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11

Había transcurrido solo un rato de su llegada. Chuuya y Dazai habían encendido la chimenea luego de unos cuántos intentos y en medio de improperios; mientras aquel circo tomaba lugar, Atsushi se echó sobre el inmenso sofá que reposaba frente a la dichosa chimenea y se arremolinó entre las almohadas, buscando el calor. Akutagawa se limitó a observar el caos y la vergüenza ajena.

La calidez inherente del fuego se había adueñado de la sala y les había dado la bienvenida. Era acogedor y asimismo sosegador, consiguiendo que hasta Doble Negro acabara dormido sobre el sofá. Ciertamente, en el momento en que se encendió la chimenea, Chuuya les dijo a los menores que llevaran los bolsos hacia el piso de las habitaciones y que se abrigaran. Al decir aquello se percató de que no habían bajado las cosas del baúl, por lo que mandó a Dazai de una patada en el culo en su búsqueda.

Sin embargo, una vez que aquel asunto fue resuelto, Akutagawa y Atsushi llevaron a cabo la orden. Subieron las escaleras con las cosas y, sin saber muy bien qué hacer con ello, se detuvieron en la planta alta, observando el pasillo lateral que tenía las puertas de las habitaciones. Vieron que se trataba de tres habitaciones y no supieron dilucidar cuál era para quién.

En señal de respeto y un ligero desconcierto, dejaron los bolsos en el mismo pasillo y abrieron los propios para ataviarse. Atsushi se sorprendió al encontrar ropa más cara que la suya mezclada con la propia, mas no cuestionó y se vistió. Ya no toleraba el frío; luego preguntaría.

Si durante aquella pequeña tarea hubo un incómodo silencio entre ambos, la cosa se puso peor al bajar las escaleras y encontrar a Dazai dormido sobre Chuuya, desparramados en el sillón, como si el mero acto de encender la chimenea les hubiese dejado exhaustos y hubiesen caído muertos en tan solo cinco minutos.

Atsushi y Akutagawa se aproximaron al respaldo de sofá para verles desde atrás, esperando a que despertaran, o que se levantaran y dijeran que aquello era una broma. No obstante, eso nunca sucedió y Dazai tenía el rostro más angelical que podían haber visto en él, como si dormir allí fuese su lugar en el mundo.

—Te dije que eran demasiado amigos.

—¿Tú crees...?

—¿No lo crees tú? —cuestionó Akutagawa, quien, parado junto a él, por primera vez en el día se había dignado a mirarle con aquellos ojos más gélidos que las ventanas del lugar.

—Bueno, no es como si Dazai-san hablara mucho de su estadía en la Port Mafia —murmuró Atsushi, tomándose del codo. Esperaba que, si Dazai había tenido el tupé de llevarle en contra de su voluntad, tuviera la decencia de permanecer con ellos, mas parecía que solo había encontrado una gran excusa para mantenerle con Akutagawa y al mismo tiempo pegotearse a Chuuya.

—Ya veo —respondió, átono. Metió las manos en sus bolsillos y giró su rostro hacia el respaldo del sillón, hundiendo su cuello como una tortuga para dejarse envolver por su abrigo hasta la mandíbula.

Atsushi sintió que aquel había acabado por ser un comentario hiriente de su parte, por lo que suspiró y se rascó la nuca. No se había dado cuenta del peso que significaba hablar con Akutagawa; debido a la situación, en cuanto él le habló, su respuesta fue automática. Y luego, en su silencio, se reprendió a sí mismo. Ante la sorpresa de Chuuya y Dazai, la mirada de Akutagawa sobre él fue inesperada y le puso nervioso, por lo que se olvidó que estaba dolido con él, que había marcado una diferencia entre ellos. Le respondió sin fastidiarse en el camino. Y ello le molestaba. El poco amor propio que tenía se le había escapado en un acto de cobardía.

Sin embargo, la culpa crecía dentro de sí al recordar el gesto de Akutagawa escondiéndose en su abrigo ante su respuesta. Le dirigió una mirada de soslayo y suspiró. No le regocijaba verle de esa manera, y mucho menos si era por su culpa; por más que desease enfadarse con él, no lo haría si tendría que ver esos gestos infaustos. Su orgullo no valía nada para él si aquello significaba volver a sentir la compañía del Ryuunosuke que le hacía reír y que le brindaba a su pecho mayor calidez que la chimenea que gobernaba el lugar. De tan solo recordar la última vez que le vio, el fuego podía extinguirse y él sentiría ese bello calorcito mantenerse en él.

