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—Atsushi, tenemos cosas que hacer.

—¿De qué habla, Dazai-san? —preguntó el aludido, sintiendo una repentina oleada de inseguridad. Todos los planes de su superior salían mal cuando lo involucraban a él cuando se aburría—. Kunikida-san nos regañará, hoy hay mucho papeleo, ya sabe.

—Incluso aunque permaneciéramos aquí nos regañaría —comentó, haciendo un ademán de desinterés—. ¡Vamos, Atsushi!

—Eso es porque usted nunca hace nada —se lamentó. Sin embargo, se levantó de su asiento, desganado, y lo siguió.


(...)

—¿Eso es todo lo que has recolectado? —le espetó su pareja, sentado a su lado en la cama.

Chuuya y Dazai mantenían una relación amorosa hacía muchos años, mas los encuentros debían ser furtivos y no todas las noches podían pasarlas juntos. Osamu trabajaba durante el día; Nakahara, por la tarde y la noche. Y aún así, a pesar del secreto, tanto Mori como Fukuzawa estaban al tanto de ello.

—¿Qué más esperas de un huérfano cuyo único delito era cocinar Chazuke a escondidas? —cuestionó Dazai—. Atsushi es como un gato doméstico que acaba de conocer la calle. Puede tener dieciocho años, pero nunca ha vivido ni la mitad de cosas que debió haber vivido.

—Ya entendí, no intentes que me compadezca por ese niño —murmuró rodando los ojos y recostándose en el respaldo de la cama—. Mi única preocupación es Akutagawa.

—Eso es favoritismo, Chuuya.

—¿Y tú no lo tienes? —le reclamó—. Ya deja eso y prosigue con tu endemoniado plan.

—Muy bien —sonrió con astucia, mirando al otro—. Le gusta el chazuke, por lo tanto...

—Ni creas que Akutagawa comerá chazuke —dictó, negando con la cabeza.

—¡Lo hará si se lo pedimos!

—Tal vez tenga una debilidad por ti, pero sigue siendo una persona con la suficiente voluntad para negarse a hacer algo que no le gustará —explicó con un suspiro de cansancio—. Él es muy sofisticado para comer algo así.

—¿De verdad crees que tiene voluntad para negarse si se lo pido yo?

—Bueno, no —murmuró con desilusión, masajeándose la frente.

—Ya lo ves —dijo triunfal, juntando sus manos cual niño emocionado—. Tú le dirás a Akutagawa que vaya al restaurante que queda cerca del río, y le dirás que almorzará contigo y conmigo —explicó, acentuando las últimas palabras—. ¡Y que no debe ser impuntual ni puede irse!

—Tú eres asombroso en impuntualidad, eres un descarado —aseguró Chuuya—. En cuanto se encuentre con el hombre tigre se irá, o peor aún, se pelearán.

—¡Claro que no! —exclamó—. A eso me refiero con que no puede irse. Si tanto tú como él saben que soy impuntual, entonces me esperará. Él no querría decepcionarme.

—Eres tan manipulador que me repugnas —observó Nakahara, torciendo su rostro en una mueca de molestia, entrecerrando sus ojos y entrecruzando sus brazos.

—Solo para buenas causas, Chuuuuuya —alegó, riéndose—. Además, más allá de ser una buena causa es una negociación.

—Ya veo —murmuró, bostezando—, no has cambiado nada.

—No creo que fueras a seguir enamorado de mí si yo cambiara —afirmó con burla—. Soy un hombre despreciable, pero así y peor te he conquistado.

—Ya quisieras, bastardo —musitó Chuuya con una leve sonrisa altiva. Dazai se sintió atraído una vez más y comenzó a acercarse a su pareja—. ¡El plan, maldito Dazai, el plan!

Dazai se sorprendió y se carcajeó.

—Ya, es solo eso. Lo citas allí para el mediodía y le dices que lo encontramos en el sitio —comentó con desinterés—. Yo haré lo mismo con mi niño, y tú y yo nos encontraremos afuera para presenciar todo.

—Diablos, ¿qué crees, que me sobra el tiempo? —le reclamó—. Soy un ejecutivo, no tengo tiempo para niñerías tuyas. Ya es demasiado de mi parte ayudarte con ello.

—Entonces, ¿no quieres verlo? —preguntó travieso. Sonrió de lado a lado—. Luego yo no te lo contaré.

—¡Si serás bastardo! —rabió, apretando sus puños sin guantes—. Claro que iré.

—Así de fácil me gustas, Chuuuya.

La reunión acabó repentinamente con un Dazai arrojado de la cama por una patada.

--------•----------

—Chuuya, ¿dónde estás?

