán que responder. Se acabó la desconfianza.
—Así se habla, Jinko, nos meten en toda esta locura y son incapaces de sincerarse —concordó vehementemente, asintiendo con la cabeza y cerrando su mano en un puño y golpeando su parte inferior con su palma.
—¡Así es! —respondió, repentinamente molesto, asintiendo enteramente a lo que Akutagawa decía—. ¡Vamos allá!
—¡Vamos!
Atsushi se volteó y posó su mano con decisión sobre el picaporte, mas cuando iba a girarlo, palideció de repente y se tapó la boca con su mano libre.
—¿Qué te sucede, Jinko? —preguntó, confundido.
—¡Acabo entender los chistes de las alitas de pollo del almuerzo!
—¡Dios mío, no puedo creerlo! —exclamó Akutagawa, quien también acababa de caer al lago helado.
Ambos se sacudieron con repelús y abrieron la puerta al mismo tiempo, como si salir de la habitación fuese a liberarlos de la imagen mental.
Una vez fuera, dejaron la puerta abierta con el objetivo de procurar el mayor sigilo posible. Recorrieron el pasillo hacia las escaleras con precaución y a pasos livianos, yendo Akutagawa por delante.
Una vez junto a la escalera, se agacharon para lograr ver hacia la sala de estar que se desplegaba abajo junto a la entrada y la puerta principal. Avistaron el respaldo del sofá y la pareja sentada, mirando el televisor con los pies hacia la chimenea.
—Míralos nada más —susurró Atsushi, a gatas—, actuando como si cuarenta y cinco minutos antes no hubiesen estado ahí de degenerados.
Akutagawa le dio la razón y bajó la escalera en silencio, tratando de que el ruido de la planta de sus pies cubiertos por las medias no revelara su ubicación. Atsushi temblaba con cada paso al tener miedo de resbalarse con esos escalones de madera; si caía, aplastaría a Akutagawa en el camino, y ése sería el momento de su muerte.
Akutagawa fue el primero en acabar de bajar, seguido por Atsushi que, como lo vaticinó el oráculo, se resbaló en los últimos escalones y cayó. Afortunadamente, su compañero ya preveía aquello, por lo que tomó su antebrazo antes de que cayera e hiciera un escándalo. Le ayudó a terminar de bajar y le soltó, mirándole con reproche. Como las escaleras se encontraban contra la pared y daban, con exactitud, a la entrada, y entre la entrada y la sala había una gran distancia debido a lo amplio de la cabaña, los ruidos y quejidos de Atsushi podían pasar desapercibidos.
Se irguieron, acomodaron sus ropas y comenzaron a caminar a paso lento y con toda la elegancia hacia el sofá donde se encontraban sus superiores. A mitad de camino, se pararon en seco al ver cómo Dazai elevaba su brazo descaradamente para luego posicionarlo sobre los hombros de Chuuya y cómo este se volteaba hacia él para acercar sus rostros.
—Bueno, ¡bueno! —exclamó Atsushi, moviendo sus brazos frente a él de lado a lado, indicando que pararan.
Akutagawa, al mismo tiempo, le había tapado los ojos a Atsushi. Por si acaso.
—Ya, los venimos escuchando desde que abrieron la puerta —alegó Chuuya, parando en seco su rostro para mirarles de reojo. Acto seguido, se alejó de Dazai para retornar a su posición inicial.
—Así es —confirmó Dazai, asintiendo y volteándose hacia ellos, sonriéndoles con gracia, quitando su brazo de Chuuya para acomodar su codo sobre el respaldo del sofá—. ¿Qué fue esa performance de infiltración secreta que realizaron en las escaleras? Morirían al primer intento, niños, recuérdenme que nunca los envíe a una misión de encubierto.
Akutagawa soltó a Atsushi y suspiraron. Tosió y se aproximó junto con su compañero hacia el frente del sofá para verles cara a cara. O eso intentaron.
—¿Van a mirarnos o...? —preguntó Chuuya, quien ya había hiperventilado durante media hora y luego se había calmado y procesado la situación.
—La razón por la que queríamos bajar en silencio era, justamente, evitar sus miradas hasta que estuviéramos preparados —explicó Akutagawa, desplazando su mirada hacia la cocina y cruzándose de brazos—. Sabe, Chuuya-san, es muy difícil ver su rostro ahora luego de ver sus gestos en otras situaciones.
—Concuerdo —respondió Atsushi, pegándose a Akutagawa y mirando hacia el suelo.
Chuuya se sintió hervir, en vergüenza y en fastidio.
—Bueno, lo único que puedo decir en defensa a eso es que los gestos de Chuuya son muy bonitos —intentó negociar Dazai, recibiendo las miradas de hasta quienes no querían mirarle.