—Oye, tú... ¿tú quieres que salgamos? —le preguntó, con su mirada en el suelo y sus manos jugueteando entre ellas.

—¿Qué? —exclamó, expandiendo sus ojos y estirando su cuello, irguiéndose en el acto y destapando en consecuencia su rostro.

—¿Qué? —preguntó, siendo su voz un hilo. Akutagawa se había girado hacia él y le miraba, expectante—. Quiero decir, afuera. ¡Afuera!

Akutagawa le observó en su silencio. No comprendía el accionar de Atsushi pero tampoco se quejaba. No esperaba que le dirigiera la palabra en lo absoluto, y menos aún que le propusiera algo sin la intervención de Dazai. Tornó su rostro hacia su superior que dormía en el albor del placer teniendo a Dazai sobre él y recordó sus palabras, la charla la noche de la feria. Balanceó las posibilidades y creyó que, en verdad, era menester que Chuuya despertara y lo consultara con él. Si pudiese darle el título honorífico de ser su tutor emocional, lo haría.

Abandonó sus cavilaciones y vio a Atsushi que, a su lado, seguía mirando la madera que pisaba y que comenzaba a temblar en el jugueteo de sus manos. Y aquello, aquello también se podía decir que le gustaba. Al percatarse de aquello, su corazón se alborotaba y, nuevamente, sentía esa incomodidad en su pecho, esa misma que le había traído tantos problemas y que le había arrastrado hasta donde estaba. Se recordó que, según Chuuya, no era tan grave que le gustara; aunque, desde ese punto, cabía aclararse a sí mismo que no tenía idea de lo que era gustar, ni mucho menos enamorarse. Tal vez, confundido como estaba, era incapaz de ver que era envidia disfrazada, envidia de todos aquellos atributos de Atsushi que le llamaban la atención; tal vez era admiración, tal vez era miedo. Miedo de caer en la oscuridad y nunca encontrar la redención en esa sonrisa nunca más.

Camufló un "sí" con una tos y se encaminó hacia la puerta, siendo seguido por Atsushi sin mayor mediación de palabras.

Una vez afuera, dudando de si cerrar la puerta con llave o no, se alejaron el uno del otro como si el contacto fuese a despellejarlos. Aquella era la primera vez que salían juntos sin Dazai de por medio. No se habían molestado en dejar una nota, pero, por lo visto, faltaba mucho para que se rompiese su siesta de excelencia.

—Bueno, ¿qué quieres hacer, Jinko? —preguntó, encogiéndose por el frío. Atsushi, a su lado, hacía lo mismo.

—Yo, bueno, no lo sé —la inseguridad en su voz era palpable. De repente, se sintió como un niño, ignorante y emocionado—. Es la primera vez que veo nieve de esta manera.

—No me sorprende.

—Pues, podemos ir a pasear por el pueblo, ¿no? —preguntó, sin tener idea de qué hacer. Quería salir con Akutagawa, pero una vez en la situación, se dio cuenta de que no había pensado en qué podían hacer. Sincerándose, ni siquiera creía que el otro fuese a aceptar.

—Qué pasear ni qué pasear, Jinko, si estamos en la nieve haremos cosas en la nieve —objetó, rememorando su viaje pegado a la ventana—. Oh, ya sé, hay una zona de esquí por aquí cerca.

Atsushi se frenó en seco

—¿Esquiar, dices? —su voz se había arrugado—. ¿Esa cosa peligrosa donde te arrojas a la deriva en una colina con tan solo una especie de patines?

—Pues sí, pero me sorprende que un tonto como tú lo sepa.

—¡No lo haré! —renegó, clamando a todo viento—. Moriré!

—Claro que no —aseguró, restándole importancia con su voz calma—. Incluso aunque te empalaras contra un poste o te clavaras contra una antena, tu repugnante regeneración te salvaría. No morirás.

—Pues no, ¡pero duele mucho!

—No seas cobarde, Jinko —se burló—. Si vamos como principiantes no te mandarán a la colina más alta del pueblo. Esas películas que miran te quemarán el cerebro.

—¿Cómo supiste que lo vi en una película con Kyouka? —preguntó, con una ceja levantada. ¿Ryuunosuke Akutagawa recordaba esas tonterías? ¿De verdad me escuchaba cuando hablaban?