—Estoy en camino, bastardo, ¡aun faltan diez minutos! —exclamó con fastidio contra el teléfono—. Pareces un colegial, ya cálmate.

—Faltan diez minutos, fácilmente podrías cruzarte a Akutagawa —contestó, a dos cuadras del restaurante, oculto entre unos arbustos. Susurraba como si se tratase de un asunto sumamente confidencial—. Si él te ve, ¡se arruina el plan!

—Ya lo sé, idiota —espetó, chocando sus dientes—. De cualquier manera, es tu culpa. Tardé porque tuve que limpiar el desorden que dejaste en mi departamento esta mañana cuando intentaste cocinar un desayuno.

—Lo anotaré en mi lista de reclamos, cariño, no te preocupes —respondió.

—Si serás...

—Ya, cuando llegues dirígete por la calle que pasa por un bar, te veré allí —Chuuya iba a replicar, mas se vio cortado. Maldijo y apuró el paso, sosteniendo su sombrero.

Cruzó las calles y siguió las indicaciones de su pareja. Al pasar por el bar que se encontraba a dos cuadras del dichoso restaurante, sintió cómo unas manos salieron del follaje que se encontraba a un costado y lo arrastraron hacia dentro de los arbustos.

Al ver a Dazai, se cabreó. Este se encontraba en cuclillas, y en el movimiento brusco hizo que Nakahara cayera sentado en la tierra.

—¡Qué demonios te pasa! —le cuestionó, mas esas mismas manos que lo tomaron en un inicio, se dirigieron hacia su boca para callarlo y evitar que sus gritos llegaran al resto de Yokohama. Lo empujó, se acuclilló también, se acomodó y le susurró con violencia—. Mi ropa, maldito bastardo. Te mataré y te haré pagarme un traje nuevo con ese miserable salario tuyo.

Dazai lo escrutó de pies a cabeza, como si se hubiese olvidado de la misión que los reunía aquel día. No podía recordar la última vez que había hecho ese tipo de cosas con Chuuya; desde que había abandonado la mafia no había tenido posibilidad alguna de realizar alguna jugarreta con él, como en los viejos tiempos cuando vivían compitiendo el uno con el otro, fastidiándose y jugándose bromas pesadas, haciendo apuestas ridículas y tonteando. Porque Doble Negro no se trataba solo de mancharse las manos con sangre, sino también de un compañerismo que tuvieron que incubar y fortalecer, aprendiendo a cuidarse las espaldas incluso aunque ninguno confiase en el otro. No existía trabajo tan impecable como el que llevaba a cabo ese dúo, tan poderoso como imponente.

Suspiró ante la tormenta de sentimientos y le otorgó una última mirada, de esas cargadas de un amor más puro que Dazai mismo, de esas que conseguían estremecer a Chuuya y recordarle cómo se había enamorado de ese diablo con los ojos oscuros, tan oscuros como el café que tanto le gustaba.

—¿Te has porfiado en traerme hasta aquí, solo para mirarme de esa forma? —se burló, enmascarando esas emociones que lo abastecían al sentir el amor que Dazai le profesaba solo con mirarle—. Hoy estás, en verdad, hecho todo un colegial.

—Mira quién habla, estás más cohibido que la primera vez que te besé —se burló, sintiendo cosquilleos en sus labios de tan solo recordarlo.

—Cállate —le escupió Chuuya, apenado—. ¿Iremos al restaurante o no?

—¡Claro que sí! —respondió, exaltándose de repente y alzando los brazos—. ¿Estás listo?

—Siempre, bastardo.

Dazai se arrimó con sutileza hacia fuera del arbusto, mirando con cautela entre las hojas. Al ver que ninguna de sus víctimas se encontraba en la zona, le palmeó la pierna a su pareja y salió, seguido por el otro, quien se sacudió la ropa con molestia.

Se dedicaron a caminar con atención en su ambiente. Cruzaron la primera cuadra de las dos hasta el restaurante y  decidieron cruzarse a la vereda que iba en frente del mismo. Se arremolinaron con agilidad detrás de unos carteles y sacaron sus cabezas a un costado del mismo; Dazai aprovechó y apoyó su mentón en la cabeza de su pareja, quien solo le dio un codazo. Iba a replicar que saliera de encima suyo, mas la voz de Dazai lo alarmó.

—¡Mira! Allí está Atsushi.

—¿Y Akutagawa? —le preguntó, puesto que solo veía a subordinado de Dazai llegar con paso vacilante, mirando hacia los lados como si buscase a su superior—. ¿Te habrá plantado?

—Si me plantó a mí, significa que también te plantó a ti —se burló, liberando una risilla.

—¡No se atrevería! —se fastidió.

—Espera a que Atsushi entre, luego revisaremos el panorama —explicó, reordenando sus planes en la cabeza—. Akutagawa es muy puntual, tal vez ya esté adentro.

—Es una posibilidad —razonó Chuuya, con la cabeza aún siendo aplastada por su pareja—. No  obstante, ¿y si no se encuentran?

—Oh, te aseguro que lo harán —rio con malicia.

Se cercioraron de que Nakajima ingresó al local y se separaron, uno yendo para cada lado de la manzana, buscando al ausente con la mirada. Al no tener éxito se reunieron en la acera frente al restaurante y se miraron.

—Son las doce, pasadas diez minutos —mencionó Chuuya, fijándose en su teléfono—. Ya debe estar dentro, vayamos.

Dazai no vio ninguna falla en su lógica, por lo que lo siguió con determinación. Cruzaron la calle y se pararon en la puerta del restaurante, fisgoneando por los ventanales si lograban ver algo.

—¡Allá están! —exclamó Osamu, codeándo a su pareja, apuntando hacia el fondo del establecimiento. Chuuya no lograba ver desde su lugar, puesto que había carteles que hacían que solo alguien de la altura de Dazai pudiese ver.

Se fastidió y ordenó:

—Ya me harté, entraré con o sin ti —le ladró, entrechocando los dientes, atravesando la puerta del local con violencia. Dazai se rio y sostuvo la puerta que su pareja dejó ir, antes de que se cerrara en su cara.

Una vez dentro, se percataron de que era bastante grande y había mucha gente. Podían buscar una mesa cercana a ellos, discreta, y pasar desapercibidos. Dazai sonrió, mirando hacia una mesa en particular, que estaba a tan solo unos metros de las de la futura pareja. Tomó la mano de Chuuya y lo arrastró hasta aquellos asientos. Eran perfectos para su cometido, siendo de esos asientos parecidos a sillones, que se encontraban enfrentados y con los laterales pegados a la pared. Tenían el respaldo alto y estaban unidas a los asientos contiguos, espalda contra espalda; lo suficientemente altos como para cubrirles y permitirles ver. Chuuya se sentó dándole la espalda a la mesa objetivo, y Dazai, enfrentado a él, la veía directamente. 

Se miraron con suficiencia, se sonrieron con complicidad y tomaron las cartas del menú para taparse los rostros.


—¡No! ¿Qué haces tú aquí? —le respondió Atsushi, parado aún junto al asiento que le correspondía, cruzándose de brazos frente al que sería su acompañante.

—¡Yo he preguntado primero! —le respondió, gruñendo.

—¡No es así!

—¡Sí es así!

A unos metros de distancia, Chuuya se golpeó el rostro con la carta.

—Te dije que no funcionaría —le susurró a su pareja, acercándose al centro de la mesa.

—Así éramos nosotros —le susurró con gracia, acercándose también—. Y mira, dime ahora quién es el hombre que se acuesta contigo, cariño.

—No lo sé, recuérdame de cuál de todos me hablas —alegó, elevando una ceja y sonriendo triunfante. Dazai le sonrió divertido, reconociendo su derrota.

—Sabes, ahora entiendo a Mori —le indicó, mirando hacia la mesa de sus subordinados—. Esto es verdaderamente entretenido de ver.

Atsushi, aún parado, miró con molestia al muchacho sentado frente a él.

—Bueno, si Dazai-san y Chuuya-san quedaron contigo y quedaron conmigo, solo queda una explicación —razonó, decidiendo sus siguientes movimientos. Abrió los ojos con sorpresa—. ¿Dazai-san quiere que comamos los cuatro juntos, y no me dijo que tú estarías aquí para que no faltara?

Chuuya, desde su lejanía, rio y murmuró:

—Qué tonto es. Subordinado tuyo debía de ser.

—Mira que el tuyo no está muy lejos.

Akutagawa, con la indignación tatuada en su frente, miró con fastidio a Atsushi.

—¡Así debe ser! Yo tampoco hubiese venido —aclaró, cerrando sus ojos cual niño caprichoso, girando su rostro.

Atsushi suspiró.

—Bueno, supongo que no me queda otra opción que quedarme —murmuró con resignación, sentándose lentamente en la silla frente a su enemigo.

—No es necesario —le escupió— Yo puedo almorzar solo con Dazai-san.

—¡Para eso te hace falta ser su subordinado favorito, sabes!

—¡Cómo te atreves, retráctate! —exclamó, golpeando la mesa con su puño.

