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10

Atsushi, al oír el plural en su mención, se volteó alarmado, solo para avistar a un Ryuunosuke detrás suyo quien le evadía la mirada.

Atsushi iba a comenzar a gritar y a negarse, mas Dazai le interrumpió.

—Vamos, vamos, hace frío —exclamó, mirándoles con una gran sonrisa.

—Dazai-san, ¿qué es esto? Yo...

—Tú, nada, Atsushi —alegó, negando con su mano. Se encontraba parado al lado de su puerta de copiloto, con la puerta abierta en su entereza y recostado sobre su lado del auto—. Tú te subes.

—Lo mismo va para ti, Akutagawa —aclaró Chuuya, moviendo su rostro hacia su subordinado, quien se encontraba más lejos, recostado contra una pared, apoltronado en su abrigo y con las manos en el bolsillo—. Te subes.

El mencionado obedeció sin rechistar. No había sido avisado sobre los planes, pero él no desobedecía órdenes. Además, su superior se había ganado su confianza cuando sucedió el problema, por lo que no dudaba de él y sus intenciones.

Atsushi, por su parte, permaneció dubitativo, indeciso entre su integridad y escaso orgullo, u obedecer las órdenes. Equilibrando el asunto, no existía una circunstancia peor que subirse a un auto con Dazai, Chuuya y Akutagawa a las seis de la mañana. A su vez, el mero plan de un viaje con ellos era igualmente inconcebible. A ello se le sumaba el factor de que todo lo planeado por su superior en esas últimas semanas no había traído más que resultados catastróficos, y acabando él como víctima por excelencia. Y sin embargo, nunca había salido de viaje y la curiosidad le carcomía.

La curiosidad mató al gato. En este caso, se aplicaba a la perfección.

Atsushi suspiró y, contrariado, echó una mirada hacia el carro para ver dónde se había sentado Akutagawa. Al verle sentado contra la ventana del lado opuesto al suyo, del lado de la acera, se resignó y abrió la puerta para subir. Una vez sentado, cerró la puerta con el cuidado necesario para que Chuuya no le regañase.

Su corazón latía a galope y sus manos, a pesar del frío, sudaban. Su expresión expelía miedo e indecisión, pintando sus ojos con aún más inseguridad. Lo único bueno de aquello fue que ya había dejado de sentir la ventisca del alba calarle los huesos.

Suspiró mientras sentía que el auto se desplazaba. Oía a Dazai bromear con Chuuya en los asientos delanteros, e incluso oía la profunda respiración de quien estaba a su lado. Sus dedos comenzaron a jugar los unos con los otros en un vaivén que llevaba el nombre de auténtico nerviosismo. Luego de pensarlo con su debida atención, carraspeó y se arrojó a probar suerte. Esa suerte que se había divorciado de él luego de pisotearle la cara y escupir en su miseria años atrás.

—Dazai-san, yo ni siquiera tengo ropa...

—No te preocupes, Atsushi —le sonrió, amigablemente, volteándose hacia los asientos de atrás—. Un rato antes de llegar aquí, pasamos por tu departamento y te armé un pequeño bolso.

—Pero, Dazai-san, si yo tengo mi llave aquí mismo —aseguró con cautela, palmeando el bolsillo de su pantalón negro.

—¿Desde cuándo eso me ha detenido? —le cuestionó, ampliando su sonrisa, mientras elevaba su mano donde deslizaba un pequeño alambre de lado a lado. Atsushi suspiró nuevamente y cerró los ojos antes de dejarse caer sobre el respaldo del asiento.

—¿Y Chuuya-san? ¿Qué no tienen trabajo allí? —preguntó, con precaución, recostado mas sin despegar su mirada del asiento del conductor. Nakahara le aterraba, ciertamente.

—Oh, no te preocupes por eso —objetó Dazai, riendo. Sus ojos resplandecían ante lo hilarante de la situación. Se podía decir que se veía alegre—. Chuuya ha vuelto de una misión muy larga, por lo que tiene varios días de descanso. Y Akutagawa es su subordinado, ya sabes, si Chuuya no le da mandatos, él no tiene tareas que realizar.

—¿Y cómo sabe usted acerca de las misiones de Chuuy...?

—Ya sabes que Chuuuuya y yo hemos sido compañeros —le interrumpió con rapidez y astucia—. Seguimos siendo amigos.

—Demasiado amigos, diría —murmuró Akutagawa, quien tenía su mirada clavada en la ventana de su lado, con su cuerpo apoyado contra la puerta.

Chuuya tosió con fuerza y le otorgó una mirada a través del retrovisor que, si bien no pudo ver, sí pudo sentir apuñalarle la espalda.

Atsushi le otorgó a su superior una mirada de incredulidad ante semejante circo que estaban montando para aquel viaje, todo tan fríamente calculado. Sus ojos se movieron por el interior del auto y, aprovechando que Dazai se había volteado hacia el frente para molestar a Chuuya, observó de reojo a Akutagawa, quien no se movía en absoluto.

El calorcito volvía a él en cuanto le observaba a su lado, tan cerca de él. Era una sensación de confort muy grata. No obstante, aquella magnífica sensación se hacía cenizas sobre su piel en cuanto era embargada por los recuerdos de la última vez que se vieron. Si se lo proponía, e incluso cuando no lo hacía, podía oír a la lejanía las palabras de Akutagawa resonar con insistencia. Podía rememorar el dolor de la desilusión que se había roto y cuyos trozos le habían apuñalado. Las comisuras de sus ojos se arrugaron y se deslizaron hacia abajo y sus labios les imitaron. Aún viendo la espalda de su acompañante a su lado, suspiró afligido y se alejó más de él, aprisionándose contra la puerta de su lado, procurando así la mayor distancia par evitar cualquier roce o mirada indeseada entre ellos. Porque Atsushi quería todo, menos incomodarle con su compañía.

Chuuya se percató de aquello y soltó la palanca de cambios y le golpeó el muslo a Dazai con ligereza para que atendiera ese asunto. Y claro que Dazai lo hizo.

—Niños, ¡juguemos un juego!

—No —fue la respuesta de los tres presentes, al unísono. Fuerte, claro e hiriente.

No obstante, habiendo visto y considerando que su mayor atributo era la insistencia y la tortura, no se dio por vencido.

Comenzó con la propuesta de un juego, luego con otro, luego con otro, y la lista seguía. Posteriormente, optó por la estrategia de hacer preguntas que resultaron ser más incómodas que bienvenidas; los resultados fueron contraproducentes, puesto que Atsushi comenzó a indagar acerca de su relación con Chuuya y Akutagawa paró la oreja. Dazai, como siempre, gambeteó las preguntas y se calló por un rato.

La violencia del silencio en aquel auto arremetió por un rato que parecía no ver el fin. Chuuya era, para sorpresa de Atsushi, un conductor positivamente prudente. Dazai, una vez que realizó su voto implícito de silencio, se echó a dormir porque era la única manera de que mantuviera la boca cerrada. Akutagawa no despegaba sus ojos de la carretera y Atsushi sentía que reventaría ante semejante situación. Tan solo habían pasado un par de horas mas él comenzaba a hartarse debido a lo incómodo de la situación y, de hecho, había descubierto que los viajes le mareaban.

Pasado un rato de aquella situación, Chuuya le echó un vistazo a Atsushi, solo para percatarse de que se veía pálido a simple vista y que parecía a punto de descompensarse.

—Oye, niño, que no se te ocurra vomitar en mi auto —le espetó, haciendo contacto visual con su objetivo a través del retrovisor, lanzando miradas esporádicas al camino vacío—. Pararé en dos kilómetros, así que aguanta. Si no lo haces, te mataré a ti y al imbécil de Dazai.

—¿Por qué a Dazai-san también? —preguntó en respuesta, echado sobre el asiento como si se estuviese fundiendo con el mismo. El agotamiento y malestar se traslucían en su voz.

—Porque sí.

Como prometió, hicieron una parada en una estación cercana, vacía, pequeña y sucia. Chuuya prefería morir antes que cargarle nafta a su carísimo auto allí.

Atsushi se arrojó sobre su puerta con las últimas fuerzas que le quedaban a su enclenque cuerpo y la abrió, casi dejándose caer hacia afuera. Con movimientos lánguidos se puso de pie y se arrastró hacia una zona alejada donde pudiese respirar mejor. Chuuya permaneció en su lugar, negado incluso de bajar a orinar en aquel lugar mugroso.

Akutagawa, por su parte, se había interesado en el estado de su acompañante, sin embargo, no demostró ni un ápice de ello hasta que le vio bajarse. Una vez que Atsushi se dio a la fuga, se atrevió a voltear su mirada hacia él, hacia su espalda, solo para verle arrastrándose como una babosa. Suspiró y supuso que estaría bien.

—Akutagawa —le llamó Nakahara, con el auto completamente estacionado y volteándose hacia él—. Ve a comprar algo, a mear o al menos a tomar aire.

—Pero no quiero.

—No te lo he preguntado —le aclaró, posicionando su brazo en el hombro del asiento—. Y si no quieres, al menos ve a ver cómo está tu amiguito, el tigre.

Akutagawa, fastidiado ante el comentario y el diminutivo, le otorgó una mirada que reflejaba su sentir, una que rozaba con la irreverencia hacia su superior, y se bajó y, sabiendo que Chuuya quería privacidad con Dazai, cosa de la cuál desconocía la razón, solo se dedicó a dar vueltas en círculos en las proximidades del auto. Prefería arrancarse las uñas con una pinza antes que acercarse a Atsushi, y peor aún, demostrarle su ligera preocupación por si estado.

Una vez que Akutagawa se alejó lo suficiente, Chuuya suspiró y se enderezó en su asiento, echándose sobre él. Giró únicamente su cabeza en un movimiento cansino hacia el asiento del copiloto. Vio a su pareja descansar plácidamente y no supo decidir entre propinarle una cachetada o acariciarle el rostro agraciado. No obstante, igual acercó su mano hacia él.

Sin embargo, sorprendido y a la vez habiéndolo previsto, sintió su mano ser tomada por Dazai en cuanto rozó si rostro.

—Me alegra que hayas optado por la caricia y no por la bofetada —liberó en un sonido sedoso y apacible, recostado sobre su asiento, al cual había reclinado sutilmente, con su cabeza y su cuerpo acomodado hacia el lado del conductor. Tenía su mano tomando la ajena y acomodándola sobre su propia mejilla, sonriéndole con complicidad y con una oscura mirada que se perdía en los labios de quien era la única persona capaz de presenciar aquello, la única a la cuál iba dedicado aquel espectáculo.

—En verdad, al tomarme la mano has decidido tú —le comentó, sonriéndole al sorprenderse a sí mismo enamorándose una vez más, como si fuese siquiera posible. Aquellos gestos eran los que hacían que cada distancia se acortara, que cada día valiese la espera, que cada beso valiese la locura, y que cada locura valiese la pena.

—Pues sí —susurró, ampliando su sonrisa y entrecerrando sus ojos somnolientos—. El silencio está muy divertido, ¿no lo crees?

—¿Lo notaste? Creí que dormías como un tronco, maldito infeliz —le espetó, aún sosteniendo su mano allí, en ese cálido lugar.

—Me desperté en cuanto escuché voces; casualmente, tú amenazando a Atsushi —explicó, acomodándose en su asiento y apretando la mano de su pareja, despegándola de su mejilla para moverla hacia sus propios labios, depositando un beso en ella antes de dejarla ir—. Sin embargo, no preciso de un gran esfuerzo para notar la tensión, y no sexual exactamente.

—Pues, no —le dio la razón, aún sintiéndose flotar por los pequeños besos de Dazai—. No veo que esto vaya a funcionar. Si ni siquiera se otorgan una miserable mirada ni intercambian palabras. ¡Ni para preguntarse la hora!

—Ya tienes que empezar con tus tonterías, Chuuuuuya —exclamó mientras bostezaba—. Confía en mí, todo está calculado y yendo sobre ruedas.

—Si no lo hiciera, ni siquiera estaría aquí —le aseguró, observándole con detenimiento. Sus palabras eran una verdad absoluta, y ambos lo sabían.

—Ni estarías conmigo —convino Dazai.

—Eso sigue siendo un error —alegó, suspirando. Oyó a Dazai reír y sus labios se curvaron en una sonrisa. No había día que no se arrepintiera de su decisión de estar a su lado, y simultáneamente no había momento en el que no le extrañara.

—Chuuya, dame un beso.

—¿Qué? —cuestionó con un sobresalto y una exclamación escandalosa—. ¿Has perdido la cabeza? Ellos están cerca, y estamos rodeados de ventanas.

—Vamos, Chuuuuya —imploró en un capricho, acercándose hacia él—. Dales un poco de crédito. ¿De verdad crees que con toda esta situación y con las preguntas de Atsushi no se han dado cuenta de que dormimos juntos?

—Tengo la certeza de que Akutagawa ni siquiera debe pensar que tú tienes pene —le comentó—. No debe ni pensar que tienes sexo.

—Y menos aún pensará que es con su superior —razonó Dazai, pensativo, como si estuviese manteniendo una charla sobre un tema de suma importancis—. En fin, ya tiene unos tantos años, no le maleficiará saber la verdad —fue su conclusión. Una vez mencionada se arrojó nuevamente sobre su pareja para acortar distancias.

Chuuya, preparado para aquello, plantó su mano en su frente, deteniéndole de golpe.

—A tu asiento, bastardo, guarda el pajarito en la jaula por un rato —le escupió agravando su voz, sintiéndose un lanzallamas andante.

—Realmente, pareces un jalapeño ahora mismo.

Chuuya iba a protestar cuando oyó que una de las puertas se abría de golpe. Se volteó para ver a Atsushi, quien le miraba curioso ante la escena que estaban montando frente a él: Chuuya, en su asiento y sus manos en la frente de Dazai, quien estaba levemente arrodillado sobre su propio asiento y abalanzándose sobre el otro.

Nakahara terminó por impulsar a Dazai hacia su asiento de un solo empujón en la frente.

—Veo que te sientes mejor —carraspeó, observándole como si sus ojos fuesen a saltar de sus cuencas y reprimiendo sus lamentos de no haber podido abofetear a Dazai en cuanto tuvo oportunidad.

—Pues sí —aseguró, sonriendo tímidamente. El color había vuelto a su rostro y le había devuelto esa pequeña vitalidad que era la causante de las chispas en la sonrisa de Atsushi.

Chuuya no pudo evitar pensar que, tal vez, era aquella sonrisa purificadora lo que estaba provocando que Akutgawa se comportara de manera tan arisca y exaltada, como un demonio al que le echaron agua bendita.

Unos minutos después, cuando estaban listos para reanudar la travesía, retornó Akutagawa. Se subió, le otorgó una mirada veloz a Nakajima y, sin emitir sonido alguno, encaró hacia su ventana nuevamente. Y aun así, a pesar de lo fugaz que fue, pudo ver a Atsushi recuperado y con aquella aura de ternura renovada. Sintió su abdomen dar un brinco y su corazón regocijarse. Se asqueó y dedicó su atención a la ventana, viendo el panorama teñirse de un blanco cada vez más acaparador.

Como Dazai había despertado, los comentarios jocosos y las tonterías también lo habían hecho. El segundo tramo del viaje, por ende, fue aún más agotador que el primero. Dazai hacía chistes que, luego de media hora, ya nadie escuchaba. Cuando ya faltaba una hora para arribar, dio inicio a un sinfín de tandas de preguntas para Chuuya.

—¿Cuándo llegaremos?

Y así, quizás cientos de veces. Incluso Akutagawa, quien adoraba a Dazai, sentía unas irrefrenables ganas de arrojarse por la ventanilla, solo para no escuchar más aquellas sandeces. Atsushi ya estaba acostumbrado, solo se dejaba llevar.

Por iluminación divina, consiguieron llegar al lugar donde se quedarían y no hubo persona capaz de quejarse de, por fin, darle un cierre a aquel viaje.

Si hacía frío al momento de subirse, para cuando llegaron a ese pueblo, el frío era intolerable. El viento golpeaba con gentileza las ventanillas del auto y el bello panorama tenía a Atsushi conmovido, atado al mismo. En cuanto estacionaron, pudo percatarse de que se hospedarían en una gran y elegante cabaña y supo, instintivamente, que todo aquello lo había pagado Chuuya.

Llegaron y, bajándose inmediatamente, sintieron el verdadero frío. Los tres se arrojaron, incluso en contra de su voluntad, sobre Chuuya, quien llevaba las llaves y era quien más se había abrigado para aquella situación. Unidos como un grupo de pingüinos, caminaron hasta la puerta, sintiendo la nieve bajo sus pies y el viento que, una vez fuera del auto, ya no era tan gentil.

Una vez que subieron los escalones de esa bellísima cabaña, hecha entera de madera, frente a la puerta, Nakahara empujó a los tres, consiguiendo espacio para abrir la puerta. Una vez logrado, se agolparon contra él, haciéndole a un lado para pasar. Este los maldijo en una voz no muy baja y entró.

Atsushi se encontraba maravillado. Era un ambiente enriquecedor con muebles de primera clase. Frente a ellos se desplegaba una vasta sala de estar, con varios sillones frente a una chimenea con bordes tallados y barnizados que, por supuesto, reposaba impoluta, preparada para ser encendida. El suelo era alfombrado; sin embargo, con cada paso se oía el suave crujir de las maderas bajo sus pies. Por lo demás, las paredes eran de una madera oscura que desprendía un olor magnífico, imponente y hogareño, y que le otorgaba al espacio un aura acogedora, de bienvenida y familiar. En un rincón de aquella sala se abría paso una gran escalera de anchos escalones que guiaba hacia un pasillo que era visible desde la entrada.

Todo aquello parecía sacado de una película, de esas que solía ver con Kyouka cada tanto; y sin embargo, era sacado del bolsillo de Chuuya.

—Muy bien —anunció Dazai—. Tenemos una semana aquí, por si no lo mencioné antes. Amíguense, porque el frío nocturno será desolador.

—Dazai-san... —se lamentó Atsushi, bajando su mirada y sobrecogiéndose—. Kunikida-san nos matará.

—Entonces, haz de esta la mejor semana de tu vida —arremetió el mencionado, guiñándole un ojo y aproximando su cuerpo ligeramente al de Chuuya—. Si sabes a qué me refiero.

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Siento que estoy metiendo más relleno que Naruto, pero es lo único que he llegado a escribir en mi recreíto, y siento que cada detalle contribuye a retratar lo que quiero retratar(?). Yo me mido por cantidad de palabras; en cuanto veo que he llegado a las 3000 palabras, aproximadamente, le doy un pequeño cierre.

Espero que esto sirva durante estas semanas, hasta que logre liberarme de la uni del diablo.

Les mando mi amor❤️

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