—Suposiciones —minimizó, observando el entorno y evadiendo la mirada prometedora del otro—. Iremos. No hay lugar para tu falta de valentía. Si mueres me quedo con Dazai.

—¡Claro que no! —exclamó mientras le seguía hacia el lugar.

—Entonces, no mueras.

Luego de ese pequeño recorrido en molestias y negaciones, arribaron al lugar. Atsushi temblaba y Akutagawa se había acercado a los encargados del sitio.

Atsushi, quien se había limitado a permanecer estático en el lugar en el que su acompañante le dejó, se reconfortaba diciéndose que no podía morir, que no sucedería nada, y que el tipo que moría en la película por romperse el cuello en la bajada era solo un factor de la ficción. Se sobrecogió y observó el panorama. Había mucha gente teniendo en cuenta el tamaño del pueblo. Había niños, había parejas, había deportistas. La nieve caía apaciguada, armoniosa y lenta, y el viento era clemente. Inhaló aquel aire completamente nuevo para él y sintió su nariz enrojecida escocer.

Akutagawa volvió cargando los equipos de esquí que rentaban en el lugar y le arrojó los suyos a sus pies.

—Debemos de encaminarnos hacia allá —explicó con un movimiento de su c cabeza, enfocando sus ojos hacia atrás de Atsushi, hacia una bajada que no parecía tan pequeña como le había prometido.

—Oye, eso ya no es para niños —respondió aterrado, tomando sus cosas con velocidad al ver que Akutagawa le estaba dejando atrás—. Yo, yo, yo soy un niño, yo no puedo ir allí.

—Calla, miedoso, vamos —le espetó desde adelante—. Es el nivel de principiantes.

Atsushi, como tanto le gustaba, caminaba arrastrándose como una babosa. Sentía tanto miedo que sus piernas temblequeaban ante cada paso. Además, la nieve apesadumbraba sus pies. Akutagawa le esperaba detrás de unas personas, al final de la fila para subir a la silla aérea. Atsushi recordó otra película donde a un tipo se le soltaba la silla cuando iba a gran altura, y tragó duro.

—Oye, oye ¿no deberíamos tener un instructor o algo de eso? Ya sabes —curioseó en un chillido, mientras se colocaba el casco y las gafas que su acompañante le arrojó y que él ya llevaba puestos.

—Le dije que no necesitábamos uno —le otorgó una mirada trémula y una ligera sonrisa que, más que complacer a Atsushi ante la sorpresa de su aparición, le espantaba.

—¿Por qué has hecho eso?

—No te comportes como un niño, niño —le provocó—. ¿Acaso esto es mucho para ti?

—Sí, sí, aquí no me ganarás con jueguitos mentales —exclamó—. Tengo miedo, ¡y sí es mucho para mí!

—De cualquier forma, trataba de ser cortés —ignoró, avanzando. Eran los siguientes—. Nunca tuviste elección.

Dicho aquello, empujó a Atsushi contra la ruta de las sillas que venían y se posicionó junto a él, en el momento preciso para sostenerle del brazo como para que eligiese entre perder un brazo o subirse. Tampoco era como si fuera la primera vez que le arrancaba algo, así que la respuesta era una verdadera incógnita.

Atsushi, abrazando su equipo de esquí, sintió como la silla se movía a gran velocidad. Comenzó a chillar.

—Yo que tú, me iría colocando el esquí en los pies antes de bajar —murmuró Akutagawa, disfrutando de las reacciones de Atsushi.

—¿Bromeas? —exclamó Atsushi, quien comenzó a colocarse todo con el obstáculo que representaba su temblor—. Esto está muy mal, en las películas siempre hay gente que supervisa estas cosas. Aquí, a nadie le importa.

—Pues, no —negó, observando el panorama que les ofrecía la gran altura—. Tampoco les importa si te rompes el pescuezo, así que no te sorprendas.

Atsushi largó un alarido y comenzó a hiperventilar. Ya estaba listo técnicamente, mas no emocionalmente. Sus manos de aferraban entre sí y sus ojos estaban abiertos de manera desmesurada. Akutagawa podía jurar que estaba rezando.

—Ya cálmate, tampoco es que fuera a dejarte solo —soltó, aún sin mirarle.

Atsushi suspiró y se convenció a sí mismo de que, al menos, si moría se llevaría a Ryuunosuke con él. Se sosegó ligeramente y elevó su mirada. Al ver la altura a la que estaban, sus temblores reanudaron y, sin premeditarlo, enroscó su brazo con el de su compañero, quien abrió los ojos casi tan grande como Atsushi.

Akutagawa se sintió enrojecer, y no solo por el frío que paspaba sus narices y sus pómulos. Iba a cuestionarle su accionar, mas al verle cerrar los ojos con fuerza, le dejó ser. Suspiró como quien buscaba serenarse y, apoyando su codo libre en los tubos del costado del asiento, se dedicó a ver la belleza de la nieve. Era un día nublado y los copos caían con gracia; el viento era gentil y el calor de su pecho lograba que se olvidara del mismo. Con los guantes co los que había salido de la cabaña, se tapó la boca y tosió para disimular una sonrisa incipiente. Porque a pesar de que sus ojos se clavaran en la belleza de las colinas y las nubes, su atención estaba en el joven junto a él que se aferraba a su brazo en búsqueda de protección y resguardo, y nada era más lindo que aquella sensación. Eran aquellos momentos esporádicos en los que la compañía de Atsushi le hacía sentir un muchacho que prefería sentarse a observar la luz de las estrellas antes que asesinar. A su lado, podía ser un protector más que un sicario.

—Oye, ya tenemos que bajar —proclamó en una tos, sin el menor deseo de acabar con aquel momento. No obstante, había tomado una fotografía de aquello, una que podía ver cuando quisiera y cuanto desease; con la bella nieve bañando su ropa y las nubes caracterizar el panorama, con el corazón brincando y Atsushi junto a él.

—Me niego.

—Te bajarás, Jinko.

—Bueno, pero avísame cuando lo vayas a hacer, necesito tiempo...

—Pues ya.

Dicho aquello, Akutagawa levantó la pequeña baranda metálica y saltó, llevándose a Atsushi junto a él, quien estaba prendado como una garrapata.

—¡He muerto, he muerto, he muerto! —clamó a garganta ardida, con los ojos cerrados con fiereza y aún con su brazo atado al otro.

—Cálmate, llorón —le espetó, zarandeando su brazo para que le suelte. Si bien no quería romper el contacto, si se mantenían unidos así, de seguro se reventarían en una estruendosa caída.

Logró separarse mientras se deslizaban cuesta abajo lentamente y Atsushi siguió gritando tonterías.

—No me sueltes, ¡maldito traidor! —exclamó, con los ojos aún cerrados y sus brazos moviéndose de lado a lado buscando a su compañero.

—Abre los ojos, o te estrellarás.

Atsushi obedeció por instinto y, al hacerlo, ahogó un grito y se tambaleó y cayó sentado. Akutagawa se rio con maldad, pero era una risa al fin y al cabo.

Atsushi quedó en su lugar, como una tortuga que había quedado boca arriba sobre su caparazón, incapaz de levantarse, lo que solo incrementaba la jocosa risa.

—Ayúdame, o te acusaré con Dazai-san.

—No es como si él fuera a enfadarse verdaderamente.

—Entonces, te acusaré con Chuuya-san.

Aquello movió una tuerca en Akutagawa, porque eso sí tenía peso. Como él seguía deslizándose cuesta abajo lentamente, utilizó los bastones de esquí para clavarse en el lugar y, a sabiendas de que sería muy problemático caminar hacia allí con todo el equipamiento, se limitó a usar su habilidad para levantarle.

—¿Has traído a esa cosa contigo? —exclamó Atsushi mientras era levantado. Una vez que logró elevarse ligeramente, clavó los bastones a la nieve para respirar.

—Deberías agradecerlo —espetó, mirándole desde su lugar, un par de metros más abajo—. Yo no me habría movido hasta allí.

—Eso es verdad —sonrió de manera lastimosa.

—Bueno, vamos —propuso.

—¡Yo no me moveré de aquí! —exclamó, profundizando su agarre en los bastones.

—Estás estorbando el camino para las demás parejas que bajen de las sillas —alegó, fastidiándose detrás de las gafas.

—No es cierto, estamos a un costado —aseguró, sonriéndole en un intento de convencerle—. Ya han llegado como tres parejas más y han avanzado sin inconveniente alguno.

—Eres un fastidio —le escupió—. De acuerdo, como tú quieras. Yo me voy.

Dicho aquello, levantó sus bastones y se dejó desplazar hacia abajo, dejando de observar a Atsushi para enfocarse en su camino.

—Oye, ¡espera! No puedes estar hablando en serio —murmuró al verle bajar de a poco—. Ay, por qué.

Suspiró y, muy a pesar, levantó sus bastones para dejarse deslizar. Comenzó a sentir su cuerpo en movimiento y se asustó, mas debía alcanzar al traidor.

—Ya era hora —declaró Akutagawa al oír los esquís de Atsushi a su espalda. Empezó a ir más lento, de la manera en que pudiese; podía tener mejor equilibrio que su acompañante, pero seguía siendo su primera vez.

—Cállate, cállate —se quejó, llegando a su lado mientras usaba los bastones como remos en el agua.

—¿Estás listo, Jinko, llorón?

—¿Listo? ¿Para qué? —cuestionó, asustado. Akutagawa estaba increíblemente satisfecho al aprovecharse de él, y aquello le asustaba aún más.

—Para una carrera —respondió con una sonrisa sanguinaria en el rostro. Definitivamente, Atsushi le tenía que enseñar a sonreír sin jurar una matanza con cada sonrisa.

—¿Carrera?

—No me dirás que, incluso estando aquí, sigues con miedo, cobarde.

—De hecho, sí, moriré aquí —exclamó Atsushi—. Sin embargo, morir ganándote debe ser algo enriquecedor.

Aquello era lo único que Ryuunosuke necesitaba oír para largarse cuesta abajo a una nueva velocidad. Atsushi pegó un alarido y se deslizó como pudo para seguirle el ritmo.

Akutagawa había salido antes así que llevaba la delantera. Atsushi, rezagado, se tambaleaba de lado a lado, como un surfista que buscaba mantenerse sobre una gran ola. La diferencia era que no era una tabla, sino dos esquís; y no se trataba de una gran ola, sino de un campo de esquí para principiantes.

Seguramente, hasta Kyouka hubiera hecho un mejor trabajo.

Cuando Atsushi, por arte de magia divina, pareció abrazar la esperanza de aproximarse a su contrincante pese a su falta de equilibrio y sus reiteradas manoteadas al aire, rezando por no caer; Akutagawa se tambaleó al querer esquivar un hueco en la nieve y, cuando Atsushi iba a cantar victoria, utilizó a Rashōmon como si fuese un tercer bastón en su espalda para sostenerse.

—¡Traidor y tramposo! —exclamó Atsushi.

Akutagawa sonrió disimuladamente y siguió llevando la ventaja, haciendo oídos sordos. Al llegar a la meta, se volteó triunfante, solo para ver a su compañero desparramado en la nieve unos diez metros atrás, prendido de la parte inferior de sus bastones.

—Oye, Jinko, ya estamos en tierra firme, deja de dramatizar —se burló, parándose frente a él una vez que se quitó los esquís.

Empero, por vez primera se planteó que podía haber muerto. Elevó una ceja en desconcierto y se agachó, apoyando sus manos en sus rodillas. Y fue en ese momento que Atsushi levantó su cabeza de un tirón y, sonriendo en venganza, le estrelló una bola de nieve en todo el rostro.

—¡Por tramposo! —exclamó.

Akutagawa se irguió de golpe ante el impacto y le observó con cara de pocos amigos. Y Atsushi rio, rio con ganas, cerrando los ojos, sentado en la nieve y apretando su barriga. Seguía con los esquís puestos, sentado como un niño.

Y aquello, más que ser una incomodidad, era un placer. Porque ver reír a Atsushi se había convertido en uno de los pequeños placeres que podía obtener, y desconocía la razón. Era como una melodía capaz de acallar el silencio del vacío en su alma por muchas horas, muchísimas.

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Quiero comentar que ya empecé otro trabajo soukoku porque soy terrible #manija.

Se llama "La musa del escritor" y ya está subido el prólogo, para quién quiera pasarse a visitar(?) ❤️ xq intENSA

Perdón, pero... toda mi vida escribí desde el celular. Yo no tengo autocorrector ni predictivo, por lo que con mis dedotes, cada vez que escribo Akutagawa, tecleo "Alitagawa". Desde este capítulo no pude dejar de pensar en Akutagawa como una alita de pollo.

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