Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4

Ella era enigmática para Caleb porque su ropa estaba cubierta de tintes sospechosos, el maquillaje y la vestimenta evocaban un encuentro sexual y el sitio donde la encontró era un bar caché popular del área. 

Ella podría ser un efecto colateral, pero él no estaba completamente seguro, la había encontrado entre dos cadáveres y las armas.

«Pero todavía no la conozco, no nos hemos sincerado», reflexionó mientras conducía. 

Él estuvo en la escena del crimen, observó a Tabatha allí, y todo apuntaba hacia ella... ¿A qué debía creer, la apelación de la pelirrosa o las pruebas?

Su mente estaba en una encrucijada, aunque él creía que su compañera de trabajo era una tercera víctima. Es más, su cuerpo estaba cada vez más tenso conforme conducía, y era notorio que la presencia de la pelirrosa lo intimidaba.

—Necesitamos armarte una coartada perfecta —comentó Caleb, parqueando su auto frente a su lujosa casa—. ¿Qué es lo último que recuerdas de ayer?

—Un enorme cansancio porque no he estado durmiendo bien desde que empecé a revisar Patitos Marrones, el cual alivié un poco al tirarme como tabla a mi cama al llegar a casa —confesó Tabatha.

—¿Qué más? ¿Qué hiciste después? ¿Hablaste o estuviste con alguien? —la cuestionó su nuevo amigo, pero ella permaneció en silencio—. Vamos, Myers. Quiero ayudarte...

—No me llames así, mi nombre es Tabatha —rezongó ella—. Suponía que ya nos teníamos confianza suficiente como para usar nuestros nombres.

Caleb se quitó el cinturón de seguridad para mirar directamente a Tabatha, intentando no dirigirle una mirada incriminatoria. Mientras tanto, ella sentía cómo sus mejillas se enrojecían ante la presión.

Tabatha se desabrochó, abrazándose a sí misma porque el desconsuelo era mayor a la protección de Caleb. 

Ella se sentía mal con su persona, dentro del inmenso mar que era su mente, no había un pescado llamado recuerdo de ayer.

—Me gustaría darme una ducha —acató ella, abandonando el automóvil azul rey.

Caleb se posó junto a ella, procurando no acercarse tanto como para contraer su hedor porque odiaba la pestilencia. Sin embargo, el remordimiento lo arrullaba, era como un grito en eco, indicándole que apretujara a la pelirrosa.

Apenas encontró las llaves de su casa, abrió la puerta, cediendo el paso a su invitada. 

Él cerró cuando se impactó con la descontrolada respiración de Tabatha, ya que indicaba que ella estaba desesperada.

—Quédate aquí —dijo él, aventurándose hasta su habitación para buscar ropa cómoda y adecuada para ella—. ¡Mierda! ¡Debí robarle calzones a mi exnovia!

Tabatha ignoró el comentario de Caleb y se paseó a lo largo de la espaciosa sala, un cuarto con tres blancos y presentables sillones idóneos para echarse una siesta, una pantalla plana pegada a la pared, una mesa de centro hecha de madera y un estante con libros.

Ella no quería sentarse ni el piso porque implicaba manchar la bellísima alfombra azulada que evitaba el flujo del frío, pero su cuerpo le rogaba una descanso. De hecho, sus ojos nuevamente comenzaban a entrecerrarse.

«Jacob, Jacob, Jacob», recordó Tabatha, al mismo tiempo que la voz de aquel joven adulto retumbaba como un himno entre sus pensamientos. Aquel nombre resonó más veces hasta que era lo único importante en su consciencia.

«Desconocido, coito, sueño, Jacob», cuatro simples palabras que recorrían su mente.

Caleb siguió desordenando la habitación de invitados hasta que halló un outfit prudente para su invitada: un par de pants grises, calcetines, blusa blanca y ropa interior. 

Él era tan precavido que tenía ropa de mujer de casi cada talla, color y estilo posible.

 —Aquí tienes —comentó él, entregándole la vestimenta a Tabatha—. Tabby, ¿qué tienes? El baño está al final del pasillo a tu derecha... Cualquier cosa que necesites, solo grita mi nombre. ¿Entendido?

—Bien... —respondió ella a secas, hipnotizada por el espectro de lo que ocurrió más allá de su sueño—. Vuelvo en un rato.

Caleb caminó detrás de Tabatha, asegurándose de que llegara sana al baño, aunque estaba más preocupado por sus errática respuesta que su caminata.

—¡Llave izquierda, agua caliente. Derecha, fría! —anunció él, disponiéndose a arreglar la sencilla, pero acogedora habitación que tendría su compañera.

Durante esta tarea, Caleb recordaba su segunda semana de trabajo en Orquídea Editorial porque fueron en aquellos días cuando se enteró de que Francia Didier no era la líder perfecta que todos perjuraban que era.