Atsushi iba a responder, mas solo pudo chocar los dientes con molestia al verse interrumpido por la mesera que venía a tomar la órdenes. Cambió su semblante y sonrió con amabilidad.

—Estamos esperando a alguien, lo lamento —murmuró apenado, sonriendo con sus ojos cerrados, expeliendo su dulzura e inocencia. Akutagawa simuló arcadas—. Por favor, denos un poco de tiempo.

La dama asintió y se retiró.

—¿Por qué tienes que ser tan amable? —le espetó, cruzándose de brazos—. Eres repugnante.

Atsushi solo lo miró con molestia y entrecerró los ojos. Akutagawa se sintió desafiado e hizo lo mismo. Rabiaron y se voltearon, mirando cada uno a rincones opuestos del sitio, sin dirigirse ni el habla ni las miradas. 

El tiempo pasó. Veinte minutos. Treinta minutos. Cuarenta y cinco minutos. Chuuya y Dazai ya se aburrían; incluso ya habían hecho su pedido. Fue entonces cuando Atsushi dejó caer su cabeza sobre la mesa, golpeándose y haciendo saltar lo que había en la mesa. Akutagawa se sobresaltó y le otorgó una mirada inquisitiva, aún con el ceño fruncido.

—Tengo... —dijo Nakajima con la voz débil—. ¡Mucha hambre!

Ryuunosuke cerró los ojos y negó con un gesto desaprobatorio. 

—Debemos esperar a Dazai-san —decretó.

—No puedes hablar en serio —lloriqueó, achicando los ojos en súplica—. Dazai-san puede ser sumamente impuntual, pero Chuuya-san parece un hombre decente. Es claro que no vendrán.

Su acompañante no podía negar que el muchacho hambriento tenía razón. Dazai podía ser impuntual, mas Chuuya no. La situación por sí sola era más que sospechosa y la ausencia de ambos superiores solo lo confirmaba.

—Haz lo que quieras —declaró, aún sin mirarlo. Solo oyó un alarido de alegría de su acompañante, quien comenzó a patalear con júbilo, levantando la mano para llamar a la mesera con frenesí.

La mujer se aproximó a ellos y Atsushi recitó su pedido de memoria, su plato favorito. Cuando esta observó expectante a Akutagawa, este iba a negarse rotundamente, mas los gestos de insistencia del joven lo llevaron a aceptar que él también tenía hambre y que les tocaba comer solos. Además, su superior le había hecho jurarle que se quedaría ahí hasta el final. 

Resopló y tomó el menú entre sus manos; lo hojeó con desinterés y velocidad y terminó por dictaminar que nada le parecía apetitoso, así que, de malas maneras, pidió el mismo plato que Atsushi, quien se sorprendió y dio paso a la emoción dentro de sí.

Chuuya y Dazai, desde sus asientos, dieron un respingo victorioso y chocaron los puños.

Una vez hecha la orden, la dama les llevó una pequeña cesta de pan y bebidas, ante las cuales ambos arremetieron una vez que quedaron solos. El problema nació cuando tomaron la misma hogaza de pan y sus manos se rozaron. Atsushi lo miró estático y Akutagawa sintió un cosquilleo ante el contacto con otra piel. Se miraron en silencio aún sosteniendo el trozo con duda. Dazai y Chuuya se encontraban más que conmocionados, mirando aquello con los ojos abiertos de par en par, atentos a cualquier movimiento, tomados de las manos como quien está observando el momento decisivo do de un partido. Sin embargo...

—Suelta eso, Jinko, ¡toma otro! —farfulló, quemándole con la mirada que salía de sus ojos grises.

—Ni sueñes, tengo hambre, ¡y yo lo agarré primero!

—¡No es así!

—¡Claro que sí! —respondió, enfurruñado.

Y ahí los hombres de Doble Negro se golpearon las frentes con decepción.

Al final, de tanto tironear el pan, consiguieron mitad y mitad a regañadientes. 

Cuando la canasta quedó vacía, llegó la comida. Los platos fueron posicionados con cuidado frente a cada uno y las reacciones disintieron en su totalidad; Atsushi estalló en dicha, tomando los palillos como si se tratase del mayor placer de los dioses; Akutagawa torció su rostro en una mueca de disgusto.

Atsushi dijo las palabras que tanto ansiaba, y se echó a comer con ganas. El otro se limitó a observar con los brazos cruzados. 

El semblante de su acompañante había cambiado, y Ryuunosuke se dedicó a estudiarlo. Su mirada brillaba, su sonrisa era amplia entre bocado y bocado, sus gestos eran de auténtica plenitud y regocijo; y no pudo evitar preguntarse cómo ese muchacho tan desafortunado como lo eran ambos, podía mostrarse tan feliz con cosas tan sencillas como comer un platillo que le gustaba. Porque la afabilidad y blandura del joven eran intrínsecas de él; a diferencia suya, la bondad en él era impoluta y desinteresada, y no entendía por qué; por qué alguien que había sufrido tanto era tan benevolente con el mundo que lo había maltratado. No fue capaz de comprender ni mucho menos compartir aquel pensamiento, por lo que, muy dentro de sí, sintió esa envidia que lo invadía al estar cerca de Atsushi, y sintió que esta, de alguna manera, había dejado de ser tan dañina. Tal vez había una minúscula parte entre todo aquel odio, una pequeña parte que podía llegar a  alumbrar una incipiente admiración. 

El sentimiento de ardor en su estómago ante el hambre le hizo despejar sus ideas, por lo que miró el plato de chazuke y, con una mueca que indicaba que ese platillo era su nuevo enemigo, probó bocado. Sin darse cuenta, su compañía ya iba por el segundo plato. Suspiró y, con toda certeza, anunció:

—Esto es un asco. Tus gustos son pésimos, Jinko.

Atsushi le obsequió una mirada desdeñosa, la cual se borró en segundos al darse cuenta de algo.

—Oye, si no lo quieres, me lo puedo comer yo.

La cara de Akutagawa se expandió de la sorpresa.

—¿Cuántos platos de esta baratija eres capaz de comer? —le cuestionó con severidad, apuntando con los palillos hacia su tazón. Sus ojos desbordaban de incredulidad.

—La respuesta te sorprendería —respondió con una amplia y luminosa sonrisa. Esa alegría seguía ahí, imperiosa y cegadora. Akutagawa se sintió incómodo.

Luego de un par de platos más, Atsushi se recostaba, sonriente, en su asiento acariciando su barriga. El otro muchacho había logrado comer la mitad del tazón o tal vez menos; el resto, acabó por arrebatárselo Nakajima. Akutagawa sentía que aquella sonrisa era capaz de destruir aquel establecimiento solo con su resplandor y candidez, y aquello le atemorizaba seriamente. Tosió y se paró con elegancia, mirando hacia abajo a su acompañante, quien lo miraba con un pequeño asombro.

—Ha sido suficiente —comentó, tomando dinero de su saco y dejándolo sobre la mesa. No fue hasta ese momento en que Atsushi notó que no vestía con sus ropas extrañas; al contrario, iba ataviado con vestimentas sobrias y casuales, las cuales lucía muy bien.

Sin mediar más palabras, se encaminó hacia la puerta. En ese preciso instante, Dazai y Chuuya saltaron hacia el centro de la mesa de manera automática y Osamu tomó un periódico que había llevado en su gabardina en caso de que sucediera una situación así, y lo desplegó tapando así a su pareja y a él. Akutagawa pasó de largo sin notarlos, y permanecieron allí hasta percibir la partida del joven restante, un par de minutos luego.

—Bueno, ha salido mejor de lo esperado —afirmó Chuuya, volviendo a tomar una postura erguida en su asiento. 

—Por supuesto que sí —aseguró Dazai, tomando la mano ajena. Le sonrió  con toda su carisma y le dijo—. En esta relación eres tú quien gana más, y yo ya te debo un traje nuevo. Tú invitas.

Dicho aquello, salió disparado del restaurante.

Chuuya salió echando humos luego de pagar aquella comida que no estaba en sus planes, seguro de que su amante ya estaría en su oficina. Sin embargo, lo encontró esperándolo al lado de la entrada, en la acera, mirando los autos pasar.

—Bastardo, la próxima vez que hagas eso, estarás todo un mes... —comenzó a quejarse, mas se calló al percatarse de que no estaba siendo escuchado.

Dazai se volteó a mirarlo con satisfacción.

—Pasamos el primer nivel.

—Así es —sonrió Chuuya, contagiándose de esa gratificante satisfacción.

—Te llamaré esta noche para comunicarte el segundo plan —le avisó, aún con esa sonrisa ganadora. Chuuya solo asintió, cabizbajo; no importaba cuántos años pasasen, nunca lograba acostumbrarse a despedirse de Dazai y saber que no lo vería hasta quizás una semana o más.

Caminaron juntos hasta la esquina, donde se miraron una vez más. El mar de los ojos de Chuuya acariciando la oscuridad en la mirada ajena. Aunque no podían despedirse con un beso, se habían despedido con aquella mirada que expresaba más y era más íntima.

Ambos emprendieron sus respectivos caminos, aquellos que, por más que desearan, jamás volverían a cruzarse.


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