—Bien —el cambio de tema debía ser rápido y estratégico—. Si no pueden vernos a la cara, ¿a qué han venido?
—Vinimos porque queremos explicaciones —anunció Atsushi, levantando paulatinamente la mirada.
—Así es —asintió su aliado.
—¿Quién diría que esto los uniría de esta manera? —ironizó Dazai, sonriendo mientras cruzaba sus piernas—. De haber sabido, deberíamos haber probado esta estrategia hace rato.
—Si no te callas, esa, además de haber sido la última que verán, será la última que tú también verás —anunció en respuesta. Sentía que con un grado más, el termómetro explotaría—. Muy bien, pónganse cómodos.
Atsushi y Akutagawa se miraron y se apoltronaron los dos juntos en un sofá individual.
—¿Qué quieren saber?
—Desde cuándo —interrumpió Akutagawa, buscando saldar su deuda con sus cavilaciones y sus observaciones. Aún miraba el suelo.
—Desde que tenemos dieciséis —respondió Chuuya, sentado e inclinado con los codos apoyados sobre las rodillas. Sus manos, unidas y entrelazadas.
Atsushi y Akutagawa se miraron y, con sus ojos, se gritaban "Dazai era diferente con él"
—¿Por qué? ¿Cómo empezó? —fue el turno de Atsushi, quien levantó la mirada por primera vez para ver a Doble Negro.
—Bueno...
—Chuuya me gustaba —interrumpió Dazai, sonriente—. Le dije que saliera conmigo y aceptó.
—Embustero, cómo me repugnas —le contradijo el mencionado—. Sí me dijo que saliera con él, mas le rechacé dos veces.
—¿Y qué pasó?
—Me ganó una apuesta, así que tuve que decirle que sí.
Atsushi suspiró. Aquello sonaba demasiado propio de Dazai como para siquiera cuestionarlo.
—¿Y qué? —cuestionó a Akutagawa, mirándole fijamente—. Aceptar era la consecuencia, pero permanecer con él no formaba parte del trato, ¿o sí?
—Te agarraron con las manos en la masa, Chuuuuya —se burló, aún más sonriente—. Yo también le gustaba, pero más le gusta ponerme las cosas difíciles. Y eso hace que me encante más.
—Permanecí con él, sí —aceptó, inclinando la cabeza hacia sus manos—. Hasta que desertó.
—¿Y este era un buen momento para la reconciliación? —se quejó Atsushi, cruzándose de brazos y con rostro de sermón.
—Si así fuera —razonó Dazai—, esta sería nuestra milésima reconciliación, Atsushi.
—Dazai me buscó como un perro para que volviera con él, luego de que pasaran menos de dos semanas de que se había ido —contó Chuuya, hastiado como si de solo recordarlo le doliera la cabeza—. Este maldito bastardo no aceptaba una negativa. Lo rechacé decenas de veces y hasta nos fuimos a los golpes en más de una ocasión, pero él no se rendía, y yo aún le quería.
—Pero, Chuuya-san, espere —respondió Akutagawa luego de unos segundos de silencio—. Si ustedes se gustaban, y se pusieron en pareja por una simple apuesta, ¿por qué fue tan profundo, al punto de quererle. ¿En qué momento? —quizás la duda era más suya que por ellos, mas quería saber qué hacía que Chuuya le quisiese tanto, y cuál era la barrera entre lo que sentía Chuuya por Dazai, y lo que él mismo sentía por Atsushi. O si realmente le gustaba, o si simplemente su superior le había tomado el pelo la noche en la feria.
—A mí me gustaba Chuuya, y yo le gustaba a él. Lo quería para mí y solo para mí, porque soy así. Soy un tipo egoísta y repugnante, así que lo quería para mí aunque no estuviese enamorado como quien dice —comenzó Dazai—. Pero también nos detestábamos al inicio. Los sentimientos mutan. De la misma manera, más adelante pasaron de un gustar a un querer.
—Ya te lo he dicho, Akutagawa —intervino Chuuya, ligeramente conmovido por las palabras de su pareja—. No debes buscar tanta lógica a los sentimientos. No todo tiene un porqué. Si yo pudiera utilizar la lógica y controlar algo, no estaría enamorado de este despojo de ser humano.
—Pero ¿cómo se dieron cuenta cuando se gustaban? ¿O cuando se enamoraron? —preguntó, alterado, aún sin ser capaz de comprender.
Atsushi solo miraba. En parte comprendía a Akutagawa, considerando que él mismo siempre había creído que Dazai y Chuuya se odiaban. Cuando se dio cuenta de que ambos habían pactado acercarle a Ryuunosuke, creyó que eran medianamente amigos; sin embargo, oír aquel relato era un entero descubrimiento. Y oír aquello solo reavivaba unas pequeñas esperanzas que había dado por muertas. Escuchar a Akutagawa tan consternado era algo que, por otra parte, le confundía.
—Pues, oye, no lo sé —se atajó Chuuya—. Cuando Dazai me gustaba... no lo sé, era un tipo atractivo y me gustaba su compañía. Me irritaba y me hacía reír —explicó, avergonzándose al percatarse de que él y su pareja nunca compartían ese tipo de confesiones. Ambos daban por sentado los sentimientos ajenos y los reafirmaban al tenerse el uno al otro, mas nunca se daban la libertad de pregonar abiertamente lo que les gustaba del otro ni lo que sentían. No eran esa clase de parejas—. Y cuando me enamoré de él, pues, no lo sé, he aprendido a querer hasta lo más pútrido de su ser, admirando lo que ya me gustaba; comencé a preocuparme más por él, le he perdonado todo, le he mostrado lados de mí que nadie más ha visto. No lo sé. El amor es simple para suceder, pero demasiado complejo para explicar.
Ni siquiera Dazai tenía palabras en su boca para decir estupideces. Atsushi y Akutagawa inclinaron sus cabezas ante la sensibilidad que Chuuya había desplegado. Ninguno fue capaz de emitir palabra que le hiciese honor a aquel discurso, por lo que los menores se limitaron a irse con las respuestas que habían recolectado a sabiendas de que tendrían más oportunidades de satisfacer su curiosidad. Atsushi se fue primero y Akutagawa le siguió, mas al pasar junto a Dazai, su brazo le frenó con sutileza.
—Sé que aún tienes dudas de todo tipo y color —le susurró sin mirarle—. Sin embargo, lo único que debes tener por seguro es que un agente y un mafioso sí pueden estar juntos.
Dicho aquello, le soltó para utilizar su otra mano para acariciar la rodilla de Chuuya quien, a su lado, le miraba apenado y enternecido. Como ambos sabían, no necesitaban palabras. Chuuya sabía con solo ese toque, que Dazai sentía lo mismo que él había plasmado en palabras.
Akutagawa, por su lado, pestañeó con pesadez y echó a caminar detrás de Atsushi, quien ya estaba subiendo las escaleras. Al estar ambos arriba, seguían sin la capacidad de hablar, y menos aún de bromear. Se miraron en silencio.
Atsushi pensaba en la pureza en las palabras de Chuuya y su corazón se conmovía. Quería tener ese alguien, quería sentirse de esa manera, y sabía que aún seguía queriendo que Ryuunosuke fuese ese alguien. Sonrió en la calidez de sus propios sentimientos al pensar que también el gustaba su compañía, le irritaba, le hacía reír, se preocupaba por él aunque supiese que de nada servía. Levantó su vista en medio de la densidad del silencio para ver a Akutagawa frente a él. Por más extraño que le pareciese, le parecía atractivo en aquel momento, con la nariz aún sutilmente enrojecida por el frío ambiente, su suéter y su ropa holgada, con sus ojos tan fríos como el ambiente, confundidos y transparentes. Pensando en las tonterías que había dicho Dazai meses atrás, tal vez sí podía decir que era encantador a su manera. Y ante aquella idiotez, sonrió aún más.
Akutagawa, al sentir la mirada inspectora clavada en él, levantó sus ojos del suelo para ver a Atsushi frente a él, tan sonriente y radiante como siempre, con aquella resilencia de oro que le permitía otorgarle calidez hasta el más frío de los inviernos y que hacía un paraíso del peor infierno.
—Yo... iré a descansar un rato —indicó Atsushi, sin detener su sonrisa al confirmar todos sus pensamientos al ver la expresión de sorpresa del otro, y saber que no se equivocaba. Pensó que tal vez Chuuya no estaba tan equivocado. El amor no debía ser tan complejo si lograba sentirse de aquella manera con solo verle en su mueca más estúpida.
Ambos se asintieron con la cabeza y Atsushi se adentró en la habitación que habían ocupado con anterioridad. Por lo tanto, la habitación individual que quedaba al lado era la que le tocaba a él. Quiso reírse al darse cuenta de que, en medio de aquella conmoción, no habían peleado como niños por ver qué habitación ocuparía cada uno.
Se dirigió hacia la habitación que había quedado como suya, con la súbita certeza en la mano de que, a pesar de las millones de dudas, podía distinguir la diferencia entre gustar y estar enamorado o querer. Y supo asimismo, luego de reconocer que tendría la sonrisa de Atsushi grabada en su memoria por el resto del día, de la semana y del año, que estaba perdido.
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