—Ella se tituló, separando las piernas para sus profesores e incluso hasta el director de la universidad —le habían dicho por un compañero de trabajo—. Francia Didier era la peor en su clase.

Ciertamente, él no confiaba en la veracidad del comentario de ese entonces porque su jefa siempre mencionaba algo para evidencia la coherencia entre su puesto, conocimientos y habilidades, pero tampoco creía que la señorita Didier ascendió por su perfil académico.

Caleb tenía tantas dudas acerca de Francia Didier que inclusive había empezado a acosarla de forma involuntaria en cada ocasión que ella entrevistaba a nuevos editores.

—Espero que haya pensado bien en su defensa —murmuró, terminando de acomodar las almohadas del cuarto. Fue entonces que, decidió cantar algo sin sentido.

Entre su prosa, emergía el fuerte deseo de encontrar al amor de su vida, sentar cabeza con alguien que lo amara sin juzgarlo por sus fetiches, ya que eso era todo lo que deseaba para llegar a la autorrealización.

—¿Dónde cuelgo la toalla? —indicó Tabatha, desconcertándolo con su pregunta.

«Bellísima mujer», supuso Caleb, mordiendo por dentro su labio inferior. 

La belleza de Tabatha era innegable, pero él no quería demostrar incoherencia pues si bien tuvieron relaciones sexuales hacía casi cinco días, él deseaba conocerla.

—Yo la llevo —sonrió él—. Esta será tu habitación... ¿Te gustaría comer algo más?

—No, está bien. Por el momento, me siento satisfecha y más relajada —reconoció Tabatha. 

Acomodando su ropa sucia dentro de un bote plástico, ella intentó no quedarse dormida, aunque el cansancio era fuerte.

Ella quería recordar paso por paso la noche anterior, sin embargo, su conciencia solo le permitía pensar en que Caleb era amable y que podría ser buen postulante para sentar cabeza.

«Rostro simétrico, músculos pequeños, abdomen semi formado», enlistó mentalmente Tabatha acerca de Caleb. 

La pelirrosa buscaba los atributos de su compañero de trabajo, al mismo tiempo que modulaba su lividez.

Cuando Caleb apareció, traía dos vasos con agua y galletas para compartir. 

Él se incorporó al lado de Tabatha, pretendiendo que no reconocía las lascivas intenciones de la joven, aunque la parecía un poco tierno.

Tabatha se acomodó en Caleb, obligándolo a abrazarla. 

Ella lo dejó bajar lo que traía consigo, pero después él le pertenecía, era su momento para atesorarlo.

—¿Estás bien? —inquirió él, sosteniéndola con delicadeza.

—Sí, necesito un abrazo. ¿Te molesta? —dijo ella, aferrándose al pecho de Caleb.

—No, me parece tierno... Pero, me asustas un poco —admitió él, riendo.

—Que me hayas encontrado junto a las armas y dos cadáveres, no indica que sea culpable —espetó ella, quedándose dormida.

«¡Cuánta convicción!», temió Caleb porque no podía tomar a juego un comentario de ese tipo. 

¿Cómo fue que a Tabatha se le olvidó esconder las evidencias? ¿Por qué lo permitió si ni siquiera lo conocía tan bien?

Caleb quería confiar en Tabatha, pero todo apuntaba hacia ella. 

El haberla recogido podría ser un error que estaba por pagar... ¿Qué debía hacer? Ella confiaba tanto en él que se había mostrado vulnerable.

«Cómo desearía creerte», rogó él, acariciando el lustroso y rosado cabello de Tabatha con sus callosos dedos.



Ocho años antes

Caleb Franco se encontraba arreglándose el cabello dentro de su habitación mientras esperaba que su novia despertara tras una alocada noche. 

Él se observaba delante de su espejo, deslizando su peine con cariño.

Había esperado tanto tiempo para ascender en Orquídea Editorial, así que necesitaba estar lo más presentable posible para impresionar a Francia Didier. No podía ni siquiera pensar en algo más que no fuera su nuevo puesto como jefe de Contaduría.

En lo que guardaba su peine, una mujer de cabello oscuro y rizado se despertaba, rozando su desnudo cuerpo celulítico detrás de su amante. 

Ella intentaba llamar la atención de Caleb con movimientos seductores, aunque él ni se inmutaba.

—¿Acaso fui algo de una sola noche? —cuestionó ella—. No engaño a mi esposo contigo para ser plato de segunda mesa otra vez.

—Lo lamento, Carmela. Te prometo que no volveré a ensimismarte si ruegas porque introduzca mi pene en tu vagina —aclaró él—. Aunque ya te tengo dicho que no pienso seguir con esto hasta que sea válido tu divorcio.

—Jódete —exclamó Carmela, revistiéndose—. Eres igual que el resto de mis examantes.

—Ambos sabemos que te equivocas, pero lo acepto —soltó Caleb, perfumándose tras haberse vestido con su costoso uniforme.

Carmela abandonó la habitación principal de Caleb, percatándose de que se le hacía tarde para llegar al trabajo.

Justo después de su salida, Carmela ahuyentó al cartero porque lo regañó al impedirle salir del espectacular hogar de su amante.

«Me siento honrado por seguir siendo fértil», agradeció Caleb. 

Él se apresuró en escapar de Carmela, una mujer quien lo había seducido en un par de ocasiones para olvidarse del mal esposo que tenía en casa.

Tras darle las gracias al universo porque le quitó un peso de encima al concluir con su efímero romance con Carmela, él metió todas las velocidades a su carro para llegar cinco minutos antes a la reunión.

Estando allí, Caleb se reacomodó la corbata previo a picar el botón del elevador para terminar su viaje en la oficina de Francia Didier.

—Toma, guárdalo entre tus cosas. Léelo cuando estés en casa —le susurró un sujeto de su misma edad, pero que apenas dejaba ver su rostro ya que traía lentes de sol, traje y sombrero oscuros. 

Aquel hombre le entregó una carpeta.

—Espere, ¿qué? —preguntó Caleb, buscando al desconocido. Sin embargo, al no encontrarlo, se dispuso a esconder los papeles.

Al instante, el elevador se abrió, emitiendo el típico sonido de campanita chillando de felicidad. 

Caleb entró, esperando reencontrarse con quien le entregó información confidencial, aunque sabía que no lo vería de nuevo.

Él detuvo el elevador a mitad del camino para hojear la carpeta rosada, la cual se veía desgastada y sucia. 

En ese momento, su presión descendió al igual que su nivel de azúcar, obligándolo a masticar una menta para no perder la vista.

—¿Qué tenemos por aquí? —ironizó, abriendo la carpeta—. "Escarlata", una propuesta de proyecto para la señorita Didier... Bien, ¡qué sensato que me lo hayan entregado! Seguro preferirían que yo... —se pausó.

Una nota amarilla lo impacientó pues esta le advertía que no compartiera lo leído entre aquellas páginas debido a que estaría expuesto y vulnerable; para colmo, también decía que la policía no haría nada si alguien lo perseguía por conocer la verdad.

Su teléfono sonó, Francia Didier estaba preocupándose por su inasistencia.

Caleb ladeó la cabeza y guardó los papeles para retomar su cometido, ajustar los detalles finales para su ascenso. Pero ahora a su mente le valía un comino ser reconocido por su jefa, lo que deseaba eran respuestas.

—¿En qué te metiste, Didier? —masculló, apretando los nudillos—. Lo que sea, no es bueno. Espero no intentes involucrarme o te mataré.

«¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? ¿Por qué?», reflexionaba, tratando de encontrar una explicación razonable a lo que sucedió anteriormente. 

¿Qué lo hacía tan especial como para revelarle un misterioso secreto de Orquídea o Francia Didier?

«¿Qué dirán las hojas? ¿Podría ser con respecto a un fraude de la editorial? ¿Evasión de impuestos?», comenzó a preocuparse de más. 

Él sentía que su cabeza era comprimida con fuerza como si fuera una naranja destinada a hacer jugo.

El estrés y la ansiedad aumentaron hasta el punto en que él ya escuchaba el zumbido, no de abeja ni de ningún insecto, era un pitido delirante, como si su propia mente reprodujera un fragmento de sonido blanco pero a la inversa.

—Ya basta, ya basta, ¡basta! —aulló, cubriéndose los oídos, sin percatarse de que el elevador se acababa de abrir. 

Al caer en cuenta de que tenía observadores, se reincorporó, encaminándose al Salón Cian, la oficina de Didier.

Tras su ataque de ansiedad, logró plantarse delante de su jefa. 

Él tenía la mirada fija en ella y en cada una de sus acciones porque ahora le temía ya que suponía que ella estaba metida en un lío sin retorno.

—Uy, ¿estás bien? Estás más pálido de lo normal —comentó la señorita Didier, acariciando la mejilla de su empleado.

Él se posó junto a la puerta, de modo que comunicaba que él no estaba allí para algo ajeno al trabajo. 

Aun así, debía ser cuidadoso porque necesitaba asegurarse de que los papeles fueron escritos por un enemigo de Orquídea y no alguien que sabía más de lo permitido.

—Solo se me pasó el hambre unos minutos —mintió Caleb.

Ansiosa, Francia Didier tomó asiento en su silla de cuero, limitándose a idear los comentarios acertados para su empleado estrella, a quien utilizaría para más adelante. 

Ella esperaba que él cayera en sus mentiras porque necesitaba más gente de su lado.

Caleb restregó su flácido trasero en el sillón que le correspondía, ignorando que él mismo podría traicionarse si la señorita Didier descubría que él conocía parte de su secreto.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro